Desperté dentro de mi carpa, luego de un día agotador de caminata por la cordillera montañosa Tunari (Bolivia). Era una siesta de 1–2 horas, para reponer fuerzas, así como que llovía un poco, por lo que me resguardé en lo que mejoraba el clima.
No me fijé que había dejado un buen espacio abierto, es decir, no había cerrado completamente la cremallera de la carpa, pero estaba demasiado soñoliento como para levantarme, cerrarla y volver a acostarme. "Total, a esta altura ni mosquitos hay". Y claro, a casi 4500 m.s.n.m. es difícil que hayan esos insectos voladores…
Pero había un ser vivo más, al lado mío, y creí que era un par de mis calcetines…
Era una VIZCACHA. Se había dormido al lado mío, como a 20 cm de mi cara, y respiraba tan rápido, que parecía cansada.
No quise mover ni un dedo, para no espantarla, porque estos conejitos son muy conocidos por ser extremadamente huidizos. Obviamente, ni se dio cuenta que estaba echado allí, entre la mochila y mi cocinilla de camping.
Me quedé viéndola un largo rato, hasta que paró de llover un poco, la vizcacha bostezó, se limpió un rato la carita, y se fue lentamente por donde ingresó.
Con mucho cuidado y rapidez, saqué una cámara fotográfica para tratar de sacarle foto en donde sea que haya estado allí afuera… pero los 10 segundos que me debió tomar el encontrar la cámara, prenderla, abrir suavemente la cremallera y asomar la cabeza, fueron suficientes como para que la vizcachita desapareciera para siempre.
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