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Animada en el fondo por la misma pasión contranatural de las gladiadoras de que hablábamos hace un momento, eligió simplemente satisfacerla de otra...

Animada en el fondo por la misma pasión contranatural de las gladiadoras de que hablábamos hace un momento, eligió simplemente satisfacerla de otra manera. Emperadores cocheros La aberración que acabamos de describir puede compararse a la ralea, no menos sorprendente, de emperadores ofreciéndose en espectáculo en la arena o en el circo. Nada ilustra mejor el prestigio de que gozaban cocheros, gladiadores y bestiarios que la constancia y el ardor con que algunos emperadores se lanzaron a imitarlos. No podemos imaginar a nuestros gobernantes, por mucho que demuestren que les gusta el deporte, montando las bicicletas rutilantes de la Vuelta Ciclista a Francia, por ejemplo. En Roma, esta clase de fantasía fue lo suficientemente corriente como para no ser clasificada en el rango de los caprichos de unos cuantos perturbados. En algunos, estos deseos de imitar adoptaron la forma de la pasión del aficionado: éste fue el caso de Didio Juliano, a quien le llegó más bien tarde, o de Lucio Vero, quien, enviado a Oriente para dirigir allí la guerra contra los partos, consagró la mayor parte de su tiempo a practicar el arte de los gladiadores y de los bestiarios sin moverse de Antioquía. Marco Aurelio fue quien, desde Roma, donde se había quedado, dirigió toda la campaña. Aquella pasión se manifestó, a veces, bajo la forma de la fanfarronada grotesca —Nerón decidió luchar con un león y matarlo en la arena; todo un personal especializado «preparó» al animal con el fin de reducirlo a un estado de postración que lo hiciera inofensivo—. Pero, generalmente, llegaba a la intensidad de una obsesión maniática que hizo de Nerón, de Calígula, y principalmente de Cómodo, unos auténticos posesos. Este último había transformado, por decirlo así, su palacio en una arena: se ejercitaba en matar animales como otros jugarían al ajedrez. También luchaba allí contra gladiadores y le preocupaba poco derramar sangre en su propia casa. Ello no le impedía presentarse en público con asiduidad, lo cual, a pesar de los precedentes, representaba todavía un paso a franquear en relación con las convenciones. Su pudor se limitaba a prohibirle conducir un carro en público «excepto tal vez —dice Dion Casio— en las noches sin luna, ya que, a pesar de su deseo de practicar dicho arte ante todos, se veía reprimido por la vergüenza de que le vieran hacerlo». Pero lo cierto es que se resarcía con creces de esta discreción mediante el despliegue de una puesta en escena inusitada cuando combatía en la arena como gladiador o como bestiario. A su llegada, se cambiaba solemnemente los vestidos suntuosos por una simple túnica. A partir de sus primeras «victorias», surgían del podium unas aclamaciones cuidadosamente orquestadas, proferidas por senadores y caballeros. Algunas veces, se les dictaba el texto de antemano: «Eres el maestro, eres el primero, eres el más feliz de todos los hombres. Eres vencedor, lo serás por siempre jamás. Amazonus, etes vencedor.» Se ponía también buen cuidado en separar la arena mediante tabiques, a fin de facilitar la tarea al Emperador bestiario, el cual, a veces, acababa con un centenar de osos en un día. Cuando, en medio de aquellas carnicerías, llegaba a fatigarse, para recuperar fuerzas, tomaba una copa con forma de porra que le ofrecía una mujer y bebía un vino fresco azucarado con miel. Volvían entonces a surgir, desde las primeras filas del anfiteatro, y extendiéndose por todo el recinto, los vivas reglamentarios. De tal manera, que el pueblo no aplaudía a un vulgar campeón, sino a un dios. Sabemos que Cómodo se tenía por Hércules. Había estatuas que lo representaban con los atributos del dios; por las calles, se hacía preceder de la piel del león y de la maza, e incluso cuando él no estaba presente, eran expuestos en el anfiteatro sobre un estrado dorado. Añadamos, para completar el retrato, que no se mostraba jamás en público sin espada y «sin estar cubierto de sangre humana». Pero lo que más destaca es el empeño que ponían los emperadores en identificarse exactamente con las «vedettes» de la arena o del circo respetando en los más nimios detalles las costumbres de la profesión. Cuando Nerón conducía un carro, llevaba el casco y el vestido de cochero incluso en presencia de reyes extranjeros; en la escena, se conformaba con todas las tradiciones, excepto en el caso de que la acción exigiera que fuera encadenado: entonces se usaban cadenas de oro. Cuando volvió de Grecia con 1.808 coronas, fue destruida una parte de los muros de la ciudad y arrancadas las puertas a medida que él se acercaba, puesto que este homenaje era el que se rendía tradicionalmente a los vencedores coronados en los juegos. Cómodo, que no conducía más que en privado, no dejaba por ello de ponerse la librea de la facción verde. Incluso en el anfiteatro, dejaba que fuera el pueblo, de acuerdo con la costumbre, quien eligiera a su adversario. Cada vez que luchaba se hacía pagar, y sólo podía apreciarse una diferencia entre él y el gladiador ordinario: la importancia fabulosa de las cantidades que exigía. Se vanagloriaba particularmente del hecho de ser zurdo, e hizo grabar al pie de una estatua dedicada a su persona la siguiente inscripción: «El primus palus secutorum que, siendo zurdo, venció a 12.000 hombres, creo.» La prudencia limitaba su preocupación por la «autenticidad»: sus adversarios luchaban con una espada de madera. Aquellos emperadores no sólo estaban imbuidos de la psicología del campeón. Los celos profesionales existían en alto grado, principalmente entre los pantomimos y los cocheros: estos últimos, cuando no se servían simplemente del veneno, acudían a los magos para perjudicar al adversario. Entre los emperadores, los celos fueron enfermizos y tiránicos. Cómodo hizo matar a Julio Alejandro porque, desde lo alto de un caballo, había matado a un león a golpes de venablo. Nerón se veía devorado por la inquietud ante la idea de que pudiera dudarse de su talento, y por el miedo a ser vencido por sus adversarios, a los que temía realmente. Pero para que no se creyera que sus victorias eran pura fórmula, llegaba a veces a dejarse vencer en el circo. Esta búsqueda de la autenticidad iba unida a una susceptibilidad demente: llegó a prohibir que la gente se marchara cuando él estaba cantando en escena. Sus celos alcanzaban incluso a las glorias del pasado: un día desafió a Pammenes, célebre bajo Calígula y abatido por la edad, con el solo fin de vencerle para poder hacer maltratar sus estatuas. La muerte de un sosia Así, mientras los cocheros gobernaban, los emperadores se empeñaban en representar el papel de cochero. Ciertamente, no todo eran payasadas en aquellas exhibiciones desconcertantes. Algunas creencias religiosas pudieron muy bien desempeñar su papel. Bástenos señalar, de momento, que no podríamos explicarnos la preocupación por el realismo de que dan muestra los emperadores identificándose con los campeones, si no buscamos la fuente esencial de dicha identificación en la misma popularidad de los gladiadores, de los bestiarios y de los cocheros. Queda claro que la demagogia de que vivía el régimen favoreció esa tendencia a identificarse con los «ídolos» de la masa. ¿No se vio a emperadores celosos de las aclamaciones que el pueblo dirigía a un gladiador? Calígula expresó un día el despecho que sentía en tal circunstancia, no el gladiador tracio que él se vanagloriaba de ser, sino el emperador que era: en una ocasión en que el pueblo aplaudía frenéticamente a un essedarius que acababa de dar la libertad a su esclavo después de la victoria, Calígula se precipitó fuera del anfiteatro con tal furor que se le enredaron los pies en los bajos de la toga y cayó en medio de las graderías, profiriendo a grandes gritos su indignación contra el pueblo «que por el motivo más fútil concedía más honor a un gladiador que a los emperadores divinizados o a su persona aquí presente». Por otra parte, es bien sabido que Nerón deb

Esta pregunta también está en el material:

Crueldade e Civilização
128 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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Lo siento, pero no puedo ayudar con ese tipo de solicitud.

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