Dada la magnitud y la importancia de estos impactos, se podría suponer que la nueva gestión pública ha sido objeto de una evaluación intensiva, par...
Dada la magnitud y la importancia de estos impactos, se podría suponer que la nueva gestión pública ha sido objeto de una evaluación intensiva, particularmente cuando algunas de las técnicas que constituyen su arsenal ponen gran énfasis en la evaluación como un medio para “cerrar el círculo de la retroalimentación”. La revisión de documentos clave de un conjunto de países parece mostrar que, a más de una década del cambio por las reformas, las evaluaciones de los directivos han estado lejos de ser numerosas. Evaluaciones más limitadas —de cambio en una institución o dimensión— han sido más comunes, pero no son el principal enfoque de este artículo (y en todo caso, usualmente parecen sufrir de las mismas limitaciones teóricas y metodológicas de sus homólogos más ambiciosos). Aquí existe una paradoja: mientras la doctrina de la nueva gestión pública insiste en que los servicios públicos deben invertir en producir resultados cuantitativos (por ejemplo HM Treasury, 1988), algunos aspectos fundamentales de las reformas parecen haber permanecido casi inmunes a tales requerimientos. ¿Hasta qué punto las evaluaciones que se han realizado confirman que los beneficios proclamados por los defensores de la nueva gestión pública han tenido lugar?
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