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01Maingueneau, Dominique (2007) - Análisis de textos de comunicación - Gabriela Nuñez

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DominiqueMaingueneau 
, 
ANALISIS 
DETEXTOS , 
DE COMUNICACION 
Traducido de la segunda edición francesa, 
totalmenfe revisada y aumentada 
Ediciones Nueva Visión 
Buenos Aires 
Maingueneau, Dominique 
Análisis de textos de comunicación - 1ª ed. - Buenos Aires: Nueva 
Visión, 2009. 
280 p.; 20x14 cm. (Claves, dirigida por Hugo Vezzetti) 
Traducción de Víctor Goldstein 
I.S.B.N. 978-950-602-587-8 
1. Análisis del discurso l. Goldstein, Víctor (trad.) 11. Título 
CDD 801 
Título del 01iginal en francés: 
Analyser les textes de comniunication. Deuxieme édition entiere-
ment revue et augmentée 
© Armand Colín, 2eme édition, 2007 
Traducción de Víctor Goldstein 
I.S.B.N. 978-950-602-587-8 
Toda reproducción total o parcial de esta obra por 
cualquier sistema -incluyendo el fotocopiado-
que no haya sido expresamente autorizada por el 
editor constituye una infracción a los derechos 
del autor y será reprimida con penas de hasta seis 
años de prisión (artículo 62 de la ley 11.723 y 
artículo 172 del Código Penal). 
© 2009 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189) Buenos 
Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 
11.723. Impreso en la Argentina/ Printed in Argentina 
PREFACIO 
Vivir en el mundo contemporáneo es verse enfrentado a una multitud 
de textos tan efímeros como invasores: folletos, anuarios, diarios, 
carteles, guías tmisticas, «mailings» publicitarios ... Enunciados vis-
tos a vuelo de pájaro, hojeados, consultados, raramente leídos, en el 
verdadero sentido de la palabra. 
En la enseñanza secundaria se interesan cada vez más en estos 
enunciados poco prestigiosos. Es lo que también ocurre, por supues-
to, en los programas de estudios con vocación profesional (IUT,' 
escuelas de periodismo, de ciencias políticas, de comercio, de comu-
nicación ... ), pero también en las facultades de letras y de lenguas, 
donde se desarrollan nuevas ramificaciones: «especializadas», «apli-
cadas», «profesionales» ... 
Una de las caractelisticas de la investigación actual sobre el len-
guaje es la emergencia de trabajos que, en vez de replegar el lenguaje . 
sobre la arbitrariedad de sus unidades y sus reglas, encaran los 
enunciados como discursos. Estos trabajos, hablando con propiedad, 
no tienen que ver con una disciplina, pero participan en un espacio de 
intercambios inestable entre diversas disciplinas, donde cada una 
estudia el discurso a través de un punto de vista que le es propio: 
análisis de la conversación, teorías de la argumentación, de la 
comunicación, sociolingüística, etnolingüíst_ica, análisis del discur-
so ... (la lista no es exhaustiva) se distribuyen, a menudo de manera 
conflictiva, este campo de investigación abierto sobre campos co-
;, IlJT, Institut Uni11ersitaire de Technologie, Instituto Universitario de Tec-
nología. íN. del T.] 
5 
nexos (sociología, psicología, historia ... ). Esta apertura de las cien-
cias de] lenguaje tropieza con las preocupaciones de cantidad de 
investigadores de otros campos de las ciencias humanas y sociales, 
también ellos preocupados por tener en cuenta la dimensión lingüís-
tica de sus objetos. 
En este manual hemos adoptado el punto de vista del análisis del 
discurso, que no tiene en cuenta ni la organización textual en sí 
misma ni la situación ele comunicación, sino que se esfuerza por 
asociarlas íntimamente. El analista del discurso puede tomar como 
base de trabajo un género discursivo (una consulta médica, un curso 
de lengua, un debate político televisado ... ) tanto como un sector del 
espacio social (un servicio de hospital, un café, un estudio de 
televisión ... ) o un campo discursivo (político, científico ... ); pero no 
parte de un género sino para inscribirlo en sus lugares y no delimita 
un lugar sino para considerar cuál(es) género(s) discursivos le están 
asociados. Un texto publicitalio, por ejemplo, no es estudiado sola-
mente como una estructura textual, un encadenamiento coherente 
de signos verbales, ni comD uno de los elementos de una estrategia 
de marketing, sino como actividad enunciativa referida a un género 
discursivo: el lugar social del que emerge, el canal por el que pasa 
(oral, escrito, televisado ... ), el tipo de difusión que implica, etc., no 
son disociables de la manera en que se organiza el texto. 
En este libro no tratamos de trazar un panorama de las problemá-
ticas del análisis del discurso, ni de construir un modelo detallado de 
lo que es la actividad discursiva: sólo indicamos sµs características 
mayores y proponemos cierta cantidad de entradas para el análisis de 
textos esclitos, privilegiando los más estudiados, la prensa y la 
publicidad. Para estudiar seriamente los corpus orales habría que 
disponer de registros audiovisuales y movilizar el enorme aparato 
conceptual y descriptivo que desarrolló el análisis conversacional. 
Tampoco consideramos la dimensión icónica (fotos, dibujos, esque-
mas, compaginación ... ) de los textos, de modo de concentrarnos 
solamente en e I material verbal. Pero esto no es más que una elección 
didáctica: un texto publicitario, en particular, es fundamentalmente 
un «iconotexto», imageny habla, donde la misma verbalidad consti-
tuye una imagen. 
Más allá de su utilidad inmediata, este libro se inscribe en un 
movimiento que se afirma, el de una didáctica de las ciencias del 
lenguaje que esté vuelta hacia públicos para los cuales el estudio de 
G 
la lengua no es una preocupación pri01itaria. Esta resfricción nos 
obliga a no presuponer en nuestro lector más que un mínimo de 
conocimientos en mate1ia de lingüística.No obstante, esperamos que 
al término de su reconido tendrá ganas de echar una mirada 
diferente sobre los enunciados que lo rodean. 
7 
l. ENUNCIADO Y CONTEXTO 
EL SENTIDO DE UN ENUNCIADO 
Para encarar de manera conveniente los enunciados no es posible 
apoyarse en una concepción inadecuada del sentido. Por eso, en este 
primer capítulo vamos a tratar de subrayar la complejidad de las 
relaciones entre sentido y contexto. 
Un proceso asimétrico 
Habitualmente se considera que cada enunciado es portador de un 
sentido estable, el que puso ahí el locutor. Este sentido selia el que 
descifra el destinatario, que dispone del mismo código que el locutor, 
ya que habla la misma lengua. En esta concepción de la actividad 
lingüística, el sentido de algún modo se encontralia inscrito en el 
enunciado, cuya comprensión, en cuanto a lo esencial, pasaría por un 
conocimiento del léxico y de la gramática de la lengua; el contexto 
desempeñaría un papel periférico, suministralia los datos que permi-
tirían salvar las ambigüedades eventuales de los enunciados. Si por 
ejemplo uno dice «El perro ladra» o «Ahí pasó ella», el contexto no 
serviría más que para determinar si «el perro» designa a un perro 
particular o a la clase de los penos, a quién se refiere «ella», si «pasó» 
se refiere a un movimiento o a un color, etcétera. 
La reflexión contemporánea sobre el lenguaje puso sus distancias 
respecto de tal concepción de la interpretación de los enunciados: el 
contexto no está simplemente colocado alrededor de un enunciado 
9 
que contendría un sentido parcialmente indeterminado, que el destina-
tario no tencb.ia más que especificar. En efecto, todo acto de enunciación 
es fundamentalmente asimétiico: el que interpreta el enunciado re-
construye su sentido a partir de indicaciones dadas en el enunciado 
producido, pero nada garantiza que lo que reconstruye coincide con las 
representaciones del enunciador. Comprender un enunciado no es 
solamente remitirse a una gramática y a un diccionario, es movilizar 
saberes muy diversos, hacer hipótesis, razonar, construyendo un 
contexto que no es un dato preestablecido y estable. La idea misma de 
un enunciado que posea un sentido fijo fuera de contexto se vuelve 
indefendible. Lo cual, por supuesto, no significa que las unidades léxicas 
no signifiquen nada a priori, pero fuera de contexto no es posible hablar 
verdaderamente del sentidode un enunciado, a lo sumo de coerciones 
para que un sentido sea atribuido a tal secuencia verbal en una situación 
particular, para que se convierta en un verdadero enunciado, asumido 
en un lugar y un momento singulares por un sujeto que se dirige con 
cierto propósito a uno u otros sujetos. 
El estatus pragmático del enunciado 
Imaginemos que en alguna administració_n vemos en la pared de una 
sala de espera un cartelito de plástico de 30 centímetros por 20 en el 
cual está escrito en letras mayúsculas rojas: 
NO FUMAR 
Aquí tenemos un enunciado de los más sencillos y cuya interpre-
tación parece inmediata. De hecho, su interpretación no parece 
inmediata sino porque no somos conscientes de lo que debemos 
movilizar para atribuirle un sentido. 
Para querer interpretar lo que se encuentra en ese caitelito debemos 
empezar· por considerarlo como una secuencia de signos, más precisa-
mente como una secuencia verbal, un enunciado. Esto implica que se le 
atribuya una fuente enunciativa, pai·a el caso un sujeto que, recurriendo 
a la lengua española, tencb.ia la intención de transmitir cierto sentido a 
un destinatario. Las condiciones materiales de presentación desempe-
ñan un papel esencial para que el enunciado reciba ese estatus. En 
efecto, supongan10s que en vez de un sobrio cartelito de plástico cubierto 
de letras mayúsculas rojas tengamos un cartel abigan-ado, enmarcado, 
10 
firmado en una esquina, donde las letras, poco legibles, de tamaños 
desiguales y multicolores, dibujaran una curva caprichosa. La gente que 
espera en la sala se sentirán en todo su derecho de pensar que se trata 
de un objeto con valor decorativo, una obra de arte, y considerarán que 
no tienen ninguna necesidad de descifrar de qué se trata. 
Supongamos ahora que nuestro enunciado «No fumar» está esc1ito 
en la pared con marcador, al lado del torpe dibujo de una flor grande y 
de un corazón atravesado por una flecha; los clientes probablemente no 
se sentirán obligados por lo que les resultará una especie de grafiti. 
En cambio, de un cartel confeccionado según un modelo conocido, de 
forma geométiica, dispuesto a una altura correcta y de tamaño 
suficiente para que todos lo vean se pensará que no está ahí por azar, 
que se trata de un enunciado de cierta importancia. 
Pero todavía hay que determinar que uno está frente a una 
prohibición. En efecto, este enunciado, como todo enunciado, posee 
cierto valor pragmático, es decir, que pretende instituir cierta 
relación con su destinatario. Para eso es muy necesario que muestre 
de una u otra manera ese valor pragmático, el acto que pretende 
realizar por su enunciación. Si el usuario no logra determinar cuál es 
ese acto no adoptará un comportamiento adecuado en relación con el 
enunciado: una prohibición no tiene las mismas consecuencias 
prácticas para él que un deseo o un proverbio, una orden infringida 
puede acarrear como mínimo una reprimenda, hasta una multa. 
Una vez más, las condiciones materiales de presentación intervienen 
de manera decisiva para determinar cuál es el valor pragmático 
pertinente: 
- puede tratarse, como en el caso de las señales ruteras, de carteles 
convencionales de cierta forma y de cierto color que están reservados 
a las prohibiciones. En este caso, el solo hecho de ver el cartel basta 
para determinar el estatus del enunciado; 
- al lado del enunciado propiamente dicho puede encontrarse una 
indicación llamadaparatextual que explicita su estatus: «Extracto del 
reglamento», «Decreto municipal del...», etcétera; 
- es posible que no haya ni cartel convencional ni indicación 
paratextual. Entonces hay que hacer intervenir el conocimiento de 
los usos de nuestra sociedad. Por experiencia sabemos que los orga-
nismos (empresas, administraciones ... ) ponen en las paredes letreros 
con valor práctico («Empujar», «Salida», etc.) o consignas ( «Prohibido 
arrojar papeles», «No superar la línea amarilla», etcétera). 
11 
No basta con identificar este enunciado como una prohibición regla-
mentaria; también hay que presumir que es serio, que la instancia 
que lo comunica realmente tiene la intención de significar lo que 
significa, de actuar de cierta manera sobre el destinatario. 
En efecto, a menudo ocurre que no sepamos si un enunciado debe 
o no tomarse al pie de la letra, si es irónico o si es una broma. Si 
tuviéramos en la misma pared, al lado de «No fumar», otro cartel, de 
la misma apariencia, que pusiera «Prohibido prohibir», podríamos 
dudar de la seriedad de la prohibición, puesto que el contexto mismo 
nos daría las indicaciones que descalifican el enunciado. En cambio, 
si ese «Prohibido prohibir» estuviera esclito en forma de grafiti, por 
el contrario eso no haría sino reforzar la seriedad de la prohibición de 
fumar: uno pensaría que un revoltoso se alza contra toda coerción o 
que un fumador manifestó su mal humor. 
Un enunciado puede ser perfectamente serio, al menos desde 
cierto punto de vista, pero tener que ver con el discurso literario. De 
ser así, realiza un acto discursivo que no se puede poner en el núsmo 
plano que los otros. Si en una esquina del cartel se leyera el nombre 
de Jacques Prévert, el enunciado cambiaria completamente de 
estatus. 
LAS :MARCAS LINGÜÍSTICAS 
El infinitivo 
Sin embargo, tal vez se diga, la vía de acceso más sencilla al estatus 
pragmático es todavía el mismo contenido del enunciado: basta con 
comprender el sentido de las palabras y las reglas de la sintaxis para 
ver que es una prohibición de fumar cigarrillos. 
De hecho, una vez más las cosas no son tan inmediatas: 
- el verbo fumar puede tener varios sentidos, y la elección del que 
es pertinente en esta situación (no fumar cigarrillos) no se opera de 
manera automática. No se estaría tan seguro de que se trata de 
tabaco si uno se encontrara en una fábrica de embutidos y si el cartel 
se encontrara ante una pila de jamones ... ;º 
- la identificación del sujeto sobreentendido del verbo en infinitivo 
· «Fumar" y «ahumar" se dicen de la misma manera en francés: fumer. [N. 
del T.I 
12 
tampoco es evidente. En este ejemplo tomado de un poema de 
Mallarmé titulado «Brisa marina»: «¡Ay!, la carne es triste, y he leído 
todos los libros./ ¡Huir! Allá, ¡huir! l. .. ]», el sujeto sobreentendido es 
el propio enunciador. En cambio, en nuestro ejemplo ,,.No fumar» la 
posición de sujeto es cumplida por el propio lector: no debe fumar el 
que lee este cartel de «No fumar». La selección del referente del 
sujeto se opera por distintas vías en «Fumar está prohibido» y «¡No 
fumar!» o «¡Huir!»: el primero remite al conjunto de los individuos 
susceptibles de fumar, mientras que en una proposición independien-
te, en el infinitivo el referente del sujeto no puede ser más que el 
enunciador o el destinatario mismos de ese enunciado; 
- un verbo en infinitivo no necesariamente expresa una exhorta-
ción o, en forma negativa, una prohibición. En una frase independien-
te, un infinitivo sin sujeto expresado no puede ser asertivo, vale decir, 
plantear un enunciado como verdadero o falso. Cuando el enunciado 
no es asertivo, por ejemplo: «¡Dejar la casa!», puede ser interpretado 
como un deseo, un consejo, una orden... Por lo tanto, hay que 
determinar entre los diversos valores no asertivos el que aquí es 
pertinente, para el caso la prohibición; 
- de hecho, si interpretamos «No fumar» como una prohibición, no 
es a causa.sólo del sentido de «fumar», sino también porque sabemos 
que los carteles en las paredes de las administraciones en general 
expresan órdenes, y no deseos, que los médicos dicen que fumar 
perjudica la salud, que el Estado promulgó leyes contra el tabaquis-
mo, que existen campañas de publicidad a tal efecto, etc. Así, estamos 
inmersos en un interdiscurso, en un conjunto infinito de palabras 
de todo tipo que vienen a orientar nuestra lectura de este cartel en 
la sala de espera. 
El anclaje en la situación enunciativa 
Nuestro cartel «No fumar» está constituido por una sola frase, que 
presentala particularidad de constituir por sí solo un texto completo 
y no in1plicar ni marcas de persona ni de tiempo. Se trata de una 
situación poco común. En la inmensa mayolia de los casos, las frases 
son portadoras de marcas de tiempo y de persona y se encuentran 
insertadas en unidades más vastas, textos. 
Supongamos que en vez de «No fumar» leemos en el cartel: «Esta 
habitación es un espacio para no fumadores». En este caso no se trata, 
13 
hablando con propiedad, de una prohibición, sino de una suerte de 
comprobación, de aserto que clasifica a cierto lugar en cierta catego-
1ia. No es difícil imaginar situaciones muy vaiiadas donde un 
enunciado semejante no tendría ningún valor de prohibición. Por 
eje.mplo, el dueño del establecimiento puede hacer visitar el edificio 
a la comisión de seguridad y decirle, al abrir la puerta: «Esta 
habitación es un espacio para no fumadores». 
A diferencia de «No fumar», el enunciado de este nuevo cartel 
posee marcas de tiempo y de persona, así como el determinante 
demostrativo «esta». El presente puede interpretarse de maneras 
muy diversas. Así, en los siguientes enunciados: 
(1) Tengo un poco de frío. 
(2) María es depresiva. 
(3) Dan «Blancanieves» en el Rex. 
los presentes tienen una duración muy variable: (1) probablemente 
no dura más que algunos minutos; (2) según los casos puede remitir 
a una duración que va de algunas semanas a algunos años, hasta toda 
la vida si se trata de un rasgo de carácter; en cuanto a (3), se puede 
presumir que se refiere a un período de algunas semanas. Para «Esta 
habitación es un espacio para no fumadores», el lector debe contar con 
una duración indeterminada y no va a sacar el cigarrillo, listo para 
encenderlo, a la espera de un cambio de cartel. Pero la situación sería 
diferente si el cartel fuera un cuadrante con una presentación 
numérica, y por tanto susceptible de variar, y si la sala fuera en 
ciertas horas para los no fumadores y en otras para los fumadores. 
Una vez más, no es solamente el conocimiento de la gramática y del 
léxico del español lo que permite interpretar correctamente este 
enunciado. 
El demostrativo «esta» también posee un valor «deíctico» (véase 
cap. 10), es decir, que designa un objeto que supuestamente es 
accesible en el entorno físico de su enunciación. 
Así, la mayoría de los enunciados poseen marcas que los fijan 
directamente en la situación de enunciación: «esta habitación», 
«aquí» o «ayer», la desinencia de tiempo de los verbos, los pronombres 
como «yo» o «tú» no·son interpretables a menos que se sepa a quién, 
dónde y cuándo s.e·dice el enunciado. Incluso enunciados desprovistos 
de este tipo de marcas implican de hecho una remisión a su contexto. 
14 
Como vimos, es lo que ocurre.con «No fo.mar», o, todavía más 
directamente, con «¡Qué auto!», por ejemplo, que constituye una 
reacción del enunciador ante un auto accesible en el entorno de los 
interlocutores. 
Sin embargo, existen enunciados que parecen plantearse fuera 
de todo contexto, precisamente los ejemplos gramaticales: «El 
gato pe.rsigue al ratón», «A Max lo mordió un perro», etc. Pero es 
una ilusión creer que se interpretan sin contexto. De hecho, estas 
frases aparentemente descontextualizadas son inseparables de 
ese contexto muy singular que es un libro de gramática, donde se 
puede hablar de «Max» o del «ratón» sin preguntarse quiénes son 
exactamente esos individuos, cuándo tuvieron lugar la mordida o 
la persecución, etc. Cuando un lingüista propone tales ejemplos es 
para ilustrar uno o varios fenómenos de lengua: «El gato persigue 
al ratón», por ejemplo, ilustrará el hecho de que algunos verbos 
son transitivos, o incluso que hay concordancia entre el artículo y 
el nombre, etc. Carece de importancia que no se sepa de qué gato 
se trata: aquí sólo se toman en cuenta la transitividad del verbo o 
la concordancia. 
Los CONTEXTOS 
El cotexto 
El contexto de un enunciado es ante todo el entorno físico, el 
momento y el lugar en que se produce. Pero no solamente. Conside-
remos esta sucesión de frases de una novela: 
OSS 117 se dirige indolentemente hacia el bar. Esta habitación es un 
espacio para no fumadores. 
El lector no puede identificar el referente de «esta habitación» sino 
mirando el contexto lingüístico, que se llama el cotexto, es decir, aquí 
la frase que precede, donde se encuentra «el bar». 
Pero este cotexto puede ser recorrido de diversas maneras. 
Supongamos que tenga la opción entre dos antecedentes posibles: 
OSS 117 deja el salón y se dirige indolentemente hacia el bar. Esta 
15 
habitación es un espacio para no fumadores y hace una hora que tiene 
ganas de encender un cigarrillo y tomarse un buen whisky. 
Más que «el bar», probablemente el lector va a escoger «el salón» 
como antecedente de «esta habitación». Si ahora tenemos: 
OSS 117 saca su paquete de cigarrillos, deja el salón y se dirige hacia 
el bar. Esta habitación es un espacio para no fumadores: debe volver 
al salón. 
La frase «Debe volver al salón» lleva al lector a reconfigurar el 
cotexto, apoyándose en su conocimiento del mundo y algunas reglas 
de sentido común que le dicen por ejemplo que, normalmente, si 
alguien saca un paquete de cigarrillos, es porque tiene ganas de 
fumar, y que si quiere fumar, busca un espacio para fumadores. 
Tres fuentes de información 
Así, hemos movilizado tres tipos de «contextos», de los que pueden 
extraerse elementos necesaiios para la interpretación: 
- el entorno ñsico de la enunciación, o contexto situacional: 
apoyándose en él se pueden interpretar unidades como «ese lugar», 
el presente del verbo, «yo» o «tú», etcétera; 
- el cotexto: las secuencias verbales que se encuentran ubicadas 
antes o después de la unidad que se debe interpretar. A diferencia de 
enunciados autónomos como «No fumar», que sólo están constituidos 
por una sola frase, la mayoría de los enunciados son fragmentos de 
una totalidad más vasta: una novela, una conversación, un artículo 
del diario, etc. Así, en este fragmento de una gacetilla: 
«[ ... ] Desde la instalación de la familia en estagi-anjaque ellos 
están acondicionando, Évelyne está muy fatigada. Todas las mañanas 
ella se levanta a las 6 para ayudar a su marido[ ... ]», para comprender 
los elementos en negrita hay que referirse a unidades introducidas 
anteriormente en el texto (véase cap. 20). Este recurso al cotexto 
solicita la memoria del intérprete, que debe poner una unidad-en 
relación con otra del mismo texto; 
- el papel desempeñado por la memolia es mucho más evidente 
para la tercera fuente de información, nuestro conocimiento del 
mundo, los saberes compartidos anteriores a la enunciación: por 
16 
ejemplo, lo que designan tales nombres propios, los peijuicios del tabaco, 
la forma reglamentaria de los carteles de prohibición, etcétera. 
Los PROCEDlJ\IJENTOS PRAGllL'\.TICOS 
Una interpretación derivada 
De hecho, el lector del cartel «Esta habitación es un espacio para no 
fumadores» no comprendió verdaderamente su sentido salvo que lo 
interprete no como una comprobación, sino corno una prohibición. 
Para lograrlo, debe recurrir a procedimientos que lo llevan a inter-
pretar cc:nw una prohibición lo que de hecho se presenta conw un 
aserto. Esta es una situación muy común, que exige del lector del 
cartel que apele a recursos que no son estrictamente de orden 
lingüístico, a una suerte de razonamiento sobre la situación en que 
se encuentra. Sin duda, va a presumir que una administración no se 
hablia tornado el trabajo de colocar tal cartel si su contenido no 
involucrara a la gente que se sienta en la sala; se dirá también que 
no tiene gran interés para los clientes poner a semejante habitación 
en la categoría de los espacios para no fumadores y por tanto que esta 
información de hecho apunta a otro objetivo. Precisamente sobre 
esta base tendrá que determinar cuál es probablemente ese otro 
sentido que así quieren comunicarle indirectamente. 
Instrucciones para interpretar 
La necesidadde recurrir a una suerte de razonamiento para atribuir 
un sentido a nuestro enunciado surge todavía con más fuerza si se 
añade un segundo, introducido por pero: 
Esta habitación es un espacio para no fumadores. Pero hay un bar 
donde termina el corredor. 
El lector tendrá que buscar una interpretación verosímil apoyán-
dose a la vez en el contexto y el sentido que posee pero en la lengua. 
De hecho, ese sentido de pero es un conjunto de instrucciones 
dadas al destinatario para que pueda construir una interpretación. 
Emplear pero de alguna manera equivale a decir al destinatario algo 
17 
así como: «En la serie de proposiciones P PERO Q (donde P y Q 
representan dos proposiciones cualesquiera), busca una conclusión R 
tal que P sea un argumento para R; busca también una conclusión no 
R tal que Q sea un argumento en favor de no R y que sea presentado 
como más fuerte que R». 
Aplicado a nuestro ejemplo, esto da el siguiente esquema: 
Esta habitación es un espacio 
para no fumadores 
p 
Argumento 
en favor de 
R 
(«Es imposible fumar») 
PERO 
< 
hay un bar 
donde termina el corredor 
o 
Argumento más fuerte 
en favor de 
no-R 
(«Es posible fumar») 
Así, el destinatario dispone de instrucciones relacionadas con el 
empleo de pero; provisto de estas instrucciones, apoyándose en el con-
texto debe hacer hipótesis para deslindar las proposiciones implícitas 
R y no R. En el caso de nuestro cartel, en efecto, es únicamente el 
contexto lo que permite interpretar «hay un bar donde termina el 
corredor», como indicando un lugar donde es posible fumar. 
Acabamos de dar dos ejemplos de procedimientos de tipos muy 
diferentes: el pasaje de «Esta habitación es un espacio para no 
fumadores» a .la interpretación «No fumar», y las instrucciones 
vinculadas a pero. Se trata de procedimientos pragmáticos, por el 
hecho de que apelan a un análisis del contexto por el destinatario y 
no solamente a la interpretación semántica, a su conocimiento de la 
lengua. Tanto en un caso como en el otro, ese destinatario no es 
pasivo: él mismo debe definir el contexto del que va a sacar las 
informaciones que necesita para interpretar el enunciado. A priori, 
nunca hay una sola interpretación posible de un enunciado, y hay que 
explicar según qué procedimientos el destinatario accede a la más 
probable, aquella que debe preferir en tal o cual contexto. 
A partir de ahí se desarrolla un debate importante: puesto que el 
18 
conocimiento ele la lengua no es suficiente, ni mucho menos, para 
interpretar un enunciado, puesto que hay que apelar a procedimien-
tos pragmáticos, ¿cuál es la parte respectiva del sentido lingüístico y 
del sentido obtenido por los procedimientos pragmáticos? Uno se 
figura que en este punto las opiniones están divididas, unos tratan de 
integrar los procedimientos pragmáticos en la lengua tanto como sea 
posible, los· otros, por el contrario, se esfuerzan por minimizar la 
parte de la lengua en la interpretación. 
19 
2. LAS LEYES DEL DISCURSO 
EL PRINCIPIO DE COOPERACIÓN 
Un conjunto de normas 
Como vimos, para construir m1a interpretación el destinatario debe 
hacer la hipótesis de que el productor del enunciado respeta ciertas 
«reglas del juego»: por ejemplo, que el enunciado es serio, que fue 
producido con la intención de comunicar algo que concierne a aquellos 
a quienes está dirigido. Este carácter de seriedad no está en el enunciado, 
a todas luces, pero es una condición de su buena interpretación: hasta 
prueba en contrario, si encuentro un cartel con una prohibición de fumar 
en una sala de espera voy a presumir que ese cartel es serio. No puedo 
analizar la historia de ese cartel para verificarlo: el solo hecho de entrar 
en un proceso de comunicación verbal implica que el locutor supuesta-
mente respeta las reglas deljuego. Esto no se hace mediante un contrato 
explícito sino por un acuerdo tácito, consubstancial ala actividad verbal. 
Nos enfrentamos con un saber mutuamente conocido: cada uno postula 
que su compañero se ajusta a esas reglas y está preparado para que el 
otro se ajuste. 
Esta problemática fue introducida en los años sesenta por un 
filósofo del lenguaje, el estadounidense Paul Grice, bajo el nombre de 
«máx:imas conversacionales», 1 que también se llaman leyes del 
discurso. Estas «leyes», que desempeñan un papel considerable en 
1 «Logique et conversation», trad. fr. en Communications n" 30, 1979. 
21 
la interpretación de los enunciados, son un conjunto de normas a las 
que los participantes supuestamente se adaptan no bien participan en 
un acto de comunicación verbal. Grice las hace depender de una ley 
superior, que él llama «principio de cooperación»: 
Que su contribución a la conversación, en el momento en que intervie-
ne, sea tal como lo requiere el objetivo o la dirección aceptada del 
intercambio verbal en el que usted participa. 
En virtud de este principio, supuestamente los que intervienen 
comparten cierto marco y colaboran en el logro de esa actividad 
común que es el intercambio verbal, donde cada uno se reconoce y 
reconoce al otro ciertos derechos y deberes. 
Este principio adquiere todo su peso en las conversaciones, donde 
los que intervienen (dos o más) están en contacto inmediato y actúan 
continuamente uno sobre el otro. Pero las leyes del discurso también 
son válidas para cualquier tipo de enunciación, incluso en el escrito, 
donde la situación de recepción es distinta de la situación de produc-
ción. 
Los sobreentendidos 
Por el mero hecho de que se supone que son mutuamente conocidas 
por los interlocutores, las leyes del discurso permiten en particular 
hacer pasar contenidos implícitos. 
Supongamos que en vez de «No fumar» tengamos un cartel 
semejante que diga «No levantar vuelo», colocado en la recámara de 
un famoso gurú indio. Esta prohibición parece extraña; sin embargo, 
el lector probablemente no va a atenerse a un diagnóstico de 
extrañeza sino que va a desarrollar un razonamiento de esta clase: 
22 
El autor de este enunciado dijo «No levantar vuelo». No tengo ningún 
motivo para pensar que él no respeta el principio de cooperación. 
Según este principio, todo enunciado debe tener un interés para aquel 
a quien está dirigido; el autor de este cartel lo sabe y también sabe que 
quienes lo lean lo saben. Por lo tanto, presumo que si transgredió la ley 
que dice que los enunciados deben ser interesantes, es sólo en 
apariencia. En realidad, ese enunciado es interesante, pero de otra 
manera: no hay que detenerse en su contenido literal sino buscar otra 
interpretación, que sea compatible con el principio que dice que los 
enunciados tengan interés para sus destinatarios. Como el autor del 
cartel no hizo nada para que yo me atenga al contenido literal, es porque 
quiere que yo haga ese razonamiento. 
Así, el lector se verá llevado a inferir una proposición implícita, 
llamada implicatura, apoyándose en el postulado de que las leyes 
del discurso son respetadas por el autor del cartel. Como se trata de 
un gran gurú indio, él tratará de deslindar una implica tura compati-
ble con lo que sabe de la doctrina de ese gurú. En este caso, el principio 
de cooperación realmente fue respetado por el locutor, pero de una 
manera indirecta: el gurú en verdad me transmite un mensaje que 
me atañe, pero ese contenido no es inmediatamente accesible, es 
implícito. 
Este tipo de implícito, que surge del vínculo del enunciado con el 
contexto de enunciación, por intermedio del postulado de que se 
respetan las leyes del discurso, es llamado sobreentendido. En 
general se lo opone a otro tipo de implícito, los supuestos, que, por 
su parte, están inscritos en el enunciado. 
Por ejemplo, de: 
Paul ya no fuma en la sala de espera 
se puede sacar el supuesto de que antes fumaba. Este contenido 
implícito, por su parte, se encuentra en el enunciado, sustraído a toda 
impugnación, como si cayera por su propio peso (véase cap. 13). 
Las tres dimensiones 
de la comunicación verbal 
El principiode «cooperación» no es más que una de las maneras de 
expresar algo que es constitutivo de la comunicación verbal y que 
muchos otros teóricos de los últimos decenios del siglo XX elaboraron 
bajo variadas denominaciones. P. Charaudeau, por ejemplo, ve en el 
fundamento de todo parlamento un «contrato de cornunicación»2 que 
implica: 
- la existencia de normas, de convenciones aceptadas por los 
"Véase por ejemplo los Cahiers de linguistique franqaise, n" 17, Ginebra, 1995: 
«Le dialogue dans un modele de discours». 
23 
participantes, para regir la comunicación; las «leyes del discurso» que 
vamos a ver más en detalle son esta clase de normas; 
- un reconocimiento ,nutuo de los participantes, de sus roles y del 
marco de su comunicación. Con F. Flahault puede hablarse incluso 
de relaciones de lugares: «No existe discurso que no sea emitido desde 
un lugar y convoque al interlocutor a un lugar correlativo; ya sea que 
este discurso presuponga solamente que la relación de lugares está 
en vigor, o que el locutor espere el reconocimiento de su lugar propio, 
u obligue a su interlocutor a inscribirse en la relación»;3 
- la pertenencia del discurso a múltiples géneros discursivos que 
definan la situación de comunicación (véase cap. 5). 
LAS PRINCIPALES LEYES 
Pertinencia y sinceridad 
La lista de las leyes del discurso y las relaciones que mantienen entre 
ellas varían de un autor a otro. Algunas tienen un alcance extrema-
damente general. Por ejemplo, la ley de pertinencia o la de 
sinceridad. .• 
La ley de pertinencia recibe definiciones variadas, intuitivas o 
sofisticadas:1 Intuitivamente, ella estipula que una enunciación debe 
ser lo más apropiada posible al contexto en el cual interviene: debe 
interesar a su destinatario aportándole informaciones que modifican 
la situación. El cliente del gran gurú indio va a tratar de inferir un 
contenido implícito de «No levantar vuelo» precisamente en virtud de 
esta ley. Podría hacerse una observación del mismo tipo para «Esta 
habitación es un espacio para no fumadores»: los lectores infieren de 
esto que se les prohíbe fumar porque postulan que este aserto los 
concierne y les da un mensaje susceptible de modificar su situación. 
Toda enunciación implica que es pertinente; lo que lleva al 
destinatario a tratar de confirmar esa pertinencia. Si un periódico 
pone en su primera plana: «Daniel volvió a ver a la princesa 
'La Paro/e intennédiaire, París, Le Seuil, 1978, pág. 58. 
' Aludimos aquí a la «teoría de la pertinencia» de Dan Sperber y Deirdre Wilson, 
para quienes la pertinencia constituye el principio fundamental que gobierna la 
interpretación de los enunciados (La Pertinence (1986), trad. fr., París, Éditions 
de Minuit, 1989). 
24 
Stéphanie», por el solo hecho de decirlo implica que esta información 
es pertinente allí donde está, como está y para el público a quien está 
destinada. Del mismo modo, cuando el diario Le Monde pone en 
primera plana el título: 
lndra Nooyi pronto dirigirá el grupo PepsiCo. 
(Le Monde, 17 de agosto de 2006.) 
plantea como pertinente en la primera plana un tipo de información que, 
a priori, habitualmente no figura en esa posición privilegiada en Le 
Monde. Al plantear como pertinente semejante título, obliga al lector a 
pensar que esta información es importante, que enriquece su compren-
sión del mundo, si tan siquiera la comprende como con-esponde. 
La ley de sinceridad atañe al compromiso del enunciador en el 
acto discursivo que realiza. Cada acto discursivo (prometer, afirmar, 
ordenar, desear ... ) implica cierta cantidad de condiciones, de reglas 
de juego. Por ejemplo, para afirmar algo se supone que uno puede 
garantizar la verdad de lo que expresa; para ordenar debe querer que 
se realice lo que ordena, no ordenar algo imposible o ya realizado, etc. 
La ley de sinceridad, pues, no será respetada si el enunciador enuncia 
un deseo que no quiere ver realizado, si afirma algo que sabe falso, 
etc. El hecho de que la lengua disponga de adverbios de enunciación 
como «francamente» o «sinceramente», por ejemplo, nos muestra 
que esta ley en ocasiones entra en conflicto con otras que tienen que 
ver con la cortesía, porque, normalmente, no tendiia que ser 
necesario tener que aclarar que uno habla francamente o sincera-
mente ... 
Leyes de informatividad y de exhaustividad 
La ley de inforrnatividad se refiere al contenido de los enunciados; 
ella estipula que no se debe hablar para no decir nada, que los 
enunciados deben aportar informaciones nuevas al destinatario. 
Pero una regla semejante sólo puede evaluarse en situación. Es en 
virtud de esta ley como las tautologías («Un marido es un mari:io») 
obligan en general al destinatario a inferir sobreentendidos: si 
Fulano dijo un enunciado que en apariencia no ofrece ninguna 
información, es para transmitirme otro contenido. Es lo que ocurre 
en esta publicidad para la marca Fiat: 
25 
Para aquellos a quienes no les alcanzaba el Punto, aquí está el Punto. 
Al comprobar que el enunciado no parece aportar nada nuevo, el 
lector, apoyándose en la ley de informatividad, va a inferir que de 
todos modos debe haber una información nueva, por ejemplo que se 
trata de un nuevo Punto. 
La ley de exhaustividad no refuerza la de informatividad. Ella 
aclara que el enunciador debe dar la información máxima, tenien-
do en cuenta la situación. Cuando se lee en el artículo de un diario: 
«Siete rehenes fueron liberados en la embajada de Japón», se 
supone que el enunciado da la información máxima, es decir, que 
siete rehenes en total fueron liberados. En efecto, desde un punto 
de vista estrictamente lógico, decir que liberaron cinco rehenes no 
habría sido falso. De igual modo, si en una guía turística de Brasil 
se lee: «Río se en-cuentra a cierta distancia de Bahía», sin mayores 
precisiones, se podrá considerar que la ley de informatividad fue 
transgredida, teniendo en cuenta el contrato impuesto a este 
género de libros, que apunta a dar informaciones prácticas. La ley 
de exhaustividad exige también que no se disimule una informa-
ción importante. Sería el caso si un diario titulara: «Un grupo de 
jóvenes agrede a un hombre» y si el hombre en cuestión fuera un 
«policía de uniforme». En cambio, si el título fuera «Un grupo de 
jóvenes agrede a un policía rubio de 77 kilos», la ley de exhausti-
vidad también sería transgredida por exceso de información. Pero 
siempre se puede imaginar que haya circunstancias donde un 
título de esta clase no sería insólito: la informatividad depende de 
la pertinencia. 
Las leyes de modalidad 
Cierta cantidad de leyes de modalidad prescriben ser claro (en su 
pronunciación, la elección de sus palabras, la complejidad de sus 
frases ... ) y ser sobrio (buscar la formulación más directa). Eviden-
temente, estas normas son relativas a los géneros discursivos, 
porque no puede existir una norma universal de la claridad: las que 
prevalecen para un artículo de filosofía o de física cuántica, por 
ejemplo, no son las mismas que las que rigen una conversación 
familiar. 
26 
A comienzos de los años noventa, la marca de detergente Orno 
había hecho una campaña publicitaria donde unos monos vestidos de 
hombres producían enunciados que transgredían manifiestamente 
las leyes de modalidad. Por ejemplo: 
«Ké numéro SOS mini ripou» (imagen de la familia que mira al 
pequeño aplaudiendo de alegría porque tiene un babero limpio). 
«Loukati papinou» (el pequeño levanta el vaso a la foto de su abuelo)." 
Aquí la comprensión sólo puede ser muy parcial; los enunciados 
no están destinados a ser comprendidos en el sentido habitual de 
la palabra, sino a suscitar la búsqueda lúdica de su significación. 
Esta inteligibilidad parcial se vuelve verosímil por el hecho de que 
los locutores mismos sólo son parcialmente humanos (monos 
vestidos de hombres). Como nos enfrentamos con una lengua 
«humanoide», el lector no va a tratar de deslindar un sobreenten-
dido: el hecho de que se trate de publicidad y que los locutoressean 
monos provoca una suerte de suspensión de las normas usuales de 
la comunicación verbal. Pero sólo en un primer nivel; porque en 
el nivel superior la enunciación funciona normalmente, respeta 
las leyes de modalidad: como mensaje publicitario destinado a 
alabar la superioridad del detergente Orno, es perfectamente 
claro: el mensaje de promoción de Orno pasa entonces por otras 
vías, en particular por las imágenes. 
LA PRESERVACIÓN DE LAS CARAS 
Caras positiva y negativa 
Como la comunicación verbal es también una relación social, es 
sometida como tal a las reglas de lo que se llama comúnmente la 
cortesía. Transgredir una ley del discurso (hablar fuera del tema, 
ser oscuro, no dar las informaciones requeridas, etc.), es exponerse 
· En esos años era usual y muy festejado el lenguaje-mono en las publicidades 
de Orno (lenguaje que se llamaba «poldomoldave,-). La traducción aproximada de 
estas frases vendría a ser: «Este chico ... ¡Socorro, qué suciedad!» y «Mira esto, 
abuelito••. IN. del T.l 
27 
a ser tachado de «descortés». El solo hecho de dirigir la palabra a 
alguien, acaparar su atención, es ya una intrusión en su espacio, un 
acto potencialmente agresivo. Estos fenómenos de cortesía fueron 
integrados en la te01ia llamada «de las caras» desarrollada desde 
fines de los años setenta, en particular por P. Brown y S. Levinsoi:i,5 
que a su vez se inspiran en el sociólogo estadounidense E. Goffman.6 
En este modelo se considera que todo individuo posee dos caras: 
- una cara positiva, que corresponde a la fachada social, a la 
imagen valorizadora de sí que se esfuerza por presentar al exte1ior. 
«Cara» debe tomarse aquí en el sentido que tiene este término en una 
expresión como «perder la cara»;· 
- una cara negativa, que corresponde al «territo1io» de cada uno 
(su cuerpo, su vestimenta, su vida privada ... ). 
Como la comunicación verbal supone por lo menos dos participan-
tes, hay al menos cuatro caras implicadas en la comunicación: la cara 
positiva y la cara negativa de cada uno de los interlocutores. 
Todo acto de enunciación puede constituir una amenaza para una 
o vaiias de esas caras: dar una orden val01iza la cara positiva del 
locutor pero desvaloriza la del interlocutor, dirigir la palabra a un 
desconocido amenaza la cara negativa del destinatario (se hace una 
intrusión en su tenitorio) pero también la cara positiva del locutor 
(que se expone a que lo consideren descarado). Distinguimos así: 
- las palabras amenazadoras para la cara positiva del locutor: 
confesar una falta, disculparse ... , que son otros tantos actos humi-
llantes; 
- las palabras amenazadoras para la cara negativa del locutor: la 
promesa, por ejemplo, compromete a realizar actos que van a 
requerir su tiempo y energía; 
- las palabras amenazadoras para la cara positiva del destinatario: 
la crítica, el insulto, etcétera; 
- las palabras amenazadoras para la cara negativa del destinatario: 
preguntas indiscretas, consejos no solicitados, etcétera. 
A partir del momento en que una misma palabra corre el riesgo de 
5 Politene:ss, Cambridge, Cambridge UniYersity Press, 1987. 
n Les Hites d'interaction, trad. fr., París, Éditions de l\Iinuit, 1974. 
«Hacer el ridículo». 1 N. del T. 1 
28 
amenazar una cara queriendo preservar otra los interlocutores se 
ven constantemente obligados a establecer convenios, negociar. En 
efecto, deben arreglarse para preservar sus propias caras sin amena-
zar la de su compañero. Por lo tanto se desarrolla toda una panoplia 
de estrategias discursivas para encontrar un convenio entre esas 
exigencias contradictorias. 
Donde nadie es culpable de pereza 
Así, consideremos este primer párrafo de una publicidad para el 
whisky J ack Daniel's; lo precede una foto donde, sentado junto a un 
gran tonel de alcohol, en una semioscuridad, un obrero sostiene una 
taza en la mano: 
A LA HORA DEL PRIMER CAFÉ, el Sr. Me Gee ya hizo más que la 
mayoría de nosotros en una sola jornada. 
Este texto se esfuerza por presentar a Me Gee como el empleado 
modelo de la destile1ia Jack Daniel's. Si dijera «la mayoría de 
ustedes», la cara positiva de J ack Daniel's sería valorizada (levantar-
se temprano es una prueba de coraje) pero la cara positiva del lector 
se vería amenazada, porque pareceiia decir que los compradores 
potenciales del producto son perezosos. Al escribir «la mayoría de 
nosotros», el texto hace un convenio: la cara positiva de la empresa 
es valorizada a través de su empleado modelo, pero el «nosotros» 
generalizador incluye al locutor de la publicidad en el conjunto de 
aquellos que no se levantan temprano. Este convenio, sin embargo, 
tiene un costo: se expone a amenaza!' la cara positiva del locutor, o 
sea, la empresa J ack Daniel's, que puede aparecer constituida de 
empleados que no hacen esfuerzos. Este conflicto se resuelve en el 
siguiente párrafo: 
Richard Me Gee se levanta mucho antes del alba. En la frescura y el 
silencio de las mañanas de Tennessee, hace rodar los pesados 
toneles de Jack Daniel's a través de las bodegas de envejecimiento. 
Lentamente; a su ritmo; siempre el mismo. En Jack Daniel's nunca 
hacemos nada a los apurones. 
La frase «en J ack Daniel's nunca hacemos nada a los apurones,, 
29 
permite, por el deslizamiento de un «nosotros» generalizador a un 
"nosotros» que remite solamente a los empleados de la empresa, 
eliminar la idea de que algunos empleados tendrían un comporta-
miento diferente del de Me Gee. 
Discurso publicitario, 
discurso periodístico y caras 
No por nada tomamos este ejemplo de la publicidad. En efecto, en este 
punto existe una diferencia importante entre discurso publicitario y 
discurso periodístico. Para el primero, el problema de la preservación 
de las caras es primordial pues su enunciación está por esencia 
amenazada: 
- el solo hecho de solicitar su lectura constituye a la vez una 
amenaza a la cara positiva del responsable de la enunciación, la 
marca (que se expone a ser considerada como «pesada»), y una 
amenaza a las caras negativa y positiva del destinatario (a quien 
tratan como algo sin importancia al solicitarle que se tomen el tiempo 
de interesarse en el enunciado publicitario); 
- todo enunciado publicitario apunta a solicitar dinero al lector-
consumidor, lo que representa una amenaza a la cara negativa de este 
último, así como a la cara positiva del locutor, que se encuentra 
ubicado en posición de solicitante. 
Hacer una publicidad que sea seductora, es decir, que dé placer al 
destinatario, es anular imaginariamente esta amenaza a las caras 
que es constitutiva de la enunciación publicitaria. 
En cambio, el discurso periodístico está de alguna manera legiti-
mado de antemano, a partir del momento en que es el mismo lector 
quien lo compró. El diario trata de presentarse como respuesta a 
demandas, explícitas o no, hechas por sus lectores. Cuando propone 
una sección «Salud» o «Resultados deportivos», valoriza la cara 
positiva del lector al interesarse en sus gustos o sus necesidades, 
mostrando que son legítimos porque responde a ellos; también 
valoriza su propia cara positiva de locutor presentándose como 
preocupado por el bienestar de sus lectores. 
30 
3. DIVERSAS COMPETENCIAS 
Hemos considerado cierta cantidad de leyes del discurso que rigen la 
comunicación verbal. Estas leyes que se aplican a toda actividad verbal, 
de hecho deben adaptarse a las especificidades de cada género discur-
sivo: insultar al público es posible en una obra de teatro pero no en una 
conferencia, hablar en un tono profesora! puede amenazar la cara 
positiva del interlocutor en una conversación, no en una clase. 
El dominio de las leyes del discurso y la de los géneros discursivos 
(la competencia genérica) son los componentes esenciales de 
nuestra competencia comunicativa, vale decir, nuestra aptitud 
para producir e interpretar los enunciados de manera apropiada a las 
múltiples situaciones de nuestra existencia. Esta aptitud no es objeto 
de un aprendizaje explícito,la adquirimos por impregnación, al 
mismo tiempo que aprendemos a comportarnos en sociedad. 
A todas luces, el dominio de la competencia comunicativa no basta 
para participar en una actividad verbal. Otras instancias deben movili-
zarse para producir e interpretar un enunciado. Por supuesto, se 
necesita una competencia lingüística, el dominio de la lengua 
considerada. Además hay que disponer de una considerable cantidad de 
conocimientos sobre el mundo, una competencia enciclopédica. 
Son las tres grandes instancias que intervienen en la actividad 
verbal en su doble dimensión de producción e interpretación de los 
enunciados: dominio de la lengua, conocimiento del mundo, aptitud 
para inscribirse en el mundo a través de la lengua. Pero los lingüistas 
divergen sobre la cuestión de saber qué componentes hay que 
distinguir en el interior de esas competencias y qué relaciones 
mantienen entre sí. 
31 
LA COMPETENCIA ENCICLOPÉDICA 
Un conjunto ilimitado 
Es nuestra competencia enciclopédica la que nos dice por ejemplo que 
una sala de espera está hecha para esperar su turno, que la 
prohibición de fumar se aplica al tabaco, que los cigarrillos, los 
cigarros, la pipa queman tabaco, que al arder el tabaco libera humo, 
que ese humo es considerado generalmente por los médicos como 
pe1judicial para la salud, que el humo se estanca en los lugares 
cerrados y puede ser inhalado por los no fumadores, que existen 
reglamentos en las administraciones, autoridades encargadas de 
poner sanciones, etc. Es también nuestro conocimiento enciclopédico 
el que nos dice quiénes son Vercingétorix o Drácula, cómo se llaman 
nuestros vecinos, etc. Este conjunto virtualmente ilimitado de 
conocimientos, ese saber enciclopédico evidentemente varía en 
función de la sociedad donde se vive y de la experiencia de cada uno. 
Se enriquece en el curso de la actividad verbal puesto que lo que allí 
se aprende cae en el stock del saber y se vuelve un punto de apoyo 
para la producción y la comprensión de enunciados ulteriores. 
Los scripts 
En la competencia enciclopédica no hay solamente saberes, también hay 
saberes especializados, la aptitud para encadenar acciones de 
manera adaptada a un fin. En particular es el caso de los scripts (o 
sinopsis), que son se1ies estereotipadas de acciones. A menudo su 
conocimiento es indispensable para interpretar los textos, sobre todo los 
textos nanativos, que no explicitan todas las relaciones entre sus 
constituyentes. A título de ejemplo, observemos este resumen de film: 
Abby, una joven veterinaria de físico común, conduce un programa 
radiofónico. Uno de sus corresponsales, seducido por sus consejos, la 
invita a tomar una copa, pero Abby se describe bajo los rasgos de su 
mejor amiga, una rubia explosiva. Pueden imaginarse los malentendi-
dos que va a provocar esta situación. 
( Télé Loisirs, nº 566, 1997, pág. 45.) 
Este corto texto parece perfectamente límpido a la mayoría de los 
lectores. De hecho, para comprenderlo no basta con conocer la lengua 
:32 
española, también hay que activar en su memoria dos scripts: el del 
programa radiofónico y el del flirteo. El primero es el que nos permite 
tender un puente entre las dos primeras frases. Hay que saber qué 
actividades lleva a cabo un animador de radio, y en particular que 
habla con gente por teléfono durante su programa; también hay que 
saber que existen programas donde algunos expertos (veterinarios, 
por ejemplo) dan consejos por teléfono; de no ser así, no se ve bien de 
qué «corresponsal» se puede tratar. El segundo script permite 
comprender la relación de oposición («pero ... »), a priori enigmática, 
entre ser invitado a tomar una copa y describirse bajo los rasgos de 
su mejor amiga; en el script del flirteo, un hombre invita a una mujer 
a tomar una copa como preludio a una operación de seducción. Por 
otra parte, supuestamente el lector sabe que a las «rubias explosivas» 
se las considera muy cortejadas y que las mujeres de «físico común» 
tienen muchas menos posibilidades de serlo. 
En consecuencia, es activando esos dos scripts y todos los saberes 
aferentes como es posible «imaginarse los malentendidos que va a 
provocar esta situación». 
LA COl\lPETENCIA GENÉRICA 
La competencia comunicativa, en cuanto a lo esencial, consiste en 
comportarse como corresponde en los múltiples géneros discursivos; 
por lo tanto, es ante todo una competencia genérica. En efecto, 
«el» discurso jamás se presenta como tal, sino siempre en la forma de 
un género discursivo particular: un boletín meteorológico, un infor-
me de reunión, un brindis, etc. En cada sociedad o tipo de sociedad no 
se encuentran los mismos géneros discursivos (el telediario no existe 
entre los indios de la Amazonia), ni las mismas maneras de participar 
en los «mismos» géneros (en general, el regateo, por ejemplo, no es 
admitido en Francia en las tiendas de comestibles o las panade1ias ... ). 
Aunque no dominemos algunos géneros, por lo general somos 
capaces de identificarlos y conducirnos de manera conveniente a su 
respecto. Cada enunciado posee cierto estatus genérico, y lo tratamos 
precisamente sobre la base de ese estatus: es a partir del momento 
en que identificamos un enunciado como un anuncio publicitario, un 
sermón, un curso de lengua viva, etc., como podemos adoptar a su 
respecto la actitud que convenga. Uno se siente en todo su derecho 
33 
de no leer y arrojar al tacho de la basura un papel en cuanto es 
identificado como folleto publicitario, pero conserva un certificado 
médico destinado a un empleador. 
La competencia genérica varía según los tipos de individuos 
implicados. La mayoría de los miembros de una sociedad son capaces de 
producir enunciados que dependen de cierta cantidad de géneros 
discursivos: intercambiar algunas palabras con un desconocido enla 
calle, escribir una tarjeta postal a amigos, comprar un boleto de tren 
en una ventanilla, etc. Pero no todo el mundo sabe redactar una 
disertación filosófica, un alegato ante el Consejo de Estado o una mo-
ción en un congTeso sindical. Ésta es una manifestación particular-
mente clara de la desigualdad social: numerosos locutores son 
desvalorizados porque no saben comunicar con facilidad ciertos 
géneros discursivos socialmente valorizados. 
Además, uno puede participar en un género discursivo por distin~ 
tas razones, desempeñar diferentes roles. El alumno no es capaz de 
dar un curso pero puede representar el rol de alumno: saber cuándo 
hay que hablar y cuándo callarse, qué nivel de lengua utilizar para 
hablar con el profesor, etc. Algunos roles exigen un aprendizaje 
importante y otros un aprendizaje mínimo: el rol de lector de un 
folleto publicitario requiere un aprendizaje mínimo si se lo compara 
con el rol de autor de un doctorado de física nuclear. 
LA INTERACCIÓN DE LAS COMPETENCIAS 
Importancia de la competencia genérica para la interpretación 
Hemos enumerado algunas «competencias» que intervienen en el 
dominio del discurso. Pero no hemos aclarado en qué orden intervienen. 
Lo más sencillo sería que intervengan de manera secuencial, es 
decir, una tras otra. En realidad, interactúan para producir una 
interpretación. Con estrategias diferentes es posible llegar a la 
misma interpretación. Por ejemplo, nada impide empezar por iden-
tificar, sobre la base de indicios de diversos órdenes, el género 
discursivo del que depende un enunciado para determinar a grandes 
rasgos su contenido y su propósito, sus destinatarios y el comporta-
miento que se debe adoptar a su respecto. Así, una competencia 
permite paliar las insuficiencias o el fracaso de recurrir a otra. A poco 
34 
que se sepa de qué género discursivo dependen, con frecuencia uno 
puede «arreglárselas» con enunciados de ciertas lenguas extranjeras, 
aunque no se comprenda el sentido de la mayoría de las palabras y las 
frases que contienen. La competencia estrictamente lingüística, 
pues, no basta para interpretar un enunciado; la competencia gené-
rica y la competenciaenciclopédica desempeiian un rol esencial. 
Un texto de un género incierto 
En el texto abajo mencionado, por ejemplo, la interpretación corre el 
riesgo de ser difícil para cantidad de lectores franceses, por falta de 
una clara identificación del género discursivo del que forma parte. 
[Este texto está extraído de un periódico del Yucatán (México); en la 
esquina de una página consagrada a las gacetillas de la región, justo 
debajo de la publicidad de una escuela de danza se encuentra este 
recuadro, que traducimos literalmente.]" 
VIRGEN DE GUADALUPE 
Haga 3 pedidos, uno concreto y 2 imposibles. 
Ore durante 9 días, 9 Ave Marías, aunque no tenga fe será atendido. Ore 
con una vela encendida o déjela que se consuma. 
Pida por nosotros. 
Doy gracias por el milagro concedido. 
G.P.N. P.M.M. 
(Por esto !, Mérida, 30 de agosto de 1996, pág. 26.) 
Lo que corre el riesgo de tornar más o menos oscuro este texto para 
muchos extranjeros es la dificultad de atribuirlo a un género que les 
sea familiar. A partir del momento en que no se comprende de qué 
género forma parte no se puede hablar de comprensión: ¿qué hace tal 
texto en ese lugar en un periódico regional? ¿Cómo interpretar el 
título «Virgen de Guadalupe»? ¿Quién lo publicó? ¿Con qué objeto? ¿A 
quién se refiere la primera persona del singular? ¿Qué designan las 
letras mayúsculas al final?, etcétera. 
Un texto lingüísticaniente deficiente 
Ahora, consideremos este documento distribuido a la salida de una 
boca del metro parisino; se trata de una tarjetita rectangular de 8 
centímetros por 10: 
· La Yersión española está traducida de la francesa. [N. del T.] 
35 
Un Verdadero Médium Vidente 
Señor CISSE 
Mire bien lo que el tiene en la mano Es una Prueba fatal Si Usted 
Quiere Que Lo Rimen o Si Su Compañero/a Se Fue con aiguien Es 
su dominios Usted será amado y Su Compañero/a Vendrá ij Correrá 
dertrás suyo como el perro a su dueño creará entre ustedes un 
entendimiento perfecto por la base del Amor los problemas que le 
parecen desperados SERAN RESUELTOS EXAMEN ES 
Por Correspondencia mande un sobre con estampilla Consulta todos 
días de 9 a 20 
CALLE CAROLUS DURAN 8 PARIS 75019 
Este texto auténtico está desprovisto de puntuación, su ortografía 
es muy aproximada, hay faltas de ti peo, algunas frases son difícilmen-
te inteligibles ( cf «Mire bien lo que el tiene en la mano Es una Prueba 
fatal Si Usted Quiere Que Lo Rimen», o incluso «seran resueltos 
ex amenes»). Pero, a pesar de los numerosos fallos en el manejo de la 
lengua, el texto es relativamente comprensible. En efecto, el lector 
logra superar los obstáculos apoyándose en su competencia genérica 
y su competencia enciclopédica: el hecho de que el texto sea una hoja 
distribuida gratuitamente en la calle indica que es un volante. Como 
a todas luces tiene que ver con el discurso publicitario (no es por 
ejemplo un folleto político), puede presumirse que alaba las cualida-
des de un producto, de manera de suscitar un comportamiento de 
compra en un lector-consumidor potencial. El lector sabe tal vez o 
dispone de los medios para infelir que cierta cantidad de inmigrantes 
afiicanos se ganan la vida como médiums, y que la mayoría de los 
inmigrantes no dominan hien el francés escrito. Este saber permite 
al lector no ver en este texto una broma. Obsérvese que nada en el 
texto aclara que se trata de un médium africano, salvo el patronímico 
«Cissé»; la capacidad de determjnar que es un patronímico afiicano 
también tiene que ver con la competencia enciclopédica. De no ser 
así, esa informadón puede se1· inferida por el simple hecho de que el 
distribuidor de volantes es a su vez afiicano; pero no es más que una 
probabilidad. 
:36 
LECTOR MODELO Y SABER ENCICLOPÉDICO 
Como el habla es una actividad fundamentalmente cooperativa, el autor 
de un texto está obligado a anticipar constantemente el tipo de compe-
tencia de que dispone su destinatario para descifrarlo. Cuando se trata 
de un texto impreso para una gran cantidad de lectores, el destinatario, 
antes de ser un público empírico, es decir, el conjunto de los individuos 
que efectivan1ente leerán el texto, no es más que una suerte de figura 
a la cual el escriptor (=el que escribe) debe adjudicar ciertas aptitudes. 
Así, la proporción de competencia lingüística y de competencia enciclo-
pédica esperada del lector va a variar según los textos. 
Dos articulas muy diferentes 
Comparemos estos dos comienzos de artículos. Uno está extraído de 
la sección «Básquetbol» (1) del periódico deportivo L'Équipe, el otro 
es presentado como «gacetilla» por el periódico regional Le Courrier 
picard(2): 
(1) Y Carter se cegó ... 
El de Pau es un buen tipo. Pero le pegó a Adams. 
ANTI BES.- Quedan por jugar 5' 51" antes del descanso. Adams pica del 
lado opuesto del balón, rechazando a Carter que está en posición de 
defensa. El antipolitano viene a tomar el pase de Sretenovic, el de Pau 
supera la pared que le puso Bonato y se abalanza sobre Adams. El codo 
derecho de Howard cae sobre la nuca de Georgy. 
(L'Équipe, 1q de febrero de 1993.) 
(2) Una octogenaria agredida en Esclainvillers 
El lunes a la noche, dos individuos agredieron y brutalizaron a una 
habitante de 82 años, que vive en Esclainvillers, pueblito cercano a 
Ailly-sur-Noye. Para esta octogenaria, cuya vida se deslizaba apacible-
mente en su aldea natal, esa velada quedará grabada para siempre en 
su memoria. 
(Le Courrier picard, 29 de enero de 1993.) 
El lector del Courrier picard, apoyándose en su competencia 
lingüística y presumiendo que el texto es coherente, no tiene 
dificultades para interpretar las expresiones nominales que se refie-
ren a los actores de la gacetilla: «una habitante de 82 años» y «dos 
individuos». En efecto, aparecen bajo denominaciones que pertene-
37 
cena un vocabulario accesible a todos ( «individuo», «habitante ... »), y 
movilizan determinantes indefinidos ( «dos», «una») que, precisamen-
te, permiten introducir referentes supuestamente desconocidos del 
destinatario. Para identificar el referente de «esta octogenaria» basta 
saber que en español «octogenaria» designa a una persona que tiene 
entre 80 y 89 años y que el determinante «este» retoma en general 
un elemento introducido anteriormente y muy cercano. 
En cambio, en el artículo de L'Équipe el desciframiento se apoya 
mucho menos en la competencia lingüística: más vale dominar, por 
lo menos en paite, ese subconjunto de la competencia enciclopédica 
que son las reglas del básquet y el desarrollo del campeonato de 
Francia de 1993. Así, en la segunda frase: 
El antipolitano viene a tomar el pase de Sretenovic, el de Pau supera 
la pared que le puso Bonato y se abalanza sobre Adams. 
A priori la designación «el antipolitano», si se supone que el texto 
es coherente, puede corresponder tanto a «Adams» como a «Carter»: 
en el plano estrictamente lingüístico nada permite saberlo. Para que 
la lectura sea fácil, es mejor que el lector conozca la composición de 
los dos equipos enfrentados y el nombre de cadajugador (¿cómo saber, 
de otro modo, que «Howard» es Carter y «Georgy» es Adams?). Si el 
lector no posee tales informaciones, siempre puede apoyarse en su 
conocimiento del script de un partido de básquet y razonar de la 
siguiente manera: si un jugador pica en el lado opuesto del balón, sin 
duda es porque anticipa un pase que está pidiendo; por consiguiente, 
puede presumir que Adams es «el antipolitano». Si nuestro lector no 
domina suficientemente el juego del básquet, eventualmente puede 
volver atrás, sobre el paratexto (el título del artículo, en este caso), 
que le permitirá inferir que Carter es un jugador de Pau y que si 
golpeó a Adams es porque este último juega en el equipo contrario; 
por lo tanto, que Adams es antipolitano. Razonamiento que se apoya 
en la presunción de que se agrede a los jugadores contrarios más que 
a sus cornpafieros de equipo. Un desvío semejante por el para texto es 
costoso para el lector, que, con mucha frecuencia, másque volver 
atrás prosigue su lectura con la esperanza de que luego las cosas van 
a aclararse. · 
38 
El lector modelo 
A todas luces, L'Équipe cuenta más con los conocimientos del lector 
en materia de básquet que en su saber lingüístico, mientras que Le 
Cou.rrier picard apela masivamente a la competencia lingüística. 
Puede decirse que estos dos artículos postulan lectores modelos 
diferentes uno de otro: 
- el lector modelo del artículo del Courrier picard es el de un 
periódico regional, cuyo público extremadamente heterogéneo su-
puestamente tiene como denominador común vivir en una misma 
área geográfica; por lo tanto, se reduce al máximo su supuesta 
competencia enciclopédica. Pero no se puede anular: es probable que 
la mayoría de sus lectores no conozcan Ailly-sur-N oye ( vale decir, no 
puedan situarlo geográficamente) niEsclainvillers, pero el pe1iodista 
se sintió con el derecho de no explicitar el referente de Ailly, 
postulando que un lector-modelo picardo supuestamente conoce los 
pueblos de la región pero no las aldeas; 
- el lector modelo de L'Équipe está supuestamente interesado por 
el campeonato de básquetbal, cuyas peripecias sigue atentamente. 
De este modo, el periódico deportivo refuerza la connivencia con su 
público: aunque no todos los lectores sean capaces de identificar con 
precisión los referentes de los nombres propios, tienen la impresión 
de estar incluidos en el círculo de los conocedores. Sin duda, de ahí 
viene recurrir a las designaciones «Howard» y «Georgy»: el uso del 
nombre, en principio reservado a los familiares de esos jugadores, se 
extiende al círculo de los lectores. De hecho, es a través de su lectura 
asidua del diario como estos últimos adquieren progresivamente el 
saber enciclopédico necesario: Stretenovic y Bonato, que en este 
artículo no son más que nombres en segundo plano del relato, sin 
duda se encontrarán en primer plano en otros artículos y podrán así 
hacerse conocer mejor. 
La divergencia entre estos dos tipos de lector modelo corresponde a 
una división muy· conocida entre las producciones mediáticas que 
construyen su público por exclusión (públicos «temáticos») y aquellas 
que excluyen un mínimo de categorías de lectores (públicos «genera-
listas» ). Esta divergencia es confirmada por el examen de los títulos 
de los dos artículos: el del Courrier picard es un simple resumen de 
la narración, mientras que el de L'Équipe asocia el resumen (el 
39 
subtítulo) a un título enigmático que desvía en un modo lúdico el texto 
de la Biblia que narra la creación del mundo.• Esta imitación no tiene 
ningún alcance satírico, puesto que no existe ninguna relación entre 
esas frases de la Biblia y la frase resultante; solamente se trata de 
crear una connivencia, reforzada por el uso de un verbo («cegar») 
y de un sustantivo («tipo») que forma parte de un registro familiar: 
el lector tiene la impresión de pertenecer a un universo de iniciados. 
El título original del artículo es Et carter disjoncta. Disjoncter significa 
«interrumpir la coniente", pero también, en un sentido figurado y familiar, «tener 
los cables cruzados». El uso del passé simple refuerza su vínculo con la Biblia. [N. 
del T.] 
40 
4. DISCURSO, ENUNCIADO, TEXTO 
LA NOCIÓN DE DISCURSO 
Desde el comienzo de este libro nos enfrentamos no con el lenguaje 
ni con la lengua, sino con lo que se llama el discurso. ¿Qué hay que 
entender con esto? 
Los usos habituales 
En el uso corriente se habla de «discurso» para enunciados solemnes 
( «el presidente dio un discurso»), o peyorativamente para palabras sin 
consecuencias («todo eso son discursos»). Este término también. 
puede designar cualquier uso restringido de la lengua: «el discurso 
islamista», «el discurso político», «el discurso de la administración», 
«el discurso polémico», «el discurso de los jóvenes» ... En este uso, 
«discurso» es constantemente ambiguo porque puede designar tanto 
el sistema que permite producir un conjunto de textos como ese 
mismo conjunto: el «discurso comunista» es tanto el conjunto de los 
textos producidos por los comunistas como el sistema que permite 
producirlos, a ellos y a otros textos calificados de comunistas. 
Cierta cantidad de locutores también conocen una distinción que 
proviene de la lingüística, aquella entre «discurso» y «relato» (o 
«historia»). Esta distinción tomada de Émile Benveniste, en efecto, 
está ampliamente extendida en la enseñanza secundaria. Ella opone 
un tipo de enunciación anclado en la situación de enunciación (por 
ejemplo, «Vendrás mañana») a otra, cortada de la situación de 
41 
enunciación (por ejemplo, «César atacó a los enemigos y los puso en 
desbandada») (véase cap. 10). 
En las ciencias del lenguaje 
En la actualidad vemos proliferar el término «discurso» en las 
ciencias del lenguaje. Se emplea tanto en singular ( «el campo del dis-
curso», «el análisis del discurso» ... ) como en plural («todos los 
discursos son particulares», «los discursos se inscriben en contex-
tos»),' según se refiera a la actividad verbal en general o a cada 
acontecimiento de habla. 
Esta noción de «discurso» es muy utilizada porque es el síntoma de 
una modificación en nuestra manera de concebir el lenguaje. En una 
gran medida, esta modificación resulta de la influencia de diversas 
corrientes de las ciencias humanas que a menudo se agrupan bajo la 
etiqueta de pragmática. Más que una doctrina, en efecto, la 
pragmática constituye cierta manera de captar la comunicación 
verbal. Al utilizar el término «discurso» implícitamente se remite a 
ese modo de captación. Aquí tenemos algunos rasgos esenciales. 
El discurso es una organización más allq de la frase 
Esto no significa que todo discurso se manifiesta por series de 
palabras que son necesariamente de tamaño superior a la frase, sino 
que moviliza estructuras de otro orden que las de la frase. Un 
proverbio o una prohibición como «No fumar» son discursos, forman 
una unidad completa aunque no estén constituidos más que de una 
frase única. Los discursos, en la medida en que son unidades 
transfrásticas, están sometidos a reglas de organización en vigor en 
un grupo social determinado: reglas que gobiernan un relato, un 
diálogo, una argumentación ... , reglas que remiten al plano de texto 
(una gacetilla no se deja recortar como una disertación o una 
instrucción de uso ... ), a la longitud del enunciado, etcétera. 
El discurso está orientado 
Está «orientado» no sólo porque está concebido en función de un 
objetivo del locutor, sino también porque se desarrolla en el tiempo, 
· En francés, la palabra discours es la misma en ambos casos, y sólo se diferencia 
por el uso del artículo que la acompaña (le discours, les discours). [N. del T.] 
42 
de mariera lineal. El discurso, en efocto, se construye en función de 
un fin, se su pone que va a alguna parte. Pero puede desviarse a mitad 
de camino (digresiones ... ), volver a su dirección inicial, cambiar de 
dirección, etc. Su linealidad se manifiesta a menudo de través por un 
juego de anticipaciones ( «vamos a ver que ... », «volveré sobre esto» ... ) 
o de retornos ( «o más bien ... », «tendría que haber dicho ... »); todo esto 
constituye un verdadero «guiado» de su habla por el locutor. Obsér-
vese que los comentarios del locutor sobre su propia habla se deslizan 
a lo largo del texto, aunque no estén ubicados en el mismo nivel: 
«Paul, si se puede decir, no tiene ni dónde caerse muerto», «Rosalie 
(¡qué nombre!) ama a Alfred» ... Aquí, los fragmentos en bastardilla 
remiten a lo que los rodea, mientras que aparecen insertados en la 
frase. 
Este desarrollo lineal se despliega en condiciones diferentes según 
el enunciado esté sostenido por un solo enunciador que lo controla de 
cabo a rabo (enunciado monologal, por ejemplo en un libro) o se 
inscriba en una interacción donde puede ser interrumpido o derivado 
en todo momento por el interlocutor (enunciado dialogal). En las 
situaciones de interacción oral, en efecto, constantementeocurre 
que las palabras ,,se escapan», que haya que atraparlas, aclararlas, 
etc., en función de las reacciones del otro. 
El discurso es una forma de acción 
Hablar es una forma de acción sobre el otro, y no solamente una 
representación del mundo. La problemática de los «actos de lenguaje» 
(o «actos de habla», o incluso «actos discursivos») desarrollada a partir 
de los años sesenta por filósofos como J.L. Austin (Quand dire c'est 
{aire, 1962), luego J.R. Searle (Actos de habla, 1969), mostró que todo 
enunciado constituye un acto (prometer, suge1ir, afirmar, interro-
gar ... ) que apunta a modificar una situación. En un nivel supe1ior, 
estos actos elementales se integran ellos mismos en discursos de un 
género determinado (un folleto, una consulta médica, un teledia-
rio ... ) que apuntan a producir una modificación sobre los destinata-
rios. Más allá, la actividad verbal misma está en relación con las 
actividades no verbales. 
El discurso es interactivo 
Esta actividad verbal es de hecho una interactividad que compromete 
a dos personas, que están marcadas en los enunciados por el par de 
43 
pronombres YO-TÚ. La manifestación más evidente de la interacti-
vidad es la interacción oral, la conversación, donde los dos locutores 
coordinan sus enunciados, enuncian en función de la actitud del otro 
e inmediatamente perciben el efecto que tienen sobre él sus palabras. 
Pero al lado de las conversaciones existen numerosas formas de 
oralidad que no parecen muy «interactivas»; es el caso por ejemplo de un 
conferencista, de un animador de radio, etc. Esto es todavía más claro 
en el escrito, donde el destinatario ni siquiera está presente: ¿puede 
hablarse todavía de interactividad? Para algunos, la manera más 
sencilla de mantener de cualquier modo el principio de que el discurso 
es fundamentalmente interactivo sería considerar que el intercam-
bio oral constituye el empleo «auténtico» del lenguaje y que las otras 
formas de enunciación son usos de alguna manera degradados del 
habla. Pero nos parece preferible no confundir la interactividad 
fundamental del discurso con la interacción oral. Toda enunciación, 
incluso la producida sin la presencia de un destinatario, está de hecho 
tomada en una interactividad constitutiva (también se habla de 
dialogismo), es un intercambio, explícito o implícito, con otros 
enunciadores, virtuales o reales, siempre supone la presencia de otra 
instancia de enunciación a la cual se dirige el enunciador y respecto 
de la cual construye su propio discurso. En esta perspectiva, la 
conversación no es considerada como el discurso por excelencia, sino 
solamente como uno de los modos de manifestación -aunque sin 
duda alguna el más importante- de la interactividad fundamental 
del discurso. · 
Si se admite que el discurso es interactivo, que moviliza por lo 
menos a dos personas, se vuelve difícil llamar «destinatario» al 
interlocutor, porque se tiene la impresión de que la enunciación va 
en sentido único, que no es más que la expresión del pensamiento de 
un locutor que se dirige a un destinatario pasivo. Por eso, siguiendo 
en esto al lingüista Antoine Culioli, no hablaremos ya de «destinata-
rio» sino de co-enunciador. Empleado en plural y sin guión, 
coenunciadores designará a los dos intervinientes en el discurso. 
El discurso está contextualizado 
No se dirá que el discurso interviene en un contexto, como si el 
contexto no fuera sino un marco, un decorado; de hecho, sólo hay 
discurso contextualizado. Sabemos (véase cap. 1) que no se puede 
asignar verdaderamente un sentido a un enunciado fuera de contex-
44 
to; el «mismo,, enunciado en dos lugares distintos corresponde a dos 
discursos distintos. Además, el discurso contribuye a clef'i.nir su 
contexto, que puede modificar en el curso de la enunciación. Por 
ejemplo, dos coenunciadores pueden conversar de igual a igual, de 
amigo a amigo, y tras haber conversado algunos minutos establecer 
entre ellos nuevas relaciones ( uno de los dos puede adoptar el estatus 
de médico, el otro de paciente, etcétera). 
El discurso es asumido por un sujeto 
El discurso no es discurso a menos que sea remitido a un sujeto, un 
YO, que a la vez se plantea como fuente de localizaciones personales, 
temporales, espaciales (véase cap. 10) e indica qué actitud adopta 
respecto de lo que dice y de su co-enunciador (fenómeno de «modali-
zación»). En particular indica quién es el responsable de lo que dice: 
un enunciado muy elemental como «Llueve» es planteado como 
verdadero por el enunciador, que se da por su responsable, el garante 
de su verdad. Pero este enunciador habría podido modular su grado 
de adhesión ( «Tal vez 11 ueva»), atribuir la responsabilidad a algún otro 
(«Según Paul, llueve»), comentar sus propias palabras («francamen-
te, llueve»), etc. Hasta podlia mostrar al co-enunciador que sólo finge 
asumirlo (caso de las enunciaciones irónicas). 
El discurso es regido por normas 
Como vimos a propósito de las leyes del discurso, la actividad verbal 
se inscribe en una vasta institución de habla: como todo comporta-
miento, está regido por normas. Cada acto de lenguaje implica a su 
vez normas particulares; un acto tan sencillo en aparien~ia como la 
pregunta, por ejemplo, implica que el locutor ignora la respuesta, que 
esta respuesta tiene algún interés para él, que cree que su co-enun-
ciador puede darla ... Más fundamentalmente, todo acto de enuncia-
ción no puede plantearse sin justificar de una u otra manera su 
derecho a presentarse tal y como se presenta. Trabajo de legitimación 
que es indisociable del ejercicio del habla. 
El discurso está tomado en un interdiscurso 
El discurso sólo adquiere sentido en el interior de un universo de 
otros discursos a través del cual debe abrirse camino. Para interpre-
tar el menor enunciado hay que ponerlo en relación con toda clase de 
otros enunciados, que uno comenta, parodia, cita ... Cada género 
45 
discursivo tiene su manera de gestionar la multiplicidad de las 
relaciones interdiscursivas: un manual de filosofía no cita de la mis-
ma manera y con las mismas fuentes que un animador de venta pro-
mocional. .. El solo hecho de ordenar un discurso en un género (la 
conferencia, el telediario ... ) implica que se lo ponga en relación con 
el conjunto ilimitado de los otros discursos del mismo género. 
ENUNCIADO Y TEXTO 
Para designar las producciones verbales, los lingüistas no disponen 
solamente de «discursos», también recurren a enunciado y texto, 
que reciben definiciones diversas, según las oposiciones en las cuales 
se los hace entrar: 
- se opone el enunciado a la enunciación como el producto al acto 
de producción; en esta perspectiva el enunciado es la huella verbal de 
ese acontecimiento que es la enunciación. Aquí, el tamaño del 
enunciado no tiene ninguna importancia: puede tratarse de algunas 
palabras o de un libro entero. Esta definición del enunciado es 
universalmente aceptada; 
- algunos lingüistas definen el enunci.ado como la unidad elemen-
tal de la comunicación verbal, una serie dotada de sentido y sintácti-
camente completa: así, «Léon está enfermo», «¡Oh!», «¡Qué chica!», 
«¡Paul!», etc., serán otros tantos enunciados de distintos tipos; 
- otros oponen la frase, que está considerada fuera de todo 
contexto, a la multitud de enunciados que le corresponden según la 
variedad de contextos en que puede figurar esta frase. Así, nuestro 
ejemplo del capítulo 1, «No fumar», es una frase si se la encara fuera 
de todo contexto particular y un enunciado si está inscrita en tal 
contexto: esc1ito en mayúsculas rojas en tal lugar de la sala de espera 
de tal hospital, constituye un «enunciado»; inscrito con pintura sobre 
la pared de una casa constituye otro «enunciado», y así de seguido; 
- también se emplea «enunciado» para designar una secuencia 
verbal que forma una unidad de comunicación completa que forma 
parte de un género discursivo determinado: un boletín meteorológi-
co, una novela, un artículo de diario, etc., son

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