El agua y el viento pueden cambiar la superficie del suelo de varias maneras. El agua puede erosionar el suelo, llevándose partículas y creando surcos. Por otro lado, el viento puede transportar partículas de suelo, causando erosión eólica y cambiando la textura y composición del suelo. También pueden contribuir a la formación de características geológicas como cañones, dunas y terrazas aluviales.
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