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¿Has sido tocado de manera inapropiada, pero queriendo que continuara?

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Materiales y Apuntes

Sí. Desde que uso pantalones de vestir para eventos formales, suelo llevarlos a ajustar. Antes, lo hacía con un señor que vivía a unas calles de mi casa, pero esta vez acababa de comprar uno nuevo, y no parecía estar disponible, así que fui a otro lugar.

Estaba sentada, esperando en el pasillo de su casa, que al parecer utilizaba como sala de espera. Había llegado ahí gracias a Google Maps, y aunque estaba nerviosa, trataba de decirme a mí misma que no llegaría a haber ningún problema.

En frente de mí estaba quien parecía ser la secretaria del lugar. Ella no intercambiaba muchas palabras conmigo, ya que estaba concentrada en su celular.

Finalmente, salió un hombre de entre las cortinas, y me preguntó si el pantalón que necesitaba que me ajustara era el que tenía sobre mis piernas. Le dije que sí, y me dijo que si gustaba, podía pasar al vestidor para ponérmelo para que me lo pudiera medir. Como el otro sastre siempre tomaba mis medidas sin que tuviera que ponérmelo, me pareció extraño, pero al ver la sonrisa de la secretaria cuando volteé a verla, supuse que era simplemente su forma de trabajar.

Este sastre era más joven que el otro, y tenía una apariencia mucho más gay, lo que me dio tranquilidad. Tenía un fuerte olor a colonia.

Atravesé las cortinas, y luego entré al vestidor que estaba en una especie de cuarto con varios espejos. Él me esperó afuera, y mientras me cambiaba, me preguntó qué tipo de ajuste tenía en mente. Le dije que simplemente necesitaba que afilara un poco las piernas. Me dijo que podía hacerlo sin problema.

Salí, y comenzó a trabajar. Rápidamente pasó de una pierna a la otra, yo pude verlo en uno de los espejos mientras lo hacía. Me pareció algo extraño que me mirara tan de cerca, y que apretara mis piernas con sus dedos. El otro sastre prácticamente ni me tocaba.

Cuando subió por la costura, sentí su mano apretando mi trasero suavemente, y casi pensé que lo estaba imaginando. Rápidamente volvió a la pierna, y de un momento a otro volví a sentir cómo apretaba mi trasero. Lo miré hacia abajo, casi muda, tratando de cruzar miradas, y al no lograrlo, traté de hacerlo por el espejo, sin tener éxito de igual forma. Terminé simplemente concentrándome en las sensaciones de sus movimientos ya que él parecía muy concentrado en su trabajo.

Entonces me dijo que tenía muy buen trasero, y yo estaba segura de que la secretaria lo había escuchado, porque estábamos muy cerca de donde ella estaba sentada. Simplemente agradecí nerviosamente.

Pasó de sujetar la tela con alfileres a marcarla con tiza, y la sensación de la tiza corriendo por mi pierna envió escalofríos por mi espalda. Sentí que ya se había tardado mucho, pero no estaba segura de querer que se apresurara. Me hizo lo mismo en la otra pierna, y luego su mano volvió a quedar en medio de mis glúteos, comenzando a frotarlos. Lo único que pensé fue que debía tener una mano enorme para abarcar todo mi trasero a la vez. Sus dedos eran fuertes, lo supe cuando apretó de manera particularmente agresiva unas cuantas veces, provocándome una fuerte respiración. Yo no sabía por qué no lo detenía. Por alguna razón, al ver la naturalidad con la que lo hacía, y sabiendo que la secretaria estaba al lado, pensé que era algo normal, y que sí decía algo solo terminaría haciendo la situación innecesariamente incómoda. Además, la fuerza de su mano era casi hipnotizante. Incluso creo haberme sentido decepcionada cuando la apartó.

— Eso es todo lo que hay que hacerle a las piernas—me dijo enderezándose—. ¿No quieres que ajuste la cintura también? —preguntó, esta vez poniendo su mano en el lado izquierdo de mi cintura, y la fue bajando poco a poco hasta llegar a mi cadera y apretarla—. Podríamos ajustar la altura—me dijo ya que se encontraba detrás de mí, con una mano en cada cadera. Tomó la tela del pantalón, y la subió medio centímetro de un jalón—. No necesitas todo este espacio extra aquí, ¿verdad? —preguntó mirándome por el espejo. Yo luchaba por no comenzar a temblar. Le dije que no, y lo dejé trabajar.

Terminó más rápido que con las piernas, y me dijo que podía volver por él al día siguiente, o que podía esperarlo afuera. Decidí hacer lo segundo. Mientras esperaba en la banca del pasillo, la secretaria no se dignó ni en mirarme esta vez.

Finalmente recibí el pantalón de manos del sastre, quien se despidió de mí con mucha amabilidad, atrapando una de mis manos entre las suyas. Realicé el pago, y me fui.

A la semana siguiente, decidí volver con él porque tenía la curiosidad de saber por qué había hecho todo eso. Nuevamente, se comportó igual de "físico", pero hasta ahí llegó.

Ahora, siempre que tengo más tiempo, voy con él, porque me ha terminado gustando más su forma de trabajar. Solamente cuando me es mucho más fácil ir con el que está por mi casa, decido acudir ahí.

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