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En-Defensa-Del-Ateismo-Roberto-Augusto

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Roberto Augusto 
 
 
 
 
EN DEFENSA DEL 
ATEÍSMO 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LAETOLI 
 
 
 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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1ª edición: octubre de 2012 
 
Diseño de portada: Serafín Senosiáin 
Ilustración de portada: la “letra escarlata” A, símbolo del ateísmo, fue creada por la OUT 
Campaign de Richard Dawkins (outcampaign.org) 
Maquetación: Carlos Álvarez, www.estudiooberon.com 
 
© Roberto Augusto Míguez, 2012 
© Editorial Laetoli, S. L., 2012 
Monasterio de Yarte, 1, 8º 
31011 Pamplona info@laetoli.es 
 
ISBN: 978-84-92422-50-0 
Depósito legal: NA-881-2012 
 
El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido fabricado a partir de madera 
procedente de plantaciones gestionadas con estrictas normas ambientales y cuenta con 
el certificado del FSC (Forest Stewardship Council, www.fsc.org). 
Impreso por: Imagraf 
Pol. Ind. Mutilva Baja, calle A, nº 41 
31192 Mutilva Baja, Navarra 
 
Printed in the European Union 
 
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de 
esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción 
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) 
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com, 
tels. 91 702 19 70 y 93 272 04 47). 
 
 
 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 3 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Estimo la verdad por encima de todo, y 
por esta razón desdeño lo que se opone 
a ella. Nunca brillará la verdad sobre la 
tierra mientras tengáis encadenados a los 
espíritus en este mundo. 
 
 
 Arthur Schopenhauer 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 4 
 
 
Introducción 
 
 
El ateo y el teísta, en cierto sentido, viven en realidades diferentes. Creer o no 
creer en Dios es una de las decisiones más importantes que puede tomar un 
ser humano. Es muy distinto pensar que el universo ha sido creado por un ser 
todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno llamado Dios, que negar la 
existencia de ese ente sobrenatural. De la misma forma, un ateo no puede 
enfrentarse al momento crucial de la muerte igual que alguien que cree en un 
alma inmortal y que sostiene que la vida es sólo un momento previo que nos 
debe conducir a otro plano existencial donde podremos gozar del éxtasis 
eterno de la contemplación divina. 
Las diferencias, por tanto, entre los que creen y los que no creen en Dios 
son abismales. Estos dos planteamientos difieren en la explicación sobre el 
origen del ser humano, sobre el sentido último de la existencia y, también, 
sobre la posibilidad de la vida después de la muerte. No estamos hablando de 
temas menores, sino de asuntos que afectan de manera profunda a nuestra 
forma de entender el mundo. 
Afirmo que las razones que los teístas dan para justificar sus creencias 
no tienen la suficiente fuerza probatoria y sostengo que las críticas que 
tradicionalmente se han vertido contra los ateos son falsas. Estas dos ideas me 
han animado a salir en defensa de un planteamiento intelectual legítimo y 
perfectamente aceptable, aunque en muchas sociedades donde la creencia en 
Dios es dominante el ateísmo sea visto como algo extravagante, dañino o 
incluso antipatriótico. A los ateos se nos ha acusado de socavar la moral, de 
vivir entregados a nuestras pasiones más inconfesables, de ser soberbios, 
insensatos y necios, de no tener corazón, de destruir a la sociedad, de ser unos 
miserables y de muchas otras cosas que no vale la pena repetir aquí. Pretendo 
mostrar que todas estas acusaciones son erróneas y, además, proponer un 
ateísmo racionalista como alternativa al teísmo dominante. Para lograr esto 
analizaré los razonamientos que pretenden demostrar la existencia de Dios, 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 5 
como el llamado argumento ontológico y las clásicas cinco vías de Santo 
Tomás de Aquino, junto con las razones defendidas por Richard Swinburne. 
Mostraré la invalidez de estas supuestas pruebas. 
 Hoy en día el ateísmo es minoritario porque únicamente tiene una 
presencia importante en Europa y en algunos países desarrollados como 
Japón, Corea del Sur o Canadá. El teísmo es la fuerza dominante a través de 
las religiones más extendidas: cristianismo, islamismo, budismo e hinduismo. 
También es cierto que el ateísmo crece de manera imparable y que parece 
unido necesariamente al desarrollo: cuanto más progreso material menor 
creencia en Dios. Por supuesto esta tendencia sociológica encuentra 
excepciones muy notables, como el caso de Irlanda o el de EE. UU., un país 
teóricamente aconfesional donde sería inconcebible un presidente ateo. 
Esa inferioridad numérica no debe asustarnos, ni es una prueba de la 
falsedad del ateísmo, ni es tampoco un obstáculo insalvable. Debe ser, más 
bien, un estímulo para seguir trabajando por defender las convicciones que 
consideramos correctas. Muchas ideas han sido minoritarias al principio y sus 
seguidores han tenido que sufrir el silencio, la burla, la tortura o la muerte. Lo 
importante no es lo que muchos crean, sino la verdad. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 6 
 
 
Capítulo I 
Un ateísmo racionalista 
 
 
Definición general de ateísmo: crítica a Karl Rahner 
 
La definición de ateísmo de Karl Rahner que encontramos en Sacramentum 
mundi. Enciclopedia teológica (1) diferencia entre ateísmo teórico y práctico, es 
decir, entre un planteamiento filosófico y uno ético: «Ateísmo significa la 
negación de Dios o de toda posibilidad ―no sólo racional― de conocerlo 
(ateísmo teórico)». Varias cosas se pueden decir sobre esto. 
Según mi parecer, el concepto de Dios que se maneja aquí es 
demasiado reducido, ya que no contempla el panteísmo o el animismo, entre 
otras formas de teísmo distintas del Dios cristiano defendido por Rahner. La 
maniobra que hacen los teístas con definiciones así es identificar a «Dios» con 
su Dios y meter bajo el rótulo «ateísmo» a todo aquello que sea diferente de su 
divinidad, algo que me parece erróneo y que contribuye a dar una imagen 
deformada de esa idea que les va muy a los teístas. 
 Tampoco estoy de acuerdo con la afirmación de que el ateísmo es la 
negación «de toda posibilidad ―no sólo racional― de conocerlo [a Dios]». Aquí 
Karl Rahner parece confundir el ateísmo con el agnosticismo. Agnóstico es 
todo aquel que niega la posibilidad de un conocimiento de Dios, o considera 
que el nombre «Dios» carece de contenido (como los neopositivistas), o que 
piensa que hay los mismos argumentos a favor o en contra de la existencia de 
Dios, por lo que es imposible pronunciarse sobre esta cuestión. El ateo, en 
cambio, afirma que es posible un conocimiento de Dios y se basa en él para 
negar su existencia como algo más que una mera idea. En lo que difieren los 
teístas y los ateos es en la forma cómo se accede a ese tipo de conocimiento. 
Los primeros se basan, además de en la razón, en la revelación, la fe, el 
sentimiento, la autoridad de instituciones (como la Iglesia católica) o de líderes 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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religiosos, la aceptación de dogmas y en experiencias místicas inaceptables 
para los ateos, porque nosotros creemos que se puede conocer racionalmente 
a Dios de la misma forma que cualquier otro elemento de la realidad que nos 
rodea. 
 La siguiente definición de Rahner es esta: «Se habla de un ateísmo 
práctico (indiferentismo) en el caso de personas que del reconocimiento teórico 
de Dios no sacan ninguna consecuencia (concreta) para su conducta». Es 
decir, los ateos prácticos pueden creer en Dios, pero viven como si él no 
existiese, su creencia no afecta en nada a sus vidas. ¿Qué quiere decir esto? 
Giulio Girardi,reflexionando sobre esta forma de ateísmo, responde a esta 
pregunta: «Significa vivir habitualmente en función de un sistema de valores del 
cual Dios está ausente» (2). Tanto Rahner como Girardi parten en su reflexión 
sobre esta cuestión de la distinción entre ateísmo teórico y práctico. No puedo 
estar más en desacuerdo con este proceder, ya que rechazo esa dicotomía. 
El mal llamado «ateísmo práctico» no es ateísmo porque no se basa en 
una negación de Dios. Normalmente es, más bien, un teísmo inconsecuente, 
algo muy diferente. Si alguien cree en Dios eso lo convierte en un teísta, 
aunque después no saque ninguna consecuencia para su vida de esa creencia, 
quizás porque su voluntad sea demasiado débil para seguir un determinado 
código ético que se supone refrendado por Dios. Que un sacerdote cometa 
habitualmente crímenes que están totalmente prohibidos por su religión, es 
decir, que su conducta no esté condicionada por unos valores en los que 
presuntamente cree, no lo convierte en un ateo práctico, sino en un teísta 
inconsecuente o, si se prefiere, en un hipócrita, que dice una cosa y hace lo 
contrario. 
Lo que se esconde detrás de esta dicotomía conceptual aparentemente 
neutra es un enésimo ataque al ateísmo, aunque no se formule de manera 
clara. Al decir que alguien cree teóricamente en Dios, pero luego no extrae 
ninguna consecuencia de esa creencia, estamos señalando algo negativo, una 
incongruencia personal. Al calificar a esta actitud de «ateísmo» identificamos a 
ese posicionamiento con algo rechazable, con una falta de tipo moral. Además, 
como veremos a lo largo de este ensayo, muchos teístas identifican a Dios con 
el bien, por lo tanto, vivir como si él no existiera es vivir necesariamente de una 
manera inmoral (3). 
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Coincido con Karl Rahner cuando afirma que «determinar en qué 
consiste el verdadero ateísmo depende del concepto exacto de Dios que se 
presupone». El Dios presupuesto por este teólogo es el Dios cristiano en su 
versión católica. Eso le lleva a decir que el politeísmo es ateísmo «en cuanto 
dificulte el acto auténticamente religioso con relación al fundamento absoluto 
del mundo o, en caso extremo, lo haga imposible». Esto significa que el 
politeísmo, según cómo fuera entendido, sería también una forma de ateísmo, 
ya que interferiría en el conocimiento del «fundamento absoluto del mundo», es 
decir, del Dios cristiano. Pienso, en cambio, que todo politeísmo es una forma 
de teísmo y que, en ningún caso, puede ser englobado dentro del pensamiento 
ateo. Rahner también señala que en el politeísmo antiguo se calificó de 
ateísmo al monoteísmo de algunos filósofos y del cristianismo, y que «los 
padres de la Iglesia intentaron descubrir también en ciertas herejías un ateísmo 
oculto». Esto lo que nos muestra es que dentro del discurso teísta católico el 
ateísmo ha sido una especie de cajón de sastre en el que meter a quien se 
apartara de la ortodoxia oficial. Todo cabe bajo esa etiqueta: herejes, 
politeístas y animistas. De esta forma se da una imagen deformada del 
pensamiento ateo que no se corresponde con la realidad. 
El teólogo alemán sigue con su ataque al ateísmo disfrazado de 
definición aséptica afirmando que éste es un «fenómeno de crisis» que «ha 
surgido siempre en momentos críticos de transición entre épocas espirituales, 
culturales y sociales». Sostiene, además, que no es una opinión más sobre la 
existencia o inexistencia de algún ente, «pues si el ateísmo se entiende a sí 
mismo y comprende lo que el término “Dios” expresa, niega que se pueda 
plantear la pregunta por el ser en su totalidad y por el sujeto interrogante como 
tal». Esta última afirmación no es cierta. El ateo por supuesto puede 
preguntarse por «el ser en su totalidad» y por cualquier otra cosa, lo que pasa 
es que esa pregunta no se realiza en términos teológicos. 
Según este autor se puede criticar filosóficamente el ateísmo mostrando 
«explícitamente el carácter absolutamente singular» del conocimiento de Dios. 
Esa es una pretensión difícil de realizar porque los ateos consideramos que 
«Dios» es un objeto del pensamiento equiparable a cualquier otro en el sentido 
de que puede ser conocido por nuestro intelecto. Rechazamos, pues, esa 
singularidad epistemológica de la divinidad. 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 9 
Me gustaría acabar este apartado dando mi propia definición de ateísmo: 
es un posicionamiento filosófico que consiste en la negación de la existencia de 
Dios, dioses o deidades de cualquier otro tipo. El ateo no se refugia en la 
comodidad del agnóstico, que simplemente prefiere no pronunciarse sobre esta 
cuestión, sino que toma partido. El ateísmo genérico que he definido aquí no es 
una filosofía, algo que requeriría un desarrollo teórico mucho más amplio, 
tampoco es una ideología (aunque pueda forma parte de alguna), pero sí es 
filosófico en la medida en que implica una determinada manera de ver las 
cosas que afecta a nuestra posición en el mundo. 
 
Un ateísmo racionalista 
 
El ateísmo que defiendo lo calificaría de racionalista. Este adjetivo ha sido 
utilizado a lo largo de la historia para describir el pensamiento de múltiples 
filósofos. Su significado es, pues, ambiguo, ya que varía de un autor a otro, de 
una época a otra. Quiero exponer a continuación mi forma de entender el 
racionalismo. Esto me permitirá mostrar las razones por las que pienso que el 
ateísmo es la mejor postura que cualquiera puede defender respecto a la 
cuestión de la existencia de Dios o de entidades similares. 
 Mi ateísmo se fundamenta en un juicio, en una valoración de las pruebas 
y argumentos presentados por los teístas para demostrar sus ideas. Ese juicio 
es estrictamente racional y, por lo tanto, excluye elementos que son 
fundamentales para los teístas como la revelación, los milagros, el acatamiento 
de autoridades religiosas, la tradición, la fe y el sentimiento. Que excluya estos 
elementos no significa que no los tenga en cuenta, sí que lo hago, pero como 
algo más a considerar racionalmente, no como explicaciones válidas que 
sustenten el teísmo. El ateísmo que defiendo no es un postulado dogmático, 
sino que surge de un pensamiento crítico. 
 La revelación no puede ser aceptada como una fuente de conocimiento 
porque normalmente se manifiesta de manera exclusiva a los creyentes en el 
Dios en cuestión, en la intimidad o en lugares donde no hay testigos objetivos, 
pruebas gráficas, audiovisuales o de cualquier otro tipo. Al final lo único que 
tenemos son relatos, historias fantásticas que no pueden convencer a nadie 
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que ya no estuviera convencido de antemano. Esto mismo que he dicho de la 
revelación sirve para los milagros. 
 Los argumentos basados en la autoridad o en la tradición tampoco me 
parecen fuentes fiables de conocimiento. La verdad es independiente de quien 
la diga. Esa autoridad descansa sobre una supuesta comunión, conocimiento o 
relación especial de alguien con Dios, o en el hecho de ocupar una posición 
relevante dentro de una jerarquía eclesiástica o sacerdotal. Que una persona 
diga que Dios existe, por muy relevante que sea, no demuestra nada. El 
seguimiento acrítico de supuestas autoridades ha hecho un daño enorme al 
progreso científico de la humanidad, porque en vez de observar y estudiar el 
mundo que nos rodea por nosotros mismos, nos hemos dedicado durante 
siglos a sacralizar textos como los aristotélicos, que, por ejemplo en física, 
estaban equivocados en gran parte. La tradición y la autoridad son perniciosas 
si evitan que nos cuestionemos racionalmente aquello que defienden. 
El punto de vista racionalista que adopto hace que no me resulte válido 
el decir «yo creo», es decir, la simple fe, sino que esa creencia debe ser 
demostrada con argumentos que puedan ser aceptadospor aquellos que no 
somos teístas. El diálogo basado en la razón es el único que posibilita el 
encuentro y la discusión entre el teísmo y el ateísmo, ya que lo que une a 
ambos es el entendimiento común a todos los seres humanos. Un discurso 
estrictamente fideísta impediría cualquier reflexión sobre esta cuestión. El teísta 
diría «yo creo», el ateo replicaría «yo no creo», lo que convertiría este asunto 
en una cuestión de fe, algo que pondría a ambas posturas en el mismo plano 
de discurso y que paralizaría cualquier intento sincero de buscar la verdad. 
 Defiendo el ateísmo porque pienso que los argumentos usados para 
demostrar la existencia de Dios son erróneos, lo mismo que las críticas al 
ateísmo vertidas por los teístas. Un observador externo lo que ve son personas 
que dicen creer en la existencia de un Dios omnipotente. Pero por mucho que 
busquemos evidencias claras de la existencia de esa divinidad no las 
encontraremos. Únicamente hallaremos discursos, opiniones o textos escritos 
por personas y considerados sagrados, pero nada que pueda convencer a 
alguien que busque una prueba racional, científica, de ese ser supremo. Lo que 
tenemos es a mucha gente que dice: «Yo creo en Dios». Pero, como es 
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evidente, que muchos crean en algo no hace a aquello que creen más 
verdadero. 
La fe de gran cantidad de teístas se fundamenta en libros considerados 
sagrados como la Biblia, sin lugar a dudas, el texto más influyente de la historia 
de la humanidad. Nunca se ha escrito nada ni probablemente se escribirá nada 
comparable a lo que la Biblia ha significado para nuestra especie. La vida de 
millones de seres humanos ha sido influida de manera decisiva por ese texto a 
lo largo de más de dos mil años de historia. Los teístas cristianos y judíos 
consideran que ese libro contiene la palabra de Dios revelada a la humanidad a 
través de profetas, místicos y santos que están en comunión directa con la 
divinidad. 
La verdad es, según mi parecer, muy distinta. La Biblia es un libro escrito 
por seres humanos para seres humanos hace cientos de años, en una época 
muy distinta a la nuestra, sin la intervención de ningún ser sobrenatural. No 
deja de ser una creación más de la mente humana, por muy influyente que 
haya sido. Lo que encontramos en los textos bíblicos es, sobre todo, un relato 
fantástico, basado en algunos casos en realidades históricas, pero cuyo grueso 
argumental es puramente ficticio. 
Soy plenamente consciente de que esta opinión puede resultar ofensiva 
para muchas personas, pero, tal como dice la cita que encabeza este libro y 
que no tiene una función meramente ornamental, sino que expresa mi 
propósito último, «estimo la verdad por encima de todo, y por esta razón 
desdeño lo que se opone a ella». En el fondo el tema central de este ensayo es 
el de la verdad. Y no se trata aquí de una verdad subjetiva o personal, sino de 
una verdad objetiva, racional y científica. Lo que queremos saber es si 
podemos considerar verdaderas las creencias y los argumentos teístas y, en 
función de ese análisis, obrar en consecuencia. Si algunos se ofenden es algo 
que lamento, pero lamentaría más limitar mi búsqueda de la verdad por el 
miedo a ofender a alguien. Tal como dice Shopenhauer: «Nunca brillará la 
verdad sobre la tierra mientras tengáis encadenados a los espíritus en este 
mundo». Sostengo que el teísmo es erróneo y, como toda gran mentira, es una 
pesada cadena que impide disfrutar del brillo de la verdad. 
Cualquiera que lea la Biblia inevitablemente llega a la conclusión de que 
allí no hay un Dios, sino, por lo menos, dos dioses. El Dios asesino y vengativo 
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que aparece en el Antiguo Testamento nada tiene que ver con el Dios 
compasivo que supuestamente entrega a su hijo a la humanidad para que sea 
crucificado por nuestros pecados. Esta contradicción es sólo una muestra de la 
heterogeneidad de la obra causada por la existencia de múltiples autores en 
muchos de los textos que la componen. Un libro que supuestamente ha sido 
revelado a los hombres por Dios debería tener un discurso unitario y ser 
coherente en todas sus partes, algo que no sucede en la Biblia. Esta obra no 
deja de ser una colección de mitos y de historias fantásticas. Es una selección 
de textos, hecha por élites políticas y religiosas, escogidos con el propósito de 
elaborar un discurso mínimamente coherente, algo que no siempre se 
consigue. 
Los llamados evangelios apócrifos del Nuevo Testamento son tan 
verdaderos como los considerados canónicos, es decir, igual de falsos, en la 
medida en que únicamente describen un relato plagado de fantasía y ficción. 
Es cierto que una parte relevante de la Biblia está basada en hechos históricos. 
Pero los testimonios de milagros, resurrecciones y demás acontecimientos 
sobrenaturales no tienen más credibilidad que la de cualquier otro mito. Los 
evangelios del Nuevo Testamento fueron escritos, como mínimo, cuarenta o 
cincuenta años después de la muerte de Jesús de Nazaret, y alguno de ellos, 
como el de Juan, incluso más tarde. No pueden ser considerados, por lo tanto, 
fuentes de primera mano. 
Además, los testimonios que encontramos en ese libro no son 
desinteresados. Los textos bíblicos tienen una función apologética, es decir, lo 
que persiguen no es retratar una verdad histórica, sino contribuir a la difusión 
del cristianismo y de las ideas teístas. No son, pues, fuentes fiables. La Biblia, 
además, contradice en gran parte nuestros conocimientos científicos y nuestra 
experiencia previa del mundo, porque en ella abundan los sucesos de carácter 
sobrenatural. 
Que la mayoría de los relatos bíblicos sean ficticios no significa que ese 
libro carezca de valor o de interés. Conocerlo me parece fundamental y es, 
además, un texto de gran belleza literaria que contiene un mensaje espiritual y 
ético capaz de seducir a millones de personas. El retrato de Cristo crucificado 
con la corona de espinas se ha convertido, sin duda, en el icono más poderoso 
y seductor del cristianismo. Es una imagen repetida hasta la saciedad en 
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cuadros, libros, películas o esculturas y ha penetrado de manera ineludible en 
el bagaje cultural de la civilización occidental. A veces, dentro de la literatura 
atea, se tiende a despreciar los mitos teístas al considerarlos infantiles o 
absurdos. Me parece un gran error hacerlo. Si esos relatos carecieran de 
fuerza y de atractivo no habrían sido capaces de perdurar en el tiempo. El 
teísmo tiene una gran capacidad de convencimiento y de atracción. No 
debemos tomarnos a la ligera sus símbolos ni sus textos sagrados. 
He dicho que defiendo una postura racionalista y que mi ateísmo se 
fundamenta en una valoración racional de las pruebas esgrimidas por los 
teístas. Pero alguien podría preguntarse, ¿por qué la razón debe ser el 
instrumento fundamental que debemos usar para juzgar el teísmo? Es evidente 
que mi postura implica una determinada concepción filosófica del mundo que 
me gustaría desarrollar brevemente a continuación. 
Durante siglos se nos ha definido de manera habitual como «unos seres 
dotados de cuerpo y alma», una idea surgida del teísmo. No obstante, me 
parece que la mejor definición posible es la del viejo Aristóteles, es decir, la de 
«animal racional». Al afirmar que el ser humano es un «animal» lo estoy 
situando a la misma altura que las demás especies que hay en nuestro planeta. 
Esta idea contradice la creencia teísta de que el hombre ha sido creado por 
Dios a su imagen y semejanza, una concepción narcisista del ser humano 
donde éste ocupa un lugar central dentro de la creación y las demás especies 
animales y vegetales existen no por sí mismas, sino que su única función es 
proveernos a nosotros de alimentos y de todo lo que necesitamospara nuestro 
sustento vital. El hombre, según muchas religiones, ocuparía un lugar especial 
en el mundo, sería un ser privilegiado que poseería un alma de la que 
carecerían los animales, seres que tendrían un papel secundario. No debemos 
perder de vista esa dimensión animal de nuestra naturaleza porque eso es lo 
que somos. Lo que diferencia a nuestra especie de las demás es que 
poseemos una característica más desarrollada: la razón, el intelecto, la 
inteligencia o como queramos llamarla. La distinción que hay entre nuestra 
especie y las demás no es radical, sino de grado. Los animales también están 
dotados de inteligencia, pero no tan desarrollada como la nuestra, no son 
capaces de realizar operaciones intelectuales complejas y el lenguaje que 
poseen las especies animales más inteligentes queda muy por detrás del 
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nuestro. No es que nosotros seamos inteligentes y que las otras especies no lo 
sean, sino que nuestro intelecto está más desarrollado, es más complejo, que 
el que ellos poseen. 
Algunos podrían objetar, como hace Stuart Sutherland en su libro 
Irracionalidad. El enemigo interior (4), que, a pesar de lo que dice Aristóteles, 
«cabe afirmar que la conducta irracional no es la excepción sino la norma» 
(pág. 7). Aunque la mayoría de la gente razone de manera incorrecta, cayendo 
en sesgos cognitivos o en falacias lógicas, esto no invalida el hecho de que 
podamos considerar a la razón como el elemento más definitorio de nuestra 
especie. De hecho, si llegamos a la conclusión de que muchas personas se 
comportan de manera irracional es porque poseemos una racionalidad capaz 
de mostrar esos errores que calificamos de irracionales. Aquí no estoy 
hablando de una persona en concreto ni de una sociedad determinada, sino del 
ser humano en tanto que especie definida por un rasgo que es único en todo el 
reino animal. 
Otros quizás piensen que la razón es intrínsecamente mala y que es la 
culpable de crear los campos de concentración de Auschwitz y de Mauthausen, 
o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. La razón, como podemos ver 
en la obra de Goya, crearía monstruos. No obstante, no creo que estos 
ejemplos se deban a la razón, sino que simbolizan un fracaso de la misma, es 
decir, una falta de racionalidad. No es un comportamiento racional el que lleva 
a construir un campo de exterminio, sino pulsiones mucho más primarias como 
el deseo de poder. Y todo ello es posible gracias a ideologías falsas como el 
racismo, que justifica la muerte de aquellos que son considerados inferiores. Si 
ponemos en un lado de una balanza lo bueno que nos ha dado la razón y en el 
otro lo malo, el bien pesaría mucho más. Simplemente basta con pensar en la 
prolongación de la esperanza de vida que ha provocado la mejora de los 
conocimientos médicos o en la producción masiva de alimentos. Por supuesto 
que los avances tecnológicos generan dilemas éticos y tienen consecuencias 
medioambientales, pero las dificultades que puede provocar el progreso 
científico tienen que ser resueltas por la misma razón que las ha hecho posible, 
no apelando a la irracionalidad o al sentimiento. 
La definición de «animal racional» me parece mejor que la de «ser 
compuesto de cuerpo y alma». Esto es así porque no creo que exista ninguna 
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 15 
entidad llamada «alma» ni nada parecido. El alma es una sustancialización de 
nuestra personalidad en versión inmortal. No hay razones para creer en ella. 
Los teístas no han ofrecido ninguna prueba de su existencia, únicamente basan 
sus creencias en relatos mitológicos. Por supuesto ellos dirán que el alma 
escapa a nuestros sistemas científicos para medir y comprender la realidad, ya 
que forma parte de un plano existencial sobrenatural al que la ciencia no puede 
acceder. Ante este argumento poco puede decirse, porque se fundamenta en 
creencias que nada tienen que ver el posicionamiento racionalista que 
defiendo. La mayoría de los seguidores del teísmo afirman que estamos 
formados por dos sustancias, una perecedera, el cuerpo, y otra inmortal, el 
alma, la primera se correspondería con la realidad natural y la segunda con la 
sobrenatural. Mi definición, en cambio, muestra un ser humano unitario, un 
miembro más del reino animal que posee una característica compartida con 
muchas otras especies, pero que lo define, lo singulariza, porque está más 
desarrollada. 
Afirmo que el entendimiento es el instrumento básico que debemos 
utilizar para la comprensión de la realidad. La razón debe ser la luz que nos 
guíe en la oscuridad de la existencia humana. Gracias a ella hemos conseguido 
convertirnos en la especie dominante del planeta, extendernos por todos los 
confines de este mundo, prolongar nuestra vida hasta límites insospechados, ir 
a la Luna y conocernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea. Nada de eso 
se ha logrado gracias a la fe o a la creencia en un Dios, sino que esas ideas 
han sido casi siempre un obstáculo para el progreso intelectual y material de la 
humanidad. 
Sé perfectamente que esta apasionada defensa de la razón no conecta 
con el espíritu de nuestra época. A pesar de ello pienso que debemos rescatar 
el ideal ilustrado del progreso a través de la razón de las garras del 
irracionalismo en su versión contemporánea que llamamos postmodernidad. 
Una idea puede resumir ese movimiento: todo es lo mismo. Tanto valor tiene 
para el postmoderno el discurso científico como las creencias chamánicas, las 
religiones o la astrología. Todo son textos, relatos que se retroalimentan, pero 
que no pueden apelar a ninguna idea de verdad que permita diferenciar a unos 
de los otros. La postmodernidad, respecto al tema de las religiones, propone 
una especie de orgía ecuménica final donde todas ellas convivan juntas al lado 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 16 
de otros discursos como el científico. Esa idea, que aparentemente es 
progresista y tolerante, nos conduce a nuestra liquidación como civilización. Si 
no existe una verdad objetiva a la que apelar, entonces la verdad que acaba 
triunfando es la de aquellos que son capaces de imponer su discurso. El 
relativismo postmoderno nos conduce al fascismo del conocimiento, porque la 
verdad acaba estando del lado de los más fuertes. 
A pesar de que las ideas postmodernas hayan tenido una gran 
aceptación en el mundo de las humanidades y, en especial, dentro de la 
filosofía, todavía no conozco a ningún científico digno de tal nombre que las 
aplique a sus investigaciones. Las ciencias de la naturaleza son la piedra 
inamovible que sustenta el racionalismo. Aunque algunos filósofos de la 
ciencia, como Kuhn o Fereyabend, hayan intentado dar una imagen 
irracionalista de la práctica científica, lo cierto es que ésta ha demostrado su 
capacidad para permitirnos aumentar nuestro saber. 
La ciencia, más que ser un conjunto de teorías, es una metodología para 
la adquisición de conocimiento. Ésta consiste en la investigación de hechos 
que son accesibles a la razón, lo que excluye lo sobrenatural o místico, ya que 
a ese reino únicamente tienen acceso unos pocos iluminados. Dios no puede 
ser objeto de investigación porque forma parte de ese ámbito de lo 
sobrenatural. El conocimiento científico, además, debe ser mutable, es decir, 
susceptible de evolucionar y de incorporar nuevos descubrimientos. 
Otro de los problemas del teísmo es que sus ideas son incompatibles 
con todo nuestro conocimiento previo, con las leyes y teorías que rigen la 
naturaleza, como sucede en el caso de los milagros. La ciencia también implica 
una noción de objetividad, concepto desahuciado por muchos, pero que me 
sigue pareciendo útil. Que alguien diga ver a la Virgen María no tiene ninguna 
fuerza probatoria si esa experiencia no es compartida por otros que no 
alberguen la creencia en esa personalidadsobrenatural y dicha aparición 
pueda ser probada a través de datos empíricos fiables. 
Dos de las características principales de la metodología científica es la 
publicidad y la falsabilidad. Los resultados de una investigación deben ser 
publicados y expuestos ante la comunidad científica para que ésta pueda 
confirmarlos o refutarlos. Esto implica la posibilidad de repetir los experimentos 
y de comprobar por personas ajenas al investigador si lo que éste afirma es 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 17 
cierto. Cuando la Virgen se aparece normalmente lo hace a unos pastorcillos 
en medio de la noche, nunca en un laboratorio de física o en un plató de 
televisión. Y si los escépticos van a comprobar ese fenómeno sobrenatural éste 
siempre desaparece. La conclusión lógica que debemos sacar es que esa 
aparición nunca se ha producido, por mucho que algunos se empeñen en 
construir iglesias en el lugar del supuesto milagro. 
He señalado las siguientes características de la metodología científica: 
investigación de objetos accesibles a la razón, mutabilidad, coherencia con el 
conocimiento previo, objetividad, publicidad, falsabilidad, crítica de la 
comunidad científica y repetibilidad. Ninguna de ellas es satisfecha por el 
teísmo. 
Es muy cómodo sentarse en una cátedra universitaria y despotricar 
contra la soberbia ciencia oficial. Tiene incluso algo de romántico, de lucha 
contra el orden establecido. Todos los que critican a la razón después, cuando 
están enfermos de cáncer, no acuden a un chamán o un curandero para que 
les sane con un hechizo mágico, ni confían su curación a la oración o al 
Espíritu Santo, sino que van a un hospital para que se les apliquen las técnicas 
más avanzadas en medicina. Usan la ciencia que tanto critican cuando les 
conviene, una ciencia a la que perjudican con sus ideas. 
El discurso anticientífico, tan de moda en algunas facultades de 
humanidades y dentro del mundo teísta, es equivocado y, además, peligroso 
para la sociedad. Una de las grandes tragedias de nuestro tiempo es que la 
mayoría de la gente, incluidos los líderes políticos, no han llegado a 
comprender la importancia de la ciencia y de la educación como motor 
fundamental para el progreso humano. Si hemos logrado aumentar nuestra 
esperanza de vida como nunca, si somos capaces de curar enfermedades que 
antes diezmaban a la población, no ha sido gracias a la religión, sino a la 
ciencia y, dentro de ella, ocupa un lugar muy especial la medicina, como 
instrumento fundamental para aliviar el dolor y el sufrimiento humano. 
Algunos podrían objetar que el ideal de progreso ilustrado realmente 
nunca existió, que ha sido una ensoñación, una utopía imposible de realizar. 
No comparto esa crítica. El progreso consiste en aumentar nuestra esperanza 
de vida, en reducir la mortalidad infantil, en acabar con la opresión de la mujer, 
en evitar que nadie muera de hambre o de enfermedades curables, en conocer 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 18 
aquello que desconocemos. En definitiva, progresar es permitir que todos los 
seres humanos dispongan de las condiciones materiales y políticas necesarias 
para poder desarrollar libremente su proyecto vital. Progresar es avanzar en el 
conocimiento de la verdad, en la comprensión del universo que nos rodea. Este 
progreso no puede ser alcanzado si en vez de dedicarnos a invertir en ciencia, 
tanto básica como aplicada, desde la filosofía hasta la física o las matemáticas, 
derrochamos el dinero público en cosas irrelevantes. El falso discurso 
anticientífico acaba calando en la sociedad y en la clase política, lo que impide 
que se inviertan los recursos necesarios en ella. 
Una de las causas principales del desprestigio de la ciencia proviene del 
teísmo, que se dedica en muchas ocasiones a atacarla cuando ésta pone en 
cuestión alguno de sus dogmas, creencias o ideas falaces, como la supuesta 
autenticidad de la llamada Sábana Santa de Turín. Las religiones han sido 
históricamente enemigas del pensamiento crítico porque quieren una razón 
esclava de sus dogmas y de las jerarquías eclesiásticas. 
Tradicionalmente se ha entendido el racionalismo como opuesto al 
empirismo. Nada tiene que ver la postura que defiendo con esa dicotomía 
clásica. Lo que afirmo es que la razón ocupa un lugar privilegiado dentro de la 
adquisición de conocimiento, tiene una primacía epistemológica, en especial la 
metodología científica. Tampoco debemos ver a la razón como opuesta al 
sentimiento, dicho metafóricamente, la cabeza enfrentada al corazón. Las 
emociones pueden ser estudias y comprendidas racionalmente y es posible 
desarrollar una inteligencia emocional que nos permita gestionar 
adecuadamente nuestros propios sentimientos. Razón y emoción son 
complementarias, no opuestas. 
Lo que sí rechazo es un irracionalismo emotivista que pretende afirmar 
que algo es cierto porque sentimos que lo es, argumento que es usado 
habitualmente por los teístas. Que muchos crean que Dios les habla, o que sus 
seres queridos siguen vivos en otra realidad inaccesible para nosotros, no 
convierte al teísmo o al sobrenaturalismo en verdaderos. 
 
La falsedad del dualismo 
 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 19 
El teísmo presupone, en la mayoría de sus formas, una ontología dualista. Esto 
no sería válido para el panteísmo, que, como ya he dicho, es una forma de 
teísmo, pero sí para la mayoría de ellos. Desde luego esto es evidente en las 
grandes religiones monoteístas como el cristianismo, el islamismo y el 
judaísmo. El teísmo es dualista porque cree en una realidad natural y en otra 
realidad sobrenatural donde se encuentra Dios y todos los demás seres que le 
acompañan, como los ángeles, la Virgen María, etc. El dualismo, además, es 
necesario en aquellas religiones que creen en un alma inmortal, ya que 
precisan de una realidad distinta de la nuestra donde ésta pueda habitar 
después de haberse separado del cuerpo y recibir su premio o castigo en el 
cielo o en el infierno. 
 Frente al dualismo lo que defiendo es un monismo ontológico, es decir, 
expresado en un lenguaje que recuerda a Parménides, el Ser es uno. Aquí por 
«Ser» entiendo la totalidad de lo que existe. Podría, por tanto, sustituir este 
concepto por «universo». Sin embargo, me parece más acertado el primer 
término porque expresa mejor esa idea de totalidad que quiero destacar. 
Hipotéticamente es posible que existan universos paralelos, tal como es 
predicho por la teoría de cuerdas. Si esa hipótesis se confirmara la idea de 
universo sólo englobaría una parte del Ser. 
 El monismo me parece la mejor opción en este caso porque es lo más 
compatible con la postura racionalista que defiendo. Nunca se ha demostrado 
la existencia de una realidad sobrenatural, espiritual, de un «más allá» o de 
nada que se le parezca. No veo ninguna razón que me impulse a creer que hay 
dos mundos, dos realidades que existen en planos diferentes. El dualismo es 
otro invento humano, probablemente una de las creaciones más perversas y 
erróneas de nuestra mente. 
 Esta ontología dualista, imprescindible para la mayoría de teísmos, tiene 
la ventaja de que ayuda a dar respuestas a necesidades y anhelos humanos. 
Les permite, por ejemplo, afirmar que existe vida más allá de la muerte. Pero 
este dualismo, que soluciona algunos problemas, acaba generando más 
dificultades y preguntas: ¿cómo se accede al mundo sobrenatural? ¿Dónde 
está? ¿Desde cuando existe? ¿Cómo se relaciona el mundo natural con el 
sobrenatural? ¿Quién lo ha creado? ¿Por qué es imperecedero? Podríamos 
formular muchas otras preguntas, pero ninguna de ella puede ser respondida 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 20 
de manera rigurosa. Si aplicamos a estos interrogantes la metodología 
científica con lo que nos encontramos es con la imposibilidad de acceder al 
objeto de estudio,debido a que ese mundo sobrenatural no forma parte de la 
realidad física y, según los que creen en él, sólo se puede conocer después de 
la muerte, o a través de textos supuestamente revelados por Dios, o gracias al 
testimonio de místicos, videntes o chamanes, u otras fuentes que no tienen 
ninguna credibilidad. Me parece, pues, que la conclusión lógica es negar su 
existencia y relegarlo al campo de la fantasía. 
Mi monismo me conduce a un naturalismo ontológico. Si no hay una 
realidad sobrenatural debemos afirmar que únicamente existe un mundo físico 
regulado por leyes que pueden ser formuladas. Y es posible comprenderlo 
porque éste existe al margen del sujeto. El naturalismo debe completarse con 
un realismo ontológico que se aleje de posturas idealistas, donde se llega a 
afirmar que todo lo que vemos a nuestro alrededor es una creación de la 
mente. Pienso, por tanto, que la mente o la conciencia no son realidades 
metafísicas, como pueda serlo el alma, sino funciones y procesos que emergen 
del cerebro y que no son posibles sin él. No hay dos realidades (natural o 
sobrenatural, física o metafísica, material o ideal), sino una única realidad. 
Dentro de ese concepto de «naturaleza» debemos incluir, además, a los 
objetos metafísicos, como, por ejemplo, las matemáticas o la lógica, que no 
habitan otro mundo de las ideas, sino que surgen de la actividad intelectual del 
ser humano. No quiero caer en un naturalismo ingenuo o reduccionista que 
niegue la existencia o la irrelevancia de la metafísica, o que pretenda su 
superación mediante el análisis lógico del lenguaje, tal como defendían los 
neopositivistas. Lo que niego es cualquier tipo de dualismo ontológico, 
sobrenaturalista o metafísico. He esbozado las líneas básicas de mi 
pensamiento, los conceptos que lo definen: monismo, realismo ontológico, 
racionalismo y naturalismo. Mi ateísmo es una consecuencia directa de todo lo 
anterior. 
 Quisiera, a continuación, interpretar a partir de lo dicho el mito de la 
caverna de Platón, uno de los textos más famosos e influyentes de la historia 
del pensamiento. Esta alegoría muestra a un grupo de hombres que viven 
desde su infancia encadenados y obligados a mirar siempre a una pared. 
Detrás de ellos un fuego ilumina un camino separado por un tabique de los 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 21 
esclavos prisioneros. Por ese sendero pasan hombres portando figuras que 
sobresalen por encima de la pared que les separa de los prisioneros 
proyectándose sombras delante de ellos a causa del fuego. Los encadenados 
creen que lo que ven es la auténtica realidad, ya que no han conocido nunca 
otra cosa. Si uno de esos prisioneros se liberara (el filósofo) y saliera de la 
cueva, conocería entonces, después de superar su sorpresa inicial, el mundo 
verdadero iluminado por el sol, es decir, por la idea platónica del bien. Lo que 
persigue este mito es enseñar el difícil camino que va desde el falso mundo 
sensible (sombras) al verdadero conocimiento (las ideas), que se encuentran 
en el mundo inteligible (luz). 
 Esta historia nos muestra de manera magistral un proceso de 
sustancialización conceptual y un esquema dualista ontológico. Para Platón 
existen dos mundos claramente diferenciados, el mundo de las ideas y el 
mundo de lo sensible. El segundo es falso, una simple copia y reflejo de la 
verdadera realidad que representan las ideas, que no son entendidas como 
conceptos surgidos de la reflexión o de la abstracción, sino como entidades 
dotadas de verdadera sustancia al margen del mundo material. 
 No puedo estar más en desacuerdo con el esquema platónico. No 
existen dos realidades, sino una sola. El mundo de las ideas es una creación 
de la mente humana surgida a través de un proceso de sustancialización 
conceptual y de ruptura de la realidad en dos sustancias opuestas. Lo que hace 
el insigne filósofo griego es atribuir a los conceptos una realidad sustancial de 
la que carecen por sí mismos. El dualismo es un esquema equivocado porque 
las ideas, y el cerebro humano del que surgen, forman parte de la misma 
realidad interconectada e inseparable. 
 Las sombras no son los reflejos que ven los hombres encadenados 
dentro de la caverna. El falso conocimiento surge de la creencia en un plano 
existencial diferente, más verdadero y auténtico, que el mundo físico que puede 
ser estudiado científicamente a través de la experimentación y la observación. 
Las cadenas han sido creadas por aquellos, como Platón y los demás 
dualistas, que buscan en una realidad distinta a la que conocemos la 
satisfacción de sus ansias de inmortalidad, de justicia perfecta, de su deseo de 
vivir en un lugar donde no exista el mal y el sufrimiento consustanciales a toda 
vida humana. La caverna ha sido construida por las manos de aquellos que 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 22 
han preferido un mundo de ficción a la realidad material. Una de las tareas más 
importantes que puede realizar un filósofo es denunciar el mito de la existencia 
de una realidad trascendente, metafísica en el caso platónico y sobrenatural 
según las religiones. 
 Platón crea un mundo inteligible jerarquizado donde la idea suprema es 
el bien, que «es la causa primera de todo lo que hay de bello y de recto en el 
universo» (517 c). Este esquema será especialmente útil para los monoteísmos 
posteriores, en especial para el cristianismo, que recepciona a Platón a través 
de la obra de San Agustín, entre otros. El mundo de las ideas es el cielo que 
espera a los bienaventurados después de la muerte, allí su alma inmortal podrá 
contemplar al creador, es decir, a Dios, que ocupa el lugar del bien en el mito 
platónico de la caverna. 
 El autor de La República (5) pretende mostrarnos lo difícil que es la 
adquisición y la transmisión a otros del verdadero conocimiento que surge de la 
contemplación de las ideas. Nos dice que el esclavo liberado de la caverna, 
cuando baja a ver a sus antiguos compañeros de presidio y les explica lo que 
ha visto, éstos se niegan a creerle, se ríen de él e incluso amenazan con 
matarle si les libera, ya que prefieren vivir en su mundo de sombras. 
Platón se equivoca al pensar que lo difícil es creer en la existencia de 
otro mundo más verdadero y mejor que el que conocemos, el éxito de sus 
ideas y de las miles de religiones que existen muestran lo equivocado que 
estaba. El ser humano desea ardientemente creer en una vida eterna, en una 
realidad mejor que la que conoce. Ese es un discurso que prende muy 
fácilmente en la mente y en el corazón de los seres humanos. La fuerza de 
esas ideas, además, se ha institucionalizado, se han creado iglesias, arte, 
literatura y pensamiento destinados a difundir esa visión dicotómica, auténticas 
máquinas de transmisión ideológica enormemente poderosas e influyentes que 
desde el seno del hogar y de la escuela nos educan en la religión. Llevamos 
miles de años creyendo en otra realidad sobrenatural porque deseamos creer 
en ella, porque es aquello que se nos ha inculcado desde hace mucho, mucho 
tiempo. Lo difícil, por lo tanto, no es aceptar un mundo dualista, sino denunciar 
la falsedad de ese modelo de pensamiento tan consolidado. 
 
Argumento ontológico y cinco vías tomistas 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 23 
 
La formulación más conocida del argumento ontológico la encontramos en el 
Proslogio (6) de San Anselmo de Canterbury, en los capítulos II, III y IV de este 
libro. Este argumento se dirige contra el insensato, es decir, el ateo, que «ha 
dicho en su corazón: No hay Dios». A pesar de no creer en él ese insensato 
tiene en su mente la idea de «un ser por encima del cual no se puede imaginar 
nada mayor». Esa idea de un ser mayor que cualquier otra cosa no puede estar 
«solamente en la inteligencia», porque si esto sucediese «habría algo por 
encima de él». De ahí se extrae la conclusiónfinal: «Existe, por consiguiente, 
de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en 
el pensamiento ni en la realidad». Y ese ser supremo que debe existir 
necesariamente es, por supuesto, Dios. Entonces, ¿por qué el ateo lo niega? 
San Anselmo lo tiene claro: «Porque es insensato y sin inteligencia», ya que 
según él la existencia divina es evidente. 
 No tiene ningún sentido que pretenda refutar este argumento, una tarea 
que ya ha sido realizada por varios autores hace siglos. El primero en hacerlo 
fue el monje Gaunilo, que afirmó que «de esta manera de existencia ideal no se 
sigue necesariamente que [Dios] exista en la realidad, no le concedo esta 
existencia, a menos que se me lo demuestre por una prueba irrefutable». Es 
decir, que tengamos el concepto de un ser perfecto llamado Dios no demuestra 
que él exista fuera de mi mente. 
 Otro filósofo que criticó este argumento fue Santo Tomás, más proclive, 
debido a la fuerte influencia aristotélica que hay en su pensamiento, a aceptar 
argumentos a posteriori, es decir, que partan de la experiencia, que 
razonamientos a priori, como el de San Anselmo, que no tienen en cuenta el 
mundo sensible. Sus críticas se encuentran en la Suma de Teología (7), 
artículo 1. Allí dice que «es probable que quien oiga la palabra Dios no 
entienda que con ella se expresa lo más inmenso que se pueda pensar, pues 
de hecho algunos creyeron que Dios era cuerpo». Además, aunque alguien 
comprenda ese concepto tal como lo define San Anselmo, de ahí «no se sigue 
que entienda que lo que significa este nombre se dé en la realidad, sino tan 
sólo en la comprensión del entendimiento». Aunque los que niegan a Dios 
acepten la definición de la divinidad como el ser más grande que puede 
pensarse, eso no demuestra la existencia divina. 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 24 
Kant, en la Crítica de la razón pura (8), dice que «el concepto de un ser 
absolutamente necesario es un concepto puro de razón, es decir, una mera 
idea cuya realidad objetiva dista mucho de quedar demostrada por el hecho de 
que la razón la necesite» (B 620). Sostiene, además, que el argumento es «una 
simple tautología» (B 625), que no aporta ninguna información nueva, porque 
esta prueba ontológica cae en una «contradicción al introducir ―ocultándola 
bajo el nombre que sea― la existencia en el concepto de una cosa que 
pretendíais pensar desde el punto de vista exclusivo de su posibilidad». Al 
incluir la existencia de Dios dentro del concepto de «ser perfecto» se cae en la 
falacia de petición de principio, porque se introduce la conclusión en las 
premisas del razonamiento: se pretende demostrar una existencia que ya se 
presupone. Kant concluye de manera tajante diciendo que «todo el esfuerzo y 
el trabajo invertidos en la conocida prueba ontológica (cartesiana) de la 
existencia de un ser supremo a partir de conceptos son, pues, inútiles» (B 630). 
Schelling, en la introducción de su Filosofía de la revelación (9), 
refiriéndose a este argumento, dice que «del concepto de Dios […] no se sigue 
eternamente nada más que esto: que Dios, si existe, debe ser el existente a 
priori; de otra manera él no podría existir. Pero de ahí no se sigue que Dios 
existe» (pág. 167). Dicho de otra forma: «La esencia suprema existe […] si hay 
una esencia que sea la suprema en el sentido de que implica su existencia; 
pero entonces la proposición “ella existe” es todavía solamente una tautología» 
(pág. 168), crítica que también realizó Kant. La conclusión a la que llega, que 
comparto plenamente, es la siguiente: «El argumento ontológico […] no podía 
demostrar la existencia de Dios» (ibíd.). 
Este mismo pensador, en sus Lecciones muniquesas para la historia de 
la filosofía moderna (10), en su análisis del argumento ontológico defendido por 
Descartes, hace una crítica a este razonamiento que me parece interesante y 
que también puede extenderse a San Anselmo. En el argumento ontológico se 
presupone que la existencia es un tipo de perfección. Por lo tanto, el ser más 
perfecto que pueda pensarse debe existir necesariamente. Ahora bien, es muy 
discutible que la existencia sea una perfección. Schelling afirma que «un 
triángulo, por ejemplo, no es más perfecto por el hecho de que exista; si esto 
fuera así, entonces me estaría permitido concluir también que el triángulo 
perfecto debería existir» (pág. 120). Este ejemplo nos muestra lo absurdo de 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 25 
afirmar que la existencia es una perfección. El filósofo alemán concluye su 
razonamiento diciendo que «la existencia expresa sólo que la cosa, es decir, 
sus perfecciones, existen. Luego la existencia no es una de estas perfecciones, 
sino aquello sin lo cual ni la cosa ni sus perfecciones existirían» (ibíd.). 
Lo sorprendente de este argumento es que se haya convertido en uno 
de los razonamientos más estudiados y criticados, generando una bibliografía 
casi inabarcable, algo también causado porque grandes pensadores 
posteriores como Descartes y Leibniz lo aceptaron y lo reformularon. A pesar 
de ello, es evidente que el argumento ontológico no demuestra nada y no 
merece ser considerado como una prueba a favor de la existencia de Dios. Por 
eso pienso que debería haber quedado como una aportación marginal dentro 
de la historia de la filosofía. 
Algunos teístas también afirman creer en Dios, entre otras razones, 
porque las cinco vías de Santo Tomás les parecen una prueba convincente de 
su existencia. Siempre me ha llamado la atención la vigencia de estas 
supuestas pruebas basadas en la física aristotélica. Parece ser que algunos 
filósofos y teólogos no han querido asumir que la física creada por Aristóteles 
dejó de ser válida hace más de trescientos años, desde que Galileo comenzó a 
observar el cosmos con un sencillo catalejo la cosmología y la física aristotélica 
han pasado a engrosar la enorme lista de errores humanos. Sin embargo, 
ajenos a todo esto, muchos siguen repitiendo los conceptos de primer motor o 
de causa eficiente, a pesar de que la ciencia moderna los considera reliquias 
del pasado. 
La primera vía es la del movimiento. Es falso que «todo lo que se mueve 
es movido por otro» (art. 3), ya que, por ejemplo, los seres vivos se mueven por 
sí mismos. El movimiento, además, no se explica diciendo que es el paso de la 
potencia al acto, como afirma Aristóteles y acepta Santo Tomás, sino que su 
comprensión requiere de las leyes de Newton y de toda una serie de teorías 
que nos proporciona la física moderna, entre ellas el conocimiento de las cuatro 
fuerzas fundamentales de la naturaleza: gravedad, electromagnetismo, fuerza 
nuclear fuerte y fuerza nuclear débil. No se puede afirmar tampoco que «es 
imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí 
mismo». En este mismo momento nos movemos, igual que el resto del planeta, 
alrededor del Sol, aunque no seamos conscientes de ello. Podemos, a la vez, 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 26 
movernos libremente en función de nuestra voluntad y de las limitaciones que 
encontremos y, mientras nos movemos, podemos hacer que otro se mueva. La 
afirmación de Santo Tomás es absurda. Su falaz razonamiento le lleva a 
postular «un primer motor al que nadie mueve» que, por supuesto, es Dios. No 
hay ninguna evidencia objetiva que demuestre la existencia de un primer motor, 
aunque algunos teólogos y filósofos crean en él. Toda la teoría aristotélica de 
un primer motor contradice nuestro conocimiento científico actual, lo que me 
lleva a rechazarla. 
La segunda vía es la de la causa eficiente. ¿Qué es una «causa 
eficiente»? Es lo que provoca que otra cosa exista, por ejemplo, la causa 
eficiente de una mesa sería su constructor. Santo Tomás afirma que en el 
mundo sensible «no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente 
de sí mismo,pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible». Todo lo que 
existe remite a una causa primera. Un ser humano tiene como causa eficiente a 
sus padres, y éstos a sus padres y así sucesivamente hasta llegar al origen de 
la humanidad, de la vida, y, finalmente, del universo. Y esa causa eficiente, 
como no, «todos la llaman Dios». 
Pienso, al igual que la casi totalidad de la comunidad científica, que la 
teoría que mejor explica el origen de todo es la del Big Bang, por muy 
imperfecta que sea. No precisamos de un ser todopoderoso para entender el 
nacimiento del universo. Es normal que Santo Tomás postulará en el siglo XIII 
una causa eficiente final divina, lo que me parece criticable es que a inicios del 
siglo XXI haya personas que ignoren completamente los descubrimientos más 
básicos de la ciencia actual y sigan aferrándose a explicaciones teológicas 
como si siguiéramos en la Edad Media. 
La tercera vía es la llamada de la contingencia. Hay cosas contingentes, 
que pueden existir o no, y «es imposible que las cosas sometidas a tal 
posibilidad existan siempre». Santo Tomás prosigue afirmando que si «nada 
existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada 
existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo 
posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario». Por lo tanto: «Es preciso 
admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no 
esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás». 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 27 
Esta vía no deja de ser una versión de la anterior, la de la causa 
eficiente, ya que «contingente» y «causa creada», y «necesario» y «causa 
eficiente», son aquí sinónimos. Lo mismo sucede con la primera, que también 
remite a una causa primera, aunque no de todo lo que existe, sino únicamente 
del movimiento. Estas tres vías son, según mi parecer, variaciones del llamado 
argumento cosmológico, que pretende demostrar la existencia de una primera 
causa a partir de la experiencia. Esta opinión es compartida por el autor de la 
Crítica de la razón pura, que en una nota al pie (B 633), afirma que la prueba 
cosmológica «se apoya en la presunta ley trascendental de la causalidad, 
según la cual todo lo contingente posee una causa […] hasta que la serie de 
causas subordinadas unas a otras se acabe en una que sea absolutamente 
necesaria». 
Kant también rechaza este argumento cosmológico, que formula de la 
siguiente forma: «Si algo existe, tiene que existir también un ser absolutamente 
necesario. Ahora bien, existo al menos yo. Por consiguiente, existe un ser 
absolutamente necesario» (B 632). Lo relevante de esta prueba es que 
«arranca de la experiencia y no procede, por tanto, enteramente a priori u 
ontológicamente» (B 633). No obstante, esto que sucede en apariencia, si 
profundizamos en el argumento, veremos que no es cierto, porque aquí lo que 
sucede es que «la razón especulativa disfraza un viejo argumento y lo presenta 
como nuevo» (B 634). Es decir, Kant afirma que este razonamiento no deja de 
ser una versión de la prueba ontológica, ya que la apelación a los sentidos es 
irrelevante y la argumentación se basa en la idea a priori de un ser creador de 
todo lo que existe, ser que, a su vez, debe existir necesariamente: «Se 
presupone aquí que el concepto de un ser de realidad suprema satisface 
plenamente el concepto de necesidad absoluta de la existencia, es decir, que 
se puede inferir lo último de lo primero, lo cual constituye una proposición 
sostenida por el argumento ontológico» (B 635). El filósofo nacido en Könisberg 
añade que «la supuesta experiencia es superflua; tal vez puede conducirnos al 
concepto de necesidad absoluta, pero no demostrar tal necesidad en una cosa 
determinada» (ibíd.). Este autor rechaza que esta prueba se base en el 
principio de causalidad, que «sólo tiene valor y criterio de aplicación en el 
mundo de los sentidos» (B 637). Es también objeto de crítica «la inferencia de 
una primera causa a partir de la imposibilidad de una serie infinita de causas 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 28 
dadas» (B 638), algo que no se puede hacer en la experiencia y «menos aún 
podemos extender este principio más allá de ella (a donde no puede llegar la 
cadena)». Kant rechaza «la falsa autosatisfacción de la razón con respecto a la 
completud de la serie» (ibíd.), refiriéndose a la serie de causas y efectos que 
supuestamente deben tener una primera causa. Los argumentos que 
desmontan la prueba ontológica-cosmológica dejan sin validez las tres 
primeras vías tomistas. 
Pasemos al análisis de la cuarta vía, llamada de los grados de 
perfección, porque «se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en 
las cosas». En primer lugar, se procede constatando una realidad empírica: 
«Nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se 
dan en las cosas. En unas más y en otras menos». A continuación, este autor 
prosigue su razonamiento diciendo que hablamos de «más» o de «menos» en 
estas perfecciones en la medida en que se aproximan o se alejan de lo 
máximo. Y de ahí extrae la siguiente conclusión: «Hay algo, por tanto, que es 
muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia es el máximo ser», 
porque «lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género», ya 
que «hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de 
cualquier otra perfección» y a eso se le llama Dios. 
Primera objeción: Santo Tomás sólo elige de manera interesada 
cualidades positivas, de la misma forma que existe la bondad también existe la 
maldad. Si Dios es causa última de lo bueno, ¿por qué no lo es de lo malo, de 
la mentira o de lo innoble? Si él es causa de todo, ¿no lo será también de lo 
negativo? 
Aquí la clave está en determinar qué es lo «máximo» en las perfecciones 
citadas. Según mi parecer, es simplemente la idea de bien, verdad, nobleza o 
cualquier otra, es decir, el concepto abstracto que tenemos de esas 
perfecciones y a partir del cual juzgamos cada situación concreta. Si 
pensamos, por ejemplo, que es noble ayudar a los otros, tenemos que juzgar 
como más cercano a ese ideal a alguien que dedica toda su vida a ayudar a 
otras personas. En cambio, aquellos que nada hacen por mejorar la vida de sus 
congéneres estarán muy alejados de esa cualidad considerada noble. De ahí 
no se extrae la existencia de ningún ser que tenga que poseer de manera 
perfecta esas perfecciones, la única conclusión a la que podemos llegar es que 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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existe la idea de bien, verdad o nobleza como ideales perfectos, algo que ya 
sabíamos de antemano y que no aporta nada nuevo a nuestro conocimiento del 
mundo. El error que comete Santo Tomás consiste en pensar que la idea de 
bien, o cualquier otra perfección, es causa de lo que pertenece al mismo 
género. El edificio más perfecto que pueda imaginarse no es causa de otros 
edificios menos perfectos. Ser lo máximo en un género de cosas no implica ser 
la causa de todo lo que pertenece a ese género. 
La quinta y última vía es la llamada del orden del mundo o argumento 
teleológico y se fundamenta en el «ordenamiento de las cosas». Este 
razonamiento se basa en la siguiente idea aristotélica: «Hay cosas que no 
tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin». 
Y Santo Tomás continúa diciendo que 
 
Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual 
para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, 
no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen 
conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e 
inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente 
por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios. 
 
La ideabásica que sostiene esta vía, la de una teleología de los cuerpos 
naturales, es totalmente falsa. Los planetas no se mueven alrededor del Sol 
siguiendo un «fin» dirigidas por alguna inteligencia divina. Lo hacen gracias a 
las leyes sobre las que se fundamenta la naturaleza, en este caso la gravedad. 
El concepto de «lo mejor» o «lo peor» no pueden ser aplicados a movimientos 
que se producen por culpa de las fuerzas naturales. Para la Tierra no es «lo 
mejor» que dentro de unos miles de millones de años el Sol la destruya, eso es 
algo que simplemente pasará porque así lo determina la física y la cosmología. 
No se puede decir tampoco que los cuerpos naturales obran 
intencionadamente, ya que la intencionalidad presupone una conciencia de la 
que carecen. 
 Las cinco vías, pues, pueden realmente agruparte en tres: las tres 
primeras, basadas en el argumento ontológico-cosmológico, y las dos últimas. 
En mi opinión únicamente sirven para que aquellos que ya están convencidos 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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de antemano puedan dar un barniz racional a sus creencias. En cuanto 
profundizamos en ellas vemos que no resisten un análisis serio. 
 
¿Por qué el ser humano cree en Dios? 
 
Si respondemos de manera satisfactoria a la pregunta que da título a este 
apartado comprenderemos el gran poder de atracción del teísmo. No creo que 
debamos achacar la creencia en Dios al infantilismo de la humanidad o a su 
ignorancia, sino que pienso que ésta satisface necesidades profundas 
inherentes a todos los seres humanos. 
 La primera, y una de las principales razones por las que creemos en la 
existencia de una divinidad omnipotente, es porque hemos sido educados para 
creer en ella. La mayoría de los teístas lo son debido al hecho de que se han 
criado en un ambiente en el que el teísmo es lo habitual, o donde se les han 
inculcado esas ideas desde una temprana edad. 
 Alguien que sea mormón o testigo de Jehová si sus padres, sus amigos 
y todos, o una parte importante de la gente que conoce, siguen esas religiones, 
lo normal es que los niños, cuando crezcan, acaben adoptando la religión de 
sus padres y del entorno cultural en el que viven. Por supuesto esto no sucede 
en muchos casos, pero aquí estamos hablando en general. Si naces en Utah y 
tu familia es mormona, vas a una escuela y a una universidad mormona, lo 
normal es que acabes siendo mormón. A este tipo de teísmo podríamos 
calificarlo de cultural, porque la religión es una parte más de la cultura de una 
sociedad y los individuos la aceptan de la misma forma que pueden asumir 
otras costumbres y hábitos. 
Este tipo de fe es, a la vez, fuerte y débil. ¿Qué quiero decir con esto? 
Es débil porque es una fe no razonada, simplemente es asumida. No está 
respaldada por una reflexión sobre aquello que se cree, sino que se acepta sin 
preocuparse demasiado sobre la verdad de la esa creencia religiosa. Es cierto 
que muchas personas que asumen la religión como algo cultural acaban 
interesándose realmente por ella, estudian en profundidad los textos sagrados 
de su confesión e incluso pueden llegar a ser sacerdotes o teólogos. Los que sí 
hacen ese proceso de estudio y de reflexión interna están en condiciones de 
tener una fe razonada, basada en un conocimiento profundo de aquello en lo 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
 31 
que se cree. Pero no estoy aquí hablando de esto, sino de lo que sucede en la 
mayoría de los casos. Lo que pasa es que a la gente no le preocupa 
demasiado si aquello que cree es verdad o mentira, su fe se basa en el hecho 
de que pertenecen a una sociedad donde esas creencias son compartidas, y el 
ser miembro de ella implica asumir esas ideas. Si lo que se cree es verdadero 
o falso eso es lo de menos, lo que importa es que esta es mi religión, la de mi 
familia, la de mi comunidad y que yo, como miembro de esa sociedad, también 
sigo esas creencias. Afirmo que esa fe es débil en el sentido de que lo 
importante no es la fe en sí misma, sino su relevancia como rasgo 
característico de un grupo humano determinado. Si alguien es cristiano 
protestante y emigra con la intención de quedarse para siempre en Irlanda, un 
país mayoritariamente católico, si allí se casa con una persona que pertenece a 
esa religión, lo más probable es que acabe aceptando el catolicismo y que se 
convierta a ese credo, ya que no tiene ninguna utilidad para esa persona seguir 
siendo protestante. Si su pareja irlandesa desea casarse siguiendo el rito 
católico y quiere bautizar a los hijos de la pareja en esa religión es factible que 
el otro no ponga ningún impedimento ya que, en el fondo, sus convicciones 
eran superficiales, es decir, débiles. La religión entendida de esta manera 
únicamente se profesa mientras convenga socialmente, por puro interés. Si ese 
emigrante realmente creyera en su Iglesia nunca la hubiera cambiado por otra, 
algo que pasa muchas veces cuando se modifica el contexto en el que vive una 
persona. 
El teísmo social es fuerte en el sentido de que es inmune a las críticas. 
Ya que es un fideísmo infundamentado, sin sustrato racional de ningún tipo, 
cualquier cosa que se diga en su contra está condenada al fracaso. Aunque se 
presentaran pruebas que refutaran una religión sus partidarios seguirían 
creyendo en ella porque su verdad o falsedad en el fondo es irrelevante. La 
gente seguirá arreglándose los domingos e irá a su templo a rezar y a leer sus 
textos sagrados, ya que eso es lo que han hecho durante mucho, mucho 
tiempo, ellos y sus padres y sus abuelos y sus bisabuelos, hasta donde alcanza 
la memoria de los vivos. La costumbre es ley y la religión, como cualquier otra 
cosa, es un hábito más que se afianza con la práctica y el paso de los años. Es 
un ritual social que perdura independientemente de la veracidad de sus 
fundamentos. 
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Es cierto que la mayoría de estos teístas afirman creer en una religión, 
pero no siguen muchos de sus preceptos, de manera especial aquellos que 
atañen a la moral y, sobre todo, a la moral sexual, como la prohibición de usar 
métodos anticonceptivos o el no tener relaciones antes del matrimonio. Si 
realmente creyéramos en una religión que defienda esas ideas deberíamos 
seguir todas sus enseñanzas, incluso aquellas que afectan a nuestra vida 
íntima. 
Podemos, pues, escribir los libros que queramos en defensa del 
ateísmo, demostrar histórica y arqueológicamente que los acontecimientos en 
los que se basa un teísmo son falsos, nada de eso desalentará a los teístas 
culturales de casarse siguiendo sus rituales tradicionales, de bautizar a sus 
hijos o de enterrar a sus muertos según las costumbres de su religión. 
Esta fortaleza que señalamos sólo se mantiene si el teísmo en cuestión 
es fuerte socialmente hablando, mayoritario, fuera de su ámbito social habitual 
esa fuerza se acaba convirtiendo en debilidad. Si es lo bastante poderoso el 
teísmo se transforma en un síntoma de normalidad. Lo «normal» es creer en 
Dios y aquellos que no creen en él se convierten en gente anormal. Esto 
sucede en muchas sociedades a lo largo y ancho del mundo. Es especialmente 
evidente en los países árabes, por ejemplo, en Arabia Saudí, donde está 
prohibido el ateísmo y practicar cualquier otra religión que no sea la 
musulmana. En EE. UU., uno de los países desarrollados donde el teísmo es 
más fuerte, creer en Dios es algo «normal» y si alguien no cree es porque es 
un comunista, un loco o un intelectual excéntrico. Incluso los dirigentes del 
Partido Demócrata, que algunos de manera equivocada consideran equivalente 
a los partidos socialdemócratas europeos, son casi todos teístas y presumen 
públicamente de su fervor religioso. El poder del grupo es muy grande y el 
deseo de sentirnos aceptados por otros, de poder progresar en la sociedad, 
hace que muchos acaben seducidos por el teísmoen sus múltiples formas. 
La creencia en Dios es, además, un rasgo identitario colectivo. Por 
ejemplo, el teísmo es fundamental para la gran mayoría de los 
estadounidenses. Da igual la religión que profesemos, lo que caracteriza a esa 
nación es su creencia en un Dios: «In God we trust», podemos leer en las 
monedas de un centavo de dólar. El teísmo es un marcador grupal que indica 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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la pertenencia a un grupo social determinado, es un rasgo identitario básico y 
es, a la vez, una forma de exclusión para aquellos que no creen. 
Este teísmo tiene, además, la función de fortalecer la unión de un grupo 
social. Pensemos en el caso del pueblo judío. Lo que ha mantenido la unidad 
de esa comunidad a lo largo de los siglos, a pesar de la diáspora que los 
dispersó por todo el mundo, ha sido, fundamentalmente, la religión, el pensar 
que eran un pueblo elegido por la divinidad, la creencia en un Dios único y su 
adoración de los mismos textos sagrados. 
Otra de las razones que podemos dar es complementaria de la anterior. 
Después de la caída del comunismo iniciada en 1989 en Europa Oriental 
hemos asistido a un auge del teísmo en países donde durante décadas imperó 
el ateísmo impuesto por las dictaduras comunistas que gobernaron en esa 
época. Esto es especialmente evidente en lugares como Polonia, un país 
fervientemente católico y, en menor medida, también en Rusia y en otros 
lugares. Varias lecciones podemos aprender de esto. 
La primera de ellas es que es contraproducente e ineficaz intentar 
imponer el ateísmo por la fuerza, utilizando las instituciones del Estado, incluida 
la educación. No se puede obligar a alguien a creer o a no creer en Dios, 
podemos obligarle a que públicamente niegue o acepte unas determinadas 
creencias, a que no practique su religión fuera de su hogar, pero aquello que 
hay en su mente es íntimo e intransferible y, lo más probable, es que si 
actuamos usando la represión conseguiremos que se refuercen más las 
convicciones que queremos eliminar. Sólo aquello que ha sido aceptado 
libremente puede prender con fuerza en nuestra mente y en nuestros 
corazones. El ateísmo debe convencer, es un error intentar imponerlo. En parte 
el deseo de los países del ex bloque socialista por abrazar sus religiones 
proviene de la búsqueda de un rasgo identitario que se ha intentado reprimir 
durante décadas. El teísmo en estos países está recubierto por el atractivo 
manto del victimismo y de la opresión. 
La segunda lección que podemos sacar de todo esto, y que me interesa 
especialmente, es la de entender que no basta un gobierno de cuarenta o más 
años para acabar con el teísmo en un país. El ateísmo institucional comunista 
podía ser muy fuerte porque disponía de toda la maquinaria represiva de un 
Estado totalitario, pero tenía una gran debilidad que explica también el auge 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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actual del teísmo en esos países: carecía de la inercia histórica suficiente. Si la 
mayor parte de la humanidad ha creído en Dios durante miles de años es muy 
ingenuo pensar que un régimen de varias décadas pueda acabar con esa 
creencia. Sin duda puede lograrse un cierto retroceso de las ideas teístas que, 
de otra forma, no se hubiera producido, pero en cuando se desmorona el 
aparato represor que lo sustenta, el poder de un ateísmo impuesto cae por su 
propio peso. Se necesitaría que en un país estuviera dominado por un régimen 
totalitario ateo durante muchas décadas para que éste fuera capaz de vencer la 
enorme inercia histórica que posee el teísmo. La represión tendría que ser 
enorme y durar siglos para que fuera efectiva, y siempre cabría la posibilidad 
de que en cuanto ésta cesara el teísmo volviera a renacer, como ha pasado en 
las últimas décadas en el este de Europa. La historia es como un enorme barco 
que surca el mar a gran velocidad y cuesta mucho que cambie su rumbo, se 
necesita tiempo y gran esfuerzo para que esto pase. Por lo tanto, la inercia 
histórica es una de las respuestas que damos a la pregunta de por qué la gente 
cree en Dios. 
También es posible que se obligue a creer en Dios por la fuerza, usando 
la violencia y el miedo. Eso es lo que sucedió en Europa durante siglos, en la 
Edad Media. En esa época oscura el cristianismo se impuso por la fuerza de 
las armas, y todos aquellos que tenían creencias diferentes, o no tenían, 
corrían el riesgo de ser torturados y asesinados en nombre de la fe. Esa 
situación crea un régimen de terror ideológico donde el teísmo acaba 
imponiéndose. Cuando esto sucede durante tanto tiempo y de manera tan 
violenta sí es posible acabar imponiendo una serie de creencias, teístas o de 
cualquier otro tipo, a una sociedad. La ignorancia que había en Europa en esa 
fase de nuestra historia era, además, el caldo de cultivo perfecto para subyugar 
las mentes de la gente a través del teísmo. 
La religión sirve para legitimar el orden establecido. De la misma forma 
que había un único Dios dentro de las religiones monoteístas, un único rey 
gobernaba por mandato divino. Así Dios se convertía en el garante de un orden 
social injusto donde todo el poder estaba en manos de una única persona. Las 
creencias teístas eran una forma de alivio de las penurias del mundo en la que 
se refugiaban las capas más desfavorecidas de la sociedad. Son un aliciente 
para aceptar el sufrimiento y no esforzarnos por cambiar las cosas. En ese 
En defensa del ateísmo Roberto Augusto 
 
 
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sentido podemos decir que ha fomentado una mentalidad conservadora, de 
mantenimiento de las injusticias sociales. Este tipo de legitimación, que hoy 
podría parecer una reliquia del pasado, está plenamente vigente en nuestros 
días en muchos países. Por ejemplo, en Marruecos el rey ostenta el título de 
Comendador de los Creyentes, siendo, a la vez, una autoridad política y 
religiosa. 
Pienso que una de las causas que pueden animar a practicar una 
religión es el ejemplo positivo que algunos teístas dan inspirados en sus 
creencias. Eso que habitualmente se denomina testimonio, es decir, el dar 
ejemplo con todos y cada uno de nuestros actos de unos valores y creencias 
que decimos seguir. Muchas personas pueden inclinarse a creer en Dios 
siguiendo el ejemplo de personas admirables como Vicente Ferrer o la Madre 
Teresa de Calcuta que han consagrado su vida a ayudar de manera 
desinteresada a sus congéneres. Ese testimonio de generosidad, basado en 
muchos casos en el seguimiento de una moral teísta, puede impulsar a otros a 
asumir esas creencias sostenidas por personas que son un ejemplo a emular 
por parte de la sociedad. 
 Uno de los atractivos del teísmo es también su capacidad explicativa. La 
creencia en Dios nos permite responder a preguntas fundamentales para la 
humanidad. El teísmo explica el origen del universo, del ser humano, su 
singularidad entre las especies animales y nuestro destino después de la 
muerte. Su respuesta es, además, clara y sencilla: Dios es el creador de todo. 
Esa sencillez otorga un gran atractivo al teísmo frente a personas que no están 
habituadas a otros discursos. Por eso es tan importante la divulgación 
científica, porque permite que los conocimientos que tan arduamente los 
científicos van descubriendo se incorporen a nuestra cultura como sociedad. 
La ciencia ha sido capaz de responder a la pregunta por el origen del ser 
humano a través de la teoría de la evolución descubierta por Darwin, lo que lo 
convierte, según mi parecer, en el científico más importante de la historia. El 
evolucionismo ha sido el golpe más mortal que la ciencia ha dado al teísmo. 
Las innumerables pruebas que demuestran que la vida en la Tierra es fruto de 
una evolución biológica producida gracias a un proceso de selección natural 
acaecido durante millones de años, convierten las explicaciones teístas del 
origen de la vida en

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