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Konstantinos Paleologos 
 
 
Konstantinos Paleologos 
Universidad Abierta de Grecia 
 
 
HELENA O EL MAR DEL OLVIDO DE JULIÁN AYESTA Y EL CANON 
LITERARIO DE LA NARRATIVA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX 
 
¿Esse est percipi? 
 
¿Acaso los escritores viven para siempre? y, si esto es cierto, al menos para algunos 
de ellos, ¿cuáles son los factores que mantienen vivo a un escritor en el mercado literario y en 
la memoria de los lectores y lo convierten en un clásico? Éstas son algunas de las cuestiones 
que motivan la escritura del presente ensayo, aunque, a veces, conviene que uno inicie su 
estudio resaltando, ante todo, lo que no pretende abordar en vez de hacer hincapié en lo que 
ambiciona analizar. El presente trabajo, pues, no quiere “desenterrar” la nómina de los 
escritores olvidados del siglo XX en España y mucho menos canonizar a un autor más. Al 
contrario, pretende investigar cuáles son los requisitos que debe cumplir un escritor para 
mantenerse vivo en las historias literarias y en el recuerdo de los lectores y resaltar el valor de 
la búsqueda individual, para la formación de una “sensibilidad” literaria personal, al margen 
de los dictados de la industria editorial. Y, claro, cuando nos referimos a las historias 
literarias y, más en concreto, a la historia literaria española del siglo XX, surgen 
inevitablemente dos términos estrechamente interrelacionados entre sí, el del canon y el de 
las generaciones literarias. 
El término canon, dentro del sistema literario, se emplea para definir una serie de 
autores y obras que según el poder (cultural, político y económico) constituyen un objeto 
privilegiado de lectura y estudio. El debate acerca de la validez de este término en el terreno 
de la literatura es constante (basta recordar, a título de ejemplo, las aportaciones de autores 
como Lotman o Bourdieu), pero fue el crítico literario estadounidense Harold Bloom, en 
1994, con su célebre El canon Occidental (La escuela y los libros de todas las épocas) quien 
añadió más leña al fuego. Bloom, en su libro, que creó bastante polémica en su día, defiende 
la noción de una historia de la literatura basada en la incuestionable preeminencia de los 
grandes autores de la tradición occidental (Dante, Shakespeare, Cervantes, Joyce, etc.). En 
España, son numerosos los intelectuales que se han ocupado del tema del canon literario, 
tanto en su vertiente teórica, como en un sentido más práctico, esto es, aplicándolo al caso de 
la literatura española. Destacamos, por la fuerza de sus argumentos, a José-Carlos Mainer y a 
José María Pozuelo Yvancos. Según el primero, un canon literario es “el elenco de nombres 
que se constituye en repertorio referencial de las líneas de fuerza de una literatura y, en tal 
sentido, es una permanente actualización del pasado” (Mainer 1998: 272), al mismo tiempo 
que el segundo sitúa el debate actual en torno a la validez y vigencia de dicho término en el 
“contexto de crisis de los sentidos tradicionales de la teoría y de los lugares tradicionales de 
la crítica” literaria, un contexto de crisis que afecta en general a las Humanidades en las 
últimas décadas (Pozuelo Yvancos 2000: 17), circunstancia que ha llevado a Bloom a atacar 
duramente a los detractores del canon, esto es, las críticas marxista y feminista, los llamados 
cultural studies o la deconstrucción, es decir, todo lo que él llama “la escuela del 
resentimiento”. 
Parejo al término del canon corre, en la crítica literaria, el término de las generaciones 
literarias. La literatura española experimentó a lo largo del siglo XX un período de 
indiscutible esplendor y, al mismo tiempo, vivió, como en ningún otro momento de su 
historia, bajo la influencia y el peso, por no decir el “uso indiscriminado” (Gambarte 1996), 
Actas XVI Congreso AIH. Konstantinos PALEOLOGOS. Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta y el canon literario d...
Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta 
 
de las llamadas “generaciones literarias”, un concepto que arranca de Ortega y Gasset y, 
según José-Carlos Mainer (Mainer 1982: 218), “sirve para designar el ingreso en la historia 
de grupos de cierta coherencia que durante un plazo más o menos corto dan de un modo 
común diferentes testimonios de lo que les rodea”. Desde el modernismo hispanoamericano 
y la generación del ‘98 a finales del siglo XIX, hasta la generación X a mediados de la década 
de los ‘90, los literatos españoles han sido ordenados, encasillados, examinados, presentados, 
recordados u olvidados a la luz de tan arbitrario y dudoso, pero a la par, tan aparentemente 
necesario para los estudiosos del fenómeno, procedimiento. Las razones del empleo de esta 
fragmentación son múltiples, al igual que lo son las objeciones en contra de dicho método, no 
obstante, el motivo más importante, de todos los que “justifican” esta separación artificial, no 
deja de ser la necesidad de los críticos e historiadores literarios de organizar sobre el papel, a 
base, muchas veces, de criterios superficiales que intentan englobar a varios autores “en una 
misma tendencia facilona” (Gamoneda 2007), la realidad literaria circundante, organizar por 
tanto, o por lo menos pretender hacerlo, un fenómeno que por naturaleza es, 
afortunadamente, caótico y variopinto. 
Los que enseñamos literatura española del siglo XX, nos preguntamos muchas veces 
acerca del supuesto valor pedagógico, la utilidad didáctica, de la instalación de “esa especie 
de unidad métrica indefinible que se llama generación” (Gambarte 1996: 12), ya que es 
verdad, como sostiene García Jambrina (Jambrina 2000: 16), que el método generacional, a 
pesar de haber sido fuertemente cuestionado, sigue estando vigente en la enseñanza de la 
literatura española actual; suponemos que por cómodo, al igual que es cómodo (pero 
enormemente peligroso y contraproducente) enseñar, exclusivamente, con la lista de 
escritores canónicos a mano. Nuestra suspicacia no tiene que ver sólo con el sistema de 
valores que se oculta detrás del canon literario establecido y las fuerzas que limitan o tratan 
de limitar la interpretación de los textos, en este caso, literarios, sino también con algunos 
casos concretos de autores y obras olvidados, cuya ausencia de las páginas de las historias 
literarias en curso demuestra, según nuestro entender, los fallos que conlleva (los vacíos que 
deja) el sistema generacional en la enseñanza de la literatura. Tal es el caso del escritor 
asturiano Julián Ayesta (1919-1996) y de su obra maestra Helena o el mar de verano. 
Nuestro interés, ya lo hemos declarado, no se centra en la intención de revocar el canon 
existente de la narrativa española del siglo XX, entre otras cosas porque no pretendemos 
establecer un canon nuevo y porque estamos convencidos de que los ataques al canon lo 
hacen más fuerte, más resistente. Nuestra preocupación, como profesores de literatura es, 
coincidiendo con Talens (Talens 1994: 137), mostrar a nuestros estudiantes que la exclusión 
de obras y autores o su inclusión en un canon literario determinado, así como la periodización 
generacional, no responden a la existencia de una verdad exterior, sino a la voluntad de unos 
centros de poder (académico, editorial, político, etc.) de reconstruir el pasado desde los 
intereses del presente. 
Julián Ayesta nació en Somió, un pequeño pueblo cerca de Gijón, en 1919. En 1934, a 
sus 15 años, se afilia a Falange y, cuando estalla la guerra civil, lucha en varios frentes. Al 
terminar la guerra, se fue a vivir a Madrid y estudió Filosofía y Letras y, a la vez, Derecho. 
En 1947 aprueba las oposiciones a la carrera diplomática. Su primer destino será, en 1949, 
Bogotá. A continuación vendrá Jartum y luego Beirut, Viena, Amsterdam y, por último, a 
mediados de los ‘80, Yugoslavia. Las primeras firmas de Ayesta, según su biógrafo y 
antólogo Antonio Pau (Pau 2001: 25-32), aparecen en el periódico de los jóvenes falangistas 
Juventud, en el cual, aparte de artículos de opinión, publica también algunos cuentos de tesispolítica. Más importante es su colaboración con la revista de poesía Garcilaso en la que, 
curiosamente, publica sus colaboraciones en prosa. De principios de los ‘40, datan los únicos 
poemas publicados de Ayesta. Aparecieron en 1943 en la Antología del Alba que publicó la 
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Universidad Complutense. Del mismo año, son las dos primeras obras de teatro del autor: 
Simplemente así y El tímido Serafín. Ayesta, a finales de la década de los ‘40 principios de 
los ‘50, compagina su trabajo de diplomático con una intensa actividad literaria, no en vano, 
colabora con casi todas las revistas literarias de la época: Alférez, Destino, Índice... 
En marzo de 1952, Ayesta presenta en la Colección Ínsula la obra de su vida: Helena 
o el mar del verano. Helena significó, al mismo tiempo, el inicio y la conclusión de la 
“carrera” novelística del autor. Ayesta no volvió a publicar narrativa, si exceptuamos una 
breve joya de trescientas palabras que apareció en 1987 bajo el título “Somió, entonces...” y 
que, según Pau (Pau 2003: 18), es muy probable que fuera escrita en la década de los ‘40. En 
los últimos años de su vida, Ayesta se dedicó a escribir y reescribir una obra híbrida, entre 
teatro y novela, que tituló Cena ligera con final feliz, pero hasta la fecha sigue inédita. 
Sin embargo, Ayesta continuó escribiendo obras de teatro, “su vocación más intensa”, 
según Pau (Pau 2001: 81) [El fusilamiento de los zares en 1961 fue la última obra que editó], 
críticas de cine y teatro (en 1954, en la revista Ateneo) y artículos políticos en el periódico SP 
(1968-1969, firmaba en clave: 586.847, el número de su DNI) y, más tarde, en la revista 
Sábado Gráfico (1980-1982, con el seudónimo Pedrolo) y, también, traduciendo novelas 
como Un puñado de moras de Ignazio Silone (Silone 1955) y obras de teatro. A partir de 
mediados de los ‘50, Ayesta empieza, al igual que otros intelectuales franquistas, a alejarse 
de las posiciones del régimen. Esto le acarreó serios problemas con la censura; en 1972, por 
ejemplo, el Negociado de Cultura Popular y Espectáculos no autoriza la edición de su obra de 
teatro El Estado de Razón. De ahí, pues, el uso de pseudónimos en sus combativos artículos 
periodísticos y algunos destinos “complicados” como Jartum en 1968. Su último destino será, 
como ya señalamos, a mediados de los ‘80, Yugoslavia, pocos años antes de su 
desintegración. Luego, enfermo de cáncer, se retiró en su pueblo natal, Somió, donde murió 
el 16 de junio de 1996. 
Ayesta, si exceptuamos su labor periodística, escribió poco (una novela, cuatro 
poemas, diecinueve relatos y un puñado de obras de teatro) y editó menos (prácticamente, 
pasó los últimos 35 años de su vida en “silencio” absoluto”). Algunos críticos, como G. 
Morán (Morán 1996), lo han calificado de “buen escritor de un sólo libro”. No les falta razón, 
aunque diríamos que Julián Ayesta más que autor de un sólo libro, ha sido autor de un 
personaje único: Helena no apareció de repente en 1952; está en casi toda la producción 
anterior, en poesía y prosa narrativa, del autor; Helena encarna, para parafrasear a Francisco 
Brines, “el único amor de su vida”. La novela (de apenas 80 páginas) apareció, como 
señalamos, en 1952, apadrinada, nada más y nada menos, por Vicente Aleixandre, no en 
vano, la obra va precedida por unos versos de “Sombra del paraíso” del Nobel a modo de 
epígrafe. Helena narra, en tres partes (VERANO – INVIERNO – VERANO OTRA VEZ) el 
amor de unos adolescentes, el anónimo narrador y Helena. La primera parte, el primer 
verano, sirve como marco del encuentro de los dos protagonistas que están viviendo el 
tránsito de la niñez a la adolescencia. El relajado verano asturiano, la narración empieza un 
15 de agosto, contribuye al nacimiento, todavía tímido e inconfesable, del amor. La segunda 
parte, el invierno, significa la separación momentánea de los protagonistas. Ayesta, 
sirviéndose de un torrencial monólogo interior, saca a flote las preocupaciones de su 
protagonista (estudiante en un colegio de monjes). Temas fundamentales como el pecado, las 
tentaciones, el demonio, el cargo de conciencia se alternan con otros triviales como el fútbol 
o el movimiento de los protones, en el capítulo, estilísticamente, más interesante de la obra, 
en el que Ayesta, con su brillante prosa, encuentra la oportunidad de manifestar su ya 
conocido anticlericalismo. En la tercera y última parte, el segundo verano, vivimos el 
reencuentro de los dos protagonistas y la maduración de sus sentimientos. Pueden, por fin, 
vivir el estallido de su amor, ya no hay cargos de conciencia, sólo sabores, colores y placer. 
Actas XVI Congreso AIH. Konstantinos PALEOLOGOS. Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta y el canon literario d...
Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta 
 
La novela, cuando se editó, tuvo muy buena acogida tanto por parte de los críticos 
como de los propios lectores (Pau 2001: 55). J. L. Cano (Cano 1953) habló de una obra 
“deliciosa y frutal” y J. M. Jové (Jové 1952) de un libro “maravilloso” escrito con sinceridad, 
sangre y nostalgia. Pues bien, los críticos, en estos casi 55 años que han transcurrido desde la 
primera edición de la obra en cuestión, no han cesado de hablar de la magia, la sensualidad, 
la frescura y la emoción que emana Helena, y la han calificado de “una joya de estilo, de 
sencillez narrativa y de sensibilidad” (Morán 1996). No obstante, a pesar de todo esto, a pesar 
de que cierto crítico, María José Obiol, lo ha calificado como “uno de los diez libros más 
importantes de la narrativa española del siglo XX”, como reza la cinta que acompaña la última 
edición de la obra (Editorial Acantilado 2002), Ayesta y su obra maestra siguen viviendo 
excluidos del canon literario español y, por tanto, constituyen, por motivos que pasamos a 
analizar, un caso llamativo de la literatura española reciente para todos aquéllos que estén 
interesados en analizar, por una parte, los criterios, tanto literarios como político-
institucionales, que rigen en el proceso de configuración del corpus normativo de textos de la 
narrativa española del siglo XX y, por otra, los motivos por los cuales un escritor, 
supuestamente valioso, y su obra no han conseguido hasta ahora formar parte de este corpus. 
Para empezar, el nombre de Ayesta brilla por su ausencia en la mayoría de las 
historias de la literatura española que circulan actualmente en el mercado (Barroso Gil 2000; 
García López 1995; Pedraza Jiménez 1997; Pedraza Jiménez 2000; Sanz Villanueva 1994; 
Ynduráin 1980) y tampoco se “halla” en las páginas del diccionario enciclopédico Nuevo 
Espasa Ilustrado 2002. Se menciona sólo una vez en la Historia de la literatura española de 
Jesús Menéndez Peláez y otros (Menéndez Peláez 2005) y en la Breve historia de la 
literatura española de Carlos Alvar y otros (Carlos Alvar 2007). En la primera, una obra de 
más de 3.000 páginas, lo único que se dice de Ayesta es que, en la década de los ‘40 era un 
cuentista “recién llegado, cuyo porvenir era entonces una incógnita” (Menéndez Peláez 2005: 
806) [su nombre, eso sí, se menciona, ironías de la vida, junto al de Cela]; en la segunda, se 
hace referencia a Helena como una “breve novelita” (Carlos Alvar 2007: 640) de “evocación 
psicológica y sensibilidad refinada”. No obstante, y esto es lo curioso, a pesar de no poder 
considerarse un libro clásico, propiamente dicho, de la narrativa española reciente, Helena 
casi nunca ha desaparecido del mercado, circunstancia de indudable mérito, máxime en los 
últimos años en los que las librerías se han convertido en supermercados de novedades o/y, 
en el mejor de los casos, de libros clásicos. Así, la primera edición de 1952 fue seguida por la 
de 1957 en la editorial madrileña Arión; la tercera edición –que de alguna manera marca la 
etapa barcelonesa del libro ya que a partir de entonceses editado por casas editoriales 
catalanas– sale en 1974 en Seix Barral. Si promotor de la primera edición fue Vicente 
Aleixandre, de la tercera lo fue otro poeta importante, Pere Gimferrer. A continuación, 
tenemos la cuarta edición de 1987, por la editorial Sirmio y la quinta, en 2000, por El 
Acantilado. Conviene también mencionar que Helena ha traspasado las fronteras españolas 
(es de resaltar que en el siglo XXI lo hace con mayor frecuencia) ya que ha sido traducida al 
francés, en 1992 (Helena ou la mer en été), al alemán en 2004 (Helena oder das Meer des 
Sommers), al griego en 2005 (Ελένα ή η θάλασσα του καλοκαιριού) y al holandés en 2006 
(Helena of de zee van de zomer). 
Pero, ¿cuáles son los motivos por los cuales Helena, a pesar de las excepcionales 
críticas que ha recibido en España y su “carrera” internacional, sigue excluida de la historia 
oficial de la literatura española? Para aproximarnos mejor a una posible explicación del 
fenómeno, examinaremos al autor y su obra en relación con cuatro cuestiones, esto es, la 
generación literaria dominante en los años ‘50, el pasado político de Ayesta, lo reducido de 
su producción y el género literario al que pertenece Helena. 
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Cuando Ayesta, en 1952, publica Helena, en la narrativa española predomina el 
realismo social de la generación del “medio siglo” (Aldecoa, Ferlosio, Martín Gaite, etc.) que 
intenta por una parte reflejar, lo más fielmente posible, la asfixiante realidad que vive la 
sociedad española de la época y, por otra, promover la transformación social. La obra de 
Ayesta, por su vitalidad y colorido, no se asoció jamás a la obra de estos autores. Es más, el 
propio Ayesta, en un artículo suyo que fue publicado por la revista Ínsula (Ayesta 1952) 
arremete duramente contra dicha generación: “...cada día me siento más neoclásico o, más 
exactamente, más neorrenacentista. Para mí, todo lo difuso, todo lo masoquista, todo lo 
angustiado, todo lo inhumano, es oriental, antiblanco y antieuropeo. […] Ese instalarse en la 
renunciación y en la angustia desmelenada, tan de moda hoy, me parece puro afeminamiento 
y cobardía...”. La obra, pues, de Ayesta, no encontró acomodo dentro de los límites de la 
generación literaria dominante de su época: “no es fácil determinar la filiación literaria de las 
breves y brillantes páginas de Ayesta”, sostiene A. Pau (Pau 2001: 57); como mucho, Helena 
ha sido asociada a otras novelas que se editaron por la misma época, como es el caso de La 
tarde de Mario Lacruz, por ser, ambos, relatos de evocación psicológica y sensibilidad 
refinada (Alvar 2007: 640) o El camino de Miguel Delibes (Pau 2001: 56) y La vida nueva de 
Pedrito de Andía de Rafael Sánchez Mazas (Pau 2001: 56/Mainer 2005: 56) por ser las tres, 
narraciones en las que predominan las evocaciones de la infancia. 
Desgraciadamente, basta una simple hojeada a las historias de la literatura española 
que están en curso para comprobar que casi no hay espacio para los escritores que no encajan 
en “esa unidad métrica indefinible que se llama generación” (Gambarte 1996: 12), es decir, 
para los autores no engarzados. ¿Se puede enseñar la literatura sin hablar de generaciones? o, 
mejor dicho, ¿se puede enseñar la literatura al margen de las generaciones? Es un gran reto 
que tenemos por delante todos los que enseñamos literatura española y sentimos la necesidad 
de cuestionar las rígidas clasificaciones impuestas por la historia oficial de la literatura que 
“valen para lo que en literatura es normalidad, término medio, práctica común y rutinaria, 
pero no para lo singular y egregio” (Lida 1983: 43). 
¿Se puede, acaso, olvidar el pasado político de un creador a la hora de valorar su 
obra? La respuesta es que no, aunque tampoco es prudente, nos atrevemos a añadir, que este 
pasado determine la lectura de la obra y la presencia o no, de su autor en los libros de historia 
literaria. Mora (Mora 2006: 194) sostiene que un escritor “aunque decida elaborar la obra 
desde el más íntimo compromiso con lo que le rodea, estará haciendo sociología y no 
literatura si la obra no puede interpretarse con independencia de la posición del autor”. Esta 
postura, con la que estamos totalmente de acuerdo, nos conduce a pensar que tampoco la 
interpretación y la valoración de una obra deberían basarse exclusivamente en la 
interpretación y la valoración del compromiso ideológico de su autor. Ayesta formó parte del 
grupo de literatos falangistas que se dio a conocer en los años ‘40 (es la única promoción 
literaria a la que se ha visto asociado), no obstante, este hecho, aunque ha desempeñado un 
papel decisivo, no puede explicar, por sí solo, el olvido en el que ha caído el nombre del 
autor, y esto por un motivo muy simple: son numerosos los escritores españoles que en cierto 
momento fueron miembros de la Falange y, sin embargo, dicha circunstancia no ha sido 
óbice para que hoy se consideren consagrados. El caso más llamativo es el de Gonzalo 
Torrente Ballester, pero también tenemos los ejemplos de Rafael Sánchez Masas o de 
Dionisio Ridruejo (a cuya memoria, por cierto, está dedicado el octavo tomo de la Historia y 
crítica de la literatura española que dirige Francisco Rico). Ayesta por no estar, ni siquiera 
está en la nómina de escritores falangistas que “ondean” hoy, en ciertas ocasiones, personas 
que sienten nostalgia por el régimen franquista. Tal, por ejemplo, es el caso de Fernández 
Barbadillo (Fernández Barbadillo 2005) que en su crítica a una de las novelas emblemáticas 
de la “mitología” franquista (La fiel Infantería de García Serrano) habla de los miembros de 
Actas XVI Congreso AIH. Konstantinos PALEOLOGOS. Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta y el canon literario d...
Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta 
 
la generación literaria falangista (Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, Eugenio Montes; 
Ernesto Giménez Caballero, Luys Santamaría o Víctor de la Serna) que “quienes redactan los 
manuales de literatura los han enterrado en tumbas sin nombre”. Qué decir de Ayesta... No 
obstante, ya decía Mainer (Mainer 2005: 56) que Helena “nació predestinada a ser leída y 
entendida veinte años después” o más, nos atreveríamos a añadir. Su lirismo y vitalidad no 
entraban en el horizonte de expectativas de la alta postguerra. 
¿Es determinante la cantidad de obras publicadas en la valoración de un escritor? Es 
verdad que términos como “larga trayectoria”, “dilatada carrera” o “extensa producción” 
suelen considerarse positivos cuando acompañan la valoración de un autor, aunque por sí 
solos no tienen por qué serlo. Esto explicaría, en parte, la angustia de los autores 
contemporáneos de publicar con cierta periodicidad y de estar siempre presentes en los 
escaparates de las librerías. Es verdad que el canon de la narrativa española del siglo XX ha 
mostrado su predilección por los “maratonianos”, como son los casos de Cela o de Delibes, 
pero tampoco ha ignorado a aquéllos de los escritores que, por cualquier motivo, no han sido 
prodigios de productividad, como son los casos de Laforet, de Sánchez Ferlosio o, el más 
característico de todos, de Martín-Santos que con Tiempo de silencio, su única obra, se ha 
encaramado, con toda justicia, en las altas cumbres de la literatura española. Sin embargo, lo 
que diferencia a Ayesta de los escritores canónicos de reducida producción literaria es que él 
no creó “escuela”; Helena no se considera como Nada, El Jarama o Tiempo de silencio ni 
inicio, ni cumbre ni culminación de ningún período ni de ninguna corriente literaria. 
Es indiscutible que “toda nueva obra se sitúa en unas coordenadas genéricas gracias a 
las cuales se hace inteligible” (Llovet 2005: 275). Centrándonos en Helena ¿cuál es el género 
literario al que pertenece dicha obra? Según nuestro entender, es novela sin más, ni “novela 
corta”, ni “breve novelita”,ni “colección de cuentos”. No obstante, el modo en el que fue 
apareciendo la obra [no olvidemos que dos fragmentos de la novela habían sido publicados 
como cuentos independientes, durante la década de los ‘40, en las revistas Garcilaso (Ayesta 
1943) y Acanto (Ayesta 1947)] y la duda manifestada por el propio autor [“¿Cuento o 
novela?”, se preguntaba en 1952 (Ayesta 1952)], ha generado incertidumbre, circunstancia 
que ha perjudicado la recepción de la obra por los historiadores y críticos literarios que no 
sabían cómo tratarla. Aunque parezca extraño, a nuestro parecer, esta cuestión influyó 
decisivamente en la no canonización de Helena, puesto que una clara delimitación genérica 
resulta absolutamente imprescindible para acercarse de manera crítica a los textos literarios 
“porque el género constituye una especie de marco teórico que orienta tanto la creación como 
la comprensión de las obras” (Llovet 2005: 278-279), resulta por tanto indispensable y 
crucial para dar a una obra el puesto que le corresponde en el sistema literario de un país. 
En los párrafos anteriores intentamos presentar y analizar los principales motivos por 
los cuales Ayesta y su obra no han encontrado hasta ahora cabida dentro del canon literario 
de la narrativa española del siglo XX. La ambición de esta exposición, ya dejamos constancia 
de ello desde el principio, no es canonizar a un escritor más, sino hacer hincapié en los 
problemas y las injusticias que plantea la construcción de un canon literario y la enseñanza de 
la literatura que se basa exclusivamente en el sistema generacional y los rígidos esquemas de 
los géneros literarios. Somos conscientes en todo momento de que “la oposición entre 
literatura canonizada y no canonizada no equivale a la distinción tradicional entre buena y 
mala literatura” (Iglesias Santos 1994: 332) y que hay todo un proceso de canonización 
(Bourdieu 1995: 333) promovido por diferentes instancias de consagración (sistema de 
enseñanza, prensa, academias, etc.) que conducen a un escritor al panteón literario (presencia 
en manuales y antologías, introducción en los programas escolares, creación de sociedades 
conmemorativas, atribución de nombres de calle, inauguración de estatuas, entrega de 
premios literarios, etc.). El caso de Julián Ayesta nos ha servido para comprobar lo difícil que 
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resulta para un escritor de calidad indiscutible entrar en la lista de los escritores canónicos de 
la narrativa española del siglo XX, cuando no pertenece a una generación literaria concreta, ha 
escrito relativamente poco y tiene un pasado político bastante turbio. Ayesta, por no tener, ni 
siquiera tiene la esperanza de un premio literario que le rescate del “olvido” (como, por 
ejemplo, a Gamoneda, el Cervantes de 2006). No obstante, ahí precisamente se halla el gran 
reto de estos transformadores (Iglesias Santos 1994: 322) de la literatura que somos los 
docentes: preguntarnos qué literatura enseñamos y desde qué presupuestos lo hacemos y, en 
todo caso, enseñar a nuestros estudiantes que la literatura y el placer literario son algo más 
que una lista, de las muchas que circulan últimamente, de “los libros que uno no puede dejar 
de leer”. 
 
 
Bibliografía 
 
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Helena o el mar del olvido de Julián Ayesta 
 
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