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En tanto muchas de las prescripciones corporales que determinaron una diferenciación negativa hacia las mujeres de prácticas, comportamientos, modo...

En tanto muchas de las prescripciones corporales que determinaron una diferenciación negativa hacia las mujeres de prácticas, comportamientos, modos de estar y sentir que configuraron una matriz de género binaria y del deseo normativo heterosexual, estuvieron basadas en una epistemología positivista con base en las ciencias biológicas y en los principios del darwinismo social, las teorías de la degeneración, el eugenismo y la biotipología, decidimos comenzar el capítulo analizando el modo de su despliegue al interior de la formación de los profesores de educación física. En la obra principal de Langlade y Rey de Langlade Teoría de la Gimnástica, se concibe al movimiento corporal como instintivo y determinado biológicamente por las leyes de la selección natural, la herencia y la evolución racial. “Las actividades físicas son manifestaciones que acompañan al hombre desde su aparición sobre la tierra” (De Genst414, 1947: 13 apud Langlade; Rey de Langlade, 1970: 17). “El movimiento corporal es una necesidad instintiva. Ella sufre las influencias de la selección natural, de la herencia, de las necesidades biológicas, de la evolución racial y de las leyes de la imitación, siempre recreando y preparando para la vida” (Langlade; Rey de Langlade, 1970: 17). La vida es puesta en el centro de las preocupaciones y para ello la actividad física una de las principales acciones que ayudan a su conservación. Se anexan en forma consecutiva y sin fundamentación conceptual la selección natural darwiniana, las leyes de la herencia en términos generales, las necesidades biológicas y cierto eugenismo a través del empleo del término evolución racial sin precisar ninguno y todos ellos como determinantes del movimiento corporal y para el caso del libro, de las prácticas gimnásticas. En la misma línea que lo anterior, pero con la temática del juego, en un artículo titulado “ El juego – Teoría de la transfiguración” publicado en la revista oficial de la CNEF, escrito por Inezil Penna Marinho415, autor brasilero de la Universidad de Brasil que viajó invitado por la CNEF en diciembre de 1949 a Uruguay a dictar un Curso de Extensión Universitaria titulado “Contribución lógica para el método de educación física416” (Marinho, 1949), desarrolla una teoría basada en una concepción evolucionista darwiniana del desarrollo infantil y del juego en el niño. Introduce el tema explicando que “las especies orgánicas existentes surgieron por variación de especies anteriores” (Marinho, 1956: 79) y desarrolla la idea de transformismo, que está contenida en las teorías darwinianas, como otrora sirvió de base a la concepción de Lamarck. Y Haeckel al formular su célebre teoría de la biogenética, por la que la ontogénesis sería una breve recapitulación de la filogénesis, expresó en forma categórica su punto de vista de que el hombre evolucionaría durante su vida como las especies habían evolucionado a través de millares de años (Marinho, 1956: 79). Al igual que Lamarck desarrolló erróneamente que los factores adquiridos se trasmiten genéticamente (Sapriza, 2001), basándose en Haeckel se presenta una identidad entre filo y ontogénesis como si lo histórico social estuviera determinado por la genética. En este marco define al “instinto de transfiguración” como la fuerza en forma latente, potencial, indómita, misteriosa e inexplicable responsable de las sucesivas transformaciones físicas, somáticas (anátomo-fisiológicas) y sobre todo, mentales o psíquicas (estructurales y funcionales), presentes tanto en el “hombre” como en el resto de las especies animales que produciría “un comportamiento extraño [...] que llevaría al individuo a modificar su personalidad, recubriéndose o identificándose con otras figuras” (Marinho, 1956: 80). Hay una influencia de lo biológico, orgánico, instintivo sobre lo mental o psíquico. Desde una perspectiva evolucionista aplicada a lo social (darwinismo social), se sostiene, por un lado, que el instinto de transfiguración se manifiesta en forma más intensa en los pueblos bárbaros y en las civilizaciones primitivas que en las más cultas y, por el otro, que la mujer tiene (deducimos que el autor lo señala por llevar una vida diaria en el contexto de lo privado y doméstico) más oportunidades de satisfacerlo que el “hombre” aunque el instinto se presente en forma más intensa en este ya que según Darwin sus genes se trasmiten en forma más preponderante que en la mujer. La mujer encontraría, en la vida normal y diaria, más oportunidades de satisfacer su instinto de transfiguración, a pesar de que éste sea más fuerte en el hombre, pues se sabe que de acuerdo con los estudios y observaciones de Darwin, la fijación de los caracteres modificados y la respectiva transmisión es privilegio de los machos (Marinho, 1956: 80 – 81). Se utilizan los presupuestos supuestamente científicos de la biología para determinar una cierta superioridad del hombre sobre la mujer, esto esencializa417 y fija identidades a partir de razones supuestamente incuestionables por la racionalidad y objetividad científica. Así, esta seudo teoría de la transfiguración invade el campo de la sexualidad determinando las conductas sexuales normales y anormales. Se realiza una crítica moral al travestismo como algo negativo, depravado o anormal, determinado genéticamente y trasmitido hereditariamente. “El instinto de transfiguración podrá manifestarse algunas veces en forma verdaderamente alarmante, culminando con la transfiguración sexual, más común en el hombre que en la mujer, por la causa que ya anotamos anteriormente” (Marinho, 1956: 81) (porque se trasmiten hereditariamente los genes modificados más en el varón que en la mujer). Esta transfiguración negativa es la que justifica las “perversiones sexuales”; al estar determinadas por los genes son vistas como enfermedades genéticas a nivel psíquico. Esa transfiguración es fundamentalmente psíquica, determinando en consecuencia, un comportamiento característico del sexo con el cual el individuo procura identificarse. Cuando apreciamos nuestro Carnaval, verificamos que la cantidad de hombres que se visten de mujer es mucho mayor que la de mujeres que se visten de hombres, confirmándose, así, nuestra observación (Marinho, 1956: 81). Desde

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