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no podríamos dejar de admitirlo desde el momento que hemos formado conciencia de la existencia de individuos bien educados y mal educados. La costu...

no podríamos dejar de admitirlo desde el momento que hemos formado conciencia de la existencia de individuos bien educados y mal educados. La costumbre nos ha llevado a considerar a la Educación como un hecho exento de imperfecciones y falsas direcciones. La fascinación de su sola palabra tiene la culpa. La tarea de educar es tan peligrosa, si no se la comprende bien, agregándosele un “¿para qué?”, que puede darse el caso de una Humanidad supuestamente educada y, a la vez, deshumanizada. La Educación Física constituye un ejemplo partético, en muchos de sus aspectos, de lo que puede ocurrir cuando se cae en la tendencia de meditar ligeramente y realizar torpemente. Para nosotros la Educación Física no es, en realidad, una parte de la Educación, como tantas veces se ha dado en afirmar. Ni siquiera podemos concebirla como un particular aspecto de la Educación o un especial modo de ver con respecto a la faceta que ésta nos presenta. Y no puede ser parte, ni aspecto ni faceta porque la Educación (en sí) es un concepto tan abstracto “como el valor adquisitivo de una moneda”. Precisamente al hecho de imaginarla se debe la circunstancia de que para asirla o aprehenderla necesitamos darle esa corporeidad que no existe en ella. Pero (y lie aquí la clave para interpretar la naturaleza del error) esa corporeidad existe positivamente en el sujeto de la Educación, que es el hombre. Despojar al hombre de su corporeidad para atribuírsela a la Educación, es tan confuso como transferir lo abstracto de esta última al primero. Si el hombre es “lo desconocido”, como postulan diversas disciplinas filosóficas, ¿no sería esto la consecuencia de dar por demasiado conocidas otras tantas disciplinas abstractas que, por paradoja, son invenciones propias del hombre? Ese juego tan riesgoso de la mente, que parece no tener limitaciones, puede ocasionar perjuicios tan peligrosos, también, como el de hacer que ella misma se pierda en sus propias infinitudes. Decir actualmente Educación Física no será, después de todo, muy correcto desde un punto de vista estrictamente lógico y crítico (tal vez fuera menester procurarle otra denominación), pero debe admitirse que, por el momento, constituye una especie de objetividad necesaria frente al subjetivismo que se desprende de la sola palabra Educación. Naturalmente, y así se piensa, siempre que el vocablo no sea interpretado groseramente, como es común comprobarlo aun en personas que nada tienen de vulgares y sí mucho de cultas. De más está decir que son muchos los profesores de Educación Física que aceptan complacidos el error, y no sólo viven en él, sino que hasta viven de é l . .. Cuando decimos Educación Física, ni queremos significar solamente desarrollo corporal ni otros aspectos que puedan mos que hay algo o alguien que puede ser educado; cosa muy distinta de lo que ocurre cuando decimos simplemente Educación. Ésta es palabra abstracta que poco significa en sí misma (por más que hayamos pretendido hacerlo y sigamos haciéndolo, al margen, naturalmente, de todo contenido humano ) y es por ello que estará siempre condenada a sufrir las variaciones que estimamos en el hombre toda vez que comenzamos un “nuevo conocimiento del hombre” y, consecutivamente, una “nueva ubicación del hombre en su contorno”. Reconocer esto (y aun discutirlo) sería ya un extraordinario descubrimiento, aunque sencillamente no significara otra cosa que admitir que la Educación es para el hombre, y no el hombre para la Educación, como ocurre en muchas mentes educadoras. Porque a pesar de que el dualismo “espíritu-materia” vaya siendo dejado de lado por la consagración de la “indivisibilidad”, aun seguirán existiendo educadores (llamémosles así) para las partes del intelecto, completamente ajenos a aquellos cuya misión es atender a supuestas partes, también, del alma y del cuerpo. A lo primero se le suele llamar “instrucción”, cuyo sentido recto es ‘llenar por dentro” o “introducir”; y entendiendo el resto como un proceso natural, tendremos que admitir como “desenvolvimiento” a la deliberada ayuda con que intentamos “extraer” esas aptitudes que ya se poseen, y que por sí mismas tienden a desarrollarse y exteriorizarse. Pero si sabemos que “instruir” es sinónimo de “llenar” e “introducir” (refiriéndonos al conocimiento), de inmediato habremos de pensar en un continente o receptáculo que recibe ese conocimiento. Caemos así en la noción de corporeidad, no como forma solamente sino también como substancia que sale al encuentro de aquella instrucción que viene de afuera. Porque aun admitiendo que es la mente quien recibe el conocimiento (y aquí volvemos a lo abstracto) no podríamos desprendemos de la noción “cerebro” o de la noción “sistema nervioso”, que son ya concretos, y que parecen justificar la noción de “mente”, “inteligencia” y “saber”. Eliminemos cerebro y sistema nervioso y no tendremos ni mente, ni inteligencia ni saber. Eliminemos corporeidad y habrá dejado de existir la instrucción como contenido. Y en tanto que ignoremos esa corporeidad, como complejo substancial, negaremos también su consubstancialidad con el complejo espiritual. Y esto nos lleva, dentro del orden de los conceptos, a afirmar que la palabra Educación Física impide la dispersión de la palabra Educación, pues la aferra al hombre para que no se diluya o, en otro sentido, para que no siga considerándosela como una entidad independiente a la que habrá que llevar al hombre para que el hombre no perezca. ser desarrollados Educación Física reafirma- Es en este sentido que se confunde a la Educación con la Cultura. Por eso es que cuando Jaspers (en Origen y meta de la Historia) dice que “es posible que el hombre muera aunque viva físicamente”- se está refiriendo a la Cultura más que a la Educación. Sólo así podemos decir, a nuestra vez, que la Educación entra en el hombre para que el hombre entre en la Cultura. Porque el hombre se mueve dentro de la Cultura según obre en él la influencia de la Educación, que admite las alternativas de una acción tanto positiva como negativa. La Educación, siendo positiva o negativa, siempre “es”, a pesar de todo. La Cultura en cambio admite un ser o no ser. Ser inculto es carecer de Cultura, es “no ser culto”, Pero el culto “es”, sin duda alguna. Una Educación sin objetivos puede sólo existir como palabra, pues existiendo el “acto educativo” siempre hay Educación; y con ésta, incuestionablemente, la presencia de objetivos es real. La Educación revolotea cuando está embargada en sí misma, y sólo se aquieta, cuando se posa en el hombre, única especie a la que su existencia parece estar destinada. Podría decirse que es una “metafísica” en su revoloteo y una “realidad física” en su aquietamiento, cuando se posa sobre el hombre para realizar su labor. Y aquí es donde debe advertirse el peligro de esa labor, cuya ponderación siempre admitida en el aspecto útil parece hacer olvidar que también puede obrar en sentido opuesto. Podríamos también decir que esta labor —en tren de cautelosa— se manifiesta de dos maneras distintas, aunque íntimamente relacionadas: una labor “extractiva” y una labor “conectiva”. Entenderíamos por labor “extractiva” a la acción de ayudar (más que de extraer violentamente) al surgimiento de aptitudes específicas del hombre que tienen un ritmo y una intensidad propias, que se concretan en lo que denominamos “desarrollo”. Podríamos decir, asimismo que se trata de una mayéutica en la que resultaría vicioso hacer el distingo entre aptitudes de distinto orden, como físicas o intelectuales, por ejemplo, porque la armonía y equilibrio del desarrollo puede ‘ quebrarse con estos separatismos y mutilaciones deliberadas que no están en el hombre sino en la Educación; y en ésta por un absurdo imperativo sistemático de asignarle esquemas rígidos. La labor “conectiva” no está separada de la anterior, sino que es su prolongación. El humo que asciende por el interior de una chimenea es el mismo que luego el viento impulsa en distintas direcciones cuando ha traspuesto su boca. La labor “conectiva” consiste, pues, en dotar de direcciones a las aptitudes específicas que antes han hecho su proceso de nacer y desenvolverse. Y en este proceso que es, ante todo, autodesenvolvimiento, la Educación influye con la solicitud de una comadrona antes que con la inconsciencia de un sacacorchos. Esta vieja dialéctica de “poner” y “sacar” que exige, incuestionablemente, el “objeto” sobre el que

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