Logo Studenta

lo juro, es este hombre quien lo ha cometido. Probadlo —dijo fríamente Boxtel. ¿El tulipán es vuestro? ¿Cuántos bulbos tenía? Boxtel vaciló un inst...

lo juro, es este hombre quien lo ha cometido. Probadlo —dijo fríamente Boxtel. ¿El tulipán es vuestro? ¿Cuántos bulbos tenía? Boxtel vaciló un instante, pero comprendió que la joven no haría esta pregunta si únicamente existieran los dos bulbos conocidos. ¿Qué ha sido de esos bulbos? ¿El tercero, ¿dónde está? El tercero está en mi casa —dijo Boxtel completamente turbado. ¿En vuestra casa? ¿Dónde, en Loevestein o en Dordrecht? En Dordrecht —contestó Boxtel. ¿Mentís! —exclamó Rosa—. Monseñor —añadió volviéndose hacia el príncipe—, os voy a contar la verdadera historia de esos tres bulbos. El primero fue aplastado por mi padre en la habitación del prisionero, y este hombre lo sabe bien, porque esperaba apoderarse de él, y cuando vio fallida esta esperanza, estuvo a punto de pelearse con mi padre por haberlo impedido. El segundo, criado por mí, dio el tulipán negro, y el tercero, el último —la joven lo sacó de su pecho—, el tercero está aquí, en el mismo papel que lo envolvía con los otros dos cuando, en el momento de subir al patíbulo, Cornelius van Baerle me entregó los tres. Tomad, monseñor, tomad. Aquí tenéis el tercer bulbo. Y Rosa, desplegando el papel que lo envolvía, se lo entregó al príncipe, que lo cogió en sus manos y lo examinó. Pero, monseñor, esta joven puede haberlo robado como hizo con el tulipán —balbuceó Boxtel asustado por la atención con la que el príncipe examinaba el bulbo y sobre todo por aquella con la que Rosa leía unas líneas trazadas sobre el papel que se había quedado entre sus manos. De repente, los ojos de la joven se inflamaron, releyó jadeante este papel misterioso, y lanzando un grito se lo tendió al príncipe: ¡Oh! Leed, monseñor —exclamó—. En nombre del Cielo, ¡leed! Guillermo pasó el tercer bulbo al presidente, cogió el papel y leyó. Apenas Guillermo hubo pasado los ojos sobre aquella hoja, se tambaleó, su mano tembló como si estuviera dispuesta a dejar escapar el papel, y sus ojos tomaron una tremenda expresión de dolor y de piedad. Aquella hoja, que acababa de entregarle Rosa, era la página de la Biblia que Corneille de Witt había enviado a Dordrecht, por Craeke, el mensajero de su hermano Jean, para rogar a Cornelius quemara la correspondencia del gran pensionario con Louvois. Esta petición, como se recuerda, estaba concebida en estos términos: 20 de agosto de 1672 Querido ahijado: Quema el depósito que lo he confiado, quémalo sin mirarlo, sin abrirlo, a fin de que continúe desconocido para ti. Los secretos del género que éste contiene matan a los depositarios. Quémalo, y habrás salvado a Jean y a Corneille. Adiós, y quiéreme. CORNEILLE DE WITT. Esta hoja era a la vez la prueba de la inocencia de Van Baerle y su título de propiedad de los bulbos del tulipán. Rosa y el estatúder intercambiaron una sola mirada. La de Rosa quería decir: «¡Ya veis!» La del estatúder significaba: «¡Silencio y espera!» El príncipe enjugó una gota de sudor frío que acababa de rodar de su frente a su mejilla. Dobló lentamente el papel, dejando que su mirada se hundiera con su pensamiento en ese abismo sin fondo y sin recurso que se llama arrepentimiento y vergüenza del pasado. Enseguida, levantando de nuevo la cabeza con esfuerzo: Id, señor Boxtel —dijo—. Se hará justicia, ya os lo he prometido. Luego, al presidente: Vos, mi querido señor Van Systens —añadió—, guardad aquí a esa joven y al tulipán. Adiós. Todo el mundo se inclinó, y el príncipe salió, agobiado bajo el ruido inmenso de las aclamaciones populares. Boxtel regresó al Cisne Blanco, bastante atormentado. Aquel papel, que Guillermo había recibido de manos de Rosa, que había leído, doblado y metido en su bolsillo con tanto cuidado, le inquietaba. Rosa se aproximó al tulipán, besando religiosamente la hoja, y se confió por entero a Dios murmurando: ¡Dios mío! ¿Sabíais Vos con qué fin mi buen Cornelius me enseñaba a leer? Sí, Dios lo sabía, ya que es Él quien castiga y quien recompensa a los hombres según sus méritos. Mientras ocurrían los acontecimientos que acabamos de referir, el desgraciado Van Baerle, olvidado en la celda de la fortaleza de Loevestein, sufría por parte de Gryphus todo cuanto un prisionero puede sufrir cuando su carcelero ha tomado el decidido partido de transformarse en verdugo. Gryphus, al no recibir noticias de Rosa, ni de Jacob, se persuadió de que todo lo que le sucedía era obra del demonio, y de que el doctor Cornelius van Baerle era el enviado de ese demonio sobre la tierra. Resultó de ello que una hermosa mañana —era el tercer día después de la desaparición de Jacob y de Rosa—subió a la celda de Cornelius más furioso aún que de costumbre. Éste, acodado en la ventana, la cabeza recogida entre sus manos, la mirada perdida en el horizonte brumoso donde los molinos de Dordrecht batían sus aspas, aspiraba el aire para rechazar sus lágrimas a impedir que su filosofía se evaporara. Los palomos seguían allí, pero la esperanza ya no estaba porque le faltaba el porvenir. ¡Ay! Rosa, vigilada, ya no podría venir. ¿Podría ni tan siquiera escribir, y si escribía, podría hacerle llegar sus cartas? No. Había visto la víspera y la ante

Esta pregunta también está en el material:

El_tulipan_negro-Dumas_Alexandre
204 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

Todavía no tenemos respuestas

Todavía no tenemos respuestas aquí, ¡sé el primero!

Haz preguntas y ayuda a otros estudiantes

✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Más contenidos de este tema