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En vías de recuperación, el principio de la autorregulación sexual ('sexuelle Selbststeuerung'), y formularlo y aplicarlo en mis trabajos posterior...

En vías de recuperación, el principio de la autorregulación sexual ('sexuelle Selbststeuerung'), y formularlo y aplicarlo en mis trabajos posteriores. Muchas reglas psicoanalíticas tenían un carácter definido de tabúes y por lo tanto sólo reforzaban los tabúes neuróticos de los pacientes. Así, por ejemplo, la regla de que el analista no debía ser visto, de que tenía que ser como una pantalla en blanco sobre la cual el enfermo debía proyectar sus transferencias. Eso, en lugar de eliminarla, confirmaba la sensación del paciente de estar tratando con un ser 'invisible', inaccesible, sobrehumano, es decir, de acuerdo con el pensamiento infantil, un ser asexuado. ¿Cómo podía el paciente vencer su miedo a lo sexual, que lo había enfermado? Así tratada, la sexualidad permanecía siempre como algo diabólico y prohibido, algo que en cualquier circunstancia había que 'condenar' o 'sublimar'. Estaba prohibido mirar al analista como un ser sexual. ¿Cómo podía entonces el paciente animarse a formular observaciones críticas? De todas maneras, los pacientes saben mucho sobre sus analistas, aunque rara vez expresan abiertamente ese conocimiento cuando se los trata con semejante clase de técnica. Conmigo aprendían antes que nada a vencer cualquier temor a criticarme. Con arreglo a la técnica usual, se suponía que el paciente debía 'sólo recordar y de ninguna manera actuar'. Al rechazar ese método estuve de acuerdo con Ferenczi. Desde luego, al paciente debía 'permitírsele hacer'. Ferenczi tuvo dificultades con la Asociación Psicoanalítica porque —con buena intuición— dejaba jugar a sus pacientes, como si fueran niños. Intenté de todos los modos posibles liberarlos de su rigidez caracterológica. Ellos debían considerarme de una manera humana, no como una autoridad inaccesible. Otro factor importante de mi éxito al tratar a los pacientes fue la liberación de sus inhibiciones genitales mediante todos los recursos a mi disposición compatibles con la práctica médica. No reconocía curado a ningún paciente a no ser que, por lo menos, fuera capaz de masturbarse sin sentimiento de culpa, y consideraba fundamental no perder de vista su vida genital durante el tratamiento. (Espero se haya comprendido claramente que esto nada tiene que ver con una 'terapia de masturbación' superficial tal como ha sido practicada por muchos 'analistas silvestres'.) Siguiendo esa regla aprendí a distinguir la pseudogenitalidad de la actitud genital natural. Así, con el correr de los años empezaron a cobrar forma gradualmente los rasgos del 'carácter genital' en oposición al neurótico. Aprendí también a superar el temor a la conducta de los pacientes, descubriendo así un mundo no soñado. Bajo esos mecanismos neuróticos, detrás de esas fantasías e impulsos peligrosos, grotescos e irracionales, descubrí un trozo de naturaleza simple, decente, auténtica. Y lo descubrí en todo paciente en quien me fue posible penetrar con suficiente hondura: este hecho me alentó. Di a mis pacientes más y más libertad de acción y no fui decepcionado. Es verdad, pueden sobrevenir situaciones peligrosas. Pero tal vez sea significativo que en mi extensa y variada práctica no tuve un solo suicidio. Sólo mucho más tarde llegué a comprender los casos de suicidio acaecidos durante el tratamiento psicoanalítico: los pacientes se suicidan cuando sus energías sexuales son conmovidas sin permitírseles una descarga adecuada. El miedo a los instintos perversos que dominan al mundo entero ha bloqueado seriamente el trabajo de los terapeutas psicoanalistas, quienes han dado por sentado la antítesis absoluta entre naturaleza (instinto, sexualidad) y cultura (moralidad, trabajo, deber), llegando así a la tesis de que 'vivir los impulsos' era contraproducente para la curación. Finalmente, aprendí a sobreponerme al temor a estos impulsos. Pues se había aclarado cómo esos impulsos asocíales que colman el inconsciente son malignos y peligrosos sólo en la medida en que está bloqueada la descarga de energía a través de una vida natural de amor. Si está bloqueada hay, básicamente, tres salidas patológicas: a) impulsividad autodestructiva desenfrenada (toxicomanías, alcoholismo, crimen como resultado del sentimiento de culpa, impulsividad psicopática, asesinato sexual, violación de niños, etc.); b) neurosis caracterológica por inhibición del instinto (neurosis obsesiva, histeria de angustia, histeria de conversión) ; y c) psicosis funcionales (esquizofrenia, melancolía o psicosis maniacodepresiva); sin mencionar los mecanismos neuróticos que dominan la política, la guerra, la vida marital, la educación, etcétera, y que son todos el resultado de la frustración genital. Al alcanzar una capacidad de entrega genital total, la personalidad toda de los pacientes cambiaba tan rápida y fundamentalmente, que en un principio no pude comprenderlo. Era difícil comprender cómo el tenaz proceso neurótico podía sufrir un cambio tan repentino. No sólo desaparecían los síntomas de la angustia neurótica, sino que cambiaba toda la personalidad. La desaparición de los síntomas podía comprenderse basada en la retracción de la energía sexual que alimentaba previamente los síntomas. El carácter genital, sin embargo, parecía seguir leyes diferentes, aunque todavía desconocidas. Citaremos aquí algunos ejemplos. Con bastante espontaneidad, los pacientes comenzaban a sentir las actitudes moralizadoras de su medio ambiente como algo ajeno y extraño. No importaba cuan estrictamente hubieran defendido antes el principio de la castidad premarital; ahora sentían que esa exigencia era grotesca. Ya no les interesaba, les era indiferente. Con relación al trabajo, sus reacciones cambiaron en forma notable. Si antes habían trabajado mecánicamente, sin una relación interior con el trabajo, si lo habían considerado como algo que se hace sin mayor reflexión, ahora comenzaban a diferenciar. Si debido a las perturbaciones neuróticas no habían trabajado, empezaron a sentir una intensa necesidad de algún trabajo vital en el cual pudieran tener un interés personal. Si el trabajo que efectuaban les permitía absorberse con verdadero interés, florecían. Pero, si su trabajo era mecánico, como, por ejemplo, empleado, comerciante u oficinista, se les convertía en una carga casi insoportable. La dificultad que se manifestaba entonces era difícil de vencer. Porque el mundo no estaba preparado para una consideración del interés humano por el trabajo. Los maestros que, a pesar de ser liberales, nunca habían criticado mayormente la educación actual, comenzaron a sentir la manera acostumbrada de manejar a los niños como algo doloroso e intolerable. En pocas palabras, la utilización de las fuerzas instintivas en el trabajo difería de acuerdo con el trabajo mismo y las condiciones sociales. Gradualmente pudieron distinguirse dos tendencias: una consistía en una absorción creciente en alguna actividad social; la otra en una protesta definida del organismo contra el trabajo vacío, mecánico. En otros casos, el establecimiento de la satisfacción genital originaba un derrumbe total en el trabajo. Eso parecía confirmar las advertencias del mundo en el sentido de que la sexualidad y el trabajo se contradicen. Examinándolo más de cerca, tal estado de cosas perturbaba menos. Pudo verse que se trataba de enfermos que habían estado ligados a su trabajo por un obsesivo sentimiento del deber, y que éste no armonizaba con sus deseos interiores, a los que habían renunciado. Esos deseos no eran de ningún modo antisociales. Por el contrario. Un individuo, por ejemplo, que se sentía capacitado para ser escritor y que trabajaba como empleado en una oficina jurídica, tenía que aunar todas sus fuerzas para dominar su rebelión y reprimir sus impulsos sanos. Por lo tanto, reconocí el importante principio de que no todo lo inconsciente es antisocial, ni todo lo consciente social. Por el contrario, existen impulsos y rasgos culturales muy importantes que deben ser reprimidos en razón de consideraciones de supervivencia material. Asimismo, hay actividades sumamente antisociales que la sociedad premia con fama y honor. Los estudiantes eclesiásticos representaban una dificultad seria a este respecto; aparecía siempre un conflicto grave entre la sexualidad y la práctica de su vocación. Decidí en consecuencia no aceptar más eclesiásticos para tratamiento. El cambio en la esfera sexual sorprendía igualmente. Los pacientes que hasta el momento de alcanzar la potencia orgástica no tenían conflictos si cumplían el acto sexual con prostitutas, eran ahora incapaces de hacerlo. Las mujeres que antes habían soportado vivir con un hombre a quien no querían, que habían aceptado el acto sexual como un 'deber marital', no eran capaces de continuar. Se

Esta pregunta también está en el material:

La funcion del orgasmo
382 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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Lo siento, pero parece que has pegado un texto extenso que no parece ser una pregunta. ¿Puedes reformular tu pregunta para que pueda ayudarte?

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