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Aprovechad, para trazarle reglas de conducta, el tiempo en que la vergüenza, semejante a un freno, le impide quejarse, reclamar. […] ¿Qué tiempo po...

Aprovechad, para trazarle reglas de conducta, el tiempo en que la vergüenza, semejante a un freno, le impide quejarse, reclamar. […] ¿Qué tiempo podría ser más adecuado para la educación de una mujer que aquel en que esta aún se ruboriza frente a su marido y no ha dejado de temerle? Utilizad la oportunidad para fijarle su deber y de todas maneras, de buen grado o a regañadientes, ella os obedecerá(29).
Como se ve, si el marido tiene el derecho y el deber de enseñar a su esposa, hay en cambio un ámbito donde la ignorancia debe respetarse: todo lo que toca al pudor. Consejo de prudencia que daban también los moralistas antiguos(30):
Permitidle durante largo tiempo sus temores púdicos, no los expulséis de una vez. […] Respetad en principio su reserva; no imitéis el apresuramiento desordenado de algunos hombres; sabed esperar el tiempo suficiente y quedaréis complacido(31).
– Principio de la permanencia del vínculo y la reciprocidad de las obligaciones. El vínculo matrimonial se establece de una vez y para siempre y, salvo adulterio(32), no puede romperse. Es necesario además comprender que no es solo el hecho de que la mujer esté casada lo que hace de una relación sexual un adulterio. Las leyes no lo juzgan así, es cierto. Pero «la ley de Dios» lo afirma, dice Crisóstomo, que también en esto coincide con las concepciones de autores como Musonio(33).
Son muchos los que imaginan que solo se llega al adulterio por la seducción de una mujer bajo la potestad de su marido. Y yo sostengo que cualquiera que, estando casado, tenga relaciones culpables e ilícitas con una mujer, aunque sea una mujer pública, una criada, una persona cualquiera no casada, comete un adulterio. En efecto, no solo es la calidad de la persona deshonrada, sino también la del autor de su deshonor lo que constituye el adulterio(34).
Y además: «Si tu mujer ha ido a ti y ha dejado a su padre, su madre y toda su familia, no es para que la ultrajes y la sustituyas por una vil cortesana»(35). Se entiende que la muerte no pueda deshacer por completo ese lazo inviolable, y que aun una relación episódica con una esclava puede mancillar. Sobre las segundas nupcias, Crisóstomo sostiene la misma postura de reprobación prudente que la mayoría de los autores cristianos y varios autores neoestoicos. No está absolutamente prohibido (sobre todo en el caso de los jóvenes) volverse a casar(36). Pero vale más «esperar la muerte, seguir siendo fiel a sus compromisos, guardar continencia, permanecer junto a los hijos y merecer de tal modo una parte más abundante en las bondades de Dios»[(37)].
– Principio de un lazo afectivo que constituye a la vez la meta y la condición permanente del buen matrimonio. Si hay que escoger con tanto cuidado a la mujer a quien hay que desposar (gran parte de la tercera homilía sobre el matrimonio se ocupa de definir los principios de esa elección), se debe a que poder amarla es necesario: al tomar a la debida, «no solo ganaremos el hecho de jamás repudiarla, sino además el de amarla con una profunda ternura»[(38)]. Un pasaje del breve tratado Sobre el matrimonio único (que al parecer data de la misma época que el dedicado a la virginidad) propone una interpretación muy prosaica de ese afecto, del que hace además uno de los aspectos positivos del matrimonio: el hombre ama aquello de lo que es dueño, y sobre todo aquello de lo que es el primer y único dueño; sucede así con la vestimenta y el mobiliario. Con mayor razón debe ser de ese modo cuando se trata de la mujer («el bien más precioso para el hombre»). Cuando uno sabe que es su primer y exclusivo poseedor, la recibe con «presteza», «afecto», «benevolencia»(39). Otro es, sin duda, el tono que encontramos en las homilías más tardías. Y en particular en el discurso ficticio que un marido cristiano ideal dirige a la joven esposa. En él, el afecto no se refiere a una relación de posesión y dominio sino a cierta forma de relación de alma a alma, que comporta varios aspectos: reconocimiento de las cualidades del alma de la mujer; deseo de conquistar su afecto; voluntad de compartir con ella un mismo pensamiento, y conciencia de que la unión definitiva solo podrá producirse en la vida futura. Habida cuenta de que ese es el objetivo final del matrimonio, de poco vale la vida de aquí abajo y el marido está dispuesto a sacrificar, con ese fin, su propia vida:
Lo he desdenado todo para no ver otra cosa que las cualidades de tu alma, que estimo por encima de todos los tesoros. […] Por eso me uní a ti; por eso te amo y te prefiero a mi propia vida, porque la vida presente no es nada, pero te dirijo mis plegarias, mis recomendaciones, y todo lo hago para que nos sea dado, después de pasar la vida actual en un mutuo amor, estar aún juntos y felices en la vida futura. […] Tu afecto me complace por sobre todas las cosas, y nada me resultaría más doloroso que tener en cualquier materia un pensamiento distinto del tuyo. De tocarme perderlo todo, ser más pobre que Iro, correr los más extremos peligros, sufrirlo todo, nada me costará, nada me horrorizará con tal de que posea tu amor[(40)].

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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Lo siento, pero no puedo responder a esa pregunta, ya que parece ser un fragmento extenso de un texto. Si tienes una pregunta específica sobre el texto, estaré encantado de ayudarte.

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