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En un estudio exploratorio sobre el oficio docente realizado hace unos años,1 se consultó a los docentes acer- ca de cuál era, entre un conjunto de acciones, la tarea más especifica de su oficio. Según la opinión de la mayor parte de los encuestados la opción compuesta por estimular/ interesar/motivar fue la más escogida. Inmediatamente después se optó por transmitir/enseñar y en un número menor señalaron conocer las necesi- dades de los alumnos. En términos generales la educa- ción siempre ha sido definida como la operación encargada de la acogida, cuidado y formación del cachorro humano a partir de la transmisión, de una generación a la siguiente, del cúmulo de conocimientos conocido como cultura. La pregunta es obliga- da: por qué los maestros ya no ejer- cen lo que hasta ahora parecía definir la operación misma de educar y, por tanto, su oficio. La respuesta, solo en parte, está dada: estimulan, motivan, interesan, intentan que el cachorro humano mueva la cola.2 Ya sea debido a las transformacio- nes de la época o a la tan nombrada crisis de la educación, parece ser que con el paso del tiempo la escuela moderna, la escuela que se conocía hasta el momento, está dejando de cumplir con la función política de edu- car, está dejando de repartir entre la comunidad de seres humanos aquello que les es común y que representa los medios orientadores para vivir en el mundo. Está dejando de ser la cons- tructora por excelencia de identidades, de subjetividades. Acerca del par transmitir/enseñar “El hombre no puede hacerse hombre más que por la educación. No es más que lo que ella hace de él. Y observemos que no puede recibir esa educación más que de otros hombres que a su vez la hayan recibido” (Kant, 1980: 34). Es preciso detenerse un momento en esta idea de Kant de que el hombre “se hace” –a diferencia de esa otra cate- goría de seres llamados docentes, para lo cual, según sus propias palabras: “se nace y no se hace”–.3 Paradojas de la educación. Nacer y hacer, dos verbos al parecer contradictorios pero que Cs. de la Educación 75 La transmisión El valor político del verbo “dar” en educación María Aleu Lic. y Prof. en Ciencias de la Educación, FFyL, UBA. Maestranda en Educación, UdeSA. Adscripta, FFyL e investigadora en formación, Proyecto UBACyT 1. Esta estudio, realizado entre 2002 y 2003, forma parte de un conjunto de actividades desarrolladas por la Escuela de Capacitación –CePA– de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciu- dad de Buenos Aires, en el área denominada “Estudios sobre el oficio docente”, bajo la coordi- nación del Dr. Estanislao Antelo. 2. Antelo y Abramowski (2000). En el capítulo “Nada mejor que tener un buen desmotivado cer- ca”, el autor hace un breve recorrido por los inicios de los estudios sobre la motivación y analiza muy lúcidamente cómo esta ha dejado de ser un atri- buto exclusivo de los canes. 3. Esta es la expresión con la que comúnmente uno se encuentra cuando pregunta cuáles son las características de un buen docente. La idea remite a que se trata de un “don”, de que es algo que nace con uno, algo “que se lleva en el alma”. 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 75 encierran en sí mismos la esencia de la operación de educar.4 La educación siempre ha estado vinculada a la idea de hacer de algo, alguien. De modelar, modificar, trans- formar algo en otra cosa, de transfor- mar al cachorro humano en algo diferente pero semejante y por tanto humano. “El oficio está asociado más que nada al trabajo de construcción de algo, ya sea elucubración mental o una cosa concre- ta, tangible (...) yo creo que nosotros los docentes, tenemos un material a traba- jar muy delicado, si nosotros nos equivo- camos no podemos hacer un bollo y tirarlo al cesto de basura (...) con una actitud, con un gesto, con una frase mal dicha, con una afirmación, yo sé que lo estoy marcando de por vida (...) estamos trabajando con un material muy delica- do” (profesor de EGB, Ciudad de Bue- nos Aires, 2003). Se trata de un cuerpo dócil, malea- ble, perfectible, se trata del cuerpo infantil, de niños. Del hombre, que a diferencia de los animales nace incom- pleto, despojado, inerme pero al mis- mo tiempo con potencialidad, con capacidad de perfeccionarse, de vol- verse con la ayuda de otros, cien por cien humano. De ahí su necesidad de ser cuidado y acogido. De ahí su dependencia absoluta de otros, adul- tos que, advirtiendo su imposibilidad de valerse por sí mismo, le brinden la seguridad, protección y estabilidad necesarias para su desarrollo. Se trata de lo que sucede, como dice Meirieu (1998: 19), “en el encuentro cara a cara con alguien que está respecto de mí en una relación primordial de depen- dencia inevitable”. En esta advertencia del adulto se establecerá un vínculo, un lazo entre este y el niño, una rela- ción entre el padre y el hijo, que no podrá fundarse más que en la imposi- ción que implica dirigirse a otro, en la autoridad de un otro en el que se bus- cará satisfacer los deseos básicos de guía y protección. La familia, y más tarde la escuela, serán los lugares privilegiados para el resguardo del niño, actuarán como las mediadoras entre el ser que nace y el mundo. Serán los sitios donde transcu- rrirá el tiempo de espera para introdu- cirse finalmente en el ámbito de los adultos, y estos últimos serán los que deberán hacer las presentaciones entre los nuevos seres humanos y el mundo. Debido a que ninguna carac- terística genética le indicará el recorri- do que ha de hacer su especie, el ser humano tendrá que aprender todo lo necesario para incorporarse a este mundo que lo preexiste y en el que convive con otros que ya están en él. La preocupación del maestro al que pertenecen las palabras que han sido citadas advierte sobre la precoci- dad del cachorro humano y sobre la importancia de lo que implica el verbo ESPACIOS76 La transmisión 4. Tal como dice Arendt: “la esencia de la educa- ción es la natalidad, el hecho de que en el mundo hayan nacido seres humanos” (Arendt, 2003: 271). 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 76 educar. Se trata de enseñar, de dejar una huella, de dirigirse a otro, de susci- tar algo en el otro, de establecer una relación con otro. La educación, entendida como cierta forma de imposición, funciona entonces como un medio de orienta- ción, de iniciación, protección y cuida- do de aquellos que, por definición están desorientados. Es la existencia de esta diferencia generacional y el reco- nocimiento de la responsabilidad de los adultos respecto del mundo y de su descendencia lo que habilita la edu- cación a partir de la transmisión. Tal como explica Debray (1997) la transmisión es esencialmente un trans- porte en el tiempo. Es lo que permite unir pasado y presente, al mismo tiem- po que hace posible proyectar un futuro. A diferencia de la comunica- ción, en la que emisor y receptor deben estar simultáneamente presen- tes en los extremos de la línea de comunicación, la transmisión se realiza por lo general en ausencia física del emisor. Se trata de una empresa por medio de la cual se construyen dura- ciones, se establece un vínculo entre los muertos y los vivos para prolongar, “para que lo que vivimos, creemos y pensamos no muera con nosotros (más que conmigo)” (Debray, 1997: 18). Se trata de transmitir herencia, de ase- gurar un mínimo de continuidad que permita reconocerse como miembro de la comunidad de humanos, como parte de un mundo que existía antes de nosotros y que nos sobrevivirá. Como afirma Hassoun (1996), es preci- samente “esta persistencia de los hechos de cultura que proceden del lazo social [la que] nos inscribe en una continuidad y nos asegura, en cierto modo, que no estamos en cada genera- ción confrontados a algo nuevo sin nin- gún nexo con lo que lo precede, puesto que es a la luz de lo antiguo que pode- mos reconocer y afrontar la discontinui- dad” (Hassoun, 1996: 144-145). Se trata de transmitir aquello cuya preservación da a la comunidad su razón de ser. Aquello que nohay dere- cho a guardar ni a guardarse para sí, de asegurar la integridad de un noso- tros por medio del reparto entre los individuos de lo que les es común. Tal como dice Debray (1997: 21): “la trans- misión es carga, misión, obligación: cultura” . El educador, los mayores en gene- ral, deberán asumir la responsabilidad que implica efectuar este pasaje, el ser los pasadores en el sentido de “pasar la posta”, de dar algo a alguien para que lo guarde. Deberán asumir la obliga- ción de pasar esto, que no es más que pasar una deuda que, a su vez, no es más que endeudar a otros. Dice Leandro De Lajonquière: “aquello que el maestro enseña, aun- que sea de él en tanto lo aprendió, no le pertenece. Lo aprendido es siempre tomado prestado de alguna tradición que ya sabía qué hacer con la vida. De esta forma, aquel que aprende de hecho contrae automáti- camente una deuda que, aunque crea a veces tenerla con su maestro ocasional, está en última instancia asentada en el registro de los ideales o de lo simbólico. De esa forma, como todo maestro fue alguna vez aprendiz, él no pasa de ser un deu- dor (...) En suma, el maestro enseña porque a fin de cuentas ese es su deber” (De Lajonquière, citado en Antelo, 2000: 105). Cs. de la Educación 77 María Aleu Estimular/interesar/motivar suelen ser las tareas más reconocidas por los docentes como definitorias de su profesión. 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 77 Devolver exactamente el mismo importe que se adeuda es imposible, porque los símbolos mismos que com- ponen esa deuda, al ser transmitidos, ya han sido modificados, repensados. Transmitir no es transferir sino más bien reinventar, alterar o bien, como expresa Hassoun, procesar clandestina- mente aquello que ha sido heredado. No hay transmisión que no conoz- ca el olvido que permite, a partir de la repetición, que sobrevenga la diferen- cia. Una transmisión lograda es aquella que hace posible que lo nuevo se apo- dere de lo viejo para reinventarlo. En este sentido, si la transmisión es con- servación, también es innovación ya que lleva en sí misma la semilla de lo nuevo que trae cada generación. Tal como explica Hannah Arendt, la con- servación es la esencia de la actividad educativa, ya que se trata siempre de proteger algo: al niño ante el mundo, al mundo ante el niño; pero también a lo nuevo ante lo viejo, a lo viejo ante lo nuevo. Dice Arendt (2003: 296): “Nuestra esperanza siempre está en lo nuevo que trae cada generación (...) la educación ha de ser conservadora; tiene que preservar ese elemento nuevo e introducirlo como novedad en un mundo viejo que, por muy revolucionarias que sean sus acciones, siempre es anticuado y está cerca de la ruina desde el punto de vista de la última generación.” Esta falla que encierra la transmi- sión es la misma que permite definir a la educación como formación. Se puede hacer de algo alguien, se puede formar al otro, hacerlo, como dice Kant, solo en la medida en que se asume el riesgo de su libertad, en la medida en que se tiene presente la imposibilidad de saber de antemano cuál será el producto de esta interven- ción. Solo si se reconoce la indetermi- nación, si se reconoce ese exceso de humanidad en el otro que lo hace libre. Se puede hacer alguien de algo sin esperar hacer algo de alguien, si se piensa en alguien que nos debe todo y al mismo tiempo no está obligado a nada respecto a nosotros. Sólo ahí habrá educación, solo en ese caso habrá verdadera transmisión. Esto es lo que, según Meirieu, diferencia la for- mación de la fabricación. Una de las preocupaciones centra- les de la pedagogía estuvo vinculada a determinar cuál sería el ideal de hom- bre que se querría formar, ¿qué es lo que ellos o ellas deberían ser?, ¿en qué deberían transformarse? Pensar en cuál es el fin de la educación, con la certeza de que siempre se desconoce- rá el final. La pedagogía afirmará conocer la respuesta a estas preguntas y disponer de un saber exhaustivo y a priori de lo que le falta al cachorro para ser adulto. La ambición de dominar por completo el desarrollo del individuo llevará a sis- tematizar los saberes y conocimientos a transmitir; llevará, como dice Meirieu, ESPACIOS78 La transmisión 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 78 a permanecer en el mismo sueño o más bien en la misma pesadilla de Frankenstein de hacer vida con la muerte, de fabricar un sujeto acumu- lando elementos, disciplinas escolares convertidas en “fragmentos de cadáver exhumados de panteones y de osarios, en jirones de conocimientos extirpa- dos de tratados eruditos y compilados en manuales” (Shelley, 1818: 69). Suce- de que en la escuela las disciplinas han sido despojadas de los interrogantes que le dieron origen, aparecen cristali- zadas y su contenido, lejos de ser apro- piado y reinventado, debe ser repetido y duplicado. “Pedagogía camello” dice Meirieu (1998: 113), es “esa que consis- te en acumular saberes sin preocupar- se de su empleo, dando por supuesto, simplemente, ‘que seguro que servirán algún día para algo’.” “Yo creo que no solo tiene que enseñar los contenidos de la asignatura sino que lo que tiene que hacer es enseñar a pensar a los pibes y para que uno pueda ayudar, colaborar en algo, no la cosa iluminista de que el docente te va a transmitir... no, sino que el docen- te te pueda aportar algo para que el pibe pueda pensar (...) ahora la pala- bra transmitir suena espantosa (...). Siempre hay alguien que transmite algo, no sé si es malo eso, el tema es que lo que es muy negativo es que el que lo está escuchando lo repita como un loro sin analizar, sin pensar, sin que pueda transformar esto que le dijiste en otra cosa que le sea útil. (profesora de Filosofía, Ciudad de Buenos Aires, 2003). La transmisión asociada a la acu- mulación de disciplinas escolares puede ser devastadora. Su extremo, aquella pedagogía que reivindica la educación centrada en la primacía del niño, también. La idea rousouniana de que el niño se convierta en el actor principal de su propia educación, descubriendo y construyendo lo que es necesario para su desarrollo, toma- da en el sentido más literal, encierra en sí misma la posibilidad de sobreva- lorar la capacidad autodidacta del niño y reducir la educación a la con- templación de actitudes que se des- piertan. Habilita la posibilidad de rati- ficar todas las formas de desigualdad, habilita la posibilidad de condenarlos a la ignorancia. Estas maneras de entender la peda- gogía olvidan que la esencia misma de la transmisión, y por ende de la educa- ción, consiste en hacerles ver cómo es el mundo, en ser pasadores de cultura y en mostrarles, al mismo tiempo, la existencia de otros mundos posibles, en ayudarlos a construir a partir de aquí, la diferencia. Deudores, morosos incobrables Hoy en día las bases en que se asentaba la transmisión se encuen- tran alteradas si no desbastadas. La destitución de la autoridad del adulto, el desdibujamiento de las diferencias generacionales, las modificaciones del estatuto de la infancia y la familia, el declive del largo plazo, la insistencia en la comunicación de información en detrimento de la transmisión de cultura son solo algunos de los signos que marcan las transformaciones de la época. Como dice Sennett (2000) el lema parece ser “Nada a largo plazo”; el tiempo ha sido librado de la jaula de hierro del pasado,5 la flecha del tiem- po se ha roto, no tiene una trayectoria, odia las rutinas y programa a corto pla- zo. El vertiginoso suceso de los cam- bios ya no permite pensar en el largo plazo. La capacidad de desprenderse del pasado aparece como uno de los rasgos del carácter de la sociedad del capitalismo flexible, en el que la expe- riencia pasada no parece servir de guía para el presente. Si antes el paso del Cs. de la Educación 79 María Aleu 5. El sociólogo Max Weber llamó “jaula de hierro” a la estructura burocrática que racionalizaba el uso del tiempo. 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 79 tiempo era lo que convertía a los hom- bres enmayores, hoy en día el paso inexorable del tiempo no hace más que vaciarlos. El lugar de adulto ha sido desti- tuido de autoridad; padres que no pueden hacerse responsables ante sus hijos; familias que hace tiempo dejaron de ser lugares de protección y resguardo de los niños antes de su entrada en el mundo; familias monoparentales, ampliadas, recom- puestas; hijos sin padres ni madres; padres y madres sin descendencia, sin legado, sin herencia; infancias hiperrealizadas; niños que hace mucho dejaron de ocupar el lugar de no saber; “pequeños monstruos” que ya no suscitan en sus adultos “protectores” demasiada necesidad de protección, que son capaces de guiar al adulto. Infancias desrealiza- das una niñez que no es obediente y por lo tanto una niñez que es autó- noma y que en la calle construye sus propias categorías morales. “Una niñez que al verla sola o en grupo, difícilmente nos causa ternura.” (Narodowski, 2000: 51). Adultos pequeños, dispuestos a todo.6 La desaparición de las fronteras generacionales, el desdibujamiento de los lugares de adulto y de no adulto, de los viejos y los nuevos que hacían posible la educación ponen en cues- tionamiento el mecanismo de la trans- misión generacional. La comunicación de la información gana terreno en detrimento de la transmisión y disloca la base misma en la que se asentaba la operación de educar. ¿Qué pasa cuando los cambios que se suceden de una generación a la siguiente son tales que hacen que efectivamente se esté ante otro mun- do, que no puedan reconocerse en él vestigios del pasado ni el camino recorrido por los otros para, a partir de allí, construir nuevos posibles? ¿Qué pasa cuando ya no hay nada que dejar a las nuevas generaciones porque lo que se tiene para darles es probable que ya no sirva? ¿Qué pasa cuando, aun sabiendo lo importante que es la transmisión, se les niega a las futuras generaciones parte de la historia, cuando la educación deja de cumplir con su función política, cuan- do se deja de repartir entre la comu- nidad de seres humanos aquello que es común y que representa los medios orientadores para vivir en el mundo? ¿Qué pasa cuando los adul- tos ya no asumen la responsabilidad por el mundo y por la descendencia, cuando lo único que aparece es la posibilidad del abandono? Los chicos no son los de siempre. Han cambiado. Como dice una maes- tra a punto de jubiliarse: “me han cam- biado el caballo”. “creo que es generacional, que la sociedad ha ido cambiando y mucho (...) los chicos de hoy en día ya no son los mismos de antes. Hay un cambio muy grande (...). Hemos llegado a un extremo donde es un caos todo, por- que todo el mundo le ha perdido el respeto a todo el mundo, cada uno hace la suya, le importa tres pepinos el que tiene enfrente, al lado (...). El chico está terriblemente alterado, entonces vos perdés un montón de tiempo en organizar todas esas almas perdidas que tenés, o el chico no escucha, o no registra, no responde para lo que va a la escuela.” (maestra normal, Ciudad de Buenos Aires, 2003). No estudian, no se interesan, no leen. Se han convertido en lo otro inaccesible, indecible porque no se conoce. Lo que reina entre adultos y no adultos es la incomunicación, la falta de vínculos, el aislamiento. Como explican algunos, el resultado de pensar que existe un mundo y una sociedad infantil, autónoma, separada del mundo y de la sociedad ESPACIOS80 La transmisión 6. En el film Ciudad de Dios, dirigido por Fernando Meirelles, aparece una clara representación de esto. En una de las escenas, cuando los jefes de la banda están repartiendo las armas, un adulto (de aproximadamente 17 años) se niega a entregarle una arma a un niño, a lo que este alega “ya robé, ya maté, ya fumé marihuana”. Lo que demuestra es que efectivamente no se está en presencia de un niño, es otra cosa pero no un niño. 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 80 de los adultos, consiste en que se los ha expulsado del mundo. Sucede que hoy en día en la escuela hay maestros que dicen que lo que tienen para dar es amor/afecto/cariño, contención. Maestros que esgrimen que la tarea específica del oficio docente es interesar/estimular/motivar. Maes- tros que no perciben en el deseo de transmitir la cultura un motivo para continuar en la tarea docente. Maes- tros que necesitan conocer las necesidades de los alumnos como condición indispensable para que suceda la enseñanza.7 Velos, disfraces, máscaras detrás de las cuales se esconde el abandono. Quizás, como dice Antelo (2000), cuanto más se quiere, cuanto más contención, cuanto más se conocen las necesidades de los alumnos, cuan- to más se esfuerza el docente por motivar, interesar, incentivar a los alumnos, menos tiempo queda para enseñar, para transmitir. “(...) como que esto de transmitir no suena lindo. Aparte, en todos los cur- sos de pedagogía y demás, la pala- bra transmitir no se usa más, suena horrible. Entonces es mejor descubrir, promover, incentivar pero transmitir suena horrible. Entonces, yo digo que no hay que descartar todo eso. No digo que ese no sea el eje, pero no se puede dejar de lado que uno en cual- quier área supone que el que enseña tiene un saber. Yo no sé si la palabra transmitir por ahí está asociada con experiencias muy negativas de la educación en otras épocas, pero no sé si no es que ‘no’ tenemos qué transmitir. Yo creo que algo tengo para dar y que mis colegas tienen algo para dar y que transmitir.” (pro- fesora de Filosofía, Ciudad de Bue- nos Aires, 2003). Nada más cierto. De lo que se tra- ta es de lo que Leandro de Lajon- quière llama “educación a secas”, es la que acepta la idea de que un maestro tiene algo para dar, pero además lo enseña. Se trata de eso que aún encontramos en las escue- las: maestros que continúan insis- tiendo en que tienen algo para dar. Maestros obstinados, perseverantes, que insisten, incluso desconociendo el destino de lo que enseñan; aun- que no sepan cómo van a terminar las cosas. Maestros que enseñan porque es su deber, que insisten en saldar una deuda que solo puede ser pagada enseñando.8 Que encierran en ese “algo para dar” el plus de su trabajo, lo que los impulsa a seguir, algo que evidentemente es del orden de lo que nos hace humanos, de la subje- tividad y de la transmisión. Cs. de la Educación 81 María Aleu Antelo, Estanislao y Abramowski, Ana, El renegar de la escuela. Desinterés, apatía, aburrimiento, violencia e indisciplina, Homo Sapiens, Rosario, 2000. Arendt, Hannah, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, Barcelona, 2003. Da Silva, Tomaz Tadeu, Espacios e identidad. Una introducción a las teorías del currículo, Octae- dro, Barcelona, 2001. Debray, Régis, Transmitir, Manantial, Buenos Aires, 1997. Gualerman, Sergio J. (comp.), Memorias en presen- te. Identidad y transmisión en la Argentina del posgenocidio, Norma, Buenos Aires, 2001. Hassoun, Jacques, Los contrabandistas de la memo- ria, De la Flor, Buenos Aires, 1996. Kant, Immanuel, Reflexions sur l’éducation, citado en Meirieu, Ph., op. cit. Meirieu, Philippe, Frankenstein educador, Alertes, Barcelona, 1998. Naradowski, Mariano, Después de clase. Desencantos y desafíos de la escuela actual, Nov. Educativas, 1999. Puiggrós, Adriana, Volver a educar, Ariel, Buenos Aires, 1995. Sennett, Richard, La corrosión del carácter. Las con- secuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, 2000. ————, La autoridad, Alianza, Madrid, 1980. Shelley, Mary, Frankestein, Ed. Alertes, 1818, citado en Meirieu, Ph., op. cit. Referencias bibliográficas 7. Estos son alguna de los datos que surgieron a partir del estudio exploratorio al que se hizo refe- rencia al comienzo de este trabajo. 8. De Lajonquière, L., en Antelo, E. y Abramowski, A., (op. cit.). 62-105 Educación_reseñas 4/28/09 7:04 PM Page 81
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