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dio confianza; estaban en las manos de Paraíso. La cuarta jornada del viaje comenzó como todas las demás. Era un día soleado, con el mar relativame...

dio confianza; estaban en las manos de Paraíso. La cuarta jornada del viaje comenzó como todas las demás. Era un día soleado, con el mar relativamente en calma y una suave brisa, algo fresca durante las primeras horas de la mañana. Como ni Seid ni Sonya sabían a qué distancia estaba la Isla del Edén, no se dieron cuenta de que estaban llegando al final de su viaje hasta pasado el mediodía. Sonya divisó algo que muy bien podía ser tierra cubierta por la niebla, aunque también podía tratarse de una tormenta. Cuando se acercaron un poco más, sus compañeros acuáticos, que les habían llevado hasta allí a lo largo de todo el trayecto, no quisieron seguir aproximándose. Se encontraban sin duda ante la Isla del Edén, pero no se divisaba porción alguna de tierra firme. Una espesa bruma lo cubría todo y la costa parecía estar rodeada por un laberinto de arrecifes de rocas extraordinariamente afiladas y traicioneras, que surgían del agua como cuchillas. Además, las oscuras aguas estaban muy agitadas en la zona de las rocas, lo que hacía imposible navegar entre ellas. Seid detuvo la embarcación y dijo: —Parece que hemos llegado. —Esperaba un recibimiento más amable —comentó Sonya—. ¿Qué hacemos? No podemos alcanzar la costa por aquí. ¿Damos un rodeo para ver si hay alguna otra zona por la que sea más fácil desembarcar? —No —respondió Seid, que parecía pensativo—. Esto es como una prueba. Los pocos elegidos que alcanzan este lugar deben demostrar su valía para ser aceptados. —Es posible. —Esta niebla no puede ser natural… No a esta hora del día y con este tiempo. Tampoco creo que ese furioso oleaje sea una casualidad. —¿Qué vas a hacer? —Pasar la prueba —contestó Seid. Entonces se puso de pie sobre la proa de la balsa y extendió los brazos, realizando un poco de teatro para cualquier observador que estuviera analizando sus movimientos. Utilizando su particular forma de magia, ordenó a Paraíso que despejara la niebla y que apartara de su camino las rocas de los arrecifes. Le supuso un notable esfuerzo de concentración, pero de pronto el planeta cedió. La niebla empezó a disiparse rápidamente, los arrecifes se hundieron y las aguas se calmaron, dejando el camino despejado a los dos navegantes, que por fin divisaron una playa repleta de gente que los esperaba y les daba la bienvenida. Algunos de ellos, sobre todo los más jóvenes, vitoreaban a Seid, y la mayoría le miraba con una mezcla de admiración, respeto y miedo en los ojos. Según les contaron después, ninguno de sus predecesores había logrado llegar a la costa de aquella manera, pues se creía que la magia que rodeaba la Isla era de un poder muy superior al de cualquier ser humano. Sin embargo, Sonya y Seid estaban por fin entre los pocos escogidos que habían logrado llegar a la Isla del Edén, y pronto comparecerían ante el Consejo de ancianos. Meldon paseaba junto a Karles de Puankt por un gran corredor. Era un pasadizo volado, con el suelo, el techo y las paredes transparentes, que rodeaba uno de los edificios del complejo del centro de mando, en la Sección Uno. El Organismo Planetario de Paraíso se había puesto en contacto con ellos para mantener una segunda comunicación, y se había convocado una Asamblea. Todavía faltaban unos minutos para que llegaran los jefes de las Secciones más distantes, y los dos hombres aprovecharon para intercambiar opiniones antes de la reunión, que en aquella ocasión contaría con la presencia de un consejero de la Comisión de Inteligencia Artificial, pese a que la función de portavoz siguiese en poder de Ahma Tiuk. —Seid y Sonya ya deben de estar en la Isla del Edén —comentó Meldon. —Es muy posible. —Si la Asamblea se prolonga mucho, podríamos perder un tiempo precioso que él podría aprovechar para… —No te preocupes —cortó Karles con tono amable—. Creo que pronto descubrirán que la Isla es algo más extensa de lo que pensaban. Las zonas vedadas al Espejo, que sin duda son la clave de todos los misterios, parecen estar en la parte central, así que no hay por qué agobiarse. Les llevará algo de tiempo llegar hasta allí. —Tienes razón, pero… Hay que tener presente que Seid sabe muchas cosas gracias a su relación con el Organismo Planetario. Podría aprovechar cualquier distracción por nuestra parte. Ambos guardaron silencio durante unos instantes, pensativos. Entonces, Karles dijo: —¿Qué crees que ocurrirá ahora, en la Asamblea? —No lo sé. No sé qué quiere el Organismo Planetario. —¿Reconocimiento? ¿Respeto? ¿Expansión? —Lo último es lo que me da más miedo… En aquel momento, recibieron un aviso a través de sus computadoras personales. La Asamblea iba a dar comienzo. Cuando todos estuvieron reunidos en la gran sala, Julia volvió a conectarse con Paraíso. —Saludos de nuevo. Soy el Organismo Planetario de Paraíso, y he de anunciar que Seid Trauss hablará en mi nombre durante esta conferencia. Antes de que Ahma Tiuk o alguno de los presentes pudiera decir algo, sonó la inconfundible voz de Seid: —¿Quién está al mando allí arriba? —El consejero Ahma Tiuk, señor Trauss. Espero que… —Tranquilícese un poco —interrumpió Seid—. ¿Está por ahí mi hermano? Haciendo un visible esfuerzo por controlarse, Tiuk contestó: —Sí, pero no podrá hablar con él. Sólo se comunicará conmigo. —Bien. Me basta con saber que está escuchando. Debo recordarle a usted y a todos los demás que su hija Jessica sigue en mi poder. —Ésa es una de las razones por las que no va a tratar con su hermano. A mí me trae absolutamente sin cuidado la vida de esa joven, con lo que si vuelve a mencionarla lo consideraré una pérdida de tiempo y no me comunicaré más con usted. ¿Queda claro, señor Trauss? —Clarísimo, consejero Tiuk. ¿Podría usted decirme qué edad tiene? —No veo que importancia puede tener eso, pero tampoco es un secreto. Tengo doscientos cuarenta y cuatro años —respondió el anciano con un orgullo que no logró disimular por completo. —Es una buena cifra —comentó Seid con sorna—. Se lo preguntaba porque he descubierto aquí en Paraíso un increíble secreto que podría ser la fuente de la eterna juventud. Ahma Tiuk aparentó una perfecta calma cuando miró a Meldon en busca de la confirmación de las palabras de Seid. Sin embargo, la ansiedad presente en aquella mirada delató su zozobra interna. Seid había tocado una fibra sensible en el consejero. Meldon sabía de sobra que Seid mentía, pero aún tenía muy frescas en su memoria las palabras que acababa de proferir Tiuk sobre su hija. Por eso, cuando vio su gesto arrogante, traicionado por la ansiedad de su mirada, se encogió de hombros y gesticuló expresando que era muy posible que Seid dijera la verdad. Karles dio un respingo casi imperceptible. —Eso no viene al caso, señor Trauss —respondió entonces Tiuk—. Moriré tranquilo si antes consigo llegar a un acuerdo con el Organismo Planetario, aunque sea a través de un personaje tan inmundo como usted. —¿Inmundo? ¿A qué viene esa agresividad? ¿Quiere hacer un trato o no? Si su intención es ensuciar mi imagen a los ojos del Organismo Planetario, me considero en el deber de informarle de que mi representado está más allá de sus valoraciones morales. —¿De verdad? —Sí. Tengo que confesarles que es un ente extraordinario. Posee una tremenda inteligencia, pero emocionalmente está menos desarrollado que un simple animal de compañía, y además está empezando a ser consciente de ello. Su moral y su pensamiento no son como los nuestros. No puede aplicar sus tácticas de negociación en este caso, Consejero. Me da la impresión de que no está a la altura. —Bien… Dejemos a un lado los ataques personales, señor Trauss. Queremos llegar a un acuerdo, y para ello necesitamos que nos explique, en términos que podamos comprender, qué es lo que quiere Paraíso. —Mirando a través de su ironía barata, puedo vislumbrar que sienten verdadera curiosidad. Está bien. El Organismo Planetario desea firmar un tratado con la Liga de Mundos. —¿Qué tipo de tratado? —Uno como nunca se ha hecho antes. Un tratado entre dos especies distintas. Un pacto, por el momento, de no agresión y de no interferencia, sujeto a futuras negociaciones. —Eso

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El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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