Logo Studenta

BOOK MARIE FREDRIKSSON (SPANISH) - CYR!

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

ÍNDICE
PORTADA
SINOPSIS
PORTADILLA
PRÓLOGO
«HASTA AHORA NO HE PODIDO PRONUNCIAR LAS PALABRAS TUMOR CEREBRAL»
HELSINGBORG, MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO DE 2014
«¡QUERÍA VERLO TODO, EL MUNDO ENTERO!»
«DE REPENTE, LAS ECUACIONES SALIERON»
EN CASA DE MARIE EN DJURSHOLM, SEPTIEMBRE DE 2014
«YO SIEMPRE QUERÍA IR UN POCO MÁS ALLÁ»
EN LA COCINA DE DJURSHOLM EN ENERO DE 2015
«NADIE ME RECONOCÍA»
«CASI NADIE CREYÓ EN ROXETTE»
DJURSHOLM, ENERO DE 2015
«CREÍ QUE ESTABA QUEMADA»
ESTOCOLMO, DICIEMBRE DE 2014
WOLLONGONG EN AUSTRALIA, 23 DE FEBRERO DE 2015
«FUE UN MILAGRO QUE YO SOBREVIVIERA»
LA TORRE DE SÍDNEY, 25 DE FEBRERO DE 2015
NOS VOLVIMOS INCREÍBLEMENTE FUERTES JUNTOS
EL EDIFICIO DE LA ÓPERA DE SÍDNEY, 25 DE FEBRERO DE 2015
QANTAS ARENA DE SÍDNEY, 27 DE FEBRERO DE 2015
DJURSHOLM, MAYO DE 2015, TIEMPO PARA EL SILENCIO
EPÍLOGO
DISCOGRAFÍA
CANCIONES QUE HAN SIDO ESPECIALMENTE IMPORTANTES EN LA VIDA DE MARIE
LÁMINAS
NOTAS
CRÉDITOS
Gracias por adquirir este eBook
Visita Planetadelibros.com y descubre una
nueva forma de disfrutar de la lectura
¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos!
Primeros capítulos
Fragmentos de próximas publicaciones
Clubs de lectura con los autores
Concursos, sorteos y promociones
Participa en presentaciones de libros
Comparte tu opinión en la ficha del libro
y en nuestras redes sociales:
 
Explora Descubre Comparte
http://goo.gl/1OP6I6
http://goo.gl/v0wG2A
http://goo.gl/JYqUxR
http://goo.gl/IoPlU0
http://goo.gl/s0nYNA
http://goo.gl/HjpKFD
http://goo.gl/FKoB61
http://goo.gl/2VT2zx
https://www.instagram.com/planetadelibros/
SINOPSIS
En esta valiente y sincera autobiografía, Marie Fredriksson relata la increíble historia de su vida, desde su infancia en el
seno de una familia con muy pocos recursos, hasta su ascensión a los escenarios más emblemáticos del mundo como
cantante de Roxette.
Marie explica en el libro detalles tan íntimos como la muerte de su hermana mayor, con 20 años, en un dramático
accidente de tráfico cuando ella solo tenía 7 años. De ahí, dice, nació su espíritu de lucha, de no rendirse nunca.
Por supuesto, la cantante habla en este libro, y por primera vez, del terrible episodio que sufrió cuando en 2002 le
detectaron un tumor cerebral, y de los múltiples y durísimos tratamientos de radioterapia que le dejaron muchísimas
secuelas. Marie tuvo que volver a aprender a andar, a hablar, a leer… También explica cómo vivió aquellos primeros
momentos tras detectarle el cáncer, cómo muchas personas de su entorno no se atrevían ni a acercarse a ella, ni sabían
qué decirle, pues todo su entorno estaba en shock. Así como el rechazo que sintió cuando, como consecuencia de la
medicación, empezó a hincharse y nadie la reconocía.
También relata cómo volvió a los escenarios en 2007 en solitario, y en 2011 de nuevo con Roxette. De todas las
desavenencias que tuvo con su manager, cuando se sentía excluida y su opinión no contaba. Y así hasta 2016, cuando
llegaron a iniciar la gira mundial del 30 aniversario de la banda, que tuvieron que cancelar por motivos de salud.
LISTEN TO MY HEART
MARIE FREDRIKSSON
HELENA VON ZWEIGBERGK
LIBROS CÚPULA
PRÓLOGO
Hay algo muy especial en la mirada de Marie Fredriksson.
Pienso en ello cuando ella y yo nos encontramos uno de los primeros días de otoño de 2013
para hablar de este libro.
Me he desplazado hasta la casa de la familia Bolyos en Djursholm. Aquí vive Marie con Micke,
su marido, Josefin y Oscar, los hijos de ambos, y Sessan, el gato.
Marie irradia algo sabio y misterioso al mismo tiempo. Como si hubiera vivido cosas que no se
pudieran expresar del todo. Experiencias vertiginosas. Largos viajes, tanto interiores como
exteriores, hacia dentro, hacia la oscuridad, y hacia fuera, hacia la luz, kilómetros y kilómetros
alrededor del mundo.
Cuando Marie fija su mirada en la mía, comprendo de inmediato la seriedad que hay detrás de
su deseo. Quiere que su relato sirva realmente para algo, tanto por su propio bien como por el de los
demás. Una de las secuelas que le dejó su tumor cerebral es la pérdida parcial de su memoria. La va
recuperando poco a poco, y ahora Marie quiere reconstruir su propia historia.
Pero también existe otra razón importante.
«Quiero que la gente sepa —dice Marie con determinación en la voz—. Quiero contar lo que
supone pasar por lo que a mí me ha tocado pasar.»
Nos sentamos en unos sofás color crema en su hermosa casa. Rosas blancas en un jarrón de
cristal. Objetos antiguos y un gran piano de cola, negro y resplandeciente. Un cuadro de Einar Jolin
del que cuesta apartar la mirada. Como muchas casas de esta zona, la de la familia Bolyos atestigua
su deseo de vivir rodeada de belleza y buen gusto, así como una economía boyante para hacer
realidad ese deseo.
Naturalmente, yo quiero tratar de contar su historia.
Durante el tiempo que nos hemos visto, desde el otoño de 2013 hasta el verano de 2015, han
ocurrido muchas cosas en la vida de Marie. No se puede decir que haya sido un periodo
particularmente tranquilo a su alrededor, aunque ella ha luchado por mantener la calma interior
mientras tanto. Marie ha salido de gira, ha sido su primera gira en solitario desde que enfermó de
cáncer en otoño del 2002. Ha lanzado su álbum Nu! (¡Ahora!), junto con Micke. Ha grabado nuevas
canciones con Roxette, y el grupo se ha lanzado a una gira mundial con Rusia como punto de partida,
para seguir luego por Australia y Europa.
No hace falta pasar mucho tiempo con Marie para darse cuenta de que se está frente a una
luchadora con una voluntad de hierro. A veces necesita ayuda para desplazarse de una habitación a
otra y, sin embargo, va a viajar alrededor del mundo y se va a exponer al público de numerosos
estadios.
«Sí, pero ¿qué puedo hacer si no? —pregunta ella—. ¿Meterme en la cama y dejarme morir?
Decidí muy pronto que no iba a hacer eso. Meterme en la cama y dejarme morir, eso nunca.»
Y después añade: «Además, ¡qué puñetas!, mi voz no me ha fallado nunca».
Durante un periodo de dos años nos hemos reunido en casa de Marie. Ella vive cerca de la
bahía de Stora Värtan en Djursholm. Uno de los distritos residenciales más exclusivos de Estocolmo,
con casas de varios millones de coronas detrás de muros bien vigilados. La casa es para Marie su
hogar y su fortaleza. No sale nunca de aquí sola, casi ni al jardín. Tiene problemas con una pierna,
una secuela del tratamiento del cáncer con radioterapia. Marie teme caerse y necesita apoyarse en
alguien.
La mayoría de las veces nos hemos sentado a la mesa de la cocina familiar, hemos tomado café
y hemos comido muchísimos bollos. A veces, mientras he estado fuera del portón del muro que rodea
la casa esperando a que me dejen pasar, alguno de sus fanes ha dejado un ramo de flores en la
manija.
«Oh, los fanes —dice Marie cuando entro con las flores y la tarjeta que las acompaña—. ¡Los
fanes son tan increíbles!»
Sus seguidores son cariñosos e incansables. Cuando Marie dio sus conciertos en solitario
durante el invierno de 2014, llegaron de todo el mundo para ocupar las salas de conciertos de toda
Suecia. Llegaron desde Argentina y Dinamarca, desde Holanda y Alemania. Vinieron desde muy
lejos para ver y escuchar a Marie.
En la mesa de la cocina nos lo tomamos con calma y dejamos que las palabras y los recuerdos,
que a veces están profundamente escondidos, vayan saliendo poco a poco a la luz.
«¡Ah, mi lesión cerebral!», exclama Marie a menudo cuando intenta decir algo y la
conversación se detiene.
Normalmente se traba con los nombres. O con los lugares.
Pero a veces es muy rápida. Una vez, cuando le formulé mi opinión sobre qué gran estrella
había sido, la réplica llegó rápida como un rayo: «¡Soy!».
O cuando le comento que tienen que haber sido una familia muy sólida para superar todas las
dificultades, y ella entonces me contesta con la misma rapidez: «Somos una familia sólida».
En otra ocasión, cuando ella me habla de los recuerdos dolorosos en los momentos más críticos
de su enfermedad, yo le digo: «Lo entiendo». Entonces ella salta enseguida: «No, no puedes
entenderlo.Si uno no ha pasado por ello, no puede entenderlo».
Y es posible que uno no pueda entenderlo del todo. Pero Marie habla de esos recuerdos de una
manera que puedo hacerme una ligera idea de lo espantoso que debe de ser.
Marie habla a menudo de sí misma como de una «típica Géminis». Para quien entienda de
astrología, como Ulla-Britt, su hermana mayor, es una «doble Géminis», una persona con fuertes
contrastes en su personalidad. Y es sorprendentemente cierto, da en el clavo: por un lado, una
vertiente sensata y tranquila. Y por otro, una personalidad cuyas emociones emergen de forma
repentina como las variaciones del tiempo meteorológico, luz y oscuridad.
Sin duda, ella puede recalcar aún más lo oscuro: «No puedes ni imaginarte lo horroroso que es
sentir una pena semejante, una tristeza tan terrible».
Las lágrimas ruedan por sus mejillas. Pero luego se las seca haciendo un gesto rápido con la
mano: «Pero voy mejorando. Estoy mejorando todo el tiempo. Y uno tiene que reír también. Hay que
reír, eso no hay que olvidarlo nunca. Es muy importante».
Marie procura dejar claro que este es su libro, su historia. Yo he hablado también con muchas
otras personas de su entorno más cercano. Sin embargo, el objetivo nunca ha sido escribir una
biografía que incluyera todos los datos de su vida, dispuestos en orden cronológico.
Este es un libro de recuerdos emocionales. Lo que se incluye en él es aquello que ha jugado un
papel importante en la vida de Marie y aquello que a ella le ha parecido relevante contar.
Marie ha tenido muy claro desde el principio cómo quería que fuera este libro: «Tiene que ser
honesto. Solo quiero decir las cosas como son. Nada de tonterías. Simplemente quiero contarlas sin
rodeos, tal y como han sido».
El testimonio de muchas de las personas con las que he hablado es unánime. Muchos destacan el
gran corazón de Marie. «Un enorme corazón en un cuerpo pequeño —así la describe su amiga Efva
Attling—. Una gran persona, pese a lo delgada que es.»
«Yo siempre he pensado que ella es quien ha tenido la mayor fuerza dentro del grupo —dice
Lotta Skoog, que es amiga de Marie desde hace mucho tiempo y pareja de Pelle Alsing, el batería de
Roxette y músico también en el grupo de Marie—. Antes de que enfermara, Marie era siempre la que
mantenía el ritmo más alto. Y, en realidad, teniendo en cuenta sus circunstancias desde que cayó
enferma, puede que siga siendo todavía la que más energía tiene de todos. Que Marie tenga esa fuerza
y esa energía para continuar como lo hace es absolutamente fantástico.»
«Marie es seguramente la persona más generosa y valiente que he conocido», dice Marika
Erlandsson, una de las amigas que la acompañó en los momentos más duros de la enfermedad y la
compañera sentimental de Clarence Öfwerman, que ha sido el productor de Roxette y su pianista
desde que se formó el grupo.
Marika explica lo que realmente yo misma me he estado preguntando durante el tiempo que he
pasado con Marie: «Marie no ha mostrado el más mínimo gesto de insatisfacción o amargura, ni
siquiera en los momentos más difíciles. Nunca ha perdido la capacidad de alegrarse de los éxitos de
los demás. En ese sentido, Marie, ciertamente, es única».
«Además de ser una buena amiga, desde mediados de la década de 1980 ha sido un ejemplo
para mí —dice Åsa Gessle—. Salíamos juntos y hacíamos giras juntos, incluso antes de que existiera
Roxette. Per, Marie y Lasse Lindbom ya habían formado Exciting Cheeses, una banda de aficionados
en la que tocaban en su tiempo libre; en aquella época, yo iba con un bolso, tratando de cobrar. Lo
hemos pasado muy bien juntos. He visto de cerca cómo se ha ido abriendo paso Marie con una fuerza
de voluntad y una tenacidad tremendas. Ella viene de un entorno humilde y al principio era muy
tímida. Pero con su maravillosa voz y su fuerza de voluntad se convirtió en una artista a nivel
mundial, una artista que conmueve a las personas de todo el mundo. Ella siempre ha confiado en su
propia fuerza y ha conseguido algo absolutamente excepcional. Por eso, Marie siempre ha sido una
fuente de inspiración para mí.»
Y esa energía suya aparece también en otros ámbitos. El director Jonas Åkerlund, que está
detrás de varios de los vídeos musicales de Roxette y también dirigió el documental Den ständiga
resan (El viaje sin fin) dice lo siguiente sobre Marie: «Ella tenía una energía increíble, tanto en el
trabajo como en su vida privada. Era una auténtica roquera, beber cerveza y seguir de bares después
del trabajo. Nos lo hemos pasado muy bien juntos. Pero también es una persona muy creativa y lo da
todo en su trabajo. He conocido a muchas superestrellas, pero tanto Per como ella destacan porque
son más cercanos y modestos. Creo que eso tiene que ver con el hecho de que en el fondo los dos son
gente de pueblo».
Cuando se trata de definir musicalmente a Marie, los testimonios pueden ser de este tenor:
«Tiene una fuerza arrolladora —afirma Thomas Johansson, presidente de la junta directiva de
Live Nation, amigo y socio de Marie desde hace muchos años—. Realmente, tiene la capacidad de
transmitir sentimientos. Eso es algo que forma parte de su manera de ser. Tiene una potencia en la voz
increíble, a pesar de lo pequeña que es. Además, pertenece a ese grupo de cantantes capaces de
transmitir la letra de sus canciones. Elton John, Bruce Springsteen, Rod Stewart, Van Morrison y, por
supuesto, Marie son artistas que pueden hacerlo. Con su canción consiguen transmitir una historia de
una manera creíble. No sé exactamente cómo lo hacen, tal vez sea simplemente que saben expresar
las palabras de la manera adecuada. Si pudiera volver a empezar ahora, me dedicaría exclusivamente
a buscar ese tipo de voces.»
«Marie tiene el don de la oportunidad, una capacidad de improvisación fantástica y una voz
única», dice Pelle Alsing.
«Es la mejor cantante sueca —dice Clarence Öfwerman—. Ella y Monica Zetterlund. Se entrega
sin reserva y lo da todo. No es de extrañar que todo el mundo la siga encantado. Marie tiene ese algo
extra, que nadie más tiene.»
Hay varias personas que hablan precisamente de eso, de su entrega. Marie puede manejar letras
que en boca de otro podrían sonar cursis o irrelevantes, y hacer que sean totalmente creíbles. Marie
logra que una canción como «Este va a ser el mejor día de mi vida» suene realmente a esperanza,
letra por letra. Tal vez se deba a su coraje, a su manera de atreverse a mostrarse, a dar lo que le sale
del corazón sin tratar de ser irónica ni hipócrita.
«Es muy intuitiva y consigue que sus letras tengan vida —dice Kjell Andersson, que trabajaba
en la compañía discográfica EMI cuando Marie se abrió paso—. Tiene credibilidad. Llega a quienes
la escuchan. No sé lo que es. Mantiene los canales muy abiertos, de mí para ti. Hay una especie de
ingenuidad, de fascinación, que conecta con el público directamente. Marie disfruta sin disimulo
cuando canta y eso también le llega al público.»
Son muchas las personas que me han ayudado a escribir este libro, que me han permitido
mantener largas conversaciones para ayudar a Marie con el rompecabezas de su pasado. Quiero
enviar a esas personas un afectuoso agradecimiento: Pähr Larsson (el mejor amigo de Marie), Marika
Erlandsson, Clarence Öfwerman, Anders Herrlin, Per Gessle, Åsa Gessle, Marie Dimberg,
Christoffer Lundquist, Lasse Lindbom, Niklas Strömstedt, Efva Attling, Pelle Alsing, Lotta Skoog,
Åsa Elmgren, Stefan Dernbrant, Martin Sternhufvud, Ika Nord, Thomas Johansson, Kjell Andersson,
Jonas Åkerlund, a la familia de Marie: Tina Pettersson, Gertie y Sven-Arne Fredriksson, Ulla-Britt
Fredriksson, Tony Fredriksson, a los amigos de la infancia: Kerstin Junér, Bitte Henrysson y Boel
Andersson y, por último, aunque no por ello menos importante, sino más bien todo lo contrario, al
marido de Marie, Mikael Bolyos. Él ha acompañado a Marie durante la enfermedad y no solo ha sido
un gran apoyo para ella, sino que es también un testigo importante que conserva recuerdos de gran
valor.
HELENA VON ZWEIGBERGK
verano de 2015
«HASTA AHORANO HE PODIDO PRONUNCIAR LAS PALABRAS TUMOR CEREBRAL»
EL RELATO DE MARIE SOBRE SU ENFERMEDAD
Fue el 11 de septiembre de 2002 cuando se desató el infierno. Al día siguiente se suponía que tenía
que viajar a Amberes. Per Gessle y yo íbamos a dar juntos una rueda de prensa. Roxette iba a salir
de gira para algo llamado Night of the Proms, una serie de conciertos que se celebran anualmente en
Bélgica, y la rueda de prensa iba a tratar sobre nuestra participación en ese evento.
La idea era que yo tomaría un vuelo temprano al día siguiente. Per quería viajar ese mismo día
por la tarde. Odia levantarse temprano y quería descansar por la mañana. Pero yo no quería volar el
día del aniversario del ataque terrorista contra el World Trade Center de Nueva York, pensé que era
más seguro esperar, aguantar el madrugón y tomar un vuelo temprano.
Esa misma mañana, Micke me leyó en voz alta un artículo del periódico que tenía que ver
precisamente con el aniversario del ataque terrorista.
El artículo trataba de un joven sueco que trabajaba entonces en el edificio. Lo terrible era que
desapareció entre los escombros. Sus familiares no habían podido averiguar lo que le había pasado.
Recuerdo que Micke y yo seguimos hablando sobre el destino de ese hombre. Probablemente se
habría despertado pensando que aquel sería un día como los demás. Hacía un año, a primera hora de
la mañana, ese joven sueco no podía tener ni idea de lo que le esperaba más tarde ese mismo día.
Juntos constatamos lo bueno que es no saber de antemano lo que te va a deparar el futuro; que el
desconocimiento del destino es una especie de bendición.
Nosotros tampoco sabíamos lo que nos esperaba en tan solo unas horas. No sabíamos que todo
nuestro mundo se iba a quedar patas arriba.
Después del café de la mañana, Micke y yo salimos a correr como hacíamos habitualmente.
Micke quiso competir al final y yo lo adelanté.
Sí, sí, yo era muy rápida entonces.
Cuando llegamos a casa no me sentía bien del todo. Estaba cansada, tenía náuseas y pensé que
debía descansar un rato. La verdad es que no tenía tiempo, porque debía preparar la maleta para el
viaje.
Pero me tuve que acostar un rato. De repente, no podía ver por un ojo. Las náuseas fueron
aumentando y entré en el cuarto de baño para vomitar. Dentro del cuarto de baño, me derrumbé y me
asusté muchísimo. Después, todo se volvió negro.
Sufrí un ataque de epilepsia que me provocó espasmos en todo el cuerpo e hizo que me golpeara
la cabeza contra el suelo de piedra, con tanta fuerza que me provoqué una fractura de cráneo. Eso,
lógicamente, no lo entendí entonces. Sin embargo, sí que recuerdo oír la voz de Micke, que me
llegaba desde muy lejos: «¡Marie! ¿Qué te pasa?».
Después todo se volvió otra vez negro. La siguiente imagen que recuerdo es en la ambulancia.
Noté chiribitas en los ojos y oí el sonido de la sirena. Y luego todo negro de nuevo.
Cuando recuperé la consciencia, vi a Micke y a Berit, su madre, sentados al lado de mi cama.
«¿Qué hago aquí? —pregunté—. ¿Qué ha pasado?»
Un médico entró en la habitación y me preguntó amablemente y con delicadeza si había pensado
salir de gira.
«Sí, claro», respondí yo. Y entonces el médico me dijo con voz tranquila y afectuosa que
lamentablemente tendría que cancelar esa gira.
Poco a poco empecé a darme cuenta de que estaba en un hospital y que me había caído. Pero no
podía ni imaginarme que pudiera tratarse de un tumor cerebral. Era raro que se me hubiera nublado la
vista y eso me preocupaba. Pero, por lo demás, creía que había sufrido un accidente.
El médico volvió después de un rato con las radiografías y entonces me explicó que se veía un
tumor en la cabeza.
¿Te imaginas el shock que supuso para mí?
Mi primera pregunta fue si me iba a morir. El médico dijo que no, que ese tumor no acabaría
con mi vida, porque se podría operar y quitar con un tratamiento de radioterapia.
Eso fue todo lo que pude entender. Que tenía un tumor. Que era posible extirparlo. Que no me
iba a morir.
El médico continuó hablando, pero no oí lo que dijo, o no quise entenderlo. Porque lo que dio a
entender era que el tumor se iba a reproducir, y entonces tal vez no fuera posible extirparlo. Micke lo
entendió. Pero yo no.
Micke se enteró de lo grave de la situación a través de terceras personas. En realidad, ninguno
de los dos queríamos que nos dieran pronósticos fatalistas sobre lo pequeñas que eran mis
posibilidades de sobrevivir. Queríamos pelear y mantener nuestras esperanzas mientras fuera
posible.
Otro médico, un conocido nuestro, especialista en otorrinolaringología, se hizo cargo de la
lesión que me había provocado en el cráneo al golpearme la cabeza. Dado que nos conocíamos,
debieron pensar que lo mejor es que fuera él quien nos dijese cuál era mi situación real. Y él informó
a Micke de que me quedaba un año de vida. Al ver que Micke se ponía blanco como la pared y casi
se desmaya, el médico añadió rápidamente que también podría vivir dos años más.
O, tal vez, incluso tres.
Eso era lo más reconfortante que podía decir. En el mejor de los casos, me quedaban tres años
más de vida.
Micke tuvo que empezar a pensar en cómo iba a preparar a los niños para contarles que su
madre iba a morir. Josefin tenía entonces nueve años y Oscar cinco. Micke pasó entonces un
auténtico infierno. Él lo ha descrito como un monstruo que se acercaba, sin que fuera posible hacer
nada. Solo esperar su ataque con las manos atadas a la espalda. Esperar aterrado a que yo me
consumiera lentamente delante de sus ojos, sin que él pudiera ayudarme o hacer algo al respecto, esa
es una de las peores experiencias por las que ha pasado.
Sentirse tan impotente.
Micke no pudo hacer otra cosa más que ocultarme la gravedad de mi enfermedad, porque yo
tenía muchas esperanzas y estaba convencida de que me iba a poner bien. Eso era lo que había dicho
el doctor. Pronto volvería todo a la normalidad.
Pobre Micke. ¿Cómo iba a ser capaz de hacer saltar por los aires mis esperanzas? ¿Cómo iba a
decirme que lo más probable era que muriera?
Él describe el hecho de no poder ser honesto conmigo como la aparición de una cuña en nuestra
relación. Siempre habíamos podido hablar abiertamente de todo. Siempre. Ninguno de los dos dejaba
fuera al otro, de esa manera nunca hubo ocasión para que surgieran conflictos entre nosotros. Nunca
había aparecido nada que no pudiéramos resolver.
De repente, nos encontrábamos en una grave situación de la que Micke no podía hablar
conmigo, que además era un caso de vida o muerte. Pensó que era mejor que yo viviera confiada.
Quería animarme, aunque él soportara una verdad muy diferente.
Una verdad de la que no podíamos hablar.
Yo no sospechaba nada y me había propuesto superarlo como fuera. Pero ¿qué pensaba para mis
adentros? Sinceramente, pensé que todo se iba a ir al carajo. Esos pensamientos me venían a la
cabeza al principio, tras conocer el diagnóstico, por las noches cuando me iba a dormir. Yo tampoco
quería hablar de ello con Micke ni con los niños. Ellos preguntaban a veces si me iba a morir.
Entonces yo les contestaba que no, que no tenía tiempo para eso. Pero en el fondo, en mitad de la
noche, pensaba que tal vez podía ocurrir.
Yo solo quería hablar de que todo iba a salir bien. De cara al exterior hacía como si no pasara
nada. De esa manera, se puede decir que tanto Micke como yo nos quedamos aislados en esa
situación.
Como consecuencia de la caída, tuve una fractura en la cabeza y problemas con el sentido del
equilibrio, por eso volví del hospital a casa en una silla de ruedas. A Oscar le pareció el juguete más
divertido del mundo. ¡Qué vueltas daba! Otras veces corría a mi alrededor gritando de alegría:
«¡Yupi!».
Más tarde, cuando perdí el pelo y estaba triste, él aparecía de repente disfrazado de Batman y
entonces me hacía reír. Por suerte, disfrutamos momentos como aquellos.
Nos enviaron muchas flores a casa. Fue muy bonito. Recibí, por ejemplo, un ramo impresionante
de Anni-Frid Lyngstad1 que me hizo mucha ilusión. Micke a veces pensaba que era horribleque
hubiera tantas flores, que simbolizaban el dolor y la tragedia de una manera asfixiante, que nuestra
casa parecía un cementerio. Pero, por supuesto, también pensaba que la gente era muy amable al
demostrarnos que pensaba en nosotros.
Fue peor con los medios de comunicación. La noche después de que ingresara en el hospital en
una ambulancia, el periódico Expressen llamó y despertó a mis hermanos, que viven en Skåne, en el
sur de Suecia, y querían que hicieran algún comentario. Nosotros no habíamos tenido tiempo aún de
hablar con ellos y contarles lo sucedido. Lógicamente, para ellos fue un choque y se asustaron mucho.
La prensa siguió aterrorizándolos después. ¿Sabían algo más? ¿Habían oído alguna novedad?
No sé cómo los periódicos se enteraron tan rápido, sabían que había llegado a las urgencias del
hospital en ambulancia. No sé si vigilaban nuestra dirección o si se enteraron a través de la central
de emergencias de que se había pedido una ambulancia desde aquí. O puede ser que alguien del
hospital les diera la información.
La primera noche que pasamos en el hospital hubo periodistas llamando al interfono del portón
de nuestra casa de Djursholm hasta las tres de la madrugada. Nos lo ha contado Inger, nuestra niñera.
Por supuesto, tanto ella como los niños se asustaron muchísimo. Finalmente, tuvimos que contratar a
tres vigilantes de Securitas, que se turnaban para que la prensa nos dejara en paz. Además, nos vimos
obligados a dejar a oscuras toda la casa para evitar los intentos de los fotógrafos de conseguir
imágenes de la familia en estado de shock. Los periodistas seguían a Inger cuando llevaba y recogía
a los niños en la escuela y en la guardería.
En una ocasión, Micke quiso salir de casa en el coche, pero no pudo. Tuvo que bajarse y
preguntarles si realmente tenían que estar allí bloqueando la salida. Entonces un periodista le
contestó que su periódico le había ordenado que estuviera allí. En realidad, él no quería y parecía
que se avergonzaba.
No sabemos cuántos de ellos se avergonzaban, pero fuimos realmente acosados por la prensa.
Marie Dimberg, mi mánager y la de Roxette, se puso en contacto con mis hermanos para
decirles que no tenían que contestar a ninguna pregunta, que colgaran el teléfono sin más cuando los
llamaran de los medios de comunicación. Mis hermanos son personas amables, que no están
acostumbradas a tratar mal a los demás, por lo que se sentían obligados a ayudar a los periodistas en
la medida de sus posibilidades.
El teléfono de Marie Dimberg no dejaba de sonar. Tan pronto como recibía alguna información
de alguno de nosotros sobre mi estado de salud, los periódicos llamaban inmediatamente. Era
evidente que alguien filtraba datos desde el hospital. La prensa recibía esa información más o menos
al mismo tiempo que nosotros. Y después perseguían a Marie Dimberg para que ella confirmara las
novedades que habían conseguido. Una o varias personas del hospital Karolinska intentaron ganar
dinero con esa información y la prensa pensó que debía confirmarla. Marie Dimberg habló también
con el servicio de prensa y con el departamento de seguridad del hospital para tratar de poner fin a
las filtraciones.
Así pues, la prensa consiguió muy pronto la noticia de que yo tenía un tumor cerebral. Los
periodistas persiguieron a todas las personas de nuestro entorno para que se la confirmaran. Por eso
nos vimos obligados a contarlo. Marie Dimberg envió un breve comunicado de prensa y eligió
mandarlo el domingo por la tarde para que coincidiera con las elecciones. De esa manera, los
periódicos no podrían llevar el lunes la noticia en sus portadas, pensó Marie. Pero, aun así, hubo un
periódico que le dedicó la mitad de su portada.
Me extirparon el tumor, y al año siguiente me sometí a una operación con el llamado «bisturí
gamma». Te fijan una corona de metal en la cabeza, con un eje U y un eje C. Es importante que la
radiación se haga en el lugar exacto del cerebro. Se requiere una precisión milimétrica. Por eso la
corona se atornilló al cráneo. Todo se hizo mientras yo estaba despierta. Me pusieron una crema con
anestesia, de las que usan los dentistas. Aun así, sentí cómo corría la sangre al mismo tiempo que las
lágrimas. Ese fue el peor momento de todos los tratamientos a los que me he sometido. ¡Fue tan
desagradable! ¡Como una corona de espinas!
Micke pensó que iba a vomitar cuando lo vio.
En medio de todo, hubo también algunas situaciones completamente absurdas. Cuando estaba en
la cama con la corona fija en la cabeza después de la operación con el bisturí gamma, entró en la
habitación un médico al que no habíamos visto antes. Quería contarme que en su tiempo libre tocaba
la guitarra en un grupo. Nosotros estábamos allí esperando los resultados de la terrible operación.
No podía quitarme la corona hasta que los resultados estuvieran claros. Y mientras tanto un médico
esperaba que yo me interesara por el grupo del que formaba parte en su tiempo libre.
Creo que ni siquiera era neurólogo.
¿Cómo razonan algunas personas?
Cuando eres una persona pública y estás ingresada en un hospital hay mucha gente que quiere
entrar a verte y ponerse en contacto contigo. Una enfermera nos habló de su marido, era tan falso y
tan mezquino que ella quería separarse de él. Pero necesitaba ciento cincuenta mil coronas para
poder comprarse un piso. A Micke y a mí nos dio la impresión de que andaba buscando dinero.
También nos vimos inmersos en semejantes despropósitos.
Fue un tiempo horrible de espera. Un mes tras otro, sumidos en la desesperación de cuál iba a
ser el desarrollo de mi enfermedad.
Había tardes en que los niños se sentaban a ver la tele, y Micke y yo cenábamos en la cocina el
uno enfrente del otro en silencio. Nuestras lágrimas caían en el plato de la sopa. En cuanto entraba
alguno de los niños teníamos que secarnos las lágrimas y tratar de recobrar los ánimos.
Nos volvimos diferentes como padres. Era inevitable. Realmente, intentábamos no estar siempre
sumidos en la tristeza y en la preocupación, pero «eso» estaba allí todo el tiempo. Nos atormentaba.
No teníamos la misma capacidad que antes para prestar atención a los niños. Yo estaba como
hundida, conmocionada por lo que me había ocurrido, y Micke estaba constantemente preocupado.
Naturalmente, eso les ha afectado. Fue entonces cuando compramos nuestro gato, Sessan, para que
los niños tuvieran otra cosa en la que pensar.
Micke y yo, cuando estábamos tan tristes, también queríamos permitirnos algún capricho. Huir
de la realidad. A menudo bebíamos demasiado vino por la tarde y vivíamos como si cada día pudiera
ser el último.
Por una parte, la preocupación hacía difícil estar pendientes de los niños como de costumbre,
pero al mismo tiempo nuestra preocupación se centraba sobre todo en ellos. Yo solo pensaba en los
niños, los niños. «¡Imagina si muero ahora!» «Una madre no puede morir.» «¡Tengo que cuidar a los
niños! ¡Y a Micke!»
Sufrí un gran estrés en mi interior. «¿Voy a morirme ahora? ¿Voy a morirme ahora?»
Pero luego vino el poder divino —«¡no puedo morir ahora!»—. Tengo una fe muy fuerte, desde
pequeña, la vivo de manera privada, es mía y está dentro de mí. Cuando era niña cantaba en el coro
de la iglesia y eso significó mucho para mí. Sentí mucha serenidad y consuelo allí. La fuerza que me
daba la fe me ayudó a superar muchos momentos difíciles.
Vivíamos en un limbo. Intentábamos vivir como de costumbre, a pesar de que eso muchas veces
fallaba por su propia imposibilidad.
Nos esforzamos por mantener vivos algunos hábitos que teníamos con los niños, aunque
pasábamos la mayor parte del tiempo en el hospital.
Los viernes, por ejemplo, solíamos jugar a la búsqueda del tesoro. El tesoro era la bolsa de
golosinas de la semana, que ellos tenían que encontrar. Esa tradición familiar se había convertido en
algo tan grande que podíamos pasarnos medio viernes planeando cómo lo íbamos a hacer. Cuando
caí enferma tuvimos que organizarla en los pasillos del hospital Karolinska. Solo lo hicimos una vez,
luego lo dejamos.Estaba muy claro que algo había cambiado. Sencillamente, parecía forzado tratar
de fingir que todo era como de costumbre.
No puedo hablar de las limitaciones que he sentido como madre debido a mi tumor cerebral sin
empezar a llorar. Antes de caer enferma, yo era una persona fuerte que estaba al tanto de todo. No
poder ser madre de la manera que una desea es quizá lo peor de la enfermedad.
Algunas personas a quienes les ha tocado pasar cosas difíciles dicen que no sabían la suerte que
tenían hasta que les ocurrió. Pero nosotros sí que lo sabíamos. Nos lo decíamos a menudo el uno al
otro: «Qué suerte tenemos. Amor, éxito, salud». Todavía pienso en ello cuando miro las fotos del
anuario escolar de los niños, se las hicieron justo antes de que yo cayera enferma. Éramos una
familia increíblemente feliz. Lo teníamos todo.
Que te ocurra una cosa así, que todo se te hunda, es algo que uno no puede entender si no ha
pasado por ello.
Pensé que era bueno que los niños fueran tan pequeños y no pudieran entenderlo del todo.
Bueno, sí, Josefin seguro que lo entendió, pero Oscar no sabía muy bien qué había ocurrido. Pasaron
mucho tiempo con Inger, nuestra niñera, durante los momentos más críticos. Yo me pasaba la mayor
parte del tiempo entrando y saliendo de diferentes ingresos hospitalarios.
Micke rezaba para que los niños pudieran hacerse un poco más mayores antes de que yo
muriera. Me lo ha contado ahora, al cabo del tiempo. Él rezaba para que ellos pudieran tener una
imagen más clara de su madre, para que tuvieran la posibilidad de recordarme bien. Que Oscar al
menos tuviera tiempo de cumplir nueve años. Pero, al mismo tiempo, él mismo sabía que era mucho
pedir.
La radioterapia hizo que perdiera el pelo. Durante las Navidades siguientes se me fueron
cayendo cada vez más mechones. Micke tenía miedo de que esa fuera la última Navidad que
pudiéramos celebrar juntos. Y habría podido ser así.
He tenido una suerte increíble.
En enero, medio año después de que recibiera el diagnóstico de que tenía un tumor cerebral,
Roxette fue galardonado con la Medalla de las Artes que recibimos de manos del rey.
Micke dijo hace poco que, probablemente, pensaron que iba a morir y por eso se dieron tanta
prisa. Seguro que tiene razón. De todos modos, yo me sentí halagada y contenta por ese galardón. Al
mismo tiempo fue muy duro. Eso requería que apareciera en público. No me había mostrado
públicamente desde que caí enferma, y estaba casi calva.
Marie Dimberg y yo salimos a buscar un sombrero para mí, y encontramos uno con dibujos
como de piel de leopardo.
La noche antes de la ceremonia de entrega de la medalla, un reportero de Expressen, Niclas
Rislund, llamó a la puerta de Marie Dimberg. Era tarde y Marie ya se había acostado. Niclas Rislund
le dijo que le habían informado de que mi tumor se había extendido. Que tenía metástasis y que se
había extendido por el pecho y el resto del cuerpo. Marie le contestó que no comentaba rumores
acerca de mi salud y que quería irse a la cama a dormir. Pero él se mantuvo en sus trece y quería que
Marie me llamara para confirmar que la información que él tenía era correcta. Marie Dimberg le
pidió que tuviera un poco de consideración y me dejara en paz. Él dijo que lo iba a publicar de todos
modos, por lo que era mejor que Marie hiciera lo que le pedía.
Al final, Marie Dimberg se enfadó de verdad. Se enzarzaron a gritos en una discusión. Niclas
Rislund seguía afirmando que ella era la representante de una persona pública y que como tal tenía
ciertas obligaciones. Marie le gritó que ella no tenía ninguna obligación de informarle a él ni a
Expressen de la evolución de mi enfermedad.
La discusión terminó cuando Marie le dio con la puerta en las narices.
Marie nos llamó a la mañana siguiente para preguntarnos si habíamos leído el periódico
Expressen.
No lo habíamos leído.
«Pues no lo hagáis —nos dijo—. Evitadlo si podéis.»
Pero ¿cómo íbamos a poder evitarlo? Las portadas de Expressen repartidas por todos los
quioscos de la ciudad decían que el cáncer se me había extendido por todo el cuerpo. Todo el
artículo estaba impregnado de la idea de que no me quedaba mucho tiempo de vida.
Realmente no era cierto que tuviera cáncer de mama ni metástasis en el cuerpo, y Marie
Dimberg hizo público un comunicado de prensa en el que desmentía la noticia. El redactor jefe de
entonces, Otto Sjöberg, remitió a fuentes fiables del hospital Karolinska. Nosotros, como familia, nos
lo tomamos muy mal.
Y eso ocurrió el mismo día que iba a recibir la medalla.
No sé si las personas no implicadas pueden entender lo que se siente al leer algo así sobre uno
mismo. Que te condenen a morir delante de todo el mundo basándose en informaciones falsas. Que no
te puedas sentir tranquila y segura en un hospital. Saber que hay personas que se cuelan por allí e
intentan ganar dinero a costa de nuestra desgracia. Que nuestro dolor personal se convierta en el
bizcocho del desayuno de todo el mundo para que puedan refocilarse con él.
Estaba tan nerviosa cuando me entregaron la medalla, que en la foto salgo sosteniéndola boca
abajo. Sentía como si todos me miraran fijamente y quisieran ver lo enferma que parecía. Mirar de
hito en hito a la mujer sobre la que habían leído que estaba moribunda con una metástasis extendida
por todo el cuerpo. Aquel se convirtió en un día horrible.
Tener que hacer frente a las mentiras de Expressen en medio de todo aquello era lo último que
nos faltaba. El procurador general de Justicia denunció por iniciativa propia al hospital Karolinska.
El médico que me había operado nos llamó sorprendido y nos contó que habían llegado al hospital
cinco policías y que habían registrado su consulta. Fue muy desagradable para él, pero naturalmente
estaba tan interesado como nosotros en que se averiguara dónde se producían esas filtraciones. La
vulneración del secreto profesional es un delito grave que puede ser castigado hasta con tres años de
cárcel.
Fueron muchas las personas que se sintieron indignadas por el trato que nos dieron Otto Sjöberg
y Expressen. El programa de televisión Media Magasinet (Revista de medios) mostró nuestro caso
como uno de los peores acosos de los medios de comunicación en la historia moderna. Nos sentimos
tan ofendidos y tan humillados que investigamos las posibilidades de denunciar a ese periódico.
Además, queríamos demostrar a los niños que no se podían contar mentiras sobre nosotros, así sin
más.
Decidimos ponernos en contacto con Leif Silbersky, un conocido abogado con experiencia en
casos relacionados con los medios de comunicación. Ahora, visto con perspectiva, es fácil pensar
que él nos lo debía haber desaconsejado desde el principio. Lamentablemente, desde el punto de
vista jurídico no basta con decir que alguien se ha comportado de una manera moralmente repugnante
y ha demostrado falta de sensibilidad ante el sufrimiento de otras personas.
Nosotros pensamos que un periodista no podía mentir y decir que una persona tenía el
diagnóstico mortal cuando realmente no lo tenía, sencillamente. Creíamos que eso bastaría para
presentar una demanda. Pero resulta que las cosas no eran exactamente así. A pesar de todo,
Silbersky intentó encontrar algún artículo útil para ayudarnos.
Encontró un caso ya juzgado en el que se había tomado una fotografía de un grupo que mantenía
relaciones sexuales y habían colocado allí la cara de personas conocidas. Ese caso, que sentaba un
precedente, se basaba en que se habían lanzado sombras de dudas sobre esas personas. Esa era
nuestra posibilidad de demandar al periódico.
Leif Silbersky era un personaje curioso.
Una de las primeras cosas que hizo cuando nos pusimos en contacto con él fue contarnos que su
hija estaba a punto de cumplir cuarenta años. Era una gran seguidora de Roxette. Por eso le había
pedido a uno de los periódicos de la tarde que le confeccionara una portada con un titular en el que
dijera que ella era el tercer miembro de Roxette. Y entonces nos preguntó si Per y yo estaríamos
dispuestos a firmársela. Una iniciativagraciosa de nuestro abogado, que iba a ayudarnos en el peor
momento de nuestra vida.
Como si todo fuera un juego.
Así pues, según Leif Silbersky, la única posibilidad que teníamos de que prosperara nuestra
demanda contra Expressen sería afirmar que las mentiras del periódico habían lanzado sombras de
duda sobre mi persona. Él quería que Micke dijera en el juicio que cuando vio la portada de
Expressen pensó que yo le había mentido. Tendría que hacer el papel de marido ofendido, que
sospechó que su mujer no le había contado lo enferma que estaba. Eso haría también que se hubieran
lanzado sombras de duda sobre mí en mis relaciones profesionales.
Cuando Marie Dimberg, Micke y yo estábamos allí reunidos en el bufete del abogado, Micke
dijo que él no podía decir eso. Que él pensaba que era absurdo mentir de esa manera. Nuestra
relación no es de ese tipo. Y le parecía absurdo que tuviéramos que mentir para denunciar a un
periódico precisamente por publicar mentiras.
A pesar de que nos habíamos gastado varios cientos de miles de coronas para presentar una
demanda contra Expressen, la retiramos. Nos iba a llevar como mínimo cinco años y nos veríamos
obligados a darle vueltas a todo una y otra vez.
Todo el escándalo de Expressen fue para nosotros una historia costosa y desagradable. Aún hoy
seguimos pensando que Otto Sjöberg, por entonces redactor jefe del periódico Expressen, es la
persona que más daño ha infligido a nuestra familia, y nunca ha intentado tampoco pedirnos disculpas
por ello. Éramos una familia afectada por una enfermedad grave, conmocionada y abatida, y
realmente sentíamos que no teníamos por qué ser utilizados para vender más periódicos.
Durante ese tiempo no estaba claro si iba a sobrevivir. Yo no quería pensar en ello y Micke
trató de manejarlo lo mejor que pudo. Pero ningún maldito cáncer se había extendido por mi cuerpo.
El microscópico hilo de esperanza que teníamos era lo único que nos permitía seguir funcionando.
Quizá también por eso las mentiras de Expressen se volvieron tan insoportables. Sus mentiras me
presentaban más enferma aún de lo que estaba y con ello se apagó por completo la esperanza de los
que se preocupaban por nosotros.
Me hizo mucho daño.
Intenté ser creativa también durante la enfermedad. Poco después de la primera operación,
Micke y yo hicimos el álbum The Change. El disco fue el desarrollo de un trabajo que habíamos
comenzado antes de que yo cayera enferma. Ya habíamos grabado juntos una versión de una canción
que se titula «The Good Life».
Se trataba de disfrutar de la luz y de las cosas buenas de la vida en medio de nuestra tragedia.
Lennart Östlund, el técnico de sonido con el que trabajábamos, era un tío muy majo. Evitábamos
pensar siempre en la enfermedad, aunque a veces Micke tenía que llamar al médico y comprobar los
tonos casi al mismo tiempo. El trabajo con el disco era una zona protegida. Sigo pensando que es uno
de los mejores trabajos que hemos hecho juntos. Naturalmente, las letras trataban de la alegría de
estar vivo. En la oscuridad más absoluta hicimos un disco luminoso. Esta es una de las letras más
tristes del disco, pero describe precisamente cómo me sentía entonces:
Suddenly the change was here
Cold as ice and full of fear
There was nothing I could do
I saw slow motion pictures of me and you.
Far away I heard you cry
My table roses slowly died
Suddenly the change was here
I took your hands, you dried my tears
The night turned into black and blue
Still we wondered why me and you
After all we’re still here
I held your hand, I felt no fear
Memories will fade away
Sun will shine on a new clear day
New red roses in my hand
Maybe some day we will understand
Maybe one day we will understand
De repente el cambio estaba aquí
Frío como el hielo y lleno de miedo
No había nada que pudiera hacer
Vi imágenes a cámara lenta de ti y de mí.
Muy lejos, te oí llorar
Las rosas de mi mesa murieron lentamente
De repente, el cambio estaba aquí
Tomé tus manos, me secaste las lágrimas
La noche se volvió negra y azul
Todavía nos preguntamos por qué tú y yo
Después de todo todavía estamos aquí
Tomé tu mano, no sentí miedo
Los recuerdos se desvanecerán
El sol brillará en un nuevo día claro
Nuevas rosas rojas en mi mano
Tal vez algún día lo entendamos
Tal vez algún día lo entendamos
Aún sigo pensando que la letra refleja fielmente el momento que vivíamos. Desesperación, amor,
desconcierto y, al mismo tiempo, un intenso anhelo de hallar algún tipo de esperanza y de ser capaces
de aprovechar cada rayo de luz que asomaba.
Por muy mal que estuviera, siempre intenté mantener viva mi parte creativa.
Cuidar de mí se convirtió para Micke en una ocupación a tiempo completo. Me llevaba y me
traía del hospital y me ayudaba a recordar lo que me habían dicho sobre los medicamentos y los
tratamientos.
La noticia de que estaba enferma se extendió por todo el mundo. Mis fanes me enviaron una lista
de nombres y me contaron que habían puesto en marcha una cadena de oración por mí. Rezaban para
que me pusiera bien. He enmarcado esa carta y la conservo como uno de mis bienes más queridos.
Significó muchísimo para mí.
Muchas personas se pusieron también en contacto con nosotros para proponernos tratamientos
alternativos. «Deposita veinte mil dólares en esta cuenta y trágate después esta arena.» Sugerencias
más o menos de ese tipo.
Un médico egipcio de una universidad china fue uno de los que se pusieron en contacto con
nosotros. Micke habló con el oncólogo Stefan Einhorn para preguntarle qué pensaba él de ese
médico. Stefan Einhorn le contó entonces que ese médico había dado conferencias en el Instituto
Karolinska, pero que era un estafador.
También recuerdo que el doctor Stefan Einhorn nos contó, para consolarnos, que su padre había
padecido cáncer. Un médico le dijo que le quedaba un año de vida. Pero ese médico murió antes que
su padre. El propósito de Stefan Einhorn era consolarnos: nadie sabe cuánto tiempo le queda de vida.
Sin embargo, no sentimos que eso fuera ningún consuelo. Lo que queríamos escuchar en nuestra
situación era que uno se podía tomar una pastilla y curarse. Eso era lo único que queríamos que nos
dijeran.
Pero él intentó hacernos mirar la vida con otros ojos. Todo con la mejor intención.
Nos pusimos en contacto con la clínica Vidarkliniken, el hospital de los seguidores de la
antroposofía. Tienen clínicas en las que tratan el cáncer. Pero los tipos de cuidados que ofrecían
parecían realmente más orientados a pacientes terminales. Los pacientes se dedicaban al arte
contemplativo.
El médico que me recibió allí era una persona terrible. Empezó por leerme la cartilla. Vino a
decirme, más o menos, que si tenía cáncer la culpa era mía. Puesto que el tumor crecía en mi cuerpo,
yo tenía la responsabilidad de que estuviera allí. Yo misma lo había causado. Me derrumbé
totalmente. Yo solo podía enfrentarme entonces a personas amables, y aquel médico era más bien
estricto y condenatorio. Afirmó que yo me había dañado el sistema inmunitario, entre otras cosas, por
beber alcohol. Nunca lo olvidaré, nunca me había sentido tan humillada como entonces, ante su
insoportable monólogo.
En cualquier caso, me recetó un extracto de hierbas naturales que solo se podía adquirir en
Järna, un pueblo. Un taxi iba regularmente a buscar el extracto. Eran tres horas de viaje y las hierbas
nos salían por varios miles de coronas cada vez. Uno no es nada exigente en la situación en que yo
me encontraba entonces, sino que haces lo que te dicen.
Micke removió cielo y tierra, realmente hizo todo lo que pudo. Su escritorio estaba lleno de
notas que nadie podía tocar.
Se puso en contacto con un oncólogo de Estados Unidos y comenzó a enviarle mis radiografías.
Nos dio una cita para visitarlo. El hospital estaba en Houston, en Texas. Pero yo entonces me negué.
No me sentía con fuerzas. Sencillamente, era demasiado. Yo solo deseaba estar tranquila. No quería
ir de un lado para otro.
Le preguntamos a Stefan Einhorn qué opinaba él sobre el asunto. Nos dijo que podíamos hacerdos cosas: o buscar tratamientos alternativos, como Micke hacía entonces, o no hacer nada. Ambas
opciones eran igualmente buenas. El tratamiento del cáncer en Suecia tiene unos niveles de calidad
tan altos, nos dijo, que podíamos quedarnos en casa con total seguridad.
Entonces tomamos una decisión: íbamos a confiar en los tratamientos oncológicos que ofrece la
sanidad sueca. Fue muy bueno hacerlo así. A partir de entonces todos nos sentimos más tranquilos.
Micke trató de prepararme para la muerte. Le resultaba muy difícil saber, por ejemplo, cómo
quería yo que fuera mi entierro sin romper el escudo de negación tras el que me protegía del exterior.
Se puso en contacto con la clínica Erstagården, a la cual acudimos para participar en una terapia
que nos preparaba para afrontar la muerte de un familiar. Estuvimos allí y hablamos, pero yo no era
capaz de asimilar que realmente estábamos hablando de mí.
Micke llamó también al párroco de Östra Ljungby, que era quien me había confirmado, nos
había casado y había bautizado a nuestros hijos. Una persona muy buena y comprensiva. Vino aquí, a
nuestra casa. Durante ese encuentro no dejé de llorar, no comprendía —o no quería comprender— el
tema del que todos querían hablar conmigo. Micke tuvo que emplear diferentes argucias para
conseguir que yo le dijera cómo quería que fuera. Me contaba, por ejemplo, cómo quería que fuera su
entierro, para preguntarme después cómo quería yo que fuera el mío.
¡Es horrible recordar aquellos momentos!
Han pasado más de trece años desde entontes y ¿sabes que hasta ahora no he podido pronunciar
las palabras tumor cerebral?
Durante mucho tiempo he sido incapaz de decirlas en voz alta. La conmoción permaneció
durante años. Y el dolor. Fue muy difícil para mí asimilar que estaba tan enferma, aunque lo fui
admitiendo poco a poco. Prefería no hablar de ello con nadie. Era como si no existiera si yo no lo
reconocía. La intuición de que podía morir era algo que únicamente era capaz de admitir durante
unos pocos instantes, ante mí misma, por la noche.
Pero ante los demás quería hacer como si no pasara nada que tuviera que ver con mi enfermedad
o con la muerte. Era como un gran elefante en una habitación. Yo intentaba aparentar que todo era
normal, aunque cualquiera podía darse cuenta de que no era así.
El hecho de que ahora pueda hablar de ello es muy importante. El dolor rompió las compuertas.
Antes estaba estancado dentro. Ahora, afortunadamente, Micke y yo podemos hablar abiertamente de
la enfermedad. Pero ha llevado su tiempo antes de que pudiéramos hacerlo de verdad. Tardé mucho
tiempo en reconocer que estaba enferma. Por eso, para mí, ahora, es tan importante contarlo en este
libro. Para que otros sepan cómo ha sido. Quizá pueda dar esperanza o servir de consuelo a otras
personas.
HELSINGBORG, MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO DE 2014
DE VUELTA A LOS ORÍGENES
Es tarde y estoy sentada en el restaurante del hotel Marina Plaza de Helsingborg esperando a que
lleguen Marie y Micke para celebrar el estreno de su primera gira en solitario desde que Marie cayó
enferma.
Vamos a tomar un refrigerio nocturno con canapés de gambas y vino blanco frío. Somos muchos
los amigos que estamos esperando, entre otros, Thomas Johansson y Staffan Holm de la empresa de
eventos musicales Live Nation; Kjell Andersson, que era uno de los directivos de EMI cuando Marie
saltó a la fama en la década de los ochenta; Marie Dimberg, y los amigos de Marie, Pähr Larsson y
Christian Bergh.
La espera es ilusionante y la gente charla animada. Todo el mundo quiere felicitarla y abrazarla.
¡Lo ha conseguido, después de tanta preocupación y de tantas dudas como habían precedido al
estreno de la gira! Sobre todo por parte de Marie. Sola en un escenario. Con el pie que le da
problemas y sus dificultades para mantener el equilibrio. ¿Sería capaz de hacerlo?
Sí. La respuesta del público que asistió al estreno fue cálida y agradecida. «We love you,
Marie!», gritaban los fanes que habían llegado desde el extranjero.
«We love you!»
Ellos están en otra zona del restaurante y esperan poder ver siquiera un atisbo de su querida
ídolo. Han llegado desde Dinamarca, Holanda, Argentina, España y desde otros muchos países.
Previamente, durante la tarde, les pregunté a algunos de ellos por qué habían viajado desde tan lejos
para ver el estreno de Marie y oírla cantar en un idioma que no entienden. Todos me han dado más o
menos la misma respuesta. «Ella nos conmueve.» A pesar de que ninguno de ellos habla sueco, dicen
que creen saber lo que Marie está cantando. Se trata de sentimientos. «Nadie sabe transmitirlos como
ella», afirman.
Los admiradores extranjeros de Marie se saben la mayoría de sus clásicos de memoria: «Tro»
(«Fe»), «Ännu doftar kärlek» («Aún huele a amor»), «Om du såg mig nu» («Si me vieras ahora»),
«Sjunde vågen» («La séptima ola»), «Efter stormen» («Después de la tormenta») y «Sparvöga»
(«Ojo de gorrión»).
Pero me dicen que también les gusta su nuevo álbum Nu! (¡Ahora!), que incluye canciones que
Marie ha presentado esta noche tales como «Kom vila hos mig» («Ven, descansa a mi lado») y el
tema que ella misma ha compuesto, «Sommarens sista vals» («El último vals del verano»).
Ahora están sentados con algo de beber delante y echan una ojeada de vez en cuando hacia el
lugar por donde ellos creen que va a aparecer Marie.
No ha sido algo exento de dificultades que Marie se lanzara a esta gira. Sencillamente, como
ella dice, se puso el mundo por montera, para demostrar a los demás y a sí misma que era capaz de
volver a los escenarios. Tenía que hacerlo por su propio bien, por amor a sus viejas canciones, por
la alegría de cantar las nuevas, para encontrarse con su público sueco, que tiende a quedar a la
sombra del de Roxette.
Micke era escéptico al principio. Pensaba que Marie debía ahorrar sus fuerzas para la gran gira
mundial de Roxette que iba a comenzar a finales de octubre. Pero cuando se dio cuenta de lo
importante que era para Marie, le prestó enseguida todo su apoyo y tocó el piano durante la gira. El
resto de la banda está formada por personas con las que Marie se siente absolutamente segura. Pelle
Alsing de Roxette en la batería, el guitarrista Christoffer Lundquist, que también acompaña a Roxette
y que, además, es el productor del disco Nu! (¡Ahora!), junto con Micke y Jocke Pettersson, su
sobrino, que también toca la guitarra, y luego, Surjo Benigh, un nuevo conocido, al bajo.
Marie no se cansa de repetir lo mucho que le gustan los músicos que la acompañan. Lo mucho
que la alientan y la animan, creen en ella y la consuelan cuando lo necesita.
Un reto para esta gira ha sido tener que aprenderse las viejas letras. Con su lesión neurológica
es extremadamente difícil. Su hijo Oscar ha demostrado una paciencia infinita ayudándole a
repasarlas. Estrofa a estrofa, verso a verso, Marie ha repetido las palabras una y otra vez. Solo una
de sus canciones permanecía en su memoria desde el principio: «Ännu doftar kärlek» («Aún huele a
amor»), que recuerda inmediatamente.
«Me acompañará hasta el día del Juicio Final —dice Marie—. Flores y amor, ¡esas cosas no se
olvidan!»
Por el murmullo y los aplausos de sus seguidores extranjeros se sabe que Marie, finalmente, se
está acercando. Han pasado dos horas desde que terminó el concierto, viene un poco cansada, con
ojeras, pero con una sonrisa grande, amplia y feliz. Camina despacio, apoyada en el brazo de Micke.
¿Aliviada, contenta?
«Sí, puedes creerme —nos dice—. Ha sido absolutamente fantástico. ¡Qué público!»
El motivo de que se haya demorado tanto en acudir a la fiesta de su estreno ha sido la brutal
ensalada de besos y abrazos que ha tenido lugar después del concierto. Familiares y amigos se
habían dado cita entre el público y después se produjo la alegría del reencuentro detrás del
escenario. Marie no viene con demasiada frecuencia a su vieja tierra. Viaja alguna vez a Östra
Ljungby, el pueblo de su infancia, para visitar a su hermano mayor, Sven-Arne, y a Gertie, su esposa.
Ellos viven justo al ladode la casa donde creció Marie. También va de vez en cuando a Rydebäck,
donde vive su hermana Tina con su familia.
Marie se sienta y aparecen los canapés de gambas en la mesa. Brindamos por el exitoso estreno.
Ahora comienza una gira de dos meses de una punta a otra del país. Marie refunfuña un poco por
cosas que podía haber hecho de manera diferente, un poco mejor.
Aliviada y contenta, sí, pero satisfecha al cien por cien, no. Suele ser así en las giras. Los
artistas les dan muchas vueltas a los fallos, por pequeños que sean.
Marie parece irradiar calor por todo el cariño que ha recibido de las personas que forman parte
de su pasado, que se han reunido a su alrededor en el camerino.
Las personas que estuvieron más cerca de ella en la infancia.
Marie nos cuenta su infancia de la misma manera que otras muchas cosas de su vida, con fuertes
contrastes. Luz, calor, amor. Pero también sombras, miedo y tragedia.
«¡QUERÍA VERLO TODO, EL MUNDO ENTERO!»
MARIE CUENTA
Crecí en Östra Ljungby en el noroeste de Skåne. Östra Ljungby es un pequeño pueblo que está al lado
de la autopista entre Åstorp y Örkelljunga, a treinta kilómetros de Helsingborg.
¿Qué había allí? No mucho. Bueno, sí, recuerdo que había un señor muy bueno en el puesto de
perritos calientes. Yo nunca tenía dinero, pero él solía darme una salchicha de todos modos. Dos
tiendas de comestibles, una floristería, un estanco y tres cafeterías. La iglesia. El campo de deportes.
El tiempo, a menudo ventoso y frío. El viento silbaba en los campos llanos.
Así se puede resumir Östra Ljungby.
Cuando veo ahora la casa de ladrillo en la que vivíamos me parece pequeña. Pero cuando
llegué allí con cuatro años recuerdo que me pareció grande y lujosa.
Uno de los primeros recuerdos de mi vida es de cuando nos instalamos allí. No lo olvidaré
nunca. Aquello fue fantástico. Llegar a una casa que era nuestra. ¡Tener un cuarto de baño! La casa en
la que vivíamos antes tenía un retrete sin agua fuera y en la casa solo había agua fría. Mi hermana
Tina y yo saltamos de alegría en la cama de nuestros padres. Nos pareció todo nuevo y muy bonito.
La casa, como ya he dicho, no era realmente tan grande. Mi hermana Tina, que tenía tres años
más que yo, mi madre, mi padre y yo compartíamos dormitorio. Mis hermanas mayores, Anna-Lisa y
Ulla-Britt, tenían que compartir otro, y mi hermano mayor Sven-Arne tenía un dormitorio para él
solo. Tres dormitorios era todo lo que teníamos.
Éramos una familia grande. Todos teníamos dos nombres. Así solía ser entonces allí. A mí me
bautizaron como Gun-Marie y a Tina como Inga-Stina. Y luego estaban Sven-Arne, Ulla-Britt y Anna-
Lisa. También tenía una amiga que se llamaba Eva-Karin. Tanto Tina como yo eliminamos uno de los
nombres cuando nos hicimos mayores. Pero cuando era niña me llamaban Gun-Marie hasta en la
escuela. Y también Gunsan, Majsan o Gun. Fue más tarde cuando decidí que me iba a llamar solo
Marie.
Sven-Arne nació en 1942; Anna-Lisa, en 1945, y Ulla-Britt, en 1947; los tres eran bastante más
mayores que Tina y que yo, que nacimos en 1955 y en 1958. Cuando nací yo, Tina estaba
acostumbrada a ser la benjamina de la familia. Así que al principio no le hizo mucha gracia tener una
hermana pequeña. Pero eso se le pasó con el tiempo. Hemos crecido juntas y somos importantes la
una para la otra. Los hermanos mayores dejaron la casa cuando yo estaba en primer ciclo de
primaria, así que Tina y yo fuimos durante muchos años las únicas niñas que vivían en casa.
Antes de mudarnos a Östra Ljungby vivíamos en Össjö, un pueblo más pequeño. Allí nací, el 30
de mayo de 1958. Gösta, mi padre, había tenido antes una granja. Intentó cuidar también, al mismo
tiempo, la granja de su padre. El abuelo estaba viudo y achacoso. Pero llegaron varios años seguidos
de inundaciones y malas cosechas. Para superar la mala situación, Gösta se vio obligado a pedir un
préstamo al banco. Y para que le concedieran ese dinero dos de sus hermanos tuvieron que firmar
como avalistas. Con el tiempo, la situación se volvió insostenible. Sus hermanos se vieron obligados
a pagar el préstamo, lo cual dio lugar a desavenencias. El embargo y la posterior subasta de los
bienes supusieron un duro golpe para nuestra familia. Sven-Arne recuerda el momento cuando fueron
a llevarse las vacas y Ulla-Britt recuerda el sonido del mazo sobre la mesa cada vez que se vendía
alguna cosa de la granja.
Yo no recuerdo nada de eso.
Nos vimos obligados a meternos en una pequeña casa de alquiler, con corrientes de aire y en la
que solo había agua fría. Allí pasé los primeros años de mi vida. Solía hacer mucho frío en aquella
casa. Cuando mi padre vio que yo estaba intentando cortar muñecas de papel, pero no podía porque
tenía los dedos agarrotados de frío, decidió que teníamos que mudarnos.
Así fue como acabamos en Östra Ljungby. Sven-Arne y Anna-Lisa ya se habían hecho mayores y
podían empezar a trabajar y contribuir al mantenimiento de la casa.
Recuperamos la esperanza en el futuro. Mi padre consiguió un trabajo de cartero rural y a veces
me dejaba acompañarlo en el reparto. ¡A mí me encantaba! Mi padre y yo íbamos cantando juntos, y
recuerdo que yo siempre viajaba de pie en el coche. Tenía tanta curiosidad que quería verlo todo, el
mundo entero. Cuando no cantaba, hablaba sin parar. Me llamaban la pequeña parlanchina. Además,
nunca podía parar quieta. Siempre estaba fuera, jugando, y me ponía morena como una galleta de
jengibre nada más empezar la primavera. Solía tener un exceso de energía desbordante.
—¿Qué hago? ¿Qué hago? —le preguntaba insistentemente a mi padre.
Él siempre me contestaba lo mismo:
—Da una vuelta alrededor de la casa corriendo.
—Ya lo he hecho. ¿Y ahora?
—Corre otra vuelta más.
Mi padre era un excelente cantante. Cantaba como el tenor Jussi Björling. La música era su
vida. Sabía tocar varios instrumentos. De haber nacido en otras circunstancias, seguro que se habría
convertido en cantante de ópera. Pero no creo que cupiera siquiera en sus sueños imaginarse algo así.
Todas las hermanas cantábamos también. A los únicos a los que no les gustaba cantar era a Inez,
a mi madre y a mi hermano Sven-Arne. Él, sobre todo, por timidez.
A veces le dábamos la lata a mi madre. Nos hacía gracia chincharla de esa manera.
—Vamos, mamá, canta algo, para que podamos oírte.
—Tralarí-tralará —decía ella—. Ya está, ya he cantado.
Pero todas las hermanas cantábamos. La música era muy importante para toda la familia. Mi
padre tenía siempre la necesidad de tocar y cantar. Nosotras le acompañábamos y él nos enseñó a
bailar las variantes populares suecas de la polca y del chotis.
Íbamos a menudo a la iglesia y cantábamos en el coro. Había un cantor que se llamaba Bengt-
Göran Göransson que era un gran entendido. Nosotras cantábamos en su coro infantil. Cuando se casó
mi hermana Ulla-Britt en 1970 con Jesper, su querido novio danés, Tina y yo ensayamos con Bengt-
Göran Göransson la canción «La gloria de Dios en la naturaleza», de Beethoven. Se dijo que entre
los asistentes nadie pudo contener las lágrimas, y no es de extrañar que fuera así.
Yo era muy madrugadora; siempre era la primera de la familia en despertar. Entonces me ponía
a cantar en la cama y despertaba a mi hermana Tina. Yo le decía que estaba cantando ópera. Arias en
voz alta. Y Tina se ponía de los nervios.
—Cállate, quiero dormir —gritaba.
Pero no podía evitarlo. Siempre quería cantar. Así sigo todavía. Micke y los niños ya se han
acostumbrado a ello.
Fue duro para mis padres conseguir que nos alcanzara el dinero. A veces comíamos «sopas de
leche». Me cuesta pronunciar esas palabras, me dan arcadas solo oírlas. No te imaginas cuánto las
odiaba. Son sopas de pan duro con leche caliente, espolvoreadas con un poco de azúcar y canela.
Solo comíamos fruta en Navidad, no podíamos permitirnos otra cosa. Y si había plátanos alguna vez,
solo tocábamos a medio cada uno. Si quedaba un borde de queso no se tiraba, entonces se sacaba el
rallador y luego mojábamos el bocadillo en el queso rallado.
No actuábamosasí solo por la falta de dinero. Eran otros tiempos, en los que todos eran más
ahorradores. No se derrochaba como se hace ahora.
Mi padre y mi madre cosían ropa de niños en casa para una empresa de confección. Luego nos
apretujábamos en el coche y nos dirigíamos a Helsingborg para entregar las prendas. Recuerdo que
yo sacaba de quicio a mi padre porque no era capaz de permanecer quieta sentada, sino que daba
patadas al asiento delantero. Mi padre iba fumando todo el tiempo en el coche, y Tina y yo nos
mareábamos. Pero, al mismo tiempo, eran unos viajes muy divertidos. A veces cruzábamos a
Helsingør para comprar comida más barata. Entonces nos solían comprar un helado de cucurucho a
cada una, con nata y mermelada, que sabía a gloria.
Como la ropa de niños no daba suficiente dinero, mi madre comenzó a trabajar por turnos en
Björnekulla, la fábrica de mermeladas. A Tina y a mí aquello nos pareció un poco vergonzoso. La
mayoría de nuestros amigos tenían a sus madres en casa. Mi madre trabajaba por la tarde una de cada
dos semanas y entonces solo podía ocuparse de nosotros por la mañana. Una de cada dos semanas
teníamos que arreglárnoslas solos. A veces no había pan, a veces no había dinero.
Yo tenía seis años cuando mi madre empezó a trabajar en la fábrica. Recuerdo que me escondía
debajo de la mesa y tenía un miedo terrible. Quería esconderme porque me parecía oír ruidos todo el
tiempo. Eso me estresaba. Era horrible estar escondida allí y tener miedo. No me sentía segura, solo
esperaba a que mi padre volviera a casa después del reparto del correo. Una vez que llegaba a casa,
él se ponía a dormir.
Siempre me ha costado mucho estar sola y creo que esto tiene sus raíces en la infancia, cuando
me vi obligada a arreglármelas por mí misma. Esas cosas dejan huella. Hoy en día puedo apreciar
estar sola a veces. Me basta con saber que alguien volverá a casa por la noche. Pero si Micke
desapareciera de mi vida, me costaría mucho arreglármelas. Crecí en una familia grande y para
nosotros la soledad era algo inconcebible. Tener gente alrededor era lo natural.
Una de cada dos semanas mi madre estaba en casa y nos preparaba el desayuno. Sabía hacer
unos bollos muy ricos. Es importante recordar también las cosas positivas. El día que mi padre
recibía su sueldo era otra de ellas, entonces siempre había algo extra. ¡Cómo me gustaban esos días!
No pasábamos hambre. Pero teníamos que heredar la ropa y soñábamos con comprarnos ropa
nueva. Alguna vez compramos a través de Ellos, la cadena de venta por catálogo; era muy
emocionante. A mi madre le daban también conservas en la fábrica de mermeladas, frascos con algún
error en la etiqueta o cosas así. Nosotros nos los comíamos igualmente. En Navidad comprábamos
medio cerdo. Así que todos los domingos comíamos un buen trozo de carne en la comida. Y de postre
tomábamos änglamat, migas de bollos, con nata y mermelada. Una fiesta semejante era algo
maravilloso.
El 11 de diciembre de 1965, cuando yo tenía siete años, ocurrió la tragedia que cambió la vida
de mi familia para siempre.
Entonces teníamos clase los sábados. Yo tenía una bicicleta pequeña para ir a la escuela. El
suelo estaba resbaladizo y había barro. Aguanieve. Pero así eran las cosas entonces, o ibas a la
escuela en bici o ibas andando, y la escuela a la que yo acudía estaba bastante lejos. Cuando llegué
al patio, se acercó a mí un chico mayor.
—Oye, ¡dicen que tu hermana ha muerto!
Me dio un vuelco el corazón.
—No digas eso, ¡es mentira!
—Sí, eso dicen.
Volví a casa con la bicicleta. Resbalé, me levanté, pedaleé, resbalé de nuevo. El suelo estaba
muy escurridizo y yo estaba muy asustada y con el alma en un hilo. Ese es uno de los recuerdos más
fuertes que tengo, que me caigo de la bici todo el tiempo.
Cuando llegué a casa vi a mi hermano mayor Sven-Arne. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos
de llorar.
—¿Sabes lo que ha pasado? —me preguntó.
Entré en la cocina. Todos estaban llorando. Ulla-Britt acababa de llegar en el tren. Nos
reunimos en la cocina.
—¿Ha muerto Anna-Lisa? —pregunté.
—Sí —contestó mi madre—. Y nunca más volverá.
Anna-Lisa se dirigía a Klippan para comprarse un vestido.
Se iba a prometer con Ingemar, su novio, el día de Nochevieja y quería estar muy guapa. La
acompañaba Siw, su mejor amiga, para aconsejarla. Anna-Lisa conducía el coche y Siw iba a su
lado. En la carretera helada, a Anna-Lisa se le fue el coche y se estrelló contra una camioneta de la
leche. Murió en el acto. Siw sobrevivió al accidente, pero resultó herida de gravedad. El hombre que
conducía la camioneta conocía a Anna-Lisa, y se quedó conmocionado y totalmente destrozado. Fue
una tragedia terrible. Östra Ljungby es un pueblo pequeño y todos hablaban del accidente.
La víspera del accidente, mi padre había arreglado el coche de Anna-Lisa para que ella pudiera
conducirlo. Por eso, él se culpó a sí mismo del accidente y quedó terriblemente conmocionado.
Estaba totalmente desquiciado. Imagínate a una niña de siete años oyendo a su propio padre maldecir
y llorar. Gritaba por las noches. Daba unos gritos que te despertaban en mitad de la noche. Fue un
tiempo horrible. Yo era muy pequeña y no entendía todo lo que pasaba.
Recuerdo el entierro. Era muy importante cómo iba uno vestido. Pensaron que Tina y yo éramos
demasiado pequeñas para ir de negro, así que nos pusieron unas chaquetas de color azul oscuro. Hay
una fotografía en la que estamos Tina y yo con las chaquetas y con flores en las manos. El día del
entierro nevaba sobre la pequeña iglesia de Östra Ljungby. Mi padre llevaba sombrero de copa y las
mujeres velos que les cubrían las caras. De pequeña me parecía que los velos eran horrorosos.
«¿Por qué lleváis eso?», pregunté llorando.
Recuerdo también que teníamos que mirar hacia abajo, a la fosa, cuando bajaban el ataúd.
Recuerdo que durante el café que siguió al entierro, el párroco, una persona maravillosa, que se
llamaba Carl Greek, se sentó con los niños para que habláramos de otras cosas y riéramos un poco.
Lo necesitábamos, estábamos aterrados por todo lo ocurrido.
Después todo parecía irreal. Fue un invierno jodidamente frío, eso lo recuerdo bien. Estaba allí,
con mis amigos, en las afueras del pueblo, y todo era raro y terrible. Silencioso, frío y desolado.
Nuestro hogar se vino abajo cuando murió Anna-Lisa. Mis padres envejecieron diez años de
golpe. Casi se podía ver cómo se les volvía el pelo gris. Sobre todo a mi padre, que se hundió
totalmente.
El dolor de mi padre lo invadía todo. Mi madre tuvo que callar el suyo. No la vi llorar más
después del entierro. Mis hermanos mayores me han contado que se culpaba por haber reñido a
Anna-Lisa la víspera del día del accidente. Tina y yo estábamos en la bañera y Anna-Lisa estuvo
jugando y haciendo bromas con nosotras, de manera que el cuarto de baño acabó lleno de agua. Mi
madre se enfadó por eso, y luego repetía una y otra vez: «¿Por qué no las dejé jugar? Un poco de
agua..., ¿qué importancia tenía?».
Ella también solía decir cosas como «deja que los niños hagan lo que quieran, no sabemos si
podrán hacerlo mañana». A ella tampoco le gustaba dejar las cosas para mañana. Nunca se sabe
cuándo puede ser demasiado tarde.
Gösta, mi padre, ya tenía problemas con la bebida antes del accidente, pero, después de él,
comenzó a beber aún más. No era capaz de ver ni una sola fotografía de Anna-Lisa sin derrumbarse.
Mi madre retiró todas las fotos para ayudarlo. Lo mejor era no recordársela.
Yo quería ver sus fotos y recordarla, pero no pude. No podíamos hablar de ella en absoluto.
Nada de fotos, prohibido hablar de ella. Teníamos que hacer como si ella no hubiera existido.
Pero éramos niños y ¡queríamos hablar! Mi querida hermana mayor había muerto y no podíamos
hablar más de ella. Absurdo totalmente. Solo varios años después del accidente pudimos hablar
abiertamente de la muerte de Anna-Lisa dentro de la familia.
Ahora me encanta ver fotos de Anna-Lisa. Alcancé a conocerla muy poco de pequeña. Recuerdo
cuando Ulla-Britt y Anna-Lisa salían a bailar los sábadospor la tarde. Cómo se maquillaban y se
arreglaban. Era fascinante. Se ponían faldas de tul que dejaban ver las piernas. Me gustaría tener más
recuerdos de los que tengo.
Mi padre lloraba, bebía y fumaba en el sótano. Recuerdo que yo bajaba a veces y le preguntaba:
«Papá, ¿qué estás haciendo?».
Entonces él trataba de secarse las lágrimas lo mejor que podía. Luego, mi padre y yo nos
sentábamos a hablar un rato. La mayoría de las veces sobre canciones y música. Él siempre tenía a
mano el violín.
Mi padre estaba destrozado y nosotros teníamos que hacer todo lo posible para intentar
animarlo. Si Tina y yo cantábamos a dos voces, entonces se ponía contento. Ese era su consuelo.
La música también nos ayudó a Tina y a mí. Ambas asistíamos a la escuela dominical y allí
podíamos cantar. Recuerdo que fue un descanso cantar en el coro en las Navidades después del
accidente. Era un alivio poder ir allí.
Gertie, la esposa de Sven-Arne, mi hermano mayor, era también una persona con la que podía
hablar de la muerte de Anna-Lisa. Gertie y yo nos queríamos mucho. Ella entró muy pronto a formar
parte de la familia. Yo tenía pocos años cuando Sven-Arne y ella se casaron. Me ha contado que lo
primero que le dije cuando la conocí fue: «¿Por qué tienes una boca tan pequeña?». Un ejemplo más
de que realmente yo no era muy tímida entonces. Al contrario, era muy directa.
Tina suele decir que en nuestra familia aprendimos a abrazarnos tras la muerte de Anna-Lisa.
Que, a pesar de todo, creció entre nosotros una especie de alianza, aunque no pudiéramos o no
supiéramos ponerle palabras. Cosas por las que antes discutíamos perdieron importancia.
Cuidar de nosotros se convirtió en la principal tarea de mi madre y por eso ella ocultó su propio
dolor. A veces pienso que fue eso lo que hizo que enfermara de párkinson cuando solo tenía cuarenta
y ocho años.
Tina y yo también nos encerramos en nosotras mismas para poder sobrellevarlo. Nos perdíamos
en nuestro mundo de sueños e imaginación. Viví mucho en mi mundo de fantasías cuando era
pequeña. Me evadía en mi mundo de cuentos de hadas. En él, yo era famosa y Ulla-Britt tenía que
hacer de presentadora con el extremo de una comba a modo de micrófono:
—¿Cómo te llamas?
—Gun-Marie Fredriksson.
—¿Dónde vives?
—En Östra Ljungby, apartado de correos 57.
Nadie podía hacerme daño en mi mundo de fantasía. Todo estaba permitido y todo era bueno en
ese mundo. Amaba ese mundo. Tina y yo nos construimos nuestros propios mundos y jugábamos a
todo lo imaginable. Mirábamos la tele y veíamos un mundo enorme del que no había gran cosa en
Östra Ljungby. Nos aliviaba saber que había otro mundo más grande.
Cuando tenía diez años encontré a mi primera amiga de verdad. Se llamaba Kerstin y solíamos
jugar juntas «al correo». Para ello, tomábamos prestadas cosas de mi padre. Jugábamos también a
hacer espiritismo con un vaso en una especie de tablero de guija. Entonces solía participar también
Tina. Dibujábamos una plantilla con todos los números y las letras. Luego, calentábamos un vaso con
ayuda de una vela. Después poníamos los dedos índice y corazón sobre el vaso al mismo tiempo que
formulábamos una pregunta. La pregunta podía ser sobre un chico o también sobre cosas más ocultas
que nos cuestionábamos. El vaso se movía solo hacia las diferentes letras o números. O,
sencillamente, nosotras queríamos creer que era así.
¿Puedes creer que nos poníamos nerviosas? Una vez el vaso cayó al suelo. Nos asustamos tanto
que al final acabamos gritando como locas.
Kerstin tenía la risa más maravillosa del mundo, aún la recuerdo. Cuando ella se reía, yo
también me ponía contenta. Todavía hay veces que echo de menos su risa.
Mi padre era en realidad una buena persona. Pero tuvo una vida muy dura. Enemistado con sus
propios hermanos después del embargo, los problemas económicos eran constantes. Éramos tantos
que mi padre y mi madre tuvieron que trabajar mucho; mis padres se dejaron la vida trabajando. El
dinero que nunca alcanzaba, el dolor por la muerte de Anna-Lisa.
De pequeña sentía vergüenza cuando él se emborrachaba y se volvía pesado y alborotador. Mi
madre también se avergonzaba. Después ella siempre decía: «Ya ha pasado, ya no se habla más de
ello. Ya está todo arreglado». Luego, hacía como si no hubiera pasado nada. Era una vergüenza. En
un pueblo tan pequeño todos sabíamos todo de todos. Era un maldito chismorreo constante. Los unos
hablaban mal de los otros continuamente.
Nunca se sabía cómo le iba a caer a mi padre la bebida. A veces, se convertía en un alegre
músico. Pero, a veces, se enfadaba e iba refunfuñando. Y, entonces, solía ser mi madre quien tenía la
culpa. Lógicamente, a un niño no le gusta oír que su padre le diga a su madre que no vale para nada.
A veces, antes de quedarnos dormidas, Tina y yo oíamos que él estaba borracho y entonces lo único
que queríamos era que volviera a amanecer cuanto antes. En verano, Tina y yo jugábamos a
bádminton fuera de casa y, a veces, nos quedábamos jugando hasta que era tan de noche que casi no
podíamos ver ya la pelota. No queríamos entrar en casa cuando mi padre estaba borracho, daba
voces y golpeaba las puertas.
Yo quería a mi padre. Pero cuando se emborrachaba decía muchas barbaridades. Volcaba la
rabia que llevaba en su interior contra mi madre. Fue terrible, nosotras mientras tanto permanecíamos
sentadas llorando. ¡Él realmente no era así! ¡De verdad! ¡Mi «padre bueno» sabía hacer bromas y
tocar música!
Inez, mi madre, sucumbía. A veces le decía: «Cállate». Pero no recuerdo que ninguna vez lo
dijera en tono severo. Ella esperaba a que se le pasara. Lo dejaba pasar. Él daba portazos y al final
se bajaba al sótano y tocaba el violín. Esto ocurría los fines de semana. Durante el resto de la semana
estaba sobrio.
Mi madre era una mujer fantástica, no comprendo cómo pudo soportar aquello. Su principal
preocupación era que el dinero le llegara para comprarnos comida. La bebida de mi padre también
costaba dinero, y esa creo que era su mayor preocupación con respecto al problema de mi padre con
el alcohol.
A veces me pregunto hasta qué punto nos ha influido el hecho de fingir que no pasaba nada, que
todo estaba bien otra vez. Nosotras nos hemos convertido en ese tipo de personas que piensan que es
su obligación hacer que todo el mundo se sienta bien. «Venga, ahora cantamos un poco, y ya todo
estará bien otra vez.» Tina piensa que yo quizá debería haberme enfadado más alguna vez.
Cuando conocí a Micke, él observó que yo contaba cosas de mi infancia distanciándome mucho
de ellas. Que hablaba, por ejemplo, de la muerte de Anna-Lisa sin manifestar el menor sentimiento.
Él me animó a que me atreviera a acercarme a mi niñez sin mantener una distancia emocional tan
grande. Le estoy agradecida por ello. Eso ha hecho que me sienta más completa como persona. Ya no
estoy tan inquieta, como si una angustia o una sombra me persiguiera.
Realmente, que todos se sientan bien a mi alrededor es algo que se me quedó grabado desde la
infancia. Nadie puede pelearse o estar triste. Teníamos una gata que se llamaba Missan. No tendría
yo muchos años, cuando una noche al ir a acostarme tuve que intervenir en una pelea que tenía con
otro gato. Yo quise arreglarlo y que hicieran las paces de nuevo. Y fui yo quien acabó llena de
arañazos.
Hoy en día se habla más sobre aquello por lo que antes se intentaba pasar de puntillas. Y yo he
aprendido que todo es más fácil de sobrellevar cuando uno comparte sus experiencias con otros. Uno
se siente menos solo.
Pero no siempre es fácil. Hay cierta resistencia. Cuando hablo de mi infancia en el libro, lo
hago con cierta vacilación.
No me da vergüenza hablar de una manera absolutamente sincera de cómo era la situación en mi
familia. Eso ya lo he superado. Pobreza, alcoholismo, ¿por qué tiene uno que avergonzarse de
haberlo sufrido?
Sin embargo, no quiero que parezca que todo fueron desdichas. Nosotros, los niños, nos las
arreglamos, porque podíamos reír y cantar y tocar, y porque nos teníamos los unos a los otros.
También

Continuar navegando