La noción de ciudadanía puede ser abordada desde distintas perspectivas, pero en cualquiera de ellas está asociada a la política, a la formación de un ciudadano activo, que sienta la pertenencia y se conciba como participante en un compromiso colectivo. Como sostiene Martín-Barbero (2017) “Ser ciudadano tiene que ver hoy mucho menos con votar y mucho más con ser capaz de asociarse con los vecinos del barrio para reclamar derechos, hacer demandas y defender sus propios estilos de vida” (p. 22). Por ende, esto le plantea a la universidad la necesidad de formar a los estudiantes no sólo para el ejercicio profesional en esta inquietante era de la inteligencia artificial, sino también para el ejercicio de la ciudadanía, en un momento en el que aparecen nuevas formas y dinámicas de participación que se expanden a través de la red mediática. Y en ese sentido, es pertinente incorporar el concepto de “democracia monitoreada” (Keane, 2009) o “monitorizada” (Feenstra, 2012), con el que se alude a las nuevas dinámicas de monitorización ciudadana que se expanden gracias, entre otros aspectos, a las posibilidades ofrecidas por la nueva galaxia mediática. El empleo eficaz de las nuevas herramientas de comunicación por parte de los ciudadanos, mediante las cuales lanzan hasthags o mensajes por las redes, organizan movilizaciones ciudadanas o realizan denuncias y protestas ante determinadas decisiones o actuaciones políticas, les permite nuevas formas de estar juntos y alcanzar cierto eco mediático en el público general. Así, la ciudadanía aparece directamente vinculada a ganar espacios, real o virtual, de participación e inclusión social, y a estar atenta respecto a aquello que hacen o dejan de hacer sus representantes políticos.