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Literaturas Hispanoamericanas

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Literaturas de Língua espanhoLa
Unidad II
LITERATURAS HISPANOAMERICANAS
Durante la primera unidad nos dedicamos a estudiar la literatura en lengua española producida 
en España, desde sus orígenes hasta nuestros tiempos. Ahora que vamos a estudiar la Literatura 
Hispanoamericana, tenemos que tomar el mismo cuidado al empezar: definir claramente nuestro objeto 
de estudio. Al fin y al cabo, ¿qué es la Literatura Hispanoamericana? 
Como la entendemos aquí, es el conjunto de las literaturas escritas en español (o castellano) 
producidas en América, desde la época del descubrimiento del continente por los europeos hasta 
los días de hoy. Geográficamente, el “área” de la Literatura Hispanoamericana comprende los 
territorios de los siguientes países actuales: México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, 
Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Ecuador, 
Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile. Muchos países, ¿verdad? Lo que nos lleva a 
una segunda consideración.
Cuando estudiamos la Literatura Española, tenemos la oportunidad de conocer la literatura nacional 
de un único país. Por motivos prácticos y por tradición, al estudiar la Literatura Hispanoamericana 
tratamos de las literaturas nacionales de casi una veintena de países a la vez. Por esto, nuestro trabajo 
forzosamente tiene que ser distinto. No vamos a empezar por la Literatura Mexicana desde sus principios 
y seguir hasta los días de hoy para, enseguida, hacer lo mismo con la Literatura Guatemalteca y así 
sucesivamente. ¡Para eso necesitaríamos unas veinte “apostilas”! 
Lo que haremos en las unidades II y III es tratar el conjunto de la Literatura Hispanoamericana 
del descubrimiento hasta hoy, tratando de poner en relieve en cada momento lo que creemos que 
es fundamental para la comprensión de la cultura del continente como un todo. De este modo, en el 
período colonial nuestra mirada estará puesta especialmente en los actuales México y Perú (antiguos 
Virreinatos de Nueva España y del Perú), ya que estos fueron los principales centros de los comienzos de 
la conquista y de la colonización de América. 
Por otro lado, daremos especial atención a la Argentina en el siglo XIX, el período de la 
Independencia y de la construcción nacional, por entender que el caso del país platino nos sirve 
de modelo, de paradigma, para entender los procesos de independencia y construcción nacional 
que ocurren en casi toda América.
Por supuesto, no obstante la atención especial a determinados países, escritores y movimientos 
literarios a veces locales, trataremos de ver un poco de toda Hispanoamérica, de sus artistas y escritores, 
siempre en búsqueda de los rasgos que los hacen tan distintos entre sí y de los otros y, sin embargo, tan 
unidos por un abstracto sentido de pertenencia a una cultura única: la hispanoamericana.
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5 CRóNICAS dEL dESCUbRIMIENTO y dE LA CONqUISTA
Como hemos mencionado, nuestro objetivo en esta unidad es estudiar las literaturas escritas 
en español producidas en América. De ese modo, es lógico empezar por la llegada de la lengua 
española al continente, con los primeros descubridores, exploradores y conquistadores españoles. 
Sin embargo, antes de hacerlo, vale la pena un pequeño aparte para preguntarnos: ¿y antes 
de la llegada de los europeos, no había gente acá? Por supuesto que sí, había, como había una 
importante Cultura Precolombina, es decir, la cultura de los pueblos indígenas de antes de la 
llegada de Cristóbal Colón.
En América – y ahí podemos pensar no sólo en lo que se convertiría en Hispanoamérica, sino en los 
actuales territorios de Brasil, Estados Unidos y Canadá, por ejemplo –, antes de la llegada de los europeos, 
vivía un sinnúmero de pueblos indígenas, cada cual con su lengua, su cultura y sus costumbres propias. 
Aunque, por supuesto, cada uno de ellos tuviera su cultura propia, el nivel de organización social y 
desarrollo tecnológico no era el mismo entre todos los pueblos autóctonos. 
La verdad es que la mayoría de los pueblos indígenas, como los que vivían en Brasil, vivía en tribus 
dispersas, sin un poder político centralizado, y era poco desarrollada tecnológicamente. Sin embargo, los 
españoles se depararon en la conquista de América con al menos dos pueblos completamente distintos, 
con una organización social y un desarrollo económico y tecnológico admirables, comparables con 
los patrones europeos: los aztecas (en el México actual) y los incas (en los actuales Perú y Bolivia 
mayormente). 
Como comparación, la capital del Imperio Azteca, Tenochtitlán (actual Ciudad de México), era mucho 
mayor que cualquier ciudad española de la época, y más, se considera que era la ciudad más grande del 
mundo en aquel entonces. 
No obstante, la política colonizadora española (y también la portuguesa, aunque de manera algo 
distinta) de sumisión de los pueblos indígenas, con su conversión obligatoria a la fe católica y consecuente 
abandono de muchos de sus hábitos, costumbres y tradiciones, prácticamente aniquiló a esas culturas 
tan ricas. Algunas de ellas poseían incluso alfabetos jeroglíficos para la escrita de sus lenguas, pero poco 
de esos alfabetos ha sido descodificado hasta hoy. 
Por eso, mucho de las antiguas leyendas indígenas se ha perdido o se ha conservado en lengua 
castellana, con el perjuicio de que, en este caso, no sabemos hasta que punto las historias son 
realmente originales o “adaptaciones” españolas, es decir, desde un punto de vista europeo y 
católico. La obra más conocida de ese período prehispánico es el Popol Vuh (o Popol Wuj), el mito 
maya que narra la creación del mundo y la historia del pueblo Maya, que vivía en la región de la 
actual Guatemala y sur de México. 
Como el Imperio Maya ya había desaparecido cuando de la llegada de los españoles, las versiones 
del Popol Vuh que nos quedan hoy en día son traducciones, o transcripciones, españolas y se discute la 
existencia de una versión original, escrita en el alfabeto maya, de la obra.
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 Observación
Según los historiadores, los mayas vivieron más de 3000 años, pero su 
imperio entró en decadencia y ya no existía hacia 1480.
No hay duda, sin embargo, que a pesar de la falta de “Literatura Precolombina” propiamente dicha, 
es decir, obras de la cultura indígena escritas en alfabeto indígena antes de la llegada de Colón, nos 
sobran ejemplares de manifestaciones culturales de ese período en América. Además del patrimonio 
inmaterial – costumbres, tradiciones, palabras de origen indígena, hábitos alimentarios y de vestimenta, 
etc –, hay en museos de América y alrededor del mundo innúmeras piezas pictográficas, esculturas y 
objetos de los pueblos originales de América, antes que la Historia le agregara adjetivos: Hispanoamérica, 
Latinoamérica, Estados Unidos de América…
5.1 La crónica del descubrimiento
El 12 de octubre de 1492 las carabelas comandadas por el navegador genovés Cristóbal Colón 
(Génova, actual Italia, 1451 – Valladolid, 1506) llegan por primera vez a lo que sería bautizada Isla 
Hispaniola (actuales República Dominicana y Haití). 
En este momento se considera el descubrimiento de América por los europeos. Curiosamente, 
en toda América, incluso en los Estados Unidos, se considera esta la fecha del descubrimiento y 
Colón el autor de la hazaña, mientras en Brasil se parece considerar a Pedro Álvares Cabral como 
autor de algo aparte, el descubrimiento de Brasil, como si nuestro país no formara parte del 
continente. 
Eso se explica por la inmensa – e intensa – rivalidad entre Portugal y España, grandes potencias a la 
época de los descubrimientos y de las grandes navegaciones. Por otro lado, parece ser el marco fundadorde la idea de que Brasil no es parte del continente y no comparte con los otros países latinoamericanos 
mucha historia en común y una cultura con muchos puntos de contacto, más allá de la diferencia de 
idiomas, lo que nos parece algo lejos de ser verdadero. Pero volvamos a Colón.
En sus viajes a América, Colón le escribe al Rey de España cinco cartas (una de ellas no se 
conservó hasta hoy) en las cuales describe los viajes y el producto de la empresa: la descubierta de 
tierras y riquezas. Es como un “informe de productividad” al jefe, si pudiéramos poner las cosas en 
términos, digamos, empresariales modernos. De todos modos, las Cartas de Colón, si consideramos los 
criterios que establecimos al principio, se pueden considerar como el texto fundador de la Literatura 
Hispanoamericana. Pero, ¿cómo exactamente es este texto?
El texto de las Cartas de Colón se clasifica como crónica, es decir, un texto de no ficción que versa 
sobre hechos de la actualidad del que escribe. De ahí, podemos ver en las cartas – sobretodo en la primera 
– una serie de problemas que, pensados, nos hacen descubrir una serie de cosas sobre la Literatura 
Hispanoamericana. En primer lugar tenemos la cuestión del tema de la obra.
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Como hemos dicho, Colón informa al Rey sobre su viaje y sobre la llegada a tierras desconocidas. Lo 
hace escribiendo en un español aprendido en Portugal – recordemos que el navegador era de Génova, 
ciudad de la actual Italia – y con una mente y una cultura formadas en la Europa del Renacimiento, es 
decir, el texto que leemos es una obra de la literatura renacentista europea. 
De ese modo, Colón escribe con los libros que había leído en mente y su historia se contamina a 
veces de una retórica que no corresponde exactamente a la realidad – describe, por ejemplo, formidables 
monstruos marinos encontrados en el viaje, seres comunes en las novelas de caballería y de aventura de 
la época, pero inexistentes en el mundo real. 
 Recuerda
Las novelas de caballerías eran historias fantásticas pobladas de seres 
inexistentes, como gigantes, encantadores, monstruos, etc. Tuvieron su 
apogeo en España en el siglo XVI.
La verdad es que lo que ve Colón llega al texto bastante matizado por la mentalidad y la cultura del 
navegador. Además hay en el texto del genovés intenciones bastante claras: complacer al Rey y hacerlo 
ver lo mucho que había valido la pena ese viaje.
Si consideramos las navegaciones – y el descubrimiento de nuevas tierras como “efecto adverso” 
– como una empresa, es decir, un emprendimiento, Colón es un empleado de la Corona Española que 
ha presentado un proyecto – llegar al Oriente navegando hacia el Occidente – y tiene que presentar 
resultados que justifiquen el esfuerzo y las inversiones de dinero y recursos humanos. Por eso, al leer 
con atención las cartas de Colón al Rey, notamos una preocupación en mostrar la expedición como algo 
positivo y rentable. Como el navegador no depara a principio con pueblos “evolucionados” y ricos, trata 
de dejar una esperanza futura y su estilo crea el suspense de que hay en las nuevas tierras más que “un 
pueblo desnudo y atrasado”:
Traían ovillos de algodón filado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería 
tedio de escrebir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y yo estaba atento 
y trabajaba do saber si había oro, y vide que algunos de ellos traían un pedazuelo 
colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al 
Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de 
ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vide que no entendían 
en la idea. Determiné de aguardar fasta mañana en la tarde y después partir para el 
Sudueste, que según muchos de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al 
Sudueste y al Norueste, y que estas del Norueste le venían a combatir muchas veces, 
y así ir al Sudueste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y muy 
llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, 
sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente farto 
mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y teniendo que no se les ha de dar 
sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; mas 
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todo lo que tienen lo dan por cualquier cosa que les den; que fasta los pedazos de las 
escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban (…).
(Fuente: CALERO; FOLINO, 1999, p. 46).
De todos modos, la intención original de Colón no era descubrir nuevas tierras, sino encontrar 
nuevas rutas comerciales hacia el Oriente. Por eso, no tiene demasiado interés en explorar las tierras 
descubiertas, sino encontrar puertos buenos para el comercio y pueblos con quien comercializar. 
Cuando se pinta al navegador genovés como un ingenuo (o un tonto) que descubrió un nuevo 
continente sin darse cuenta, pensando haber llegado a la India, se comete una injusticia y un gran error 
histórico. Como hemos dicho, la intención de Colón era encontrar rutas comerciales al oriente navegando 
hacia el occidente y en esto el genovés estaba correcto – al fin y al cabo la Tierra es redonda. Al llegar 
a las islas del Caribe, el navegador probablemente sabía – o no se importaba con eso propiamente – no 
estar en la India que se conocía en la época, que por otro lado no es propiamente el país “India” que 
conocemos hoy. La verdad es que el término “Indias” históricamente pasa a designar vastas áreas tanto 
en el oriente – las Indias Orientales – como en el occidente – las Indias Occidentales: Antillas y Bahamas. 
Por fin, Colón descubrió América. Un continente que no estaba descubierto no podía ser conocido 
y menos reconocido: ¡por supuesto que Colón no sabía estar en América al llegar al continente por 
primera vez! Quería llegar a un lugar que trajera riqueza a los financiadores de su empresa y lo hizo al 
final. Sin embargo, con todo eso, ¿cuál es el lugar de Cristóbal Colón en la Literatura Hispanoamericana? 
¿Qué de “hispanoamericano” tiene ese navegador genovés que aprendió español en Portugal, descubrió 
América, pero apenas conoció el continente – en el primer viaje sólo llegó a las islas caribeñas y no tocó 
la “tierra firme” propiamente? Ésta sí es una cuestión fundamental: ¿hay Literatura Hispanoamericana 
sin hispanoamericanos?
 Para saber más
Sobre la conquista de América hay una película bastante interesante que 
retrata al navegante Cristóbal Colón:
1492 - La conquista del paraíso. Dir: Ridley Scott, 154 minutos, 1992. 
5.2 La crónica de la conquista
Después del descubrimiento de Colón, España manda al Nuevo Mundo otros navegadores y 
exploradores para conocer mejor qué eran esas nuevas tierras que a partir de entonces se agregarían al 
Imperio Español. Enseguida, por supuesto, vinieron los conquistadores a descubrir riqueza, someter a los 
indígenas, ampliar el Imperio y difundir la fe católica (por las buenas o por las malas). 
Muchos de esos exploradores y conquistadores, soldados y religiosos, escribieron las historias de 
sus aventuras, y de la aventura del pueblo español en América. Esas crónicas, escritas por los primeros 
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europeos en América pueden ser consideradas los primeros textos de la Literatura Hispanoamericana. 
Sin embargo, volvamos a la pregunta: ¿hay de hecho ya tal Literatura?
El primer problema de las crónicas del descubrimiento y de la conquista como obras de la Literatura 
Hispanoamericana es que quien las escribió eran españoles, que venían de Europa y, en la mayoría de 
las veces, a ella volvían después de sus viajes por el nuevo continente. Es decir, todavía no existe el 
“hispanoamericano”como individuo nacido en América que trae consigo la herencia cultural de España; 
existe el indígena americano y el español europeo. Lo que escribe el español forma parte – y trae toda la 
fisonomía – de la cultura europea. América es solamente su tema y aparece vista a partir de esa cultura 
europea. 
Un ejemplo interesante de ese proceso son los nombres que los conquistadores les dieron a muchos 
lugares y pueblos de América: al ver indígenas guerreros de pelo largo, pensaron tratarse de las amazonas 
de la mitología griega – mujeres guerreras que se cortaban el seno para mejor pelear –, y bautizaron 
aquella tierra como la de las Amazonas; California es el nombre de una isla en la novela de caballería 
Las sergas de Esplandián; el gigante Patagón, personaje de Primaleón, también una novela de caballería, 
inspiró a los españoles el topónimo Patagonia – en el sur de Argentina y Chile –, tierra donde vivía 
un pueblo indígena que espantó a los españoles por su gran estatura. Con estos ejemplos, pasamos al 
segundo problema: más allá de la cuestión del “hispanoamericanismo”, ¿hasta qué punto las crónicas se 
pueden considerar como “literatura”, en el sentido del valor estético y artístico de la obra?
La verdad es que podemos considerar las crónicas como textos a medio camino entre la historia y 
la literatura. Como historia, son documentos sin duda importantes, pero no completamente fiables de 
los hechos que retratan. Si al ver indígenas los españoles piensan estar delante de las míticas guerreras 
amazonas, ¿cómo confiar en sus narraciones o descripciones? Lo que pasa es que aquellos europeos usan 
los parámetros culturales que conocen – europeos, por supuesto – para narrar situaciones y describir 
personas y paisajes completamente distintos de todo lo conocido en Europa. Seamos sinceros, no debe 
de ser fácil describir un animal jamás visto, el sabor de una fruta jamás probada. La comparación con lo 
que se conoce era la alternativa. Con todo, es evidente que eso compromete la objetividad que se espera 
de un documento histórico.
Por el lado de la literatura, hay que tomarse las crónicas con cuidado. Como hemos dichos, muchos 
españoles escribieron sobre sus aventuras en América. La mayoría de esos textos tiene poco relieve 
histórico y prácticamente ningún literario. Algunos de ellos, sin embargo, tienen su valor estético e 
histórico y son realmente representativos de ese momento de formación de Hispanoamérica. Vamos a 
ellos.
5.2.1 Hernán Cortés
Hernán Cortés (Badajoz, 1485 – Sevilla, 1547) fue el comandante español de la conquista de México 
y era, ante todo, un soldado, del Imperio y de la Iglesia Católica. Escribió al rey de España cinco cartas 
dando cuenta de los sucesos en la conquista del Nuevo Mundo y estos son los textos más importantes 
para nosotros en nuestro camino hacia el conocimiento de la cultura hispanoamericana.
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Cortés es el primer español que ve la riqueza cultural de América al llegar a Tenochtitlán, la capital 
del Imperio Azteca, y describe en sus Cartas esa riqueza. Con un estilo bastante objetivo, el conquistador 
extremeño demuestra tener “buen ojo” para lo que ve y no una falta completa de competencia estilística 
en su texto. Sus eventuales faltas y omisiones son perdonables, como dice el crítico Anderson Imbert 
(1991, p. 32): “No es por pereza por lo que Cortés se confiesa incapaz de comunicar al rey los portentos 
que ve; es, de veras, el sentimiento de que la realidad de México es mayor que los cuadros mentales que 
había traído de España.” 
No obstante ver y reconocer la grandeza de los aztecas, Cortés es, como hemos dicho, un soldado 
y como tal tiene una misión: tomar posesión de las nuevas tierras en nombre del Imperio español, 
descubrir y conquistar riquezas y, no menos importante, convertir a todos los que encuentre a la fe 
católica.
En la prosa de Hernán Cortés quedan claros sus objetivos al poner la mirada y hacer minuciosas 
descripciones de lo que ve en las tierras aztecas. A pesar de su presunta frialdad y objetividad en las 
descripciones, queda transparente cierto asombro de aquel español delante de tanta grandiosidad:
Esta gran ciudad de Temixtitán1 está fundada en esta laguna, y desde la Tierra Firme 
hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquier parte que quisiesen entrar en ella, hay dos 
leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas 
jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. (…)Tiene esta ciudad muchas plazas, 
donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande 
como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay 
cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los 
géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de 
vituallas2 de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de 
colchas, de caracoles y de plumas; véndese tal piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, 
madera labrada y por labrar de diversas maneras.
(Fuente: CALERO; FOLINO, 1999, pp. 79-81).
La riqueza del Imperio Azteca y la codicia que despierta en los españoles se hace notar por la manera 
con que Cortés, muy atentamente, observa la corte de Moctezuma, el imperador de los aztecas:
En lo del servicio de Muteczuma y de las cosas de admiración que tenía por grandeza y 
estado hay tanto que escribir, que certifico a vuestra alteza que no sé por do comenzar que 
pueda acabar de decir alguna parte dellas; porque, como ya he dicho, ¿qué más grandeza 
puede ser que un señor bárbaro como este tuviese contrahechas3 de oro y plata y piedras 
y plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío, tan al natural lo de oro y 
1 Temixtitán: Tenochtitlán (donde actualmente está la Ciudad de México).
2 Vituallas: conjunto de cosas necesarias para la comida, especialmente en el ejército.
3 Contrahechas: imitaciones, falsificaciones. Cortés quiere decir que Moctezuma tiene �copias� (esculturas) en oro y 
plata de todas las cosas de la naturaleza.
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plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese, y lo de las piedras que no baste 
juicio comprehender con que instrumentos se hiciese tan perfecto, y lo de pluma que, ni de 
cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente?
(Fuente: CALERO; FOLINO, 1999, p. 86).
Por fin, no se puede dejar de notar la preocupación de Cortés por el aspecto religioso. Debemos 
recordar que España recién había salido de la Guerra de la Reconquista contra los moros musulmanes 
que vivieron por siglos en la Península Ibérica. De ese modo, la guerra que se hacía contra los infieles – 
cualesquiera que fueran – se identificaba, por extensión, con la guerra contra los musulmanes. Eso se 
nota cuando Cortés identifica a los templos aztecas con mezquitas: 
Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos, de muy hermosos edificios, por 
las colaciones y barrios della, y en las principales della hay personas religiosas de su secta, que residen 
continuamente en ellas; para los cuales, demás de las casas donde tienen sus ídolos hay muy buenos 
aposentos (CALERO; FOLINO, 1999, p. 83).
La preocupación del conquistador español es, por consiguiente, convertir a los indios, convenciéndolos 
– u obligándolos – a dejar sus creencias y a adoptar la fe católica:
Yo les hice entender con las lenguas cuan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos 
ídolos, que eran hechos por sus manos, de cosas no limpias, e que habían de saber que había un solo 
Dios, universal Señor de todos, el cual había creado el cielo y la tierra y todas las cosas, e hizo a ellos y a 
nosotros, y que éste era sin principio e inmortal, y que a él habían de adorar y creer,y no a otra criatura 
ni cosa alguna; y les dije todo lo demás que yo en este caso supe, para los desviar de sus idolatrías y 
atraer al conocimiento de Dios nuestro Señor […] (CALERO; FOLINO, 1999, p. 84). 
Con todo, Hernán Cortés no vino sólo a conquistar las Indias y, del gran grupo de conquistadores 
que lo acompañaron o lo sucedieron, uno llama la atención por los relatos que hizo de la conquista de 
México: Bernal Díaz del Castillo.
5.2.2 Bernal Díaz del Castillo 
Soldado del ejército conquistador de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo (Medina del Campo, 
España, 1496 – Guatemala, 1584) acompaña a su comandante durante toda la campaña de la conquista 
de México. Los hechos que nos traen sus crónicas no son, en esencia, distintos de los que narra Cortés. 
Sin embargo, su obra – de la cual destacamos Historia verdadera de la conquista de la Nueva 
España – nos presenta dos interesantísimas novedades: el punto de vista del escritor y el público al cual 
este se dirige.
Como todo escritor con un mínimo de conciencia sobre el acto de escribir, los que hemos visto 
hasta ahora, Colón y Cortés, se preocupan por el destinatario de sus textos. Lo que pasa es que tienen 
como lector de sus “obras” – en realidad, sus cartas – un único lector: el rey. De este modo, los textos 
que hemos visto hasta ahora traen como marca la subjetividad de unas personas que le deben a su 
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lector más que obediencia; también satisfacciones sobre sus hechos y, además, esperan de ese lector 
determinados hechos en correspondencia – reconocimiento, glorias, riqueza. Bernal Díaz de Castillo no 
tiene esa preocupación: vuelve a España después de sus aventuras en América y decide escribir un libro 
que cuente la “verdadera historia” de la conquista por quien la vivió en su propia piel, ya que por aquel 
entonces empiezan a surgir montones de escritores – muchos de los cuales nunca habían estado en el 
Nuevo Mundo – tratando del tema de América y de la conquista del nuevo continente, cosa que mucho 
le enfada a Díaz del Castillo, que cree haber en esos textos muchas inexactitudes y mentiras.
De todos modos, a los que no tenemos sangre real, nos interesa y nos cautiva mucho más la prosa 
del simple soldado – que nos quiere cautivar – que la del importante comandante con su objetividad 
fría y sus ojos puestos en la figura del rey. Para demostrarlo, veamos como nos describe Díaz del Castillo 
la llegada de Cortés y sus soldados a la corte de Moctezuma:
Desde que vimos cosas tan admirables, no sabíamos que decir, o si era verdad lo que por 
delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras 
muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puen tes de trecho a trecho, 
y por delante estaba la gran ciudad de Méjico y nosotros no llegábamos a cuatrocientos 
soldados y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y avisos que nos dijeron los de 
Huexocingo, Tlascala y Tamanalco, y con muchos otros avisos que nos habían dado para 
que nos guardásemos de entrar en Méjico, que nos habían de matar desde que dentro nos 
tuviesen. Miren los curiosos lectores si esto que escribo si había bien que ponderar en ello. 
¿Qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?
(Fuente: CALERO; FOLINO, 1999, pp. 105-106).
Por el fragmento arriba, podemos notar dos características importantes del texto de Bernal Díaz del 
Castillo que lo distinguen de los demás: la manera como crea una intimidad con su lector, dirigiéndose 
directamente a él, y la forma como pone como sujeto de las hazañas de la conquista un nosotros – 
“vimos cosas tan admirables”, “muchos otros avisos que nos habían dado” – que contradice la fórmula 
de consagración de un hecho notable a algún héroe aislado, como quien dice que: Cortés fue el 
conquistador de México o Pedro Álvares Cabral descubrió el Brasil. ¡Como si el español solito hubiera 
sometido a miles de aztecas o como si el navegador portugués hubiera salido de su país y llegado a la 
costa de Sudamérica sin la compañía de nadie!
Bernal Díaz del Castillo es el cronista de las masas, que no disminuye la figura de Cortés, pero 
atribuye la conquista de América más al coraje de los soldados y del pueblo español. Si su historia no es 
“la verdadera” del punto de vista histórico, no queda duda de que su narrativa nos ofrece un contrapunto 
a la versión oficial de la conquista ofrecida por Cortés, además de una prosa fluida y apasionante que, 
como dice Anderson Imbert (1991, p. 33), “se lee con gusto”.
5.3 La cuestión humana: Cabeza de Vaca y Las Casas
El andaluz Álvar Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera, 1490/95 - Sevilla, 1557/60) fue un 
conquistador y explorador español que vino a “hacer la América”, como muchos otros. Escribió sus 
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aventuras también como muchos y si sus textos tienen un interés especial, más allá de sus calidades 
artísticas, es porque sus hazañas llegan al borde de lo increíble: naufragó en la costa de América; cruzó 
el territorio de México a pie, desde el Golfo de México hasta el Golfo de California; vivió muchos años 
entre los indios; fue gobernador de las provincias del Río de la Plata (actual Argentina); fue el primer 
europeo a describir las Cataratas de Iguazú.
No obstante la vida aventurera de Cabeza de Vaca, si sus textos conmovieron a los lectores españoles 
es porque no les faltan calidades estilísticas. Para nosotros, lectores de hoy, además de la calidad textual, 
nos interesan los textos del aventurero andaluz también porque nos trae una visión distinta de la América 
de los tiempos de conquista. Cabeza de Vaca naufraga en la costa de México y, acompañado de unos 
pocos compañeros, se mete en el territorio mexicano adentro, teniendo con los indígenas un contacto 
distinto de lo que había ocurrido y había sido narrado hasta entonces:
Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre que estábamos, 
con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran 
dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos 
a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró 
más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan 
crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en 
otros de la compañía creciese más la pasión y la consideración de nuestra 
desdicha (CALERO; FOLINO, 1999, p. 114).
El explorador y sus compañeros no llegaban a formar un “ejército conquistador” y, más que 
conquistar, su misión es sobrevivir. Más que oro y piedras preciosas, lo que buscan es comida y 
abrigo. Después de esas aventuras, narradas en su libro más importante, Naufragios, Cabeza de 
Vaca topa finalmente con un grupo de españoles que casi no lo reconocen como europeo: después 
de años viviendo entre los indios, el andaluz en todo se les asemejaba y había incluso adoptado sus 
costumbres, hábitos y cultura. De europeo conservaba solamente la fe católica. Esta “inmersión” 
en el mundo indígena nos presenta una nueva y distinta mirada sobre los primeros habitantes de 
América, como en este fragmento en que narra la creencia de los indios en “terapias” o “procesos 
de cura” absolutamente extraños al español:
En aquella isla que he contado nos quisieron hacer físicos4 sin examinarnos 
ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando 
al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad, y 
mandárannos que hiciésemos lo mismo y sirviésemos en algo; nosotros nos 
reíamos de ello, diciendo que era burla y que no sabíamos curar; y por eso 
nos quitaban la comida hasta que hiciésemos lo que nos decían. Y viendo 
nuestra porfía, un indio me dijo a mí que yo no sabía lo que decía en decir 
que no aprovecharía nada aquello que él sabía, ca5 las piedrasy otras cosas 
que se crían por los campos tienen virtud; y que él con una piedra caliente, 
4 Físicos: médicos.
5 Ca: pues
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tryéndola por el estómago, sanaba y quitaba el dolor, y que nosotros, que 
éramos hombres, cierto era que teníamos más virtud y poder (CALERO; 
FOLINO, 1999, p.120).
Al no estar en una posición de poder – muy al revés, ya que Cabeza de Vaca y sus compañeros 
dependían de los indios para sobrevivir – el español se ve obligado a aceptar la cultura de los indios. Y 
para aceptarla hay primero que notarla y conocerla. Todas las “rarezas” a los ojos europeos que vio el 
andaluz también vieron muchos otros exploradores. Sin embargo, estos estaban preocupados no en ver, 
sino en cumplir su misión por España – encontrar riquezas, conquistar territorios, convertir infieles – y/o 
en conquistar su propia gloria personal. El elemento indígena, tan importante en la formación cultural 
de Latinoamérica, aquí aparece visto bastante más de cerca y con más atención.
5.3.1 El fray Bartolomé de Las Casas
También andaluz, como Cabeza de Vaca, era el fray Bartolomé de Las Casas (Sevilla, 1474 – Madrid, 
1566), considerado el gran defensor de los indios en el proceso de la conquista de América. Como 
ya hemos visto, los españoles tenían como misión, más allá de los aspectos económicos, conquistar 
territorios para su Imperio y difundir la fe católica. Ambas las misiones se justificaban legal, moral y 
filosóficamente porque el Imperio Español se consideraba el gran representante del Catolicismo en la 
tierra – y de hecho lo era –, por eso la conquista de América se adecuaba a la “político-teología” de la 
época: toda la Tierra pertenece a Dios y está bajo la autoridad del Papa que le delegó a España la tarea 
de ocuparla con la fe cristiana. Así, el hecho de tomarle la tierra a un pueblo que ya la habitaba antes 
no tenía nada de inmoral, todo lo contrario.
El fray Bartolomé de Las Casas no se oponía a ese raciocinio a principio y la verdad es que, como 
cristiano y representante de la Iglesia, le interesaba llevar la fe católica a aquellos pueblos desnudos e 
“ignorantes de la verdad divina”. No es la conservación de la cultura indígena lo que defiende propiamente, 
sino la conservación de los indígenas, como vemos en el fragmento debajo de su obra más importante, 
Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en España en 1552:
(…) tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy 
difusa historia que de los estra gos y perdiciones acaecidas se podría y debería componer. Su-
plico a Vuestra Alteza lo reciba y lea, con la clemencia y real benignidad que suele las obras 
de sus criados y servidores, que puramente por sólo el bien público y prosperidad del estado 
real servir desean. Lo cual, visto y entendida la deformidad de la in justicia que a aquellas 
gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa 
para ello, sino por sola la codicia y ambición de los que hacen tan nefaria obras pretenden. 
Vuestra Alteza tenga por bien (…) que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables 
empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que 
ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar. Cosa es esta (muy alto 
Señor) convenientísima y necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla, 
espiritual y temporariamente, Dios lo prospere y conserve y haga bienaventurado. Amen.
(Fuente: LAS CASAS. Disponible en: <http://www.ciudadseva.com/textos/otros/brevisi.htm>. Accedido el: 05 jul. 2011).
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Lo que condena Las Casas en su texto es el sistema de encomiendas, por el cual los conquistadores 
y exploradores españoles tomaban para sí un grupo de indios que les servía en régimen de esclavitud. 
El fraile andaluz piensa que los indios son seres humanos, tienen alma y no se puede esclavizarlos. La 
conversión a la fe católica tiene que ser lograda por el convencimiento y no por la fuerza bruta. Explotar 
a los indios con fines económicos y robar sus riquezas no serían actos de un verdadero cristiano.
Para comprobar sus tesis, Bartolomé de Las Casas pinta un retrato de la destrucción de los indios y 
de sus culturas durante el proceso de la conquista – especialmente en la República Dominicana, donde 
vivió. Su texto ardoroso nos revela un autor preocupado antes que nada por promover sus ideales. Si 
en términos de estilo, el autor se vuelve un poco cansado con su lenguaje muchas veces de sermón, 
especialmente para el lector de hoy en día, le sobra pasión al defender sus ideas. 
5.4 Crónicas reales: Ercilla y el Inca Garcilaso
Hasta el momento hemos visto el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo a través de la 
mirada de los españoles: unos que se fijaban en el proceso de la conquista únicamente – Colón, Cortés, 
Bernal Díaz del Castillo –, otros que, por un motivo o por otro, le echaron un vistazo a los indígenas y 
a su cultura sin los motivos absolutamente pragmáticos de los primeros – Cabeza de Vaca y Bartolomé 
de Las Casas. Con todo, en ambos casos se tratan de españoles que vinieron a América y escribieron 
sobre lo que vieron. Los indígenas, habitantes primitivos del continente, aparecen, como máximo, como 
personajes de las crónicas.
Además de los ya mencionados, hubo por supuesto otros cronistas de cierto relieve: Gonzalo 
Fernández de Oviedo y Francisco López de Gómara (que en realidad nunca viajó al Nuevo Mundo, 
a pesar de haber escrito crónicas sobre la conquista) en México; Pedro Cieza de León y José de 
Acosta en Perú; Juan de Castellanos y Gonzalo Jiménez de Quesada en el Virreinato de Nueva 
Granada (actualmente Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador); Luis de Miranda y Pero Hernández 
en Argentina. Todos españoles. Casos un poco diferentes son el paraguayo Guzmán y el español Ercilla.
Ruy Díaz de Guzmán, aunque hijo de españoles, nace en América, en Asunción, y es uno de los 
primeros escritores criollos – americano hijo de europeos, específicamente españoles – de alguna 
importancia literaria. Ya Alonso de Ercilla y Zúñiga es un escritor de considerable importancia dentro 
del llamado Siglo de Oro español. Su “participación” en la literatura hispanoamericana por cierto no es 
lo que le asegura un lugar en la historia literaria. Además, después de un breve pasaje por América, su 
vida literaria se da en España. Aún así, escribe la obra que es considerada la epopeya fundadora de Chile, 
La Araucana, poema épico publicado en Madrid en tres partes a partir del año 1569:
No las damas, amor, no gentilezas
de caballeros canto enamorados,
ni las muestras, regalos y ternezas
de amorosos efectos y cuidados;
mas el valor, los hechos, las proezas
de aquellos españoles esforzados,
que a la cerviz de Arauco no domada
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pusieron duro yugo por la espada.
Cosas diré también harto notables
de gente que a ningún rey obedecen,
temerarias empresas memorables
que celebrarse con razón merecen,
raras industrias, términos loables
que más los españoles engrandecen
pues no es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado.
(Fuente: ERCILLA Y ZUÑIGA, p. 3. Disponible en: <http://www.elaleph.com/libro/La-Araucana-de-Alonso-de-Ercilla-y-Zuniga/466/>. 
Accedido el: 05 jul.2011). 
Así empieza el poema épico La Araucana, dedicado a la gran empresa de los ejércitos españoles en el 
Nuevo Mundo, particularmente de la conquista de tierras que hoy pertenecen a Chile por los españoles 
de Hernán Cortés. En el poema épico, se presenta la tierra y su pueblo autóctono, los araucos, de forma 
majestuosa: cuenta como viven, la forma como luchan, sus creencias religiosas, sus ritualesde guerra, 
su valor y fuerza:
Son de gestos robustos, desbarbados,
bien formados los cuerpos y crecidos,
espaldas grandes, pechos levantados,
recios miembros, de niervos bien fornidos;
ágiles, desenvueltos, alentados,
animosos, valientes, atrevidos,
duros en el trabajo y sufridores
de fríos mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
esta soberbia gente libertada,
ni estranjera nación que se jatase
de haber dado en sus términos pisada,
ni comarcana tierra que se osase
mover en contra y levantar espada.
Siempre fue esenta, indómita, temida,
de leyes libre y de cerviz erguida.
(Fuente: ERCILLA Y ZUÑIGA, p. 15. Disponible en: <http://www.elaleph.com/libro/La-Araucana-de-Alonso-de-Ercilla-y-Zuniga/466/>. 
Accedido el: 05 jul.2011). 
Pese a sus virtudes, la victoria de los españoles es inevitable. Los araucos, durante la campaña, son 
comparados a héroes épicos como Ulises y Aquiles y el poema imita los recursos de la épica tradicional 
presente en la Odisea o en Os Lusíadas, de Camões. Al pueblo vencido, en lugar de humillación, se 
ofrecen laureles por su honor y coraje:
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Si con morir tuviese confianza
que una vergüenza tal se colorase,
haría a mi inútil brazo que esta lanza
el débil corazón me atravesase;
pero daría de mí mayor venganza
y gloria al enemigo si pensase
que temí más su brazo poderoso
que el flaco mío, cobarde y temeroso.
(...)
Amigos si entendiese que el deseo
de combatir sin otro miramiento,
y la fogosa gana que en vos veo,
fuese de la victoria fundamento
hágaoos saber de mí que cierto creo
estar en vuestra mano el vencimiento;
y un paso atrás volver que yo no quisiera
si el mundo sobre mi todo viniera.
(Fuente: ERCILLA Y ZUÑIGA, pp. 242-244. Disponible en: <http://www.elaleph.com/libro/La-Araucana-de-Alonso-de-Ercilla-y-
Zuniga/466/>. Accedido el: 05 jul.2011). 
Curiosamente, los españoles no sobresalen como máximos héroes del poema, al estilo de Vasco da 
Gama en Os Lusíadas o Ulises en la Odisea; ellos comparten protagonismo con Lautaro o Caupolicán, 
héroes araucos que defendieron su pueblo hasta la muerte. Y esa importancia que se le dan a los héroes 
indígenas conforma el primer escrito literario hispanoamericano de gran importancia .
El último de los cronistas del que trataremos y que cierra este período de conquista y ocupación del 
territorio americano por parte de los españoles, cuando no había propiamente las colonias establecidas 
en América, es Gómez Suárez de Figueroa, apodado Inca Garcilaso de la Vega, (Cuzco, Virreinato 
del Perú, 1539 – Córdoba, España, 1616). Descendiente de nobles españoles por parte de padre – era 
pariente distante del Garcilaso de la Vega, que revolucionó la poesía española en el Renacimiento – y de 
nobles indígenas por parte de madre – ella misma una princesa inca – se fue a España con diecinueve 
años y jamás volvió a su tierra. En Europa publica su obra maestra, los Comentarios reales de los incas 
en 1609 cuando ya contaba el escritor con setenta años. En ella, el Inca Garcilaso cuenta la historia y 
los mitos del pueblo Inca del cual descendía como si fuera su crónica personal y la de su familia, como 
vemos en el fragmento abajo: 
Después de haber dado muchas trazas y tornado muchos caminos para entrar a dar 
cuenta del origen y principio de los Incas Reyes naturales que fueron del Perú, me pareció 
que la mejor traza y el camino mas fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas 
veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros sus mayores acerca de este origen y 
principio, porque todo lo que por otras vías se dice de él viene a reducirse en lo mismo 
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que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo 
cuentan que no por las de otros autores extraños. Es así que, residiendo mi madre en el 
Cuzco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que 
de las crueldades y tiranías de Atahualpa (como en su vida contaremos) escaparon, en las 
cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus Reyes, de la 
majestad de ellos, de la grandeza de su Imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno 
que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y favor de sus vasallos 
ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiese acaecido que 
no la trajesen a cuenta.
De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes, lloraban sus reyes 
muertos, enajenado su Imperio y acabada su república, etc. Estas y otras semejantes pláticas 
tenían los Incas y Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan 
su conversación en lágrimas y llanto, diciendo; “Trocósenos el reinar en vasallaje”, etc. En 
estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me 
holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas.
(Fuente: GARCILASO DE LA VEGA, Inca. Vol. 1, 1976, p. 74).
El Inca Garcilaso de la Vega es considerado por el crítico Irving Leonard (1990, pp. 54-64) 
como el primer escritor clásico de las Américas. Por clásico, en este caso, entendemos que su 
obra es la primera que se sustenta más por los motivos literarios y menos por el contexto 
histórico en que se presenta. La obra de los escritores que estudiamos antes – con la excepción 
de Ercilla, que más bien pertenece a la Literatura Española que a la Hispanoamericana –, aparte 
de sus méritos estéticos, se estudian y se valoran más por ser un retrato de la formación primera 
de Hispanoamérica. 
Aunque no sean documentos de exactitud histórica comprobada, antes lo contrario, esos textos sin 
duda nos traen mucho del espíritu de la época, de cómo se dio y con qué ideas, la conquista, y luego 
la colonización del continente americano. El Inca Garcilaso, nos trae una visión algo distinta, con una 
mentalidad distinta, a causa de su origen mestizo y de su sangre indígena. De todos modos, todavía falta 
algo para el próximo paso de la Literatura Hispanoamericana: una vida literaria local, consecuencia, por 
supuesto, de una vida social, política y económica, también locales.
6 EL bARROCO y EL ILUMINISMO
6.1 El barroco: Sor Juana Inés de la Cruz
Si hasta principios del siglo XVII lo que hemos visto de la Literatura Hispanoamericana lo produjeron 
escritores españoles – o nacidos en América que buscaban en España su vida literaria, su existencia 
como escritores –, ya a mediados de este mismo siglo podemos ver las colonias españolas en América 
ya establecidas. Se crean los Virreinatos de Nueva España (actuales México, países de Centroamérica y 
del Caribe), y del Perú (toda Sudamérica, con excepción de Brasil y de la Guyana) y muchos centros – 
especialmente México y Perú, pero también con menor importancia Asunción, Buenos Aires, Caracas y 
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otras ciudades – ya tienen una vida social y cultural que se desarrolla dentro del ámbito de la metrópolis 
española, por supuesto.
Es en ese contexto que surge la primera gran escritora del continente: Sor Juana Inés de la Cruz 
(San Miguel de Nepantla, México, 1648 – Ciudad de México, 1695). En 1690 se da a conocer su Carta 
Athenagórica, una contestación teológica a un sermón del gran escritor y orador luso-brasileño padre 
Antonio Vieira. La publica el Obispo de Puebla y junto a ella va una carta firmada con el seudónimo de 
Sor Filotea de la Cruz (probablemente el propio obispo), en la que la ficticia monja le aconseja a Sor 
Juana a tomar cuidado con lo que escribe. 
Eso se justifica, si pensamos que estamos en una colonia en pleno siglo XVII: ¡imaginen una monja, 
es decir, una mujer, tratar de discutir intelectualmente un tema teológico con el consagrado religioso 
AntonioVieira! Realmente el escándalo no era por poca cosa. Sor Juana, sin embargo, no se intimida 
y da a conocer su Respuesta a Sor Filotea, una carta en que la escritora mexicana demuestra todo 
el conocimiento que tenía de la retórica y en la que cuenta su vida y su pasión por el estudio y por el 
conocimiento. Tan grande era esa pasión que no podría hacerse la tonta y no decir lo que creía que tenía 
que decir sobre lo que fuese, incluso sobre los sermones de Vieira. 
En otras poesías suyas, Sor Juana utiliza la lengua de forma magistral y consigue, a través de temas 
mundanos, construir todo un razonamiento acerca de los “hombres necios” que la perseguían por su 
inteligencia y audacia:
Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obre bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
(...)
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
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Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?
Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
(...) 
(Fuente: CRUZ, 1998, p. 70).
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Al fin y al cabo, las presiones para que abandonara la vida intelectual y se dedicara a su vida de 
monja – es decir, rezar y no mucho más que eso – tuvieron éxito y Sor Juana prácticamente se recogió 
al silencio hasta su muerte, muy debilitada por el contacto con los pobres enfermos que trataba. 
Antes, sin embargo, escribió bastante poesía, como Primero sueño, obra que más estimaba, y varios 
sonetos como el que reproducimos abajo:
Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad 
que llama pasión
Este, que ves, engaño colorido, 
que del arte ostentando los primores, 
con falsos silogismos de colores 
es cauteloso engaño del sentido; 
éste, en quien la lisonja ha pretendido 
excusar de los años los horrores, 
y venciendo del tiempo los rigores, 
triunfar de la vejez y del olvido: 
es un vano artificio del cuidado, 
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado, 
es una necia diligencia errada, 
es un afán caduco y, bien mirado, 
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
(Fuente: CRUZ, 1998, p. 60).
Al leer el soneto, podemos comprobar la influencia de Góngora – que por su vez ya había tomado 
prestado el tema del carpe diem de un poema de Garcilaso de la Vega (el español, no el inca peruano). 
 Recuerda
Carpe diem: del latín, significa aprovecha el día. En la literatura se 
entiende como una exhortación a aprovechar el presente, pues el futuro 
es incierto.
La verdad es que tanto Garcilaso como Góngora, y después Sor Juana e incluso el brasileño Gregório 
de Matos, beben en la fuente de la tradición retórica y poética clásicas, que remontan a la cultura de la 
Antigua Grecia. De todos modos es interesante ver como el tema se va “retrabajando” de poeta a poeta. 
Vea como lo tratan Góngora y Gregório:
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Soneto CLXVI
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido el sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio por cogello,
siguen más ojos que el clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no solo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
(Luis de Góngora)
(Fuente: GÓNGORA apud RIVERS, 1997, p. 212).
A Maria dos Povos, sua futura esposa
Discreta, e formosíssima Maria,
Enquanto estamos vendo a qualquer hora,
Em tuas faces a rosada Aurora,
Em teus olhos e boca o Sol, e o dia:
Enquanto com gentil descortesia
O ar, que fresco Adônis te namora,
Te espalha a rica trança voadora,
Quando vem passear-te pela fria: 
Goza, goza da flor da mocidade,
Que o tempo trata a toda ligeireza,
E imprime em toda a flor sua pisada.
Oh não aguardes, que a madura idade,
Te converta essa flor, essa beleza,
Em terra, em cinza, em pó, em sombra, em nada.
 (Gregório de Matos)
(Fuente: MATOS, 1997, p. 319).
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La comparación que hemos hecho nos demuestra por fin lo siguiente: Sor Juana Inés de la Cruz es la 
primera escritora notable a nacer, vivir y morir en América, sin nunca haber ido a España. Sin duda hay 
rasgos en su carácter y en su obra que tienen un color local, mexicano. Con todo, el sistema artístico-
cultural en que está insertada la monja mexicana es todavía el sistema español. 
Seguramente ni ella ni nadie en su época la consideraba una escritora mexicana como si 
“mexicano” fuera algo autónomo, algo más que una parte del Virreinato de Nueva España, 
algo más que una parte del Imperio Español. Con todas sus características locales, con todas 
las particularidades de su historia, los mexicanos eran todavía parte de España, como eran los 
catalanes, gallegos o andaluces.
Faltaba, todavía, un sentimiento genuinamente nacional.
6.2 El Iluminismo: bello, Olmedo, Heredia
A fines del siglo XVIII, Hispanoamérica ya tenía más de dos siglos de historia como colonia española. 
El Virreinato de Nueva España – creado en 1535 – sufrió algunos cambios y el Virreinato del Perú 
– creado en 1542 – se fragmentó, con la creación de los Virreinatos de Nueva Granada – en 1717, 
comprendiendo los actuales Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador – y del Río de la Plata – en 1716, 
comprendiendo los actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Todos esos cambios, con todo, no 
alteraban la condición de colonizados de los hispanoamericanos.
Con las ideas del Iluminismo europeo, la Revolución Francesa (en 1789) y la Independencia 
Estadounidense (1776), los aires empiezan a cambiar en Hispanoamérica. Ideas de una autonomía social, 
cultural y política poco a poco ganan fuerza y repercusión de norte a sur del subcontinente. Hasta que 
llegue la final autonomía política en el siglo XIX, muchos escritores contribuirán con sus textos para 
crear un ambiente cultural original que justificará y dará soporte a la independencia política. Entre ellos 
estarán Bello, Olmedo y Heredia.
 Observación
El Iluminismo fue una época histórica y un movimiento cultural 
e intelectual europeo basado en la razón, al contrario de la fe, antes 
predominante.
José Joaquín de Olmedo (Guayaquil, Ecuador, 1780 - 1847) era el mayor del famoso triunvirato 
de poetas del Neoclasicismo. Después de una carrera política en la que fue ministro, vicepresidente de 
Ecuador y alcalde de Guayaquil por diversas veces, Olmedo pudo finalmente dedicarse a la poesía con 
exclusividad. Su poema más importante, La victoria de Junín, una oda altriunfo del ejército de Simón 
Bolívar – uno de los grandes libertadores de América – en la lucha por la independencia peruana, sigue 
los parámetros de la poesía neoclásica, con su búsqueda por la inspiración en las fuentes latinas y 
griegas, como podemos ver en el fragmento a seguir:
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Siento unas veces la rebelde Musa,
cual bacante en furor, vagar incierta
por medio de las plazas bulliciosas,
O sola por las selvas silenciosas,
O las risueñas playas
que manso lame el caudaloso Guayas;
otras el vuelo arrebatada tiende
sobre los montes, y de allí desciende
al campo de Junín, y ardiendo en ira,
los numerosos escuadrones mira,
que el odiado pendón de España arbolan,
Y en cristado morrión y peto armada,
cual amazona fiera,
se mezcla entre las filas la primera
de todos los guerreros,
Y a combatir con ellos se adelanta,
triunfa con ellos y sus triunfos canta.
(...)
Sonó su voz [Simón Bolívar] «Peruanos,
mirad allí los duros opresores
de vuestra patria; bravos Colombianos
en cien crudas batallas vencedores,
mirad allí los enemigos fieros
que buscando venís desde Orinoco:
suya es la fuerza y el valor es vuestro,
vuestra será la gloria;
pues lidiar con valor y por la patria
es el mejor presagio de victoria.
Acometed, que siempre
de quien se atreve más el triunfo ha sido;
quien no espera vencer, ya está vencido.»
(Fuente: OLMEDO. Disponible en: <http://www.biblioteca.org.ar/libros/131684.pdf>. Accedido el: 05 jul. 2011).
El más joven del trío de poetas fue José María Heredia (Santiago de Cuba, 1803 – Toluca, México 
1839), el primero de una larga lista de grandes escritores cubanos. En su corta vida escribió una poesía 
más rica estéticamente que la de sus contemporáneos Olmedo y Bello, en la que se destacan los poemas 
En el teocalli de Cholula y Niágara, este último es un canto a la magnífica cascada ubicada en la 
frontera entre Canadá y los Estados Unidos. 
Con una sensibilidad poética algo diferente a la de sus antecesores, la obra de Heredia agrega a la 
estética neoclásica un desgarre de sentimientos que lo acerca al primer romanticismo. Por eso, muchos 
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críticos ya consideran al poeta cubano como un prerromántico, o de hecho como el primer poeta 
romántico de Hispanoamérica:
Niágara
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
(...)
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, y al éter
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.
(Fuente: HEREDIA. Disponible en: <http://mith2.umd.edu/eada/html/display.php?docs=heredia_niagara.xml>.
Accedido el: 05 jul. 2011).
El poema, lleno de imágenes fuertes, feroces, ya indica el sentimiento del Romanticismo, al contrario 
de la perfección y cierto comedimiento de la estética neoclásica.
Por último, veamos a Andrés Bello (Caracas, Venezuela, 1781–1865). No tan político como 
Olmedo ni tan poeta como Heredia, pero no cabe duda su importancia para la formación de la cultura 
hispanoamericana. Si como poeta su principal obra, la silva A la agricultura de la zona tórrida, no va 
mucho más allá de las convenciones de la poesía neoclásica en términos estéticos, su contribución a la 
construcción de las identidades culturales de Hispanoamérica, superando incluso de las fronteras de su 
Venezuela natal, impresionan por su diversidad y alcance. 
Escribió sobre la educación en los jóvenes países del continente, sobre gramática y el español 
en América – con sus diferencias en relación a la variante peninsular –, redactó el Código Civil de 
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Chile – que después sirvió de modelo a varios países latinoamericanos –, luchó en las trincheras 
intelectuales no sólo por la autonomía cultural del continente, sino por la unión y colaboración 
política entre los países que lo forman. Andrés Bello es el primer intelectual hispanoamericano de 
hecho, con énfasis en lo “hispanoamericano” y tomándose el concepto de “intelectual” en toda la 
amplitud que invoca la palabra.
Con Bello, Heredia y Olmedo, entre otros, se crea una conciencia hispanoamericana, tan importante 
– o más – a los pueblos del continente como la autonomía política. Y es tanto de sus actuaciones – como 
políticos, artistas, intelectuales – como de sus obras que brota esa conciencia. Al tratar en su literatura 
de temas como la naturaleza (en Niágara), los hechos históricos (La victoria de Junín) y la capacidad 
realizadora (A la agricultura de la zona tórrida) de la gente de América, un nuevo pueblo surge, con su 
historia, sus mitos y su orgullo.
 Resumen
Desde la llegada de los primeros conquistadores, en el siglo XVI, hasta 
los primeros textos de carácter nacionalista en hispanoamérica, pasaron 
más de doscientos años. Durante ese tiempo, vimos como en el continente 
lo que podemos llamar de literatura acaban siendo, en muchos casos, cartas 
de relación al rey, informes sobre la tierra extraña, relatos de la conquista 
por parte de los soldados españoles, denuncias de atrocidades... Entre 
los cronistas, hubo de todo un poco y sólo veremos el comienzo de una 
literatura nacional a partir del Barroco y de la obra de Sor Juana Inés de la 
Cruz. El sentimiento nacional, sin embargo, dará sus primeros pasos durante 
el Iluminismo, con el deseo de la independencia generado por las batallas 
de Simón Bolívar, nacido en Caracas, actual Venezuela. El movimiento 
libertario iniciado por Bolívar logró contribuir en la independencia de Bolivia, 
Ecuador, Panamá, Perú, Colombia y Venezuela. El mismo deseo de libertad 
será el responsable por la nueva literatura producida en Hispanoamérica a 
partir de entonces. 
 Ejercicios
Cuestión 1. Dos características de las cartas de Cristóbal Colón son:
A) La preocupación con los pueblos autóctonos y con la existencia de oro.
B) Una descripción que a veces parecía fantástica (con sirenas, enormes bestias marinas) y la 
preocupación de indicar la existencia de oro.
C) Una descripción basada en las leyendas de los libros de caballerías y la preocupación con el 
encuentro de especias.
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D) El miedo por la amenaza de los indígenas y necesidad de describir todo lo que encontraba y que 
podía ser interesante al rey.
E) Indicar la existencia de oro para probar al rey que el viaje había valido la pena y hacer mapas de 
las regiones descubiertas.
Respuesta correcta: alternativa B. 
Justificativa:
Como se trataba de justificar un viaje tan largo y costoso, Colón siempre hacía referencias a la 
existencia de oro. Por otra parte, contaminado por los elementos fantásticos presentes en los libros 
de caballerías, muchas veces describía lo que veía, totalmente desconocido por el hombre europeo en 
aquel entonces, como elementos fantásticos – sirenas bestias monumentales, amazonas, etc. Hasta ese 
momento, no había una gran preocupación con los indígenas o con encontrar otro tipo de cosas, como 
especias, lo que elimina las demás alternativas.
Cuestión 2. Entre los cronistas del descubrimiento y de la conquista, el que demostró cuidado y 
preocupación hacia los malos tratos a los pueblos indígenas fue:
A) Hernán Cortés.
B) Alonso de Ercilla y Zuñiga.
C) Inca Garcilaso de la Vega.
D) Álvar Núñez Cabezade Vaca.
E) Bartolomé de las Casas.
Respuesta correcta: alternativa E.
Justificativa:
El padre Bartolomé de las Casas fue le único que se preocupó con la destrucción de los indígenas, 
según se puede ver en su obra Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Hernán Cortés era el 
conquistador y sus relatos son escritos al rey con el objetivo de dar noticias del éxito de su campaña: 
conquistar tierras, oro y convertir infieles. Alonso de Ercilla y Zuñiga escribe un poema épico – La 
Aruacana – en el que destaca la fuerza y el valor del pueblo arauco, pero tampoco se preocupa con 
malos tratos. El Inca Garcilaso de la Vega, al escribir sus historias tiene como objetivo contar leyendas 
y mitos del pueblo al que pertenecía por parte de madre, pero tampoco se muestra preocupado con la 
destrucción de los indígenas. Por último, Álvar Núñez Cabeza de Vaca vivió más de 20 años entre los 
indígenas y en Naufragios cuenta cómo vivían, qué costumbres tenían, cómo realizaban sus curas, etc. 
Aunque vivió tantos años entre indígenas no trató del tema de su destrucción por los conquistadores 
españoles.
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Cuestión 3. Sobre la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz podemos decir que:
A) Es romántica y llena de pasión, causando escándalo en la Iglesia.
B) Es barroca y llena de retórica, influenciada por Garcilaso de la Vega.
C) Es romántica y mística, transformando el saber como una forma de llegar a Dios.
D) Es barroca y religiosa, dedicada a los temas celestiales.
E) Es clásica y basada en los temas del clasicismo español.
Respuesta correcta: alternativa B.
Justificativa:
La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz es barroca, llena de elementos de retórica propios de ese 
estilo literario y presenta influencia de Garcilaso de la Vega, por medio, por ejemplo, del tema del 
carpe diem. El romanticismo como estética surge mucho más tarde; el misticismo tampoco surge 
en ese período; los temas de su poesía no son solamente religiosos, lo que elimina la alternativa D; 
por último, al presentar estilo barroco, su poesía no tiene de ninguna forma estilo clásico, que fue la 
estética anterior.

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