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Avances y desafíos en la historiografía de la América hispánica.
Algunas perspectivas y reflexiones para el debate�
Francesca CANTÙ
Università degli Studi Roma Tre
cantu@uniroma3.it
En el marco de un congreso internacional en el que se reflexiona acerca de los derrote-
ros seguidos y de las metas oportunas que caracterizan la trayectoria científica y cultural del
idioma castellano y del mundo hispánico en la investigación contemporánea, siempre con
el objetivo de abrir vías de debates y diálogos de largo alcance para enriquecer las perspec-
tivas del conocimiento sobre la materia, trataré de considerar brevemente –como es opor-
tuno en una mesa redonda– algunos enfoques y tendencias historiográficas privilegiadas en
estos últimos años en la investigación sobre Hispanoamérica. 
Una premisa se hace necesaria. La historia de América se ha convertido en un área tan
vasta de estudio y tan variada de visiones que sería imposible sintetizar el panorama comple-
jo y multiforme correspondiente a la actual ampliación temática y a las nuevas apuestas me-
todológicas que la acompañan. Pero sí se debe tener en cuenta que con frecuencia América
es interrogada (a veces, quizás, “reinventada”) por los historiadores españoles y europeos de
acuerdo con sus propios intereses culturales e historiográficos, de manera que a veces se alar-
ga hasta nuestros días el problema de la “invención” occidental de América y permanece el
desconocimiento de la convivencia de varias visiones e identidades en un mismo continente
con motivo de la simbiosis de civilizaciones presentes en su sincrética conformación cultural,
ofuscada por un eurocentrismo siempre resurgente.
A partir de la conciencia de esta complejidad histórica e historiográfica que requiere dis-
cutir temas y entresijos de una historia polifacética, intentaré llamar la atención acerca del
desarrollo de dos diferentes líneas actuales de investigación, abordando las interacciones en-
tre el pasado y el presente, las ideas y la realidad que protagonizan el horizonte de la con-
ciencia histórica (América y Utopía en el siglo XVI, en Cuadernos de Historia Moderna. Anejos,
Madrid, Universidad Complutense, 2002, I: pp. 45-64) en el recodo del siglo XXI.
En los últimos años se ha comenzado a reconocer que si aspiramos a crear sociedades más
justas debemos analizar en profundidad las formas del ejercicio del poder, lo cual supone te-
ner que estudiar los procesos de su conformación. Para el caso de Hispanoamérica, ello nos
lleva inevitablemente al análisis de las sociedades de Antiguo Régimen y de forma particu-
lar al estudio de los siglos XVI-XVII y XVIII. Esta revitalización de la historia moderna
frente a la historia contemporánea me parece una marca distintiva de la nueva historiografía
americanista. Si bien las revoluciones emancipadoras del siglo XIX tienen que ser conside-
radas como creadoras de las naciones americanas más que como disolventes del imperio es-
pañol, no cabe duda que la revolución criolla conservó a la América española una parte im-
portante de su herencia colonial, dejando intactas las profundamente arraigadas bases de la
sociedad preexistente. El estudio de las formas de organización del poder y la creación de
� El texto representa mi intervención en la Mesa Redonda; por eso no lleva notas bibliográficas. Para una bibliogra-
fía adecuada y un tratamiento más amplio de los temas aquí bosquejados, cfr. Francesca CANTÙ (ed.), Las cortes virreina-
les de la Monarquía española, Roma, Viella, 2008; EAD., La Conquista spirituale. Studi sull’evangelizzazione del Nuovo Mon-
do, Roma, Viella, 2007; EAD., Introduzione, en Comprendere le monarchie iberiche. Risorse materiali e rappresentazioni del pote-
re (ed. G. SABATINI), Roma, Viella, 2010; EAD., “Ideologia politica e simbolismo religioso: la Monarchia cattolica e la
rappresentazione del potere nel Cuzco vicereale”, en I linguaggi del potere nell’età barocca (ed. Francesca CANTÙ), vol. I, Po-
litica e religione, Roma, Viella, 2009, pp. 421-456; EAD., “América y Utopía en el siglo XVI”, en Cuadernos de Historia
Moderna. Anejos, Madrid, Universidad Complutense, 2002, I, pp. 45-64.
sociedades estamentales coloniales en las que la desigualdad y las relaciones de poder perso-
nales constituyen los elementos principales del sistema se ha vuelto también un requisito in-
dispensable para comenzar a imaginar cuales pueden ser las estrategias para poder alcanzar el
tan ansiado desarrollo político de América Latina, en virtud del cual la toma de decisiones
se haga prioritariamente a través de las instituciones a favor de toda la ciudadanía, en vez de
por las voluntades individuales y con beneficios privados. 
La organización y el ejercicio del poder en las sociedades hispanoamericanas de Antiguo
Régimen se fue estableciendo de forma paulatina y fue evolucionando de forma distinta se-
gún las regiones y las épocas. La autoridad, el poder, la obediencia, la compulsión, la desa-
fección, el enfrentamiento, los pactos, la oposición y la rebelión se manifestaron de forma
distinta en regiones de frontera con bajas densidades de población que en regiones con ele-
vadas concentraciones de población, centro urbanos o rurales, presencia de diferentes gru-
pos étnicos, formas complejas de vida social o cultural, economías monetizadas, presencia
de representantes directos del rey (Virreyes) y de las instituciones de más alto rango de jus-
ticia (Audiencias). La administración de los reinos de Indias se gestionaba en buena medida
como un asunto patrimonial privado, cuyo epicentro lo ocupaba la figura del rey. En con-
secuencia el monarca tenía que ejercer el poder apoyándose en relaciones personales esta-
blecidas por su vez en reciprocidades, compromisos y lealtades. Los cargos de poder refleja-
ban en la práctica la compleja trama de la constelación de las relaciones de lealtades y con-
fianzas del monarca (Ch. Büschges). 
El estudio de la Monarquía española, protagonista de principal importancia en el “gran te-
atro de la política” de la Europa moderna, considerada en general y especialmente respecto a
su proyección indiana, se puede considerar con razón parte de un interesante proceso de re-
novación historiográfica, bien representado por amplios sectores de la investigación española
y europea, que ha producido en los últimos veinte años, con diferentes características y ma-
tices, una fuerte recuperación de la historia política, después de la crisis que había sufrido en
los Años Setenta del siglo XX. No se trata de una vuelta al pasado, una restauración sin más,
sino de una etapa posterior que, al mismo tiempo que integra muchos temas objeto de aten-
ción por parte de la “nueva historia” (la sociabilidad, el discurso político, los comporta-
mientos, los valores imaginarios compartidos, los símbolos y los rituales, los canales de trans-
misión de ideas, sus prácticas y representaciones), busca superar los límites en que ésta se ha-
bía encerrado. 
La elección reciente de dos términos de comparación dentro de la estructura central de
la Monarquía y de su proyección extra-metropolitana, Italia y América, manifiesta nuestra
persuasión de la fuerza heurística que implica esta combinación, que enuncia el escenario
mundial efectivo sobre el cual se ha desplegado la conciencia de los gobernantes, de la cla-
se política, de las elites sociales e intelectuales, que han obrado –entre dos mundos– en el
mismo contexto representado por la Monarquía católica. También quiere decir que hemos
considerado fecundo recoger la provocación de comparar realidades político-institucionales
profundamente diferentes en su constitución histórica y jurídica: América, fruto de un pro-
ceso de conquista y sucesiva incorporación al Reino de Castilla con el mismo título del te-
rritorio metropolitano; el Reino de Nápoles y el Reino de Sicilia, antiguas posesiones ara-
gonesas, unidos a la Corona española (después de las guerras de Italia) aeque principaliter, co-
mo se expresaba el jurista y «consejero de dos mundos» (E. García Hernán) Juande Solór-
zano Pereira en su Política Indiana (1648), o sea conservando sus propias leyes, fueros y pri-
vilegios –y cuya adquisición dio lugar a una reivindicación de legitimidad basada no en la
conquista armada, sino en una legítima restauración o en una irreprensible continuidad ju-
rídico-formal en clave dinástica. 
Avances y desafíos en la historiografía de la América hispánica. Algunas perspectivas y reflexiones para el debate 
Ante todo, hay que destacar el extraordinario número de estudios que en los últimos trein-
ta años (pero con una increíble aceleración en la década que acaba de transcurrir) ha propor-
cionado una centralidad incontestable a la cuestión de la formación y de la articulación de la
España moderna, de su colocación y de su acción europea, o incluso a nivel planetario. «En
aquel milenario desplazamiento del centro de gravedad de la cultura humana desde Egipto a
Grecia y luego a Roma [escribe Antonio Domínguez Ortiz en su lucidísimo y brillante com-
pendio de tres milenios de historia española] tras el intermedio de los Siglos Obscuros le lle-
gó el turno al extremo Occidente, a los pueblos de la Península Ibérica […] La boda de Isa-
bel y Fernando conyugó los intereses mediterráneos de la Corona de Aragón con los Atlán-
ticos de los reinos de Castilla», poniendo las premisas del «proyecto imperial de los Reyes Ca-
tólicos: Italia–España–Indias» (España. Tres milenios de historia, Madrid 2000).
Señalando que los Españoles de la época no recurrieron nunca en sentido estricto a una
denominación unívoca para identificar el conjunto de los territorios de la Monarquía, John
Elliott ha identificado en la conquista y en la colonización de las Indias el fundamento del
nacimiento de una conciencia política y del sueño de una hegemonía imperial, capaz de ali-
mentar la visión universal y el vago mesianismo de los círculos erasmianos que rodeaban a
Carlos V. La historiografía más reciente ha investigado el contenido y las formas de este me-
sianismo político-religioso destinado a crecer a medida de la ilimitada expansión de los do-
minios y del poder del mismo Carlos V y destinado también a nutrir, en época sucesiva, a
la Corte, a la nobleza, a la cultura política española de una retórica confesional, que habría
buscado y encontrado a su vez en la teología política de la Contrarreforma católica y en la
producción simbólica de la iconografía barroca una nueva lingua imperii. Su fin era el de ab-
sorber y reducir la realidad plural de la Monarquía dentro de un conjunto unitario de idea-
les y de valores, interpretando el reino de Dios como “arquetipo político” y modelo para la
misión española de construir la polis cristiana en escala planetaria dentro de una visión ma-
jestuosa y fulgurante de los símbolos y de los signos del poder (“Planeta Católico”, “Levia-
tán Cristiano” son apelativos que recurren en las obras políticas del siglo XVII).
Cómo en esta Monarquía, «cuya principal característica fue la dispersión de sus territorios
y el difícil equilibrio entre los distintos reinos y naciones que le daban vida y cuyo único aglu-
tinador común era el Rey» (M. V. López Cordón), se edificó el sistema de poder del Estado,
sobre qué bases se sustentó y a través de qué medios asumió la dirección política del extenso
conjunto de tierras y de hombres que la componían son al mismo tiempo la pregunta y el
enfoque que han caracterizado el escenario de la más reciente investigación histórica.
Describir esta Monarquía plural de los Austrias hispanos como el conjunto de múltiples
territorios de distintos y discontinuos dominios cuyo único vínculo territorial era, en últi-
mo término, la presencia en todos ellos de un mismo príncipe ha sido un útil lugar común
consagrado justamente por la historiografía (M. Burga), dando lugar a la afirmación de
conceptos analíticos y heurísticos como monarquía compósita o monarquía polisinodal.
Si el rey era la encarnación de la autoridad, la Corte se convirtió en el escenario simbóli-
co donde se representaban ritualmente las relaciones de poder. En estos últimos quince años
la corte se ha convertido en un tema relevante de la historiografía española y europea. De es-
te punto de vista «la corte resurge entonces no solo como una sede privilegiada del proceso
de toma de decisiones y de regulación de los equilibrios sociales, sino también como centro
de elaboración de comportamientos, de una ideología y de un simbolismo que constituye la
esencia del poder» (J. Martínez Millán). En ese sentido, la corte se revela como el lugar por
excelencia en el que «se hace política». La categoría analítica “corte” asume el valor semánti-
co más complejo tendiendo a que la historia de la corte se haya vuelto en el lugar propio de
la historia política de la Monarquía. En Hispanoamérica el estudio de las cortes virreinales se
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ha convertido en uno de los temas más innovadores de la investigación histórica contempo-
ránea, dado el particular interés del fenómeno cortesano en los reinos indianos analizado a
través del modelo de corte virreinal implantado en América a comienzos del siglo XVII. Pe-
ro lo que resulta más novedoso y atractivo es asumir la perspectiva comparativa ya mencio-
nada en lo que se refiere al estudio de las cortes virreinales italianas y americanas para evi-
denciar la dialéctica del poder y la negociación permanente entre gobernantes españoles y éli-
tes locales así como la circulación de las ideas y de las prácticas. 
Muchos son los temas que se podrían mencionar como relevantes para el estudio de esas
cortes virreinales: la casa del virrey y los oficios cortesanos; la biblioteca del virrey, la circu-
lación de los libros y de las doctrinas como fuentes de la cultura dirigente; la presentación
pública del poder virreinal en los diferentes aspectos de la vida social y su consagración ce-
lebrativa en las fiestas cortesanas; la etiqueta cortesana, el ceremonial y los ritos del poder que
entretejen liturgia y política; el encuentro de la corte con la literatura y las artes bajo el sig-
no del mecenazgo; los símbolos e imágenes del poder que se expresan a través de los me-
dios literarios y artísticos (C. Hernando Sánchez). También las ciudades capitales (Nápoles,
Palermo, México, Lima), en su conjunto, pueden concebirse como proyección del escena-
rio cortesano mediante las realizaciones artísticas, arquitectónicas y urbanísticas patrocinadas
por el virrey. 
Después de este bosquejo, acaso demasiado rápido, de la renovación de la historia de
Hispanoamérica desde un nuevo conjunto, entrelazamiento e interrelaciones de puntos de
vista institucionales, sociales y culturales, no puedo olvidar el replanteamiento de temas de
investigación más clásicos, vinculados con la experiencia del Descubrimiento y de su re-
percusión en la cultura y en el imaginario social del Viejo Mundo.
Presentándose como un mundo nuevo (el Nuevo Mundo por antonomasia) América se
transformó desde los primeros años de su descubrimiento en un manantial de singulares in-
terpelaciones del imaginario social europeo. Algunos historiadores han observado cómo la
invención de un mundo utópico alcanza en la edad moderna su más cumplida expresión
cuando –paradójicamente– se descubre un lugar para la utopía: es decir, América.
América no significó solamente el descubrimiento de nuevas tierras, sino también el des-
cubrimiento de una nueva humanidad. De aquel encuentro nacieron todos los interrogantes
básicos de la antropología moderna: sobre el origen físico del hombre, el significado de la di-
versidad o de la semejanza de las culturas, la secuencia cronológica de las civilizaciones, la for-
ma y la dinámica de los procesos de cambio cultural. También la conciencia histórica del
mundo occidental no fue más la misma. “Nuevas gentes” quería en efecto decir nuevos pue-
blos: o sea, otras sociedades, otras culturas, otras creencias, otras historias. Y del conocimien-
to de aquellas historias particulares se propagaba la urgencia de reconsiderar toda la historia en
cuantotal. América se impone con protagonismo no sólo en abrir horizontes de espacio an-
tes desconocidos al conocer y actuar del hombre, sino también en el promover en él la con-
ciencia de una nueva apertura del tiempo: «el mundo nunca cesará de enseñar novedades a
los que vivieren, y mucho más en estas Indias que en otras partes» declaraba Gonzalo Fer-
nández de Oviedo (Historia general y natural de las Indias). En la experiencia de la novedad del
presente nació con fuerza la intuición de que la humanidad se encontrase frente a un futuro
abierto, en el cual tendría que alcanzar la verdadera ciencia del mundo mirando adelante: «ro-
deamos la tierra [asegura Pérez de Oliva], medimos las aguas, subimos al cielo, vemos su gran-
deza, contamos sus movimientos y no paramos hasta Dios, el cual no se nos esconde» (Diá-
logo de la dignidad del hombre, 1585).
El descubrimiento de América, tomando forma histórica en ese intenso periodo de tran-
sición y de transformaciones que fue, para el mundo occidental, los siglos XV y XVI, con-
Avances y desafíos en la historiografía de la América hispánica. Algunas perspectivas y reflexiones para el debate 
tribuyó a incrementar y generalizar el sentimiento de que el mundo no fuera algo dado, de-
finido y resuelto, sino más bien un problema infinito, irresoluto, objetivamente cuestiona-
ble, en el que el hombre permanecía como un peregrino –o tal vez mejor, para mantener
la metáfora de referencia, como un navegante. Y la utopía, con su fuerza crítica y proyec-
tante, se ofreció en este contexto americano nuevo y sugerente, pero tan necesitado después
de los excesos y los abusos de la Conquista, como brújula para orientarse en el horizonte
del futuro. Y así como Tomás Moro, conjugando genialmente su acertada crítica moral y
social con el libre juego intelectual, recurrió (con alusión implícita) a un imaginario mun-
do americano con el fin de ofrecer un modelo nuevo y alternativo a la sociedad europea,
Bartolomé de Las Casas intentó reconstruir un mundo americano como podía inspirárselo
su imaginación de europeo, ansioso de conseguir una eficaz reintegración de la sociedad in-
dígena procesando la dominación colonial.
América se convierte pues en una tierra de elección donde la conciencia utópica en-
cuentra su fundamental libertad de inspiración y –esto sí es una singularidad americana–
una irresistible vocación de realizar la utopía misma –a pesar del término utopía que se sus-
trae a todo intento de identificación– para que la regeneración social, allí iniciada, «pueda
ser y ser más universal y general y alance todas las partes» como afirmó el propio Vasco de
Quiroga (Información en derecho, 1535).
Este particular enlace entre realidad y utopía, entre acontecimientos históricos y proyec-
ciones ideales, entre lenguajes, conceptos y signos proporciona, además de un territorio de
investigación muy propicio para estudiar los procesos simbólicos colectivos, también nuevos
escenarios culturales donde se engastan y se revelan minuciosos programas iconográficos de
exaltación de la Monarquía y de la Iglesia. Pero lo que llama la atención de los investigado-
res es la transculturación implícita que estos programas iconográficos llevan consigo precisa-
mente donde denuncian la emergencia de nuevos modelos de pensamiento y de represen-
tación discursiva mediante la apropiación y la transfiguración de los propios tópicos políti-
cos y religiosos evidentes en las creaciones artísticas de la metrópoli por parte de las nuevas
realidades étnicas americanas, los criollos y también los indios por medio de las escuelas pic-
tóricas indígenas (como las muy conocidas escuelas de Diego Quispe Tito y de Basilio de
Santa Cruz en el Cuzco virreinal) o de sus anónimos artistas y artesanos. El mundo de las
imágenes como forma privilegiada de comunicación, representación y memoria desde la
época prehispánica, pasando por el impacto de la conquista hasta el llameante barroco his-
panoamericano es un territorio interdisciplinario y prometedor de una nueva historia cul-
tural de América en la Edad moderna. 
A modo de conclusión, podemos decir que en la historiografía actual el descubrimien-
to de América comporta la compleja tematización de una posterior aventura del hombre
occidental: el descubrimiento que el “yo” europeo hace del “otro” exterior y lejano, la más
extraordinaria aventura intelectual y cultural imaginable en el alba de la modernidad. Nin-
gún otro contacto con África, India o China, que de alguna manera habían siempre for-
mado parte del horizonte mental y cultural y de la tradición histórica europea, se acom-
pañó con este extraño sentimiento de radical diversidad que el Viejo Mundo vivió con in-
tensidad especial en su sorprendente y dramático encuentro con el Nuevo Mundo.
América representa para la conciencia de Europa un nuevo viaje a través de la dialéc-
tica de la identidad y de la alteridad. Así pues, dado que la experiencia del otro conoce
varios grados a partir del reconocimiento del otro como objeto hasta al reconocimiento
del otro como sujeto, en cierto modo igual al “yo” que lo conoce, si bien distinto y di-
ferente de él en su propia individualidad y especificidad, la aprehensión del indígena por
parte del europeo conoció diversos niveles y múltiples matices. En la mayor parte de los
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casos ésto significó sentimiento de superioridad étnica y asimilación de los indios a su pro-
pio mundo.
El cronista mestizo Garcilaso de la Vega, elevado a símbolo viviente del encuentro de
dos mundos, va a escribir, a comienzos del siglo XVII, que «no hay más que un mundo.
Y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo es por haberse descubierto aquel nue-
vamente para nosotros y no porque sean dos, sino todo uno» (Comentarios reales de los In-
cas). La cuestión de la unidad del mundo, que tanto había fatigado a los geógrafos y a los
cosmógrafos del siglo XVI, está por él situada con madura reflexión en el terreno de la con-
ciencia histórica. La imagen de América como “mundo de las antípodas” fue el origen, en
el siglo XVI, de la representación mental e iconográfica de una humanidad que vivía en
un mundo abajo-arriba. La imagen de individuos que tenían los pies ahí donde deberían
haber tenido la cabeza se constituyó en un símbolo por nada ingenuo de la diversidad de
los nativos americanos. Pero el mismo Garcilaso de la Vega observó que, si el mundo es re-
dondo, es evidente que tenga antípodas. Lo que en todo caso presenta mayor dificultad es
discernir «cuáles provincias sean antípodas de cuáles».
También en nuestro mundo globalizado, sacudido hasta sus basamentos por choques ét-
nicos y culturales de singular violencia convendría no olvidar este perspicaz interrogante.
Avances y desafíos en la historiografía de la América hispánica. Algunas perspectivas y reflexiones para el debate 

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