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Elizabeth divisó los bosques de Pemberley con cierta turbación, y cuando por fin llegaron a la puerta, su corazón latía fuertemente. La finca era e...

Elizabeth divisó los bosques de Pemberley con cierta turbación, y cuando por fin llegaron a la puerta, su corazón latía fuertemente. La finca era enorme y comprendía gran variedad de tierras. Entraron por uno de los puntos más bajos y pasearon largamente a través de un hermoso bosque que se extendía sobre su amplia superficie. La mente de Elizabeth estaba demasiado ocupada para poder conversar; pero observaba y admiraba todos los parajes notables y todas las vistas. Durante media milla subieron una cuesta que les condujo a una loma considerable donde el bosque se interrumpía y desde donde vieron en seguida la casa de Pemberley, situada al otro lado del valle por el cual se deslizaba un camino algo abrupto. Era un edificio de piedra, amplio y hermoso, bien emplazado en un altozano que se destacaba delante de una cadena de elevadas colinas cubiertas de bosque, y tenía enfrente un arroyo bastante caudaloso que corría cada vez más potente, completamente natural y salvaje. Sus orillas no eran regulares ni estaban falsamente adornadas con obras de jardinería. Elizabeth se quedó maravillada. Jamás había visto un lugar más favorecido por la naturaleza o donde la belleza natural estuviese menos deteriorada por el mal gusto. Todos estaban llenos de admiración, y Elizabeth comprendió entonces lo que podría significar ser la señora de Pemberley. Bajaron la colina, cruzaron un puente y siguieron hasta la puerta. Mientras examinaban el aspecto de la casa de cerca, Elizabeth temió otra vez encontrarse con el dueño. ¿Y si la camarera se hubiese equivocado? Después de pedir permiso para ver la mansión, les introdujeron en el vestíbulo. Mientras esperaban al ama de llaves, Elizabeth tuvo tiempo para maravillarse de encontrarse en semejante lugar. El ama de llaves era una mujer de edad, de aspecto respetable, mucho menos estirada y mucho más cortés de lo que Elizabeth había imaginado. Los llevó al comedor. Era una pieza muy bien proporcionada, decorada con gusto y con una vista encantadora. Elizabeth se sentó en la mesa y se sintió más tranquila. La señora Gardiner le preguntó si le gustaba la casa. Elizabeth respondió que sí, pero que no le gustaba tanto como la abadía de Kenelworth. La señora Gardiner le dijo que era una casa muy superior a la abadía de Kenelworth, y que no había visto nada igual en toda su vida. Elizabeth no pudo menos que sonreír. La señora Gardiner le preguntó si le gustaría ser la señora de Pemberley. Elizabeth respondió que no, que prefería ser la señora de Longbourn. La señora Gardiner le dijo que era una tontería, que Pemberley era mucho mejor que Longbourn. Elizabeth no dijo nada más, pero se sintió muy incómoda. El ama de llaves les mostró el resto de la casa, y Elizabeth se sintió cada vez más incómoda. Cuando salieron de la casa, Elizabeth se sintió aliviada. La señora Gardiner le preguntó si le gustaría volver a Pemberley. Elizabeth respondió que no, que prefería ir a Lambton. La señora Gardiner le dijo que era una tontería, que Pemberley era mucho mejor que Lambton. Elizabeth no dijo nada más, pero se sintió muy incómoda. Austen,Jane: Orgullo y Prejuicio

Esta pregunta también está en el material:

Orgullo_y_prejuicio-Jane_Austen
362 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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