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agua tenga las mismas probabilidades de ir cuesta abajo o cuesta arriba. El efecto parcial de la gravedad conlleva una preferencia fuerte por ir cu...

agua tenga las mismas probabilidades de ir cuesta abajo o cuesta arriba. El efecto parcial de la gravedad conlleva una preferencia fuerte por ir cuesta abajo. Pero lo que el agua hace, a grandes rasgos, no está simplemente determinado por el movimiento hacia abajo. Dónde acabe depende del paisaje por el cual fluye. La selección natural es bastante parecida a la fuerza de la gravedad, aunque no selecciona de un modo tan fuerte y no es tan fácil de calificar independientemente de sus efectos. Las mutaciones son como la excursión aleatoria de las moléculas de agua y el entorno es como el paisaje. En 1973, Theodosius Dobzhansky, un destacado biólogo evolucionista, escribió un ensayo bajo el título de «Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución». Todo lo que ha sido descubierto en biología desde entonces, que es muchísimo, ha reforzado esta afirmación. La palabra «teoría» tiene dos significados muy diferentes y hay un consenso científico aplastante sobre que en «teoría de la evolución» esta palabra ha hecho la transición del sentido de «hipótesis provisional» hacia el sentido de «explicación coherente confirmada por un cuerpo de evidencias importantes que provienen de diversas fuentes que han sobrevivido a innumerables intentos de rebatirlas». Como Richard Dawkins ha observado, el término del día a día para «teoría» con este sentido es «hecho» y es, fundamentalmente, un deseo de evitar parecer dogmáticos lo que impide a los científicos usar el mismo término. No sería necesario hacer esta observación si no fuera por la ruidosa oposición a la evolución de unos pocos grupos religiosos fundamentalistas. Si el mundo fue realmente creado por Dios hace diez mil años, entonces la Deidad hizo todo lo posible para fabricar una masiva red de características naturales entrelazadas, específicamente diseñadas para inducir a cualquier observador inteligente a la creencia errónea de que la vida en la Tierra se ha diversificado durante miles de millones de años, partiendo de unos comienzos simples. Esta visión de Dios como un embustero parece poco apropiada desde un punto de vista teológico y esta es la conclusión a la que el clero de la época victoriana llegó una vez asimilaron los descubrimientos científicos de su época. Y también lo hizo Dobzhansky, como cristiano ortodoxo ruso. Las evidencias para la evolución llegan de fuentes diferentes. La variedad de estas fuentes y su independencia las unas de las otras, refuerza en gran manera el caso científico a favor de la evolución, porque cada nueva fuente proporciona un gran número de posibles modos de refutar la teoría. Pero lejos de eso, los principios básicos han sobrevivido indemnes, los detalles del proceso de evolución se han clarificado y, a veces, cambiado, a medida que llegaban nuevas evidencias. Las evidencias con las que contamos hoy en día son mucho más exhaustivas que las que había en la época de Darwin, también hay más y más precisas. Las principales fuentes son: la flexibilidad de la forma y el comportamiento de los organismos, que se hace evidente en los programas de cría inducidos por el hombre para perros, palomas, caballos y otros animales domésticos. las similitudes entre criaturas existentes, que sugiere un origen común. la incidencia de los mismos componentes bioquímicos y sistemas en organismos muy diferentes. los registros fósiles, que revelan secuencias coherentes de cambios a lo largo del tiempo. los registros geológicos, que confirman la datación de las especies de fósiles. las características genéticas de los organismos, especialmente secuencias de ADN, que confirman ambas líneas de ascendencia y las fechas de los cambios. las relaciones entre la distribución de especies y las características geográficas actuales o históricas. selección natural observada en el laboratorio y en el mundo real. estudios matemáticos del efecto de los principios de selección en los cambios en sistemas complejos. Los críticos a la evolución, a menudo, afirman que como no podemos observar el pasado, la teoría no es científicamente comprobable. Pero la ciencia comprende tanto las deducciones como la observación directa. Cuando a Haldane se le preguntó qué evidencias posiblemente podrían rebatir la evolución, su respuesta inmediata fue: «Fósiles de conejos en el Cretáceo». Los fósiles son vestigios de seres vivos del pasado, transformados y conservados en rocas de nuestro planeta. Como las rocas con frecuencia son datables, muchos fósiles pueden ser asignados a períodos específicos de la historia con fiabilidad. Los fósiles proporcionan un registro bastante escaso de formas de vida del pasado, porque es muy raro para cualquier organismo individual convertirse en un fósil. Sin embargo, ha habido muchísimos organismos durante unos pocos cientos de millones de años pasados y se han descubierto más de 250.000 fósiles de diferentes especies. El número de fósiles individuales conocido es grande, más de tres millones tan solo en el Rancho La Brea en Los Ángeles, por ejemplo, y está incrementando rápidamente con el descubrimiento de nuevos asentamientos por todo el mundo y con mejores técnicas para la localización de fósiles y su análisis. A pesar de la relativa rareza de los fósiles, el registro es a veces muy extenso, con pocos huecos importantes, y ofrece evidencias claras de cambios sistemáticos de evolución en largos períodos de tiempo. El ejemplo clásico es la evolución del caballo, hace de 54 millones de años a un millón de años. La secuencia empieza con un mamífero con el aspecto de un caballo de apenas 0,4 metros de largo. A este género se le dio inicialmente el poético nombre de Eohippus, caballo del alba, pero se renombró cómo Hyracotherium debido a las reglas de la taxonomía, que en este caso logró dictar un resultado tonto. La secuencia continúa con Mesohippus, de 35 millones de años y 0,6 metros de largo, luego Merychippus, de 15 millones de años y 1 metro de largo, después Pliohippus, de 8 millones de años y 1,3 metros de largo, y finalmente, hasta ahora, Equus, esencialmente igual que el caballo actual, de 1 millón de años y 1,6 metros de largo. Los taxonomistas pueden seguir el rastro, con mucho detalle, de la

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