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ALEJANDRO HERNÁNDEZ GÁLVEZ SASKIA SASSEN MANUEL DELGADO JUHANI PALLASMAA WILLY MÜLLER JORDI HEREU ANTANAS MOCKUS OSVALDO SANCHEZ JUAN VILLORO DAVID LIDA Habla ciudad Arquine ÍNDICE 9 NO ES MÍO LO QUE OYEN, SINO DE LA CIUDAD ALEJANDRO H ERNÁN DEZ GÁLVEZ 15 ¿HABLAN LAS CIUDADES? SASKIA SASSEN 31 MURMULLOS EN LA CIUDAD MANUEL DELGADO 39 LA SENSACIÓN DE LA CIUDAD. LA CIUDAD EN TANTO PERCIBIDA, RECORDADA E IMAGINADA JU HAN I PALLASMAA 45 DEL URBANISMO A LA URBANÉTICA, DE LOS RAT/05 A LOS «REAL TIME DATA»: LA CIBERNÉTICA DE LA CIUDAD WILLY MÜLLER/MARC MONTLLEÓ. BARCELONA REGIONAL 53 PASIÓN POR LA CIUDAD JORDI HEREU 61 CIUDAD: COOPERAR, SENTIRSE EN CASA, VENCER LOS MIEDOS ANTANAS MOCKUS 69 OTRA CAQUITA DORADA EN EL ZÓCALO O LAS POLÍTICAS DE LO PÚBLICO EN EL ARTE PÚBLICO EN MÉXICO OSVALDO SÁNCH EZ 75 «¿YA NOS PERDIMOS?»: LA CIUDAD Y SU REPRESENTACIÓN JUAN VILLORO 83 HABLAN CIUDADANOS DAVID LIDA NO ES MÍO LO QUE OYEN, SINO DE LA CIUDAD ALEJANDRO HERNÁNDEZ GÁLVEZ Hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos palabras: los otros, y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva. Octavio Paz Hablo de la ciudad es el título del poema de Paz del que aparecen unas líneas en este epígrafe, en el que la describe como novedad de hoy y ruina de pasado mañana, como algo que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos, que nos inventa y nos olvida. Pero el imperativo habla, ciudad, no se refiere a lo que noso tros hablemos, a menos que lo entendamos como .hablar algún lenguaje: habla inglés, habla francés, habla ciudad. Nos convoca a explicar lo que la ciudad nos dice, a pedirle, a exigirle incluso, que nos hable. El habla de la ciudad no es siempre evidente. Algunos pensa rán que para hablarnos se vale de señales e inscripciones, pero también puede emplear códigos y normativas, historias, tradicio nes y costumbres. Si en vez de habla dijéramos que toda ciudad tiene su lógica, tal vez aquello del habla sería más claro. Sus mane ras de organizarse espacial y socialmente; sus leyes y sus regla mentos; su modo de responder a condiciones más o menos par ticulares como el sitio, el clima o su propia historia: eso podría ser 8 9 la lógica de una ciudad. La retícula ideal que se repite de la ciudad romana a la colonial tiene una lógica particular si se trata de Nueva York o de ciudad Neza, y la manera como una ciudad se puebla con altas torres tiene lógicas diferentes -y a veces divergentes- sea en Tokio o en Sao Paulo. No es un tema, supongo, de identidad -al menos no en el sentido de que ésta preceda a la construcción de la ciudad y se exprese en ella- sino de la convergencia de distin tos aspectos y características. Lo singular y específico no son esos aspectos o características que pueden repetirse en distintas ciu dades, sino precisamente el que converjan de cierta manera: la trama de Nueva York y la de Neza son similares, pero el resto de las condiciones no lo son. «La identidad de un sitio nunca es una preexistencia, sino el resultado de una construcción», dice Bernard Cache. Esa construcción tiene una estructura o, dicho de otro modo, una lógica. Esa lógica, ¿nos habla? En su texto «¿Hablan las ciudades?», Saskia Sassen pone como ejemplo de esa habla un auto deportivo, diseñado para co rrer, que al llegar a una zona de tráfico pesado se detiene y no pue de circular a la velocidad para la que fue planeado. La ciudad habló, respondió -talked back-, escribe Sassen en inglés. Para Sassen el habla de la ciudad -speech-, que también es discurso o lenguaje o expresión, es una capacidad urbana: «la capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de invitar, todo siguiendo la lógica que busca mejorar y proteger la complejidad y la condición de ser siem pre incompleta de la ciudad». ¿Podríamos decir que toda lógica es una forma de hablar? Quizá ahí habría una voluntad excesiva de ir hasta lo que de habla tiene el término griego logos -cuenta y razón, como lo traducía el filósofo Juan David García Bacca-. En su libro El edificio de la ra- zón,1 Jaime Labastida traduce y explica una fórmula de Heráclito de la que se han ofrecido, pese a su brevedad, muchas versiones. Él la traduce así: «no es mío lo que oyen, sino de la Razón». Labastida explica que ahí, en la frase de Heráclito, surge un sujeto, un perso- naje ficticio pero importantísimo en Occidente: la 1. Labastida, Jaime, El Razón, ese logos griego que es al mismo tiempo len- edificio de la razón, el suje• to cientlfico, México, guaje y palabra, cuenta y razón, de nuevo, y que es, uNAM, Siglo xx,, 2007. agrega, un bien común, compartido. Así, Labastida le da un giro más a la frase de Heráclito: «lo que yo digo es verdad no porque sea yo quien lo dice, sino porque está conforme con una estructura común: la del lenguaje o de la razón. » ¿Podemos sustituir la razón por la ciudad y decir, tal como lo hace el título de este texto, que no soy yo el que habla sino la ciudad? Ciudad y razón no son lo mismo, pero algo hay que las acerca, mucho, tal vez. «¿Qué otra cosa sino el <logos>, la razón, es un producto del hombre en que el hombre se pierde, se arruina?», se pregunta Giorgio Colli2 cuando habla del laberinto como imagen de la razón -¿y no es el laberinto, también, imagen de la ciudad?-. La imagen de la razón como una ciudad es vieja. Una ciudad bien planeada y construida, claro está. En su Discurso, Descartes afirma que «las viejas ciudades que, no siendo al principio más que pueblecitos, han llegado a ser con el tiempo, grandes urbes, están mal ordenadas en comparación con las cons trucciones regulares que un ingeniero realiza según su fantasía en un plano». Y Wittgenstein, por poner sólo otro ejemplo, decía que nuestro lenguaje -el logos, pues- «puede verse como una ciudad antigua: un laberinto de callejuelas y plazas, de casas viejas y nue vas, las casas con anexos de distintos periodos; todo rodeado por una multitud de suburbios con calles regulares y casas uniformes.» (No hay que insistir en que, pese a lo que algunos filósofos, urba nistas y arquitectos piensen, parece que preferimos esa ciudad mal ordenada, inacabada y compleja, a los suburbios pensados de golpe, «con calles regulares y casas uniformes.») ¿Habla entonces la ciudad por mí en vez de yo por ella? ¿Los otros, gracias al habla de la ciudad, hablan cuando hablo hasta convertirnos en nosotros? ¿Es en la ciudad, como diría Rimbaud, donde yo es otro? La ciudad nos habla, así pues, con voces y con reglamentos, pero también con su capacidad y, como escribe Manuel Delgado, con murmullos y sonidos: sinfonía de la ciudad, aunque sea caco fónica. «Es ahí -dice-, en el trajín de la vida pública urbana donde parecería más importante asegurar las sintonías en la 2. Colli, Giorgio, El na,i comunicación persona a persona, amenazadas por miento de lafilosofla, Barcelona, Tusquets Edi- todo tipo de distorsiones, y donde el concierto entre tores, 1977. 10 11 los seres humanos -es decir, la sociedad- resulta al tiempo más costoso y más creativo». La ciudad nos habla a los ojos con imá genes -«antes de ser piedra, cemento o ladrillo, las ciudades son una imagen», dice Paz (aunque hay que recordar que en su poética la imagen no es sólo un privilegio de la vista). Y nos habla con rui do y palabras a los oídos. Pero también nos habla al cuerpo entero, como expone juhani Pallasmaa: «la ciudad y el cuerpo se comple mentan mutuamente», y «sin la colaboración del tacto -añade el ojo no sería capaz de descifrar el espacio y la profundidad, y no podríamos moldear el mosaico de impresiones sensoriales en un conjunto coherente». ¿Nos habla la ciudad también con datos a los que habrá que responder cada vez con mayor rapidez y precisión, tal como lo su giere Willy Müller? «En las ciudades -explica Antanas Mockus cohabitan personas muy distintas entre sí,que logran reconocer y enfrentar colectivamente desafíos diversos y atienden de manera mancomunada necesidades diversas». Al hablar de un arte público que en la ciudad va más allá de estatuas monumentales en el cen tro de una plaza, Osvaldo Sánchez explica que /o público se trata de preguntarnos quiénes somos, e intentar responderlo. La ciudad -escribe Juan Villoro al hablar de su representación- «se convirtió para nosotros en el inconmensurable espacio que nos contiene» y al que hay que dotar de una lógica, «crear relatos que nos permi tan habitarlas». En fin, la ciudad habla y nos responde, ya sea que la enten damos como una construcción física -la urbe- o como un com plejo social y político. Nos responde y habla por nosotros, en noso tros. Su voz es legión: esos otros de los que escribió Paz y de los que Sartre dijo que son el infierno. A Sartre lo cita Jordi Hereu para agregar que, actuando desde abajo, podemos construir ciudades donde los otros «no den miedo, sino que sean aquellos con quie nes soñar y construir un proyecto común». ¿HABLAN 1 LAS CIUDADES? SASKIA SASSEN El discurso es un elemento fundacional en las teorías sobre la de mocracia y lo político. Como concepto ha expandido y contraído, al mismo tiempo, su significado. Pero, hasta donde puedo decir, y hasta donde otros me han dicho, aún no se ha expandido suficien te para incluir el concepto de que la ciudad podría tener un discur so. Argumentar, como lo hago en este ensayo, que las ciudades tienen un discurso, sin importar que sea distinto al de los ciuda danos y de las corporaciones, es de muchas maneras una cuestión transversal tanto para la ley como para el urbanismo. No está pre sente en ninguno de esos cuerpos de estudio, y eso especialmente en tanto no confino la noción de discurso a la de gobierno urbano, ni construyo el contenido del discurso de la ciudad en los términos que nos indica la ley. Por lo tanto, esta investigación requiere ex pandir el terreno analítico para examinar el concepto de cada uno: el discurso y la ciudad. Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre son sis temas incompletos. En esa condición reposa la posibilidad de ha- cer -hacer lo urbano, lo político, lo cívico-. La ciudad no es la única con esas características, pero son una parte necesaria del ADN de lo urbano -lo que corresponde a las duda- 1. El título en inglés es des-. Cada ciudad es distinta y también lo es cada Does the City Have Speech? Speech puede disciplina que la estudia. Sin embargo, si se trata de entenderse como habla un estudio de lo urbano, deberá lidiar con esos ras- 0 como discurso, lenguaje, expresión, voz o gos distintivos: lo incompleto, la complejidad y la decir. (N. del T.) 14 15 posibilidad de hacer. Esos rasgos toman formatos urbanos que pueden variar enormemente a lo largo del tiempo y el espacio. Dada tal diversidad, la investigación urbana no necesita reco nocer las versiones destiladas, abstractas, de estos tres conceptos centrales -complejidad, lo incompleto y el hacer-. Más bien, los investigadores e intérpretes de lo urbano usan o invocan los conceptos de sus disciplinas o de su imaginación y los rasgos con cretos de las ciudades que observan. Pero esos tres rasgos abstrac tos están presentes si se trata realmente de lo urbano y no simple mente de un terreno densamente construido de un tipo específico -interminables hileras de casas, de oficinas o de fábricas-. Por tanto, una vasta franja de casas suburbanas no son una ciudad, sino terreno construido, del mismo modo que lo son los lotes de oficinas. Si queremos que el concepto de ciudad funcione analíti camente, debemos discriminar conceptualmente. Aquí uso estos rasgos de las ciudades para involucrarme en una investigación experimental. Argumentaré que hay aconteci mientos y condiciones que nos dicen algo sobre la capacidad de las ciudades para responder sistémicamente -para respondernos-.2 Permítanme ofrecer un esbozo inicial de lo que quiero decir con un ejemplo simple: un auto, construido para correr a altas velo cidades, deja la carretera y entra a la ciudad. Llega a una zona con tráfico, compuesta no sólo de autos sino de gente que desborda por todas partes. De pronto, el auto está paralizado. Construi do para la velocidad, su movilidad se ha detenido. La ciudad habló. La primera aproximación es pensar tal discurso como una capacidad urbana. El término capacidad ya está bien establecido. Pero calificarlo como capacidad urbana es poco usual. Lo introduz- co para atrapar la mezcla elusiva de espacio, gente y actividades particulares, en especial el comercio y lo cívico. Este término cap- tura los aspectos sociales y fisicos de la ciudad. Entendida así, la noción de capacidad urbana funciona como una frontera analítica -ni simplemente espacio urbano ni simplemente gente-. Es su combinación bajo condiciones específicas, en escenarios consis tentes, confrontando potenciales y asaltos particulares que pueden generar discursos. Esas capacidades urbanas se hacen 2. Talk back. (N. del T.) visibles en una variedad de situaciones y formas. En ese hacer se visibles se convierten en una forma de discurso. Es imposible hacerle justicia a todos los aspectos de ese pro ceso en un ensayo tan corto, así que me limitaré a los bloques bá sicos de la construcción del argumento. Primero, la ciudad como un sistema complejo e incompleto que permite hacer y que le ha dado a las urbes su larga vida; la combinación de esos dos aspectos ha permitido que éstas sobrevivan a sistemas que son más pode rosos, pero también más formales y cerrados -Estados nacio nales, reinos, firmas financieras-. El otro es la mezcla de diver sas capacidades urbanas que pueden concebirse como actos del discurso y que señalan a su vez la noción más amplia de que las ciudades tienen un discurso, aunque sea informal y no suela reco• nocérsele como tal. La racionalidad sustancial que subyace a esta investigación sobre la ciudad y el discurso reposa en dos cuestiones. Primero el hecho de que la ciudad es aún un espacio clave para las prácticas materiales de la libertad, incluyendo las anárquicas y contradic torias, y un espacio donde quienes no tienen poder pueden crear discurso, presencia, una política. El otro es que estos aspectos de la ciudad están amenazados por una variedad de procesos agudos que desorganizan a las ciudades, sin importar lo densas y urbanas que parezcan; estas amenazas in cluyen extremas formas de inequidad y privatiza ción, nuevos tipos de violencia urbana, guerra asi métrica y sistemas masivos de vigilancia. Pero para ver esto también hay que tomar se tiempo para escuchar y, tal vez, entender el dis- 3. Uso el término discur so (speech) en el sentido estricto de la ley como, por ejemplo, el modo en que las corporaciones tienen voz (speech), tal como lo promulgó la Suprema Corte en 2010, en Ciudadanos Unidos d 1 d d h 1 d d vs. Comisión Federal curso e a ciu a , y quizá ayamos o vi a o cómo de Elecciones, que sos- escuchar, por no decir cómo entender. A continua- tuvo los derechos de ción exploro algunos actos que reflejan el habla de la ciudad.3 TÁCTICAS ANALÍTICAS Al hacer este tipo de meditación experimental, me veo a mí misma con la necesidad de involucrarme las corporaciones a hacer donaciones políticas se gún el derecho a la libre expresión de la Primera Enmienda. Las ciudades, como las corporacio- nes, no hablan con voz humana, hablan con su propia voz. 16 17 en lo que me parece que son tácticas analíticas. El método limita demasiado. Una de esas tácticas es operar a la sombra de expli caciones poderosas. Éstas deben tomarse con seriedad, pero son peligrosas. Mi primer paso es preguntar qué oscurece con pre cisión ese tipo de explicación, a causa de la poderosa luz que arroja sobre algunos aspectos del tema. Al explorar la noción de que las ciudades hablan, no puedo quedarme en las poderosasexplicaciones que nos dicen qué es la ciudad. El discurso de la ciudad ocurre en una zona medianera: no es la ciudad simplemen te como orden social o material. Es una capacidad urbana elusiva, que no es por completo material ni totalmente visible. Una segunda táctica analítica, que en parte deriva de la prime ra, es la necesidad de desestabilizar de manera activa los significa dos establecidos. Al hacer eso nos permitimos ver o entender lo que no está contenido en las narrativas centrales que explican una época o que organizan un campo académico, y necesitamos hacer lo especialmente en una época de rápidas transformaciones. Por tanto, la noción misma de que la ciudad habla implica desestabilizar la noción de que la ciudad es una condición eviden te marcada por la densidad, la materialidad, las multitudes y sus múltiples interacciones. La facticidad abrumadora de la ciudad necesita desestabilizarse. Me interesa recuperar la posibilidad de que un despliegue interactivo de gente, empresas, infraestructu ras, edificios, proyectos, imaginarios y más, sobre un terreno con finado, produzca algo parecido al discurso: resistencia, potenciales mejorados, en resumen, que la ciudad nos responde. COMPLEJIDAD Y LO INCOMPLETO: LA POSIBILIDAD DE HACER Las ciudades son uno de los sitios claves donde las normas y las identidades se construyen. Han sido ese tipo de sitios en varias épocas y en varios lugares, bajo muy diversas condiciones. Así, incluso si las ciudades han sido desde siempre hogar para el racis mo, para odio religioso o expulsión de pobres, han demostrado a lo largo de la historia una capacidad para clasificar los conflictos mediante el comercio y la actividad cívica. Esto contrasta con la historia del Estado nacional moderno, que ha tendido a militarizar los conflictos. Las condiciones que permiten a las ciudades construir normas e identidades, y transformar conflictos en una civilidad fortalecida varían a lo largo del tiempo y el espacio. El cambio de época, en nuestro deslizamiento a lo global, sue le ser fuente de nuevos tipos de capacidades urbanas. Hoy, dada la globalización y la digitalización -y todos los elementos específicos que la permiten- muchas de estas condiciones han vuelto a cam biar. La globalización y la digitalización producen dislocaciones y desestabilizan los órdenes institucionales existentes, que van más allá de las ciudades. Pero la desproporcionada concertación y agu deza de estas nuevas dinámicas en las ciudades, en especial en las globales, fuerza la necesidad de confeccionar nuevos tipos de res puestas y de innovar, especialmente de parte tanto de los más po derosos como de los menos aventajados, aunque sea por razones muy diferentes. Algunas de esas normas e identidades justifican el poder ex tremo y la desigualdad. Algunas reflejan innovación bajo presión: como lo muestra mucho de lo que pasa en los barrios de inmi grantes o en las barriadas de las megaciudades. Mientras las trans formaciones estratégicas tienen formas bien perfiladas y se con centran en las ciudades globales, algunas también se llevan a cabo -además de difundirse- en ciudades que no son centros de poder ni desigualdad extremas. Las ciudades no son siempre los sitios clave para la construc ción de nuevas normas y de identidades o de innovaciones insti tucionales. Por ejemplo, en Europa y en buena parte del hemis ferio occidental, desde 1930 y hasta los años setenta, la fábrica y el gobierno fueron sitios estratégicos para la innovación mediante el contrato social y con la creación de una clase trabajadora y me dia fuertes, basadas en la producción y el consumo en masa. Mi propia lectura de la ciudad fordista corresponde de muchas mane ras a la noción de Max Weber de que la ciudad moderna no es un espacio de innovación, a diferencia de las ciudades medievales 18 19 en Europa. La escala estratégica bajo el fordismo es nacional; en ella, las ciudades pierden su significado. Pero me separo de Weber en que, históricamente, la gran fábrica fordista y las minas fueron sitios de innovación: la construcción de una clase trabajadora mo derna y del proyecto sindicalista. En resumen, no es siempre la ciudad el sitio para construir normas e identidades. En nuestra era global, las ciudades resurgen como sitios es tratégicos para el intercambio cultural e institucional. Las condi ciones que hoy hacen de algunas ciudades sitios estratégicos son básicamente dos, y ambas atrapan transformaciones mayores que desestabilizan sistemas más viejos para organizar el territorio y la política. Una de ellas es el cambio de escala de los territorios estra tégicos que articulan al nuevo sistema político-económico y, por tanto, al menos algunos aspectos del poder. La otra es el debilita miento de lo nacional como contenedor de procesos sociales de bido a la variedad de dinámicas que abarcan la globalización y la digitalización. Las consecuencias para las ciudades de estas dos condiciones son muchas; lo que importa aquí es que éstas emer gen como sitios estratégicos para grandes procesos económicos y para nuevos tipos de actores políticos, incluyendo procesos y acto res no urbanos. Una distinción importante para mi examen se presenta en tre espacios ritualizados que reconocemos como tales y espacios que, o bien no se han ritualizado o no podemos reconocer como tales. Mucho de lo que experimentamos como urbanidad en las tradiciones occidentales europeas es un conjunto de prácticas y condiciones que se han refinado y ritualizado a lo largo del tiempo y a través del espacio. Por tanto, en nuestra tradición europea, en parte imaginada, el paseo4 no es cualquier caminata y la píazzaS no es cualquier plaza. Ambos tienen genealogías de significado y rituales, ambos contribuyen a construir un dominio público me diante la ritualización. A través del tiempo, y también del espacio, la historia nos ofre ce vistazos de muy distintos tipos de espacio, uno menos rituali- zado y con menos códigos inscritos -si es que algu- " . 1 1 . . 1 4. ,-assegg,a a en e origina . no los tiene-. Es un espacio para hacer, a cargo de 5. En italiano en el original. quienes no tienen acceso a los instrumentos establecidos. He tra bajado en la recuperación conceptual de ese tipo de espacio y lo he llamado la «calle global». Es un espacio con menos o ninguna práctica ritualizada o códigos que la sociedad más amplia pueda reconocer. Es rudo, y con facilidad se le considera «incivilizado». La ciudad, y en especial la calle, es un espacio donde quienes no tienen poder pueden hacer la historia, de maneras imposi bles en áreas rurales. Eso no significa que es el único espacio, y ciertamente crítico. Al hacerse visibles, presentes unos ante otros, pueden alterar su característica falta de poder. Esto permi te distinguir entre distintos tipos de carencia de poder. Ésta no es simplemente un estado absoluto que puede aplanarse con el tér mino de ausencia de poder. En ciertas condiciones, la falta de po der puede resultar compleja, y lo que quiero decir con esto es que contiene la posibilidad de construir lo político, lo cívico y la histo ria. Esto nos enfrenta al hecho de que hay una diferencia entre la falta de poder y la invisibilidad/impotencia. Muchos movimientos de protesta que hemos visto en el Medio Oriente y en el norte de África, en Europa, en los Estados Unidos y en otros lugares son de ese tipo: quienes protestan puede que no hayan ganado poder, aún carecen de poder, pero están haciendo historia y política. Esto me lleva a una segunda distinción, que contiene una crí tica de la noción común de que si algo bueno les sucede a quienes les falta poder, ello marca su empoderamiento. Reconocer que la falta de poder puede convertirse en algo complejo abre un espacio conceptual para la propuesta de que quienes carecen de poder pueden hacer historia, incluso si no se empoderan y, por tanto, su trabajo tiene consecuencias inclusosi no se hace visible con rapi dez, y pueda tardar, de hecho, generaciones en hacerlo. En otro lugar he interpretado varias historiografias como indicadores de que el marco temporal de las historias construidas por quie nes carecen de poder tiende a ser mucho más largo del de las his torias construidas por aquellos que lo detentan. CAPACIDADES URBANAS: PRECEDEN AL DISCURSO Y LO HACEN LEGIBLE Si la ciudad tiene un discurso, ¿cómo puede verse o sonar? ¿Qué 20 21 lenguaje habla? ¿Cómo se nos vuelve legible a quienes hablamos otro lenguaje y cuya voz es una cacofonía? Un primer, pequeño paso, es plantear que el discurso de la ciudad es su capacidad de alterar, de dar forma, de provocar, de invitar, todos en pos de la lógica que busca mejorar o proteger la complejidad y lo incompleto de la ciudad. Permítanme elaborar sobre esto de un modo un tanto exagerado, por el bien de la clari dad, y argumentar que enfocamos sólo en la facticidad de la ciudad no es suficiente para entender la cuestión de si ésta tiene un habla. La cuestión del habla de la ciudad no puede reducirse a la fac ticidad incluso si requiere que se la reconozca y que se abran los ojos con una mirada. Es decir, hemos aplanado la facticidad de la ciudad, cuando debiéramos haber hecho visibles sus diferen ciaciones para poder trabajar de manera analítica. Esa manera de aplanar no nos ayuda a ver cómo la facticidad interactúa con las acciones de la gente o que hay una construcción ahí, una cons trucción colectiva entre el espacio urbano y la gente. Por ejemplo, la hora pico en la ciudad es un proceso en el que chocamos unos con otros, se arranca un botón aquí y allá, nos paramos en el pie de otro. Pero sabemos que ninguna de esas acciones es personal en el centro de la ciudad a hora pico, a diferencia de un barrio donde esto se consideraría como provocaciones. Lo que hace que eso sea posible es el código tácito inscrito en ese tipo de espacio/tiempo -no un lugar per se, sino el espacio que se constituye por la gente en el centro de la ciudad a hora pico-. Necesitamos p.ombrar esa capacidad que resulta un producto co lectivo que emerge de la intersección de tiempo/espacio/gente/ prácticas rutinarias. Pienso en eso como una capacidad urbana -el carácter central de la urbe se produce mediante ambientes construidos, las prácticas rutinarias de la gente y un código inscri to y compartido--. Permite una serie de interacciones complejas y de secuencias y, al hacerlo, moviliza un significado específico. No sólo el resultado del trabajo mismo de hacer lo público y hacer lo político en un espacio urbano es lo que constituye lo ca racterístico de la ciudad. En las ciudades podemos ver la produc ción de nuevos sujetos e identidades que no serían posibles, por ejemplo, en zonas rurales o en un país entero. Hay cierto tipo de hechura-pública en obra que puede perturbar las narrativas es tablecidas y, por tanto, hacer legible lo local y lo silenciado inclu so en órdenes visuales que buscan purificar el espacio urbano. Un ejemplo es la temprana gentri.ficación sofisticada en Manhat tan -un orden visual completamente nuevo que no podría, por un momento, hacer invisibles a los desamparados que produjo-. Un segundo ejemplo es el vendedor callejero inmigrante en Wall Street que alimenta al ejecutivo financiero de alto nivel que va de prisa, alterando el paisaje visual corporativo con el fuerte olor de las salchichas fritas. Veo estos ejemplos en una ciudad que nos responde, alterando el resultado buscado con órdenes visuales elegantes. En el otro extremo, la sociabilidad de una ciudad puede hacer salir y subrayar la urbanidad de un sujeto, y situar y diluir significantes más locales o más esenciales; la necesidad de nue vas solidaridades cuando las ciudades se confrontan con grandes riesgos hacen que esto salga a flote. En mi investigación, encuentro que los componentes clave de lo que caracteriza a la ciudades han sido confeccionados por el di ficil trabajo de ir más allá de los conflictos y del racismo que pue den marcar una época. De este tipo de dialéctica surge la urba nidad abierta que históricamente hizo de las ciudades europeas espacios para una ciudadanía expandida. De manera más general, los movimientos que comprometen a grupos dispares con una va riedad de reclamos pueden unirse sin importar cuán diversas sean sus políticas. La interdependencia real vivida a diario en la ciudad hace posible tal unión -si el agua, la electricidad o el transporte falla en una ciudad, afecta a todos independientemente de sus diferencias sociales o políticas-. Tal unión sería poco probable e innecesaria en el espacio político nacional dada la menor interde pendencia mutua y, en general, en un espacio más abstracto. Esos ordenamientos parciales que vemos en las ciudades pueden agre garse al ADN del civismo en la ciudad: alimentan la construcción del sujeto urbano, más que la de un sujeto basado en lo religio so, lo étnico o la clase. Ésos son algunos de los factores que hacen de las ciudades un espacio de gran complejidad y diversidad. 22 23 Las grandes ciudades en la intersección de vastas migraciones y expulsiones fueron y son espacios con la capacidad de acomodar enorme diversidad de grupos. Ese acomodo suele ser el resultado de desarrollar más profundamente la ciudadía.6 -sea eso o segre gaciones espaciales que desurbanizan una ciudad. Hay que notar que, cuando tienen éxito, ta�es ciudades permiten un tipo de co existencia pacífica por largos periodos. La coexistencia no significa respeto mutuo y equidad: mi preocupación es con aspectos cons truidos y las restricciones de las ciudades que producen esa capaci dad para la interdependencia, incluso si hay diferencias mayores en religión, política, clase o más. Pienso en las capacidades urba nas más relacionadas con las capacidades infraestructuraleso sub terráneas, cuyos resultados se conforman en parte por la nece sidad de mantener un sistema complejo marcado por enormes diversidades y lo incompleto. Eso le da su habla a las ciudades. Tal vez los casos más familiares y claros son periodos de coexistencia pacífica en ciudades con definidas diferencias religio sas; eso hace visible que el conflicto no es necesariamente inhe rente a tales diferencias. No son sólo los casos famo- 6. Saskia Sassen usa el sos de Augsburgo o la España morisca, con su muy admirada coexistencia de muy diversas religiones, prosperidad colectiva y liderazgos ilustrados. Tam bién es el caso del viejo bazar de Jerusalén como es pacio de coexistencia comercial y religiosa a lo largo de los siglos. Baghdad prosperó como ciudad poli rreligiosa bajo el califato abasí, alrededor del año 800, e incluso bajo el extremadamente brutal li derazgo de Saddam Hussein era una ciudad donde las minorías religiosas, como las comunidades cris tianas y judías, generalmente antiguas de varios si glos, vivían en relativa paz. Pero la historia nos enseña que esa capacidad puede destruirse y se ha destruido comúnmente. La destrucción ha inevitablemente conllevado una desurbanización y la formación de guetos en el es pacio urbano. Por tanto, en marcado contraste con término cityness, distin guiéndolo de ciudadanía (citizenship) o urbanidad (urbanity). Sassen ha escrito: «las aglome raciones urbanas se ven comúnmente como ca rentes de las característi cas, calidades y sentido de lo que pensamos son las ciudades . Con todo, urbanidad es tal vez un término demasiado cargado con el sentido occidental de cosmopoli tismo de lo que un es pacio público debe ser. En vez, ciudad/a (cityness) sugiere la posibil idad de que haya otros tipos de u rbanidad que no en cajan en ese amplio cuerpo del u rbanismo desarrollado en Occiden te» . (N. del T.) periodos anteriores, Baghdad es hoy una ciudad donde la purifi cación étnica y la intolerancia son el «régimen» de facto, catapulta do por la desastrosa e injustificadainvasión de los Estados Unidos. Éstos y otros muchos casos históricos muestran que un evento particularmente exógeno, de hecho desurbanizador, puede repen tinamente posicionar de nuevo diferencias religiosas o étnicas como agentes de conflicto. Los mismos individuos pueden experi mentar y representar ese cambio. La lógica sistémica del Bagdad de Hussein era la indiferencia hacia minorías como los cristianos o los judíos, no una cuestión de tolerancia por parte de los residen tes o de un liderazgo ilustrado. Mi argumento es que la indiferencia sistémica puede en mu chos casos funcionar como un tipo de capacidad urbana subterrá nea en obra: una civilidad que no depende de la tolerancia de los ciudadanos o de líderes ilustrados, sino que es resultado de inter dependencias e interacciones en la vida fisica y económica de la ciudad. Al contrario, su quiebra se hace visible como un colapso, en conflictos letales y limpiezas étnicas que desorganizan la ciu dad y violentan la capacidad urbana. Versiones de capacidades urbanas se pueden encontrar en una serie de casos, algunos más elusivos que otros. Uno de estos concierne a la cuestión de la repetición, una característica básica del entorno construido en las ciudades y, en general, de nuestros mundos económico y técnico. Con todo, en la ciudad la repetición se convierte en la construcción activa de la multiplicación y la ite ración. Más aún, los escenarios urbanos de hecho perturban el significado de la repetición. Hay mucha repetición en cualquier ciudad, pero siempre se le toma por lo específico, las condiciones a lo largo de diferentes es pacios urbanos. Un autobús, una cabina telefónica, un edificio de apartamentos o de oficinas, incluso si se repiten estandarizados a lo largo de la ciudad, tendrán distintos significados y utilidades a lo largo de los diversos tipos de espacios de la urbe. Ello hace visi ble cómo la diversidad de los ambientes urbanos remarca incluso los objetos más estandarizados y los hace parte de ese barrio, ese espacio público, ese centro de la ciudad. En un nivel más complejo, 24 25 los barrios de la misma ciudad pueden tener distintas auras, so nidos, olores, coreografías del modo en cómo la gente se mueve en ellos, así como quién es bienvenido y quién no. En breve, la repeti ción en la ciudad puede ser muy distinta de la repetición mecánica en una línea de montaje o de la reproducción de un gráfico. Quiero ir un paso más allá y plantear que en cada instancia vemos una capacidad que me gustaría entender como discurso. U na forma del discurso más confusa es la construcción de la presencia. En mi propia obra he desarrollado las nociones de «ha cerse presente» para rescatar un actor, un evento del silencio de la ausencia, de la invisibilidad, el desalojo virtual/representativo de la pertenencia a la ciudad. Me interesa en especial entender cómo se hacen presentes tanto a sí mismos, como a otros simila res a ellos y a quienes son diferentes, los grupos y los «proyectos» en riesgo de invisibilidad debido a los prejuicios sociales y a los miedos. Lo que quiero entender es una característica muy es pecial. Es la posibilidad de construir una presencia donde hay si lencio y ausencia. Una variante de ese h�cerse presente es el terra in vague, un espacio subutilizado o abandonado que yace olvidado entre estructuras masivas y proyectos en construcción. No es úni co a nuestra época -bajo otros arreglos, y con particularidades distintas, también existió en el pasado-. Pienso que ese espacio intermedio y elusivo es esencial para la experiencia de la vida ur bana, y que le proporciona legibilidad a las transiciones, así como la incomodidad de configuraciones espaciales específicas. Pode mos encontrar el terrain vague aun en la más densa de las ciu dades. Con su marca visual como espacio subutilizado, normal mente está cargado con memorias de otros órdenes visuales, con presencias del pasado, perturbando su significado actual como espacio sin uso. Está cargado precisamente porque no se utiliza. En tanto memorias, esos espacios se vuelven parte de la «inte rioridad» de la ciudad, de su presente, pero es la hechura de una interioridad lo que está fuera de la lógica dominante y de sus demarcaciones espaciales guiadas por el beneficio económico. Son los suelos vacíos los que permiten a los residentes que se sientan rebasados por su ciudad, conectarse con ella mediante la memoria en una época de cambios rápidos, un espacio vacío pue de llenarse de recuerdos. Y es ahí donde los activistas y los artistas encuentran el espacio para sus proyectos. Eso es una construcción de la presencia que es un acto del discurso. FUERZAS DESURBANIZADORAS Dada su complejidad e incompletud, históricamente las ciuda des han demostrado tener una capacidad para sobrevivir los le vantamientos, en parte mediante la respuesta que da y en parte limitando las tendencias desurbanizadoras. Pero nunca triunfan por completo. El poder, sea en forma de las élites, las políticas gubernamentales o la innovación en el entorno construido, puede borrar el habla de la ciudad. Lo vemos en el desarrollo de mega construcciones, autopistas que atraviesan la ciudad, la extrema gentrificación, para gente de altos ingresos, que privatiza el espacio urbano, la proliferación de vastas concentraciones de edificios re sidenciales en altura de baja calidad y sin centros comerciales o lugares de trabajo, entre otros. Todas esas son parte de las corrien tes desurbanizadoras actuales. En nuestro tiempo los significados estables se vuelven ines tables. La ciudad grande y compleja, con su diversidad, es una nueva zona fronteriza. Ello es especialmente cierto en la ciudad global, definida por su formación parcial dentro de una red de otras ciudades, más allá de sus límites. Los actores de diferentes mundos se encuentran ahí, pero sin reglas claras de compromiso. Donde estaba la frontera histórica en los extremos de los imperios coloniales, hoy se encuentran grandes complejos de ciudades. Por ejemplo, mucho del trabajo de las firmas locales para impulsar la desregulación, privatización y nuevas políticas fiscales y moneta rias, toma forma y se concreta en ciudades globales. Es el modo en que las firmas globales construyen el equivalente al viejo fuerte militar de la frontera histórica: su red de fuertes es el entorno re gulador que necesitan una ciudad tras otra, a lo largo y ancho del mundo, para asegurar el espacio global de sus operaciones. Es una arremetida formidable contra la ciudad y sus capacidades para asegurar la ciudadía. En mi investigación sobre la época actual, he examinado es pecialmente tres tipos de desarrollos que pueden desorganizar la ciudad. Uno es el crecimiento intenso de desigualdades de distin to tipo que puede generar expulsiones radicales -de hogares y barrios o de estilos de vida de las clases medias-. Estas tendencias tienen forma particularmente aguda y visible en las ciudades, con sus espacios de lujo___y_ de pobreza expandidos. El segundo es la construcción de nuevas ciudades enteras, incluyendo ciudades inteligentes que suelen construirse como negocio para obtener ganancias; hay más de seiscientas nuevas ciudades en construc ción o en planeación. Una preocupación particular es el uso ex tremo de sistemas inteligentes cerrados para controlar edificios enteros. Dada la acelerada obsolescencia de la tecnología, ello podría acortar la vida de una amplia zona de esas nuevas ciudades. Un reto, a mi parecer, es la necesidad de urbanizar esas tecno logías para que puedan contribuir a la urbanidad de esas áreas. El tercer proyecto concierne a los sistemas de vigilancia a gran escala que en la actualidad están en desarrollo en países como los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido. Más adelante atiendo este aspecto con más detalle. En julio de 2010 el Washington Post publicó los hallazgos de una investigación de dos años, « Top SecretAmerica», en tres par tes. En la configuración de esa «América ultrasecreta» participan 1,271 organizaciones gubernamentales y 1,931 compañías priva das, que en conjunto emplean un estimado de 854 mil personas con autorización de alta seguridad -casi 150% la cantidad de gen te que vive en Washington D.C.- incluyendo 265 mil contratistas privados. Ellos trabajan en programas relacionados con el contra terrorismo, la seguridad interna y la inteligencia. Hay cerca de diez mil sitios en los que se lleva a cabo ese trabajo a lo largo de los Estados Unidos. De esos edificios, cuatro mil están en la zona de Washington D.C., y ocupan más de un millón y medio de metros cuadrados --el equivalente a casi tres veces el Pentágono o veinte veces el edificio del Capitolio. En esos edificios se alojan poderosas computadoras que reco lectan gran cantidad de información mediante la intervención de teléfonos, satélites y otros equipos de vigilancia que monitorean personas y lugares tanto dentro como fuera del territorio de los Estados Unidos. Cada día, la Agencia Nacional de Seguridad (NsA) por sí sola intercepta y almacena 1,700 millones de correos elec trónicos, mensajes instantáneos, direcciones IP, llamadas telefóni cas y otros bits de comunicación; una pequeña proporción de todo eso se clasifica y resguarda en setenta bases de datos diferentes. Mucha de esa información llegará a las decenas de miles de re portes ultrasecretos producidos por analistas cada año; pero sólo un puñado de individuos tienen acceso a ellos y el volumen es tan grande que muchos jamás serán leídos. Ese aparato de vigilancia está ahí para nuestra «seguridad». Para nuestra seguridad somos vigilados; es decir, todos hemos sido constituidos como sospechosos, para nuestra propia seguri dad. Eso me lleva a preguntarme si bajo esas condiciones noso tros, los ciudadanos, no somos sino nuevos colonizados. Las ciudades, con su diversidad y su anarquía, con sus capaci dades incluidas para responder a las tendencias desurbanizadoras, se convierten en espacio estratégico para combatir el hecho de que todos seamos reducidos al carácter de sospechosos. La acuidad es el único espacio en el que cierto tipo de convergencia estructural puede desarrollarse, bajo la separación y el racismo visible y fami liar, y trabajar en un nivel social para unir a gente de muy diver sas comunidades con el propósito de combatir la vigilancia apabu llante. Ese potencial no cae ya hecho del cielo, necesita construirse con trabajo duro. Pero las ciudades diversas y complejas son un sitio clave para tal construcción. CO N C LU S I Ó N ¿ Por qué importa el hecho de que reconozcamos las capacidades urbanas y la posibilidad de que eso sea un modo de hablar, con todo el peso que evoca ese concepto? Importa porque esas capaci dades son propiedades sistémicas dirigidas a asegurar la ciudadía, es decir, un espacio complejo que prospera con la diversidad y tiende a clasificar el conflicto en un civismo fortalecido. Más aún, esas capacidades se constituyen como híbridos -mezclas de 28 29 la fisica material y social de la ciudad. Esa interdependencia im plica una transformación continua tanto de lo material como de lo social, con periodos de estabilidad y continuidad y otros de levan tamiento, como el actual que se inició en los años ochenta. El proyecto no trata de antropomorfizar la ciudad. Se trata de entender una dinámica sistémica que tiene la capacidad de com batir lo que destruye su ADN, para repetirlo: un ADN que es propi cio para la ciudadía y su diversidad. En el extremo, la ciudad per mite a los que carecen de poder hacer historia y así producir una diferencia crítica, entre la simple carencia de poder y una for ma compleja en la que entran en juego el hecho de hacerse pre sente así como la historia. Pero hay límites a las capacidades de la ciudad, e históricamen te vemos tanto la capacidad de las ciudades para sobrevivir siste mas formalmente más cerrados y rígidos como fuerzas poderosas que desorganizan las ciudades. Entre estas fuerzas desurbanizado ras en la época actual están las formas extremas de inequidad, la privatización del espacio urbano con diversas formas de expulsión y la rápida expansión de la vigilancia masiva de los ciudadanos en las democracias más «avanzadas» del mundo. Esas fuerzas ca llan el habla de la ciudad y destruyen sus capacidades urbanas. MUR MUL LOS EN LA CIUDAD M AN U E L DELGA D O Una premisa para asumir de entrada: no oímos sonidos, sino silencios, o mejor dicho, pausas o intervalos vacíos que distan cian entre sí los sonidos y nos permiten distinguirlos y asignar les naturaleza. Explicado de otro modo, no oímos sonidos, sino relaciones entre sonidos. Una forma como otra cualquiera de re cordamos hasta qué punto los sonidos -incluso aquellos que ca talogamos como «ruidos»- se asocian entre sí y sólo pueden entenderse en tanto un código -inevitablemente cultural- que los ordena y jerarquiza, o hace caso omiso de ellos. Esto es así en varias circunstancias : ya sea que las percepciones acústicas corres pondan a la comunicación entre personas o procedan de ese mun do que también nos habla, por mucho que no le queramos res ponder; o si se les atribuye o busca sentido, como si pertenecieran a ese pozo ciego al que van a parar las anomias sonoras, los pará sitos, lo irrelevante; o si nos causan placer o bien nos resultan molestas, amenazantes o nos delatan; si vehiculan el fluido de las informaciones o lo obstruyen u obstaculizan. En efecto, si en cualquier contexto es pertinente el énfasis en la dimensión acústica del hecho de estar juntos, como huma nos, lo resulta todavía más cuando nos referimos a ambientes urbanos, en los cuales la exuberancia y la intensidad de los mate riales sonoros nos podrían dar la impresión de que se ha produ cido un nivel ya ininteligible de saturación. Bien al contrario, es en las ciudades y en especial en sus calles donde más adecuadas se 30 31 antojan las analogías sónicas, puesto que la ciudad constituye -evocando el título de una célebre película de Walter Ruttman-, una sinfonía. Es ahí, en el trajín de la vida pública urbana donde parecería más importante asegurar las sintonías en la comuni cación persona-persona, amenazadas por todo tipo de distorsio nes, y donde el concierto entre los seres humanos -es decir, la sociedad- resulta al tiempo más costoso y más creativo. Entonces se entiende que pocas figuras se presten mejor a la comparación con la ciudad que la selva o el bosque, no porque -como preten dería el más grosero de los darwinismos sociales- se desarrolle en ella una pugna despiadada por la supervivencia, sino porque las diferentes formas de vida presentes se ven obligadas al acuerdo -no despojado por fuerza de conflicto-, que es también acuer do entre sonidos. No hay que olvidar que, en sus primeros pasos, la etnografia de la calle, cuando sólo existía en forma de intuiciones poéticas, entendió enseguida que ese tipo de escritura que estaba por hacer y que asumiría el objetivo de captar una vida social marcada por la inestabilidad y el movimiento, tendría que ser en buena medi da una musicología, puesto que era en las ondulaciones sonoras irregulares de la vida en la calle y en sus accidentes donde se en contraba el núcleo más sorprendente e inasible de la experiencia urbana. Así, Charles Baudelaire podía escribir una carta a Arsene Houssaye, publicada en Mi corazón al desnudo, que decía: ¿Quién de vosotros no ha soñado, en sus días de ambición, el milagro de una prosa poética musical, sin ritmo, sin rima, tan flexible y dura a la vez como para poder adaptarse a los movi mientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia? Es especialmente del contacto de las grandes ciudades y del crecimiento de sus innumerables relaciones que nace este obsesionante ideal. Usted mismo, mi queridoamigo, ¿no ha intentado acaso traducir en una can ción el estridente grito del vidriero y de expresar en una prosa lírica todas las desoladoras sugestiones que envía este grito a través de las más altas incertidumbres de la calle hasta las más recónditas buhardillas? En un sentido parecido, escribiría Walter Benjamin a partir de su experiencia marsellesa, incluida por él mismo luego en sus Cuadros de un pensamiento: Arriba en las calles desiertas del barrio portuario están tan juntos y tan sueltos como las mariposas en canteros cálidos. Cada paso ahuyenta una canción, una pelea, el chasquido de ropa secándose, el golpeteo de tablas, el lloriqueó de un bebé, el tintineo de baldes. Pero es necesario estar solo y errante en este lugar para poder perseguir estos sonidos con las redes de cazar mariposas cuando, tambaleantes, se disuelven revolo teando en el silencio. Porque en estos rincones abandonados todos los sonidos y las cosas tienen su silencio propio, así como la tarde en las alturas existe el silencio de los fallos, el silencio del hacha, el silencio de los grillos. Pero la caza es peligrosa y finalmente el perseguidor se desploma, cuando una piedra de afilar, como un enorme avispón, lo atraviesa con su aguijón silbante desde atrás. El cine ha ilustrado también esa condición sónica de la vida ur bana. Al poco de arrancar el cine sonoro, en 1932, Rouben Ma moulian dedicaba los primeros minutos de su Love me Tonight, a registrar el amanecer de una ciudad por medio de los sonidos elementales que indicaban su despertar. Recuérdese la secuencia de The Clock, una de las primeras películas de Vincente Minnelli (1945), en que Judy Garland y Robert Walker pasean por el Central Park de Nueva York de noche, luego de haberse conocido casual mente en una estación. En un momento dado el muchacho llama la atención sobre el silencio que parece reinar en el lugar. La pro tagonista le desmiente de inmediato y le invita a prestar atención a los sonidos urbanos que llegan desde lejos -los cláxones de los coches, las sirenas de los barcos, voces de gente a la distancia-, 32 33 que se van configurando entre sí hasta transformase en una melo día y en la señal que le indica a él que ha llegado el momento de un primer beso. Este mismo escrito reclama como título aquellos «murmullos en la ciudad» con que se presentó en español People Will Talk, una de las películas más desconocidas e interesantes de Joseph L. Mankiewicz (1951). La idea de que una ciudad puede ser pensada en términos de una armonización sonora escondida ha sido recurrentemente explicitada. El reconocimiento de la presencia de una «melodía oculta» o un «bajo continuo» en el substrato de las motricidades cotidianas es estratégico para sustentar la viabilidad de una sono grafia de los usos del espacio urbano, que consistiría en tratar de distinguir entre la actividad de hormiguero de las calles y de las plazas, la escritura a mano microscópica, desarrollo discursivo no menos «secreto», en apariencia confuso, que enuncian caminan do los transeúntes, cuyas actividades motrices son variaciones so bre una misma pulsión rítmica de base. De ahí también la lúcida intuición teórica -una vez más- de Henri Lefebvre, del ritmoanálisis, un concepto tomado de Bache lard que le servía para nombrar una metodología para el conoci miento del espacio social. El ritmoanálisis fue una propuesta de estudio de los grandes ritmos, interiores y sociales, objetivos y subjetivos, cósmicos y culturales que acompasaban la vida cotidia na, pero también de aquellos otros ritmos menores que la atrave saban, la agitaban. Se proponía estudiar las regularidades cíclicas -ondulaciones, vibraciones, retornos, rotaciones- y las interfe rencias o interacciones que sobre éstas ejercían ciertas linealida des, hechos particulares que irrumpían en lo cíclico, punteándo lo, interrumpiéndolo. Ritmo, entendido como repetición en un movimiento diferencial y cualificado en el que se aprecia un con traste constante entre tiempos largos y breves, en el que se inclu yen altos, silencios, huecos, intervalos o, por emplear el símil musical, alturas, frecuencias, vibraciones. La reproducción mecá nica se ejecuta reproduciendo el instante que lo precede, reinician do una y otra vez el proceso, con todas sus modificaciones, con su multiplicidad, con su pluralidad. Sucesiones temporales de elementos bien marcados, acentuados, contrastados, que mantie nen entre sí una relación de oposición. Ritmo, también como mo vimiento de conjunto que arrastra consigo todos esos elementos. El ritmo es entonces una construcción general del tiempo, del movimiento, del devenir, reproducción mecánica que reproduce el instante que lo precede, que reinicia una y otra vez el proceso, con todas sus modificaciones, con su multiplicidad, con su plura lidad. Condición inmanentemente rítmica de cualquier forma de vida animada y, a la vez, de la inflexión rítmica que los seres hu manos imprimen a todas sus prácticas tempo-espaciales, más in tensa si cabe en contextos urbanos. Y es que se ha repetido que la sociedad es comunicación, también sonora, un colosal e inagotable sistema de signos sóni cos que, debido a que son signos, sólo pueden ser concebidos en y para el intercambio. Una parte inmensa y fundamental de eso que no hace sino circular y que vincula unos a otros y con el uni verso en que vivimos es sonido. Existe una materia sonora que no hace sino metabolizarse en vida social humana, puesto que sea cual sea su fuente de emisión, son los humanos quienes la con vierten en sentido y estímulo para la acción. La sociedad urbana suena, las ciudades suenan; uno puede reconocer la voz de un ser querido u odiado, pero también la voz, como si fuera la de esos seres vivientes que en realidad son, del mercado, del puerto, de la catedral o del prostíbulo. Podemos incluso oír las voces de lo que no está o de quien se ha ido, puesto que eso que llamamos me moria no es otra cosa que mera psicofonía y lo que se presenta como la Historia su institucionalización. Todo ese telón sonoro hecho de susurros, ecos, aulllidos, bramidos, chirridos y chillidos no es un ambiente, un paisaje o un contexto sensible que nos ro dea pasivo, a la manera de un envoltorio; proceda de otros seres humanos o de las cosas con las que éstos dialogan, esa urdimbre de sonoridades da cuenta de nuestra existencia como seres que escuchan y son escuchados, que se demuestran unos a otros al hacerlo y que, como hacía decir Virginia Woolf a uno de los perso najes de Las olas, «no somos gotas de lluvia que el viento seca. Provocamos el soplo en el jardín y el rugido en el bosque». 34 35 Esa inmensa complej idad sonora que forma la vida urbana es algo ajeno a lo que conciben los profesionales «especialistas» en ciudad, a quienes les preocupa ante todo la inteligibilidad de aquello que diseñan y administran. Lo que buscan obtener sus proyectos son ordenamientos que no sólo son formalizaciones o morfologías claras que aspiran a mantener a raya la amenaza que para su sueño de orden supone la complej idad de lo social, sino también discursos, enunciados no menos simples y simplifica dores destinados no sólo a ser legibles, sino también a ser leídos en voz alta, repetidos a la manera de una salmodia ritual que no pudiera obtener más que repeticiones o un número restringido y mínimo de versiones . Esto es, el proyecto-discurso se despliega en el tiempo y el espacio para ser pronunciado, para ser dicho y escuchado. Esa palabra clara que el proyecto procura emitir ha de impo nerse a lo que para el diseñador urbano o el político municipal no es sino un galimatías ilegible, sin significado, sin sentido -cuan to menos sin un sentido o un significado-, que no dice nada, puesto que es la suma de todas las voces lo que produce un ru mor, a veces un clamor, que es un sonido incomprensible, que no puede ser traducido puestoque no es propiamente un orden de palabras, sino un ruido sin codificar, parecido a un gran zum bido. Una prueba más de que es posible intentar que la ciudad se pueda interpretar a la manera de un texto, pero es inútil reducir lo urbano a un único mensaje. La ciudad puede ser escuchada, es tructurada a la manera de un lenguaje, en cambio, lo que se agita en su seno, lo urbano, provoca esa sonoridad lacustre antes refe rida, hecha de disoluciones y coagulaciones fugaces provocadas por un enjambre de sociabilidades minimalistas conectadas entre sí hasta el infinito, pero también constantemente interrumpidas de repente, a veces para desvanecerse para siempre. Lo que oyen los tecnócratas cuando se asoman o bajan a las calles es el runru neo que provoca la proliferación y el entrecruzamiento de relatos, y de relatos que, por lo demás, no pueden ser más que fragmen tos de relatos , relatos permanentemente cortados y retomados en otro sitio, por otros interlocutores . Polifonía de los pasajes y de los tránsitos, la sonoridad urbana es la que emite un torbellino que nunca descansa, sin significado, articulado de mil maneras distintas .. . , zumbido, silbido, alari do silencioso o clamoroso, que emite un cuerpo sólo huesos, car ne, piel, musculatura, oquedad de piel azuzada por la intensi dad de una pasión que lo atraviesa en todas direcciones y que no puede ser calmada. Lo que se escucha en las calles es la amal gama de vehículos, fragmentos de vida, miradas, accidentes, sor presas, naufragios, deseos, complicidades, peligros, niños, hue llas, risas, pájaros, ratas ... , una especie de masa sonora apenas diferenciable que, en función de las horas del día, podría pasar de un murmullo apenas perceptible hecho de pequeñas erupcio nes sonoras, a un estruendo indescifrable, una barahúnda de se ñales de origen incierto y valor desconocido. LA SENSACIÓN DE LA CIUDAD. LA CIUDAD EN TANTO PERCIBIDA, RECORDADA E IMAGINADA ) U H AN I PALLAS M AA La ciudad, más aún que la casa, es un instrumento con función metafisica, un intrincado instrumento que estructura la acción y el poder, la movilidad y el intercambio, organizaciones sociales y estructuras culturales, identidad y memoria. Sin duda el más significativo y complejo artefacto humano, la ciudad controla y alienta, simboliza y representa, expresa y oculta. Las ciudades son excavaciones habitadas para la arqueología de la cultura, exponien do el denso tejido de la vida social . La ciudad contiene más de lo que puede ser descrito. Un labe rinto de claridad y opacidad, la ciudad agota la capacidad huma na para describir e imaginar: el desorden juega contra el orden, lo accidental contra lo constante y la sorpresa contra lo anticipado. Las actividades y las funciones se interpenetran y entrechocan unas con otras, creando contradicciones, paradojas y una excita ción de naturaleza erótica. La ciudad contemporánea es la ciudad del ojo. El rápido movi miento mecanizado nos separa del contacto corporal e íntimo con la ciudad. En tanto la ciudad de la mirada hace del cuerpo y los otros sentidos algo pasivo, la alienación del cuerpo refuerza la vi sibilidad. La pacificación del cuerpo crea una condición similar a la de la conciencia adormecida por la televisión. Cartesiana y en perspectiva, gradualmente la ciudad ha eli minado la especificidad del lugar y ha separado la verticalidad de la horizontalidad. En vez de unir sin interrupciones para dar lugar a una plasticidad del paisaje, esas dos dimensiones se han con vertido en proyecciones separadas; el plano ha sido separado de la sección. La ciudad visual nos deja fuera como extranjeros, espec tadores voyeuristas y visitantes momentáneos, incapaces de par ticipar. La alienación visual se refuerza con la invención de la fotografía y de la imagen impresa, que han creado un «Mar de los Sargazos» de imágenes en constante expansión. La cámara se ha convertido en el primer instrumento del turista. «La omnipre sencia de las fotografías tiene un efecto incalculable en nues tra sensibilidad ética», escribe Susan Sontag al describir una «mentalidad que ve al mundo como un conjunto de fotografías potenciales». 1 En consecuencia, «la realidad se ha vuelto cada vez más lo que mostramos mediante las cámaras», observa, asumien do que «tomar fotografías ha instaurado una relación voyeurista crónica con el mundo que nivela y aplana el significado de todos los eventos». De hecho, con facilidad podemos sorprendernos al observar una escena enmarcada como si fuera una imagen fotográfica; la ciudad del turista es una colección de imágenes visuales preselec cionadas. El uso, cada vez mayor, del vidrio espejo, una superficie que devuelve la mirada sin afecto, contribuye a la experiencia de superficies superficiales, opuesta a la de profundidad y opacidad. La ciudad de la transparencia y de la reflexión ha perdido su mate rialidad, su profundidad y su sombra. Necesitamos del secreto y de la sombra con urgencia tanto como deseamos ver y saber; lo visible y lo invisible, lo conocido y lo que está más allá del conoci miento, tienen que estar equilibrados. La opacidad y el secreto alimentan la fantasía y hacen que imaginemos la vida detrás de los muros de la ciudad. La ciudad funcionalizada de manera obsesiva se ha vuelto demasiado legible, demasiado evidente, dejando sin oportunidad al misterio y al sueño. En tanto la ciudad pierde su intimidad háptica, su secreto y su seducción, pierde sensualidad y carga erótica. La ciudad háptica acoge a sus ciudadanos, los autoriza plenamente a participar en su vida cotidia na. La ciudad háptica evoca nuestro sentido de la 1. Sontag, Susan, Sobre la fotograjla. Traducción de Carlos Gardini. México, Alfaguara, 2006 . empatía e involucra nuestras emociones. La imagen de la ciu dad placentera no es una experiencia visual, sino una percep ción encarnada basada en una doble fusión peculiar: habitamos la ciudad y la ciudad habita en nosotros. Cuando entramos en una ciudad nueva, de inmediato empezamos a acomodarnos a sus es tructuras y cavidades, y la ciudad empieza a habitamos. Todas las ciudades que visitamos se vuelven parte de nuestra identidad y de nuestra conciencia. La experiencia mental de la ciudad es más una constelación háptica que una secuencia de imágenes visuales; las impresio nes de la mirada se insertan en el continuo de la experiencia háp tica, que es más inconsciente. Incluso cuando el ojo toca y la mi rada traza siluetas distantes y contornos, nuestra visión siente la dureza, la textura, el peso y la temperatura de las superficies. Sin la colaboración del tacto el ojo no sería capaz de descifrar el espa cio y la profundidad, y no podríamos moldear el mosaico de im presiones sensoriales en un continuo coherente. La sensación de continuidad une fragmentos sensoriales aislados en la continui dad temporal de la sensación del yo. «Mi percepción no es, por tanto, la suma de los datos visuales, táctiles o audibles: percibo de manera total con mi ser; capto una estructura única de la cosa, una manera única de ser, que le habla a todos mis sentidos a un mismo tiempo», escribió enfáticamente Maurice Merleau-Ponty. Por tanto, confronto a la ciudad con mi cuerpo: mis pier nas miden la distancia del pórtico y el ancho de la plaza, mi mi rada, de modo inconsciente, proyecta mi cuerpo sobre la fachada de la catedral, donde vaga sobre las cornisas y los contornos, tan teando el tamaño de huecos y proyecciones, el peso de mi cuerpo se encuentra con la masa de la puerta y mis manos toman la peri lla, pulida por incontables generaciones, al entrar en el oscuro va cío detrás de mí. La ciudad y el cuerpo se complementan y defi nen mutuamente. El capítulo final de Experiencing Architecture de Steen Eiler Rasmussen lleva por título, significativamente, «Escuchar la arqui tectura». Sin duda cada ciudad tiene su propioeco, dependiendo 40 41 de la escala y el patrón de las calles, así como de los estilos y ma teriales de la arquitectura dominante. El encuentro más íntimo con cualquier ciudad es el eco de los propios pasos. Los oídos re gistran los límites del espacio y determinan su escala, forma y materialidad. Los oídos tocan los muros. Rasmussen nos recuerda la arquitectura del eco en los túneles subterráneos de Viena en la película de Carol Reed, El tercer hombre, protagonizada por Orson Welles: «tu oído recibe el impacto tanto de la longitud como de la forma cilíndrica del túnel». El poder de escuchar al crear sensaciones espaciales puede ser inmediato e inesperado; despertar con el sonido de una ambulan cia en la noche de la ciudad nos hace reconstruir al instante nues tra identidad y localización. Antes de volver al sueño solitario, to mamos conciencia de la inmensidad de la ciudad que duerme con incontables habitantes que sueñan. Los parques y las plazas acallan el ensordecedor barullo de la ciudad, permitiéndonos escuchar la onda en el agua y el gor jear de las aves. Los parques crean oasis en el desierto urbano, que nos permiten sentir la fragancia de las flores y el olor del pasto. Los parques hacen posible que estemos al mismo tiempo rodea dos por la ciudad y fuera de ella. Son metáforas de la ausencia de la ciudad, al mismo tiempo que son naturalezas muertas en mi niatura, imágenes de una naturaleza construida y del paraíso. Las ciudades ubicadas cerca del agua son afortunadas; el encuentro de la piedra y del agua es metafísico. En palabras de Adrian Stokes, «la vacilación del agua revela la inmovilidad arquitectónica». El cosmopolitismo del puerto y su yuxtaposición de imágenes de per manencia y movimiento, estabilidad y travesía, enciende la imagi nación. El olor del alga marina nos hace pensar en la profundidad del océano, en tierras distantes y costumbres exóticas, en la excita ción del viaje y en la dulce nostalgia del hogar. La ciudad es una forma de arte de collage y montaje cinema tográfico por excelencia; la experimentamos como un collage y un montaje infinito de impresiones. La obsesión contemporánea con el collage refleja una fascinación por el fragmento y la discon tinuidad, y una nostalgia por los rastros del tiempo. La increíble aceleración de la velocidad -de movimiento, de información, de las imágenes- se ha colapsado al tiempo en la plana pantalla del presente, sobre la cual se proyecta, de manera simultánea, el mundo. Cuando el tiempo pierde su duración y el eco del pasado arcaico, el hombre pierde su sentido del yo y su ser histórico y se ve amenazado por las sombras del tiempo. «Las novelas largas que se escriben hoy son, probablemente, una contradicción», escribió Italo Calvino. «La dimensión del tiempo ha sido desmantelada y no podemos vivir o pensar más que en fragmentos de tiempo, cada uno siguiendo su propia trayectoria y desapareciendo de in mediato. Podemos redescubrir la continuidad del tiempo sólo en las novelas de aquel periodo en el que el tiempo no parecía haber se detenido y aún no parecía haber explotado ... ». La ciudad estructura la captura y preserva el tiempo del mis mo modo que las obras literarias o artísticas. Los edificios y las plazas nos permiten regresar al pasado, experimentar el lento tiempo curativo de la historia. Los más grandes monumentos ar quitectónicos detienen y suspenden el tiempo por la eternidad. Tenemos una capacidad innata para recordar e imaginar lu gares. La percepción, la memoria y la imaginación están en cons tante interacción; el dominio de nuestro presente se funde con las imágenes de nuestra memoria y de nuestra fantasía. Continua mente construimos una ciudad inmensa de evocación y recuer do, y todas las ciudades que hemos visitado son recintos de esa metrópolis mental. Las Ciudades invisibles de Italo Calvino han enriquecido para siempre la geografia urbana del mundo. La literatura y el cine habrían perdido su encanto sin nuestra capacidad de entrar en un sitio que recordamos o imaginamos. La memoria nos devuelve a ciudades lejanas y las novelas nos trans portan a ciudades invocadas por la magia de las palabras del escri tor. Las habitaciones, plazas y calles de un gran escritor son tan vívidas como cualquier ciudad que hayamos visitado. San Francis co, por ejemplo, se despliega en toda su multiplicidad en los mon tajes de Hitchcock en Vértigo: entramos en edificios que nos ago bian mientras seguimos los pasos del protagonista y los vemos a través de sus ojos bien abiertos. Nos convertimos en ciudadanos 42 43 de San Petersburgo en los conjuros de Dostoievsky: estamos en la habitación del doble estremecedor asesinato de Raskolnikov, somos uno de los aterrorizados espectadores viendo a Mikolka y a sus ebrios amigos golpear a un caballo hasta la muerte, frustra dos por nuestra incapacidad de prevenir la enferma crueldad sin propósito. Hay, sin embargo, una diferencia entre las ciudades vi sitadas y las imaginadas; los detalles de las ciudades intangibles de la imaginación no pueden recordarse, se borran inmediatamen te como los sueños se alejan y no pueden evocarse de nuevo más que gracias a las palabras mágicas del escritor. Hay ciudades que se mantienen como imágenes visuales dis tantes al recordarlas y hay ciudades que se recuerdan con toda vi vacidad. La memoria evoca de nuevo con placer una ciudad con todos sus sonidos y olores, y con su juego de luces y sombras. Puedo escoger, incluso, si camino del lado soleado o del sombrea do de la calle en la agradable ciudad que recuerdo. La medida de la sensación de una ciudad es ésta: en la ciudad de nuestra memoria, ¿puedes escuchar la risa de los niños, el ale teo de los pichones, los pregones de los vendedores? ¿Puedes re cordar el eco de tus pasos? En la ciudad de tu mente, ¿puedes ima ginarte enamorado? DEL URBANISM O A LA URBANÉTICA DE LOS RATIOS A LOS « R EA L TI M E DATA»: LA CIBERNÉTICA DE LA CIUDAD WIL LY M Ü L L ER / MARC M ONT L L E Ó . BARC E LONA R E G I ONAL El cambio de una sociedad industrial a una sociedad de la infor mación tiene en el campo del urbanismo uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos como civilización. Si entendemos que la ciudad es uno de sus mayores inventos, la forma en que en tendemos y construimos las ciudades está en una encrucijada de orden mayor frente al tamaño de los retos planteados por el cam bio tecnológico. La propia palabra urbanismo, definida como ciencia hacia 1850 por Cerda, es la respuesta de organización social y económi ca en el territorio de la sociedad industrial y, simplificando mucho, una práctica basada hasta hoy en una interpretación espacial y formal de los ratios de los que se disponen, en equilibrio o no, con una especulación de signos distintos y superpuestos: económica, productiva, identitaria, etcétera. En los últimos años estamos asistiendo a una simultaneidad de modelos en apariencia complementarios; la ciudad real defi nida por las reglas de una práctica urbanística cada vez más com pleja y viciada, conjuntamente con la irrupción desde las empre sas avanzadas de servicios de los conceptos de smart cities, de las ciudades avanzadas o inteligentes. La capilaridad de estos conceptos que se han infiltrado de for ma abusiva desde el gran debate de modelo de ciudad, hasta la banalidad de algún producto más propio del formato comer cial televisivo que de los entornos de discusión científica, están 44 45 poniendo de manifiesto un reto de primer nivel al que nos hemos de enfrentar y que tiene como argumento la manera en que las sociedades avanzadas o de la información consiguen establecer nuevas reglas de juego que superen el modelo de ciudad del bien estar, que es el último estadio de la ciudad postindustrial, crea da en la Europa de posguerra y que terminará en parte tal como hasta hoy la conocemos, con la crisis económica europeade la ac tualidad. ¿Cuál es el punto de ruptura y no retorno de dos modelos convivenciales al día de hoy? Por un lado el de la ciudad postindustrial del bienestar; ba sada en las reglas del juego urbanístico complejo y manipulador, donde todavía los gestos de la ciudad física son capaces de contro lar los ratios como un ecualizador, trasladando decisiones de todo tipo de unas escalas a otras y, por otro, las smart cities, que introdu cen de forma subversiva modelos de gestión más eficaces, más rentables, más ecológicos y sustentables, basados en exactamente lo opuesto del modelo anterior, introduciendo los real time data como la base científica de su modelo de ciudad. ¿Estamos pasando del urbanismo a la urbanética? Es en este campo donde las aspiraciones de cuota de mercado de las empresas avanzadas se enfrentan a retos de índole mayor o de cambio radical de sistema operativo. ¿ Es posible ahora dise ñar una calle, no en función de ratios de movilidad basados en acumulación de información a largo plazo, sino en función de una pequeña cantidad de información binaria cada lapso de tres se gundos? ¿Podemos pensar una ciudad no por la capacidad de acu mular memoria para tener respuestas estándar, sino por la capa cidad de caducar información cada tres segundos, adaptándose de forma específica? ¿Seremos capaces de diseñar el hábitat urbano pasando la responsabilidad de lo físico como depositario de toda la información a un hábitat urbano donde toda la responsabilidad de informar e informarse está en lo que se mueve, sean personas, capitales, valores, materias u objetos, y que constantemente emite nueva información que anula la anterior? Uno de los ejemplos más didácticos de este cambio de mode lo se puede medir con un objeto que tiene la misma edad que el urbanismo, por obvias razones de genealogía común entre el fe rrocarril y la ciudad industrial: el semáforo. Es evidente que en la actualidad disponemos de la tecnología masiva y barata para hacer funcionar las reglas de juego básicas de la movilidad en una re tícula urbana a base de la autogestión. El concepto de semáforo se ha disuelto en la movilidad, en formato GPS, bluetooth o neverlost, y está avanzando cada día en nuevos sistemas, de la misma forma que la inteligencia se ha disuelto en los materiales o, parafrasean do a Neil Gershenfeld del Media Lab del MIT cuando comparaba la casa domótica con la media house: el terrón de azúcar al lado del café, que representa el modelo de concentración de la inteligencia en un elemento exterior, se ha disuelto dentro del café en peque ñísimas partes. Mínima información pero expansiva y en red. Si éste es el reto al que nos enfrentamos, ¿cómo podemos or ganizar un programa de investigación que sea capaz de resolver el evidente problema de materialidad fija que es inherente a una ciudad y a sus infraestructuras , en nuevos diseños de ciudades donde la inteligencia se mida por la capacidad de disolución de la información en pequeñas cantidades interconectadas que cadu quen su información emisora cada tres segundos? Vamos hacia una ciudad flexible, pero no disponemos de la tecnología para construir una ciudad mecánica. Disponemos de tecnología que aumenta la eficacia, pero no altera el modelo sobre el que vivimos. Estos retos tienen, en el campo profesional del urbanismo, conse cuencias evidentes en la forma de plantear los problemas y en las herramientas de planeación a las cuales enfrentamos, de manera simultánea a la ciudad genérica heredera del urbanismo tradicio nal y a la ciudad específica que nos plantean los nuevos paradig mas de nuestro tiempo. Es probable que estemos en una época similar a la irrupción de la corriente eléctrica donde la sofisti cación de la industria del gas para iluminar llegó a sus cotas más altas. Casi siempre en el cambio del modelo operativo, el mode lo anterior en decadencia tiene un auge de innovación en sus mo mentos finales que ayudan y aportan velocidad al cambio. Una parte de esta discusión se concentrará en qué parte es smart y cuál city, distinguiendo claramente el operador o gestor del propietario, donde estará en juego el modelo de negocio y su rentabilidad, por un lado, y por otro cuáles son los parámetros sobre los que es necesario decidir desde el punto de vista públi co: el city protocol, los criterios de evaluación de indicadores que nos permitan auditarnos, conocernos, saber nuestras aptitudes o handicaps como ciudad para tener criterios de elección en un mer cado de todo, a cien de las smart cities. Otra parte de esta discu sión es de carácter mucho más productivo, ya que dependiendo de lo que seamos capaces de avanzar en la definición urbané tica de la ciudad, surgirán nuevos diseños con necesidad de pro ductos, materiales, sistemas constructivos, normativas, software, etcétera, que serán el motor de una nueva etapa de producción industrial avanzada. Las cadenas de producción en la industria cada vez están más tecnificadas, el producto se desplaza automáticamente me diante un sistema tractor y distintos brazos facilitan el montaje que se hace en un proceso ordenado y orquestado. Desde el sis tema de tracción por el que se desplaza el producto hasta los brazos mecánicos trabajan con sensores, los cuales miden distan cias, colores, marcas para poder actuar con precisión y tomar deci siones. Esta tecnología, extendida en las cadenas de montaje, ha ido exportando su tecnología hacia espacios más abiertos, por ejemplo, el caso del transporte logístico del puerto de Rotterdam, donde aplican tecnología de logística de almacenaje de precisión con mercancías y contenedores que pesan toneladas: se ha escala do la tecnología de la paquetería al container, de la misma forma que se escalan los software de estrategia de pit stop de la FI a las estrategias de urgencias de los hospitales. El transporte inteligente de contenedores se basa en sensores, lectores de colores que per miten a las plataformas seguir líneas pintadas en el suelo, o la lectura de códigos de barras. Eso supone que los mecanismos tie nen la capacidad de leer, medir y, a partir de un dato, tomar deci siones. En un sistema cerrado o controlado, como puede ser un almacén, una zona portuaria o una fabrica, ya es una realidad de pender de un sistema inteligente diseñado para que los ordena dores puedan tomar decisiones frente al input de una señal. Este tipo de tecnología ya ha dado el salto al mundo domésti co desde hace años, con los robots que limpian el suelo de la vi vienda o los recientes cortacéspedes autónomos. Todos ellos se basan en mecanismos básicos de sensores de la robótica. ¿Cómo nos enfrentamos a entornos abiertos, complejos y dinámicos? La velocidad de respuesta es la nueva dificultad para imple mentar estos mecanismos en la ciudad. La mayoría de robots fun cionan a nivel doméstico en espacios muy controlados, cerrados; esto se debe a la capacidad de análisis y de señales que pueden recibir y al número de decisiones pueden tomar en una unidad de tiempo muy reducida. Sin embargo, ya empezamos a obser var cómo funcionan las cámaras en los coches con sensores de distancia, que te avisan de la proximidad de otro coche o, más re cientemente, el éxito de la primera prueba piloto de un automóvil sin conductor: algo que podía parecer ciencia ficción hace veinte años hoy día es un complemento más y ya se han diseñado mu chos modelos de serie. Y para cambiar de ámbito logístico: ¿quién no ha perdido una maleta en un aeropuerto? Los sistemas son lo gísticos, sencillamente se establece que el tipo de paquete es una maleta y mediante lectores de códigos de barras, cintas y diver sores se dirige la maleta en la dirección establecida. Se trata de mecanismos de lectura y de direcciones IP, transferencias de mí nimas informaciones de forma continuada, que volatilizan la inte ligencia en miles de objetos: éste es al mundo al que nos enfrenta mos en el urbanismo, en
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