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Frente al palacio de Menelao en Esparta. Elena se levanta, rodeada de un coro de esclavas troyanas. Pantalis, colifeo. Elena. Yo soy la famosa Elen...

Frente al palacio de Menelao en Esparta. Elena se levanta, rodeada de un coro de esclavas troyanas. Pantalis, colifeo. Elena. Yo soy la famosa Elena, y me levanto desde la orilla en que acabamos de desembarcar, mareada aún por el activo balanceo de las olas, que, por la gracia de Poseidón y por la fuerza de Euro, nos han conducido desde los campos frigios al golfo patrio. A estas horas está el rey celebrando el regreso en medio de sus guerreros. Acógeme tú, como una huéspeda querida, casa sublime que Tíndaro, mi padre, levantó al volver, en la vertiente de la colina de Palas, adornándola con una magnificencia no vista en Esparta, mientras yo crecía viviendo como hermana con Clytemnestra, con Cástor y Pólux, en medio de bulliciosos juegos. ¡Oh, férrea puerta, que te abrías para mí hospitalaria; te saludo con toda la afusión de mi alma! Ábrete de nuevo ante mí; para que como esposa pueda dar cumplimiento a un mensaje del rey; permitidme la entrada para dejar todo lo que hasta hoy me ha agobiado con el peso de la fatalidad. Desde que sin temor dejé este sitio para visitar el templo de Citerea en cumplimiento de un deber y que en él el raptor Frígido llevó las manos sobre mí, han ocurrido cosas, que el mundo refiere a su antojo. El coro. No desdeñes, oh noble mujer, la posesión gloriosa del mayor de los bienes, ya que a ti sola fue acordada la gloría de una belleza superior a todas. Alza el héroe la orgullosa cabeza al oír pronunciar su nombre, y hasta el hombre más inflexible sede ante la belleza que todo lo domina. Elena. Desembarco con mi esposo y sólo por complacerle le precedo en su ciudad y no puedo adivinar el pensamiento de que está animado. ¿Vengo como esposa, como reina o como víctima destinada a expiar el dolor del príncipe y la adversidad de los griegos tan noblemente soportada? ¿Soy aquí soberana o esclava? Lo ignoro, por haberme reservado los dioses una fama y un destino, satélites fatales de la belleza, que me persiguen sin cesar hasta en los umbrales de este palacio. Ya en el buque no me miraba mi esposo, sin que nunca brotase de sus labios una palabra tierna. Sentado estaba frente a mí, como si pensase en la desgracia, y luego al llegar a la bahía profunda del Eurotas, antes de que el primer buque saludase la deseada rivera, dijo, como inspirado por la divinidad: “Desciendan aquí mis guerreros, pues quiero revistarlos en la costa marítima. Tú debes ir más lejos; continúa la orilla en que tanto abundan los frutos del Eurotas sagrado, dirigiendo los corceles hacia la húmeda pradera hasta llegar a la rica llanura, vasto campo circuido antes por ásperas montañas, donde se edificó Lancedemonia. Penetra luego en el regio y fortificado alcázar, inspecciona las sirvientas que dejé en él, así como también a la prudente y anciana ama de gobierno, y haz que te muestre los ricos tesoros que dejó tu padre, y que por mi parte procuré aumentar, así en tiempo de paz como de guerra. Todo lo hallaras en mayor orden, porque es prerrogativa del monarca hallarlo todo a su regreso como lo dejó al partir, que no hay súbdito que no pueda cambiar cosa alguna.” El coro. Regocija ahora tu vista en la contemplación de aquel tesoro aumentado; altivos están aquí el oro y la corona; entra, provócales y verás cuán pronto aceptan el reto. Mucho nos place el ver a la belleza entrar en franca lid con el oro, las perlas y las piedras preciosas. Elena. Mi soberano continuó de esta suerte: “Cuando lo hallas visitado todo, tomarás cuantos trípodes creas necesarios, y los vasos que el sacrificador necesita al cumplir el rito sagrado, así como también las copas y el cilindro. El agua más pura de las fuentes sagradas llene grandes cántaros que colocarás junto a un montón de leña seca; debes también procurar que no falte un cuchillo afilado.” Dijo, empujándome para que me fuera; su orden no me induce a creer que sea su intento inmolarme en honor de los dioses del Olimpo. Que nos cuadre o no lo dispuesto en lo alto, no tenemos los mortales más recursos que conformarnos. Más de una vez he visto al sacrificador en el momento de la consagración levantar el hacha sobre la cerviz del animal encorvado hacia el suelo, sin que pudiese aquél consumar el acto por impedírselo o la intervención del enemigo o de la divinidad. El coro. Lo que sucederá no puedes imaginarlo. Reina, dirígete allí con ánimo firme. El bien y el mal acontecen siempre al hombre cuando menos lo piensa. Ha sido Troya reducida a escombros, y, sin embargo, ¿no somos aquí tus compañeras que con placer te servimos, y no contemplamos el sol resplandeciente del cielo, gozando tú y nosotras de una dicha sin límites? Elena. Estoy resignada; cualquiera que sea mi destino debo subir sin tardanza al regio alcázar que, por mí tanto tiempo perdido y suspirado, se levanta aún a mi vista no sé cómo. Mis pies no me llevan ya a lo alto de sus gradas con la agilidad de mi ardor infantil. El coro. Hermanas mías cautivas, no deis por más tiempo cabida al ardor que os oprime, compartid la dicha de la soberana, la dicha de Elena, que con paso lento y seguro se adelanta hacia el hogar. Alabad a los dioses que reparan nuestros males, a los dioses protectores del regreso. Un dios apiadado de la desterrada la ha conducido desde las ruinas de Ilión a su casa paterna, para que, después de tan indecibles goces y tormentos, recordase los dichosos tiempos de su primera edad. Pantalis. Interrumpid ahora vuestros alegres cantos y fijad la vista en la puerta. ¿Qué veo, hermanas mías? La reina no vuelve poseída de aquella emoción que le hacía antes adelantar el paso. ¿Qué es esto, gran reina? ¿Qué es lo que has podido hallar de aterrador en los vastos salones de tu casa? En vano intentarías ocultarlo, pues veo pintados en tu rostro el descontento y la cólera. Elena, (conmovida, dejando abierta las hojas de la puerta.) No debe la hija de Júpiter ceder ante un temor vulgar, ni hacer caso de un pasajero asombro; no sucede así con el espanto que salió del seno de la antigua noche, y que brota bajo mil formas distintas. Tal ha sido el terror con que las horribles deidades de la Estigia me han recibido al penetrar en la casa paterna, a fin de que me alejara del umbral querido que tantos suspiros me costaba. Huí de las tinieblas, me presenté a la luz, y cualquiera que sea vuestro poder, terribles deidades, no lograréis arrojarme de aquí. Voy a hacer un sacrificio, a fin de que, después de la purificación, la llama salude a la esposa lo mismo que el soberano esposo. El coro. Refiere lo que te ha sucedido, a las cautivas que te sirven con tanto respeto. Elena. Cuánto yo he visto lo veréis también vosotras, a menos que la antigua noche haya sepultado su obra en el fondo de los abismos de que brotan todos los prodigios; cuando con paso solemne soportaba el vestíbulo del regio alcázar, me asombró el silencio que reinaba en aquel piadoso desierto. No llegó a mi oído ni el rumor de los que van y vienen, ni tampoco se ofreció a mi vista trabajo alguno reciente; ninguna sirvienta se me presentó de aquellas que con tanta benevolencia saludaban en otro tiempo a los forasteros; a medida que me iba acercando al hogar, fui descubriendo una mujer muy alta, cubierta por

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Fausto de J. W. Goethe
131 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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