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dijo Jamal—. Soy un creyente del libre albedrío. Si mi perro elige odiar a toda la raza humana menos a mí, es libre de hacerlo. Después del desayun...

dijo Jamal—. Soy un creyente del libre albedrío. Si mi perro elige odiar a toda la raza humana menos a mí, es libre de hacerlo. Después del desayuno, Abdullah buscó de nuevo su gorro de dormir. Simplemente no estaba allí. Intentó recordar cuándo fue la última vez que lo llevaba puesto, y resultó que fue al acostarse para dormir la noche anterior, cuando pensaba en llevarle la alfombra al gran visir. El sueño llegó después. Se dio cuenta de que en él llevaba puesto el gorro. Recordó que se lo había quitado para mostrarle a Flor-en-la-noche (¡qué nombre más maravilloso!) que no estaba calvo. A partir de entonces, que él recordara, había llevado el gorro en la mano hasta que se sentó junto a ella en el filo de la fuente. Después de eso, narró la historia de su secuestro por Kabul Aqba, y recordaba con claridad haber gesticulado libremente mientras hablaba y que no tenía el gorro en las manos. Las cosas desaparecían de pronto en los sueños, eso lo sabía, pero las pruebas apuntaban a que se le había caído al sentarse. ¿Sería posible que lo hubiera dejado en la hierba junto a la fuente? En tal caso… Abdullah se quedó clavado en el centro del puesto, mirando los rayos de sol que, extrañamente, no le parecían ya llenos de escuálidas motas de polvo e incienso. En lugar de eso, eran puros fragmentos de oro. —¡No fue un sueño! —dijo Abdullah. De algún modo, su depresión había desaparecido. Incluso le resultaba más fácil respirar. —¡Fue real! —dijo. Se quedó pensativo mirando la alfombra mágica. Ella también había estado en el sueño, en tal caso… En el que Flor-en-la-noche descubre varios hechos importantes Abdullah volvió a atar cuidadosamente la alfombra alrededor del poste central y salió al Bazar, donde buscó el puesto del más hábil de los diversos artistas que comerciaban allí. Tras las habituales cortesías iniciales, en las que Abdullah llamó al artista príncipe del lápiz y hechicero con las tizas y el artista replicó llamando a Abdullah crema de los clientes y duque del discernimiento, Abdullah dijo: —Quiero dibujos de cada tamaño, forma y tipo de hombre que hayas visto nunca. Dibújame reyes y pobres, mercaderes y obreros, gordos y delgados, jóvenes y viejos, guapos y feos, y también hombres corrientes. Si no conoces alguno de estos tipos, te pido que te los inventes, oh, parangón de los pinceles. ¡Y si tu invención falla, lo que considero improbable, oh, aristócrata de los artistas, entonces todo lo que necesitas es volver tus ojos hacia el mundo, observar y copiar! Abdullah extendió un brazo y señaló a la bulliciosa y rauda multitud que compraba en el Bazar. Casi se le saltaron las lágrimas con el pensamiento de que su paisaje diario era algo que Flor-en-la-noche no había visto jamás. Con cierta reserva el artista se llevó la mano bajo su desaliñada barba. —Claro, noble admirador de la humanidad —dijo—. Puedo hacerlo fácilmente. Pero ¿podría la joya del juicio explicarle a este humilde dibujante para qué necesita tantos retratos de hombres? —¿Por qué motivo querría saber eso la corona y diadema de la mesa de dibujo? —preguntó Abdullah, bastante consternado. —Ciertamente, el capitán de los clientes entenderá que este deshonesto gusano necesita saber qué medio usar —respondió el artista—. De hecho, no es sino simple curiosidad lo que siento acerca de este encargo extremadamente inusual. El que pinte al óleo en madera o lienzo, a lápiz en papel o pergamino, o incluso en un fresco sobre un muro dependerá de lo que esta perla entre los patrones desee hacer con los retratos. —Ah, papel, por favor —dijo Abdullah rápidamente. No tenía deseos de hacer público su encuentro con Flor-en-la-noche. Estaba claro que el padre de la muchacha debía ser un hombre muy rico que sin duda se opondría a que un joven mercader de alfombras le mostrase otros hombres que no fuesen el príncipe de Ochinstan—. Los retratos son para un inválido que nunca ha podido salir al extranjero como hacen otros. —Así que eres un alma caritativa —dijo el artista, y decidió dibujar los retratos por una suma sorprendentemente pequeña—. No, no, hijo de la fortuna, no me lo agradezcas —añadió cuando Abdullah intentó expresar su gratitud—. Mis motivos son tres. Primero, conservo muchos retratos que he hecho por el mero gusto de dibujarlos, y cobrarte por esos no sería honesto puesto que los habría hecho de todas maneras. Segundo, la tarea que me pones es diez veces más interesante que mi trabajo habitual, que consiste en hacer retratos de mujeres jóvenes o de sus novios, o de caballos y camellos, a los que tengo que dibujar hermosos, carentes de realidad, o me dedico a pintar filas de empalagosos niños cuyos padres desean que parezcan ángeles, de nuevo faltos de realidad. Y mi tercer motivo es que creo que estás loco, el más noble de entre todos los clientes, y explotarte traería mala suerte. Casi inmediatamente se supo por todo el Bazar que el joven Abdullah, el mercader de alfombras, había perdido la razón y que compraría cualquier retrato que estuviese en venta. Esto resultó ser un gran incordio para Abdullah. Durante el resto del día fue interrumpido constantemente por personas que llegaban con largos y floridos discursos acerca del retrato de su abuela, del que sólo la pobreza les había inducido a separarse, o ese retrato del camello de carreras del sultán que resulta que se cayó de la parte trasera de una carreta, o el relicario que contenía un retrato de la hermana de alguien. Le llevó mucho tiempo a Abdullah librarse de esta gente. Lo que hizo, por supuesto, que la gente siguiera viniendo (y en diversas ocasiones compró una pintura o un dibujo si el retratado era un hombre). —Solamente hoy. Mi oferta se extiende sólo hasta el atardecer de hoy —dijo finalmente a la multitud congregada—. Que todos los que tengan un retrato masculino en venta vengan una hora antes del atardecer y se lo compraré. Pero sólo entonces. De este modo consiguió unas pocas de horas de paz para experimentar con la alfombra. A estas alturas se preguntaba si estaba en lo cierto al pensar que su visita al jardín había sido algo más que un sueño. Porque la alfombra no quería moverse. Naturalmente, Abdullah la había probado después del desayuno pidiéndole que se alzara medio metro, sólo para comprobar que todavía podía hacerlo. Y simplemente permaneció en el suelo. La probó de nuevo cuando volvió del puesto del artista, pero siguió sin moverse. —Quizá no te he tratado bien —le dijo—. Te has mantenido fielmente junto a mí, al contrario de lo que sospechaba, y yo te he premiado atándote a un poste. ¿Te sentirías mejor si te permitiera reposar en el suelo, amiga mía? ¿Es eso? Dejó la alfombra en el suelo, pero seguía sin volar. Como si se tratase de una alfombra cualquiera delante de una chimenea. En un momento en que la gente no andaba molestándolo con sus retratos, Abdullah reflexionó de nuevo. Volvió a sus sospechas sobre el extranjero que le había vendido la alfombra y rememoró el enorme ruido que se desató en el puesto de Jamal en el preciso momento en que el extranjero ordenaba a la alfombra que ascendiera. Recordó que había visto los labios del hombre moverse en ambas ocasiones, pero no había escuchado todo lo que dijo. —¡Eso es! —gritó golpeando la palma de una mano con el puño—. Hay que darle una orden para que se mueva, pronunciar una palabra que, por alguna razón altamente siniestra, no hay duda, este hombre me ha ocultado, ¡el muy villano! Y he debido de decir esta palabra en mi sueño. Corrió hacia la parte de atrás del puesto y rebuscó hasta encontrar el maltratado diccionario que usaba en la escuela. Después, sentado sobre la alfombra, chilló: «Aarónico, vuela, por favor». No pasó nada, ni entonces ni con ninguna de las palabras que empezaban con A. Obstinadamente, Abdullah continuó con la B y, cuando eso no funcionó, continuó con el diccionario completo. Le llevó algún tiempo con las constantes interrupciones de los vendedores de retratos. De todos modos

Esta pregunta también está en el material:

2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

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