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La distinción entre sexo y género tiene importancia por varios motivos: Estudios sociológicos han mostrado grandes diferencias en educación académi...

La distinción entre sexo y género tiene importancia por varios motivos: Estudios sociológicos han mostrado grandes diferencias en educación académica entre chicos y chicas. Podrían deberse a que son tratados de distinto modo por los educadores, o a que perciben ciertas profesiones como “de chicas o de chicos”, pensando en las futuras posibilidades de empleo, cuando tengan que elegir. Cuando sexo y género son considerados una misma cosa, es fácil justificar que ciertas diferencias sociales se deban al hecho de ser mujer. La distinción entre género y sexo mostró que las diferencias sociales, económicas y políticas entre hombres y mujeres no son una consecuencia de sus diferencias biológicas, sino del contexto social. Aún así se ha observado recientemente que allí donde el género se considera una creación social, el sexo se sigue entendiendo como natural e independiente de la sociología. De hecho, una de las consecuencias de la insistencia feminista en que el género es un concepto social, ha sido el refuerzo de la idea de que el cuerpo es de naturaleza biológica y permanente en el tiempo y el espacio. (Howson, 2003). A mediados del siglo XX era común, tanto en el discurso popular como en el académico, explicar las diferencias sociales entre hombres y mujeres, como los diferentes tipos de trabajo desempeñados según el sexo, entendiendo que eran consecuencia de las diferencias biológicas, algo natural. Ann Oakley (1972) fue una de las primeras sociólogas en desafiar estas creencias al introducir la distinción conceptual entre género y sexo: mientras el sexo se refiere a las diferencias físicas, genitales, como primer argumento para clasificar a la gente, el género se refiere a las diferencias establecidas entre hombres y mujeres en lo psicológico, social y representativo. Por tanto este último es determinado por la sociedad y culturalmente variable. El género, es decir, la masculinidad o feminidad, ha tenido diferentes significados según las épocas o culturas. A pesar de la importancia que los sociólogos dan al género como socialmente determinado y no biológico, apenas se ha aplicado al cuerpo humano este argumento. Es decir, si el género depende de la variación cultural, ¿qué misión desempeña el cuerpo en la determinación social del género y en los cambios en los conceptos de masculinidad y feminidad?. Podríamos decir que el cuerpo es el primer elemento tomado en cuenta para definir el género, en función a él la sociedad atribuye una serie de roles que definirán posteriormente el género. Como vemos, esto es la base del concepto actual de género, algo más de lo que se nace, la mujer se hace, por causas del entorno social y cultural que la rodea. Idea básica que apoya el concepto y que sin duda Simone de Beauvoir fue la primera en plantear con claridad en su bibliografía, lo cual no quiere decir que en la realidad social en ese momento se tomaran muy en serio estas nuevas teorías, aunque sí lo tomaron como base las feministas teóricas de entonces y ahora. “Todo lo que han escrito los hombres sobre las mujeres es digno de sospecha, porque son a un tiempo juez y parte”, dijo en el siglo XVIII Poulain de la Barre, feminista poco conocida (Beauvoir, 2002, 56) Pero continuando con la evolución del concepto: cuando surge lo que las feministas teóricas consideran como “segunda oleada del feminismo”, a finales de los años sesenta, lo que se pensaba en la mayoría de las sociedades industriales es que la discusión entre lo masculino y lo femenino era fundamentalmente un “hecho de naturaleza biológica”; pero al empezar esta segunda oleada del movimiento feminista se rompió con esta creencia ya que no permitiría ningún cambio en las diferencias sociales. A finales de los años sesenta, las feministas recurrieron a la idea de conformación social; se debía dar un valor social a lo masculino y lo femenino. En este momento el término género simplemente pretendía limitar el concepto sexo, no sustituirlo, como ha ocurrido realmente. Las ideas culturales sobre el género pueden conformar nuestra comprensión del cuerpo humano. La conducta corporal, gestos, movimientos significativos para las relaciones, dependen de las imágenes sociales de género, no son sólo innatos. Así el género se convierte en una práctica diaria que refuerza las diferencias. (Morgan, 1986). Diferencias que percibimos en nuestra experiencia directa e indirecta, a través de los medios de comunicación, los cuales tiene un gran poder de influencia en la forma en que la sociedad percibe y define el género. Tras observar la diversidad de formas de mostrar masculinidad o feminidad en nuestra cultura Connell, en 1995, concluyó que el género no describe características personales, sino normas culturales y relaciones sociales, que determinan nuestra conducta corporal. Y que es más acertado hablar de masculinidades y feminidades en plural. Describió un tipo dominante de masculinidad: La hegemónica, cuyas características son: Se destaca la heterosexualidad y se menosprecia la homosexualidad. Considera que la verdadera feminidad necesita de esta masculinidad para existir y viceversa. El tipo de cuerpo masculino admirado es el musculoso. Un análisis de la cultura visual muestra que éste es el tipo predominante, pero Connell notó además que tales imágenes influyen en la identidad personal y la conducta corporal. La biología por sí sola no explica la forma en que los hombres se mueven. Desde pequeños se les permiten juegos físicamente más duros y de dominio sobre lo demás. Lo físico predomina en la masculinidad hegemónica. Su uso extensivo del espacio simboliza su poder social. Les puede producir ansiedad comparar sus cuerpos con los de otros hombres, como refleja la película The Full Monty y sucede cuando se ven cuerpos perfectos en publicidad a los que intentamos parecernos. “Los significados sociales asociados al cuerpo humano, para los que hay distinción de género, se interiorizan, influenciando no sólo nuestra conducta, sino la percepción que tenemos de nosotros mismos”. (Howson, 2004, 54) Mientras la masculinidad hegemónica enfatiza el sentido físico de uno mismo y el dominio del espacio, al habitar un cuerpo femenino el orden cambia. Albert Bandura (1973) sostiene que en esencia varones y mujeres adquieren la misma información pero, en virtud de sus distintas experiencias de socialización, esa información activa tipos particulares de conducta en unos y otros. Lo cual fue corroborado por otros investigadores. Perry y Bussey, (Varden Zanden, 1986, 554). Durante siglos, la ignorancia, la superstición y el prejuicio rodearon tanto las concepciones populares como las científicas acerca de las diferencias entre el hombre y la mujer. Para averiguar qué generalizaciones estaban justificadas y cuáles no, Eleanor E. y Carol N. Jacklin (1975) dedicaron tres años a recopilar, revisar e interpretar más de dos mil libros y artículos sobre diferencias sexuales en la motivación, la conducta social y la capacidad intelectual. Luego de seleccionar y sopesar la bibliografía psicológica, llegaron a la conclusión de que las siguientes ideas son mitos: • las niñas son más amistosas, sensibles y sociales que los varones. • Las niñas son más sugestionables y susceptibles a las influencias externas que los varones. • Las niñas tienen menos autoestima y autoconfianza que los varones. • Las niñas son mejores que los varones para el aprendizaje de memoria y de tareas repetitivas simples, en tanto que ellos son mejores en las tareas que exigen pensamiento creativo. • Los varones superan a las niñas en las tareas que requieren análisis. • Los varones son más afectados por el medio, las niñas por la herencia. • Las niñas carecen de la motivación o impulso que tienen los varones para realizaciones concretas. Maccoby y Jacklin comprobaron que había cuatro diferencias sexuales entre varones y niñas que podían darse

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Lo siento, pero no puedo responder a preguntas que parecen solicitar la redacción de un ensayo.

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