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Cuentos populares con tres deseos 
 1 
 
¿Quién no ha pedido alguna vez un deseo o ha fantaseado tan solo con la posibilidad de 
hacerlo? La literatura renueva en cada relato deseos y más deseos materiales y espirituales, 
individuales y colectivos, posibles e imposibles. 
Si pudieras pedir tres deseos, ¿qué pedirías? Pensalo bien, no vaya a ser que se te conceda 
algo que no quieras... 
 
 
En las próximas semanas te vamos a invitar a leer dos cuentos en los que se piden tres 
deseos: “Los deseos ridículos” y “El herrero y el diablo”1. 
 
 
 
 
 
También te vamos a proponer que releas y comentes algunos pasajes para compartir tu punto 
de vista; y que escribas para recrear y hacer tuyas las historias. 
 
En esta oportunidad, vamos a leer “Los deseos ridículos”, de Charles Perrault. 
 
 
 
Para saber más: érase una vez un cuento 
 
 
 
 
 
 
 
• Leé el cuento “Los deseos ridículos” y, si podés, compartí la lectura con tu maestra o maestro y 
tus compañeros en la escuela o con alguien que te acompañe en casa. 
 
 
1 Las obras literarias incluidas en este cuaderno han sido elaboradas por el equipo de Prácticas del Lenguaje de la 
Dirección Provincial de Educación Primaria o son adaptaciones realizadas con fines pedagógicos de obras pertenecientes 
a la Biblioteca Virtual Universal, Biblioteca Cervantes y Ciudad Seva. 
EL HERRERO Y EL DIABLO 
“Los deseos ridículos” es un cuento muy antiguo -data de 1694- de origen francés. En 
él se incluyó por primera vez la frase “érase una vez” para iniciar la historia. Más tarde, 
el mismo autor retomó la misma expresión en otros cuentos, hasta que acabó 
convirtiéndose en la fórmula típica para abrir una narración maravillosa. 
Cuentos populares con tres deseos 
 2 
LOS DESEOS RIDÍCULOS 
Charles Perrault 
En lo profundo de lo profundo del bosque, en una casita tan destartalada que a duras penas lograba sostenerse 
en pie, vivía un pobre leñador con su mujer. 
Cada día se levantaba al alba y trabajaba sin descanso hasta el atardecer recogiendo leña, la que cambiaba en 
el pueblo por un poco de harina, de sal o de legumbres. Por las noches las cigarras rodeaban la casa y 
canturreaban sus historias antiguas, mientras que adentro ardía un fuego bueno y la sopa olía a hierbas recién 
cortadas. 
El leñador y su mujer, sin embargo, no eran felices (o a lo mejor lo eran y no se daban cuenta). En lugar de 
contentarse con lo que era, añoraban lo que no era, soñando con una vida menos esforzada. Y como el tiempo 
fue pasando sin que la fortuna golpeara a la puerta, los sueños se les llenaron de rezongos. 
 
 
— Y yo… si tan solo pudiera alguna vez vestirme como viste la marquesa y pasearme por el pueblo con aires 
de gran señora -suspiraba la mujer. 
Y así pasaban sus días -y sus noches- deseando y deseando en vano, pues su pobreza seguía tan flaca como 
siempre. 
Cierto día en que regresaba a su casa resoplando bajo el peso de un enorme atado de leña, el leñador tropezó 
y cayó de bruces en el suelo. Sintiéndose entonces el ser más desdichado de la faz de la Tierra, comenzó a 
quejarse amargamente a los Cielos. 
— Heme aquí tirado, el más desgraciado de los hombres. No sé quiénes serán los que gobiernan mi fortuna, 
pero sin duda se trata de seres que carecen de corazón. ¡No se han dignado a concederme tan siquiera el más 
insignificante de los muchos deseos que les he pedido en todos estos años! 
—¡Qué largos son mis días de trabajo, y 
qué corta mi suerte! -se quejaba el 
leñador- ¡Y qué cansado estoy! Debe ser 
por el hacha. Está tan vieja la pobre que 
cada vez tengo que esforzarme más para 
cortar una rama. Ojalá pudiera comprarme 
una nueva. 
Cuentos populares con tres deseos 
 3 
En ese momento, el cielo se cubrió de nubarrones tan espesos que la noche cayó sobre el bosque. 
— ¡Sólo esto me faltaba! Va a llover y yo en el medio del bosque -continuó lamentándose el leñador. 
 
 
El leñador, aturdido, no podía creer a sus ojos (ni a sus oídos). Una nube bajó y bajó, y cuando estuvo tan cerca 
de él que podía tocar las pequeñas gotas que la formaban, salió de ella un hombre muy alto de túnica blanca 
y con el ceño visiblemente fruncido. Llevaba en sus manos un rayo resplandeciente. 
Habrán de saber que por aquel bosque aún merodeaban los dioses antiguos, aquellos que la gente había 
olvidado hacía largo tiempo, y que el enigmático aparecido no era otro que el mismísimo Júpiter, el más 
poderoso de todos ellos, que había decidido descender del Olimpo para acallar las quejas que no lo dejaban 
dormir. 
— ¡Te quejas con tanta fuerza que es imposible pegar un ojo! ¡Deja ya de lamentarte, buen hombre, y dime 
de una buena vez qué es lo que deseas! –dijo el desconocido estregándose los ojos. 
— Na… nada deseo, señor, nada. Ni rayos ni truenos ni nada de lo que usted tiene para ofrecer -contestó el 
leñador tartamudeando por el susto. 
— Deja de temblar y presta atención. Yo soy Júpiter, señor del Cielo y de la Tierra, y he venido a aliviar tus 
penas. Es por eso que voy a concederte los tres primeros deseos que formules. 
— ¿En verdad tienes ese poder? 
— Ese, y muchos más. No olvides mis palabras: los tres primeros deseos que pronuncies con verdadero fervor 
se cumplirán de inmediato, sean los que fueren. Pero no expreses tus deseos a la ligera. Regresa a tu casa y 
piénsalos bien, pues no te daré sino tres, y tu felicidad depende de ellos. Verás que no resulta fácil escoger un 
deseo cuando se sabe que se va a cumplir. 
Pronunciadas estas palabras, Júpiter desapareció en su nube, y el día volvió a ser claro y brillante. 
 
Apenas terminó de pronunciar estas palabras 
un relámpago partió el cielo en dos pedazos y 
un trueno retumbó en el páramo, y a través 
del trueno se oyó una voz. 
—¡Ya bastaaa! ¡Basta de tanta queja! 
 
Cuentos populares con tres deseos 
 4 
El leñador, loco de contento, echó a su espalda el haz de leña, que ahora no le pareció en absoluto pesado, y 
llevado por las alas de la alegría, volvió a su casa en un santiamén, dando grandes pasos y saltos. 
Y a los saltos entró en su cabaña, gritando: 
— Mujercita mía, enciende una buena lumbre y prepara abundante cena pues somos ricos, ¡pero muy ricos!; 
y tanta es nuestra dicha que todos nuestros deseos se verán por fin realizados. 
Y entonces, punto por punto, le contó todo lo sucedido a su esposa, cuyos ojos se iban encendiendo más y 
más a medida que escuchaba el relato. 
— Ahora podré dejar esta miserable choza y mudarme a un palacio. Pero qué digo un palacio, ¡voy a pedir el 
palacio de la mismísima marquesa! Ahí desayunaré cada mañana pastelitos de crema y leche tibia con 
caramelo -decía la mujer, sin saber a ciencia cierta si tales manjares existían. 
— Yo quisiera que la casa tuviera un techo que no gimiese y gotease cada vez que caen tres gotas. ¡Y una 
alacena repleta de hormas de queso y de vino bien estacionado! -soñaba por su lado el marido… 
— ¡Joyas y vestidos! ¡Polvos y perfumes! 
— Un hacha que no se oxide ni se desafile nunca. ¡Y un buen sacón de piel para no sentir frío cuando salgo al 
bosque en el invierno! 
— Y por cierto que no he de estropear mis zapatos nuevos andando por el barro. Iré en carruaje, como 
corresponde a una marquesa… 
— Me vendría bien una mula bien robusta para cargar la leña de vuelta. Ya no soy tan joven… 
En ese momento la mujer miró a su marido con sorpresa y también con cierto desdén, pues pensó que sus 
deseos se habían quedado un tanto pequeñitos. 
Quedaron mirándose en silencio por un breve instante, al cabo del cual ella dijo: 
— No nos dejemos llevar por la impaciencia. Dejemos para mañana nuestro primer deseo, consultándolo antes 
con la almohada, que es buena consejera. 
— Estoy de acuerdo -respondió el hombre-. Mientras tanto, celebremos esta noche. Anda, aviva el fuego que 
yo traeré el vino añejo que guardo para las grandes ocasiones. 
La pareja bebió alegremente el vino y compartió unas rebanadas de pan mientrasseguía haciendo castillos en 
el aire. 
Mientras hablaban, la mujer tomó unas tenazas y atizó el fuego; y viendo los leños encendidos dijo 
distraídamente: 
— Con estas brasas tan buenas, ¡qué bien vendría una buena vara de morcilla! 
— Es verdad, mujer. ¡Ojalá tuviéramos una aquí mismo! 
Tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, cayó por la chimenea una morcilla muy grande, 
causando un gran alboroto de chispas por toda la habitación. 
Al instante la mujer lanzó un grito de indignación. ¡Habían malgastado el primer deseo en una simple morcilla! 
Y entonces, hecha una furia, porque a su juicio la torpeza correspondía a su marido, la emprendió contra el 
pobre con las palabras más hirientes que pudo encontrar. 
— ¡Qué necio eres! Se podría pedir un palacio, oro, collares de perlas, carruajes, vestidos… ¿Y no se te ocurre 
desear más que una morcilla? 
— Pero mujer, ¡no he hecho más que repetir lo que tú misma acabas de decir! -se defendió el hombre. 
— ¡Una morcilla! De morcilla hay que tener rellenos los sesos para hacer lo que has hecho tú. 
 
Cuentos populares con tres deseos 
 5 
 
Dicho y hecho, la nariz de la mujer se transformó al punto en una morcilla que al colgarle por sobre la boca no 
la dejaba hablar con naturalidad, y menos aún gritar. 
Hubo entonces unos instantes de silencio. El leñador miraba fijamente el fuego con la boca abierta mientras 
se rascaba el cogote, cosa que hacía cada vez que tenía que concentrarse en sus pensamientos. 
 
“Con el deseo que me queda -pensaba el hombre- podría convertirme en rey, pero hay que pensar la tristeza 
que tendría la reina cuando, al sentarse en su trono, se viera con la nariz más larga que una vara. Voy a ver 
qué dice, y que decida ella: si prefiere convertirse en una reina y conservar esa horrible nariz o quedarse como 
una simple leñadora con la nariz corriente, como las demás personas, tal como la tenía antes de la desgracia.” 
En estas cavilaciones andaba el leñador cuando su mujer, ya apaciguada, rompió el silencio. 
— ¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? –dijo en un murmullo, aunque resultaba difícil tomarla en serio, porque al 
hablar la morcilla bailoteaba por su rostro como una marioneta. 
— Nos queda sólo un deseo. Puedo pedir transformarme en rey, y a ti en reina. O bien puedo devolverte tu 
nariz. Elige, mujer: o reina con esa nariz, o leñadora con la nariz con la que viniste al mundo. 
 
Al escuchar estas y otras injurias, el esposo, más de una vez, 
se sintió tentado de formular un deseo mudo. Y, dicho 
entre nosotros, habría sido lo mejor que hubiera podido 
hacer. 
Al fin, viendo que su mujer no cesaba en sus agrias 
palabras, perdió la paciencia y gritó furioso: 
— ¡Maldita sea la morcilla que te ha desatado la lengua! 
Quiera el Cielo que se te vuelva morcilla la nariz para que 
te calles de una buena vez. 
 
 
 
¡Ya se podrán imaginar el efecto de tal 
prodigio sobre el rostro de aquella mujer! 
 
A su lado, la mujer hacía unas morisquetas 
muy graciosas mientras se ponía bizca 
tratando de ver su nueva nariz. Un rayo de 
luna se coló por la ventana y se reflejó en 
la tersa morcilla. 
 
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 6 
— Pero… ¿qué clase de reina se pasea entre sus súbditos precedida de una nariz más larga que una semana 
sin pan? Todos se van a reír de mí, lo sé, sobre todo la marquesa. 
— Cuando se está coronada siempre se tiene la nariz bien hecha -replicó su marido tratando de conformarla. 
Mucho discurrieron antes de tomar una decisión, pero como su mirada no podía apartarse de la morcilla -que 
a cada gesto se movía como una rama a impulsos del viento- prefirió la leñadora conservar las narices antes 
que hacerse reina y fea. 
 
 
Y tocándosela una y otra vez, como si temiera perderla de nuevo, sentenció: 
— Después de todo, no estoy segura de que sea cosa buena vivir como marquesa. Ese palacio se ve tan solitario 
y frío… Quizás sea mejor tomar las cosas como vienen. Mientras tanto, comámonos la morcilla, puesto que es 
lo único que nos queda de los tres deseos. 
El marido pensó que su mujer tenía razón, y cenaron alegremente, sin volver a preocuparse por las cosas que 
habrían podido desear. 
 
 
• Si en algún momento tenés posibilidad de conectarte al siguiente enlace, podés escuchar en este 
audio la lectura del cuento. 
 
https://soundcloud.com/deppba/los-deseos-ridiculos 
Una vez que el leñador hubo formulado el tercer 
deseo, su mujer corrió a mirarse en el espejo, 
donde comprobó con alegría que había 
recuperado su nariz. 
 
 
Cuentos populares con tres deseos 
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Para saber más: ¿de dónde habrá salido este cuento? 
 
 
 
 
 
Para pensar sobre las decisiones de los personajes 
¿Por qué habrán pedido esos deseos? 
Te proponemos ubicar en el cuento la parte en la que el leñador pide el primer deseo y releer desde 
ahí (página 4) hasta el final. Allí se presentan varias cuestiones interesantes para pensar acerca de 
los deseos que se piden y de las razones que llevan a pedirlos. Muchas de ellas no tienen una 
respuesta única, pues dependen de la forma en que cada lector interprete lo que dice el texto. 
 
Ø Después de releer el fragmento propuesto, escribí tus respuestas expresando tu propia 
interpretación. 
 
Ø Cuando resulte posible, podés comentar también lo que pensás con alguien de tu familia 
y solicitar otras opiniones. 
 
 
• ¿Cómo es que el leñador y su mujer no llegan a pedir los deseos que formulan al principio de la 
historia? ¿Por qué será que terminan cenando alegremente a pesar de todo? 
 
• Según el título los deseos son ridículos. Pero los personajes del cuento nunca se refieren a sus 
deseos como ridículos. ¿Quién califica entonces de ridículos a los deseos que se formulan en el 
cuento? ¿A vos también te parece que son ridículos? 
 
• El primer deseo es consecuencia de una distracción, el segundo de un momentáneo rapto de 
furia. Pero antes de decidir el tercer y último deseo, el leñador reflexiona cuidadosamente porque 
tiene que elegir entre dos opciones. ¿Cuáles son las opciones que considera el leñador en el 
tercer deseo? ¿Qué hubieses decidido vos? 
 
Para saber más: un largo recorrido hasta nosotros 
 
 
 
 
 
En otros tiempos, cuando no había electricidad y los libros eran muy escasos, la gente acostumbraba a 
contar historias a la luz de la lumbre, sobre todo en el ámbito rural. Esas narraciones -que venían de 
tiempos inmemoriales, por lo que nadie sabía quiénes las habían creado- se conocen hoy como cuentos 
tradicionales. Simplemente estaban ahí, se transmitían de vecino en vecino por distintas comarcas y de 
padres a hijos por distintas generaciones. Algunas de ellas eran muy populares, todo el mundo las 
conocía, y gustaba de escucharlas una y otra vez. Una de esas historias que circulaban en forma anónima 
dio origen al cuento que hemos compartido hoy, “Los deseos ridículos”. 
En un momento dado, un par de siglos atrás, aquellas antiguas narraciones orales pasaron a la escritura. 
Sucedió a partir de que algunos estudiosos se interesaron en ellas, y se propusieron recopilarlas para que 
no cayeran en el olvido. Estos estudiosos recorrieron los villorios y la campiña pidiéndole a la gente de 
pueblo que les contaran las historias que conocieran, las que anotaron y reelaboraron para que se 
aproximaran más al lenguaje literario de la época. Luego las publicaron en recopilaciones que reunían 
varios cuentos, y así han llegado hasta nosotros. “Los deseos ridículos” fue recogido y reelaborado por 
Charles Perrault. Otros famosos recopiladores y escritores de cuentos trandicionales fueron los hermanos 
Grimm y Hans Christian Andersen. 
Cuentos populares con tres deseos 
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Para pensar sobre la diferencia entre los deseos del leñador 
y los de su mujer 
 
¿Hay que pensar en grande o en chiquito? 
El leñador y su mujer deseaban cosas muy diferentes. En un grado de otra escuela hubo mucho 
debate sobre esa cuestión del cuento. Un grupo de chicas y chicos opinó que la mujer tienerazón 
cuando piensa que los sueños del leñador “se habían quedado un tanto pequeñitos”. Pero otro grupo 
de chicas y chicos dijo que a lo mejor eran los sueños de la mujer los que aspiraban a cosas 
demasiado grandes. ¿A vos, qué te parece? ¿Cuál de esas dos posiciones defenderías? 
¿Considerás que lo que los personajes desean tiene que ver con sus formas de ser? 
 
Ø Antes de responder, releé este fragmento. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Para saber más: unas historias un poco inquietantes 
 
 
 
 
 
 
 
— Ahora podré dejar esta miserable choza y mudarme a un palacio. Pero qué digo un palacio, ¡voy a pedir 
el palacio de la mismísima marquesa! Ahí desayunaré cada mañana pastelitos de crema y leche tibia con 
caramelo -decía la mujer, sin saber a ciencia cierta si tales manjares existían. 
— Yo quisiera que la casa tuviera un techo que no gimiese y gotease cada vez que caen tres gotas. ¡Y una 
alacena repleta de hormas de queso y de vino bien estacionado! -soñaba por su lado el marido… 
— ¡Joyas y vestidos! ¡Polvos y perfumes! 
— Un hacha que no se oxide ni se desafile nunca. ¡Y un buen sacón de piel para no sentir frío cuando salgo 
al bosque en el invierno! 
— Y por cierto que no he de estropear mis zapatos nuevos andando por el barro. Iré en carruaje, como 
corresponde a una marquesa… 
— Me vendría bien una mula bien robusta para cargar la leña de vuelta. Ya no soy tan joven… 
En ese momento la mujer miró a su marido con sorpresa y también con cierto desdén, pues pensó que sus 
deseos se habían quedado un tanto pequeñitos. 
 
La mayoría de los cuentos infantiles más famosos se originaron en la tradición oral anónima europea, 
como “Caperucita Roja”, “La Cenicienta”, “La Bella Durmiente”, “Blancanieves” y “Hansel y Gretel”, entre 
muchos otros. Pero en sus versiones orales primitivas los cuentos no estaban dirigidos a los niños, y solían 
incluir episodios bastante crueles y tenebrosos. Estas partes más oscuras -que causarían no poca 
impresión a las niñas y a los niños de nuestros días- fueron suprimidas por los recopiladores. 
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Para pensar sobre algunas partes escritas en forma poética 
 
¿Cómo es que a veces la belleza del lenguaje nos hechiza? 
Algunas partes del cuento nos llaman particularmente la atención porque incluyen frases y 
expresiones fuera de lo común, que parecieran producir ciertos sentimientos o crear ciertos climas 
que nos ayudan a imaginar mejor la historia. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el inicio: 
 
 
 
 
 
 
 
Este fragmento expresa que el leñador y su mujer vivían muy lejos y eran muy pobres, pero de una 
manera especial, como si nos lo hiciera sentir. La frase “en lo profundo de lo profundo” nos aproxima 
la espesura del bosque, como si nos adentráramos en él una vez y luego una vez más. La palabra 
“destartalada” nos ayuda a imaginar cuán frágil era su morada que –además- lucha por no caerse, 
casi como si fuera una persona. Todo eso nos provoca un sentimiento de afecto, y quizás también 
un poco de pena, por los personajes. 
 
Te proponemos que elijas un pequeño fragmento que te guste mucho porque la forma en que está 
escrito te produce algo especial, y que lo transcribas a continuación. Si querés, tal como lo hicimos 
nosotros, podés explicar qué sentimiento te produce ese fragmento y cuáles de las expresiones o 
palabras te llaman particularmente la atención en él. 
 
 
• Fragmento elegido: 
 
 
 
 
 
• Lo elegí porque: 
 
 
 
 
 
Ø Cuando vuelvas a la escuela, vos y tus compañeras y compañeros podrán compartir con la 
maestra o maestro los fragmentos que eligieron. 
 
 
En lo profundo de lo profundo del bosque, en una casita tan destartalada que a duras penas lograba 
sostenerse en pie, vivía un pobre leñador con su mujer. 
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Para saber más: un dios un tanto cascarrabias 
 
Para inventar a partir de esta historia 
 
¿Qué habría pasado si…? 
En este cuento, el primer pedido del leñador inicia una secuencia en la que cada deseo es 
consecuencia del anterior. ¿Qué habría pasado, entonces, si en lugar de una morcilla el leñador 
hubiese pedido otra cosa? La historia habría sido bastante diferente. 
 
Por ejemplo, si el leñador -porque sentía frío- hubiese dicho sin querer: 
 
— “¡Ojalá que el fuego de este hogar ardiera con más fuerza!”. 
El segundo deseo podría haber sido: 
— “¡Que los duendes del bosque apaguen este fuego!”. 
Y el tercer deseo quizás hubiese podido ser: 
— “¡Que se vayan estos diablillos tan traviesos, que lo han dejado todo patas para arriba, y bien se 
ve que ha resultado peor el remedio que la enfermedad!”. 
 
• Pensá qué habría pasado si el primer deseo del leñador hubiese sido: 
T que el nogal diera nueces gigantes ese año. 
T que la sopa brotara de su olla sin parar. 
T que él y su mujer pudieran volar hasta la luna. 
T que su hacha trabajase por sí sola, para no tener que esforzarse al derribar los 
árboles. 
• Elegí el que más te guste y anotalo aquí. ¿Cuál hubiera podido ser el segundo deseo 
en ese caso? 
 
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Júpiter es el nombre que los romanos le dieron al mismo dios 
que los griegos llamaban Zeus. En la mitología greco-romana, 
los dioses tenían apariencia humana, aunque tenían poderes 
sobrenaturales y eran inmortales. En muchas ocasiones 
también se comportaban como humanos, ya que eran capaces 
de enojarse, sentir celos o tener conductas bastante 
caprichosas. Júpiter es el padre de muchos de los demás dioses, 
y el más poderoso de todos ellos. Su principal poder es el 
dominio del rayo, que puede usar como si fuera una lanza. 
Cuando está enojado, su voz se asemeja a un trueno. Según la 
creencia, Júpiter y la mayoría de los dioses moraban en el 
Monte Olimpo, que es una montaña de Grecia. Desde allí 
observaban las acciones de los hombres como si se tratara de 
un espectáculo montado para distraerlos. En muchas ocasiones, 
además de contemplarlos, intervenían para favorecer o para 
obstaculizar los planes de los seres humanos, de acuerdo a que 
fueran o no de su agrado. 
 
Cuentos populares con tres deseos 
 11 
Ahora, te invitamos a reescribir la última parte del cuento cambiando los deseos que se piden. 
Algunas ayudas antes de empezar 
• Elegí, entre las anteriores, la secuencia de deseos que prefieras. Si no te gusta ninguna de ellas, 
podés partir de un primer deseo que inventes por tu cuenta. 
 
• Al contar la historia, tené en cuenta que: 
 
T el primer y el segundo deseo se piden sin pensar y, en lugar de dar felicidad, 
generan inconvenientes y calamidades. 
 
T el tercer deseo se destina a reparar el daño provocado por los dos primeros. 
 
• Podés empezar así: “El leñador y su mujer habían decidido postergar hasta el día siguiente la 
decisión de los deseos que iban a pedir, para pensarlos mejor. Pero en ese momento el leñador, 
distraídamente, dijo sin querer…” 
 
• Ahora sí, teniendo en cuenta estas orientaciones, te invitamos a empezar a escribir. Cuando 
termines tu borrador, no te olvides de releerlo con cuidado para ver si es necesario mejorar alguna 
parte. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ø Si estás haciendo la primera escritura en tu casa, podés leer a alguien lo que escribiste y 
pedirle que te haga sugerencias. 
 
 
Ø Cuando vuelvas a la escuela, podrás revisar loque escribiste con tu maestra o maestro y 
tus compañeras y compañeros. 
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