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1 2 3 A Domingo Asún Salazar por su obstinación y compromiso constante con las transformaciones sociales y políticas de su contexto de acción: la comunidad y el aula. 4 5 Jimena Silva y Javier Bassi Coords. Aportes teóricos y metodológicos para una investigación social situada 6 7 Agradecimientos Este libro fue desde su inicio un proyecto colectivo y no habría sido posible sin la colaboración y la disposición de diversas personas. Por ello, agradecemos a la Universidad Católica del Norte por apoyar este proyecto. Particularmente, a la Vicerrectoría de investigación y a su Directora, María Cecilia Hernández por su compromiso e interés por el desarrollo de la investigación social, a la Facultad de humanidades y a su Decana, Mariana Bargsted. También va nuestro agradecimiento y aprecio por el trabajo de los/as académicos/as que participaron en la elaboración de este libro ya que sin su dedicación este proyecto no habría sido posible. Agradecemos a Paulina Salinas y Constanza Castro por el arte desplegado en la edición final, así mismo la magnifca interpretación de la diseñadora, Xenia Steel. finalmente a María Luisa Tarrés y Paulina Salinas por prologar la obra que tienen en sus manos. Jimena Silva y Javier Bassi 8 9 Índice Prólogo Paulina Salinas Meruane Presentación María Luisa Tarrés MIRADAS ACERCA DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL Ciencias sociales: singuralidad histórica y reflexividad Manuel Canales Cerón, Antonino Opazo Baeza, Pablo Cottet Soto La brecha teoría/praxis en investigación social: ¿revolución o muerte? Javier Bassi CON LOS PIES EN EL BARRO Investigar en el contexto de pueblos originarios andinos: un relato autoetnográfico Jimena Silva Segovia «Escuelita intercultural para el buen vivir»: relatos de una experiencia de intervención psicosocial comuniaria en Antofagasta, Chile Leyla Méndez Caro Metodologías colaborativas entre artes y ciencias sociales Stella y Mónica Salineros 11 15 23 25 47 87 89 143 191 10 11 Prólogo El trabajo que a continuación presentamos, editado por Jimena Silva y Javier Bassi, trasunta dos objetivos importantes de destacar. El primero, se relaciona con la necesidad, histórica y no por eso menos contemporánea, de debatir sobre el devenir de las ciencias sociales y sus objetos de estudio, desde distintas perspectivas. El segundo, se asocia con los esfuerzos que significan integrar y confrontar la reflexión, a partir del quehacer teórico-epistemológico y la praxis investigativa. En el marco del primer objetivo, como asertivamente lo mencionan Manuel Canales, Antonio Opazo y Pablo Cottet, se releva el ímpetu incansable de los esfuerzos a través del tiempo por sistematizar y reflexionar sobre las ciencias sociales, su objeto y su relación, siempre conflictiva, entre el sujeto y el/la investigado/a. Sin duda que este trabajo, más que respuestas, nos abre nuevas interrogantes que, por una parte, vitalizan el debate y, por otra, nos muestra que más que nunca, frente a la vorágine investigativa, los basamentos del positivismo, neoliberalismo y androcentrismo, con rostro rejuvenecido y fuerza aplastante, se sedimentan en la vida social. Estos juglares se filtran en los intersticios de la vida, siendo esperanzador no claudicar en la reedición reiterada de estas discusiones fundamentales. Será luego la reflexión de Javier Bassi la que nos desnude la precarización de la academia y las universidades, confrontándonos a la desvalorización del patrimonio material e inmaterial de las mismas. Con ello, Bassi derriba mitos que no son más que resabios de un pasado inexistente. Así, su trabajo nos cuestiona los sentidos, y los nuevos derroteros de la investigación y la práctica metodológica desde las ciencias sociales pues, por su naturaleza, se vuelven juez y parte en este escenario: investigan y son investigadas. 12 En el segundo objetivo, respecto a la reflexión a partir del quehacer teórico-epistemológico y la praxis investigativa, Jimena Silva, Leyla Méndez, Stella y Mónica Salineros reflotan en sus experiencias, por parte de Jimena, la profundidad de la reflexión autoetnografica, con una narración detallada del trayecto biográfico que recorrió en territorios bolivianos y que logra, a través de una profunda retrospectiva, recrear después de 18 años. Luego, Leyla Méndez, describe la experiencia intercultural de un proyecto anclado en el norte de Chile, en la ciudad minera de Antofagasta y discute las tensiones que se experimentan en el espacio, entre el ellos y el nosotros. Finalmente, Stella y Mónica Salineros, nos proponen la observación exhaustiva del arte, en tanto disciplina y su construcción como objeto de estudio. Allí, la creación y el trabajo colaborativo se posicionan como especificidades centrales, sobrepasando las lógicas tradicionales de la investigación social. Los trabajos de estas autoras, recrean las paradojas transversales que se han experimentado en el seno de las ciencias sociales y que se expresan por lo general en esquemas binarios, esto es: objetividad/subjetividad, universalidad/singularidad, centro/periferia, masculino/femenino, exclusión/integración, nacionalismos/interculturalidad, individualismo/colectivismos, extranjero/nativo, conformando un caleidoscopio asimétrico en el paisaje de estas disciplinas. Se devela, con ello, la inabarcable comprensión de nuestro objeto de estudio, como un principio genuino y punto de partida necesario, en cualquier empresa investigativa. Este peldaño, al constituirse como un eje rector en la construcción del conocimiento de la otredad, nos entrega mayores oportunidades de establecer diálogos genuinos, y relaciones más auténticas entre el/la investigador/a y el/la investigado/a. 13 Desde otro plano, este libro nos invita también a reflexionar sobre las hegemonías que, aunque sean como una grieta en un paredón de granito, su cuestionamiento nos permite reforzar el valor del texto, la narración, el ejercicio de la memoria y la escucha activa (el zuhören de la sociología alemana). Todas estas pueden ser estrategias transformadoras de los sujetos y sus individualidades. Los relatos, al concebirse como espacios de liberación, cuando un otro emprende la tarea instrospectiva, su discurso se transforma en el reflejo de aquellos eventos que ha encapsulado su memoria y que son atesorados por sus significados. Es en este eje, donde las ciencias sociales emprenden su labor con una caja de herramientas, que sabemos imperfecta, inconclusa y que opera a veces a destiempo. De este modo, es una invitación-provocación la que nos hacen estos autores, pues estamos en la fase final de un ciclo de desazones, desconcierto y de múltiples demandas. Por lo tanto, lo que viene implica desajustarse para no seguir haciendo más de lo mismo. Por el contrario, se debiese buscar reinventar, reconstruir nuestro objeto de estudio y sus aproximaciones. Es necesario salir del ensimismamiento de la investigación y práctica, repleta de estereotipos, códigos, buenos y malos, de los que saben y los que no, los que ganan y pierden, los que publican y los que no. Todo un lenguaje que atiborra los sentidos. Con este trabajo, y el esfuerzo de muchos otros, estamos frente a un tremendo y renovado desafío de retomar los caminos. Para ello, me sumo a la invitación que nos hacen las hermanas Salineros, pues necesitamos más arte, más cultura, más diversidad, para ser capaces de mirar y re mirarnos de otro modo. ¡Buena lectura! Paulina Salinas Meruane Ph.D Académica asociada, Escuela de Periodismo, Universidad Católica del Norte (Chile) 14 15 Hace algunos años, cuando gracias a una oleada de interés generalizado, los métodos cualitativos se recolocaron en la caja de herramientas de las ciencias sociales, escribí que esto se debía al surgimiento de una «necesidad fugitiva» tal como la llamó FRASER (1989) para referirse a un problema que no encuentra respuestaen los espacios institucionales o privados destinados a ofrecerla. Sin embargo, por la naturaleza de nuestro objeto de estudio, siempre escurridizo a las concepciones teóricas y aproximaciones metodológicas convencionales, dicha necesidad no se colmó, aunque sí denunció una preeminencia del paradigma cuantitativo. Los «disidentes del punto decimal», aquellos que no se contentan con dar cuenta de la realidad social mediante la cifra o el dato crudo, se orientan a la búsqueda de significados, ideas y emociones latentes en las descripciones obtenidas de los discursos o conductas observadas. En este sentido es que el enfoque cualitativo aporta un acervo de instrumentos a la investigación que permite estudiar ciertos hechos sociales de forma renovada y surge para encarar un mundo empírico descuidado de la interpretación científica: el lado subjetivo de la vida social. Los ensayos que componen este libro nos invitan a resignificar categorías como el tiempo, el espacio y la memoria a la luz de los problemas a los que se enfrenta el/la investigador/a en su práctica cotidiana. La mayoría de los/as autores/as se compromete con el uso de formas de investigación narrativas donde los relatos de los actores sociales devienen un recurso para acercarnos a la comprensión de: Presentación 16 —La configuración sociocultural y política de comunidades andinas a partir de un trabajo autoetnográfico que, según expresa Jimena SILVA, implica un desdibujamiento entre lo observado y lo interpretado, en el que su experiencia afectiva y cognitiva como investigadora atraviesan cada rincón del trabajo de campo. Esta vía metodológica le permite replantear la relación pensamiento-sujeto-sociedad que nace de una cosmovisión contrastante con las ideas de la modernidad occidental —La construcción de la infancia como fenómeno psicosocial en el marco de un proyecto de intervención social comunitario dirigido a problematizar la visión progresista e individualista arraigada históricamente en la sociedad chilena. Las reflexiones de la observación in situ y de la recuperación de discursos, dibujos y juegos de un grupo de niños y niñas, proveen a Leyla MÉNDEZ elementos para dilucidar la tensión diferencia/igualdad presente en las relaciones cotidianas de este grupo a la vez que sus hallazgos señalan la necesidad de replantear la diversidad e interculturalidad desde una perspectiva descolonizadora —Las diversas formas de producir conocimiento situado en intervenciones artísticas del espacio, en las que el trabajo colaborativo y cada obra que se describe en el texto convocan, en palabras de Mónica y Stella SALINERO, a «sentir el pasado para dibujar el futuro», a la creación de nuevos imaginarios sobre temáticas marginales que dan cuenta de la dimensión política del arte en lo social y de una transformación del artista en etnógrafo 17 Por otro lado, nos encontramos con propuestas que, si bien no emprenden un viaje a terreno, abren camino a los esfuerzos anteriores al brindar un marco de análisis sobre los retos de una práctica investigativa que cuestiona el canon científico. Así, Manuel CANALES, Antonino OPAZO y Pablo COTTET fundamentan sus reflexiones en la necesidad de limitar las pretensiones de objetividad y universalización de la ciencias sociales dada la singularidad histórica de las realidades que se investigan y la reflexividad que compromete al científico social con la reformulación constante de prácticas y convenciones. En comunión con esta postura, Javier BASSI brinda una concepción extendida de la política que incluye al actuar científico en tanto «propone una determinada visión del mundo y no otra». Para ahondar en ello analiza diversas teorías y metodologías que pueden pensarse como prácticas micropolíticas de erosión que desestabilizan la brecha entre teoría y práctica en la vida académica. El interés de los métodos cualitativos por la narración en sus distintas expresiones (historias de vida, autoetnografías, entrevistas, etc.) implica una apreciación activa de los individuos en cuanto se les considera productores y no meros receptores del orden y transformaciones sociales y culturales. Cuando el/la investigador/a acude al encuentro con la narración de la experiencia individual, invariablemente se asoma la implicación que ésta tiene en un mundo más amplio. Es decir, que la subjetivad como modo particular de representar y significar al mundo se halla íntimamente tejida con la organización de la vida social, las normas, valores y códigos simbólicos compartidos que se juegan en la interacción cotidiana. No basta entonces con «reconstruir trozo a trozo la imagen de un acontecimiento pasado para obtener un recuerdo. Es preciso que esta reconstrucción se haga a partir de datos o 18 nociones comunes que se encuentran tanto dentro de nosotros como de los demás, porque pasan sin tregua de nosotros a ellos y viceversa; esto es posible si todos forman parte —y continúan haciéndolo— de una misma sociedad. Solamente así se puede comprender que un recuerdo puede ser al mismo tiempo reconocido y reconstruido» (HALLBWACHS 2004, pp. 45-46). La narración como recurso metodológico es producto de una memoria tanto individual como colectiva que mediante el lenguaje actualiza y crea, al mismo tiempo, las representaciones, clasificaciones y acontecimientos del grupo social de pertenencia. Lenguaje, memoria y narración, como amalgama de la experiencia situada, permiten visibilizar una diversidad de sujetos y problemáticas ocultas tras las edificaciones de la «gran teoría». La búsqueda de sistemas que subyacen al comportamiento y a los hechos sociales, es decir, la captación de recurrencias y de constantes que aparecen detrás de los contenidos evidentes (muchas veces velados también a la conciencia de quienes los ejecutan), constituye la médula de una variedad de esfuerzos teóricos desarrollados en las distintas disciplinas sociales. Recordemos simplemente los «patrones culturales» de Margaret MEAD, la «personalidad de base» de LINTON o de ERIKSON en antropología cultural, las «fantasías o deseos inconscientes» en psicoanálisis, la «representación social» en psicología o la propuesta de «habitus» de BOURDIEU y la de «etnométodo» de GARFINKEL y CICOUREL en sociología, por mencionar algunos. Bajo esta óptica, el debate sobre la generación de conocimiento y el «hacer científico» en la práctica es sustituido por el uso de aproximaciones sucesivas a una porción de la realidad que se aborda desde una mirada multidimensional y 19 una pluralidad de metodologías y técnicas. Respecto a esto, las plumas contenidas en este volumen coinciden en la necesidad de crear marcos interpretativos propios e innovadores que respondan a la historia y singularidades latinoamericanas. De modo que sus páginas realizan un análisis y crítica prospectiva de los paradigmas que han servido de fundamento para nuestra práctica científica, prospectiva en tanto nos permitirá encontrar nuevas claves para pensar la realidad cambiante que caracteriza a nuestras sociedades. Los ensayos que leerán a continuación responden a esta necesidad desde el flanco de la multidisciplinariedad en un diálogo entre sociólogos/ as, filósofos/as, historiadores/as, psicólogos/as y artistas con lo real-social que estudian. El abandono de posiciones univers alistas y de conceptos atemporales aplicables a cualquier situación pasada, presente o futura se sustituye, sobre todo en las investigaciones de carácter empírico, por un enfoque integrador que permite ver lo general en lo particular y hasta en lo singular, pero también a la inversa. Se trata de un dificultad común, pues la ciencia que se está haciendo «en la cocina», tal como plantea una de las autoras, no cesa de reinventar estrategias teórico-metodológicas para decantar las cualidades de aquello que le interesa comprender. Y en esto coincide con BOURDIEU (2002) cuando refiriéndose al acto científico, escribeque no se trata sólo de interrogarse sobre la eficiencia y el rigor formal de las teorías y de los métodos, sino de examinar a las teorías y los métodos en su aplicación para determinar qué hacen con los objetos y qué objetos hacen. 20 Tal como he señalado, la investigación cualitativa abre nuevos caminos para explorar lo social, sin embargo, al participar del «giro narrativo» corre algunos riesgos. Uno de ellos resulta de la postura que considera la realidad como independiente de nosotros/as y piensa el acto de narrar como un instrumento que revela «la verdad». Justo aquí radica la labor del/de la investigador/a, pues la memoria y el discurso, en tanto alterados por procesos que median tanto aquello que se percibe como aquello que se quiere comunicar, expresan un conocimiento finito y relativo del/de la hablante y su experiencia. No sólo el paso del tiempo implica una reorganización del recuerdo, los intereses y hasta la mentira deliberada hacen al discurso y la memoria siempre propensos a la imprecisión y la falsedad. En tal caso debemos recordar que no son los acontecimientos en sí lo que nos interesa rescatar, no se trata de reconstruirlos objetivamente desde un punto de vista imparcial, sino de reconocerlos tal como se les presentan a los individuos y comprender qué significan para ellos. Nos embarcamos entonces en un viaje dialógico con el/la narrador/a y entregados/as, más que al valor directo de las palabras, a la tarea de establecer las conexiones entre éstas y el contexto social al que responden y sobre el que tienen efectos. Tiempo, espacio, memoria e interpretación serían las coordenadas que guían nuestro quehacer en la difícil tarea de brindar la posibilidad de percibir la interrelación de hombre y mujeres y la sociedad, de la biografía y la historia, del yo y el mundo consiguiendo así, quizá, un avance hacia la necesaria renovación de la ciencia planteada por BASSI cuando analiza la situación académica en el marco del neoliberalismo. 21 Recupero aquí la demanda de singularidad histórica en la comprensión de procesos, estructuras y formas sociales pues no existe acontecer, ni interpretación de dicho acontecer, que no esté históricamente condicionado. Y de esto ni siquiera el propio cuerpo, comúnmente pensado en la ajenidad de lo biológico, se encuentra fuera, pues, según plantea el trabajo de SILVA, el cuerpo es una base material sobre la cual también se anclan los procesos sociales, donde las inscripciones culturales lo regulan, restringen y ordenan. Finalmente, me pregunto a dónde lleva la comprensión de lo social a nosotros/as como investigadores/as y a quienes encuentran en nuestra actividad un espacio de reflexión. ¿A la generación de conocimiento comunitariamente útil que sugieren Mónica y Stella SALINERO o, siguiendo a Leyla MÉNDEZ, a una memoria emancipadora? Este conjunto de escritos más que discutir la superioridad de una metodología sobre otra, cuestiona el qué, cómo y para qué investigamos, esbozando nuevos caminos para pensar el compromiso de una ciencia social contemporánea. María Luisa Tarrés Ph.D Socióloga, investigadora de el Colegio de México 22 Referencias Bourdieu, Pierre (2002). El oficio del sociólogo. México: Siglo XXI. Fraser, Nancy (1989). Unruly Practices. Power, discourse and gender in contemporary social theory. Minessota: University of Minnesota Press. Hallbwachs, Maurice (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Antrophos. 23 Miradas acerca de la investigación social 24 25 Ciencias sociales: singularidad histórica y reflexividad Manuel Canales, Antonino Opazo y Pablo Cottet Resumen: En este escrito proponemos dos reflexiones que atraviesan a las ciencias sociales y que limitan la pretensión de plantear leyes universales sobre la sociedad: la singularidad histórica del saber científico social y la reflexividad de su objeto. La primera hace referencia a que en ciencias sociales vamos tras las huellas del tránsito histórico del que somos observadores y en el que estamos inscritos, ya que nuestro objeto está vivo por, y en este acontecer, transformándose y deviniendo en su propia temporalidad. La segunda hace referencia a que el sujeto es interior al objeto de estudio. De esta manera, el científico social es parte de la realidad social que estudia. Palabras clave: ciencias sociales, singularidad histórica, reflexividad, objeto de estudio 1. Introducción «Si he llegado a ver más lejos, fue encaramándome a hombros de gigantes» NEWTON citado en MERTON, 1990, p. 32 Cuando se comienza a explorar el mundo de las ciencias sociales —en nuestro caso de la Sociología— se tiene la pretensión, un tanto ingenua, de poder conocer algún día 26 un libro de «ciencia social general», en el que estuviese sistematizada la historia de un objeto, de un observador y su método, es decir, los postulados base de la disciplina, los hitos de su trayectoria y el sistema de leyes que forman su patrimonio de conocimiento. Más o menos lo que recibe un físico, y que puede así ver más lejos porque está «encaramado a hombros de gigantes» que le precedieron pues, en general, desde las ciencias naturales se entiende que «la ciencia, y de hecho el conjunto de la civilización, consiste en una serie de pequeños progresos, cada uno de los cuales se alza sobre los alcanzados anteriormente» (HAWKING 2005, p. 9). Es de notar ésta completa sintonía entre la ciencia y la ideología general de la época—así, todo progresa: la producción, los ingresos, el conocimiento, la civilización—. En esta pretensión de ser ciencia «progresiva» imaginamos a veces que nuestro objeto y método es como el de las ciencias naturales. No es el caso, y la mejor prueba son los múltiples libros de metodología de investigación social que necesitan ser escritos, una y otra vez, en pluralidades irreductibles, para las ciencias sociales, fenómeno inexistente en las ciencias naturales. Y es que la reflexión metodológica, permanentemente abierta como pregunta implosiva, es inherente a la investigación científico social. Las ciencias sociales no se quedan en la investigación del objeto —expresión de primer orden—, sino que deben constantemente realizar la investigación del objeto —expresión de segundo orden—. En esta tarea están obligadas a observar no sólo el objeto, sino también sus modos de producción del mismo, poniendo especial atención a las particularidades del proceso y en los instrumentos con que se observa. 27 El conocimiento de los modos de investigación —metodológico— permite dominar los actos de construcción y los efectos que estos traen aparejados, controlando la relación que se establece con el objeto de estudio. En definitiva, al mismo tiempo en que se construye conocimiento, reflexiona y explicita los procesos de su construcción. Por lo mismo, el investigador debe estar atento a dos procesos simultáneamente: el de la propia práctica investigativa y el de la realidad social que se investiga —esto es, estar atento a los procesos sociales en marcha y al modo en que aquellos van dejando su huella de desconocimiento progresivo de lo social—. En realidad, ambos procesos están articulados, pero de modo inestable y cambiante. Las agendas investigativas se modifican en el tiempo, de acuerdo a los contextos sociales. En este sentido, en las ciencias sociales no se avanza en un proceso acumulativo de saber nuevo, al modo de una secuencia de descubrimientos, cada uno de los cuales desarrolla o refuta el saber precedente. Es decir, no existe progreso en un sentido ascendente hacia, digamos, una verdad superior a la que se llega subiendo peldaño a peldaño por una escala. La sociología no progresa. Nadie dentro de esta disciplina puede discutir la pertinencia y actualidad de los razonamientos de Weber, Durkheim o Marx. Tampoco dentro de nuestra época histórica perderán vigencia las argumentaciones de Habermas, Goffman, Bourdieu o Touraine, por nombrar algunos.El pensamiento sociológico no progresa y no es, sin embargo, su trayecto camino perdido. Cada vez las ciencias sociales acometen su tarea de siempre, reformuladas por las historias humanas que se viven, y siempre iluminadas por todas las épocas anteriores, ninguna de las cuales queda borrada en su saber por alguna subsecuente. Es un saber en y para una época, poder explicar y comprender filones de un mundo histórico es lo que le otorga 28 sentido a las ciencias sociales, y no su progreso lineal, como nos acostumbramos a pensar mecánicamente. En realidad, no somos ni ciencia experimental —las más de las veces— ni filosofías. No hacemos ciencias que hayan avanzado por experimentación, ni saberes que se fundan en la elaboración deductiva, lógico-racional abstracta. Las ciencias sociales han de buscar su propio camino, no homologable a las ciencias físicas, ni a las filosofías. Por ello, tampoco hay un sistema conceptual estabilizado, y probado experimentalmente, que ordene todos los estudios realizados en una estructura lógica y secuencial de conocimiento integrado y progresivo. Esto no significa, por supuesto, hacer tabla rasa, sino considerar el trabajo precedente como una caja de herramientas, para construir conocimiento que explique y comprenda los fenómenos sociales, los problemas que desbordan la praxis social. En el presente escrito abordaremos dos cuestiones que cruzan a las ciencias sociales: su singularidad histórica y la reflexividad de su objeto. 2. La singularidad histórica «La ciencia social trata de problemas de biografía, de historia y de sus intersecciones dentro de estructuras sociales» (MILLS 1994, p. 157) Las ciencias sociales son prácticas orientadas por las formaciones sociales históricas en que se vivencian, se 29 actualizan en tanto virtualidades reales y se virtualizan desde tales actualizaciones. Cada formación social histórica trae consigo sus preguntas, de lo que se trata es de problematizar esas interrogantes. Su potencia se mide en la capacidad para dar respuesta a estos cuestionamientos sociales. Así, según atestiguan los comienzos de las ciencias sociales, éstas emergen y se reanudan cuando hay crisis de dirección social, o lo que es lo mismo, cuando las formaciones sociales no se conocen lo suficiente para dirigirse, o para auto-conducirse. Es esta necesidad de la emergencia social social —de saberse— la que abre de par en par a la posibilidad de unas ciencias sociales. Todo lo contrario a la pretensión de una ciencia escolástica y abstracta, lo que equivaldría a perseguir una verdad universal de lo social, como una entidad sin mapas, sujetos, ni tiempos. Por el contrario, se trata cada vez de unas ciencias históricas, que persiguen incansablemente la potencia histórica asociativa en su proceso abierto de autorreproducción y cambio. Las ciencias sociales se fundan en el cambio de época. La misma configuración de orden social que ya no es la que había sido, que además crecía vertiginosamente en nuevas formas y organizaciones, es la que obliga y posibilita el conocimiento de tales expresiones históricas. Es el centro de las ciencias sociales en su fundación: caracterizar, comprender, explicar la nueva experiencia histórico-antropológica. Es en este sentido que las ciencias sociales no pueden aspirar a plantear leyes universales, por la historicidad que las constituyen. La pretensión nomotética que apunta al descubrimiento de leyes o reglas que describen un orden o relación estable y predecible, de validez y alcance universal, es inviable para este ámbito. La clave nomotética busca 30 establecer una regla conocida y validada como norma o forma constitucional del objeto en todos sus contextos. Es el significado de la noción de leyes naturales. Se conoce la naturaleza cuando pueden describirse las relaciones que la explican independiente de su contexto histórico. Es en lo que se basa la física mecánica. La ley de gravedad, por ejemplo, es una «ley», en la medida en que se aplicaría mecánicamente cada vez y en todo lugar «físico». La misma regla que opera en un caso lo hace en todos aquellos a los que da forma(1). Para que el planteamiento de leyes sea posible es necesario suponer la exterioridad del observador, a la que corresponde una legalidad interna del objeto. De allí que en la investigación nomotética, puede decirse, el sentido del acto investigativo viene desde dentro de la propia praxis científica; lo que se busque está ya encuadrado en el sistema científico al que pertenece, con su tradición, pues a él ha de volver como único destino. La perspectiva nomotética se asienta, además, en el principio del progreso por acumulación de conocimientos nuevos sobre un objeto estable, que van reemplazando a los anteriores. Lo que cambia o avanza es el saber, mientras que el objeto se supone inalterable. Así, la práctica está orientada a la identificación de las regularidades universales del objeto, a partir de la identificación progresiva de reglas que expanden el conocimiento en un sentido progresivo o ascendente, mediante la refutación de saberes previos. Es el supuesto, ya común, representado como progreso científico elevado a canon del conocimiento, como si no pudiera haber ciencia que no se guiara por ese direccionamiento. A contracorriente, la misma historia de la ciencia enseña que no es plausible un conocimiento innegable __________ 1 Aunque dentro de las ciencias físicas se sabe ya de los alcances y limites de este planteamiento; la de la relatividad y la cuántica son las dos físicas en que aquello se discute, pero al mismo tiempo, se replantea de un modo, puede decirse, reflexionado. 31 o absoluto. Es una ingenuidad pretender establecer verdades universales pues estas son siempre incompletas, provisorias, y mediadas por una historicidad intrínseca, «la historia de la óptica ofrece un ejemplo notable. En (…) la óptica desde Newton hasta los tiempos actuales encontramos que el rayo de luz es descrito primero como una corriente de partículas, luego como una onda y luego como algo que no es ni una corriente de partículas ni una onda» (CHALMERS 1990, p. 216). En las ciencias sociales, estas nociones no resultan comprensibles ni orientadoras. Ni la idea de leyes generales, ni la idea de progreso por refutación de saberes previos. Por ejemplo, no se conoce ni siquiera una ley general en sociología y, en sentido contrario a la idea de progreso, no puede entenderse que la sociología actual sea superior en saber a la clásica o, en general, las ciencias actuales respecto a sus predecesoras. La diferencia entre ambas está en la transformación continua del objeto. Una formación está siempre más allá de sí misma. Al menos continuamente está cambiando y, a su paso, modifica sus propias regularidades o hace aparecer nuevas que no son captables o comprensibles desde los enfoques o esquemas de conocimientos previos. Es el desfase progresivo de nuestros esquemas observadores respecto de las nuevas formas que toma el acontecer social. Si lo social fuera estable, podríamos intentar progresar en una línea interna de la disciplina. Si lo social es cambiante, a la propia línea evolutiva de las disciplinas científico-sociales —aquel progreso interno de la ciencia— habrá que agregar la línea evolutiva o histórica del objeto —que curiosamente también llamaron, para su forma actual, «progreso» social—. Vamos tras las huellas de las realidades sociales en medio de los procesos de cambio que las caracterizan; avanzamos 32 sobre las restricciones que muestra el conocimiento precedente (producido para conocer unas realidades sociales que ya cambiaron) para describir o entender, en general, las regularidades perceptibles presentes; no nos orientamos entonces desde atrás hacia adelante —como en el progreso— sino desde adelante hacia atrás, como en el regreso reflexivo, retrospectivo: la novedad social se muestra ante nuestros ojoscomo una realidad distinta a la existente, y entonces el observador vuelve su vista a sus conceptos y a sus proposiciones de entendimiento. En este sentido, las ciencias sociales, en perspectiva ideográfica, no se orientan a la captación de formas universales —por ejemplo «lo social», «lo cultural» o «lo político»— sino al entendimiento de formas singulares en su propia formación histórica. Las investigaciones sociales buscan la comprensión de los procesos, de las estructuras y de las formas de actualizaciones sociales- históricas que (se) observan —de ellas parten y a ellas vuelven—. El investigador se dispone, dentro de específicas condiciones existenciales e históricas, no fuera de ellas, y las entiende como formaciones complejas y singulares, cuyas regularidades, junto con definirlas, las diferencian. Así, cada vez se busca entender no «lo social» o «la sociedad», sino un acontecer social situado históricamente —o parte de tal acontecer social— en su propio contexto de tiempo y espacio. Por tanto, se trata siempre de la investigación de algún presente —con su pasado y su futuro— en algún lugar o geografía humana. Consecuentemente, sus proposiciones posibles, hallazgos y hasta el propio marco conceptual, se aplicarán —de nuevo, 33 cada vez— sólo a los aconteceres sociales posibles de poner bajo algún tipo explícito de correspondencias, y no a todas las «sociedades» en todas sus épocas. Quizás esta sea una lectura plausible de la diferencia hecha por Bruno LATOUR (2008, p. 13-19) entre «sociologías de lo social» y «sociologías de las asociaciones», lo social no está dado, no es una sustancia, ni un contexto específico distinto al «económico», «político», o «psíquico». Lo «social» no es una premisa para explicar otras dimensiones de la vida humana en la historia (dimensiones psíquicas, económicas, jurídicas, políticas, etc.), sino lo que hay que explicar cada vez en relación a casos de asociaciones de elementos heterogéneos. De allí que proponga como tarea de las investigaciones sociales el rastreo de asociaciones de elementos diferentes. Como consecuencia la producción de conocimiento de las ciencias sociales estará atravesada por la singularidad histórica de la formación social en la que se produce el conocimiento científico social. Desde un punto de vista ideográfico, esto significa que el saber producido nunca será universal, quedará determinado por una historicidad situada desde donde nace el propio pensamiento sobre el acontecer social. Es decir, la construcción de conocimiento de las ciencias sociales será siempre contingente al estar mediada por el propio acontecer social que contiene tal específica producción, históricamente condicionado. Las ciencias sociales son saberes determinados socialmente por las condiciones históricas en que nacen y se desenvuelven, que es a la vez el acontecer social que estudia. Ya J. P. SARTRE decía que «el sociólogo, de hecho, es objeto de la historia; la investigación es una relación viva entre hombres […] De hecho el sociólogo y su objeto forman una pareja en la que cada uno tiene que ser interpretado por el otro y cuya relación tiene que ser descifrada también como un momento de la historia» (SARTRE 1968, p. 70). 34 Así, las ciencias sociales son sincrónicas: dado que el cambio accede como determinante moderno de lo histórico, las ciencias sociales toman su lugar formulándose problemas cuya resolución permite ver, esto es, comprender, explicar, inteligir cada formación social y su acontecer, en cada momento de su historia. Entonces, tiene sentido, cada vez, según el entendimiento que permite del campo contextual histórico investigado —su cuestión, problema u objeto—. Después de todo, si bien las ciencias sociales no han producido, de hecho, leyes universales de lo social, sí han producido entendimientos potentes de las formaciones sociales y sus aconteceres investigados. 3. La reflexividad de su objeto «El sujeto es interior al objeto (los investigadores sociales son interiores al orden social — como los biólogos lo son al Orden vital, y los físicos al orden físico —)» (IBÁÑEZ 1990, p. 129) En las ciencias sociales, las preguntas las ponen sujetos, actores, instituciones que actúan y actualizan el saber común histórico. Se trata de investigaciones sobre realidades sociales, observadas como(2) objeto, pero también una investigación desde las mismas realidades sociales, observadora como sujeto. No hay, entonces, unas ciencias de lo social en general que no sean de las preguntas/dilemas que cada vez se formulan en medio del acontecer de una formación social determinada y ______ 2 Ante la calificación gratuita de «positivista» a Emile Durkheim, especialmente asociada a aquella célebre sentencia de que «debemos tratar los hechos sociales como si fueran cosas» (DURKHEIM 2001, p. 31), habría que reparar en los sentidos posibles para ese cómo, toda vez que no dice que los hechos sociales sean cosas. 35 las respuestas que pueden producirse allí y entonces. Por ello, las ciencias sociales, a diferencia de las ciencias naturales, no pueden comprenderse como unos programas autónomos y desconectados de su objeto. Así, este se les escaparía siempre. Lo que hay, en cambio, es la búsqueda constante del advenimiento social, del acontecimiento de unas asociaciones situadas históricamente —como conjunto o partida en sus actores— por saberse o conocerse. Unas ciencias que no progresan tienen la posibilidad de regresar una y otra vez a su objeto y seguirlo en su propio devenir, siendo parte del mismo. Es la imagen que proponemos de una sociología acompañante de las formaciones sociales históricamente situadas, unas sociologías hechas en medio de la vida social, ni fuera, ni dentro, sino en sus fronteras, en medio de sus límites interiores (intermedias, intersticiales, que traman o estrían el espacio social con jerarquías y reciprocidades), en medio de sus fronteras con lo que se pretende fuera de lo social (para observar lo social «como cosa»). La investigación social de frontera lo es siempre de su formación social respectiva, más que de la propia disciplina de las ciencias sociales, como suele decirse. Hay que buscar el acontecer social allí donde «lo social» está yendo más allá de sí mismo, o cuando está fracturada, o revela una falla que se marca como tema recurrente, inevitable pese a todos los esfuerzos de invisibilización u olvido. En las fronteras de lo que es y de lo que pudiera ser. Esto permite una comprensión diversa de lo «nuevo» que se le exige al conocimiento científico moderno. Si en ciencias naturales lo nuevo se inscribe en la propia tradición científica, en las ciencias sociales remite a la propia renovación del objeto, a un «objeto» que solamente lo es para unas investigaciones 36 y sus formaciones sociales. La «sociología de la juventud», por ejemplo, debe cada vez comenzar definiendo su referente, como si fuese sustancia cambiante, para así captar, comprender y comunicar el acontecer social históricamente situado. Así, lo que tal «sociología de la juventud» diga de los jóvenes actuales no puede tomarse como una superación del quehacer sociológico previo. Solo pasa que debe reconstruirse cada vez para entender su objeto en movimiento. Por su parte, en la sociología rural, lo que actualmente se discute e investiga no resulta de una superación de los programas investigativos previos, sino de un intento por re-encontrar al objeto que se perdió en los setenta, con la globalización capitalista de la agricultura. En general las preguntas —y, por lo mismo, las respuestas— están articuladas no como una cadena de superaciones sucesivas, sino con la historicidad constitutiva de sus objetos. En este sentido, una investigación no es de vanguardia porque se ubica en la última línea de avance del conocimiento científico, sino porque encuentra sus preguntas allí donde sujetos, actores, instituciones quedan interrogadospor expresiones desconocidas en ese tiempo y lugar. Porque su historia en curso, ha ido demasiado lejos respecto de la propia auto-comprensión social previa. La investigación social de frontera, como se la llama no sin cierta petulancia innecesaria, puede entenderse mejor como investigación en las fronteras de lo que es sabido social, de lo común y corriente del quehacer, aquella historicidad que desborda el orden de lo obvio, las rutinas de las más diversas circulaciones reproductivas de la vida cotidiana, donde esta no llega a conocerse. Allí, ____________ 3 En términos metodológicos se puede decir que «cada investigación científica se crea un método adecuado, una lógica propia cuya generalidad o universalidad consiste solo en ser conforme al fin» (GRAMSCI 2004, p. 287). Esto implica, abandonar la pretensión una ley de universalidad abstracta, sin caer tampoco en un particularismo indeterminado. La singularidad histórica permite generalizaciones conforme a una época y una formación social específica. 37 donde el ordenamiento social queda interrogado. Se pone en juego una posibilidad fronteriza de comprender la idea de generalización, más acá de las universales, pero más de allá de lo singular absoluto(3). Por indicarlo en un ejemplo: cuando una investigación en el ámbito de «las nuevas formas sociales de la agricultura» identifica una regularidad, que observa en un momento dado, y en un lugar determinado, aquella puede sostener una comparación con las formas que adopte en otra singularidad histórica, durante procesos análogos, quedando tal equivalencia a cargo de justificarse conceptual y empíricamente por esa investigación. Se avanza, pero no unilinealmente, sino gracias al desarrollo de programas y prácticas de observación recurrente, sobre aquello que se asume como realidad social por (necesaria de) investigar en las formaciones sociales históricas, que cada vez saben de un mayor campo de regularidades, en sistemas proposicionales más complejos y diferenciados. En otras palabras, esos programas y aproximaciones sucesivas desarrollan la capacidad de entendimiento del acontecer social que se investiga. Entonces, podríamos decir que se avanza hacia adentro, no hacia adelante. El proceso de interiorización o adentramiento, de dominio cognitivo, concluye cuando el observador agota su capacidad de aprendizaje del objeto —cuando cree conocerlo en sus reglas— o, lo que es también común, cuando el objeto ya no está donde lo dejamos. Y se vuelve a iniciar un ciclo de aprendizaje de la vida social. Así, el conocimiento producido es superado por la historia de su objeto, antes que por su propia dinámica progresiva. 38 Se indica así, un rasgo decisivo de las prácticas científico-sociales en general: se observan siempre realidades sociales «vivas», esto es, que llevan su agenda y su cuestionario, con sus agentes y sus posibilidades. El esfuerzo está en captar regularidades nuevas y, por lo mismo, poner a prueba la capacidad de creatividad teórica, como resultado de la autoproducción histórica de las formaciones sociales. La adherencia histórica de la ciencia social a las formaciones sociales modernas, sólo señala la imbricada conexión con su objeto que entabla el sujeto, en el interjuego de ser observador y parte en el asunto. Pues existe una doble referencia en el proceso de investigación, donde se articula a una formación social como observadora y como observada. La investigación social es ese circuito de auto-reflexión de los sistemas sociales. Las ciencias sociales son un elemento inherente de la reflexividad moderna. En este sentido, hay que seguir la recomendación hecha hace décadas sobre «sustituir el presupuesto de objetividad por el presupuesto de reflexividad» (IBÁÑEZ 1991, p. 129). En el presupuesto de objetividad se entiende la relación sujeto/objeto como una contienda, una oposición, o mejor aún, una caza, el sujeto (predador) va en busca de su objeto (presa), totalmente exterior y del cual se sirve para realizar la investigación, por eso «investigar viene de vestigo (=seguir las huellas que la presa deja en el camino)» (IBÁÑEZ 1991, p. 110). El presupuesto de reflexividad toma conciencia de que la presa (objeto) es otro predador (sujeto), los sujetos siempre han puesto resistencia a la objetivación que de ellos se hace, nunca se dejan tomar como si fueran del todo objetos, siempre queda un reducto negativo de subjetividad. 39 Si la relación sujeto/objeto colapsa, en ambos lados de la línea divisoria se revelan sujetos que observan y orientan sus acciones. Esto implica, asumir que en ciencias sociales el sujeto de conocimiento no está separado del objeto a conocer y que en la investigación-construcción del objeto inevitablemente habrán huellas del sujeto, porque la objetivación es producto del trabajo realizado por el sujeto de conocimiento. Mientras el presupuesto de objetividad pretende la ausencia de la subjetividad del investigador y de los sujetos investigados, en el presupuesto de reflexividad la actividad de conocimiento es siempre realizada por un sujeto, no hay forma de escapar a la dialéctica sujeto-objeto, sólo historizando esta dualidad es que es posible el conocimiento. Para ser más precisos, no existe un objeto «allá afuera», inmutable, independiente del sujeto cognocente posible de ser «representado» o «reflejado», por artilugios o herramientas inocentemente técnicas. Esta ilusión es propia de una concepción «naturalista» del objeto científico social, donde, presuntamente, se recogen datos o recolectan discursos —como si fueran manzanas— para luego cartografiarlos. Se presentan como objetos-mapa, estadígrafos, análisis discursivos o informes etnográficos, y se ausenta la subjetividad puesta en juego en toda la realización de la empresa investigativa: subjetividad del investigador y subjetividad de los investigados. Dejando las puertas abiertas para la entrada del empirismo abstracto (MILLS 1994). En este modo de hacer y pensar, la ciencia social es concebida como un instrumento exterior, que permite medir, una realidad también exterior. Las ciencias sociales y las realidades sociales preexisten y subsisten al sujeto, son tratados como objeto inalterable, donde no hay espacio para el sujeto. Tal cual como, se supone, se observan fenómenos de la naturaleza. 40 La reflexividad postula al sujeto interior al objeto, es exactamente lo que propone Velásquez en su ya famosa pintura Las meninas, en el juego de espejos interiores donde el observador —sujeto— del cuadro se encuentra en el lugar de observado —objeto— del pintor. En palabras de FOUCAULT (2005, p. 14) «el pintor sólo dirige la mirada hacia nosotros en la medida en que nos encontramos en el lugar de su objeto», el espectador queda atrapado por la dinámica interna del cuadro. Pero también el pintor, autor del cuadro, es representado en la obra. El sujeto, tanto el observador como el autor del cuadro, son interiores al objeto, en este caso están representados en la pintura. En una palabra, están implicados en él. Esta implicación se refiere a los determinismos sociales que operan sobre cualquier sujeto social, es por eso mismo que el observador implicado está sujetado a lo social histórico y a las distintas instituciones que ha atravesado en su trayectoria. Hay que hacer notar que todo objeto es producido por el trabajo humano, o lo que es lo mismo, el objeto de las ciencias sociales es un producto, no está allá afuera y es descubierto, es producido dentro de las formaciones históricas que, como las ciencias sociales, también son productos humanos. 41 Conclusiones La pretensión de establecer leyes nomotéticas en ciencias sociales, trae como efecto la evacuación del sujeto y de la historia del proceso de investigación, ambos elementos constitutivos de la ciencia social. Al ser el sujeto interior a su objeto —reflexividad— y la historia el marco en que se encuadra el razonamiento—singularidad—, las ciencias sociales «gozan del triste privilegio de tener que afrontar incesantemente la cuestión de su cientificidad» (BOURDIEU 2000, p. 21). Dos son las conclusiones que podemos sacar de estas reflexiones. La primera es que nuestro objeto está vivo al modo histórico de la vida social, deviniendo en su propia temporalidad. Ocurre que las ciencias sociales nacen precisamente cuando la vida humana en occidente activa el modo de cambio continuo, de lanzamiento por el tiempo histórico de los cambios radicales —las revoluciones—. En este sentido, nuestro objeto se mueve, los hechos sociales pueden comprenderse en tanto objetos producidos por actores sociales. Partimos en busca de un lenguaje que pueda dar cuenta, verosímilmente, de los procesos, estructuras y formas sociales que van formándose, en la transformación continua del objeto. El objeto no se nos hace visible solo desde las ciencias que hemos venido construyendo. A diferencia del biólogo, nuestro conocimiento no sigue a nuestro conocimiento, no vamos tras nuestros propios pasos fallidos, sino que vamos sobre las huellas, o vestigios, del tránsito histórico del que somos observadores y en el que estamos inscritos. En todos los lugares, o momentos, o fases, en que el acontecer social sale 42 de procesos, estructuras y formas sociales previas, fuera de sí, o tras de sí misma. Por ejemplo, allí en las zonas donde todo es nuevo, emergente, construcción reciente, proyecto histórico. La segunda conclusión es que las ciencias sociales van siempre tras su objeto. Falla cuando no encuentra los nuevos presentes que se anuncian. Por ejemplo, cuando, en Chile, vino el movimiento estudiantil del 2011, las encuestas y los grupos de discusión sólo podían captar desde la escucha anterior. Ya para Antonio GRAMSCI (GRAMSCI 1999, p. 37) «la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados». Las ciencias sociales deben dar explicaciones a la crisis, pues se hacen necesarias cuando los sujetos, actores e instituciones se desconocen, no se comprende lo que está ocurriendo, pues es un presente que no resulta mera continuación del pasado. Pero también donde el acontecer social no se deja ver, o se muestra en su falla, en las grietas por donde la representación y la reproducción social revelan también la escena de la dominación y la violencia. Para finalizar, es preciso entender que al contrario de lo que Thomas KUHN (2004) llamó ciencia normal, las ciencias sociales no se constituyen en configuraciones paradigmáticas, se conforman en un campo de disputas entre una diversificación creciente de programas de investigación (LAKATOS 1989), tanto de enfoques teóricos —marcos conceptuales— como metodológicos —métodos de investigación— produciendo un complejo juego al interior de las ciencias sociales. Es dentro de este campo de disputas, que las ciencias sociales deben plantearse abierta y problemáticamente, tendiendo a una comunicación entre teoría y trabajo empírico. Hacerse cargo de esta articulación implica pensar la relación teoría/ empiria como una producción, y más precisamente como una 43 producción situada, entendiendo el conocimiento científico ubicado en un orden histórico-social. Sin esta necesaria reflexión epistemológica, el conocimiento metodológico y técnico queda ciego a su entorno y a su objeto —cualquier formación social, siempre histórica y concreta—, y la reflexión científico-social sólo queda como residuo de una lógica abstracta, es decir, un protocolo sistematizado de reglamentos. 44 Referencias Bourdieu, Pierre (2000). Cuestiones de sociología. Madrid: Istmo. Chalmers, Alan Francis (1990). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos. Madrid: Siglo XXI. Durkheim, Émile (2001). Las reglas del método sociológico. México, D.F.: Fondo de cultura económica. Foucault, Michel (2005). Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI. Gramsci, Antonio (1999). Cuadernos de la cárcel. Tomo 2. Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana. México D. F: Era y Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Gramsci, Antonio (2004). Antología. Buenos Aires: Siglo XXI. Hawking, Stephen (2005). A hombros de gigantes. Barcelona: Egedsa. Ibáñez, Jesús (1991). El regreso del sujeto: la investigación social de segundo orden. Santiago de Chile: Amerinda. Ibáñez, Jesús (1990). Autobiografía (Los años de aprendizaje de Jesús Ibáñez). Anthropos, 0(113), 9-25. Kuhn, Thomas (2004). La estructura de las revoluciones científicas. Buenos Aires: Fondo de cultura económica. Lakatos, Imre (1989). La metodología de los programas de investigación científica. Madrid: Alianza. Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social. Buenos Aires: Manantial. Merton, Robert K. (1990). A hombros de gigantes. Barcelona: Península. Mills, Charles Wright (1994). La imaginación sociológica. México D. F.: Fondo de cultura económica. 45 Sartre, Jean-Paul (1968). Critica de la razón dialéctica. Buenos Aires: Losada. Autores Manuel Canales Cerón Doctor en sociología, Universidad Complutense de Madrid. Académico de la Universidad de Chile. Contacto: Departamento de Sociología Universidad de Chile Av. Ignacio Carrera Pinto 1045 Tel.: 29787767 E-mail: mcanalesc@gmail.com Antonino Opazo Baeza Sociólogo, Universidad de Chile. Director de desarrollo e investigación en Fundación Portas. Contacto: Fundación Portas Av. Pedro de Valdivia 2921 Tel.: 29787767 E-mail: antoninoopazo@gmail.com Pablo Cottet Soto Doctor en Filosofía, Mención Estética y Teoría del Arte, Universidad de Chile. Académico de la Universidad de Chile. Contacto: Departamento de Sociología Universidad de Chile Av. Ignacio Carrera Pinto 1045 Tel.: 29787826 E-mail: pcottet@yahoo.com 46 47 La brecha teoría/praxis en investigación social: ¿revolución o muerte? Javier Bassi Resumen: En este trabajo problematizo la noción de brecha entre teoría y praxis y la acusación de incoherencia entre la palabra y el gesto, habitualmente hecha a los/as académicos/as de las universidades. En primer lugar, sostengo que la noción parte del supuesto —en la actualidad y desafiado por el proceso de neoliberalización de la Universidad en tanto institución— de que los/as académicos/as son una elite privilegiada que escribe, desde «torres de marfil», acerca de aquello que no vive y en buena medida desconoce. Defiendo que en la actualidad, buena parte del cuerpo académico no encaja en esa descripción, ya que la profesión se halla en proceso de pérdida de estatus y derechos. En segundo lugar, es más probable que la acusación de incoherencia se dirija a los/as académicos que suscriben y/o actualizan formas contrahegemónicas de producción de conocimiento, en la medida que se hallan en la constante paradoja de hacer ciencia social, desde y contra la ciencia social misma. En tercer lugar, sostengo que la acusación de incoherencia parte de una concepción reduccionista de «lo político» que lo limita a la acción directa. Al contrario, y en la medida que se considere que las ciencias sociales son inherentemente políticas, en tanto proponen versiones socialmente legitimadas del mundo, la opción dicotómica acción/inacción puede ser reemplazada por el análisis de los efectos diferenciales de cada tradición teórica y/o praxis académica. 48 Finalmente, presento algunas de tales tradiciones que, sin ser abiertamente revolucionarias, son contrahegemónicas y contribuyen a la transformación de la ciencia social y al acercamiento entre teoría y praxis. Palabras clave: investigación social, teoría/praxis, universidad, estudios poscoloniales, metodologías participativas, autoetnografía, diseños flexibles 1. La acusación La discusión acerca de la brecha entre la teoría y la praxis es casi tan antigua como las ciencias socialesmismas. De hecho, es ya un lugar común criticar la distancia que separa la retórica encendida de algunos/as académicos/as, particularmente los/as auto-rotulados/as como «críticos/as», y su praxis concreta, tanto dentro como fuera de la sala de clases. ¿Hay algo que revisar en este lugar común? En principio, tiendo a creer que la crítica está parcialmente justificada. Después de todo, la ciencia social según se practica —también en Chile— es mayormente una tarea llevada a cabo por una elite ilustrada, a menudo encapsulada y autorreferencial, en una institución socialmente legitimada como la Universidad (en el caso chileno, en muy pocas de ellas) e influenciada de modo marginal o nulo por parte de los/as (apropiadamente llamados/as) «informantes», respecto de la elección, construcción y abordaje de los problemas de investigación y, muy particularmente, respecto del uso del conocimiento generado. Insistiré sobre el último punto: habitualmente, los/as investigadores/as detentan el control de la totalidad de 49 los procesos investigativos y rara vez incorporan a los/as informantes como algo más que proveedores/as de información, para una causa que les es ajena (para un tratamiento más extenso de la cuestión, ver BASSI 2013a). Parece que poco puede agregarse a este respecto: la crítica ya ha sido hecha (y es a menudo auto-reconocida), y las alternativas al estado de cosas ya han sido planteadas. En efecto, tal como en otras áreas de funcionamiento social/teorización, no nos encontramos ante una carencia de posibles caminos secundarios. Considérese la crítica a la cárcel en tanto institución (su naturaleza, su sentido, sus efectos) (MORRIS 1974/2009; WACQUANT 1999/2008; DAVIS 2003); considérese la crítica a la psiquitaría, su gnoselología y sus derivaciones (SZASZ 1961/1994; COOPER; 1967; PÉREZ SOTO 2014); considérese la crítica foucaultiana a las disciplinas «de raíz psi-» y los efectos de sus prácticas (FOUCAULT 1975/2005; ROSE, 1985); considérese la actual crítica a la creciente neoliberalización de la Universidad (SISTO 2007; PARKER 2013). En fin, se han formulado críticas radicales —disolventes— que no parecen haber llevado a cambios radicales. Más bien, la cárcel, las disciplinas «psi-» y la Universidad, para seguir con los ejemplos y según las conocemos, son, con suerte, el emergente (en el sentido que lo entiende la primera horneada de teóricos/as sistémicos/as) de un sistema complejo de factores, uno de los cuales —y, ciertamente, no el más influyente— es la producción y la actividad académica. Por lo dicho, parecería haber algo digno de atención en la acusación en la medida que los/as académicos/as suscriben 50 y difunden la crítica, pero no la realizan (al menos no en la misma medida): así, el peritaje, el diagnóstico, el examen. Por lo tanto, a regañadientes o no, los/as académicos/as contribuyen a sostener aquellas instituciones que tan ardientemente atacan en la sala de clases. Así, la cárcel, el hospital, la escuela. 2. Sí, pero A pesar de lo dicho hasta aquí, entiendo que la acusación puede objetarse en tres sentidos: —Buena parte de los/as académicos/as, tanto a nivel global como en el contexto chileno, ya no constituye una elite privilegiada —La brecha teoría/praxis no se distribuye de forma equitativa por toda la academia —La acción directa no es la única forma de acción política. Veamos estos argumentos en detalle 2.1 ¿Torre de marfil o choza? La crítica a la brecha teoría/praxis se apoya en una imagen tópica: los/as académicos/as como una elite privilegiada, apoltronada, que mira hacia abajo un mundo ajeno, desde su «torre de marfil». Esa imagen es válida, globalmente, para la Universidad antes de la segunda mitad del siglo XX y, para el caso chileno y en la actualidad, para una parte ínfima del cuerpo docente. Poco queda de aquella Universidad «sin condición» de la que hablara DERRIDA (2001/2002, p. 9): de la Universidad de hoy puede decirse de todo… menos que no tiene condiciones (RIPALDA 2013). 51 El proceso de neoliberalización de la Universidad puede rastrearse hasta principios del siglo XX, pero se hace más evidente, en EEUU y Europa a partir de 1960 (GALCERÁN 2013). En Chile, dicho proceso se halla en pleno desarrollo y su referente cercano es las reformas a la educación superior, particularmente la de 1981, llevada a cabo durante la dictadura militar (MIRANDA 2015). El proceso puede sintetizarse en dos tendencias interrelacionadas: la tendencia a transformar a la Universidad en un epifenómeno del mercado de trabajo o de las «necesidades del capital» (GALCERÁN 2013, p. 162) y la tendencia a gestionar las universidades bajo lógicas empresariales toyotistas de costo/beneficio o managerización de la Universidad (SISTO 2007). El efecto que este proceso —insisto, global— ha tenido sobre las universidades es enorme: desde el cierre de carreras humanistas y la priorización de la formación técnica, hasta la consideración de los/as estudiantes como clientes que —desde una lógica de rational choice— (WILLIAMS 2015) eligen, en la medida de sus posibilidades, carreras y universidades, en tanto productos en competencia; desde la gestión universitaria orientada al espectáculo hasta la producción en serie de artículos científicos (GARCÍA-QUERO 2014) para su publicación en revistas indexadas como forma de mejorar la posición de las universidades en los ránquines (HAZELKORN 2011) y, por tanto, su appeal en tanto productos. Otro efecto destacado del proceso de neoliberalización de las universidades del que hablo es el encogimiento y flexibilización de la estructura de las universidades. Es éste último aspecto en el quiero detenerme. En principio, los términos académico/a o catedrático/a —como el de professor en inglés— llevan a equívocos en 52 virtud de las asociaciones que producen. En un artículo en The Guardian, Sarah CHURCHWELL, profesora en la University of East Anglia, se hacía eco del estereotipo (PRESTON 2015, la traducción es mía): un mundo de «diletantes paseándose en pantuflas, fumando en pipa y bebiendo jerez» (dilettantes lounging around with pipe and slippers sipping sherry). Renglón seguido, dice CHURCHWELL: ese mundo «desapareció hace décadas». En el contexto chileno, el término profesores/as taxi resulta más adecuado en la medida que casi el 80% de los/as profesores/as universitarios/as no trabajan a tiempo completo en ninguna universidad (SALAZAR 2014). Carmen María MACHADO (2015) describe la situación de los/as profesores/as «adjuntos/as», como son llamados en el contexto anglosajón y que representan el 40% del total de profesores/as en EEUU (la traducción es mía): La estampa que pinta MACHADO respecto de EEUU es también representativa de Chile: los/as académicos/as, en general, trabajan en varias universidades al mismo tiempo, son vinculados/as a ellas mediante «convenios» de honorarios semestrales (en virtud de lo cual no se los/as reconoce como trabajadores/as sino como prestadores externos de servicios). No hacen aportes al sistema de pensiones, deben recuperar clases perdidas por enfermedad, tienen nula influencia en Los/as adjuntos/as están en general vinculados/as mediante contratos semestrales; no se les brinda cobertura de salud, beneficios de pensión, oficina o desarrollo profesional y se los/as provee de pocos recursos de la universidad. (…) Muchos/as adjuntos/as enseñan en varias universidades, moviéndose entre dos o tres para cubrir los gastos (make ends meet) y a menudo, no pueden avanzar con su propio trabajo académico o artístico debido a sus agendas. 53 las decisiones que hacen de la Universidad lo que es y están sujetos/as a las arbitrariedades y vaivenes propios de una gestión esencialmente antidemocrática, cortoplacista y orientada al rédito económico. Así, podría decirse que en una imagen más ajustada de los/s académicos/as debería reemplazarse el privilegio por la precariedad, la poltronavitalicia por la alta rotación y la impredictibilidad del futuro, la intocabilidad por la fácil prescindencia, el poder omnímodo por un disciplinamiento simple y sin consecuencias en virtud de la fragilidad del vínculo, que une a los/as profesores/as con las universidades, la «torre de marfil» por el trabajo desde casa o «la oficina a cuestas». En definitiva, poco o nada queda de los/as académicos/ as de la primera mitad del siglo XX y hacia atrás. Puede objetarse, claro, que incluso habiendo perdido buena parte de sus privilegios y de ser, cada vez más, un número en la columna del Debe, los/as académicos/as son aún una elite ilustrada e incluso económica, si se atiende a la altísima desigualdad que caracteriza a la sociedad chilena. No obstante, matizar los privilegios de los/as académicos/ as cambia la forma de concebir la brecha entre teoría y praxis a la que me he referido, en la medida que ya no se trata de una casta superior que declama acerca de los problemas del mundo y manda a otros/as a solucionarlos desde la impenetrabilidad de su torre, sino que se trata de un grupo social en pleno proceso de pérdida de estatus, que se halla no fuera sino justo en medio de uno de los procesos de cambio más significativos de su época: la expansión del capitalismo neoliberal. 54 2.2 ¿Incoherencia o plena coherencia? Otra objeción que quiero hacer está relacionada con, por así decirlo, la distribución de la incoherencia al interior de la academia. Sostendré que la brecha teoría/praxis afecta, como es de esperar, más a quienes proponen miradas contrahegemónicas de la realidad social y no tanto a quienes se funden en el Zeitgeist. Veamos esto en detalle. La crítica acerca de la brecha teoría/praxis puede sintetizarse en dos ideas relacionadas: —la ciencia social es una práctica elitista desarrollada por una casta privilegiada desde esas «torres de marfil» que son las universidades y —los/as académicos/as no hacen lo que declaman tan fervorosamante (y son, por tanto, incoherentes) He tratado la primera idea en el punto anterior. Pasemos a la segunda. No puede formularse un juicio grueso acerca de la influencia del trabajo académico. La versión de dicho trabajo que mayores sinergias y estímulos encuentra en su camino hacia la institucionalización (BERGER & LUCKMANN 1967/2008) es en diversa medida dócil al signo de los tiempos, es decir, al capitalismo neoliberal: de esa docilidad emana, justamente, su capacidad de influencia. Para seguir con los ejemplos que mencioné antes —la cárcel, las disciplinas de raíz psi- y la Universidad—, podríamos mencionar la producción de conocimiento pretendidamente técnico, para mejorar la fiabilidad de los peritajes clínico- jurídicos, para «detectar» de forma más rápida y económica las «patologías psiquiátricas», que el Manual de trastornos psiquiátricos (DSM por sus siglas en inglés) de la American Psychological Association postula que existen, para optimizar 55 la relación costo/beneficio en la gestión de las universidades (por ejemplo, CENTER FOR COLLEGE AFFORDABILITY AND PRODUCTIVITY 2010). Esta versión de las ciencias sociales es escuchada con atención por los/as decission makers. Buenos ejemplos históricos de esta comunión de intereses y potenciación mutua son el conductismo, la (llamada) Escuela de Chicago y la psicología organizacional en tanto disciplina. Veamos estos ejemplos en mayor detalle. En La psicología tal como la ve el conductista de 1913, texto conocido como el «Manifiesto conductista», WATSON decía (1913/1990, p. 7): «Si la psicología siguiera este plan que estamos proponiendo, nuestros datos podrían ser utilizados en la práctica por el educador, médico, jurista, hombre de negocios, inmediatamente después de haber sido obtenidos por el método experimental». Esta apelación al uso práctico de la psicología no pasó desapercibida. Dice DANZIGER (1979/1997, p. 11): Respecto de la Escuela de Chicago, se da la misma situación: su progresiva constitución como referente en El argumento de Watson era irresistible: dos años después fue elegido presidente de la American Psychological Association. La razón de que su mensaje encontrara una resonancia masiva e inmediata, era que la mayoría de los psicólogos americanos, ya aceptaban la premisa de que el negocio de su disciplina era producir datos para ser utilizados «de manera práctica» por educadores, hombres de negocios y así sucesivamente, y de producirlos rápidamente. Dada esta premisa, la prescripción de Watson, despojada de unas pocas exageraciones polémicas, estaba, obviamente, en la línea correcta. 56 la institucionalización de las metodologías cualitativas de investigación en ciencias sociales y su vinculación a una forma «progresista» de concebir el conocimiento —antipositivista en lo epistemológico, antiindividualista y centrado en la interacción social en lo teórico y ecléctica en lo metodológico—, nos hace olvidar que su dominio en el ámbito de la sociología entre 1900 y 1920 (GARRIDO & ÁLVARO 2007) se debió, en buena medida, a su orientación hacia la investigación empírica y la solución de problemas sociales. En efecto, siendo Chicago una ciudad revolucionada por el desarrollo industrial y la inmigración, los/as decission makers vieron con buenos ojos una propuesta que, apoyada en el pragmatismo y no en una versión contemplativa de la filosofía, miraba a la ciudad misma como su objeto de estudio: «la organización del inmigrante, la definición de la situación del delincuente, los distintos asentamientos de la Costa Dorada de Boston, la interacción en los salones de baile o, en fin, las bandas callejeras colonizando las esquinas de los barrios» (ZARCO 2004/2006, p. 35). No es de sorprender, así, que la Escuela fuera posible «bajo el patrocinio privado del filántropo John D. Rockefeller Senior» (ibíd, p. 29) y recibiera sostenido «apoyo financiero» e «importantes ayudas del Local Community Research Project y de la Rockefeller Foundation» (COLLIER, MINTON & REYNOLDS 1991/1996, p. 169). Finalmente, podemos considerar, desde esta perspectiva, a la psicología organizacional toda, como poco más que un epifenómeno —un brazo técnico— de los intereses de las grandes corporaciones (BASSI 2000). Si se analiza con cuidado tanto la definición que los manuales dan de la disciplina y los objetivos que le adjudican como los temas tratados, se notará que son perfectamente convergentes con la optimización del 57 beneficio. Así, por «psicología organizacional» ha de entenderse una psicología organizacional de la gran empresa según la entiende su dirección y no una psicología organizacional de las escuelas o las ONG (¡que son también organizaciones!). No una psicología organizacional de las pequeñas empresas (que, en su mayoría, no cuentan con la estructura ni los recursos que los manuales le suponen a toda organización) y menos aún una psicología organizacional del conflicto, del cambio o de la organización de los/as trabajadores/as. Por otra parte, temas como «liderazgo», «comunicación efectiva», «grupos de trabajo», «resistencia al cambio» y demás clásicos de los manuales no son, claramente, fenómenos que los/as psicólogos /as organizacionales hayan descubierto y analizado, sino las versiones cognoscitivas de intereses de las direcciones. Creo que no hace falta abundar más: desde un punto de vista foucaultiano de poder/saber, resulta relativamente fácil ver, interesante estudiar y perturbador conocer la incesante e íntima danza que la ciencia social ha mantenido con los poderes fácticos, desde su mismo origen (FOUCAULT 1975/2002), pasando por el servicio prestado a los «war efforts» por la psicología social y llegando a la ayuda «técnica» brindada por los psicólogos James MITCHELL y Bruce JESSEN en el diseño y supervisión de las «enhanced interrogation techniques» que la CIA utilizó en Guantánamo y otras cárceles ilegales entre 2001 y 2009 (Senado de Estados Unidos 2014).Momento en que la American Psychological Association (APA), es bueno recordarlo, en su Report of the American Psychological Association Presidential Task Force de 2005, declaraba que: «Es consistente con el Código de ética de la APA que psicólogos/as sirvan en roles consultivos acerca de la interrogación y la reunión de información en procesos 58 vinculados a la seguridad nacional» (APA, 2005, p. 1, la traducción es mía). Pasemos a lo siguiente. La versión contrahegemónica de la vida y de las producciones académicas, en cambio, resiste —por ejemplo, en determinados espacios de ciertas universidades— y, al modo de una realpolitik, se realiza en las grietas de lo instituido: el/la psiquiatra que, trabajando en un centro de salud gestionado bajo lógica toyotista, asigna más tiempo del exigido a cada persona que atiende; el/la académico/a que utiliza el espacio (semi)protegido de la sala y la libertad (vigilada) de cátedra para conspirar contra la universidad que lo precariza; el/la investigador/a que invierte su tiempo y esfuerzo en temas por completo «irrelevantes» y, consecuentemente, de financiación improbable. En la medida que vive con un pie dentro y uno fuera del statu quo, esta forma de hacer ciencia social y de estar- en-la-academia puede entenderse como un conflicto de baja intensidad: no tumba nunca nada, pero tampoco se vence. En algunas ocasiones la crítica se realiza plenamente y, en tanto un cuestionamiento serio al orden institucional, es disciplinada con diversos grados de violencia: un llamado al orden, una sustitución, el desplazamiento a los márgenes, la exclusión abierta: el/la psiquiatra es conminado a cumplir el reglamento respecto de los tiempos de consulta, el/la académico/a es advertido/a de que no puede hablar de esto o aquello en clase, al/a la investigador/a se le sugiere que cambie de problema de investigación, que adecue su escritura al canon o que publique en revistas indexadas para mejorar su visibilidad e impacto. Por lo dicho, podríamos dividir, someramente, la producción académica en prohegemónica y contrahegemónica 59 en la medida que contribuya o no al orden establecido. Además, podríamos analizar las consecuencias derivadas de cada posicionamiento. Es evidente que quienes opten por la primera opción, no sólo encontrarán más sinergias en su camino sino que, además, podrán enorgullecerse de unir más fácilmente la palabra y el gesto. Inversamente, quienes optan por la segunda, encontrarán una senda previsiblemente más escarpada y se verán interpelados/as, en términos de la coherencia entre sus posiciones asumidas y sus actos. De este modo, no es sólo esperable que los/as académicos/as que circulan a contrapelo de la hegemonía estén más expuestos a la acusación de incoherencia, sino que también podría pensarse tal acusación como un acto reflejo fácil que tiene la propiedad de estigmatizar el cambio social y mantener indemne a los/as conformistas en nombre de su coherencia. 2.3 ¿Revolución o muerte? Pasemos a la tercera objeción, la acusación de incoherencia. A pesar de las dos objeciones anteriores, es decir, que los/as académicos/as no son la elite que solían ser y de que la incoherencia amenaza más a quienes reman a contracorriente, la ciencia social muestra un panorama, como el que describí al principio: ¿qué puede agregarse a las críticas marxistas y posmarxistas (la Escuela de Frankfurt, ALTHUSSER, etc.), feministas, las provenientes de la sociología de la ciencia (particularmente FEYERABEND), foucaultianas, latinoamericanistas (FALS BORDA, ROIG & DUSSEL, CARDOSO & FALETTO, FREIRE, MARTÍN-BARÓ, etc.) y de enfoques metodológicos «antisistémicos» como la investigación-acción participativa (IAP) y la sistematización de experiencias (SE). La ciencia en tanto ideología de la 60 Modernidad (PÉREZ SOTO 1998/2008), epifenómeno y coadyuvante del ejercicio del poder por parte de grupos dominantes (ALTHUSSSER 1989), ya ha sido suficientemente atacada y creo que hay poco que agregar al respecto. De lo que se trataría al parecer, y en la línea de la undécima tesis, sobre FEUERBACH (MARX 1888/1970), no es de conocer el mundo, aún «críticamente», sino de transformarlo. En lo que respecta a la producción de conocimiento científico, una de las propuestas de transformación radical o respuesta de «reconstrucción» —para seguir la terminología de COLLIER, MINTON & REYNOLDS (1991/1996, p. 485)— de la ciencia social proviene de Latinoamérica, según postulan los/as defensores/as de la IAP (MONTERO 2006) y de la SE (JARA 2006). Sólo es posible transformar (radicalmente) la ciencia si se incorpora a los/as informantes en tanto coinvestigadores/as de pleno derecho. Es decir, practicando una ciencia comunitaria que disuelva los límites entre investigadores/as e informantes, de manera que todos/as los/as actores/actrices sociales puedan decidir qué constituye un problema de investigación y, de este modo, contribuir en igualdad de condiciones a la discusión acerca de cómo abordarlo, realizar la investigación correspondiente y, sobre todo, servirse de los resultados generados. Mientras esto no sea así, los/as científicos/as sociales seguirán, en buena medida, «hablando por otros/as». Esta respuesta de «reconstrucción» supone cambios estructurales. Quizás, mediante la revolución: esa «“técnica” que funciona a nivel macro» que sugería Jesús IBÁÑEZ (1986/2010, p. 69). Como fuere, no se trata de cosmética si, desde la mirada de poder/saber, se concibe la ciencia 61 como una práctica social isomorfa a factores estructurales, resulta sospechoso cuestionar sus aspectos centrales dejando indemnes tales factores (que son, insisto, los que dan forma y sentido a lo que la ciencia es, y a la forma en que la hacemos). De este modo, es difícil hacer «otra ciencia» sin cuestionar de forma importante el orden que la sustenta. Por ejemplo, es poco probable contar con recursos «sistémicos» —como fondos concursables— al tiempo que se cuestiona la lógica que inspira dichos recursos o los criterios con los que son administrados. Estoy seguro que cualquiera que haya debido llenar un casillero explicando la «relevancia para el país» de un proyecto de investigación entiende a qué me refiero. Esa (radicalmente) «otra ciencia», que, en buena medida, cerraría la brecha teoría/praxis, está aún por hacerse y no la veo despuntar en el horizonte cercano. En la misma línea y retomando los ejemplos que mencioné antes —la cárcel, las disciplinas de raíz psi-, la Universidad—, pueden pensarse respuestas radicales (y, por tanto, igualmente improbables en las actuales condiciones) análogas a la investigación participativa: el fin de la cárcel, la desaparición de los trastornos psiquiátricos, una Universidad popular. Esta (radicalmente) otra sociedad también está aún por hacerse y tampoco la veo despuntar en el horizonte cercano. Esto es así en virtud de lo que decía antes: es difícil hacer «otra ciencia» sin cuestionar de forma importante el orden que la sustenta. Ahora diré: es difícil, sí, pero no imposible. PÉREZ SOTO (1998/2008), en tanto concibe la ciencia como un fenómeno histórico producto de la Modernidad, entiende que puede dejar de ser lo que ha sido: «Los límites temporales de la Modernidad son, ni más ni menos, (…) los de la ciencia. 62 Si la Modernidad es superable la ciencia también debe serlo» (p. 215, las cursivas son mías). La tarea es, entonces, «(…) realizar la ciencia y llevarla más allá de sí misma a través de sí misma». En efecto, la realidad social no es binaria: no se trata, digamos, de la revolución o la muerte. Hay grises. De hecho, ¡lo que más hay es grises! Los grandes cambios —llamémoslos «paradigmáticos»— se producen tras un periodo variable de desestabilizaciones, de pequeños movimientos contrainstitucionales, que deriva en lo que se nos aparece como un colapso de lo conocido. Así, queda por considerar los efectos difusos que esta ciencia
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