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negrear las moscas; la victoria sobre las termitas entregó la ciudad al poder de la carcoma. Una por una las especies inconciliables con la ciudad ...

negrear las moscas; la victoria sobre las termitas entregó la ciudad al poder de la carcoma. Una por una las especies inconciliables con la ciudad tuvieron que sucumbir y se extinguieron. A fuerza de destrozar escamas y caparazones, de arrancar élitros y plumas, los hombres dieron a Teodora la exclusiva imagen de ciudad humana que todavía la distingue. Pero antes, durante largos años, no se supo si la victoria final no sería de la última especie que quedara para disputar a los hombres la posesión de la ciudad: los ratones. De cada generación de roedores que los hombres conseguían exterminar, los oteca de Teodora custodiaría en sus anaqueles los tomos de Buffon y de Linneo. Así creían por lo menos los habitantes de Teodora, lejos de suponer que una fauna obligada se estaba despertando del letargo. Relegada durante largas eras a escondrijos apartados, desde que fuera desposeída del sistema por especies ahora extinguidas, la otra fauna volvía a la luz desde los sótanos de la biblioteca donde se conservan los incunables, daba saltos desde los capiteles y las canaletas, se instalaba a la cabecera de los durmientes. Las esfinges, los grifos, las quimeras, los dragones, los hircocervos, las arpías, las hidras, los unicornios, los basiliscos volvían a tomar posesión de su ciudad. LAS CIUDADES ESCONDIDAS. 5 Antes que hablarte de Berenice, ciudad injusta que corona con triglifos ábacos metopas los engranajes de sus maquinarias trituradoras de carne (los encargados del servicio de lustrado cuando asoman la barbilla sobre las balaustradas y contemplan los atrios, las escalinatas, las pronaos, se sienten todavía mas prisioneros y menguados de estatura), debería hablarte de la Berenice oculta, la ciudad de los justos, que trajinan con material de fortuna en la sombra de las trastiendas y debajo de las escaleras, anudando una red de hilos y canos y poleas y pistones y contrapesos que se infiltra como una planta trepadora entre las grandes ruedas dentadas (cuando éstas se paren, un repiqueteo suave advertirá que un nuevo exacto mecanismo gobierna la ciudad); antes que representarte las piscinas perfumadas de las termas, tendidos a cuyo borde los injustos de Berenice urden con rotunda elocuencia sus intrigas y observan con ojo de propietario las rotundas carnes de las odaliscas que se bañan, tendría que decirte cómo los justos, siempre cautos para sustraerse al espionaje de los sicofantes y a las redadas de los jenízaros, se reconocen por el modo de hablar, especialmente por la pronunciación de las comas y de los paréntesis; por las costumbres que mantienen austeras e inocentes eludiendo los estados de ánimo complicados y recelosos; por la cocina sobria pero sabrosa, que evoca una antigua edad de oro: sopa de arroz y apio, habas hervidas, flores de calabacín fritas. De estos datos es posible deducir una imagen de la Berenice futura, que te aproximará al conocimiento de la verdad más que cualquier noticia sobre la ciudad tal como hoy se muestra. Siempre que tengas en cuenta esto que voy a decirte: en la semilla de la ciudad de los justos está oculta a su vez una simiente maligna; la certeza y el orgullo de estar en lo justo —y de estarlo más que tantos otros que se dicen. l fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente. Y Polo: —El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

Esta pregunta también está en el material:

As Cidades Invisíveis
69 pag.

História e Historiografia Vicente Riva PalacioVicente Riva Palacio

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