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María Teresa Ibáñez Ehrlich 
 
 
María Teresa Ibáñez Ehrlich 
Universidad de Marburgo 
 
 
AMBIGÜEDAD E IDENTIFICACIÓN. LOS MÚLTIPLES JUEGOS DEL YO EN EL 
VIENTO DE LA LUNA, DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA 
 
Ya hay un español que quiere vivir 
Y a vivir empieza 
Entre una España que muere 
 Y otra España que bosteza. 
(Antonio Machado, Proverbios y cantares, LIII) 
 
Introducción 
 
El hecho de escribir parece transformarse en un rito de continuidad en El viento de la 
luna, novela que vuelve a los escenarios míticos de Mágina y pone en contacto, una vez más, 
al lector de Antonio Muñoz Molina con personajes e historias conocidos. La narración sucede 
en 1969, en el mes de julio, durante los breves días que necesita el cohete Apolo XI para 
llegar a la luna1. El narrador, personaje principal de la historia y entonces un adolescente de 
trece años2, recuerda aquellas horas lentas y de reflexión sobre su entorno, rememorando las 
vidas de los miembros de su familia, la relación con los profesores del colegio religioso al que 
asistía y el complicado contacto entre el vecindario, acudiendo a viejas y conocidas historias 
de la ciudad, pero también a algunas nuevas que amplían la microhistoria de Mágina al 
tiempo que exponen tendencias sociales propias de la época franquista. 
Es pues una narración memorística, como ya ha apuntado una gran parte de la crítica, 
en la cual el autor a través del yo del narrador-personaje principal plantea la sospecha 
empírica de una identificación total entre autor-narrador-personaje, es decir, se trataría de una 
autobiografía canónica (Genette 1993: 64). Sin embargo, la disposición formal del texto, el 
guiño de complicidad entre el autor y sus lectores, dirime la posible ambigüedad entre texto 
ficcional y texto factual, lo cual no excluye que una buena parte del contenido sea histórico, 
verbigracia las alusiones a la identidad de ciertos miembros de la familia del autor conocidos 
desde El jinete polaco, el uso intertextual de textos periodísticos, el viaje histórico a la luna, la 
figura histórica de Wernher von Braun, “el padre de la Era Espacial”3 (Muñoz Molina 2006: 
 
1 En Las apariencias (Muñoz Molina 1995: 63) Antonio Muñoz Molina acude, en un artículo titulado “Las máquinas del 
tiempo”, a un recuerdo de su juventud sobre la llegada del hombre a la luna y expresa en él ideas y situaciones que recrea en 
El viento de la luna”. Cuenta que en la década de los noventa la gente no siente ninguna emoción ante “[...] las tecnologías 
futuristas igual que hace veinte años, cuando nos levantábamos a las tres de la mañana para mirar en la televisión las lentas 
caminatas lunares de los astronautas, que parecían extraños buzos moviéndose por un desierto de cenizas en el que todavía no 
se habrán borrado las huellas de sus pisadas”. 
2 La edad del personaje es también un indicio práctico para definir la novela de autoficción porque Antonio Muñoz Molina 
tenía precisamente trece años en el momento de la llegada del hombre a la Luna. 
3 El autor-narrador introduce informaciones históricas sobre el ingeniero alemán en el capítulo 4, cuando el adolescente habla 
con el doctor Medina, el mismo médico de Beatus Ille y El jinete polaco, quien le pregunta si conoce a Wernher von Braun e 
inmediatamente le informa sobre el pasado del ingeniero del cohete Saturno. Así se lo cuenta: “¿Y sabes qué inventó antes? 
Ya parece que se le ha olvidado a todo el mundo. Las V-1 y las V-2. Las bombas propulsadas por cohetes que los nazis 
mandaban contra Londres al final de la guerra. Millares y millares de muertos. Quemados, deshechos por las explosiones, 
aplastados por los edificios que se hundían. El arma secreta de Hitler, producto del talento del ingeniero Von Braun. Un nazi. 
Un coronel de las SS. Un criminal de guerra [...]” (Muñoz Molina 2006: 64). 
Actas XVI Congreso AIH. María TERESA IBÁÑEZ EHRLICH. Ambigüedad e identificación. Los múltiples juegos del yo en El...
Ambigüedad e identificación 
 
18), etc. Encontramos, pues, un texto homodiegético con unas características bien definidas 
entre las que podemos citar la disociación de facto entre autor ≠ narrador ya que ninguno de 
los dos tiene nombre ni se dice explícitamente que sean la misma persona. Sin embargo, es 
manifiesta la identidad entre autor/personaje y también la que se establece entre éste y el 
narrador4. Nos encontramos, pues, ante un texto de autoficción o “memoir”, como se la define 
en Estados Unidos5, término documentado desde 1977 (Doubrovsky 1977) y definido así por 
Jacques Lecarme “l´autofiction est d´abord un dispositif très simple: soit un recit dont auteur, 
narrateur et protagoniste partegent la même identité nominale et dont l´intitulé générique qu´ 
il s´agit d´un roman”6 (Lecarme 1994: 227). 
La autoficción conlleva un cúmulo de inseguridades técnicas, una de ellas es el juego 
que se establece entre ficción-realidad, entre un autor que puede decir “soy yo y no soy yo” el 
narrador (Genette 1993: 71), relación por otra parte no siempre evidente en un texto, pero que 
se ha vuelto paradigmática en el ámbito de la literatura española de los últimos decenios, 
configurando uno de sus puntos de análisis y apoyándose para su sistematización en la 
persona del yo narrativo. Por eso escribe Encarnación García de León que “La proliferación 
de novelas con contenidos autobiográficos, en ningún caso denominadas autobiografías o 
memorias, plantea un espacio ambiguo aún no bien determinado, sin una denominación 
precisa de género, cuyos límites entre realidad y ficción son difusos y con la presencia de un 
yo narrativo que no es del todo creible” (García de León 2007). Indica asimismo el momento 
de fragmentación metafísica propio del posmodernismo en el que el sujeto muestra 
descaradamente su intimidad (Raabe 1986) y sus vivencias sustentado en los mass media, de 
tal forma que el yo se hace presente en cada uno de los medios estéticos, atrapa la atención de 
lectores y espectadores, se vuelve interesante y atractivo y, al igual que la sociedad en la que 
nace, es fragmentario. Desde Cervantes conocemos la posibilidad de un autor que se 
ficcionaliza a sí mismo como narrador y en la sociedad posmoderna dicho recurso se ha 
vuelto tan periódico que los propios escritores teorizan sobre los límites sin contorno entre 
relato verdadero/relato de ficción, entre autor/narrador, sistematizando en la reflexión 
metaliteraria la ambigüedad entre ficción y realidad. El auge de la memoria personal en las 
novelas de las últimas décadas, memoria por otra parte que persigue caminos y resultados 
diversos, contribuye a la presencia del escritor en la narración y habla por sí sola de la 
necesidad que los propios autores parecen sentir de formar parte de la ficción no sólo para 
opinar críticamente sobre ella7, sino también para que su peso como voces sociales sea 
eficiente y relevante. Se institucionalizan así como agentes portadores de memoria tanto 
propia como histórica que aportan su granito de arena en la recuperación del pasado y en la 
construcción de la necesidad objetiva y creíble del yo en la literatura. Quizá a este hecho se 
 
4 Gérard Genette (Genette 1993: 71) opina sobre este resultado que es “una fórmula contradictoria, pero ni más ni menos que 
el término que ilustra”, es decir, autoficción. 
5 Gore Vidal la define con precisión de la siguiente manera: “Un memoir es como uno recuerda su propia vida, mientras que 
la autobiografía es historia”, afirmación que hace a propósito de su propio “memoir”, titulado Palimpsesto. Información 
tomada de una reseña de Fernanda Pivano en el suplemento cultural de El Mundo, 24 diciembre 1995, Año VII, nº 2. 
6 La autoficción es en principio un dispositivo muy simple: es decir, una narración en la cual autor, narrador y protagonista 
tienen en común la misma identidad y la denominación de género de dicha narración es la de novela. (mitraducción). 
7 El tema de la memoria y su relación con la ficción es uno de los más tratados por Antonio Muñoz Molina en su libros de 
crítica literaria, conferencias y artículos; se encuentra entre otros, en la primera conferencia titulada “El argumento y la 
historia” que forma parte de La realidad de la ficción (Muñoz Molina 1993: 9-26), e incluida también en Pura alegría 
(Muñoz Molina 1998: 21-35); en “Memoria y ficción”, conferencia que formó parte de un ciclo dedicado precisamente a la 
memoria e incluida en Pura alegría (Muñoz Molina 1998: 175-190). 
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deban tantos personajes escritores que pululan en la narrativa surgida después de la muerte del 
dictador8. 
El presente trabajo va a plantear los valores intrínsecos del yo en El viento de la luna, 
su capacidad de ambigüedad e identificación entre ellos, así como el complejo entramado de 
tiempo y perspectivas, elementos que configuran la múltiple estructura de la novela. 
 
La fragmentación y funciones del yo 
 
Antonio Muñoz Molina acude a la narrativa personal sobre la que opina Käte 
Hamburger que es un género en el límite entre la ficción y lo real (Hamburger 1957), y no es 
menos cierto que cuando el yo del narrador se hace proteico, dichos límites devienen confusos 
e incluso desaparecen. En El viento de la luna, desde su comienzo, la figura del narrador 
motiva una situación ambigua circunscrita a una metáfora de mayor magnitud que engloba 
toda la novela. Me refiero al monólogo inicial en segunda persona. El narrador se dirige a un 
no nominado receptor, un astronauta, al que sitúa dentro del cohete en los minutos previos al 
despegue. Como ya es habitual en el autor, utiliza un discurso rico en sinestesias y 
enumeraciones que completan la descripción psicológica y dicótoma del interior de la cápsula 
y las sensaciones que siente el inminente navegante espacial. De esta forma se nos introduce 
en el tema del viaje espacial, argumento-metáfora que dirige la novela, y, dentro de la 
semántica usual del monólogo de segunda persona, se reflexiona sobre la influencia que la 
nueva experiencia, tan ajena al hombre durante siglos, puede suponer a nivel individual en la 
vida del astronauta que debe enfrentarse a todos los riesgos. Pero igualmente implica la 
aportación de una terminología precisa y científica, tan lejana de la realidad que el narrador-
protagonista nos contará a partir del segundo capítulo. Sin embargo, la utilización de una 
técnica que expresa pensamiento no se ciñe exclusivamente al referente histórico del viaje a la 
Luna, ni tampoco es sólo un discurso mental con un otro, con un tú, sino que remite 
directamente al yo del narrador ya que se establece una identidad, un deseo de usurpación de 
la identidad que formará parte del carácter rebelde del adolescente que el narrador era en el 
“ahora” de la historia. Por eso la diferenciación entre astronauta y narrador desaparece cuando 
éste interrumpe el discurso con el otro y se confunde con él diciendo “Con los ojos cerrados 
me imagino que soy ese astronauta. No veo estrellas, sólo una oscuridad en la que nada 
existe, ni cerca ni lejos, ni arriba ni abajo, ni antes ni después. Veo la curvatura inmensa de 
la Tierra, resplandeciendo azul y blanca y moviéndose muy despacio, las espirales de las 
nubes, la frontera de sombra entre la noche y el día” (Muñoz Molina 2006: 10). No será la 
única vez en que aparece la identificación del adolescente con los astronautas; al final del 
capítulo quinto encontramos otro ejemplo; vuelve a meterse en la piel del viajero del espacio, 
arropado por la imaginación y la soledad y aislamiento que le proporciona una habitación 
alta9, cápsula metafórica, suficientemente alejada del ámbito en el que se mueve la familia. 
Así lo rememora: 
 
8 Antonio Muñoz Molina es el creador de uno de los escritores de ficción más emblemáticos de nuestra literatura 
democrática: Jacinto Solana, el personaje de su primera novela Beatus Ille. A esta tendencia podemos añadir a Rafael 
Chirbes, autor de la memoria en todas sus obras y con personajes escritores en En la recta final y Los viejos amigos; Vila 
Matas hace literatura de la literatura en El mal de montano, Paris no se acaba nunca, etc., Javier Cercas en Soldados de 
Salamina, Martínez de Pisón en Enterrar a los muertos y Javier Marías que se ficcionaliza él mismo y pasa revista a su obra 
anterior y a la de otros escritores en su magnífica memoria literaria Negra espalda del tiempo, por citar algunos. 
9 Antonio Muñoz Molina construye la casa familiar del personaje como la imagen perfecta de un cohete que es al mismo 
tiempo una metáfora plástica y semántica de la experiencia del adolescente. Al igual que en un cohete la casa posee una 
cápsula en la parte más alta, representada por la habitación del personaje. Las zonas más bajas, de las que la cápsula espacial 
se desprenderá en el viaje antes de alcanzar su meta, la luna, están representadas por el piso primero y la parte baja de la casa, 
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Ambigüedad e identificación 
 
 
Sólo me siento seguro en mi refugio quimérico de los libros, sólo experimento una 
sensación plena de cobijo si me recluyo en mi cuarto al que casi no llegan los ruidos y las 
voces de la casa y me imagino protegido de todo en el interior de un traje espacial, flotando 
en una cápsula que viaja hacia la luna, asomándome por una ventanilla para verla cada vez 
más cerca, como la vieron por primera vez los astronautas del Apolo VIII que volvieron a 
la Tierra sin haberse posado en ella10. (Muñoz Molina 2006: 72) 
 
Es una extensión más en la literatura del autor del “Mixing memory and desire” de T. 
S. Eliot, epígrafe de su libro Beatus Ille11, que implica la identificación del narrador-personaje 
principal con el astronauta desde el principio y muestra niveles de afinidad basados en el 
deseo de ser otro, de vivir en otro lugar y tener acceso a todas esas cosas que prometen las 
palabras limpias y precisas de la ciencia12. Dicha identificación se extiende también al plano 
puramente humano del personaje, a la ruptura y estrago que implica la entrada en la 
adolescencia13, los caminos nuevos, desconocidos, lunares, que se abren ante él y le sumen en 
conflictos hasta poco antes desconocidos, tal y como lo recuerda en el siguiente fragmento: 
 
Así ha surgido alguien que va usurpando poco a poco mi vida y sin que yo me diera cuenta 
ha incendiado mi paraíso y me ha echado, la soledad sabrosa en la que yo vivía, a la vez 
retirado del mundo exterior y en concordia con él. La transformación empezó a suceder sin 
que yo lo advirtiera, y si me miro en un espejo podré ver sus signos, el progreso de sus 
síntomas, acelerándose delante de mis ojos como el crecimiento del pelo y de los colmillos 
en la cara del Hombre Lobo, como las cicatrices en la cara monstruosa y apenada del 
Fantasma de la Ópera. (Muñoz Molina 2006: 107-108) 
 
E, igualmente, la búsqueda de la propia personalidad y el papel fundamental que tiene 
el héroe-astronauta como modelo de vida, como aventura vital tan alejada de los personajes 
literarios decimonónicos con los que hasta ese momento se ha reconocido el personaje. Así 
pues, la reflexión del monólogo de segunda persona es también una autointrospección sobre la 
propia vida y los propios deseos del narrador, sobre el yo que se ha fragmentado y busca su 
propio camino. Cada uno de estos niveles y todos ellos juntos conforman un Bildungsroman, 
una novela de experiencias y aprendizaje del adolescente protagonista. 
Muñoz Molina, utiliza a partir del segundo capítulo, una serie de planos temporales 
que hacen de la novela una narración consonante (Cohn 1981: 180) porque existe un solo 
“ahora” en el que se fusionanel plano del pasado del narrador con el de su presente que no es 
 
espacios en donde se mueven los miembros de la familia, de los que se irá, igualmente desprendiendo el adolescente en su 
viaje vital. 
10 También en el capítulo XV aparece la identificación entre Armstrong y el narrador, en una nueva manifestación del Tú 
(Muñoz Molina 2006: 260-261). 
11 Como ya queda expresado más arriba, la “historia” de la ciudad de Mágina y de sus habitantes de ficción vuelve a 
desarrollar su juego de autointertextualidad en El viento de la luna. En esta novela se repiten acontecimientos de la Guerra 
Civil y posguerra españolas que en Beatus Ille son base de la historia ahí contada. Así, se nos recuerda la muerte injusta de 
Justo Solana y la de su hijo Jacinto Solana; Medina, el amigo y médico de Manuel en El jinete polaco, sigue siendo médico 
en la ciudad y también tiene un papel simbólico el ciego Domingo González. 
12 Jacinto Solana, el personaje principal de Beatus Ille nace y crece en un ambiente idéntico al personaje de El viento de la 
Luna. Los dos desean salir de Mágina y llegar a ser otros, su tendencia a la lectura, a las manifestaciones culturales es la 
misma, con la diferencia del tiempo real en el que viven. Manuel, el personaje de El jinete polaco, está caracterizado de igual 
manera. A través de ellos se puede percibir al adolescente y joven Muñoz Molina. 
13 En 1993, en un librito, que escribió Muñoz Molina con Luis García Montero, titulado ¿Por qué no es útil la literatura?, ya 
decía el autor: “Yo creo que el período de nuestras vidas en el que se libra la batalla más difícil, que también resulta ser la 
definitiva, transcurre al final de la infancia y en la adolescencia, y no es casual que sea en ese tiempo cuandos nos 
aficionamos a la literatura y a la rebeldía y cuando se decide inapelablemente nuestro porvenir” (Muñoz Molina 2006: 54). 
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significativo; parece como si el narrador se estuviese explicando un fragmento revelador de su 
vida, la génesis de su presente. Por esta razón el punto de vista emblemático de la novela es la 
primera persona, “Encerrado en mi cuarto una tarde de julio escucho las voces que me 
llaman [...]” (Muñoz Molina 2006: 17), dice el narrador y desde esta posición en un “ahora” 
que implica y alude a lo permanente, pero también a lo involutivo, relatará algunos recuerdos, 
los más apreciados, en indefinido y cambiará a veces a un relato predictivo en un futuro nada 
virtual. Existen, pues, una serie de círculos concéntricos de tiempo, una dualidad establecida 
en el juego de analepsis y prolepsis y apoyada en el cambio temporal que remite 
insistentemente al tiempo del relato y a un narrador que posee una perspectiva y conocimiento 
históricos de lo que ha sucedido en el mundo en los años posteriores a la historia que 
recuerda. La identidad entre narrador-personaje principal y autor se define desde esta 
perspectiva temporal; el yo del narrador se confunde con el yo del propio escritor que 
ficcionaliza datos tan insignificantes como la edad que tenía en 1969 o la que tendrá en el 
2000, y otros de tanto peso como la experiencia de la muerte del padre y la percepción de su 
ausencia como una gran pérdida; no en vano la novela está escrita en el lejano Nueva York en 
donde Muñoz Molina se encontraba cuando su padre murió y refleja el dolor y vacío absoluto 
que su muerte provoca en el autor, al tiempo que es una reflexión sobre su figura. A él le 
dedica la novela. 
Paralelamente, la dualidad temporal impregna la que se establece entre el narrador y 
Neil Armstrong, entre el mundo atrofiado de aquella sociedad española de finales de los 
sesenta y el progresista que se abre ante los ojos esperanzados del adolescente, entre la 
enseñanza de libros laicos y la de los libros oficiales de escuelas y colegios, entre las posturas 
generacionales, etc. 
Explica Antonio Muñoz Molina que André Maurois decía que Proust estableció que 
“[...] la única forma de constancia del yo es la memoria. La creación por la memoria de 
sensaciones que hace falta a continuación profundizar, iluminar, transformar en 
equivalencias intelectuales, es la esencia misma de la obra de arte” (Muñoz Molina 1998: 
183). Y, efectivamente, él crea un marco simbólico que ilumina intelectualmente la historia 
que quiere rememorar. La luna y su simbolismo marcan metafóricamente los acontecimientos, 
especialmente el carácter proteico de la luna, el planeta que “[...] experimenta modificaciones 
´dolorosas` en forma de círculo” (Cirlot 1988: 283), atributo del joven personaje que observa 
con dolor y miedo las diversas fases de su crisis de adolescente. El autor ha captado con 
precisión toda la riqueza connotativa del símbolo lunar y ha impregnado a su personaje con 
ella. Así el motivo del crecimiento, su analogía con las fases biológicas, con las edades del 
hombre (Cirlot: 285) forma parte del personaje. De esta forma el viaje a la luna se proyecta 
como polivalente y como un recipiente en donde el adolescente se mira y reconoce. 
Íntimamente vinculado a la fascinación popular que la luna proyecta y a su afinidad con lo 
imposible y quimérico, el viaje a la luna se enfoca como el camino de la vida, desconocido y 
oscuro. Así pues, el yo del narrador-personaje va desgranando su propia aventura vital, su 
descubrimiento continuo paralelamente al viaje del Apolo XI y lo cuenta en un presente de 
carácter durativo e histórico que aporta viveza al relato y hace posible la simbiosis de pasado 
y presente en un ahora inclusivo de la historia. 
También forma parte de la función del yo la presentación del marco histórico-social de 
la época. A través de la rememoración se asiste al inmovilismo de la sociedad española, un 
letargo que se circunscribe no sólo a la dictadura, sino que se retrotrae a siglos. El yo, testigo 
de unas costumbres que se pierden en el tiempo, expone con pesadumbre el sistema cíclico de 
la vida de los campesinos, sus repeticiones inamovibles e incuestionables, aceptadas sin 
reflexión, expresadas en la reproducción recurrente de refranes y canciones tradicionales y sus 
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referentes permanentes; son los propios recuerdos y experiencias del autor los que forman 
parte del personaje. La vida regular de los campesinos la evoca así: 
 
Lo que a mí me aburre, me impacienta, me exaspera, a ellos les depara una serenidad 
apacible que seguramente hace más llevadero el agotamiento del trabajo y el fruto 
mezquino e inseguro de cualquier esfuerzo. La siega y la trilla de los cereales en los días 
ardientes del verano, la vendimia en septiembre, la siembra del trigo y de la cebada a 
principios de otoño, la matanza del cerdo en noviembre, después de los días de Todos los 
Santos y de los Difuntos, la recogida de la aceituna a lo largo del invierno, las hortalizas 
más sabrosas y el cuidado de los olivares en la primavera [...] Y siempre los augurios, el 
canto de un cierto pájaro o una zona de claridad en el cielo del amanecer que anuncian la 
lluvia, los augurios y el miedo a que no llueva a tiempo después de la siembra y las semillas 
se mueran en la tierra, o a que llueva demasiado al final de la primavera y se pudran las 
espigas sin madurar [...] 
 
Agua por San Juan 
Quita aceite, vino y pan 
 
Lo más que piden al porvenir es que se parezca a lo mejor del pasado. El plomo del pasado 
es la fuerza de la gravedad que rige sus vidas y las mantiene atadas a la tierra, sobre la que 
se han inclinado para trabajar desde que eran niños [...]. (Muñoz Molina 2006: 109-110) 
 
Frente a esta realidad empíricareferida en un presente semánticamente atemporal, y 
también por medio de sensaciones que señalan la sombra de Proust en la novela, el personaje 
se rebela contra el determinismo de la tradición y se decanta por un mundo cuyo eje son la 
cultura y la ciencia. Y como en aquella España la enseñanza se llevaba a cabo 
mayoritariamente en instituciones religiosas, la controversia entre anquilosamiento y progreso 
se dirime en el Colegio Salesiano Santo Domingo Savio. El narrador recuerda la pobreza del 
mundo cultural y la injerencia constante de las versiones bíblicas en cada acontecimiento. Las 
figuras de los padres salesianos que se ocuparon de su vida escolar muestran un país dormido 
en el que el progreso y los estudios científicos no tenían posibilidad de éxito; para ellos el 
viaje del hombre a la luna se resuelve únicamente en el contexto religioso. Por eso cada una 
de las explicaciones sobre ciencia del Padre Director del colegio es un atropello al carácter 
científico del viaje. El narrador expone aquella terrible realidad, pero la envuelve en una fina 
ironía que implica la integración plena de la experiencia en el yo de la narración. Así recuerda 
las explicaciones en clase: 
 
Al Padre Director le gustan las verdades puras de la Teología y de las Matemáticas, que son 
abstractas y no sometidas a corrupción, a decadencia o a error, y sin embargo gobiernan el 
universo, emanaciones milagrosas de la inteligencia divina. No comprender la fórmula 
matemática que define las leyes de la elipse y por lo tanto las órbitas de los cuerpos celestes 
es un pecado y un acto de ceguera tan reprobable como el del ateo o el hereje que no acata 
el misterio de la Santísima Trinidad [...] El triángulo equilátero de un problema de 
Geometría que nadie ha sabido resolver parece que alberga dentro de sí ese ojo divino 
omnisciente y acusador de los libros de Historia Sagrada [...]. (Muñoz Molina 2006: 151) 
 
La misma equivalencia se expresa en las noticias periodísticas nacionales. Como es 
bien sabido los periódicos españoles de la época debían guardar las normas reglamentarias 
impuestas por la censura, por eso el primer viaje del hombre a la luna es comentado desde un 
punto de vista estrictamente bíblico. El autor integra dichas informaciones en el texto, 
escribiéndolas en letra mayúscula, de forma que hace resaltar y, a la vez, diferenciar su propio 
discurso del intertextualizado. En dichos intertextos se percibe el sentido trágico y triste de las 
enseñanzas en la dictadura, caminos sin esperanza en los cuales el sufrimiento era la única vía 
a seguir. En los diarios que llegaban de Madrid y se vendían en el kiosco de la Plaza del 
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General Orduña, el adolescente pudo leer: “COMIENZA EN CABO KENEDY LA ERA 
ESPACIAL; EL HOMBRE: UN DÍA SALIÓ DEL PARAÍSO Y HOY SALE DE SU VALLE 
DE LÁGRIMAS EN BUSCA DE NO SE SABE BIEN QUÉ; EL ASTRONAUTA ALDRIN 
CONSULTA A SU DIRECTOR ESPIRITUAL DESDE LA NAVE APOLO” (Muñoz Molina 
2006: 146). Aunque también plasma el discurso imperialista del franquismo en la patriótica 
información del corresponsal español en Estados Unidos, noticias que interfieren en la 
conversación familiar, cuyo tema es la Guerra Civil. Se muestra la recurrente analogía entre la 
idea de una España plena de gloria histórica y el viaje; así la hazaña espacial de América de 
Norte se relativiza y empequeñece si se la compara con la del “[...] Descubrimiento de 
América, gloria de la España de los Reyes Católicos, restaurada por nuestro invicto Caudillo 
después de una postración de siglos [...]” (Muñoz Molina 2006: 122), y poco después el 
periodista apunta que los tres astronautas están “[...] surcando el espacio en la nave Apolo 
igual que los marineros de Colón surcaron el océano ignoto en las tres carabelas [...]” 
(Muñoz Molina 2006: 123). 
Sin embargo son el despertar sexual y la pérdida de la fe los factores que resuelven la 
incertidumbre cuando el adolescente se decide a ser adulto y aceptar la vida con todo lo que 
ofrece, despojándose del sentimiento perenne de culpa que la educación escolar y las 
confesiones le han inferido, cuando manifiesta frente al joven padre Peter que “Soy 
agnóstico” (Muñoz Molina 2006: 162). El proceso de aprendizaje y la plenitud del 
descubrimiento de la propia personalidad con su carácter individual y único sucede en el 
capítulo noveno, es decir el centro estricto de la novela. El narrador consolida, como lo 
hicieran Celestina y Don Quijote, su yo, lo descubre en toda su plenitud, construye su propia 
identidad, y se determina, en un acto de autoafirmación a vivir su propia vida 
desprendiéndose de todo lo que ha sido y ha formando parte de él hasta ese momento: “[...] 
Quién puede conformarse con la seca y pobre textura de la realidad inmediata, de las 
obligaciones y sus mezquinas recompensas, con la explicación teológica, sombría y punitiva 
del mundo que ofrecen los curas en el colegio o con la expectativa del trabajo en la tierra al 
que mis mayores han sacrificado sus vidas y en el que esperan que yo también me deje 
sepultar” (Muñoz Molina 2006: 166-67), dice convencido. A partir de este momento, cuando 
el yo personal ha surgido, el narrador emprende el camino sin retorno del distanciamiento de 
su familia y de sus raíces. Antonio Muñoz Molina recrea la huida de Manuel, el personaje de 
El jinete polaco, y también el descubrimiento posterior de la importancia de las raíces y los 
afectos familiares en la propia identidad cuando percibe la fuerza que la figura del padre ha 
mantenido durante tantos años de ausencia. 
Existe, no obstante una función más del yo en la novela, como testigo de historias 
cuyos protagonistas son otros. Dichos fragmentos se narran en indefinido, el narrador los aleja 
de la simbiosis temporal que determina el tiempo de la novela, de la unión total entre tiempo 
del relato y tiempo de la narración. Las analepsis son como cápsulas significativas porque 
tratan temas emocionalmente cercanos al narrador. Por medio de esa mirada hacia atrás 
cobran importancia personajes que también han roto o han intentado romper con el papel que 
la tradición les tenía asignados. El primero de ellos Pedro, el tío joven con quien el 
protagonista ha compartido la habitación y los momentos inolvidables que un niño vive con 
un joven divertido y emprendedor que es capaz de construir una ducha arcaica en el corral de 
la familia, símbolo de un fututo progresista en el que todos los ciudadanos del país podrán 
participar. La segunda narra un momento emblemático en la relación entre el narrador y su 
padre. Se trata de la ida juntos al cine como un acontecimiento especial y único porque el niño 
vive con sorpresa y fascinación la risa abierta y llana, “los ojos brillante” (Muñoz Molina 
2006: 196) de su padre ante “las órdenes dementes del hombre de las gafas de broma, el 
bigote pintado y el puro entre los dientes” (Muñoz Molina 2006: 197), es decir de Groucho 
Actas XVI Congreso AIH. María TERESA IBÁÑEZ EHRLICH. Ambigüedad e identificación. Los múltiples juegos del yo en El...
Ambigüedad e identificación 
 
Marx en Los hermanos Marx en el Oeste. Por último, es la relación sobre su tía Lola, quien 
rompe la tradición familiar casándose con Carlos, propietario de una tienda de 
electrodomésticos y por esa razón persona poco creíble y seria para la familia. Al separar 
dichos relatos del discurso principal, el narrador pondera a los personajes y los aleja de medio 
ambiente que él no soporta y del que desea separarse. 
Pero la metáfora del viaje a la luna como viaje personal en la vida conlleva también 
oscuridad y muerte. A través de la muerte del padre se cierra el ciclo vital del camino. Sin 
embargo se debe citar otro aspecto significativo en la novela y es el propio título de la misma, 
la función del viento en la luna y en el camino del narrador. Éste reflexiona varias vecessobre 
la carencia total de viento en el satélite terrestre y alude a que es sólo una apariencia. Si 
recurrimos a la simbología del viento y se tiene en cuenta su carácter fecundador y renovador 
de la vida (Cirlot 1988: 464), el viento significaría la fecundación científica, el desarrollo 
cultural y personal del personaje, y, por extensión, la esperanza de un futuro diferente para 
España, alejado de atavismos y tradiciones oscurantistas; sin embargo, en la luna no hay 
viento y dicha conclusión parece negar la posibilidad del futuro soñado aunque se produzca 
una muerte muy significativa en la novela, la del cacique Baltasar, vecino de la familia del 
personaje, usurero, ladrón y acérrimo franquista. Su agonía transcurre simultánea a la 
aventura espacial y se opone a ella semánticamente porque su muerte final implica la 
esperanza del fin de una época, la misma que el personaje-narrador ha decidido en la diégesis 
abandonar. 
 
Conclusión 
 
En las páginas anteriores se ha trabajado la función de la persona del yo en la última 
novela de Antonio Muñoz Molina. El yo configura un universo complejo tanto estructural 
como temáticamente. A través de él se evidencia la inclusión del propio escritor en la novela, 
la importancia de la memoria y su utilización para crear un mundo de sensaciones y metáforas 
que muestran una época histórica y la vida de un personaje que está creciendo y debe 
desprenderse de las costumbres y afectos de la niñez. Así pues, el yo se fragmenta y 
confunde, primeramente con el tú del astronauta en una autorreflexión sobre la vida, la 
soledad, el heroísmo y riesgos de caminar por la existencia; en segundo lugar como vehículo 
de información emocional sobre una sociedad caduca y anclada en un pasado remoto e inútil. 
Seguidamente, el yo adquiere una nueva valencia en la búsqueda de la identidad personal 
hasta la autoafirmación del yo del personaje. Por último, el yo testigo de historias 
emocionalmente vinculadas al narrador, expresadas como ejemplo de aquella España de 
finales del los años sesenta, en la cual había personas sencillas que se habían decidido por el 
progreso. 
 
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