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Alejandro Hernández (ed ) - Habla ciudad

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ALEJANDRO HERNÁNDEZ GÁLVEZ 
SASKIA SASSEN 
MANUEL DELGADO 
JUHANI PALLASMAA 
WILLY MÜLLER 
JORDI HEREU 
ANTANAS MOCKUS 
OSVALDO SANCHEZ 
JUAN VILLORO 
DAVID LIDA 
Habla ciudad 
Arquine 
ÍNDICE 
9 NO ES MÍO LO QUE OYEN, SINO DE LA CIUDAD 
ALEJANDRO H ERNÁN DEZ GÁLVEZ 
15 ¿HABLAN LAS CIUDADES? 
SASKIA SASSEN 
31 MURMULLOS EN LA CIUDAD 
MANUEL DELGADO 
39 LA SENSACIÓN DE LA CIUDAD. 
LA CIUDAD EN TANTO PERCIBIDA, RECORDADA E IMAGINADA 
JU HAN I PALLASMAA 
45 DEL URBANISMO A LA URBANÉTICA, 
DE LOS RAT/05 A LOS «REAL TIME DATA»: 
LA CIBERNÉTICA DE LA CIUDAD 
WILLY MÜLLER/MARC MONTLLEÓ. BARCELONA REGIONAL 
53 PASIÓN POR LA CIUDAD 
JORDI HEREU 
61 CIUDAD: COOPERAR, SENTIRSE EN CASA, VENCER LOS MIEDOS 
ANTANAS MOCKUS 
69 OTRA CAQUITA DORADA EN EL ZÓCALO O LAS POLÍTICAS 
DE LO PÚBLICO EN EL ARTE PÚBLICO EN MÉXICO 
OSVALDO SÁNCH EZ 
75 «¿YA NOS PERDIMOS?»: LA CIUDAD Y SU REPRESENTACIÓN 
JUAN VILLORO 
83 HABLAN CIUDADANOS 
DAVID LIDA 
NO ES MÍO LO QUE OYEN, SINO DE LA CIUDAD 
ALEJANDRO HERNÁNDEZ GÁLVEZ 
Hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria 
hecha de dos palabras: los otros, 
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado 
de un nosotros, un yo a la deriva. 
Octavio Paz 
Hablo de la ciudad es el título del poema de Paz del que aparecen 
unas líneas en este epígrafe, en el que la describe como novedad 
de hoy y ruina de pasado mañana, como algo que todos soñamos y 
que cambia sin cesar mientras la soñamos, que nos inventa y nos 
olvida. Pero el imperativo habla, ciudad, no se refiere a lo que noso­
tros hablemos, a menos que lo entendamos como .hablar algún 
lenguaje: habla inglés, habla francés, habla ciudad. Nos convoca a 
explicar lo que la ciudad nos dice, a pedirle, a exigirle incluso, que 
nos hable. 
El habla de la ciudad no es siempre evidente. Algunos pensa­
rán que para hablarnos se vale de señales e inscripciones, pero 
también puede emplear códigos y normativas, historias, tradicio­
nes y costumbres. Si en vez de habla dijéramos que toda ciudad 
tiene su lógica, tal vez aquello del habla sería más claro. Sus mane­
ras de organizarse espacial y socialmente; sus leyes y sus regla­
mentos; su modo de responder a condiciones más o menos par­
ticulares como el sitio, el clima o su propia historia: eso podría ser 
8 
9 
la lógica de una ciudad. La retícula ideal que se repite de la ciudad 
romana a la colonial tiene una lógica particular si se trata de Nueva 
York o de ciudad Neza, y la manera como una ciudad se puebla con 
altas torres tiene lógicas diferentes -y a veces divergentes- sea en 
Tokio o en Sao Paulo. No es un tema, supongo, de identidad -al 
menos no en el sentido de que ésta preceda a la construcción de la 
ciudad y se exprese en ella- sino de la convergencia de distin­
tos aspectos y características. Lo singular y específico no son esos 
aspectos o características que pueden repetirse en distintas ciu­
dades, sino precisamente el que converjan de cierta manera: la 
trama de Nueva York y la de Neza son similares, pero el resto de las 
condiciones no lo son. «La identidad de un sitio nunca es una 
preexistencia, sino el resultado de una construcción», dice Bernard 
Cache. Esa construcción tiene una estructura o, dicho de otro 
modo, una lógica. Esa lógica, ¿nos habla? 
En su texto «¿Hablan las ciudades?», Saskia Sassen pone 
como ejemplo de esa habla un auto deportivo, diseñado para co­
rrer, que al llegar a una zona de tráfico pesado se detiene y no pue­
de circular a la velocidad para la que fue planeado. La ciudad habló, 
respondió -talked back-, escribe Sassen en inglés. Para Sassen el 
habla de la ciudad -speech-, que también es discurso o lenguaje 
o expresión, es una capacidad urbana: «la capacidad de alterar, 
de dar forma, de provocar, de invitar, todo siguiendo la lógica que 
busca mejorar y proteger la complejidad y la condición de ser siem­
pre incompleta de la ciudad». 
¿Podríamos decir que toda lógica es una forma de hablar? 
Quizá ahí habría una voluntad excesiva de ir hasta lo que de habla 
tiene el término griego logos -cuenta y razón, como lo traducía el 
filósofo Juan David García Bacca-. En su libro El edificio de la ra-
zón,1 Jaime Labastida traduce y explica una fórmula de Heráclito de 
la que se han ofrecido, pese a su brevedad, muchas versiones. Él la 
traduce así: «no es mío lo que oyen, sino de la Razón». Labastida 
explica que ahí, en la frase de Heráclito, surge un sujeto, un perso-
naje ficticio pero importantísimo en Occidente: la 1. Labastida, Jaime, El 
Razón, ese logos griego que es al mismo tiempo len- edificio de la razón, el suje• to cientlfico, México, 
guaje y palabra, cuenta y razón, de nuevo, y que es, uNAM, Siglo xx,, 2007. 
agrega, un bien común, compartido. Así, Labastida le da un giro 
más a la frase de Heráclito: «lo que yo digo es verdad no porque sea 
yo quien lo dice, sino porque está conforme con una estructura común: 
la del lenguaje o de la razón. » ¿Podemos sustituir la razón por la 
ciudad y decir, tal como lo hace el título de este texto, que no soy 
yo el que habla sino la ciudad? Ciudad y razón no son lo mismo, 
pero algo hay que las acerca, mucho, tal vez. «¿Qué otra cosa sino 
el <logos>, la razón, es un producto del hombre en que el hombre 
se pierde, se arruina?», se pregunta Giorgio Colli2 cuando habla del 
laberinto como imagen de la razón -¿y no es el laberinto, también, 
imagen de la ciudad?-. La imagen de la razón como una ciudad 
es vieja. Una ciudad bien planeada y construida, claro está. En su 
Discurso, Descartes afirma que «las viejas ciudades que, no siendo 
al principio más que pueblecitos, han llegado a ser con el tiempo, 
grandes urbes, están mal ordenadas en comparación con las cons­
trucciones regulares que un ingeniero realiza según su fantasía en 
un plano». Y Wittgenstein, por poner sólo otro ejemplo, decía que 
nuestro lenguaje -el logos, pues- «puede verse como una ciudad 
antigua: un laberinto de callejuelas y plazas, de casas viejas y nue­
vas, las casas con anexos de distintos periodos; todo rodeado por 
una multitud de suburbios con calles regulares y casas uniformes.» 
(No hay que insistir en que, pese a lo que algunos filósofos, urba­
nistas y arquitectos piensen, parece que preferimos esa ciudad 
mal ordenada, inacabada y compleja, a los suburbios pensados de 
golpe, «con calles regulares y casas uniformes.») 
¿Habla entonces la ciudad por mí en vez de yo por ella? ¿Los 
otros, gracias al habla de la ciudad, hablan cuando hablo hasta 
convertirnos en nosotros? ¿Es en la ciudad, como diría Rimbaud, 
donde yo es otro? 
La ciudad nos habla, así pues, con voces y con reglamentos, 
pero también con su capacidad y, como escribe Manuel Delgado, 
con murmullos y sonidos: sinfonía de la ciudad, aunque sea caco­
fónica. «Es ahí -dice-, en el trajín de la vida pública urbana donde 
parecería más importante asegurar las sintonías en la 2. Colli, Giorgio, El na,i­
comunicación persona a persona, amenazadas por miento de lafilosofla, Barcelona, Tusquets Edi-
todo tipo de distorsiones, y donde el concierto entre tores, 1977. 
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los seres humanos -es decir, la sociedad- resulta al tiempo más 
costoso y más creativo». La ciudad nos habla a los ojos con imá­
genes -«antes de ser piedra, cemento o ladrillo, las ciudades son 
una imagen», dice Paz (aunque hay que recordar que en su poética 
la imagen no es sólo un privilegio de la vista). Y nos habla con rui­
do y palabras a los oídos. Pero también nos habla al cuerpo entero, 
como expone juhani Pallasmaa: «la ciudad y el cuerpo se comple­
mentan mutuamente», y «sin la colaboración del tacto -añade­
el ojo no sería capaz de descifrar el espacio y la profundidad, y no 
podríamos moldear el mosaico de impresiones sensoriales en un 
conjunto coherente». 
¿Nos habla la ciudad también con datos a los que habrá que 
responder cada vez con mayor rapidez y precisión, tal como lo su­
giere Willy Müller? «En las ciudades -explica Antanas Mockus­
cohabitan personas muy distintas entre sí,que logran reconocer y 
enfrentar colectivamente desafíos diversos y atienden de manera 
mancomunada necesidades diversas». Al hablar de un arte público 
que en la ciudad va más allá de estatuas monumentales en el cen­
tro de una plaza, Osvaldo Sánchez explica que /o público se trata de 
preguntarnos quiénes somos, e intentar responderlo. La ciudad 
-escribe Juan Villoro al hablar de su representación- «se convirtió 
para nosotros en el inconmensurable espacio que nos contiene» 
y al que hay que dotar de una lógica, «crear relatos que nos permi­
tan habitarlas». 
En fin, la ciudad habla y nos responde, ya sea que la enten­
damos como una construcción física -la urbe- o como un com­
plejo social y político. Nos responde y habla por nosotros, en noso­
tros. Su voz es legión: esos otros de los que escribió Paz y de los 
que Sartre dijo que son el infierno. A Sartre lo cita Jordi Hereu para 
agregar que, actuando desde abajo, podemos construir ciudades 
donde los otros «no den miedo, sino que sean aquellos con quie­
nes soñar y construir un proyecto común». 
¿HABLAN 1 LAS CIUDADES? 
SASKIA SASSEN 
El discurso es un elemento fundacional en las teorías sobre la de­
mocracia y lo político. Como concepto ha expandido y contraído, 
al mismo tiempo, su significado. Pero, hasta donde puedo decir, y 
hasta donde otros me han dicho, aún no se ha expandido suficien­
te para incluir el concepto de que la ciudad podría tener un discur­
so. Argumentar, como lo hago en este ensayo, que las ciudades 
tienen un discurso, sin importar que sea distinto al de los ciuda­
danos y de las corporaciones, es de muchas maneras una cuestión 
transversal tanto para la ley como para el urbanismo. No está pre­
sente en ninguno de esos cuerpos de estudio, y eso especialmente 
en tanto no confino la noción de discurso a la de gobierno urbano, 
ni construyo el contenido del discurso de la ciudad en los términos 
que nos indica la ley. Por lo tanto, esta investigación requiere ex­
pandir el terreno analítico para examinar el concepto de cada uno: 
el discurso y la ciudad. 
Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre son sis­
temas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad de ha-
cer -hacer lo urbano, lo político, lo cívico-. La ciudad no es la 
única con esas características, pero son una parte necesaria del 
ADN de lo urbano -lo que corresponde a las duda- 1. El título en inglés es 
des-. Cada ciudad es distinta y también lo es cada Does the City Have Speech? Speech puede 
disciplina que la estudia. Sin embargo, si se trata de entenderse como habla 
un estudio de lo urbano, deberá lidiar con esos ras- 0 como discurso, len­guaje, expresión, voz o 
gos distintivos: lo incompleto, la complejidad y la decir. (N. del T.) 
14 
15 
posibilidad de hacer. Esos rasgos toman formatos urbanos que 
pueden variar enormemente a lo largo del tiempo y el espacio. 
Dada tal diversidad, la investigación urbana no necesita reco­
nocer las versiones destiladas, abstractas, de estos tres conceptos 
centrales -complejidad, lo incompleto y el hacer-. Más bien, 
los investigadores e intérpretes de lo urbano usan o invocan los 
conceptos de sus disciplinas o de su imaginación y los rasgos con­
cretos de las ciudades que observan. Pero esos tres rasgos abstrac­
tos están presentes si se trata realmente de lo urbano y no simple­
mente de un terreno densamente construido de un tipo específico 
-interminables hileras de casas, de oficinas o de fábricas-. Por 
tanto, una vasta franja de casas suburbanas no son una ciudad, 
sino terreno construido, del mismo modo que lo son los lotes de 
oficinas. Si queremos que el concepto de ciudad funcione analíti­
camente, debemos discriminar conceptualmente. 
Aquí uso estos rasgos de las ciudades para involucrarme en 
una investigación experimental. Argumentaré que hay aconteci­
mientos y condiciones que nos dicen algo sobre la capacidad de las 
ciudades para responder sistémicamente -para respondernos-.2 
Permítanme ofrecer un esbozo inicial de lo que quiero decir con 
un ejemplo simple: un auto, construido para correr a altas velo­
cidades, deja la carretera y entra a la ciudad. Llega a una zona con 
tráfico, compuesta no sólo de autos sino de gente que desborda 
por todas partes. De pronto, el auto está paralizado. Construi­
do para la velocidad, su movilidad se ha detenido. La ciudad habló. 
La primera aproximación es pensar tal discurso como una 
capacidad urbana. El término capacidad ya está bien establecido. 
Pero calificarlo como capacidad urbana es poco usual. Lo introduz-
co para atrapar la mezcla elusiva de espacio, gente y actividades 
particulares, en especial el comercio y lo cívico. Este término cap-
tura los aspectos sociales y fisicos de la ciudad. Entendida así, la 
noción de capacidad urbana funciona como una frontera analítica 
-ni simplemente espacio urbano ni simplemente gente-. Es su 
combinación bajo condiciones específicas, en escenarios consis­
tentes, confrontando potenciales y asaltos particulares que pueden 
generar discursos. Esas capacidades urbanas se hacen 2. Talk back. (N. del T.) 
visibles en una variedad de situaciones y formas. En ese hacer­
se visibles se convierten en una forma de discurso. 
Es imposible hacerle justicia a todos los aspectos de ese pro­
ceso en un ensayo tan corto, así que me limitaré a los bloques bá­
sicos de la construcción del argumento. Primero, la ciudad como 
un sistema complejo e incompleto que permite hacer y que le ha 
dado a las urbes su larga vida; la combinación de esos dos aspectos 
ha permitido que éstas sobrevivan a sistemas que son más pode­
rosos, pero también más formales y cerrados -Estados nacio­
nales, reinos, firmas financieras-. El otro es la mezcla de diver­
sas capacidades urbanas que pueden concebirse como actos del 
discurso y que señalan a su vez la noción más amplia de que las 
ciudades tienen un discurso, aunque sea informal y no suela reco• 
nocérsele como tal. 
La racionalidad sustancial que subyace a esta investigación 
sobre la ciudad y el discurso reposa en dos cuestiones. Primero el 
hecho de que la ciudad es aún un espacio clave para las prácticas 
materiales de la libertad, incluyendo las anárquicas y contradic­
torias, y un espacio donde quienes no tienen poder pueden crear 
discurso, presencia, una política. El otro es que estos aspectos de la 
ciudad están amenazados por una variedad de procesos agudos 
que desorganizan a las ciudades, sin importar lo 
densas y urbanas que parezcan; estas amenazas in­
cluyen extremas formas de inequidad y privatiza­
ción, nuevos tipos de violencia urbana, guerra asi­
métrica y sistemas masivos de vigilancia. 
Pero para ver esto también hay que tomar­
se tiempo para escuchar y, tal vez, entender el dis-
3. Uso el término discur­
so (speech) en el sentido 
estricto de la ley como, 
por ejemplo, el modo en 
que las corporaciones 
tienen voz (speech), tal 
como lo promulgó la 
Suprema Corte en 2010, 
en Ciudadanos Unidos 
d 1 d d h 1 d d vs. Comisión Federal curso e a ciu a , y quizá ayamos o vi a o cómo de Elecciones, que sos-
escuchar, por no decir cómo entender. A continua- tuvo los derechos de 
ción exploro algunos actos que reflejan el habla de 
la ciudad.3 
TÁCTICAS ANALÍTICAS 
Al hacer este tipo de meditación experimental, me 
veo a mí misma con la necesidad de involucrarme 
las corporaciones a hacer 
donaciones políticas se­
gún el derecho a la libre 
expresión de la Primera 
Enmienda. Las ciudades, 
como las corporacio-
nes, no hablan con voz 
humana, hablan con su 
propia voz. 
16 
17 
en lo que me parece que son tácticas analíticas. El método limita 
demasiado. Una de esas tácticas es operar a la sombra de expli­
caciones poderosas. Éstas deben tomarse con seriedad, pero son 
peligrosas. Mi primer paso es preguntar qué oscurece con pre­
cisión ese tipo de explicación, a causa de la poderosa luz que 
arroja sobre algunos aspectos del tema. Al explorar la noción de 
que las ciudades hablan, no puedo quedarme en las poderosasexplicaciones que nos dicen qué es la ciudad. El discurso de la 
ciudad ocurre en una zona medianera: no es la ciudad simplemen­
te como orden social o material. Es una capacidad urbana elusiva, 
que no es por completo material ni totalmente visible. 
Una segunda táctica analítica, que en parte deriva de la prime­
ra, es la necesidad de desestabilizar de manera activa los significa­
dos establecidos. Al hacer eso nos permitimos ver o entender lo 
que no está contenido en las narrativas centrales que explican una 
época o que organizan un campo académico, y necesitamos hacer­
lo especialmente en una época de rápidas transformaciones. 
Por tanto, la noción misma de que la ciudad habla implica 
desestabilizar la noción de que la ciudad es una condición eviden­
te marcada por la densidad, la materialidad, las multitudes y sus 
múltiples interacciones. La facticidad abrumadora de la ciudad 
necesita desestabilizarse. Me interesa recuperar la posibilidad de 
que un despliegue interactivo de gente, empresas, infraestructu­
ras, edificios, proyectos, imaginarios y más, sobre un terreno con­
finado, produzca algo parecido al discurso: resistencia, potenciales 
mejorados, en resumen, que la ciudad nos responde. 
COMPLEJIDAD Y LO INCOMPLETO: LA POSIBILIDAD DE HACER 
Las ciudades son uno de los sitios claves donde las normas y las 
identidades se construyen. Han sido ese tipo de sitios en varias 
épocas y en varios lugares, bajo muy diversas condiciones. Así, 
incluso si las ciudades han sido desde siempre hogar para el racis­
mo, para odio religioso o expulsión de pobres, han demostrado a 
lo largo de la historia una capacidad para clasificar los conflictos 
mediante el comercio y la actividad cívica. Esto contrasta con la 
historia del Estado nacional moderno, que ha tendido a militarizar 
los conflictos. 
Las condiciones que permiten a las ciudades construir normas 
e identidades, y transformar conflictos en una civilidad fortalecida 
varían a lo largo del tiempo y el espacio. 
El cambio de época, en nuestro deslizamiento a lo global, sue­
le ser fuente de nuevos tipos de capacidades urbanas. Hoy, dada la 
globalización y la digitalización -y todos los elementos específicos 
que la permiten- muchas de estas condiciones han vuelto a cam­
biar. La globalización y la digitalización producen dislocaciones y 
desestabilizan los órdenes institucionales existentes, que van más 
allá de las ciudades. Pero la desproporcionada concertación y agu­
deza de estas nuevas dinámicas en las ciudades, en especial en las 
globales, fuerza la necesidad de confeccionar nuevos tipos de res­
puestas y de innovar, especialmente de parte tanto de los más po­
derosos como de los menos aventajados, aunque sea por razones 
muy diferentes. 
Algunas de esas normas e identidades justifican el poder ex­
tremo y la desigualdad. Algunas reflejan innovación bajo presión: 
como lo muestra mucho de lo que pasa en los barrios de inmi­
grantes o en las barriadas de las megaciudades. Mientras las trans­
formaciones estratégicas tienen formas bien perfiladas y se con­
centran en las ciudades globales, algunas también se llevan a cabo 
-además de difundirse- en ciudades que no son centros de poder 
ni desigualdad extremas. 
Las ciudades no son siempre los sitios clave para la construc­
ción de nuevas normas y de identidades o de innovaciones insti­
tucionales. Por ejemplo, en Europa y en buena parte del hemis­
ferio occidental, desde 1930 y hasta los años setenta, la fábrica y el 
gobierno fueron sitios estratégicos para la innovación mediante 
el contrato social y con la creación de una clase trabajadora y me­
dia fuertes, basadas en la producción y el consumo en masa. Mi 
propia lectura de la ciudad fordista corresponde de muchas mane­
ras a la noción de Max Weber de que la ciudad moderna no es un 
espacio de innovación, a diferencia de las ciudades medievales 
18 
19 
en Europa. La escala estratégica bajo el fordismo es nacional; en 
ella, las ciudades pierden su significado. Pero me separo de Weber 
en que, históricamente, la gran fábrica fordista y las minas fueron 
sitios de innovación: la construcción de una clase trabajadora mo­
derna y del proyecto sindicalista. En resumen, no es siempre la 
ciudad el sitio para construir normas e identidades. 
En nuestra era global, las ciudades resurgen como sitios es­
tratégicos para el intercambio cultural e institucional. Las condi­
ciones que hoy hacen de algunas ciudades sitios estratégicos son 
básicamente dos, y ambas atrapan transformaciones mayores que 
desestabilizan sistemas más viejos para organizar el territorio y la 
política. Una de ellas es el cambio de escala de los territorios estra­
tégicos que articulan al nuevo sistema político-económico y, por 
tanto, al menos algunos aspectos del poder. La otra es el debilita­
miento de lo nacional como contenedor de procesos sociales de­
bido a la variedad de dinámicas que abarcan la globalización y la 
digitalización. Las consecuencias para las ciudades de estas dos 
condiciones son muchas; lo que importa aquí es que éstas emer­
gen como sitios estratégicos para grandes procesos económicos y 
para nuevos tipos de actores políticos, incluyendo procesos y acto­
res no urbanos. 
Una distinción importante para mi examen se presenta en­
tre espacios ritualizados que reconocemos como tales y espacios 
que, o bien no se han ritualizado o no podemos reconocer como 
tales. Mucho de lo que experimentamos como urbanidad en las 
tradiciones occidentales europeas es un conjunto de prácticas y 
condiciones que se han refinado y ritualizado a lo largo del tiempo 
y a través del espacio. Por tanto, en nuestra tradición europea, en 
parte imaginada, el paseo4 no es cualquier caminata y la píazzaS 
no es cualquier plaza. Ambos tienen genealogías de significado y 
rituales, ambos contribuyen a construir un dominio público me­
diante la ritualización. 
A través del tiempo, y también del espacio, la historia nos ofre­
ce vistazos de muy distintos tipos de espacio, uno menos rituali-
zado y con menos códigos inscritos -si es que algu- " . 1 1 . . 1 4. ,-assegg,a a en e origina . 
no los tiene-. Es un espacio para hacer, a cargo de 5. En italiano en el original. 
quienes no tienen acceso a los instrumentos establecidos. He tra­
bajado en la recuperación conceptual de ese tipo de espacio y lo 
he llamado la «calle global». Es un espacio con menos o ninguna 
práctica ritualizada o códigos que la sociedad más amplia pueda 
reconocer. Es rudo, y con facilidad se le considera «incivilizado». 
La ciudad, y en especial la calle, es un espacio donde quienes 
no tienen poder pueden hacer la historia, de maneras imposi­
bles en áreas rurales. Eso no significa que es el único espacio, 
y ciertamente crítico. Al hacerse visibles, presentes unos ante 
otros, pueden alterar su característica falta de poder. Esto permi­
te distinguir entre distintos tipos de carencia de poder. Ésta no es 
simplemente un estado absoluto que puede aplanarse con el tér­
mino de ausencia de poder. En ciertas condiciones, la falta de po­
der puede resultar compleja, y lo que quiero decir con esto es que 
contiene la posibilidad de construir lo político, lo cívico y la histo­
ria. Esto nos enfrenta al hecho de que hay una diferencia entre la 
falta de poder y la invisibilidad/impotencia. Muchos movimientos 
de protesta que hemos visto en el Medio Oriente y en el norte de 
África, en Europa, en los Estados Unidos y en otros lugares son 
de ese tipo: quienes protestan puede que no hayan ganado poder, 
aún carecen de poder, pero están haciendo historia y política. 
Esto me lleva a una segunda distinción, que contiene una crí­
tica de la noción común de que si algo bueno les sucede a quienes 
les falta poder, ello marca su empoderamiento. Reconocer que la 
falta de poder puede convertirse en algo complejo abre un espacio 
conceptual para la propuesta de que quienes carecen de poder 
pueden hacer historia, incluso si no se empoderan y, por tanto, su 
trabajo tiene consecuencias inclusosi no se hace visible con rapi­
dez, y pueda tardar, de hecho, generaciones en hacerlo. En otro 
lugar he interpretado varias historiografias como indicadores de 
que el marco temporal de las historias construidas por quie­
nes carecen de poder tiende a ser mucho más largo del de las his­
torias construidas por aquellos que lo detentan. 
CAPACIDADES URBANAS: PRECEDEN AL DISCURSO Y LO HACEN LEGIBLE 
Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué 
20 
21 
lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos 
otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía? 
Un primer, pequeño paso, es plantear que el discurso de la 
ciudad es su capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de 
invitar, todos en pos de la lógica que busca mejorar o proteger la 
complejidad y lo incompleto de la ciudad. Permítanme elaborar 
sobre esto de un modo un tanto exagerado, por el bien de la clari­
dad, y argumentar que enfocamos sólo en la facticidad de la ciudad 
no es suficiente para entender la cuestión de si ésta tiene un habla. 
La cuestión del habla de la ciudad no puede reducirse a la fac­
ticidad incluso si requiere que se la reconozca y que se abran los 
ojos con una mirada. Es decir, hemos aplanado la facticidad de 
la ciudad, cuando debiéramos haber hecho visibles sus diferen­
ciaciones para poder trabajar de manera analítica. Esa manera 
de aplanar no nos ayuda a ver cómo la facticidad interactúa con 
las acciones de la gente o que hay una construcción ahí, una cons­
trucción colectiva entre el espacio urbano y la gente. Por ejemplo, 
la hora pico en la ciudad es un proceso en el que chocamos unos 
con otros, se arranca un botón aquí y allá, nos paramos en el pie 
de otro. Pero sabemos que ninguna de esas acciones es personal 
en el centro de la ciudad a hora pico, a diferencia de un barrio 
donde esto se consideraría como provocaciones. 
Lo que hace que eso sea posible es el código tácito inscrito en 
ese tipo de espacio/tiempo -no un lugar per se, sino el espacio que 
se constituye por la gente en el centro de la ciudad a hora pico-. 
Necesitamos p.ombrar esa capacidad que resulta un producto co­
lectivo que emerge de la intersección de tiempo/espacio/gente/ 
prácticas rutinarias. Pienso en eso como una capacidad urbana 
-el carácter central de la urbe se produce mediante ambientes 
construidos, las prácticas rutinarias de la gente y un código inscri­
to y compartido--. Permite una serie de interacciones complejas y 
de secuencias y, al hacerlo, moviliza un significado específico. 
No sólo el resultado del trabajo mismo de hacer lo público y 
hacer lo político en un espacio urbano es lo que constituye lo ca­
racterístico de la ciudad. En las ciudades podemos ver la produc­
ción de nuevos sujetos e identidades que no serían posibles, por 
ejemplo, en zonas rurales o en un país entero. Hay cierto tipo de 
hechura-pública en obra que puede perturbar las narrativas es­
tablecidas y, por tanto, hacer legible lo local y lo silenciado inclu­
so en órdenes visuales que buscan purificar el espacio urbano. 
Un ejemplo es la temprana gentri.ficación sofisticada en Manhat­
tan -un orden visual completamente nuevo que no podría, por un 
momento, hacer invisibles a los desamparados que produjo-. 
Un segundo ejemplo es el vendedor callejero inmigrante en Wall 
Street que alimenta al ejecutivo financiero de alto nivel que va de 
prisa, alterando el paisaje visual corporativo con el fuerte olor 
de las salchichas fritas. Veo estos ejemplos en una ciudad que nos 
responde, alterando el resultado buscado con órdenes visuales 
elegantes. En el otro extremo, la sociabilidad de una ciudad puede 
hacer salir y subrayar la urbanidad de un sujeto, y situar y diluir 
significantes más locales o más esenciales; la necesidad de nue­
vas solidaridades cuando las ciudades se confrontan con grandes 
riesgos hacen que esto salga a flote. 
En mi investigación, encuentro que los componentes clave de 
lo que caracteriza a la ciudades han sido confeccionados por el di­
ficil trabajo de ir más allá de los conflictos y del racismo que pue­
den marcar una época. De este tipo de dialéctica surge la urba­
nidad abierta que históricamente hizo de las ciudades europeas 
espacios para una ciudadanía expandida. De manera más general, 
los movimientos que comprometen a grupos dispares con una va­
riedad de reclamos pueden unirse sin importar cuán diversas sean 
sus políticas. La interdependencia real vivida a diario en la ciudad 
hace posible tal unión -si el agua, la electricidad o el transporte 
falla en una ciudad, afecta a todos independientemente de sus 
diferencias sociales o políticas-. Tal unión sería poco probable e 
innecesaria en el espacio político nacional dada la menor interde­
pendencia mutua y, en general, en un espacio más abstracto. Esos 
ordenamientos parciales que vemos en las ciudades pueden agre­
garse al ADN del civismo en la ciudad: alimentan la construcción 
del sujeto urbano, más que la de un sujeto basado en lo religio­
so, lo étnico o la clase. Ésos son algunos de los factores que hacen 
de las ciudades un espacio de gran complejidad y diversidad. 
22 
23 
Las grandes ciudades en la intersección de vastas migraciones 
y expulsiones fueron y son espacios con la capacidad de acomodar 
enorme diversidad de grupos. Ese acomodo suele ser el resultado 
de desarrollar más profundamente la ciudadía.6 -sea eso o segre­
gaciones espaciales que desurbanizan una ciudad. Hay que notar 
que, cuando tienen éxito, ta�es ciudades permiten un tipo de co­
existencia pacífica por largos periodos. La coexistencia no significa 
respeto mutuo y equidad: mi preocupación es con aspectos cons­
truidos y las restricciones de las ciudades que producen esa capaci­
dad para la interdependencia, incluso si hay diferencias mayores 
en religión, política, clase o más. Pienso en las capacidades urba­
nas más relacionadas con las capacidades infraestructuraleso sub­
terráneas, cuyos resultados se conforman en parte por la nece­
sidad de mantener un sistema complejo marcado por enormes 
diversidades y lo incompleto. Eso le da su habla a las ciudades. 
Tal vez los casos más familiares y claros son periodos de 
coexistencia pacífica en ciudades con definidas diferencias religio­
sas; eso hace visible que el conflicto no es necesariamente inhe­
rente a tales diferencias. No son sólo los casos famo-
6. Saskia Sassen usa el 
sos de Augsburgo o la España morisca, con su muy 
admirada coexistencia de muy diversas religiones, 
prosperidad colectiva y liderazgos ilustrados. Tam­
bién es el caso del viejo bazar de Jerusalén como es­
pacio de coexistencia comercial y religiosa a lo largo 
de los siglos. Baghdad prosperó como ciudad poli­
rreligiosa bajo el califato abasí, alrededor del año 
800, e incluso bajo el extremadamente brutal li­
derazgo de Saddam Hussein era una ciudad donde 
las minorías religiosas, como las comunidades cris­
tianas y judías, generalmente antiguas de varios si­
glos, vivían en relativa paz. 
Pero la historia nos enseña que esa capacidad 
puede destruirse y se ha destruido comúnmente. 
La destrucción ha inevitablemente conllevado una 
desurbanización y la formación de guetos en el es­
pacio urbano. Por tanto, en marcado contraste con 
término cityness, distin­
guiéndolo de ciudadanía 
(citizenship) o urbanidad 
(urbanity). Sassen ha 
escrito: «las aglome­
raciones urbanas se ven 
comúnmente como ca­
rentes de las característi­
cas, calidades y sentido 
de lo que pensamos son 
las ciudades . Con todo, 
urbanidad es tal vez un 
término demasiado 
cargado con el sentido 
occidental de cosmopoli­
tismo de lo que un es­
pacio público debe ser. 
En vez, ciudad/a (cityness) 
sugiere la posibil idad de 
que haya otros tipos 
de u rbanidad que no en­
cajan en ese amplio 
cuerpo del u rbanismo 
desarrollado en Occiden­
te» . (N. del T.) 
periodos anteriores, Baghdad es hoy una ciudad donde la purifi­
cación étnica y la intolerancia son el «régimen» de facto, catapulta­
do por la desastrosa e injustificadainvasión de los Estados Unidos. 
Éstos y otros muchos casos históricos muestran que un evento 
particularmente exógeno, de hecho desurbanizador, puede repen­
tinamente posicionar de nuevo diferencias religiosas o étnicas 
como agentes de conflicto. Los mismos individuos pueden experi­
mentar y representar ese cambio. La lógica sistémica del Bagdad 
de Hussein era la indiferencia hacia minorías como los cristianos 
o los judíos, no una cuestión de tolerancia por parte de los residen­
tes o de un liderazgo ilustrado. 
Mi argumento es que la indiferencia sistémica puede en mu­
chos casos funcionar como un tipo de capacidad urbana subterrá­
nea en obra: una civilidad que no depende de la tolerancia de los 
ciudadanos o de líderes ilustrados, sino que es resultado de inter­
dependencias e interacciones en la vida fisica y económica de la 
ciudad. Al contrario, su quiebra se hace visible como un colapso, 
en conflictos letales y limpiezas étnicas que desorganizan la ciu­
dad y violentan la capacidad urbana. 
Versiones de capacidades urbanas se pueden encontrar en 
una serie de casos, algunos más elusivos que otros. Uno de estos 
concierne a la cuestión de la repetición, una característica básica 
del entorno construido en las ciudades y, en general, de nuestros 
mundos económico y técnico. Con todo, en la ciudad la repetición 
se convierte en la construcción activa de la multiplicación y la ite­
ración. Más aún, los escenarios urbanos de hecho perturban el 
significado de la repetición. 
Hay mucha repetición en cualquier ciudad, pero siempre se le 
toma por lo específico, las condiciones a lo largo de diferentes es­
pacios urbanos. Un autobús, una cabina telefónica, un edificio de 
apartamentos o de oficinas, incluso si se repiten estandarizados 
a lo largo de la ciudad, tendrán distintos significados y utilidades a 
lo largo de los diversos tipos de espacios de la urbe. Ello hace visi­
ble cómo la diversidad de los ambientes urbanos remarca incluso 
los objetos más estandarizados y los hace parte de ese barrio, ese 
espacio público, ese centro de la ciudad. En un nivel más complejo, 
24 
25 
los barrios de la misma ciudad pueden tener distintas auras, so­
nidos, olores, coreografías del modo en cómo la gente se mueve en 
ellos, así como quién es bienvenido y quién no. En breve, la repeti­
ción en la ciudad puede ser muy distinta de la repetición mecánica 
en una línea de montaje o de la reproducción de un gráfico. Quiero 
ir un paso más allá y plantear que en cada instancia vemos una 
capacidad que me gustaría entender como discurso. 
U na forma del discurso más confusa es la construcción de la 
presencia. En mi propia obra he desarrollado las nociones de «ha­
cerse presente» para rescatar un actor, un evento del silencio de 
la ausencia, de la invisibilidad, el desalojo virtual/representativo 
de la pertenencia a la ciudad. Me interesa en especial entender 
cómo se hacen presentes tanto a sí mismos, como a otros simila­
res a ellos y a quienes son diferentes, los grupos y los «proyectos» 
en riesgo de invisibilidad debido a los prejuicios sociales y a los 
miedos. Lo que quiero entender es una característica muy es­
pecial. Es la posibilidad de construir una presencia donde hay si­
lencio y ausencia. Una variante de ese h�cerse presente es el terra­
in vague, un espacio subutilizado o abandonado que yace olvidado 
entre estructuras masivas y proyectos en construcción. No es úni­
co a nuestra época -bajo otros arreglos, y con particularidades 
distintas, también existió en el pasado-. Pienso que ese espacio 
intermedio y elusivo es esencial para la experiencia de la vida ur­
bana, y que le proporciona legibilidad a las transiciones, así como 
la incomodidad de configuraciones espaciales específicas. Pode­
mos encontrar el terrain vague aun en la más densa de las ciu­
dades. Con su marca visual como espacio subutilizado, normal­
mente está cargado con memorias de otros órdenes visuales, con 
presencias del pasado, perturbando su significado actual como 
espacio sin uso. Está cargado precisamente porque no se utiliza. 
En tanto memorias, esos espacios se vuelven parte de la «inte­
rioridad» de la ciudad, de su presente, pero es la hechura de una 
interioridad lo que está fuera de la lógica dominante y de sus 
demarcaciones espaciales guiadas por el beneficio económico. 
Son los suelos vacíos los que permiten a los residentes que se 
sientan rebasados por su ciudad, conectarse con ella mediante la 
memoria en una época de cambios rápidos, un espacio vacío pue­
de llenarse de recuerdos. Y es ahí donde los activistas y los artistas 
encuentran el espacio para sus proyectos. Eso es una construcción 
de la presencia que es un acto del discurso. 
FUERZAS DESURBANIZADORAS 
Dada su complejidad e incompletud, históricamente las ciuda­
des han demostrado tener una capacidad para sobrevivir los le­
vantamientos, en parte mediante la respuesta que da y en parte 
limitando las tendencias desurbanizadoras. Pero nunca triunfan 
por completo. El poder, sea en forma de las élites, las políticas 
gubernamentales o la innovación en el entorno construido, puede 
borrar el habla de la ciudad. Lo vemos en el desarrollo de mega­
construcciones, autopistas que atraviesan la ciudad, la extrema 
gentrificación, para gente de altos ingresos, que privatiza el espacio 
urbano, la proliferación de vastas concentraciones de edificios re­
sidenciales en altura de baja calidad y sin centros comerciales o 
lugares de trabajo, entre otros. Todas esas son parte de las corrien­
tes desurbanizadoras actuales. 
En nuestro tiempo los significados estables se vuelven ines­
tables. La ciudad grande y compleja, con su diversidad, es una 
nueva zona fronteriza. Ello es especialmente cierto en la ciudad 
global, definida por su formación parcial dentro de una red de 
otras ciudades, más allá de sus límites. Los actores de diferentes 
mundos se encuentran ahí, pero sin reglas claras de compromiso. 
Donde estaba la frontera histórica en los extremos de los imperios 
coloniales, hoy se encuentran grandes complejos de ciudades. Por 
ejemplo, mucho del trabajo de las firmas locales para impulsar la 
desregulación, privatización y nuevas políticas fiscales y moneta­
rias, toma forma y se concreta en ciudades globales. Es el modo en 
que las firmas globales construyen el equivalente al viejo fuerte 
militar de la frontera histórica: su red de fuertes es el entorno re­
gulador que necesitan una ciudad tras otra, a lo largo y ancho del 
mundo, para asegurar el espacio global de sus operaciones. Es 
una arremetida formidable contra la ciudad y sus capacidades para 
asegurar la ciudadía. 
En mi investigación sobre la época actual, he examinado es­
pecialmente tres tipos de desarrollos que pueden desorganizar la 
ciudad. Uno es el crecimiento intenso de desigualdades de distin­
to tipo que puede generar expulsiones radicales -de hogares y 
barrios o de estilos de vida de las clases medias-. Estas tendencias 
tienen forma particularmente aguda y visible en las ciudades, con 
sus espacios de lujo___y_ de pobreza expandidos. El segundo es la 
construcción de nuevas ciudades enteras, incluyendo ciudades 
inteligentes que suelen construirse como negocio para obtener 
ganancias; hay más de seiscientas nuevas ciudades en construc­
ción o en planeación. Una preocupación particular es el uso ex­
tremo de sistemas inteligentes cerrados para controlar edificios 
enteros. Dada la acelerada obsolescencia de la tecnología, ello 
podría acortar la vida de una amplia zona de esas nuevas ciudades. 
Un reto, a mi parecer, es la necesidad de urbanizar esas tecno­
logías para que puedan contribuir a la urbanidad de esas áreas. 
El tercer proyecto concierne a los sistemas de vigilancia a gran 
escala que en la actualidad están en desarrollo en países como los 
Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido. Más adelante atiendo 
este aspecto con más detalle. 
En julio de 2010 el Washington Post publicó los hallazgos de 
una investigación de dos años, « Top SecretAmerica», en tres par­
tes. En la configuración de esa «América ultrasecreta» participan 
1,271 organizaciones gubernamentales y 1,931 compañías priva­
das, que en conjunto emplean un estimado de 854 mil personas 
con autorización de alta seguridad -casi 150% la cantidad de gen­
te que vive en Washington D.C.- incluyendo 265 mil contratistas 
privados. Ellos trabajan en programas relacionados con el contra­
terrorismo, la seguridad interna y la inteligencia. Hay cerca de diez 
mil sitios en los que se lleva a cabo ese trabajo a lo largo de los 
Estados Unidos. De esos edificios, cuatro mil están en la zona de 
Washington D.C., y ocupan más de un millón y medio de metros 
cuadrados --el equivalente a casi tres veces el Pentágono o veinte 
veces el edificio del Capitolio. 
En esos edificios se alojan poderosas computadoras que reco­
lectan gran cantidad de información mediante la intervención de 
teléfonos, satélites y otros equipos de vigilancia que monitorean 
personas y lugares tanto dentro como fuera del territorio de los 
Estados Unidos. Cada día, la Agencia Nacional de Seguridad (NsA) 
por sí sola intercepta y almacena 1,700 millones de correos elec­
trónicos, mensajes instantáneos, direcciones IP, llamadas telefóni­
cas y otros bits de comunicación; una pequeña proporción de todo 
eso se clasifica y resguarda en setenta bases de datos diferentes. 
Mucha de esa información llegará a las decenas de miles de re­
portes ultrasecretos producidos por analistas cada año; pero sólo 
un puñado de individuos tienen acceso a ellos y el volumen es tan 
grande que muchos jamás serán leídos. 
Ese aparato de vigilancia está ahí para nuestra «seguridad». 
Para nuestra seguridad somos vigilados; es decir, todos hemos 
sido constituidos como sospechosos, para nuestra propia seguri­
dad. Eso me lleva a preguntarme si bajo esas condiciones noso­
tros, los ciudadanos, no somos sino nuevos colonizados. 
Las ciudades, con su diversidad y su anarquía, con sus capaci­
dades incluidas para responder a las tendencias desurbanizadoras, 
se convierten en espacio estratégico para combatir el hecho de que 
todos seamos reducidos al carácter de sospechosos. La acuidad es 
el único espacio en el que cierto tipo de convergencia estructural 
puede desarrollarse, bajo la separación y el racismo visible y fami­
liar, y trabajar en un nivel social para unir a gente de muy diver­
sas comunidades con el propósito de combatir la vigilancia apabu­
llante. Ese potencial no cae ya hecho del cielo, necesita construirse 
con trabajo duro. Pero las ciudades diversas y complejas son un 
sitio clave para tal construcción. 
CO N C LU S I Ó N 
¿ Por qué importa el hecho de que reconozcamos las capacidades 
urbanas y la posibilidad de que eso sea un modo de hablar, con 
todo el peso que evoca ese concepto? Importa porque esas capaci­
dades son propiedades sistémicas dirigidas a asegurar la ciudadía, 
es decir, un espacio complejo que prospera con la diversidad 
y tiende a clasificar el conflicto en un civismo fortalecido. Más 
aún, esas capacidades se constituyen como híbridos -mezclas de 
28 
29 
la fisica material y social de la ciudad. Esa interdependencia im­
plica una transformación continua tanto de lo material como de lo 
social, con periodos de estabilidad y continuidad y otros de levan­
tamiento, como el actual que se inició en los años ochenta. 
El proyecto no trata de antropomorfizar la ciudad. Se trata de 
entender una dinámica sistémica que tiene la capacidad de com­
batir lo que destruye su ADN, para repetirlo: un ADN que es propi­
cio para la ciudadía y su diversidad. En el extremo, la ciudad per­
mite a los que carecen de poder hacer historia y así producir una 
diferencia crítica, entre la simple carencia de poder y una for­
ma compleja en la que entran en juego el hecho de hacerse pre­
sente así como la historia. 
Pero hay límites a las capacidades de la ciudad, e históricamen­
te vemos tanto la capacidad de las ciudades para sobrevivir siste­
mas formalmente más cerrados y rígidos como fuerzas poderosas 
que desorganizan las ciudades. Entre estas fuerzas desurbanizado­
ras en la época actual están las formas extremas de inequidad, la 
privatización del espacio urbano con diversas formas de expulsión 
y la rápida expansión de la vigilancia masiva de los ciudadanos 
en las democracias más «avanzadas» del mundo. Esas fuerzas ca­
llan el habla de la ciudad y destruyen sus capacidades urbanas. 
MUR MUL LOS EN LA CIUDAD 
M AN U E L DELGA D O 
Una premisa para asumir de entrada: no oímos sonidos, sino 
silencios, o mejor dicho, pausas o intervalos vacíos que distan­
cian entre sí los sonidos y nos permiten distinguirlos y asignar­
les naturaleza. Explicado de otro modo, no oímos sonidos, sino 
relaciones entre sonidos. Una forma como otra cualquiera de re­
cordamos hasta qué punto los sonidos -incluso aquellos que ca­
talogamos como «ruidos»- se asocian entre sí y sólo pueden 
entenderse en tanto un código -inevitablemente cultural- que 
los ordena y jerarquiza, o hace caso omiso de ellos. Esto es así en 
varias circunstancias : ya sea que las percepciones acústicas corres­
pondan a la comunicación entre personas o procedan de ese mun­
do que también nos habla, por mucho que no le queramos res­
ponder; o si se les atribuye o busca sentido, como si pertenecieran 
a ese pozo ciego al que van a parar las anomias sonoras, los pará­
sitos, lo irrelevante; o si nos causan placer o bien nos resultan 
molestas, amenazantes o nos delatan; si vehiculan el fluido de las 
informaciones o lo obstruyen u obstaculizan. 
En efecto, si en cualquier contexto es pertinente el énfasis 
en la dimensión acústica del hecho de estar juntos, como huma­
nos, lo resulta todavía más cuando nos referimos a ambientes 
urbanos, en los cuales la exuberancia y la intensidad de los mate­
riales sonoros nos podrían dar la impresión de que se ha produ­
cido un nivel ya ininteligible de saturación. Bien al contrario, es en 
las ciudades y en especial en sus calles donde más adecuadas se 
30 
31 
antojan las analogías sónicas, puesto que la ciudad constituye 
-evocando el título de una célebre película de Walter Ruttman-, 
una sinfonía. Es ahí, en el trajín de la vida pública urbana donde 
parecería más importante asegurar las sintonías en la comuni­
cación persona-persona, amenazadas por todo tipo de distorsio­
nes, y donde el concierto entre los seres humanos -es decir, la 
sociedad- resulta al tiempo más costoso y más creativo. Entonces 
se entiende que pocas figuras se presten mejor a la comparación 
con la ciudad que la selva o el bosque, no porque -como preten­
dería el más grosero de los darwinismos sociales- se desarrolle 
en ella una pugna despiadada por la supervivencia, sino porque las 
diferentes formas de vida presentes se ven obligadas al acuerdo 
-no despojado por fuerza de conflicto-, que es también acuer­
do entre sonidos. 
No hay que olvidar que, en sus primeros pasos, la etnografia 
de la calle, cuando sólo existía en forma de intuiciones poéticas, 
entendió enseguida que ese tipo de escritura que estaba por hacer 
y que asumiría el objetivo de captar una vida social marcada por 
la inestabilidad y el movimiento, tendría que ser en buena medi­
da una musicología, puesto que era en las ondulaciones sonoras 
irregulares de la vida en la calle y en sus accidentes donde se en­
contraba el núcleo más sorprendente e inasible de la experiencia 
urbana. Así, Charles Baudelaire podía escribir una carta a Arsene 
Houssaye, publicada en Mi corazón al desnudo, que decía: 
¿Quién de vosotros no ha soñado, en sus días de ambición, el 
milagro de una prosa poética musical, sin ritmo, sin rima, tan 
flexible y dura a la vez como para poder adaptarse a los movi­
mientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los 
sobresaltos de la conciencia? Es especialmente del contacto de 
las grandes ciudades y del crecimiento de sus innumerables 
relaciones que nace este obsesionante ideal. Usted mismo, mi 
queridoamigo, ¿no ha intentado acaso traducir en una can­
ción el estridente grito del vidriero y de expresar en una prosa 
lírica todas las desoladoras sugestiones que envía este grito a 
través de las más altas incertidumbres de la calle hasta las más 
recónditas buhardillas? 
En un sentido parecido, escribiría Walter Benjamin a partir de 
su experiencia marsellesa, incluida por él mismo luego en sus 
Cuadros de un pensamiento: 
Arriba en las calles desiertas del barrio portuario están tan 
juntos y tan sueltos como las mariposas en canteros cálidos. 
Cada paso ahuyenta una canción, una pelea, el chasquido de 
ropa secándose, el golpeteo de tablas, el lloriqueó de un bebé, 
el tintineo de baldes. Pero es necesario estar solo y errante en 
este lugar para poder perseguir estos sonidos con las redes de 
cazar mariposas cuando, tambaleantes, se disuelven revolo­
teando en el silencio. Porque en estos rincones abandonados 
todos los sonidos y las cosas tienen su silencio propio, así 
como la tarde en las alturas existe el silencio de los fallos, el 
silencio del hacha, el silencio de los grillos. Pero la caza es 
peligrosa y finalmente el perseguidor se desploma, cuando 
una piedra de afilar, como un enorme avispón, lo atraviesa con 
su aguijón silbante desde atrás. 
El cine ha ilustrado también esa condición sónica de la vida ur­
bana. Al poco de arrancar el cine sonoro, en 1932, Rouben Ma­
moulian dedicaba los primeros minutos de su Love me Tonight, 
a registrar el amanecer de una ciudad por medio de los sonidos 
elementales que indicaban su despertar. Recuérdese la secuencia 
de The Clock, una de las primeras películas de Vincente Minnelli 
(1945), en que Judy Garland y Robert Walker pasean por el Central 
Park de Nueva York de noche, luego de haberse conocido casual­
mente en una estación. En un momento dado el muchacho llama 
la atención sobre el silencio que parece reinar en el lugar. La pro­
tagonista le desmiente de inmediato y le invita a prestar atención 
a los sonidos urbanos que llegan desde lejos -los cláxones de los 
coches, las sirenas de los barcos, voces de gente a la distancia-, 
32 
33 
que se van configurando entre sí hasta transformase en una melo­
día y en la señal que le indica a él que ha llegado el momento de 
un primer beso. Este mismo escrito reclama como título aquellos 
«murmullos en la ciudad» con que se presentó en español People 
Will Talk, una de las películas más desconocidas e interesantes de 
Joseph L. Mankiewicz (1951). 
La idea de que una ciudad puede ser pensada en términos de 
una armonización sonora escondida ha sido recurrentemente 
explicitada. El reconocimiento de la presencia de una «melodía 
oculta» o un «bajo continuo» en el substrato de las motricidades 
cotidianas es estratégico para sustentar la viabilidad de una sono­
grafia de los usos del espacio urbano, que consistiría en tratar de 
distinguir entre la actividad de hormiguero de las calles y de las 
plazas, la escritura a mano microscópica, desarrollo discursivo no 
menos «secreto», en apariencia confuso, que enuncian caminan­
do los transeúntes, cuyas actividades motrices son variaciones so­
bre una misma pulsión rítmica de base. 
De ahí también la lúcida intuición teórica -una vez más- de 
Henri Lefebvre, del ritmoanálisis, un concepto tomado de Bache­
lard que le servía para nombrar una metodología para el conoci­
miento del espacio social. El ritmoanálisis fue una propuesta de 
estudio de los grandes ritmos, interiores y sociales, objetivos y 
subjetivos, cósmicos y culturales que acompasaban la vida cotidia­
na, pero también de aquellos otros ritmos menores que la atrave­
saban, la agitaban. Se proponía estudiar las regularidades cíclicas 
-ondulaciones, vibraciones, retornos, rotaciones- y las interfe­
rencias o interacciones que sobre éstas ejercían ciertas linealida­
des, hechos particulares que irrumpían en lo cíclico, punteándo­
lo, interrumpiéndolo. Ritmo, entendido como repetición en un 
movimiento diferencial y cualificado en el que se aprecia un con­
traste constante entre tiempos largos y breves, en el que se inclu­
yen altos, silencios, huecos, intervalos o, por emplear el símil 
musical, alturas, frecuencias, vibraciones. La reproducción mecá­
nica se ejecuta reproduciendo el instante que lo precede, reinician­
do una y otra vez el proceso, con todas sus modificaciones, con 
su multiplicidad, con su pluralidad. Sucesiones temporales de 
elementos bien marcados, acentuados, contrastados, que mantie­
nen entre sí una relación de oposición. Ritmo, también como mo­
vimiento de conjunto que arrastra consigo todos esos elementos. 
El ritmo es entonces una construcción general del tiempo, del 
movimiento, del devenir, reproducción mecánica que reproduce 
el instante que lo precede, que reinicia una y otra vez el proceso, 
con todas sus modificaciones, con su multiplicidad, con su plura­
lidad. Condición inmanentemente rítmica de cualquier forma de 
vida animada y, a la vez, de la inflexión rítmica que los seres hu­
manos imprimen a todas sus prácticas tempo-espaciales, más in­
tensa si cabe en contextos urbanos. 
Y es que se ha repetido que la sociedad es comunicación, 
también sonora, un colosal e inagotable sistema de signos sóni­
cos que, debido a que son signos, sólo pueden ser concebidos en 
y para el intercambio. Una parte inmensa y fundamental de eso 
que no hace sino circular y que vincula unos a otros y con el uni­
verso en que vivimos es sonido. Existe una materia sonora que no 
hace sino metabolizarse en vida social humana, puesto que sea 
cual sea su fuente de emisión, son los humanos quienes la con­
vierten en sentido y estímulo para la acción. La sociedad urbana 
suena, las ciudades suenan; uno puede reconocer la voz de un ser 
querido u odiado, pero también la voz, como si fuera la de esos 
seres vivientes que en realidad son, del mercado, del puerto, de la 
catedral o del prostíbulo. Podemos incluso oír las voces de lo que 
no está o de quien se ha ido, puesto que eso que llamamos me­
moria no es otra cosa que mera psicofonía y lo que se presenta 
como la Historia su institucionalización. Todo ese telón sonoro 
hecho de susurros, ecos, aulllidos, bramidos, chirridos y chillidos 
no es un ambiente, un paisaje o un contexto sensible que nos ro­
dea pasivo, a la manera de un envoltorio; proceda de otros seres 
humanos o de las cosas con las que éstos dialogan, esa urdimbre 
de sonoridades da cuenta de nuestra existencia como seres que 
escuchan y son escuchados, que se demuestran unos a otros al 
hacerlo y que, como hacía decir Virginia Woolf a uno de los perso­
najes de Las olas, «no somos gotas de lluvia que el viento seca. 
Provocamos el soplo en el jardín y el rugido en el bosque». 
34 
35 
Esa inmensa complej idad sonora que forma la vida urbana es 
algo ajeno a lo que conciben los profesionales «especialistas» 
en ciudad, a quienes les preocupa ante todo la inteligibilidad de 
aquello que diseñan y administran. Lo que buscan obtener sus 
proyectos son ordenamientos que no sólo son formalizaciones o 
morfologías claras que aspiran a mantener a raya la amenaza que 
para su sueño de orden supone la complej idad de lo social, sino 
también discursos, enunciados no menos simples y simplifica­
dores destinados no sólo a ser legibles, sino también a ser leídos 
en voz alta, repetidos a la manera de una salmodia ritual que no 
pudiera obtener más que repeticiones o un número restringido y 
mínimo de versiones . Esto es, el proyecto-discurso se despliega 
en el tiempo y el espacio para ser pronunciado, para ser dicho 
y escuchado. 
Esa palabra clara que el proyecto procura emitir ha de impo­
nerse a lo que para el diseñador urbano o el político municipal no 
es sino un galimatías ilegible, sin significado, sin sentido -cuan­
to menos sin un sentido o un significado-, que no dice nada, 
puesto que es la suma de todas las voces lo que produce un ru­
mor, a veces un clamor, que es un sonido incomprensible, que 
no puede ser traducido puestoque no es propiamente un orden 
de palabras, sino un ruido sin codificar, parecido a un gran zum­
bido. Una prueba más de que es posible intentar que la ciudad se 
pueda interpretar a la manera de un texto, pero es inútil reducir lo 
urbano a un único mensaje. La ciudad puede ser escuchada, es­
tructurada a la manera de un lenguaje, en cambio, lo que se agita 
en su seno, lo urbano, provoca esa sonoridad lacustre antes refe­
rida, hecha de disoluciones y coagulaciones fugaces provocadas 
por un enjambre de sociabilidades minimalistas conectadas entre 
sí hasta el infinito, pero también constantemente interrumpidas 
de repente, a veces para desvanecerse para siempre. Lo que oyen 
los tecnócratas cuando se asoman o bajan a las calles es el runru­
neo que provoca la proliferación y el entrecruzamiento de relatos, 
y de relatos que, por lo demás, no pueden ser más que fragmen­
tos de relatos , relatos permanentemente cortados y retomados 
en otro sitio, por otros interlocutores . 
Polifonía de los pasajes y de los tránsitos, la sonoridad urbana 
es la que emite un torbellino que nunca descansa, sin significado, 
articulado de mil maneras distintas .. . , zumbido, silbido, alari­
do silencioso o clamoroso, que emite un cuerpo sólo huesos, car­
ne, piel, musculatura, oquedad de piel azuzada por la intensi­
dad de una pasión que lo atraviesa en todas direcciones y que no 
puede ser calmada. Lo que se escucha en las calles es la amal­
gama de vehículos, fragmentos de vida, miradas, accidentes, sor­
presas, naufragios, deseos, complicidades, peligros, niños, hue­
llas, risas, pájaros, ratas ... , una especie de masa sonora apenas 
diferenciable que, en función de las horas del día, podría pasar de 
un murmullo apenas perceptible hecho de pequeñas erupcio­
nes sonoras, a un estruendo indescifrable, una barahúnda de se­
ñales de origen incierto y valor desconocido. 
LA SENSACIÓN DE LA CIUDAD. 
LA CIUDAD EN TANTO PERCIBIDA, RECORDADA E IMAGINADA 
) U H AN I PALLAS M AA 
La ciudad, más aún que la casa, es un instrumento con función 
metafisica, un intrincado instrumento que estructura la acción y 
el poder, la movilidad y el intercambio, organizaciones sociales 
y estructuras culturales, identidad y memoria. Sin duda el más 
significativo y complejo artefacto humano, la ciudad controla y 
alienta, simboliza y representa, expresa y oculta. Las ciudades son 
excavaciones habitadas para la arqueología de la cultura, exponien­
do el denso tejido de la vida social . 
La ciudad contiene más de lo que puede ser descrito. Un labe­
rinto de claridad y opacidad, la ciudad agota la capacidad huma­
na para describir e imaginar: el desorden juega contra el orden, lo 
accidental contra lo constante y la sorpresa contra lo anticipado. 
Las actividades y las funciones se interpenetran y entrechocan 
unas con otras, creando contradicciones, paradojas y una excita­
ción de naturaleza erótica. 
La ciudad contemporánea es la ciudad del ojo. El rápido movi­
miento mecanizado nos separa del contacto corporal e íntimo con 
la ciudad. En tanto la ciudad de la mirada hace del cuerpo y los 
otros sentidos algo pasivo, la alienación del cuerpo refuerza la vi­
sibilidad. La pacificación del cuerpo crea una condición similar a 
la de la conciencia adormecida por la televisión. 
Cartesiana y en perspectiva, gradualmente la ciudad ha eli­
minado la especificidad del lugar y ha separado la verticalidad de 
la horizontalidad. En vez de unir sin interrupciones para dar lugar 
a una plasticidad del paisaje, esas dos dimensiones se han con­
vertido en proyecciones separadas; el plano ha sido separado de la 
sección. La ciudad visual nos deja fuera como extranjeros, espec­
tadores voyeuristas y visitantes momentáneos, incapaces de par­
ticipar. La alienación visual se refuerza con la invención de la 
fotografía y de la imagen impresa, que han creado un «Mar de los 
Sargazos» de imágenes en constante expansión. La cámara se ha 
convertido en el primer instrumento del turista. «La omnipre­
sencia de las fotografías tiene un efecto incalculable en nues­
tra sensibilidad ética», escribe Susan Sontag al describir una 
«mentalidad que ve al mundo como un conjunto de fotografías 
potenciales». 1 En consecuencia, «la realidad se ha vuelto cada vez 
más lo que mostramos mediante las cámaras», observa, asumien­
do que «tomar fotografías ha instaurado una relación voyeurista 
crónica con el mundo que nivela y aplana el significado de todos 
los eventos». 
De hecho, con facilidad podemos sorprendernos al observar 
una escena enmarcada como si fuera una imagen fotográfica; la 
ciudad del turista es una colección de imágenes visuales preselec­
cionadas. El uso, cada vez mayor, del vidrio espejo, una superficie 
que devuelve la mirada sin afecto, contribuye a la experiencia de 
superficies superficiales, opuesta a la de profundidad y opacidad. 
La ciudad de la transparencia y de la reflexión ha perdido su mate­
rialidad, su profundidad y su sombra. Necesitamos del secreto y 
de la sombra con urgencia tanto como deseamos ver y saber; lo 
visible y lo invisible, lo conocido y lo que está más allá del conoci­
miento, tienen que estar equilibrados. La opacidad y el secreto 
alimentan la fantasía y hacen que imaginemos la vida detrás de los 
muros de la ciudad. La ciudad funcionalizada de manera obsesiva 
se ha vuelto demasiado legible, demasiado evidente, dejando sin 
oportunidad al misterio y al sueño. En tanto la ciudad pierde su 
intimidad háptica, su secreto y su seducción, pierde sensualidad 
y carga erótica. 
La ciudad háptica acoge a sus ciudadanos, los 
autoriza plenamente a participar en su vida cotidia­
na. La ciudad háptica evoca nuestro sentido de la 
1. Sontag, Susan, Sobre 
la fotograjla. Traducción 
de Carlos Gardini. 
México, Alfaguara, 2006 . 
empatía e involucra nuestras emociones. La imagen de la ciu­
dad placentera no es una experiencia visual, sino una percep­
ción encarnada basada en una doble fusión peculiar: habitamos 
la ciudad y la ciudad habita en nosotros. Cuando entramos en una 
ciudad nueva, de inmediato empezamos a acomodarnos a sus es­
tructuras y cavidades, y la ciudad empieza a habitamos. Todas las 
ciudades que visitamos se vuelven parte de nuestra identidad y de 
nuestra conciencia. 
La experiencia mental de la ciudad es más una constelación 
háptica que una secuencia de imágenes visuales; las impresio­
nes de la mirada se insertan en el continuo de la experiencia háp­
tica, que es más inconsciente. Incluso cuando el ojo toca y la mi­
rada traza siluetas distantes y contornos, nuestra visión siente la 
dureza, la textura, el peso y la temperatura de las superficies. Sin 
la colaboración del tacto el ojo no sería capaz de descifrar el espa­
cio y la profundidad, y no podríamos moldear el mosaico de im­
presiones sensoriales en un continuo coherente. La sensación de 
continuidad une fragmentos sensoriales aislados en la continui­
dad temporal de la sensación del yo. 
«Mi percepción no es, por tanto, la suma de los datos visuales, 
táctiles o audibles: percibo de manera total con mi ser; capto una 
estructura única de la cosa, una manera única de ser, que le habla 
a todos mis sentidos a un mismo tiempo», escribió enfáticamente 
Maurice Merleau-Ponty. 
Por tanto, confronto a la ciudad con mi cuerpo: mis pier­
nas miden la distancia del pórtico y el ancho de la plaza, mi mi­
rada, de modo inconsciente, proyecta mi cuerpo sobre la fachada 
de la catedral, donde vaga sobre las cornisas y los contornos, tan­
teando el tamaño de huecos y proyecciones, el peso de mi cuerpo 
se encuentra con la masa de la puerta y mis manos toman la peri­
lla, pulida por incontables generaciones, al entrar en el oscuro va­
cío detrás de mí. La ciudad y el cuerpo se complementan y defi­
nen mutuamente. 
El capítulo final de Experiencing Architecture de Steen Eiler 
Rasmussen lleva por título, significativamente, «Escuchar la arqui­
tectura». Sin duda cada ciudad tiene su propioeco, dependiendo 
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de la escala y el patrón de las calles, así como de los estilos y ma­
teriales de la arquitectura dominante. El encuentro más íntimo 
con cualquier ciudad es el eco de los propios pasos. Los oídos re­
gistran los límites del espacio y determinan su escala, forma y 
materialidad. Los oídos tocan los muros. Rasmussen nos recuerda 
la arquitectura del eco en los túneles subterráneos de Viena en la 
película de Carol Reed, El tercer hombre, protagonizada por Orson 
Welles: «tu oído recibe el impacto tanto de la longitud como de la 
forma cilíndrica del túnel». 
El poder de escuchar al crear sensaciones espaciales puede ser 
inmediato e inesperado; despertar con el sonido de una ambulan­
cia en la noche de la ciudad nos hace reconstruir al instante nues­
tra identidad y localización. Antes de volver al sueño solitario, to­
mamos conciencia de la inmensidad de la ciudad que duerme con 
incontables habitantes que sueñan. 
Los parques y las plazas acallan el ensordecedor barullo de 
la ciudad, permitiéndonos escuchar la onda en el agua y el gor­
jear de las aves. Los parques crean oasis en el desierto urbano, que 
nos permiten sentir la fragancia de las flores y el olor del pasto. Los 
parques hacen posible que estemos al mismo tiempo rodea­
dos por la ciudad y fuera de ella. Son metáforas de la ausencia de 
la ciudad, al mismo tiempo que son naturalezas muertas en mi­
niatura, imágenes de una naturaleza construida y del paraíso. Las 
ciudades ubicadas cerca del agua son afortunadas; el encuentro de 
la piedra y del agua es metafísico. En palabras de Adrian Stokes, 
«la vacilación del agua revela la inmovilidad arquitectónica». El 
cosmopolitismo del puerto y su yuxtaposición de imágenes de per­
manencia y movimiento, estabilidad y travesía, enciende la imagi­
nación. El olor del alga marina nos hace pensar en la profundidad 
del océano, en tierras distantes y costumbres exóticas, en la excita­
ción del viaje y en la dulce nostalgia del hogar. 
La ciudad es una forma de arte de collage y montaje cinema­
tográfico por excelencia; la experimentamos como un collage y 
un montaje infinito de impresiones. La obsesión contemporánea 
con el collage refleja una fascinación por el fragmento y la discon­
tinuidad, y una nostalgia por los rastros del tiempo. La increíble 
aceleración de la velocidad -de movimiento, de información, de 
las imágenes- se ha colapsado al tiempo en la plana pantalla 
del presente, sobre la cual se proyecta, de manera simultánea, el 
mundo. Cuando el tiempo pierde su duración y el eco del pasado 
arcaico, el hombre pierde su sentido del yo y su ser histórico y se 
ve amenazado por las sombras del tiempo. «Las novelas largas que 
se escriben hoy son, probablemente, una contradicción», escribió 
Italo Calvino. «La dimensión del tiempo ha sido desmantelada y 
no podemos vivir o pensar más que en fragmentos de tiempo, 
cada uno siguiendo su propia trayectoria y desapareciendo de in­
mediato. Podemos redescubrir la continuidad del tiempo sólo en 
las novelas de aquel periodo en el que el tiempo no parecía haber­
se detenido y aún no parecía haber explotado ... ». 
La ciudad estructura la captura y preserva el tiempo del mis­
mo modo que las obras literarias o artísticas. Los edificios y las 
plazas nos permiten regresar al pasado, experimentar el lento 
tiempo curativo de la historia. Los más grandes monumentos ar­
quitectónicos detienen y suspenden el tiempo por la eternidad. 
Tenemos una capacidad innata para recordar e imaginar lu­
gares. La percepción, la memoria y la imaginación están en cons­
tante interacción; el dominio de nuestro presente se funde con las 
imágenes de nuestra memoria y de nuestra fantasía. Continua­
mente construimos una ciudad inmensa de evocación y recuer­
do, y todas las ciudades que hemos visitado son recintos de esa 
metrópolis mental. Las Ciudades invisibles de Italo Calvino han 
enriquecido para siempre la geografia urbana del mundo. 
La literatura y el cine habrían perdido su encanto sin nuestra 
capacidad de entrar en un sitio que recordamos o imaginamos. La 
memoria nos devuelve a ciudades lejanas y las novelas nos trans­
portan a ciudades invocadas por la magia de las palabras del escri­
tor. Las habitaciones, plazas y calles de un gran escritor son tan 
vívidas como cualquier ciudad que hayamos visitado. San Francis­
co, por ejemplo, se despliega en toda su multiplicidad en los mon­
tajes de Hitchcock en Vértigo: entramos en edificios que nos ago­
bian mientras seguimos los pasos del protagonista y los vemos a 
través de sus ojos bien abiertos. Nos convertimos en ciudadanos 
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de San Petersburgo en los conjuros de Dostoievsky: estamos en 
la habitación del doble estremecedor asesinato de Raskolnikov, 
somos uno de los aterrorizados espectadores viendo a Mikolka y 
a sus ebrios amigos golpear a un caballo hasta la muerte, frustra­
dos por nuestra incapacidad de prevenir la enferma crueldad sin 
propósito. Hay, sin embargo, una diferencia entre las ciudades vi­
sitadas y las imaginadas; los detalles de las ciudades intangibles de 
la imaginación no pueden recordarse, se borran inmediatamen­
te como los sueños se alejan y no pueden evocarse de nuevo más 
que gracias a las palabras mágicas del escritor. 
Hay ciudades que se mantienen como imágenes visuales dis­
tantes al recordarlas y hay ciudades que se recuerdan con toda vi­
vacidad. La memoria evoca de nuevo con placer una ciudad con 
todos sus sonidos y olores, y con su juego de luces y sombras. 
Puedo escoger, incluso, si camino del lado soleado o del sombrea­
do de la calle en la agradable ciudad que recuerdo. 
La medida de la sensación de una ciudad es ésta: en la ciudad 
de nuestra memoria, ¿puedes escuchar la risa de los niños, el ale­
teo de los pichones, los pregones de los vendedores? ¿Puedes re­
cordar el eco de tus pasos? En la ciudad de tu mente, ¿puedes ima­
ginarte enamorado? 
DEL URBANISM O A LA URBANÉTICA 
DE LOS RATIOS A LOS « R EA L TI M E DATA»: 
LA CIBERNÉTICA DE LA CIUDAD 
WIL LY M Ü L L ER / MARC M ONT L L E Ó . BARC E LONA R E G I ONAL 
El cambio de una sociedad industrial a una sociedad de la infor­
mación tiene en el campo del urbanismo uno de los mayores retos 
a los que nos enfrentamos como civilización. Si entendemos que 
la ciudad es uno de sus mayores inventos, la forma en que en­
tendemos y construimos las ciudades está en una encrucijada de 
orden mayor frente al tamaño de los retos planteados por el cam­
bio tecnológico. 
La propia palabra urbanismo, definida como ciencia hacia 
1850 por Cerda, es la respuesta de organización social y económi­
ca en el territorio de la sociedad industrial y, simplificando mucho, 
una práctica basada hasta hoy en una interpretación espacial y 
formal de los ratios de los que se disponen, en equilibrio o no, con 
una especulación de signos distintos y superpuestos: económica, 
productiva, identitaria, etcétera. 
En los últimos años estamos asistiendo a una simultaneidad 
de modelos en apariencia complementarios; la ciudad real defi­
nida por las reglas de una práctica urbanística cada vez más com­
pleja y viciada, conjuntamente con la irrupción desde las empre­
sas avanzadas de servicios de los conceptos de smart cities, de las 
ciudades avanzadas o inteligentes. 
La capilaridad de estos conceptos que se han infiltrado de for­
ma abusiva desde el gran debate de modelo de ciudad, hasta la 
banalidad de algún producto más propio del formato comer­
cial televisivo que de los entornos de discusión científica, están 
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poniendo de manifiesto un reto de primer nivel al que nos hemos 
de enfrentar y que tiene como argumento la manera en que las 
sociedades avanzadas o de la información consiguen establecer 
nuevas reglas de juego que superen el modelo de ciudad del bien­
estar, que es el último estadio de la ciudad postindustrial, crea­
da en la Europa de posguerra y que terminará en parte tal como 
hasta hoy la conocemos, con la crisis económica europeade la ac­
tualidad. ¿Cuál es el punto de ruptura y no retorno de dos modelos 
convivenciales al día de hoy? 
Por un lado el de la ciudad postindustrial del bienestar; ba­
sada en las reglas del juego urbanístico complejo y manipulador, 
donde todavía los gestos de la ciudad física son capaces de contro­
lar los ratios como un ecualizador, trasladando decisiones de todo 
tipo de unas escalas a otras y, por otro, las smart cities, que introdu­
cen de forma subversiva modelos de gestión más eficaces, más 
rentables, más ecológicos y sustentables, basados en exactamente 
lo opuesto del modelo anterior, introduciendo los real time data 
como la base científica de su modelo de ciudad. ¿Estamos pasando 
del urbanismo a la urbanética? 
Es en este campo donde las aspiraciones de cuota de mercado 
de las empresas avanzadas se enfrentan a retos de índole mayor 
o de cambio radical de sistema operativo. ¿ Es posible ahora dise­
ñar una calle, no en función de ratios de movilidad basados en 
acumulación de información a largo plazo, sino en función de una 
pequeña cantidad de información binaria cada lapso de tres se­
gundos? ¿Podemos pensar una ciudad no por la capacidad de acu­
mular memoria para tener respuestas estándar, sino por la capa­
cidad de caducar información cada tres segundos, adaptándose de 
forma específica? ¿Seremos capaces de diseñar el hábitat urbano 
pasando la responsabilidad de lo físico como depositario de toda 
la información a un hábitat urbano donde toda la responsabilidad 
de informar e informarse está en lo que se mueve, sean personas, 
capitales, valores, materias u objetos, y que constantemente emite 
nueva información que anula la anterior? 
Uno de los ejemplos más didácticos de este cambio de mode­
lo se puede medir con un objeto que tiene la misma edad que el 
urbanismo, por obvias razones de genealogía común entre el fe­
rrocarril y la ciudad industrial: el semáforo. Es evidente que en la 
actualidad disponemos de la tecnología masiva y barata para hacer 
funcionar las reglas de juego básicas de la movilidad en una re­
tícula urbana a base de la autogestión. El concepto de semáforo se 
ha disuelto en la movilidad, en formato GPS, bluetooth o neverlost, y 
está avanzando cada día en nuevos sistemas, de la misma forma 
que la inteligencia se ha disuelto en los materiales o, parafrasean­
do a Neil Gershenfeld del Media Lab del MIT cuando comparaba 
la casa domótica con la media house: el terrón de azúcar al lado del 
café, que representa el modelo de concentración de la inteligencia 
en un elemento exterior, se ha disuelto dentro del café en peque­
ñísimas partes. Mínima información pero expansiva y en red. 
Si éste es el reto al que nos enfrentamos, ¿cómo podemos or­
ganizar un programa de investigación que sea capaz de resolver 
el evidente problema de materialidad fija que es inherente a una 
ciudad y a sus infraestructuras , en nuevos diseños de ciudades 
donde la inteligencia se mida por la capacidad de disolución de la 
información en pequeñas cantidades interconectadas que cadu­
quen su información emisora cada tres segundos? Vamos hacia 
una ciudad flexible, pero no disponemos de la tecnología para 
construir una ciudad mecánica. Disponemos de tecnología que 
aumenta la eficacia, pero no altera el modelo sobre el que vivimos. 
Estos retos tienen, en el campo profesional del urbanismo, conse­
cuencias evidentes en la forma de plantear los problemas y en las 
herramientas de planeación a las cuales enfrentamos, de manera 
simultánea a la ciudad genérica heredera del urbanismo tradicio­
nal y a la ciudad específica que nos plantean los nuevos paradig­
mas de nuestro tiempo. Es probable que estemos en una época 
similar a la irrupción de la corriente eléctrica donde la sofisti­
cación de la industria del gas para iluminar llegó a sus cotas más 
altas. Casi siempre en el cambio del modelo operativo, el mode­
lo anterior en decadencia tiene un auge de innovación en sus mo­
mentos finales que ayudan y aportan velocidad al cambio. 
Una parte de esta discusión se concentrará en qué parte es 
smart y cuál city, distinguiendo claramente el operador o gestor 
del propietario, donde estará en juego el modelo de negocio y su 
rentabilidad, por un lado, y por otro cuáles son los parámetros 
sobre los que es necesario decidir desde el punto de vista públi­
co: el city protocol, los criterios de evaluación de indicadores que 
nos permitan auditarnos, conocernos, saber nuestras aptitudes o 
handicaps como ciudad para tener criterios de elección en un mer­
cado de todo, a cien de las smart cities. Otra parte de esta discu­
sión es de carácter mucho más productivo, ya que dependiendo 
de lo que seamos capaces de avanzar en la definición urbané­
tica de la ciudad, surgirán nuevos diseños con necesidad de pro­
ductos, materiales, sistemas constructivos, normativas, software, 
etcétera, que serán el motor de una nueva etapa de producción 
industrial avanzada. 
Las cadenas de producción en la industria cada vez están 
más tecnificadas, el producto se desplaza automáticamente me­
diante un sistema tractor y distintos brazos facilitan el montaje 
que se hace en un proceso ordenado y orquestado. Desde el sis­
tema de tracción por el que se desplaza el producto hasta los 
brazos mecánicos trabajan con sensores, los cuales miden distan­
cias, colores, marcas para poder actuar con precisión y tomar deci­
siones. Esta tecnología, extendida en las cadenas de montaje, ha 
ido exportando su tecnología hacia espacios más abiertos, por 
ejemplo, el caso del transporte logístico del puerto de Rotterdam, 
donde aplican tecnología de logística de almacenaje de precisión 
con mercancías y contenedores que pesan toneladas: se ha escala­
do la tecnología de la paquetería al container, de la misma forma 
que se escalan los software de estrategia de pit stop de la FI a las 
estrategias de urgencias de los hospitales. El transporte inteligente 
de contenedores se basa en sensores, lectores de colores que per­
miten a las plataformas seguir líneas pintadas en el suelo, o la 
lectura de códigos de barras. Eso supone que los mecanismos tie­
nen la capacidad de leer, medir y, a partir de un dato, tomar deci­
siones. En un sistema cerrado o controlado, como puede ser un 
almacén, una zona portuaria o una fabrica, ya es una realidad de­
pender de un sistema inteligente diseñado para que los ordena­
dores puedan tomar decisiones frente al input de una señal. 
Este tipo de tecnología ya ha dado el salto al mundo domésti­
co desde hace años, con los robots que limpian el suelo de la vi­
vienda o los recientes cortacéspedes autónomos. Todos ellos se 
basan en mecanismos básicos de sensores de la robótica. ¿Cómo 
nos enfrentamos a entornos abiertos, complejos y dinámicos? 
La velocidad de respuesta es la nueva dificultad para imple­
mentar estos mecanismos en la ciudad. La mayoría de robots fun­
cionan a nivel doméstico en espacios muy controlados, cerrados; 
esto se debe a la capacidad de análisis y de señales que pueden 
recibir y al número de decisiones pueden tomar en una unidad 
de tiempo muy reducida. Sin embargo, ya empezamos a obser­
var cómo funcionan las cámaras en los coches con sensores de 
distancia, que te avisan de la proximidad de otro coche o, más re­
cientemente, el éxito de la primera prueba piloto de un automóvil 
sin conductor: algo que podía parecer ciencia ficción hace veinte 
años hoy día es un complemento más y ya se han diseñado mu­
chos modelos de serie. Y para cambiar de ámbito logístico: ¿quién 
no ha perdido una maleta en un aeropuerto? Los sistemas son lo­
gísticos, sencillamente se establece que el tipo de paquete es una 
maleta y mediante lectores de códigos de barras, cintas y diver­
sores se dirige la maleta en la dirección establecida. Se trata de 
mecanismos de lectura y de direcciones IP, transferencias de mí­
nimas informaciones de forma continuada, que volatilizan la inte­
ligencia en miles de objetos: éste es al mundo al que nos enfrenta­
mos en el urbanismo, en

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