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iglesia, en la Edad Media, no es sólo un hogar de vida espiritual común —muy importante por otro lado, puesto que en él se forman, en to...

iglesia, en la Edad Media, no es sólo un hogar de vida espiritual común —muy importante por otro lado, puesto que en él se forman, en torno a los temas de propaganda de la Iglesia, mentalidades y sensibilidades—, sino también un lugar de asamblea. Se celebran en ella reuniones, sus campanas llaman a la gente en caso de peligro, sobre todo de incendio. En ella tienen lugar conversaciones, juegos, mercados. La iglesia, a pesar de los esfuerzos del clero y de los concilios por limitarla a su papel de casa de Dios, es un centro social de múltiples funciones, comparable a la mezquita musulmana. Así como la sociedad parroquial es el microcosmos organizado por la Iglesia, la sociedad castrense integra la célula social formada por los señores en sus castillos. En ella se agrupan jóvenes hijos de vasallos, enviados allí para servir al señor y llevar a cabo su aprendizaje militar — ocasionalmente para servir de rehenes—, los domésticos señoriales y toda la parafernalia de gentes destinadas a satisfacer las necesidades de diversión y de prestigio de los feudales. Ambigua posición la de estos ministriles, troveros y trovadores, obligados a cantar las alabanzas y los valores esenciales de sus empleadores, estrechamente dependientes de los salarios y de los favores de sus amos; con frecuencia deseosos, lográndolo alguna vez, de convertirse a su vez en señores —es el caso del Minnesanger que llega a caballero y logra el derecho a usar escudo de armas (el famoso manuscrito de Heidelberg, cuyas miniaturas representan a los Minnesanger y sus blasones, dan testimonio de esta promoción por el noble arte de la poesía lírica)—, pero también con frecuencia lacerados por su posición de artistas dependientes de los caprichos de un guerrero, intelectuales animados de ideales opuestos a los de la casa feudal, dispuestos siempre a convertirse en acusadores de sus amos. Las producciones literarias y artísticas del medio castrense son muy a menudo un testimonio más o menos oculto de oposición a la sociedad feudal. Los medios populares cuentan con otros centros de reunión. En el campo, el molino, al que el campesino debe llevar su grano, hacer cola hasta que le llega su turno y esperar después su harina, es un lugar de reunión. Es fácil imaginar que allí se comentaban con frecuencia las innovaciones rurales, que desde allí se difundían, y que las revueltas campesinas también se fraguaban allí. Hay dos hechos que nos demuestran la importancia del molino como centro de reunión de los campesinos. En primer lugar, los estatutos de las órdenes religiosas del siglo XII prevén que los monjes vayan a ellos a pedir limosna. En segundo lugar, las prostitutas pululan por sus alrededores hasta el punto que san Bernardo, dispuesto a anteponer la moral al interés económico, incita a los monjes a destruir esos centros de vicio. En la ciudad, los burgueses tienen sus mercados, sus salas de reunión, como la de la corporación de los Marchands de l'eau, que agrupa a los comerciantes parisienses más importantes y que con tanta razón se ha llamado el Parloir aux Bourgeois («Locutorio de los burgueses»). En la ciudad y en la aldea, el gran centro social es la taberna. Puesto que se trata en general de una taberna «banal», perteneciente al señor, y puesto que el vino o la cerveza que allí se beben son, la mayoría de las veces, pro- porcionados o tasados por él, el señor fomenta su asistencia. El cura, por el contrario, lanza vituperios contra ese centro de vicio en el que se da libre curso a los juegos de azar y a la borrachera y donde se hace la competencia a las reuniones parroquiales, a los sermones, a los oficios religiosos. Recuérdese la taberna cuya algarabía ahogaba la voz del dominico a quien escuchaba san Luis.4 La taberna no sólo reúne a los hombres de la aldea o del barrio —ése es otro cuadro de solidaridades urbanas que adquirirá tanta importancia a finales de la Edad Media, lo mismo que la calle, donde se agrupan los hombres de una misma procedencia geográfica o de un mismo oficio—, sino que desempeña además, con frecuencia, en la persona del tabernero, el papel de banco de préstamos y acoge a los extranjeros dado que, la mayoría de las veces, es al mismo tiempo un albergue. De ese modo, la taberna es un nudo esencial en la red de relaciones. Desde ella se difunden las noticias portadoras de realidades lejanas, las leyendas, los mitos. Las conversaciones que en ella se mantienen forjan las mentalidades. Y como la bebida calienta los espíritus, la taberna contribuye poderosamente a dar a la sociedad medieval ese tono apasionado, esas embriagueces que hacen fermentar y estallar la violencia interior. A veces se ha dicho que la fe religiosa es la que ha proporcionado a ciertas revueltas sociales el cemento y el ideal que necesitaban sus reivindicaciones materiales. La forma suprema de los movimientos revolucionarios habría sido la herejía. No cabe duda de que las herejías medievales fueron adoptadas más o menos conscientemente sobre todo por categorías sociales descontentas de su suerte. Incluso en el caso de una participación activa por parte de la nobleza meridional en la primera fase de la cruzada de los albigenses al lado de los herejes, se ha podido poner de relieve la importancia de sus quejas respecto de la Iglesia que, al aumentar los impedimentos por consanguinidad para el matrimonio, favorecía la fragmentación de los dominios de la aristocracia laica, que caían así más fácilmente en sus manos. Ante todo es cierto que muchos movimientos heréticos, al condenar a la sociedad terrestre y especialmente a la Iglesia, contenían un fermento revolucionario muy poderoso. Eso es lo que ocurre con el catarismo, con la ideología más difusa del joaquinismo, con los diversos milenarismos, cuyos aspectos subversivos ya hemos subrayado. Sin embargo, las herejías han reunido coaliciones sociales heterogéneas, en el interior de las cuales las divergencias de clase han debilitado la eficacia del movimiento. En el catarismo —en cualquier caso bajo su forma albigense—, cabría distinguir entre una fase nobiliaria en la que la aristocracia es la dirigente, una fase burguesa, en la que comerciantes, notarios y notables de las ciudades dominan el movimiento, abandonado por la nobleza después de la cruzada y del tratado de París, a finales del siglo XIII y, en fin, una fase formada por secuelas de aspecto más abiertamente democrático, en la que los artesanos de los pueblos, montañeses y pastores pirenaicos continúan casi solos la lucha. Además, las consignas propiamente religiosas de las herejías hacen desvanecerse, finalmente, el contenido social de esos movimientos. Su programa revolucionario degenera en anarquismo milenarista que adopta utopías como soluciones terrestres. El nihilismo, que apunta de modo especial al trabajo, más duramente condenado por numerosos herejes que por cualquier otro

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LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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