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a inútilmente de calmar esta furiosa tempestad. —Os digo que mataré al infame de Gryphus —aullaba Van Baerle—. Os digo que verteré su sangre como é...

a inútilmente de calmar esta furiosa tempestad. —Os digo que mataré al infame de Gryphus —aullaba Van Baerle—. Os digo que verteré su sangre como él ha vertido la de mi tulipán negro. El desgraciado empezaba a volverse loco. —Pues bien, sí —dijo Rosa anhelante—. Sí, sí, pero calmaos. Sí, le cogeré las llaves, os abriré, sí, pero calmaos, mi Cornelius… No había acabado, cuando un alarido lanzado delante de ella interrumpió su frase. —¡Mi padre! —exclamó Rosa: —¡Gryphus! —rugió Van Baerle—. ¡Ah! ¡Bandido! El viejo Gryphus, con todos esos gritos, había subido sin que le hubiesen oído. Agarró rudamente a su hija por una muñeca. —¡Ah! Cogeréis mis llaves —dijo con voz ahogada por la cólera—. ¡Ah! ¡Este infame! ¡Este monstruo! Este conspirador para la horca es vuestro Cornelius. Así que se mantienen convivencias con los prisioneros de Estado. Está bien. Rosa le golpeó con sus dos manos con desesperación. —¡Oh! —continuó Gryphus, pasando del acento febril de la cólera a la fría ironía del vencedor—. ¡El inocente señor tulipanero! ¡El dulce señor sabio! ¡Vos me mataréis! ¡Os beberéis mi sangre! ¡Muy bien! Y todo esto con la complicidad de mi hija. ¡jesús! ¡Pero entonces me hallo en un antro de bandoleros, estoy en una caverna de ladrones! ¡Ah! El señor gobernador lo sabrá todo esta mañana, y Su Alteza el estatúder lo sabrá todo mañana. Conocemos la ley. Todo el que se rebelara en prisión, artículo sexto. Vamos a daros una segunda edición de la Buytenhoff, señor sabio, y ésta será una buena edición. Sí, sí, roeros los puños como un oso en la jaula, y tú, hermosa, cómete conmigo, mi Cornelius. Su padre la siguió gritando. En cuanto al pobre tulipanero, soltó poco a poco las rejas que retenían sus convulsos dedos; su cabeza se entonteció, sus ojos oscilaron en órbitas, y cayó pesadamente sobre el piso de la celda murmurando: —¡Robado! ¡Me lo han robado! Durante ese tiempo, Boxtel salía del castillo por la puerta que había abierto la misma Rosa. Boxtel, con el tulipán negro envuelto en un amplio manto, se había lanzado a una calesa que le esperaba en Gorcum, y desaparecía, sin haber advertido al amigo Gryphus, como es de suponer, de su salida. Y ahora que le sabemos subido a la calesa, le seguiremos, si el lector consiente en ello, hasta el término de su viaje. Caminaba lentamente; no se hace correr impunemente a un tulipán negro. Pero Boxtel, temiendo no llegar bastante pronto, se hizo fabricar en Delft una caja guarnecida en todo su alrededor con musgo fresco, en la cual encajó su tulipán; la flor se hallaba allí tan muellemente reclinada por todos los lados, con aire por encima, que la calesa pudo emprender el galope sin perjuicio. Llegó al día siguiente por la mañana a Haarlem cansado pero triunfante, cambió su tulipán de vasija, con el fin de hacer desaparecer toda señal de robo, rompió la vasija de mayólica cuyos trozos arrojó a un canal y escribió al presidente de la Sociedad Hortícola una carta en la que le anunciaba que acababa de llegar a Haarlem con un tulipán perfectamente negro, y se instaló en una buena hospedería con su flor intacta. Y allí esperó. XXV EL PRESIDENTE VAN SYSTENS Rosa, al dejar a Cornelius, había tomado su decisión. Devolverle el tulipán que acababa de robarle Jacob o no volverle a ver más. Había visto la desesperación del pobre prisionero, la doble a incurable desesperación. En efecto, por un lado, ésta era una separación inevitable, al haber Gryphus sorprendido a la vez el secreto de sus amores y de sus citas. Por el otro, era la ruina de todas las ambiciones de Cornelius van Baerle, y esas ambiciones las alimentaba desde hacía siete años. Rosa era una de esas mujeres que se abaten por nada, pero que, llenas de fuerza contra una desgracia suprema, hallan en la misma desgracia la energía que puede combatirla, o el recurso que puede repararla. La joven entró en su habitación, lanzó una última mirada, para comprobar que no se había equivocado, no fuese que el tulipán estuviese en algún rincón que hubiera escapado a sus miradas. Pero Rosa busco en vano; el tulipán seguía ausente; el tulipán había sido robado. Rosa hizo un pequeño lío con las ropas que necesitaba, cogió sus trescientos florines ahorrados, es decir, toda su fortuna, buscó bajo sus encajes donde había escondido el tercer bulbo, lo ocultó cuidadosamente en su pecho, cerró la puerta con doble vuelta para retardar al máximo el tiempo que se necesitaría para abrirla en el momento en que se conociera su fuga, bajó la escalera, salió de la prisión por la puerta que, una hora antes, había dado paso a Boxtel, se llegó a una casa de alquiler de caballos y pidió alquilar una calesa. El alquilador de caballos sólo tenía una calesa, precisamente la que Boxtel le había alquilado desde la víspera y en la cual corría por el camino de Delft. Decimos por el camino de Delft, porque era preciso dar un enorme rodeo para ir de Loevestein a Haarlem; a vuelo de pájaro la distancia sólo hubiera sido la mitad. Pero únicamente los pájaros pueden viajar volando en Holanda, el país más cortado por los ríos, arroyos, riachuelos, canales y lagos que haya en el mundo. Por fuerza tuvo, pues, Rosa que alquilar un caballo, que le fue confiado fácilmente, porque el alquilador de caballos conocía a Rosa como a la hija del portero de la fortaleza. Rosa tenía una esperanza, la de alcanzar a su mensajero, bueno y bravo muchacho al que se llevaría con ella y que le serviría a la vez

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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