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Amor-y-Psicoanalisis pdf - Psico Master

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Néstor A. BRAUNSTEIN
Lola BURGOS
Ani BUSTAMANTE
Margarita GASQUE
Jorge GÓMEZ ALCALÁ
Alfonso GÓMEZ PRIETO
Cristina JARQUE
Mariam MARTÍN RAMOS
Graciela PÉREZ ALONSO y
Patricia BARRIOLUENGO
Hans SAETTELE
José Eduardo TAPPAN
Editorial LEDORIA
J M R
Amor
y
psicoanálisis
volumen a cargo de Cristina Jarque
*
Lapsus de ToledoLapsus de ToledoLapsus de ToledoLapsus de ToledoLapsus de Toledo
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Introducción
Cristina Jarque
Quiero agradecer y expresar mi reconocimiento especial-
mente a Pedro, mi compañero de la vida, porque ha sido Pe-
dro, con su formación filosófica privilegiada y sus conoci-
mientos en informática quien ha formado parte fundamental
tanto en la escritura del artículo de mi autoría en este libro
como de la logística del mismo. Puedo decir que la planifi-
cación de este volumen ha sido realizada con nuestras manos
entrelazadas; es por eso que la coordinación de este libro no
es sólo mía, sino que es nuestra.
También quiero agradecer muy sinceramente a Jesús, el
Director de la Editorial Ledoria, no sólo por la confianza que
ha depositado en nosotros, sino también por ese espíritu va-
liente y emprendedor que lo caracteriza y que le ha permitido
colocarse como un medio para que muchas personas lo-
gremos tener una voz que pueda hacerse escuchar a través
de él.
Amor y Psicoanálisis es el tercer volumen de la Colección
de Psicoanálisis Lapsus de Toledo, colección que ha sido
fruto de nuestro trabajo en equipo como miembros de la Aso-
ciación que lleva el mismo nombre, que es una asociación
cultural fundada en la ciudad de Toledo, España, y cuyo obje-
tivo es crear un espacio de estudio e investigación sobre el
quehacer psicoanalítico. Son dos los psicoanalistas que moto-
rizan principalmente nuestro deseo: Sigmund Freud (1856-
1939), que descubrió el inconsciente, y Jacques Lacan (1901-
1981), que elaboró una nueva teoría basándose en el descubri-
miento freudiano. Nuestra labor, que se ha establecido a partir
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del pensamiento de estos dos grandes psicoanalistas, ha te-
nido como recompensa la publicación en 2011 de los dos
primeros volúmenes de la colección, que llevan como títulos:
Sexualidad y maternidad y Amor y envidia. Ahora le llega su
turno al tercer volumen. Es para mí un honor tener el privilegio
de ser la coordinadora de este libro, que compila la escritura
de colegas psicoanalistas muy reconocidos, no sólo en Espa-
ña, sino en otros países.
Amor y Psicoanálisis consta de once artículos escritos por
doce psicoanalistas, todos ellos miembros de la Asociación
Lapsus de Toledo. Es para mí motivo de gran satisfacción
mencionar que dos de ellos, Néstor A. Braunstein y Hans Sae-
ttele, honran a nuestra asociación como miembros de honor,
lo que me va a permitir expresar mi reconocimiento y admi-
ración por estos dos psicoanalistas cuya presencia en mi vida
ha sido de vital importancia.
A Néstor, quien es considerado como un erudito a nivel in-
ternacional y a quien yo admiro por la sabiduría que despliega,
quiero dar las gracias por ser mi interlocutor y por el lazo in-
destructible que nos une desde hace más de veinte años; y a
Hans, quien además de ser una figura esencial en la trans-
misión del psicoanálisis lacaniano tanto en mi país natal como
en muchos otros, ocupa un lugar en mi vida que es fundamen-
tal, ya que él fue mi primer psicoanalista. Por ello sobran las
palabras para expresar lo que ha significado para mí el re-
corrido personal realizado a través de él. También quiero
agradecer a todos y cada uno de mis colegas por su valiosa
participación en esta escritura y reiterarles mi deseo de que
este libro, que ha sido un punto más de encuentro entre no-
sotros, fortalezca los lazos entrañables de amistad y compa-
ñerismo que nos unen a pesar de las distancias, las diferen-
cias o los obstáculos. Quiero mencionar con todo mi cariño y
reconocimiento a Lola Burgos, porque nuestro encuentro ha
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sido tan intenso, que en poco tiempo hemos logrado cristalizar
muchos proyectos que formaban parte de nuestros sueños
desde antes de conocernos. También quiero poner de mani-
fiesto mi gran amor y gratitud a mis tres hijos: Bernardo, Ana
y Adrián, porque con sus reflexiones y pensamientos han con-
tribuido a ampliar mi mente para iluminarme en el camino del
descubrimiento del deseo inconsciente actual, ése que habita
y que dirige a los jóvenes de la generación del siglo XXI.
A continuación tengo el gran placer de enumerar los nom-
bres de los psicoanalistas autores de los artículos de este
libro.
De España:
* Cristina Jarque, fundadora de la Asociación Lapsus de
Toledo, miembro de la Fundación Europea para el Psicoaná-
lisis, coautora de La madre estrago, autora de Sexualidad y
maternidad y Amor y envidia, coordinadora de la Colección
de Psicoanálisis Lapsus de Toledo.
* Lola Burgos, cofundadora de la Asociación Lapsus de
Toledo, coautora de La madre estrago.
* Jorge Gómez Alcalá, miembro de la Fundación Europea
para el Psicoanálisis, director de la Cátedra de Psicoanálisis
del Ateneo de Madrid, miembro del Ateneo de Toledo.
* Alfonso Gómez Prieto, director de Arco Europeo de Psi-
coanálisis, profesor de la Cátedra de Psicoanálisis del Ateneo
de Madrid.
* Mariam Martín Ramos, miembro de la Escuela Lacaniana
de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
* Graciela Pérez Alonso y Patricia Barrioluengo Cuello, par-
ticipantes del Nucep (Instituto del Campo Freudiano de Ma-
drid).
De Méjico:
* Néstor A. Braunstein, uno de los pioneros en la transmisión
de la enseñanza de Lacan en América Latina, principalmente
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en Méjico, profesor de varias universidades americanas y eu-
ropeas, autor de varios libros, entre ellos Goce, que ha sido
traducido a varios idiomas y que es considerado como una
referencia esencial.
* Margarita Gasque, psicoanalista en Méjico.
* Hans Saettele, director de Dimensión Psicoanalítica en
Méjico.
* José Eduardo Tappan, profesor en diversas universidades
de Méjico.
De Perú:
* Ani Bustamante, asociada a la N.E.L. (Nueva Escuela
Lacaniana) en Lima.
En Amor y psicoanálisis se refieren historias de amor, ese
tema insoslayable en un psicoanálisis.
Con frecuencia, sobre todo en los primeros momentos,
parece que el sujeto apela al psicoanalista por un sufrimiento
puntual, a veces de apariencia banal, con la esperanza de
liberarse de síntomas inquietantes o incapacitantes, la com-
pulsión a comer o a beber, el tabaquismo, las obsesiones, la
depresión sin causa aparente. Sin embargo, tarde o temprano,
el sujeto se confronta con su particular manera de abordar (o
esquivar) el amor. A través de la experiencia analítica podrá
encontrar otras maneras de enfrentar las aventuras y desven-
turas del amor y, superando resistencias, vislumbrar las ra-
zones que motivan su particular manera de amar, de gozar y
de desear.
Para concluir quiero comentar la frase de una canción que
me parece estupenda porque en pocas palabras dice mucho:
«Gracias a la vida que me ha dado tanto».
Yo, por mi parte quiero decir: Gracias a Toledo, que me ha
dado tanto.
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Erotanatismo
Néstor A. Braunstein
He propuesto que el psicoanálisis no es esa erotología
que algunos postulan sino una gozología. En ese sentido,
como decía Lacan al hablar del goce, también el arte es «una
pura instancia negativa», algo pulsional, «que no sirve para
nada»: ni para la reproducción de los cuerpos, ni para aumen-
tar el saber, ni para satisfacer necesidades ni para incremen-
tar la riqueza. ¿Entonces, cuál es el móvil de la actividad artís-
tica? Evocar, llamar al goce, al goce de los cuerpos en una
pura dilapidación de energías individuales y sociales. «Des-
perdicio». Waste. Sensualidad. Juego con el cálculo de las
convulsiones incalculables.
Es a la función gozológica - algo zo(o)lógica - pero muy
antropológica, en su sentido más estricto, que se opone la
barrera erigida por la religión monoteísta, cuyos dos primeros
mandamientos son el de no tener otro dios y el de no forjar
imágenes. La sumisión a una autoridad absoluta requiere ese
complementoque es la prohibición de la sensualidad. El cuer-
po gozante se opone a los deberes del hombre para con la
polis y conduce al olvido de la divinidad. Hay que interponer
barreras al goce... aun a costa —o con el beneficio añadido,
es decir, la plusvalía— de incrementarlo en la transgresión.
¿Qué hay en el arte que no sea erotismo? ¡El tanatismo!
Así sucede hasta en la menos representativa de las artes, la
Música... ¿A qué nos llaman los sonidos sino a provocar,
convocar, evocar e invocar (y desbocar) mociones sensuales,
tanto por medio de la armonía como de las disonancias, de
los acordes bien temperados como de las efusiones dioni-
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síacas y la irritación que producen las estridencias o el es-
tallido de lo inesperado, culminando en el tritono del diabolus
in musica? ¿Dónde está más polarizado el combate entre lo
apolíneo y lo dionisíaco que cuando se enfrentan motetes y
bacanales, variaciones para dormir al Goldberg y sacudidas
estocásticas en el live electronics y el heavy metal?
El erotismo es la transgresión excitante del principio del
placer en la búsqueda del goce, hurgando en los entresijos
del displacer y la realidad, también de la vida y la muerte, de
lo masculino y lo femenino, de lo humano y lo animal, de la
paz y el sobresalto, del bien y el mal. El goce requiere de las
fronteras para nacer en el momento de atravesarlas. Brota a rau-
dales cuando el sentido se disuelve en el sinsentido. Véase el
ejemplo supremo en los chistes y su relación con el inconsciente.
El llamado al despeño de las pulsiones se orienta tanto
hacia las de vida como a las de muerte; por eso prefiero no
hablar de erotología sino de gozología, pues el goce es lo
que resulta de la mezcla de las pulsiones eróticas, que tienden
a la construcción de unidades cada vez mayores, con las ta-
náticas, aspirantes sempiternas a la destrucción de las cosas,
de la vida, de los vínculos entre los integrantes de la cultura.
No hay erotología sin tanatología.
La obra de arte, por su mera existencia, por estar dirigida
a alguien, es en esencia un llamado, una se-ducción. Esa regla
se confirma por sus excepciones, por la existencia de objetos
inútiles que no buscan un público como la de esos artistas
autistas y esos productores de «cosas» bizarras que se dio
en llamar art brut y que tienen en Lausana su museo, esplén-
dido, manifestación del deseo de Jean Dubuffet. Atravesar
las fronteras del mercado del arte es también gozógeno,
pregustación de una posible libertad a conquistar.
Podría hacerse un catálogo de las obras gozológicas según
el sentido al que llaman, según cuál de los cinco sentidos es
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convocado por el objeto creado por el artista: artes culinarias,
perfumísticas, hápticas, visuales y auditivas tienen su público
y su mercado, su historia, su presente y su porvenir. También
las artes propioceptivas del movimiento corporal. Son manifes-
taciones del espíritu pero, por la vía de la imaginación (fan-
tasía, en griego), claman por el cuerpo. Apelan a la vida me-
diante la mortificación y la irritación de los sentidos. Se mani-
fiestan como desafíos al sentido por la abolición de la finali-
dad, la comunicativa en especial.
La obra de arte es creación, invención de lo novedoso,
llamado a la superación y violación de fronteras, inconformidad
con la naturaleza y con la convención, recurso al lenguaje para
forzar sus límites. Es, por esa razón misma, perversa. Esen-
cialmente, no por accidente. «Vierte» de otra manera de la
esperada, por otro cauce, y así subvierte a la naturaleza y a la
convención. Llama a los remanentes de la perversión poli-
morfa infantil que subsisten en todos y cada una.
El artista es, en tanto que tal, independientemente de lo
anecdótico de su vida o de sus fantasmas, un escenificador
de mundos alternativos. Eso se aprecia en el contenido mani-
fiesto de ciertas obras, digamos, la literatura de Sade, la pin-
tura de Picasso o el cine de Fassbinder o Catherine Breillat.
También en contenidos latentes; por ejemplo, en lo que parece
más alejado del erotismo, en la pintura de Malevich, la poesía
de T. S. Elliot, el cine «lento» de Bela Tarr, ese portentoso
realizador húngaro. Más aún, en la música pura, ese arte sin
contenidos.
R. Barthes y el placer del texto. «Ni la cultura ni su des-
trucción son eróticas: es la fisura entre una y otra la que se
vuelve erótica». El aburrimiento colindando con el goce, el
desplazamiento de las sensaciones por canales alejados de
la convención. La perversión se disfruta como «contenido la-
tente» en las películas de un Douglas Sirk, ésas que parecen
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ajustarse a los códigos de Holywood en el momento de bur-
larlos o en la difuminación de los límites de la realidad como
en el cine de David Lynch.
El «naturalismo» da fuego a lo grotesco que ilumina a lo
«natural». La patología, presentada como «antinatural», revela
el débil anclaje de la normalidad. La obra de arte es gozógena
porque es el antónimo de lo social en medio de la «comunica-
ción». Es un agujero en ese barco de pasajeros que es la
vida del orden y el trabajo, de la producción y el consumo.
¿Qué sería del arte sin la perversión y la descripción de
aquello que no debe verse ni oírse? Los amores de Aquiles y
Patroclo, las aventuras de Ulises con Circe, las sirenas o el
Cíclope, las grandes tragedias impregnadas de amores ilíci-
tos y contranaturales (la zoofilia en Creta, el matricidio en
Micenas, el parricidio y el incesto en Tebas), las comedias de
Plauto, los vasos griegos y la estatuaria griega u oriental, por
no hablar sino de lo milenario.
¿Qué sería del arte occidental sin la exploración permanen-
te y la impugnación de los modos de la representación yendo
en contra de las leyes y de las instituciones? ¿Del arte de los
trovadores o el de Miguel Angel y Leonardo hasta llegar a la
Ilustración y el gran vidente que fue Sade, capaz de provocar
ese aburrimiento que es «goce del texto»? ¿Qué sin ese tra-
bajo político y antipolítico —erótico y tanático— en los bordes
de la censura de los poderes terrenales y celestiales? ¿Qué
sin el desafío órfico a los poderes del Averno?
El objeto de arte es erótico porque viene a ocupar el lugar
dejado por un hueco, por una falta en el sujeto. En ese sentido
los modelos son el fetiche o su prototipo, el objeto transicional
de Winnicott, objeto inútil como el osito de peluche, que cum-
ple para el infante, sujeto en ciernes, la función esencial de
sustituir al objeto ausente, a la madre, de quien el cuerpo del
niño fue originariamente el fetiche, el objeto @, la cosa salida
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del cuerpo que ella tuvo que aceptar como perdido, imposible
de re-in-corporar.
El objeto artístico es sexual y no genital según la concepción
ensanchada de la sexualidad que todos compartimos a partir
de Freud. De allí surge la noción misma de sublimación: la
sexualidad decantada por la imaginación, la puesta en acto
de fantasías que desencadenan en el espectador otras fanta-
sías. Como formas del objeto @ las obras de arte se definen
según las dos características de estos objetos: plus de gozar
y causa del deseo.
¿De cuál deseo? Del propio de cada uno, de lo que en sus
sentidos precipita respuestas de goce. El deseo es lo que
falta al ser; el goce es otra cosa: lo que viene al lugar de esa
falta, sea para recordarla, y entonces es dolor, sea para ofre-
cerle un sustituto, y entonces es placer. Las más de las veces
para combinar ambas en la vidamuerte que se duplica en el
arte, tanto en el representativo cargado de imágenes como
en el abstracto que pretende renunciar a ellas.
Debería ahora volver sobre la tesis de los tres goces
sucesivos (N. A. Braunstein, Goce, 1990, capítulo 2). En primer
lugar, goce del ser, de la vida desnuda, anterior y exterior a la
ley, a la ley del lenguaje que procede del Otro. Sobre-viene en
segundo el goce fálico, regulado y regulador, resultado de la
imposición de la renuncia pulsional que obliga a tramitar la
satisfacción de las necesidades hablando y pidiendo. Se do-
mestica, por el camino de la palabra, al «perverso polimorfo»
que esel niño. Tras esta eros-ión se abre el campo para el
tercero de los goces. Como para la pulsión es imposible re-
gresar, recorrer el camino en sentido inverso deslenguando a
los sentidos, se vuelve imperiosa la obligación de marchar
hacia adelante traslenguándolos. El resultado de la travesía
por el lenguaje no es el olvido sino la nostalgia de los goces
perdidos, el del propio cuerpo y el del Otro cuando se era el
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falo materno. Sobrevienen intentos de recuperar ese goce a
través de la invención de lo imprevisto, de lo que falta en el
Otro. Se perfilan el goce del Otro y Otro goce, más allá del fa-
lo. De ese manantial de goce más allá del falo emana la obra
de arte, ese objeto tan valorado precisamente porque no sirve
para nada.
La esencia de la perversión (en el sentido clínico) se con-
densa en una postura subjetiva: no hay otro goce más que el
goce fálico, ligado al lenguaje —sobra decir que esta posición
se encuentra más que nada en hombres sometidos a la angus-
tia de castración. Otras veces, no tantas, en mujeres, aunque
ellas no son el sexo débil ante la perversión—. El fantasma
perverso es el de sabergozar, el de hacerse dueño del goce
a través del discurso, de la manipulación y de los efectos de
goce y angustia provocados en el otro. Así, queriendo adueñar-
se de él, el llamado perverso desmiente su goce y lo traslada
sobre el partenaire, comúnmente el neurótico.
En el irresistible ascenso del goce Otro, el tercero, más
allá del fálico, se comprometen los místicos, los inundados
por un goce que trasciende a los sentidos. Por lo común esa
invasión del goce los acalla. A veces, más a menudo de lo
que se cree o se cuenta, alcanzan a expresar un vislumbre de
nuevos mundos: Artaud, van Gogh, los pintores insanos en
los manicomios, los condenados a quedar sin nombre des-
pués de ser atravesados por la luz enceguecedora del desas-
tre, los Nietzsche que nunca llegan a publicar sus escrituras
iluminadas.
Mucho se ha debatido la presunta debilidad de las mujeres
en cuanto a la creación artística. Por la injusta distribución de
los roles en la sociedad (en la cultura), sí, sin duda, pero tam-
bién por una razón más fundamental que es otro nombre de
eso mismo, la sumisión a la razón fálica, la negación de un
goce suplementario, el estrechamiento del campo de las sa-
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tisfacciones pulsionales con la promesa fantasmática de res-
titución a través de la maternidad y del hijo como objeto @
prometido a su carencia. (Cf. Goce, op. cit., cap. 5: «La per-
versión, desmentida del goce».
Se impone cuestionar un lugar común respecto del erotismo
en el arte. El artista, en tanto que creador, no es perverso. Él
puede serlo o no, manifestar fantasías perversas o desper-
tarlas en el espectador. Pero su trabajo es una propuesta di-
rigida al otro a través de la obra, no una expresión del mencio-
nado fantasma de «sabergozar». Por no saber el artista explo-
ra las fronteras del goce y se mueve en los campos minados
del amor y la muerte. A través del objeto artístico se formula
una pregunta al espectador: ¿Quién eres tú que así me miras?
¿Qué debería mostrar para que te permitas atravesar las ba-
rreras de la belleza, del placer, del desagrado, del asco, del
pudor y del dolor?
El artista opera seduciendo con el desafío, llamando hacia
sí, mostrando ese aspecto insólito de las cosas que puede
residir, como en el mingitorio de Duchamp, en el hecho de
estar instalado en un museo. El contexto, la persona que está
al lado, el hecho de ver una crucifixión de van der Weyden en
un enorme salón donde uno está completamente solo como
sucede en El Escorial o en el Museo de Filadelfia o de ver el
techo de la Capilla Sixtina apretujado por multitudes y oliendo
los sudores planetarios que inundan el ambiente.
Erotismo de lo excitante y erotismo de lo repugnante, de lo
macabro, de la crueldad, de lo incomprensible como el Finne-
gans Wake, de lo rebuscado como la poesía de Ezra Pound o
como el cine de Godard o Sokúrov. También el más comprensi-
ble erotismo de la simpatía, del humor, de la comedia, de la ex-
hibición amena y amable de las debilidades humanas, del re-
conocimiento imaginario en el atravesamiento de la barrera in-
terpuesta por el espejo entre el yo y el yo del semejante.
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¿Qué es lo representable y qué lo obsceno? Depende de
los códigos y éstos son históricos. Es sabido que la censura
y la represión son incitantes y que una pantorrilla a comienzos
del siglo XX era más directamente erotogénica y seductora
que un desnudo completo a comienzos del nuestro. ¿Ha dis-
minuido la represión? ¡No! Cuando todo está permitido es
que verdaderamente todo está prohibido. La eliminación de
los carteles que dicen no trespassing hace monótonos los
recorridos.
¿Significa ese levantamiento de los tabúes que la función
del arte para hacer que el público vislumbre lo erotanático ha
caducado? No; tampoco. El creador se ve obligado a forjar
nuevas formas artísticas, nuevos modos de representación
aunque —Lacan no dejaba de lamentarse por ello— el psi-
coanálisis no ha permitido la invención de ninguna nueva per-
versión «un poco menos pendeja y estereotipada que las
precedentes» (1960). Pero subsiste la posibilidad de mover-
se en los límites, como se muestra en esa joya del cine que
es la obra entera de Svankmajer, particularmente en Los cons-
piradores del placer, que liliputiza la palabra y eso que se da
en llamar «surrealismo».
Muchas veces se ha condenado al puritanismo pero es
sólo gracias al puritanismo que la provocación es posible.
Unas gracias que no nos hacen gracia alguna. El pudor y el
impudor se engendran y fecundan recíprocamente. El goce
surge por las fricciones del roce y el choque entre ambos. El
capitalismo y la ética protestante encuentran su complemento
y su culminación erótica, no su enemigo, en los libros del divino
marqués. Hay un goce originario que se pierde al entrar en el
mundo del lenguaje y de las convenciones. Para recuperarlo
no hay caminos regresivos: hay que engendrar nuevos goces.
Se requiere de osadía en la forma y en el contenido. Es la fun-
ción más destacada del arte, su razón de ser.
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El enfrentamiento de la llamada perversión con la ley es
inevitable: se censura al desnudo infantil y se persigue a los
fotógrafos y cineastas que violan el tabú. Se instaura una bús-
queda paranoica de pedófilos y la sospecha recae hoy sobre
todos los maestros y sacerdotes que están en contacto con
los pequeños inocentes. Los vecinos son invitados a denunciar
y proliferan las agencias de asistencia a las víctimas del abuso.
Ese puritanismo es el otro lado de la parte oscura de nosotros
mismos. El polimorfo perverso de Freud sobrevive en cada
uno pero se pretende acallarlo con el mito del niño candoroso.
El asco: Freud habló de él a fines del siglo XIX y Lacan lo
retomó con el objeto @. ¿Una experiencia contraria al erotis-
mo, una barrera contra él? Resistimos por ahora a la tentación
de abordarlo. Otra vez será. Pero un discurso sobre el erotismo
no puede dejarlo de lado. Las funciones digestivas son las
que mejor se prestan para representarlo. Hasta la náusea.
¿Cómo no tener en cuenta a lo que fue parte del cuerpo
viviente y se apartó de él, a la placenta, al cadáver, a los ex-
crementos, a lo que recuerda a las más íntimas viscosidades?
La garganta de Irma, los goceros condenados en los infiernos
del Bosco, la mutilación que suscita el espanto y la piedad
(Aristóteles). Una obra del Caravaggio nos permite descubrir
que todo cuadro es una cabeza de medusa. Cada pintor es
un Perseo. La atracción se genera con lo horrible, espantoso,
unheimlich que muchas veces se oculta en la monótona be-
lleza de las olas, en el tranquilo rumiar de las vacas holandesas.
Hay que cuidarse de mirar porque viene el arenero a extirpar
el órgano pecador. ¡Ese ojo! Mirar lo que debe quedar oculto
es jugar, jugar con la angustia de castración.
Nuestra época se empeña en la ocultación de la muerte;
son los tiempos de «la muerte seca» (Allouch). Se prohíbe
publicar las fotografías de cadáveres yde los torturados en
Irak. La prohibición da pie a una atroz pornografía de la muerte.
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Pensemos en los cadáveres de Khadafy, de Hussein, del
Cristo en Grünewald. Representar la muerte es un g/r/oce con
lo prohibido: ¿Cómo presentar a la Virgen muerta? No; ella
no murió. Se durmió y su cuerpo y su alma ascendieron juntos,
sin separarse, al cielo, según el dogma proclamado ¡en 1950!
El goce, a diferencia del placer, guarda un íntimo vínculo
con el aburrimiento. La afirmación, tan fácil de respaldar con
ejemplos, es sostenida por Barthes en El placer del texto. El
relato del libertinaje acaba en la monotonía: Sade, multi-
plicando sus jornadas por 120 y después por cinco en cada
una, Casanova, un compulsivo sacerdote frustrado, don Juan,
el obseso por la contabilidad. Hay narraciones en que parece
que pasa mucho y no pasa nada. Y viceversa.
En los libertinos destaca el gusto por la provocación y por
la profanación, formas de arrodillarse ante lo sagrado preten-
diendo rebelarse. También destaca el goce de la blasfemia:
Dios ha muerto y me cago en Dios: fetidez sobre putrefacción
cadavérica. Para Lacan el arte es intrínsecamente obsceno,
beaubsceno. El arte es, en sus momentos culminantes, la
exhibición de lo que debe permanecer oculto. Lo siniestro es
un anzuelo para enganchar el deseo insinuando la presencia
de lo descompuesto con los atavíos de la belleza.
El perverso accede al goce haciéndose el objeto del fan-
tasma del otro que es su partenaire, el neurótico. Revela la
angustia fundamental que se esconde detrás de ese fantasma.
El deseo se expresa mediante un fantasma degenerado. Va
más allá del placer en su búsqueda de lo prohibido. El arte y
lo obsceno coinciden en su objetivo de hacer gozar al espec-
tador. La perversión es consustancial con el lenguaje. El len-
guaje (sustitución) es en sí perversión con respecto al instinto.
Es por el lenguaje que se pasa del sexo, función vital, al ero-
tismo. Al cruzar el lindero irrumpen los goces: los evocados
por el artista en el espectador.
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Baudelaire, Fusées III: «La voluptuosidad única y suprema
del amor consiste en la certidumbre de hacer el mal. Y el hom-
bre y la mujer saben desde su nacimiento que toda voluptuo-
sidad se encuentra en el mal». Los códigos que prescriben el
bien, enseñados también desde el nacimiento, son un aguijón
para la explosión del deseo.
Los paraísos son siempre artificiales, producciones de la
inteligencia, efectos de la prohibición (Bataille). La transgre-
sión no es un retorno a la naturaleza, a lo animal, sino un le-
vantamiento de la prohibición que la deja incólume... para que
siga siendo gozógena.
San Pablo. Rom. VII, 7-8. En la carne no mora el bien; el
mal está en mí. El santo puede superar esa limitación y transitar
el camino de la salvación; para el artista (¿evocador de la
perversión y de lo abominable?) es la ocasión de una perdi-
ción deliciosa. La autoridad del Otro, la potencia de la Ley, es
la fuente de la que mana el goce del sujeto. Si no fuese por la
Ley no habría conocido el pecado.
Cicerón: nunca en los epitafios se destaca la capacidad
amatoria y gozante. Montaigne: se habla con facilidad de todas
las acciones criminales pero hay vergüenza para referirse al
erotismo. Desde La Ilíada en adelante la literatura bélica no
inquieta a nadie y nunca se censuró a la épica. La escena
lasciva, en cambio, se actúa después de cerrar la puerta. El
fantasma (de la escena primaria) se alimenta por el ojo de la
cerradura por donde se puede hacer pasar la cámara cinema-
tográfica y se entrega luego al deleite del voyerista, del
peeping tom.
El cachondeo no deja detrás de él nada «constructivo».
Sólo el deseo de reincidir. El sexo es saludable, higiénico;
nunca nadie probó que fuese dañino o que haya enfermeda-
des por excesos en el «coger». Las continuas advertencias y
las incesantes amenazas se expresan en la ideología de los
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patriarcales adversarios de la masturbación y de las prácticas
irregulares o libertinas.
Don Juan y Casanova asumen con lucidez la ligazón entre
muerte y sexualidad. Bataille: el erotismo es la aceptación
del sexo hasta la muerte. Es la ligazón sensual del cuerpo
con el entendimiento. No hay oposición sino solidaridad y ali-
mentación recíproca entre la carne y el espíritu. Cabe desau-
torizar, sí, a la contabilidad como medida del goce: ni Edison
ni Steve Jobs podrán patentar un gozómetro. Tampoco servirán
para el caso los dosajes de dopamina.
¿Quién daría la medida de los goces de la privación, de la
negación, de la histeria, de la frigidez? La inteligencia dice
¡presente! en la obscenidad pero no en la pornografía. Ero-
tismo es el nombre de la conjunción de Apolo y Dionisio en la
sexualidad. ¿Y qué con Tanatos?
Bataille sólo hace dos citas de Freud en las muchas páginas
de El erotismo (¡1957!). Eso sí, consta su agradecimiento a
Lacan en el prólogo (¿impulsados ambos por una misma Dio-
tima? — es un secreto: algo que nadie sabe). El psicoanálisis
parecería —para Bataille al menos— nada tener que decir
sobre su tema. El goce, reconoce, es el de un cuerpo trabajado
por el lenguaje, sometido a él y empeñado en vulnerarlo, en ir
más allá. En eso radica para el psicoanalista la diferencia
entre la sexualidad y la pornografía.
Para Octavio Paz el erotismo es poesía; la sexualidad es
prosa. Ambas son formas del lenguaje. El erotismo es leído
como una poética del cuerpo. La poesía como una erótica
verbal. Oposición complementaria. El lenguaje da nombre a
lo más fugitivo y evanescente que es la sensación. La palabra
fija y guarda lo que pasó por los sentidos. El erotismo no es
«acción genital»; es ceremonia, representación. Es sexuali-
dad transfigurada; metáfora. El agente que mueve al acto eró-
tico y al acto poético es el mismo: la imaginación.
-18-
El sexo se transfigura en ceremonia y rito (como sucede
con la danza). El lenguaje en ritmo y metáfora. La poesía ero-
tiza al mundo y al lenguaje por ser en sí misma una danza de
versátiles palabras que copulan desvergonzadamente unas
con otras. Veamos: ¿Es en la mesa de disección o en el ren-
glón donde se juntan el paraguas y la máquina de coser?
El erotismo se apoya en la prosaica sexualidad y la sustituye
por otra realidad: es metamorfosis y metempsicosis. Inventa
algo nuevo en su lugar. Es el intercourse de la realidad y el
lenguaje por medio de la fantasía, contrabandista del goce.
No una intervención pura del lenguaje tal como se presenta
en el contrato de prostitución sino la apertura a otro mundo:
más allá de la superficie del espejo, del basto lienzo y de las
pantallas con las que usualmente se choca.
Es la desligazón subrepticia de la pulsión autónoma assez
phale, acéphale y el instinto que yace en el otro extremo, li-
gado a la reproducción. Pero eso no basta, como lo demues-
tra el contrato de prostitución mismo, donde la función repro-
ductiva no juega un papel y donde normalmente tampoco el
erotismo está incluido. Contrato firmado por la necesidad, no
de sumar algo sino de liberarse, de cumplir una función excre-
toria, justificada por objetivos higiénicos. En el erotismo hay
también, de otra manera, liberación de tendencias agresivas.
Y sublimación de la pulsión, la destructiva.
Por la gracia del fantasma y de la Ley se pasa de la sexua-
lidad al erotismo y a éste se lo infiltra con la pulsión de muerte.
Se inventan así posiciones y formas de encarar el cuerpo del
otro, de vulnerarlo y humillarlo. En ese otro se pretende que
brote la angustia, se le amenaza con peligros y se le recomien-
dan acciones de profilaxis. Dice Paz que el sexo es siempre
el mismo y dice lo mismo. Él pretende establecer una sepa-
ración absoluta entre sexo y erotismo.
-19-
¿Pero quién es el partenaire (del amor, del erotismo, del
sexo) en el hablente? La perversión erotiza al sexo. Los ejem-
plos más radicales son la zoofilia y el fetichismo, esos ejerci-
cios en que se prescinde del otro como hablente. El fantasma
se escenifica en tales casos con prescindencia del diálogo y
del contrato.
El asceta sexual y ellibertino son figuras emblemáticas y
complementarias. En nuestro tiempo asistimos a un atravesa-
miento salvaje del fantasma y un llamado al libertinaje. No
quedando nada por transgredir, el sexo se ve amenazado por
la intrascendencia y la banalidad. Asistimos a una pérdida de
la función ritual y de la ceremonia en favor de la contabilidad,
esa tarea de Leporello(s).
Se pasa del imperio siempre burlado de la castidad y de
la regulación, incluso monetaria, a la intrascendencia de en-
cuentros que no dejan huellas en la memoria. Catherine Millet
es el paradigma de la desvergüenza transformada en best-
seller.
La vergüenza —no la culpa— es la salvaguarda del ero-
tismo; es una llamada a la imaginación. La eliminación de los
siete velos banaliza el cuerpo de Salomé. Lo carnifica (léase
lo que «carnificar» quiere decir).
Presenciamos también la eliminación del juez y de la fun-
ción del otro: la confidencialidad ha sido suplantada por la di-
fusión en face-book. ¿Es más «real» la sexualidad cuando
los padres son llamados a cerrar el pico y cuando se acallan
las ideas de honor, vergüenza, etc. que fundaban las inhibicio-
nes, los síntomas y la angustia?
¿Celebrar o festejar? Sin duda las dos cosas: lo ganado y
lo perdido, el descorrimiento del neurotizante velo de misterio,
la revelación de la vulgaridad de lo que se escondía.
Los niños de doce años han visto ya pornografía hasta abu-
rrirse. Muchas veces acceden al conocimiento de la sexua-
-20-
ÍNDICE
Introducción 11
Cristina Jarque
Erotanatismo 15
Néstor A. Braunstein
El espejo del deseo 31
Lola Burgos
El instante del amor 46
Ani Bustamante
La histeria, una pasión de amor 54
Margarita Gasque
Sexualidad, amor y deseo en las estructuras clínicas 63
Jorge Gómez Alcalá
Del amor y la fidelidad: Eros, Psique y Narciso 77
Alfonso Gómez Prieto
Las Medeas de hoy 91
Cristina Jarque
Clínica del formulario versus clínica bajo transferencia 102
Mariam Martín Ramos
Acerca del amor en la anorexia 111
Graciela Pérez Alonso y
Patricia Barrioluengo Cuello
Amor, odio, a(muro) 121
Hans Saettele
El resplandor del amor 132
José Eduardo Tappan Merino
-21-
Dulcedo quedam mentis advenit
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