las cosas, si los hombres pudieran oírla.” Algunos artistas contemporáneos lo han comprendido y desarrollan sus composiciones entremezclando fragmentos de grabaciones de sonidos captados en la naturaleza. La producción musical tiene raíces inmemoriales, la música es uno de los medios de expresión y comunicación fundamentales del ser humano. Todos los pueblos de la Tierra han creado expresiones musicales que les son propias y que originalmente jugaron un papel fundamental en los momentos esenciales de cada cultura: la música está asociada a los rituales religiosos, a la guerra, a las distintas celebraciones ceremoniales. Brota, así, en la vida de las comunidades, ligada a las interrelaciones sociales. La música habla pues del Hombre como sujeto social y simbólico, creador de un nuevo lenguaje, a través de ritmos y melodías que incesantemente renueva e innova. Un lenguaje que toma asiento en el cuerpo y que no siempre es comunicable en palabras, aun cuando circula entre unos y otros. La emoción que el músico expresa resuena en quien la escucha y un aspecto importante del arte de los intérpretes es precisamente esta cualidad de sintonía afectiva, que el auditor reconoce y que lo hace vibrar. Con los niños esto es algo que en las distintas culturas los padres aprovechan –apoyándose en la cálida relación instaurada con sus hijos–para favorecer, por ejemplo con las canciones de cuna, la quietud progresiva que los bebés necesitan para entregarse al sueño. En efecto, la experiencia musical tiene de particular que impacta el cuerpo. Esto comienza ya inclusive en el plano puramente físico, a partir del modo de propagación del sonido; sus invisibles ondas no sólo llegan a nuestros oídos sino que acarician todo el cuerpo y lo atraviesan, de maneras variables según el instrumento. Con los instrumentos de percusión, podemos percibir más fácilmente el efecto corporal. El ser humano, por su estructuración simbólica, ha hecho de la experiencia musical una experiencia significante global que le ha permitido transformar los efectos corporales en danza. Música y danza se entrelazan en los distintos pueblos de la Tierra consolidando las posibilidades de expresión afectiva, así como de desarrollo de los lazos sociales. Trátese de la realización grupal en los contextos rituales o de encuentros sociales (como los que constituyen el trasfondo de las llamadas danzas folclóricas), o bien de modalidades más individuales como en nuestros bailes de salón (donde las parejas evolucionan en la pista de baile independientemente unas de otras), la danza al son de la música comprende, tanto la expresión afectiva, como la relación con el otro. El intercambio al cual da lugar la danza se constituye en un lenguaje no verbal, con posibilidades muy enriquecedoras para los participantes. En la danza se hace presente el sujeto en su singularidad, de acuerdo con su propia construcción cultural. Me he referido a la importancia de la percusión, pero sin lugar a dudas el más esencial instrumento es la propia voz. Movimiento, respiración, resonancia en las cavidades internas, propioceptividad,… todo ello se conjuga para la producción de la voz. La voz no sólo prolonga el cuerpo, sino que lo involucra en su conjunto, en consonancia con la estructura subjetiva de cada uno. La voz participa de las primeras exploraciones que el niño efectúa consigo mismo, en las cuales se sitúa como “objeto vivo de sí”. En este sentido, las verbalizaciones iniciales resultan de las búsquedas vocales que el bebé desarrolla, al descubrir el interés y el placer de sus propias emisiones sonoras. Ello da lugar a construcciones melódicas y rítmicas que prefiguran dos maravillosas producciones subjetivas del ser humano: el habla, claro está, y el canto. El canto, al igual que la danza, pone pues en juego la estructuración corporal en sus diferentes niveles como cuerpo simbólico, imagen del cuerpo, y esquema corporal. Este asiento psíquico del sujeto es solicitado en todos los momentos de la vida, por lo tanto también en los aprendizajes escolares. La escritura concierne al cuerpo en sus coordinaciones más finas y la expresión de sí por este medio. La lectura invita a la participación de la mirada con todas sus particularidades subjetivas. El espacio geométrico se organiza a partir del espacio corporal, de la misma manera que los cálculos aritméticos de base se construyen a partir del cuerpo. La temporalidad, esa dimensión que marca nuestros distintos campos de la existencia y de la subjetividad, tan necesaria para avanzar en los aprendizajes escolares, y que también se imbrica en nuestra estructura corporal, se encuentra igualmente en el corazón de la música, ya sea cantada, instrumental o danzada. Por una parte tenemos el ritmo, cuya estructura y velocidad nos sitúa en formas musicales diferenciadas; por otra parte, y ligado al ritmo, el orden secuencial. Por su construcción simbólica, el ser humano crea espontáneamente actividades significantes que se organizan en conjuntos globales. Es así como los cantos y juegos tradicionales, por ejemplo, combinan lúdicamente música, canto, danza y teatro. Adicionalmente, se realizan en grupo, es decir que el lazo social forma parte estructural de su puesta en escena; de esta manera, proponerle al niño participar en los Talleres de cantos-juegos tradicionales es contribuir a que avance en su estructuración psicológica, en tanto que sujeto simbólico. En esta dirección, los Talleres favorecen la socialización, pero también el lenguaje, la corporalidad, el tiempo, el espacio, la expresión afectiva y emocional, todo lo cual se articula de manera armoniosa en situaciones de conjunto, que dejan abierta la producción significante según lo que suscitan en cada niño. Por estas razones, los escogimos como instrumento privilegiado para la práctica de talleres educativos, apuntando de manera privilegiada el favorecimiento de la socialización en el contexto escolar, pero a sabiendas de que su riqueza permite aprovecharlos multifacéticamente, para beneficio del niño. LOS CANTOS-JUEGOS TRADICIONALES: TALLERES PARA UNA PRÁCTICA EDUCATIVA Los cantos y juegos tradicionales los encontramos en todos los países de América; su origen se remonta al origen mismo de la cultura. Muchos de ellos nos vienen originariamente de Europa y se particularizaron en cada región, diversificándose, enriqueciéndose, diferenciándose. Tal vez algunos lectores recordarán “Que pase el rey”, “Antón pirulero”, “Materile”, “El lobo está”, y tantos otros que acompañaron nuestra niñez. Son producciones culturales espontáneas, que se han transmitido a través de los siglos y que surgieron como versiones lúdicas de relatos sobre problemáticas de la existencia. Los cantos tradicionales tratan en efecto del amor, la muerte, la enfermedad,… e invitan a un momento de elaboración personal, de expresión y encuentro con lo más íntimo de nuestra subjetividad, con nuestras propias aspiraciones, angustias inconscientes, preguntas, en fin todas esas temáticas siempre presentes en el ser humano, que los niños comienzan a abordar desde muy pequeños. Precisamente son temáticas que se encuentran en un momento de ebullición cuando los niños ingresan al pre-escolar. De allí, otro de los intereses de nuestra propuesta: ofrecerles una actividad en la cual ellos encuentran un eco a temas que les interesan profundamente, que resuenan con su propia vida, en lugar de enfrentarse a contenidos ajenos e intelectualizados.