¿Por qué nuestra piel es tan delicada?

La piel es un órgano muy importante.
Es el único órgano que está directa y constantemente abierto al exterior. Nos protege de agentes externos, del calor y del frío, del aire y los elementos, de las bacterias. Además, es impermeable, se repara y lubrica a sí misma, incluso elimina algunos residuos del cuerpo.

La piel tiene una estructura compleja formada por dos capas diferentes: la epidermis y la dermis.

La mayoría de los nervios y vasos sanguíneos se encuentran en la dermis. Esta está formada en su mayoría por colágeno, una proteína estructural que le da fuerza a la piel y ayuda a que sea elástica, para que pueda estirarse y recuperar su forma original. Las fibras de colágeno protegen la integridad de la piel y los vasos sanguíneos, por lo que si algo debilita el colágeno, o si, para empezar, tu colágeno es más débil, podrías ser más propenso a los moretones o a las marcas en tu piel.

Las heridas más frecuentes, y también las menos graves, son las erosiones: desprendimientos de las capas superficiales de la piel que dejan al descubierto vasos sanguíneos de pequeño calibre de la dermis. Por ejemplo, una rodilla raspada como consecuencia de una caída.

Otro daño frecuente son las heridas incisa (por ejemplo, un corte con una hoja de papel): la separación de los bordes de la piel. Estas heridas normalmente llegan también hasta la dermis, y producen hemorragias al abrir los vasos sanguíneos.

Es decir, la piel es la primera barrera de defensa contra microorganismos. Pero cuando esos organismos son más grandes (una piedra, un cuchillo, un pincho, una astilla…), la piel resulta dañada.
Por eso hay que tratar muy bien las heridas, puesto que la primera línea de defensa ha sido “derrotada” y los microorganismos tienen vía libre de entrada.