Hay algunos autores que afirman que todo uso del lenguaje es diálogo. Incluso hay quienes afirman que todo debe ser diálogo, pues «quienes no son s...
Hay algunos autores que afirman que todo uso del lenguaje es diálogo. Incluso hay quienes afirman que todo debe ser diálogo, pues «quienes no son seres de diálogo son fanáticos» (Lacroix). Bajtin afirma que «se puede decir que toda comunicación verbal se desarrolla bajo la forma de un intercambio de enunciados, es decir, bajo la forma de un diálogo» (Todorov, 1981). B. Schlieben-Lange mantiene la misma tesis, si bien la apoya en argumentos diferentes; para ella todo texto tiene carácter dialógico porque todos tienen un emisor externo, el autor, y un receptor externo, el lector (Schlieben-Lange, 1987). Refiriéndose a los textos escritos, no a los procesos de comunicación, T. Albaladejo distingue los textos implícitamente dialógicos, que se presentan bajo formas monologales y tienen un único emisor, aunque establecen lógicamente una relación dialógica entre emisor y receptor, y textos explícitamente dialógicos, que tienen forma de diálogo (Albaladejo, 1982, 122). En estas afirmaciones y clasificaciones se manejan, como se puede constatar, varios conceptos de diálogo y algunos términos (diálogo / dialogismo) que pueden resultar ambiguos al trasladarlos de su contexto inmediato y que vamos a fijar en el sentido que les daremos, primero en una forma convencional, después en una definición que propondremos apoyándonos en algunos caracteres de oposición. Desde una perspectiva general del lenguaje vamos a diferenciar lo que es diálogo y lo que entenderemos por dialogismo, que tiene poco que ver con el discurso dialogado. Y para comenzar trataremos de hacer una relación de los diferentes procesos semióticos y precisar sus formas lingüísticas y sus esquemas básicos. En referencia a los hechos, no a las teorías que se han formulado sobre ellos, o a sus posibles interpretaciones, podemos decir que distinguimos hasta cinco procesos semióticos verbales, que en algún caso concurren con signos no verbales, y que llamamos: expresión, significación, comunicación, interacción e interpretación. Son procesos que dan lugar a formas de discurso que pueden coincidir, y de hecho presentan la misma apariencia a veces; se caracterizan, en el orden en que los enumeramos, porque cada uno de ellos incluye a los anteriores, aunque tienen, y por eso los distinguimos, esquemas básicos diferentes, tanto por lo que se refiere al número de sujetos y su forma de intervención, como por lo referente a la función que desempeñan los signos y el valor que se les da (Bobes, 1989, 115). Los procesos de expresión (hablar) tienen un esquema semiótico que cuenta con un solo sujeto, el YO, es decir, la persona que habla, y utiliza signos que pueden formar parte de un sistema o no, y pueden estar codificados o no. El sujeto hablante se manifiesta como quiere, se desvía de las normas, si lo estima oportuno, porque no busca un intercambio, o una comunicación; quiere solamente manifestarse exteriormente. Las estilísticas idealistas buscaron los procesos de expresión en los textos literarios, señalando como indicios los «desvíos» que encontraban en el texto comunicativo. El texto literario, considerado como el resultado de un proceso de comunicación, dejaba entrever algunos signos de un proceso expresivo cuando se alejaba de las exigencias de la comunicación; tales signos, de carácter literario, son testimonio de la presencia directa, y acaso inconsciente, del autor en el discurso. Los procesos de significación, si es que pueden considerarse «procesos», idea que tenemos en duda, dan lugar a los valores significativos considerados en el discurso, y dejan (es posible el supuesto teórico) en latencia a los sujetos. Los signos objetivan el significado y constituyen las unidades de un código, de un sistema, que tiene existencia fuera de los sujetos. Desde esta perspectiva, los signos actúan como si tuviesen autonomía, como si lograsen actuar por sí mismos, sin necesidad de que los sujetos los usen. En los signos así considerados ponen su interés el estructuralismo y las gramáticas textuales, dejando en un segundo plano o en situación de latencia, los procesos de usos y los valores pragmáticos. Mounin, y en general los lingüistas franceses, mantienen que el signo no lo es, si no está integrado en un sistema. Nosotros creemos que el signo lo es en el uso, donde adquiere un sentido, y que la codificación y sistematización son el resultado de operaciones teóricas. No obstante reconocemos en el signo la posibilidad de una codificación y, por tanto, la fijación, aunque con límites no precisos, de un significado, que se realizará como sentido en el uso. El significado lo vemos siempre como una abstracción de los sentidos que el signo tiene en los diferentes usos, en los contextos donde puede aparecer. Por esto dudamos de la posibilidad de calificar a la significación como «proceso»; en todo caso sigue una dirección inversa a la de los otros procesos que estamos enumerando y que se basan en los usos. Y en el texto pueden descubrirse relaciones de contigüidad, de oposición, de recurrencia, etc., es decir, relaciones que se establecen espacialmente en el discurso, y que originan sentidos, de los que suponemos que el autor no tuvo intención de manifestarlos. Son las relaciones de los signos entre sí, de las que pensamos que son espontáneas, no intencionales y, por tanto, no debemos atribuirlas a los sujetos del proceso lingüístico, pues se originan en el texto y son válidas sólo en él. Los procesos de comunicación (hablar a) se basan en un esquema semiótico que reconoce, al menos, dos sujetos, el emisor y el receptor, fijados en sus respectivos roles de hablar y escuchar respectivamente; la intervención del YO implica siempre el uso de los signos, ya que si no hay signos no hay proceso sémico; el Tú, sin embargo, actúa en formas bastante diversas: como una categoría del proceso de enunciación, receptor del enunciado; como oyente, aunque el discurso no se dirija a él; con las dos funciones: receptor interno del discurso y receptor externo, etc., y de aquí derivan las posibilidades, explotadas principalmente por el texto narrativo, y EL DIÁLOGO. — 5 y que los demás interpretan en esas relaciones añadidas al ser-objeto. Un traje a la moda de los años veinte denotará en el escenario esa época, un despeinado connota desidia personal o extendida a grupos sociales hipies, etc. La expresión, la significación, la’comunicación, la interacción y la interpretación son procesos sémicos porque en todos ellos se utilizan signos, pero se diferencian entre sí por el número de sujetos que intervienen: uno o dos, por la función que desempeñan de emi dividual no socialmente y puede hacer su discurso con formas que él mismo se proponga, sin acudir a los signos codificados. En este supuesto hay expresión de un sujeto que puede actuar sincréti 68 El diálogo camente como intérprete de su propia expresión, pero no hay, ni siquiera como virtualidad, comunicación, pues los signos utilizados no podrán ser descodificados, pues nadie tiene la clave del código que siguen, si es que siguen algún código. Puede pensarse la importancia que en las artes visuales de vanguardia que han renunciado a la figuración, tienen los procesos de expresión. Frente a esto, la obra literaria, sujeta en sus manifestaciones al sistema lingüísti co, no puede lograr autonomía expresiva nunca, y únicamente podremos considerar «expresión» algunas desviaciones del uso estándar del lenguaje, tal como han hecho las estilísticas idealistas. Los procesos expresivos dan lugar a creaciones que, interpretadas como procesos de comunicación, son o resultan absurdas. Hay una tendencia, a veces insuperable, a considerar emisión y recepción como extremos de todo proceso semiósico, incluso de procesos interactivos, y esto da lugar a frases repetidas por intérpretes: «lo que quiso decir el pintor... / lo que el público reclama..» etc, pronunciadas ante un cuadro, o cambiando lo que hay que cambiar, ante una obra de teatro del absurdo. Lo distintivo de los procesos de expresión es la falta de intención comunicativa del emisor. La expresión aparece como una manifestación individual y no como parte de un proceso de relación social de tipo lingüístico, pictórico, literario, o artístico en general. No obstante, es habitual que los procesos expresivos se realicen con signos pertenecientes a sistemas socialmente válidos, y, por tanto, tengan la posibilidad de ser interpretados por individuos de la comunidad que los crea. La pintura no figurativa, entendida exclu
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