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hay un gran número de intelectuales que están cautivados por la plausibilidad de esta idea y que no advierten sus reales implicaciones. Estas perso...

hay un gran número de intelectuales que están cautivados por la plausibilidad de esta idea y que no advierten sus reales implicaciones. Estas personas, pacifistas de mentalidad liberal, creen que un gobierno mundial será la panacea más eficaz de los males del mundo y el mejor guardián de una paz duradera. Los que abogan por un gobierno mundial apelan al empleo constante de la tesis, al parecer indiscutible, según la cual en esta era atómica la soberanía del estado es una reliquia del pasado o, como lo expresado Spaak, el delegado belga, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, una idea anticuada e incluso reaccionaria. Resultaría difícil encontrar otra argumentación más lejana de la verdad que ésta. En primer término, las ideas de un gobierno mundial y de un superestado de ningún modo pueden considerarse productos de la era atómica. Son mucho más viejas. Se debatieron, dicho sea de paso, en el tiempo en que se formó la Sociedad de las Naciones. Además, tales concepciones nunca han sido progresistas en los tiempos modernos. Sólo constituyen un reflejo del hecho de que los monopolios capitalistas, que dominan en los países industriales más importantes, consideran que sus límites nacionales son muy estrechos. Necesitan un mercado mundial, fuentes de materias primas extendidas por todo el orbe y ámbitos internacionales para la inversión de su capital. Merced a su dominio en cuestiones políticas y administrativas, los intereses monopolistas de las grandes potencias se hallan en condiciones que les permiten emplear la maquinaria gubernamental, en su lucha por invadir esferas de influencia y en sus empeños económicos y políticos para subyugar a otros países y asumir en ellos el papel de amos con la misma libertad de la que gozan en sus propias naciones. Esto lo conocemos muy bien a partir de la experiencia de nuestro propio país. Dentro del régimen zarista, reaccionario y servil ante los intereses del capital, con la mano de obra mal pagada y con sus amplios recursos naturales, Rusia fue un suculento bocado para el capitalismo extranjero. Las firmas francesas, británicas, belgas y alemanas se saciaron en nuestra tierra como aves de rapiña, y lograron ganancias que hubieran resultado inconcebibles en su propio territorio. Así, Occidente capitalista encadenó a la Rusia de los zares con préstamos extorsivos. Con el apoyo de los fondos obtenidos en la banca extranjera, el gobierno zarista reprimió de manera brutal el movimiento revolucionario, retrasó el desarrollo de la ciencia y la cultura rusa e instigó los pogroms contra los judíos. La Gran Revolución Socialista de Octubre destrozó las cadenas de la dependencia económica y política que mantenían a nuestro país prisionero de los monopolios capitalistas mundiales. El gobierno soviético consiguió que, por primera vez, nuestro país fuera un Estado libre e independiente de verdad; promovió el progreso de nuestra economía socialista y de la tecnología, la ciencia y la cultura, que se desarrollaron a un ritmo hasta entonces desconocido a lo largo de la historia. De tal modo nuestro país se ha convertido en un verdadero baluarte de la paz y de la seguridad internacional. Nuestro pueblo ha defendido la independencia de su patria a través de una guerra civil, en la lucha contra la intervención de un bloque de estados imperialistas, y en las terribles batallas de la guerra frente a los invasores nazis. Ahora, los que proyectan un súper estado mundial nos piden que renunciemos de motu proprio a esta independencia en bien de un gobierno mundial, expresión deslumbrante que sólo encubre en la realidad una preponderancia universal de los monopolios capitalistas. Resulta a todas luces ridículo pedirnos algo así. Y esta exigencia es absurda no sólo para la Unión Soviética. Terminada la segunda guerra mundial diversos países han conseguido desprenderse del sistema imperialista de opresión y esclavitud. Los pueblos de esos países se esfuerzan para consolidar su independencia económica y política, a fin de rechazar la intromisión extranjera en sus problemas internos. Asimismo, la rápida expansión del movimiento de independencia en las colonias y los protectorados ha despertado la conciencia nacional de millones de personas que ya no están dispuestas a soportar una situación de esclavos. Luego de haber perdido innumerables extensiones de provechosa explotación, y ante el riesgo de perder aún más, los monopolios de los países imperialistas acosan al extremo a las naciones que han escapado de su férula y que luchan por su independencia, considerada por los monopolios como un desastre, para evitar la auténtica liberación de las colonias. Con este propósito los imperialistas recurren a los más diversos métodos de guerra militar, política, económica e ideológica. Según este principio social, los ideólogos del imperialismo intentan desacreditar el concepto mismo de soberanía nacional. Uno de los métodos que utilizan es apelar a artificiosos planes para la institución de un estado mundial que, en apariencia, acabaría con el imperialismo, las guerras, las enemistades internacionales hasta asegurar el triunfo de la ley y otras cosas del mismo jaez. El afán de saqueo de las fuerzas imperialistas que luchan por el predominio del mundo aparece disfrazado así con las vestiduras de una idea seudoprogresiva que atrae a ciertos intelectuales, científicos, escritores y otros, de los países capitalistas. En una carta abierta, dirigida en septiembre último, a las delegaciones de las Naciones Unidas, el doctor Einstein sugiere un nuevo esquema para limitar la soberanía nacional. Su propuesta apunta a reconstruir la Asamblea General y convertirla en un parlamento mundial permanente. Además, le otorga mayor autoridad que al Consejo de Seguridad, pues según las declaraciones de este científico (que reproducen lo que todos los paniaguados de la diplomacia americana repiten una y otra vez), el consejo está paralizado por el derecho de veto. Reconstruida, conforme con el plan del doctor Einstein, la Asamblea General tendrá en su poder el derecho final de decisión y el principio de la unanimidad de las grandes potencias deberá ser abandonado. También sugiere Einstein que los delegados a las Naciones Unidas sean elegidos por votación popular y no designados por sus respectivos gobiernos, tal como se realiza en el presente. A simple vista esta propuesta parece progresista e incluso revolucionaria. Empero, no mejoraría la situación existente. Intentemos figurarnos, en la práctica, cuál sería el significado de tales elecciones para ese parlamento mundial. Gran parte de la humanidad aún vive en países coloniales y dependientes, dominados por gobernadores, tropas y monopolios financieros e industriales de unas pocas potencias imperialistas. En dichos países una elección popular significaría, en los hechos, el nombramiento de los delegados a través de la administración colonial o de las autoridades militares. No hay que caminar mucho para encontrar ejemplos. Suficiente, recordar la parodia de plebiscito en Grecia, que se realizó por los dirigentes fascistas y realistas, con la protección de las bayonetas británicas. Por supuesto las cosas no pueden ir mejor en los países en los que el sufragio universal sólo existe formalmente. En los países democráticos burgueses, en los que domina el capital, éste apela a mil estafas y artimañas hasta conseguir que el sufragio universal y libre se convierta en una farsa. Einstein sabe, sin duda, que en las últimas elecciones para el Congreso de los Estados Unidos sólo se presentó a votar el 39% del electorado; también debe saber que millones de negros en los Estados del sur carecen de derechos políticos o se ven forzados, a veces con amenaza de linchamiento, a votar por sus más enconados enemigos, según ha ocurrido en el caso del difunto senador Bilbo, un negrófobo archirreaccionario. Impuestos al voto, exámenes especiales y otros recursos se emplean para robar el voto a millones de inmigrantes, trabajadores golondrinas y campesinos pobres. No es necesario mencionar la extendida práctica de la compra del voto, el cometido de la prensa reaccionaria, ese tremendo instrumento que sirve para influir a las masas, y que es manejado por los millonarios propietarios de periódicos, y tantos otros factores. Esto nos muestra que, en las actuales condiciones de vida en el mundo capitalista, poco se puede esperar de unas elecciones populares para un parlamento mundial, tal como lo ha sugerido Einstein. La composición de ese organismo no resultaría mejor que la de la Asamblea General en estos momentos. Se lograría sólo una imagen distorsionada de los verdaderos sentimientos de las masas, de su deseo y esperanza de una paz duradera. Sabemos bien

Esta pregunta también está en el material:

Mi_credo_Humanista-Einstein_Albert
107 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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