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FUHEM ECOSOCIAL Espacio de reflexión, encuentro y debate que analiza las tendencias y los cambios profundos que configuran nuestro tiempo desde una perspectiva crítica y transdisciplinar. https://www.fuhem.es/ECOSOCIAL/ Astrid Agenjo Calderón Economía política feminista SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA Y ECONOMÍA MUNDIAL COLECCIÓN ECONOMÍA INCLUSIVA DISEÑO DE CUBIERTA: PABLO NANCLARES © ASTRID AGENJO CALDERÓN, 2021 © FUHEM ECOSOCIAL AVDA. DE PORTUGAL, 79 POSTERIOR 28001 MADRID TEL. 91 575 21 09 WWW.FUHEM.ES © LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2021 FUENCARRAL, 70 28004 MADRID TEL. 91 532 20 77 WWW.CATARATA.ORG ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA. SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA Y ECONOMÍA MUNDIAL ISBNE: 978-84-1352-203-6 ISBN: 978-84-1352-165-7 DEPÓSITO LEGAL: M-2.712-2021 THEMA: KCP/JBSF11 IMPRESO EN ARTES GRÁFICAS COYVE ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA. https://www.catarata.org/ A Carmen, Luis y Luje, por sostener mi vida. AGRADECIMIENTOS Este libro es una adaptación de parte de mi tesis doctoral defendida en junio de 2019 en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Esta no habría sido posible sin la con�anza, el cuidado y el apoyo incondicional de mi madre Carmen, mi padre Luis y mi hermano Luje, así como del resto de mi familia. Y, por supuesto, gracias a los consejos, al respeto y la con�anza de mis directoras de tesis y maestras Lina Gálvez y Paula Rodríguez, así como del resto de mis compañeras y compañeros del grupo de investigación EcoEcoFem y del Observatorio GEP&DO de la Universidad Pablo de Olavide. Este agradecimiento es extensible a la FUHEM y en especial a Santiago Álvarez-Cantalapiedra y Ángel Martínez González-Tablas, quienes han con�ado en mi obra y han posibilitado que esta publicación vea la luz. Y por supuesto a muchas de las compañeras y maestras de la red de economistas feministas que me han apoyado en este camino desde el inicio. Muy especialmente a Cristina Carrasco y a Amaia Pérez Orozco, quienes han supuesto una continua fuente de inspiración que ha sido clave en mi trayectoria. El agradecimiento más personal va dirigido a todas y cada una de lxs amigxs con quienes he compartido vivencias, afectos, arte y cuidados en la Casa de las Niñas de Sevilla; al colectivo Setas Feministas; y a todas las amigas y amigos de Garbayuela y de tantos lugares que han caminado a mi lado desde niña. Gracias por vuestra complicidad, cariño y profundo respeto. Esta publicación y yo misma seríamos muy distintas si la vida no me hubiera regalado el poder recorrerla junto a vosotrxs. PRÓLOGO Prologar este libro no solo es una gran responsabilidad y satisfacción para mí, es sobre todo un orgullo. No puedo ocultar mi emoción mientras escribo estas palabras, porque conozco la inteligencia, la preparación, la rigurosidad, el trabajo, la entrega, la determinación, la ilusión, la capacidad de superación y el compromiso que hay detrás de estas páginas, las cuales, ya les adelanto, no les defraudarán. Lo sé muy bien porque hace años que llevo viendo crecer todo lo que contienen. Tengo la suerte de prologar este magní�co libro de Astrid Agenjo Calderón porque fui, junto con Paula Rodríguez Modroño, la directora de la tesis doctoral sobre la que está construido. Astrid ha sido una de mis “niñas”, como en Andalucía llamamos —sin ninguna voluntad de infantilizar a las mujeres, pues “niños” llamamos también a los hombres— al grupo de personas que nos acompaña en nuestro día a día. Y el GEP&DO, al que tanto Astrid como Paula, otras compañeras y yo pertenecemos, es eso: un laboratorio de ideas, un lugar de trabajo y un espacio para compartir experiencias, sueños y penas, pero sobre todo un grupo humano formado principalmente por mujeres que quieren cambiar el mundo y hacerlo con cariño y en compañía, alejadas del paradigma neoliberal individualista que se nos impone en todas partes. A la defensa de tesis de Astrid en el verano de 2019 fui acompañada de mi hija Lina, que entonces tenía ocho años y que se sentó en la última �la del aula y se entretuvo con pinturas, libros y aparatos tecnológicos. Aunque la llevé para facilitar la conciliación, también lo hice para esceni�car la centralidad de los cuidados en nuestras vidas y en la economía, y, sobre todo, porque yo estaba embarazada de ella cuando Astrid me propuso dirigir su tesis doctoral. Lina ha estado presente, además, en muchas de las tutorías, crisis, alegrías y luchas de todos estos años, como en la manifestación del 15M, con solo tres meses, y, posteriormente, en la mayor parte de los 8M. La tesis de Astrid tenía el tamaño, la ilusión y el potencial de una niña de ocho años y había requerido el mismo trabajo y el mismo cuidado, ni más ni menos. Recuerdo que nos reímos mucho con esta metáfora durante la celebración posterior a la defensa, midiendo la altura de Lina y calculando cuántas células y cuánta vida pueden crecer al mismo tiempo que nuestras ideas, argumentos, propuestas y luchas. Si comienzo este prólogo con esta anécdota no es porque quiera quitarle protagonismo al libro de Astrid, sino porque creo que el hecho de que su tesis se cociera a fuego lento y tan entrelazada con la vida y con el momento histórico en el que ella la escribió puede verse y olerse, afortunadamente, en las páginas que siguen. Pues si algo tiene de especial este libro es que está lleno de propuestas para la transformación social, sin abandonar en ningún momento un rigor teórico y metodológico que no se improvisan y que demuestran la excepcional madurez intelectual de su autora, a pesar de su juventud. Tampoco traiciona nunca esta obra la humanidad de quien escribe con preparación y genialidad, pero también con humildad. Si el 15M acompañó las primeras investigaciones de Astrid, su conversión en libro ha estado acompañada por otra crisis global, la de la COVID-19. Y esta coincidencia en el tiempo no es baladí, porque, como muy bien señala la propia Astrid, esta crisis no surge de la nada, sino que pone sobre la mesa todas las fallas de un sistema depredador con nuestra naturaleza, desigual, injusto y adulterado, que está vaciando de contenido nuestras democracias. Lo que ha ocurrido con la COVID-19 refuerza una a una todas las tesis, tan trabajadas y bien defendidas, que incluye Astrid en este libro. La actual pandemia es la punta del iceberg de un sistema que no funciona para la mayor parte de las personas ni para nuestro medioambiente. Un sistema devorador de recursos que cada vez esconden más su materialidad en el mundo digital. Un sistema que acelera un cambio climático que está derritiendo la capa de permafrost de los polos y liberando virus de los que no conocemos absolutamente nada y que posiblemente generen nuevas pandemias en el futuro. El con�icto capital-vida que Astrid tan bien desarrolla se ha revelado a la vista de todas y todos en esos riders que pedaleaban por calles desiertas para llevar hamburguesas a los hogares durante el con�namiento; en esas mujeres que, por dos duros, se jugaban su salud y la de todos los suyos, limpiando para eliminar el rastro de un virus que estaba matando a miles de personas y colapsando nuestros sistemas sanitario y económico y nuestras instituciones; en esas personas mayores que han muerto solas y desatendidas en residencias que se gestionan con lógicas �nancieras. Porque seguimos funcionando con ideas económicas zombis, a pesar de las alternativas que, por otra parte, cada vez se escuchan más en instancias de toma de decisiones más elevadas. Economistas como Mariana Mazzucato o Kate Raworth están asesorando a instituciones europeas, intentando modi�car el relato para poder cambiar las instituciones y las herramientas de evaluación política, e insistiendo en que necesitamos otras formas de medir el éxito económico, ya sea individual o empresarial, desde una perspectiva que, en elnivel macro, vaya más allá del PIB y de la sacrosanta idea de crecimiento económico. Pero cuando se trata de cuadrar las cuentas y de establecer las reglas de juego, nada cambia. Por eso son tan necesarias obras como la de Astrid, que presentan una perspectiva alternativa del análisis económico y de nuestra economía. Si la primera parte del libro se centra en las propuestas teóricas de la economía política feminista y el enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida, la segunda aterriza en la economía mundial de nuestro tiempo, los ejes de acumulación, la translimitación ecológica, las revoluciones tecnológicas, la globalización y la �nanciarización, y las crisis subyacentes al modelo capitalista en su versión neoliberal, con especial atención a la de los cuidados. Esta segunda parte del libro, que solo se entiende tras la propuesta teórica rigurosa de la primera parte, es una aportación original y tremendamente valiosa a nuestra comprensión del mundo en el que vivimos y una fuente de herramientas para transformarlo. Esto es especialmente importante para el alumnado de las facultades de Economía, que normalmente aprende una economía al servicio de un sistema y que debe comenzar a mirar los problemas económicos desde otra óptica. Ojalá muchos de ellos apuren sus páginas. Terminaré diciendo que, durante la lectura del libro, he sentido un poco de envidia sana y me he escuchado decirme a mí misma, como a veces me ocurre con ciertas novelas y ensayos: “¡Ojalá lo hubiera escrito yo!”. Sin embargo, estoy más que feliz de que lo haya hecho una discípula mía. Espero que a quienes estéis familiarizados con los debates del feminismo y de la economía feminista os ocurra lo mismo, que os guste tanto que deseéis haberlo escrito. Y a quienes no lo estéis, que encontréis en este libro una guía perfecta para ahondar en la que, sin duda, es la propuesta de transformación social más poderosa que ahora mismo se sirve: la economía política feminista. Enhorabuena, Astrid, conseguiste lo que querías y tanto has perseguido con admirable trabajo y determinación. LINA GÁLVEZ MUÑOZ Sevilla, octubre de 2020 NOTAS SOBRE LA AUTORA Me dijeron: —O te subes al carro o tendrás que empujarlo. Ni me subí ni lo empujé. Me senté en la cuneta y alrededor de mí, a su debido tiempo, brotaron las amapolas. GLORIA FUERTES, 1995 Este poema de Gloria Fuertes simboliza claramente las puertas que el feminismo ha abierto a mi forma de entender la economía como forma de pensamiento, de relación y de acción política. Ha sido un tránsito plagado de dudas, contradicciones e inseguridades, pero también de inmensas alegrías al descubrir que otras formas de pensar y estar en este planeta son posibles, y de satisfacción al corroborar que no estoy en absoluto sola en este camino. Considero que este libro plasma de alguna manera mi propio recorrido personal en el descubrimiento de la economía feminista —que ahora apellido como economía política feminista—. Y haciendo un ejercicio de coherencia epistemológica, considero fundamental situarlo, con objeto de manifestar desde dónde parto a la hora de interpretar y tratar de comprender el mundo que me rodea. En general, considero que mi punto de vista se ha conformado en torno a tres pilares fundamentales: la heterodoxia económica, la teoría feminista y la acción política en el seno del movimiento feminista autónomo y de la casa feminista y comunitaria en la que habito. Pilares que se han ido cimentando a lo largo de esta última década —y sobre los que queda aún mucho por (de)construir—, con varios momentos signi�cativos que me gustaría destacar aquí. Siempre he sido una persona inquieta y con predisposición a la sospecha y al debate, pero podríamos decir que las dudas respecto a mi posicionamiento económico y feminista comenzaron cuando me licencié en Economía. Ello ocurrió el mismo año en el que estalló la Gran Recesión, la cual me sentía incapaz de comprender utilizando las herramientas neoclásicas que me habían enseñado. Y esta frustrante situación hizo que me interesara por otros enfoques heterodoxos, y que buscara aproximarme al entendimiento de las problemáticas reales —y globales— que estaban irrumpiendo con fuerza en los debates cotidianos. De esta forma, en una búsqueda prácticamente intuitiva, accedí al Máster en Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid, cuya orientación estructuralista/marxista conformaría la base de mi visión económica. La primera vez que leí algo referente a la economía feminista fue, de hecho, preparando una tarea para dicho máster, y a partir de ese momento decidí dedicar mi Trabajo Final de Máster a la profundización en esta corriente (que sería publicado más adelante: Agenjo-Calderón, 2011). El asesoramiento del profesorado y de mis compañeros y compañeras de máster fue clave. Pero sin duda, un punto de in�exión central fue conocer a Amaia Pérez Orozco (alumna egresada de dicho posgrado), cuyos consejos me han acompañado a lo largo de esta década, convirtiéndose en una de mis principales referentes teóricas y políticas. En este “despertar” a la economía política feminista hubo otros momentos clave: la realización en el verano de 2009 de un curso de especialización sobre género y desarrollo en la UCM que me aproximó a las problemáticas feministas globales; la participación en las Jornadas Feministas Estatales de Granada de 2009, en las que más de 3.500 mujeres procedentes de los feminismos autónomos pudimos re�exionar colectivamente sobre neoliberalismo, globalización y acción feminista, así como sobre otros temas emergentes que supusieron un claro revulsivo en mi propio posicionamiento feminista; y el siguiente momento, ya en la primavera de 2010, sería la asistencia por primera vez a las Jornadas de economía crítica en Zaragoza, donde pude compartir mis inquietudes en el seno de la economía feminista con estudiantes y profesorado de per�l heterodoxo. Sobre esta base, al terminar el máster decidí dedicarme de lleno al estudio de la economía feminista y me trasladé a Sevilla para realizar el doctorado bajo la dirección de Lina Gálvez y Paula Rodríguez, quienes con�aron en mí desde el principio y me han apoyado personal y profesionalmente en mi trayectoria como docente y como miembro de un grupo de investigación pionero en esta materia: EcoEcoFem. Esta primera incursión académica coincidió con el estallido del movimiento 15M en 2011, en el cual me impliqué intensamente junto con otras compañeras de la denominada Comisión de Feminismos en Sevilla, que luego pasaría a ser el colectivo autónomo Setas Feministas. En dicho colectivo he militado durante los seis años de su existencia y buena parte del desarrollo de esta investigación, lo cual me ha servido para aterrizar el cuestionamiento en abstracto de la ortodoxia neoclásica en su correlato político neoliberal y de lucha antiausteridad. Esta ebullición coincidió también con el inicio de mi convivencia con otras mujeres en la Casa de las Niñas de Sevilla, una casa feminista, comunitaria y asamblearia donde hemos creado una red tupida de afectos desde la que sostenemos nuestras vulnerabilidades, precariedades e inquietudes artísticas diversas, y donde he podido trasladar mis divagaciones teóricas al terreno de lo personal/político y afectivo, creciendo enormemente y aprendiendo que otras formas de habitar el mundo son posibles. En esta década, además, he tenido el privilegio de fundar junto con otras compañeras el Observatorio GEP&DO sobre Género, Economía, Política y Desarrollo, y compartir re�exiones feministas con un gran número de asociaciones, colectivos, ONG, empresas, entidades públicas y sindicatos en todo el territorio español, a partir de la impartición de charlas y talleres que me han permitido crecer y aprender de la diversidad de experiencias y saberes de las personas que he ido conociendo. En general, toda esta teoría y práctica feminista interrelacionada me ha servido tambiénpara ir cuestionando mi propia cotidianeidad, tratando de asumir responsabilidades como mujer privilegiada en el occidente capitalista, pero también politizando la precarización de la vida en esta parte periférica del sur de Europa, y aprendiendo a poner en valor mis propias prácticas de resistencia cotidiana —individual y colectiva—. Me sitúo, por tanto, como una mujer blanca, joven, procedente de una familia nuclear de clase media, que ha tenido la suerte de criarse en Garbayuela, un pequeño pueblo de la Siberia Extremeña, rodeada de naturaleza y tradiciones, y sostenida por lazos familiares y comunitarios ampliamente consolidados. De hecho, mi identidad está muy arraigada a mi pueblo, a sus costumbres y también a sus múltiples contradicciones. Tuve que salir de allí muy joven para poder estudiar y desde entonces he tenido que recorrer muchos kilómetros para formarme y trabajar, pero no he tenido que saltar vallas con concertinas ni echarme al mar en una barcaza, no he tenido que preocuparme por conseguir “papeles” para poder acceder a un empleo o a ciertos derechos sociales, sanidad, educación o justicia. En la actualidad trabajo de forma remunerada en la universidad pública y comparto una casa alquilada en el centro de Sevilla. Nunca me han desahuciado, ni me han exiliado por mis ideas, mi religión, mi orientación sexual o mi raza. En este momento las personas que conforman mis circuitos de intimidad y yo misma gozamos de buena salud y capacidad para el autocuidado y el cuidado mutuo. Y ello me hace disponer de tiempo propio y de calidad para poder leer, estudiar y re�exionar, y también para la militancia, el arte, los quehaceres y los quereres feministas. Y es en este proceso de “autocrítica alegre” en el que me encuentro al escribir este libro. Todo ello en un momento de enorme complejidad durante la crisis global por la COVID-19, contexto que sigue alentando mis ganas de colectivizar, debatir ideas y ampliar la mirada para poder comprender la complejidad e incertidumbre global que nos rodea, y cómo ello se plasma cotidianamente en nuestros cuerpos, nuestras relaciones y en nuestras condiciones de trabajo y de vida. Este libro pretende ser un pasito más en este intento de comprensión. Y también en el camino colectivo de dibujar otros horizontes emancipatorios posibles, el cual empieza, en última instancia, por una misma. INTRODUCCIÓN*1 1. UN MUNDO EN CRISIS La crisis de la COVID-19 ha estallado en el marco de una encrucijada global preexistente, que no solo se venía traduciendo en importantes desafíos ecológicos, socioeconómicos y geopolíticos globales, sino también en de�ciencias institucionales y democráticas fundamentales. Si bien esta pandemia ha supuesto un nuevo y doloroso punto de in�exión, puesto que nos sitúa frente a la emergencia de una catástrofe social sin precedentes en la historia reciente, que ha causado una gran cantidad de pérdidas humanas, materiales, económicas y ambientales, y que ha supuesto una interrupción en el funcionamiento de las sociedades tal y como las conocíamos. Esta crisis no ha surgido de la nada, sino que es la concreción o actualización de condiciones de riesgo preexistentes, resultado de procesos sociales, económicos, políticos, ecológicos de mayor recorrido y amplitud que es necesario desvelar. A este respecto, el presente libro no analiza la actual coyuntura de pandemia, sino que trata de ofrecer una herramienta teórica bajo el paraguas de la economía política feminista y el enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida, que puede ser de utilidad para abordar las de�ciencias estructurales del sistema socioeconómico que han salido a la luz con virulencia en la actual crisis, así como las consecuencias de esta desde un punto de vista diferenciado. Como plantean desde el Observatorio Social del Coronavirus: […] Para encontrar las razones profundas (de esta crisis) hay que observar a través de los eventos para tratar de comprender qué hay debajo del pico del iceberg que nos muestra la crisis sanitaria. Esto implica un esfuerzo por mirar los acontecimientos como auténticos analizadores sociales, es decir, dar visibilidad a objetos y sujetos que tienden a verse excluidos de los marcos consensuales de percepción, reconocer diferentes formas de uso del tiempo y del espacio, así como prestar atención a nuevas y viejas formas de desigualdad que esta crisis deja en descubierto (Merlinsky, 2020: 1). Por ello, uno de los objetivos de este libro es ir a la raíz de procesos preexistentes de explotación, expropiación y dominación que venían ocurriendo en el marco de un sistema socioeconómico que estaba —y que continúa— poniendo en jaque las condiciones para la existencia social. Esto es, tratar de desvelar desde una mirada feminista “los talleres ocultos” del capital (Fraser, 2020) o las condiciones de posibilidad subyacentes de la economía capitalista que ponen constantemente en peligro la “vida vivible” (Butler, 2009). En términos de Fraser, tales talleres ocultos —que aquí denominaremos como dimensiones del “con�icto capital-vida”— harían referencia a “los procesos de reproducción social asimétricos en cuanto al género, a la dinámica racializada de la expropiación, a las formas de dominio político estructuradas por las diferencias de clase y a las ambiciones imperiales, así como a la depredación ecológica sistemática” (ibíd.: 11). Procesos que no son sino “externalidades acumuladas por el funcionamiento parasitario del capital respecto a las infraestructuras sociales y subjetivas […], que ofrecen una visión ampliada de las contradicciones del sistema” (ibíd.: 10-11). Entre las contradicciones más evidentes de este sistema económico es la crisis ecológica producida por la devastación capitalista de los bienes y servicios proporcionados por la naturaleza. En esta obra se abordarán en profundidad las causas y consecuencias del colapso ecológico. Pero lo que nos interesa destacar ahora es que, tal y como muestran las evidencias, el cambio climático, el agotamiento de los recursos, la pérdida de biodiversidad, la erosión del suelo, la deforestación, o la producción masiva de contaminantes, sustancias radiactivas y productos químicos peligrosos suponen un excelente caldo de cultivo para el aumento de epidemias, que, en un contexto de hiperglobalización donde mercancías y personas se desplazan continuamente, pueden convertirse fácilmente en pandemias globales (Morand, 2020). Estas pandemias no afectarán a todas las personas por igual: en prácticamente todo el planeta, son las personas pobres de clase trabajadora quienes sufren las amenazas de la falta de agua o alimentos, quienes viven cerca de las industrias y de vertidos de productos contaminantes, de los vertederos, de zonas con trá�co intenso, y todo tipo de situaciones ambientales de riesgo. Las salidas planteadas para la recuperación de la crisis de la COVID-19 deberán tener en cuenta este tipo de desigualdades ambientales si lo que se persigue es avanzar hacia una transición ecológica que permita proteger la salud y el bienestar de todas las personas, construyendo un futuro saludable, limpio y justo. No se trataría solo de apostar por una transición “verde” de la economía mundial —basada en la buena voluntad individual, algunos impuestos e innovación técnica—, sino que, entre otras medidas urgentes, será clave avanzar de forma inmediata, masiva y sostenida en la descarbonización de la economía, la e�ciencia energética, la protección de la biodiversidad, la economía circular, tratando de generar empleos socialmente necesarios y de calidad, y formas de consumo sostenible en los espacios rural y urbano. Todo lo cual tendría también una incidencia central en la amortiguación de las desigualdades mencionadas. Por otro lado, esta pandemia está sacando a la luz las consecuencias de una contradicción clave del sistema económico y que es frecuentemente olvidada por los análisis de la economía política: la crisis de reproducción social y de cuidados preexistente. Paraabordarla nos situaremos en el contexto de la Unión Europea y del Estado español desde el cual se escribe este libro, acudiendo necesariamente al análisis de las políticas neoliberales de las últimas décadas y su impacto sobre mercados, Estados, hogares y redes sociales y comunitarias. En primer lugar, es necesario señalar las medidas de�acionarias y la “�exibilización” de los mercados de trabajo impuestas desde el inicio de la integración europea, las cuales han ido obstaculizando la consecución de la autonomía vía trabajo asalariado, erosionando a su vez el poder de la mano de obra, aumentando el desempleo y el subempleo. Esta erosión de la fuerza de trabajo ha agravado la disminución de ingresos en el Estado (vía �scal) y fundamentalmente en los hogares (por la reducción de salarios), dando paso a un incremento de la informalización y del endeudamiento como estrategias de supervivencia en el seno de los hogares. En segundo lugar, y en relación al rol del Estado, con la nueva forma de “Estado neoliberal” (muy distinto al Estado benefactor del periodo del fordismo), sus funciones se han orientado en un sentido muy determinado: erosionando progresivamente las instituciones que promovieron la equidad en el pasado, como la negociación colectiva o la �scalidad progresiva; desregulando el mercado laboral y promoviendo la pérdida de poder adquisitivo de los salarios; desregulando la protección social y ambiental y los derechos de la ciudadanía; amputando capacidades a las instituciones públicas para manejar la economía; y reregulando los negocios de las grandes corporaciones, garantizando el margen de maniobra de grandes capitales transnacionales. La última etapa “poscrisis” (en relación con la Gran Recesión iniciada en 2008) habría supuesto una vuelta de tuerca a estas políticas neoliberales: en concreto, la nueva gobernanza económica europea puesta en marcha se fundamentó sobre la intensi�cación de la austeridad como única opción político-económica, defendiéndose la existencia de un vínculo automático entre la recuperación mercantil y la posterior consecución de los medios necesarios para el bienestar de la población. Si bien tras este discurso se escondían nuevas medidas de�acionarias y recortes sociales que han provocado un incremento de la desigualdad y la pobreza, construyendo un imaginario de escasez que ha fomentado los mecanismos de exclusión y que ha canalizado el malestar social en su eslabón más débil (las personas migrantes, extranjeras o simplemente las “otras”). Es decir, la austeridad ha introducido un nuevo componente moralizador que responsabiliza y culpabiliza a la ciudadanía de la situación de endeudamiento (Gálvez, 2013; Lombardo y León, 2015), eximiendo así a las élites políticas y económicas responsables del expolio. En semejante contexto de austeridad, se ha producido un aumento de la precariedad y una creciente explotación de las formas marginales de trabajo feminizado (remunerado y no remunerado), puesto que han sido los hogares, y en ellos las mujeres, los que han asumido de forma privatizada las responsabilidades sobre el bien-estar de la población. Es decir, las mujeres, con los recursos privadamente disponibles, han sido el contrapunto funcional para que las políticas estabilizadoras de la UE fueran viables, absorbiendo los costes del ajuste y los recortes del gasto público mediante su trabajo no remunerado, resolviendo la reproducción cotidiana de la vida con la sobreexplotación de su tiempo y su trabajo, con mayor incidencia en los hogares de menores rentas. No obstante, en este contexto también hay quienes han interpretado las estrategias de supervivencia feminizadas desde una óptica “posfeminista neoliberal”, a partir de “representaciones femeninas más positivas y sugerentes, discursos que alaban la heroicidad cotidiana de las mujeres, encubren una nueva y ambivalente mística de la feminidad en la cual la celebración del empoderamiento de las mujeres convive con una evidente reinvención y revitalización de las desigualdades de género” (Martínez-Jiménez, 2017: 652). Han sido muchas las especialistas que han analizado la especial incidencia que las políticas de austeridad en Europa han tenido sobre las mujeres y la igualdad de género (Antonopoulos, 2009; Harcourt, 2009; Elson, 2010, 2014; Gálvez y Torres, 2010; Agenjo-Calderón, 2011; Ezquerra, 2011, 2012, 2013, 2014; Michalitsch, 2011; Pearson y Sweetman, 2011; Gálvez, 2013, 2014, 2016; Gálvez y Rodríguez, 2011, 2012, 2013, 2015a, 2015b; Addabbo, Rodríguez y Gálvez, 2013; Bettio et al., 2013; Karamessini y Rubery, 2014; Lombardo y León, 2014; Rubery, 2014, 2015; Villa y Smith, 2014; Kantola y Lombardo, 2017, entre otras), las cuales suponen a su vez un input fundamental para analizar los efectos de la crisis actual. Ya que la crisis de la COVID-19 ha vuelto a poner sobre la mesa que son las mujeres quienes están a la cabeza de la organización social del cuidado debido a su doble rol como cuidadoras primarias en los hogares (por la división sexual del trabajo imperante) y como principales empleadas en los sectores asociados al cuidado (debido a la segregación ocupacional existente), lo cual implica una intensi�cación de su tiempo de trabajo y, a su vez, una mayor exposición al virus, entre otros elementos. Existe una gran cantidad de investigaciones feministas en marcha que están tratando precisamente de desvelar estos impactos diferenciados en mujeres y hombres, cruzando a su vez el análisis con otros ejes de jerarquización social como son la clase, la raza, la nacionalidad, el origen rural/urbano o la discapacidad, entre muchos otros (Alon et al., 2020; Bahn, Cohen y Van der Meulen Rodgers, 2020; Branicki, 2020; D’Ignazio y Klein, 2020; Hupkau y Petrongolo, 2020; Mezzadri, 2020; Power, 2020). Si bien, como señalábamos, en el presente libro no profundizaremos en estos análisis, sino que lo que nos interesa destacar es que es en este contexto de crisis ecológica, de reproducción social y “de representación, inseguridad y sostenibilidad” (Runyan y Peterson, 2014: 3) en el que emerge la pandemia global. Y por tanto, es clave recalcar que el parasitismo del capital respecto al uso de los ecosistemas, del trabajo de cuidados no remunerado de muchas mujeres en los hogares o del trabajo altamente precarizado de sujetos racializados venía ocurriendo mucho antes del estallido de la COVID-19. No obstante, es evidente que dicha crisis supone una penosa vuelta de tuerca adicional, la cual potenciará viejas fracturas sociales y generará otras nuevas, pero también puede ser leída como una oportunidad para generar nuevas y necesarias gramáticas de lucha feminista, ecologista y antirracista (Fraser, 2020). 2. LOS FEMINISMOS ANTE LA ENCRUCIJADA GLOBAL: UNA CUARTA OLA EN FORMACIÓN Para afrontar los escenarios de incertidumbre e inestabilidad que emergerán tras esta pandemia, así como los “nuevos paisajes de explotación, expropiación y dominación” (ibíd.: 11), necesitaremos un planteamiento renovado que pueda aclarar las nuevas con�guraciones de la crisis sistémica y civilizatoria, así como las nuevas fracturas sociales que surgirán y también las nuevas formas de lucha y alianzas posibles. Y aquí el movimiento feminista tendrá un papel crucial, igual que lo ha tenido de cara al recrudecimiento neoliberal ocurrido tras la Gran Recesión. Tal y como plantea Brown (2017), el neoliberalismo que se había rearticulado y fortalecido tras la Gran Recesión ha actuado en esta década como una suerte de “racionalidad rectora”, caracterizada por una “economización” más intensa de cada dimensión de la vida, lo cual no se re�ere a la mercantilización (o monetarización) de todas y cada una de las esferas y prácticas cotidianas, sino a la diseminación del modelo de mercado y la con�guración de los seres humanos “como actores del mercado, siempre, solamente y en todos los lados, como Homo economicus” (ibíd.: 36). Esto es, se ha producido una economización de la conducta humana y la multiplicación de la empresarialidad desde el interior delcuerpo social (ibíd.), lo cual justi�ca con criterios de mercado la acumulación de riqueza en cada vez menos manos y la precarización del resto, esto es, la polarización social y la desigualdad. Además, tras la Gran Recesión, este neoliberalismo ha adoptado una nueva forma desacomplejada y sin trabas (Pisarello, 2011, 2014) bajo formaciones simbólico-culturales cada vez más reaccionarias, a partir de una concepción reduccionista de la libertad y del orden, de la comunidad y de la pertenencia, la cual se ha ido acoplando al sentido común de la sociedad. Todo ello se ha venido traduciendo en formas diversi�cadas de explotación, discriminación y dominación a través del discurso del “sálvese quien pueda”, así como en un implacable retroceso social y una inquietante oleada neofascista de miedo y odio: el neoliberalismo “ya no seduce (o intenta seducir), ahora se impone” (Pérez-Orozco, 2017: 71). Es decir, desde su origen, el neoliberalismo se ha impuesto mediante el uso doble de la seducción y la violencia; así, si en las décadas pasadas habría predominado la estrategia seductora (mediante la consolidación del nexo capacidad de consumo-calidad de vida, unido al reconocimiento parcial de derechos individuales), tras la crisis el peso se estaría deslizando fuertemente hacia el ejercicio de la violencia y el control (ibíd.). Son esas manifestaciones las que llevan a algunos autores y autoras a hablar del “carácter fascista del neoliberalismo” (Villalobos, 2018) a la hora de describir los discursos “liberacionistas” (ibíd.) que lo siguen entendiendo como un régimen descentrado, libertario, capaz de dar mayor autonomía a los individuos y a sus deseos, a partir de un individualismo posesivo como dogma irrenunciable. Desde estos discursos se de�ende que cualquier restricción impuesta a la libre iniciativa tendría efectos negativos en el plano político y económico; o que el bien común no puede ser un criterio limitante de la libre iniciativa, sino el resultado fortuito de la búsqueda individual de ganancias y riquezas. Ello ha producido también una “desdemocratización global, un implacable retroceso social y una inquietante regresión antidemocrática” (Fernández, 2018: 9), debido a la progresiva subordinación de la política al poder económico bajo automatismos como la deuda y el ajuste estructural — como en el caso de la Unión Europea—. Los métodos para lograr este vaciamiento democrático son variados, como el control de la opinión pública por parte de los medios de comunicación masivos (dominados por sociedades de capital) que tienden más a reforzar los prejuicios de cada cual que a generar una verdadera cultura de debate democrático; o la amplia determinación de la política por el �nanciamiento de las elecciones (Hinkelammert, 2018). Y es en dicho contexto en el cual emerge una oleada de fuerzas reaccionarias que pueden poner en peligro conquistas sociales y políticas que deberían ser irreversibles. Como plantea Recio (2018), esta ofensiva no es un simple retorno del fascismo clásico, pero tiene con él muchos elementos en común: la demagogia de presentarse como una fuerza antisistema y practicar las políticas más radicales del establishment; el fomento del miedo a la invasión, al “bárbaro” que viene de fuera, al deterioro de los servicios públicos y una clara hostilidad antiintelectual. A ello habría que añadir un reforzamiento de los mecanismos de control más directo y explícito de los cuerpos, de la sexualidad y de la vida de las mujeres, unido también a un desprestigio de la propia lucha feminista caricaturizándola como una “ideología de género” o, por el contrario, apropiándosela y rellenando los discursos igualitarios de signi�cantes vacíos para legitimar estos nuevos escenarios de neoliberalización. No obstante, frente a esta oleada reaccionaria, el movimiento feminista se está rearticulado con nuevas herramientas y conexiones planetarias2. Es decir, nos encontramos en un nuevo momento histórico del feminismo —que algunas autoras denominan una cuarta ola3—, aunque con una identidad en construcción y todavía no de�nida. De hecho, en el contexto europeo podemos observar, al menos, tres grandes tendencias: Por un lado, encontraríamos dicho feminismo neoliberal despolitizado y despolitizante (Martínez y Burgueño, 2019), un “feminismo corporativo liberal” en términos de Fraser (2019), que estaría poniendo el énfasis en la meritocracia y en los derechos individualizados aislados para legitimarse, pero que generalmente suele reducirse a una recreación de los privilegios de un sector minoritario de mujeres de clases acomodadas que se limitan a romper los techos de cristal en el ámbito laboral y político, abandonando la crítica y la militancia colectiva. Por otro lado, encontraríamos un feminismo de tradición moderna (y radical), en el sentido de que entiende que la sexualidad y la reproducción son el corazón de la subordinación de las mujeres (Cobo, 2020) y que continúa basándose en una noción fuerte del sujeto feminista (“las mujeres”). Se trataría asimismo de un feminismo cali�cado por muchas autoras como “punitivista” (Segato, 2018; Skulj, 2020), en el sentido de que convierte la respuesta penal en una poderosa herramienta para proteger los derechos de ese sujeto fuerte y, en concreto, de visibilización y pedagogía contra la violencia de género en general y la trata sexual en particular. De ahí que abandere batallas especí�cas como la abolición de la prostitución o en contra de las leyes de identidad de género. Por último, la tercera vertiente feminista a la que nos vamos a referir (entendiendo que existe una enorme pluralidad y multitud de matices en las tres vertientes señaladas) es aquella que podríamos considerar como más popular, comunitaria e interseccional, y que precisamente estaría tratando de desestabilizar la noción “hegemónica, lisa y universalizante” (Skulj, 2020: 1) del sujeto del feminismo. Esto es, un “feminismo del 99%” —tal y como reza el mani�esto elaborado por Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser (2019)— que estaría sirviendo de altavoz y fomentando las alianzas de mujeres con una situación vital, demandas y necesidades adicionales a las establecidas por la cultura y el discurso dominantes, prestando especial atención a las “otras” comúnmente silenciadas: las mujeres migradas, las racializadas, las trans, las marginadas, las excluidas, las precarias, etc. Se trata de un feminismo que entiende que hay múltiples condicionantes estructurales que se imponen a la mayoría de las mujeres fuera de su voluntad y heredadas del pasado, que reproducen relaciones de explotación y presión también entre mujeres (Martínez y Burgueño, 2019). Un feminismo que estaría invitando a “cuestionar esa mirada desclasada y cándida respecto de las relaciones de las mujeres —con diferentes expresiones de género(s) y de sexualidad— con el poder punitivo estatal” (Skulj, 2020: 1), al tiempo que recupera el interés por las cuestiones redistributivas y por las preocupaciones medioambientales en un contexto de encrucijada capitalista global, buscando con�uencias con otros movimientos sociales anticapitalistas. Como plantea Fraser (2019: 1): Eso le da un aura completamente diferente frente al feminismo corporativo liberal que ha estado centrado en permitir a algunas mujeres escalar a posiciones altas mientras subcontratan su trabajo doméstico y de cuidados a mujeres migrantes o racializadas mal pagadas. Ahora este feminismo incorpora también a estas trabajadoras en su centro y en su primera línea, así que es muy diferente, se opera desde asuntos diferentes y apela a más sectores de la población. Su composición en términos de clase es diferente, no hablamos solo de mujeres privilegiadas, sino de cualquier persona afectada por la austeridad, preocupada por la educación pública o por la sanidad de calidad […]. No hay un sujeto universal abstracto del feminismo, hay todos estos tipos de mujeres ocupando diferentes posiciones, en lugares diferentes con intereses y necesidades diferentes. Y un movimientopara el 99% debería representarlas a todas […]. Centrarse solo en las mujeres blancas cis heterosexuales de clase media [es] volver a un sujeto restringido […]. No queremos volver al pasado. En el presente libro consideramos que este feminismo del 99% estaría fortaleciendo una perspectiva sistémica que permite clari�car las virtualidades y las carencias del actual modelo capitalista de organización económica y social, rompiendo la tendencia a la individualización de las consecuencias que ello tiene sobre la vida de las mujeres, descubriendo así nuevas formas de solidaridad social y reactivando la promesa emancipatoria de los feminismos. Tomando como ejemplo el Estado español, consideramos que este vendría representado, por ejemplo, por el movimiento de las Kellys (presentado en 2016 con objeto de digni�car el trabajo de las camareras de piso); las organizaciones feministas de empleadas de hogar como Territorio Doméstico (que se conformó en Madrid en 2006 como un espacio de encuentro, cuidado y lucha de mujeres, la mayoría migrantes, por el reconocimiento de los derechos en el empleo del hogar y la valoración del trabajo de cuidados); los colectivos feministas proderechos para las trabajadoras sexuales, como el Colectivo de Prostitutas de Sevilla (nacido en 2017 con el �n de luchar por el reconocimiento de la naturaleza laboral del trabajo sexual y la aplicación del Estatuto de los Trabajadores y otras normas que garantizan los derechos de las prostitutas que deciden serlo); Feministas por los derechos de las personas trans; los colectivos de mujeres rurales feministas como el Foro Feminista Rural Rocío Eslava en Málaga, Mujeres Feministas del Oriente de Asturias, o el colectivo feminista comarcal La Siberia Empoderada, en Badajoz (cuyo reto es dar visibilidad a las mujeres de los pueblos en el marco de la denominada “España vaciada”); los movimientos de trabajadoras del campo como las Jornaleras de Huelva en Lucha (cuyo objetivo es una lucha conjunta que derribe fronteras y las barreras de odio que intentan imponer hacia quienes llegan desde otros países); los múltiples colectivos feministas agroecológicos por las soberanías alimentarias; el movimiento feminista romaní (cuyo objetivo es la liberación de los prejuicios y estereotipos sobre la etnia y cultura gitanas); el movimiento feminista de las mujeres con discapacidad. No exento de contradicciones y con�ictos, consideramos que este feminismo del 99% se expresaría ya en las Jornadas Feministas Estatales de Granada de 2009, en las que los derechos de las trabajadoras sexuales, la despatologización trans, el colonialismo, las políticas migratorias, el medioambiente y los cuidados ocuparon el centro de ponencias, debates y reivindicaciones. Desde entonces, esta parte del movimiento feminista español habría tratado de forjar un feminismo no identitario y basado en las alianzas; un feminismo no punitivo, plural, autónomo y radical, que también se expresaría en muchas de las comisiones feministas del 15M en 2011, y que estaría visibilizándose también en las huelgas del 8 de marzo convocadas desde 2017. Por ejemplo, tal y como rezaba el mani�esto del 8M en Madrid en 2019: Con la fuerza colectiva hemos ido abriendo espacios y consiguiendo algunos cambios, pero no todos ni para todas. Nuestras vidas siguen marcadas por las desigualdades, por las violencias machistas, por la precariedad, por procesos de exclusión derivados de nuestros empleos, la expulsión de nuestras viviendas, el racismo, por la no corresponsabilidad ni de los hombres ni del Estado en los trabajos de cuidados […]. Sabemos que las posibilidades para participar en la huelga son distintas para cada una de nosotras, pues estamos atravesadas por desigualdades y precariedades que nos sitúan en lugares muy diversos frente al trabajo asalariado, los cuidados, el consumo, el ejercicio de nuestros derechos, la participación ciudadana según nuestra procedencia, la clase, la “raza”, la situación migratoria, la edad, la orientación sexual, la identidad de género y las distintas habilidades. Por eso la huelga feminista es una propuesta abierta en la que todas podemos encontrar una forma de participar. Como señalábamos, consideramos que un aspecto diferenciador de este feminismo del 99% respecto a otros con los que convive sería el renovado interés por la crítica sistémica y global, articulándose frente a las lógicas subyacentes de dominio, explotación y expolio, y las contradicciones intrínsecas al buen funcionamiento de los circuitos globales de acumulación, las cuales destruyen los ecosistemas y constriñen el establecimiento de las condiciones de posibilidad de una vida digna, fomentando el redimensionamiento reaccionario de la desigualdad de género. Entendemos, por tanto, que dicho feminismo se articula sobre lo que aquí denominaremos como el “con�icto capital-vida” (Picchio, 2001; Pérez- Orozco, 2006, 2014; Carrasco, 2011), a partir del cual se trata de reconectar las luchas contra el sometimiento personalizado por el heteropatriarcado racista, con las críticas a un sistema económico capitalista que, bajo las promesas de (neo)liberación, ha sustituido un modo de dominio por otro (Fraser, 2019). En este sentido, se habla de un 99% atravesado por condiciones de exclusión (género, raza, etnia, origen, orientación sexual e identidad de género), pero con objetivos materiales de carácter universal como la redistribución de renta y poder o la lucha contra la división sexual del trabajo (Alabao et al., 2018), y donde ha de negociarse continuamente sobre las cuestiones del poder y la diferencia. Asimismo, y siguiendo con el ejemplo del Estado español, consideramos que el mayor interés de estos feminismos por las cuestiones redistributivas también ha coadyuvado a la expansión y visibilidad de la economía feminista (EF) como corriente de pensamiento y acción más allá de los entornos académicos. A nuestro parecer, ello se ha debido tanto al alto componente crítico de esta corriente —en torno al enfoque de la sostenibilidad de la vida, los efectos desiguales de la crisis o los ajustes neoliberales— como a las propuestas políticas que se han planteado en el marco de la lucha antiausteridad o ante la crisis ecológica. De este modo, consideramos que ello ha devenido en una democratización y politización de la EF a partir de unos discursos y prácticas que hacen estallar las fronteras de lo estrictamente académico, siendo también enunciada por sujetos habitualmente excluidos tanto de la economía como de la política, y plasmada en prácticas que trascienden lo habitualmente entendido como “económico”4. Por tanto, es en el contexto de dicho feminismo del 99% y de su crítica sistémica en el que se enmarca esta obra, y el que justi�ca también nuestras razones para la recuperación de la expresión “economía política feminista” —procedente del feminismo marxista y radical de la segunda ola del feminismo5—, utilizándola para de�nir una subcorriente particular en el seno de la EF. Según señala Fraser (2009), estas feministas radicales y socialistas se negaban a identi�car en exclusiva la injusticia con la mala distribución entre clases sociales, y abrieron el restrictivo imaginario economicista al politizar “lo personal” y la vida cotidiana, incluyendo asuntos como las tareas domésticas, la reproducción, la sexualidad o la violencia contra las mujeres. Asimismo, fraguaron una mirada interseccional, expandiendo los ejes que podían albergar injusticias (no solo la clase, también la raza, la sexualidad, la nacionalidad, etc.). En suma, ampliaron el concepto de injusticia para abarcar tanto las desigualdades económicas como las jerarquías de estatus y asimetrías de poder político, gestando la idea de que la subordinación de las mujeres era sistémica y se basaba en las estructuras profundas de la sociedad (ibíd.). A este respecto, se entendía que para superar esta subordinación no era su�ciente con promover la plena incorporación a la sociedad capitalista como asalariadas, sino que hacía falta una transformaciónsistémica de dicha sociedad capitalista y de los valores que la estructuran. A partir de estas consideraciones, el objetivo al recuperar la expresión “economía política feminista” es visibilizar un componente político explícito de cuestionamiento no solo de la disciplina económica, sino también del funcionamiento del sistema económico capitalista y sus conexiones con el “sistema de dominación múltiple” (Valdés, 2009) desde un punto de vista feminista, ecologista y antirracista. 3. LA NECESIDAD DE UNA ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA Partiendo de estas cuestiones iniciales, el primer objetivo que nos marcamos en este libro es explorar en profundidad las características de la economía política feminista (EPF) como una subcorriente en el seno de la economía feminista (EF)6, tratando de aportar una signi�cación propia en la que enmarcar lo que denominaremos como “enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida”. El segundo objetivo es aplicar este esquema teórico al estudio de varias tendencias estructurales de la economía mundial, tratando de comprender el escenario de complejidad e incertidumbre por el que esta atravesaba ya antes del estallido de la crisis sanitaria y económica de 2020. Ambos objetivos de�nen la estructura de la obra. Así, en la primera parte, y partiendo de una sistematización de la literatura especializada, caracterizaremos la EPF por una metodología “rupturista” (Pérez-Orozco, 2006), por una vocación pluralista (Molero, 2016; De la Villa y Molero, 2017), y por un posicionamiento heterodoxo “en sentido fuerte” (Guerrero, 2002). Es decir, una EPF crítica con la ciencia económica neoclásica dominante, tratando de trascender la visión sesgada, dicotómica y jerarquizada de la economía a la que esta ha dado lugar, y situando la vida y las relaciones de poder en el centro de atención teórico y político; una EPF que, a su vez, es crítica con las corrientes heterodoxas androcéntricas, y que pone también en tela de juicio los propios sesgos antropocéntricos y eurocéntricos de ciertas miradas económicas feministas, en un ejercicio de (auto)crítica y de reconocimiento de la parcialidad de la propia visión. Y, por último, una EPF crítica con el sistema económico que la economía convencional apuntala, el cual es capitalista, heteropatriarcal y racista. En concreto, se aportarán una rede�nición de la actividad económica centrada en la “sostenibilidad de la vida” y una representación ampliada del funcionamiento del sistema económico capitalista (SEC), a partir de relaciones a nivel macro, meso y micro. Y partiendo de esta representación multinivel, se buscará desvelar el “con�icto capital-vida” que estructura el SEC, el cual hace referencia a su “contradicción sociorreproductiva” (Fraser, 2020: 74), esto es, al con�icto estructural existente entre los procesos de valorización y acumulación de capital, y los procesos de reproducción social y de sostenimiento de la mayoría de las vidas en condiciones de justicia y equidad. Una vez de�nido este con�icto en abstracto, trataremos de identi�car algunas de sus diferentes manifestaciones en el seno de la economía mundial antes del estallido de la crisis de la COVID-19. Para ello será fundamental abordar el debate sobre la caracterización de la fase actual del SEC, y aportar un esquema de estudio de las relaciones económicas que se producen en el espacio mundial. Concretamente se interrelacionará la representación multinivel de los procesos de sostenibilidad de la vida con una serie de vínculos, actores (o espacios de reestructuración) y unidades territoriales concretas (Álvarez-Cantalapiedra et al., 2017), atendiendo a dos dimensiones generalmente invisibilizadas por los análisis antropocéntricos y androcéntricos de la economía política internacional/global/mundial: la dimensión física del planeta y los ecosistemas, y el ámbito en el que tienen lugar la reproducción y mantenimiento de la vida. A partir de este esquema, la segunda parte del libro tendrá como objetivo avanzar en una lectura feminista de un conjunto de tendencias profundas de la economía mundial previas a la crisis de la COVID-19, desde una sistematización de la literatura especializada. Para la identi�cación de estas tendencias partiremos de la propuesta enunciada por Martínez González- Tablas (2007a, 2007b, 2008) en torno a las “fuerzas estructurantes” de la economía de nuestro tiempo, aunque con algunos matices e incorporaciones. Estudiaremos las siguientes: 1) la exigencia imperativa del colapso ecológico; 2) el paso de la quinta a la sexta revolución tecnológica; 3) el proceso de globalización económica realmente existente; 4) la expansión y crisis de la �nanciarización de la economía; 5) la emergencia de la economía global del cuidado; y 6) la globalización política y la reestructuración del sistema internacional. Consideramos que de la combinación de estas fuerzas surgen el mundo que nos rodea y las principales contradicciones que lo atraviesan. En este sentido, el análisis no pretende quedarse solo en el impacto de género de estas dinámicas; esto es, entendemos que es una condición necesaria examinar las consecuencias de las reformas macroeconómicas o de las dinámicas de los distintos mercados globales sobre las relaciones de género, el empoderamiento y los derechos de las mujeres, así como estudiar el feedback entre las decisiones y los resultados macroeconómicos y las diferentes políticas económicas y sociales basadas en el género (y cómo ambas vertientes se in�uyen entre sí). Pero consideramos que es necesario además mantener una actitud de sospecha respecto a las lógicas subyacentes y las contradicciones intrínsecas al buen funcionamiento de los circuitos globales de acumulación, las cuales no se reducen simplemente a la explotación de la fuerza de trabajo, sino que de�nen la propia concepción del tiempo, el espacio o el signi�cado mismo de la (buena) vida. A este respecto, prestaremos especial atención a ciertas lógicas de dominio, explotación y expolio que, en el marco de estas tendencias globales, constriñen el establecimiento de las condiciones de posibilidad de una vida digna y fomentan el redimensionamiento reaccionario de la desigualdad de género. Por último, el libro �nalizará con un conjunto de re�exiones sobre las subjetividades cómplices y las resistencias posibles, a la luz de distintas propuestas feministas y ecologistas que vienen planteando posibles horizontes emancipatorios en el marco de dicho con�icto. 4. LA MIRADA SOBRE LA SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA La justi�cación para tratar de profundizar de forma especí�ca en un enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida radica en una serie motivos centrales que exponemos a continuación: En primer lugar, consideramos que esta re�exión teórica es un ejemplo concreto de la convergencia en la ruptura metodológica que, como veremos, ha tenido lugar en el seno de la propia EF en los últimos años, aunque con un componente político más explícito de cuestionamiento del sistema capitalista, heteropatriarcal y racista. En segundo lugar, este enfoque parte de un punto de vista inclusivo y plural que permite abrir diálogos con otras corrientes heterodoxas, no solo en relación con la rede�nición de la economía, sino también respecto a la representación ampliada del sistema económico capitalista y el con�icto estructural capital-vida que lo atraviesa. A este respecto, se retoma la propuesta coral presentada por Álvarez-Cantalapiedra, Barceló, Carpintero, Carrasco, Martínez González-Tablas, Recio y Roca (2012), la cual busca proponer una serie de puntos comunes entre corrientes para la construcción de una “economía inclusiva” o un “paradigma sistémico de la economía” (ibíd.: 280-281); esto es, un marco interpretativo general “que permita a todas las perspectivas especí�cas partir de él y crear vías de diálogo entre sí, evitando a�rmaciones excluyentes y negacionistas de todo lo que no son las posiciones derivadas de las propias perspectivas” (ibíd.: 280); adicionalmente, apuntan a la necesidad de: Adentrarseen análisis parciales que profundicen en lo concreto, que resulte abarcable. Es imprescindible atreverse a hacerlo para no quedar atrapados en a�rmaciones y razonamientos genéricos y poco operativos. Resituar los resultados de los análisis parciales en el marco general, reinterpretándolos a partir de su ubicación en él y promoviendo su conocimiento y asimilación abierta por las otras perspectivas (ibíd.: 286). El objetivo de este libro es precisamente adentrarnos en el análisis parcial que plantean las propuestas feministas en torno a la sostenibilidad de la vida (SV), estableciendo el género como categoría teórica central y un posicionamiento político explícito de confrontación con la organización capitalista heteropatriarcal y racista. Estamos de acuerdo en que es imprescindible atreverse a hacer este tipo de ejercicios “para no quedar atrapados en a�rmaciones y razonamientos genéricos y poco operativos” (ibíd.: 286). No obstante, somos conscientes de que, ante este reto de enorme calado, esta obra es solo una incipiente aproximación. En tercer lugar, el interés en hacer énfasis en el enfoque de la SV radica también en que es una propuesta que se viene desarrollando especí�camente en el contexto hispanohablante de las últimas dos décadas. Obviamente esta se alimenta de la literatura —fundamentalmente anglosajona— en el seno de la EF a lo largo de su historia, pero nos interesa ahondar en las particularidades que se proponen también desde otros lugares de enunciación. El hecho de ponerlo de relieve obedece tanto a las posibilidades de re�exión profunda que ofrece el idioma común como al hecho de trascender de algún modo el sesgo “gringocéntrico” (Quintín, 2007: 3) de la EF, el cual ha tenido importantes implicaciones de cara a la escasa incidencia de los análisis producidos en contextos no anglosajones. Como apunta Esquivel (2012a: 14): [La EF es] un campo de conocimiento que “dialoga” en inglés, y en el que las agendas de investigación y políticas suelen estar muy determinadas por la procedencia de quienes participan en él (tanto de países centrales como de países menos desarrollados angloparlantes, lo que implica una menor presencia de africanas francoparlantes y de latinoamericanas hispano y lusoparlantes) […] [aunque] nos reconocemos tributarias de los conceptos desarrollados en países centrales (tanto en economía como en economía feminista), no queremos reproducir la división del trabajo intelectual que ubica la producción teórica en los países centrales y el “estudio de caso” en la periferia (ibíd.: 25). También León (2009: 14) sintetiza estas ideas con las siguientes palabras: “La producción teórica se concentra en el Norte y es consumida en el Sur, donde se busca instrumentalizarla y aplicarla”. Aunque también es evidente que en los últimos años en el seno de la EF se está produciendo, no solo una mayor apertura a referencias de otros contextos geográ�cos (asiáticos, africanos o latinoamericanos), sino que, como veremos, también se están cuestionando los propios sesgos eurocéntricos de la EF —véase, por ejemplo, Quiroga (2014); Aguinaga et al. (2017)— o los propios sesgos urbanocéntricos que se producen tanto en el Norte como en el Sur Global (Faria, 2009). A este respecto, y, en cuarto lugar, el hecho de poner de relieve el enfoque de la SV camina también con este propósito de seguir ampliando los horizontes geográ�cos de la EF y visibilizando a otras autoras. Dicho enfoque está particularmente asentado en el contexto español (lo cual no quiere decir que todas las autoras españolas se identi�quen con ello), pero lo cierto es que se ha observado un incremento de las investigaciones al respecto en la última década7. También se percibe su consolidación en los discursos y acciones del movimiento feminista español (véase, por ejemplo, el mani�esto de la primera huelga del 8 de marzo en 2018), de las entidades de la economía social y solidaria (REAS, 2014), el tercer sector8, o incluso el programa de ciertos partidos políticos, auge que consideramos ha coincidido también con la necesidad de enfoques que explicaran las consecuencias de la crisis de forma más integral y humana, y plantearan una forma diferente de organizar el sistema económico. Al respecto de la crisis de la última década, el hecho de resaltar el punto de in�exión que esta ha supuesto de cara a favorecer ciertos discursos más rupturistas y críticos, consideramos enlaza con las tesis de Nancy Fraser (2015) en cuanto a la necesidad de recuperar el interés feminista por las cuestiones de redistribución económica en un contexto de encrucijada global9. Con ello no pretendemos anclar la re�exión en el debate reconocimiento/redistribución, o redirigirlo sobre cuál debería ser la prioridad de cara a la emancipación colectiva; sino evaluar el nuevo proyecto político-económico desde una perspectiva sistémica que permita clari�car las virtualidades y las carencias de este modelo de organización social. Y ello se vincula con nuestra quinta motivación, ya que esta última cuestión es la que nos conduce a explorar las posibilidades de un enfoque que cuestione el funcionamiento del capitalismo en su conjunto y las dinámicas de la economía mundial en particular, en un contexto de incertidumbre en el cual parecen haber cambiado tanto las respuestas como las preguntas (Sousa Santos, 2006; Dubois, 2014). Insistimos en que es crucial aprovechar este momento de crisis sistémica y civilizatoria para caminar hacia un proyecto feminista crítico-transformador en clave de justicia y equidad, que reclame una comprensión del feminismo como “teoría crítica del poder y no una teoría neoliberal de la preferencia individual” (De Miguel, 2015), repensando la complejidad de los itinerarios de las transiciones hacia lo previsible, lo necesario y lo deseable. Ello es decisivo en el marco de un nuevo hito histórico del feminismo que, como decíamos anteriormente, vendría gestándose precisamente al amparo de la sociedad global del siglo XXI, y que puede suponer un momento clave para romper la tendencia a la individualización de las consecuencias de la economía globalizada, para descubrir nuevas formas de solidaridad social y para reactivar la promesa emancipatoria de los feminismos en general y de la EF en particular. En suma, apostamos por una EPF “resurgente” (Fraser, 2015) que recupere la radicalidad inherente a toda lucha por la igualdad y abogue por un cambio sistémico de la sociedad en su conjunto. Y aquí las miradas feministas en torno a la SV tienen una potencialidad excepcional, tanto por lo que creemos es su reinterpretación de las problemáticas globales en el marco del con�icto capital-vida como por las propuestas en torno a los nuevos escenarios posibles. PARTE I CAPÍTULO 1 HACIA UNA ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA 1. PUNTO DE PARTIDA: DIFERENCIAS ENTRE ORTODOXIA Y HETERODOXIA ECONÓMICA La pretendida génesis de la tradición económica como práctica social, política y re�exiva occidental tiene su origen en la Grecia clásica (siglos V y IV a. C.). De hecho, el término que ha llegado a nuestros días proviene de esta época: etimológicamente procede del griego oikonomia, palabra compuesta procedente del sustantivo oikos y del verbo nemo, que hacía referencia a la buena administración de la hacienda, de lo doméstico, que era donde se producía, no solo lo necesario para la supervivencia cotidiana, sino incluso el adiestramiento militar y los excedentes con que se pagaba la participación en la vida pública (Durán, 2000)10. En los siglos posteriores, las ideas económicas estarían fuertemente in�uenciadas por los teólogos, �lósofos y juristas escolásticos (fundamentalmente desde los siglos XI al XV), quienes se aproximaban a los asuntos económicos con un enfoque normativo (Casey, 2015) y también profundamente patriarcal. Si bien, según Naredo (2003), el “surgimiento” o emergencia de la economía como ciencia tendría lugar en el momento histórico de desplazamiento ideológico general a la modernidad, y a partir de las posteriores transformaciones producidascon la Revolución Industrial y la transición al capitalismo liberal como nuevo orden socioeconómico emergente. Ello dio lugar a que el comportamiento económico pasara a ser considerado como una materia de interés en sí misma, y apareciera la economía como una disciplina autónoma, separada de la moral y de la política, asociada a la creación de esa materia (Schumpeter, 1954). Los aspectos especí�cos de la emergencia de la economía como ciencia y el cambio de valores que ello conllevó fueron la separación de lo económico y lo político, apareciendo lo económico como dominio particular y autónomo en el proyecto cientí�co; una mayor valoración de la riqueza mobiliaria (compuesta de dinero y bienes) sobre la inmobiliaria (especialmente tierras); y la prelación de las relaciones económicas sobre las relaciones sociales (Dumont, 1982; Molero, 2010). Y será sobre la base de estos principios sobre la cual se asentarán los presupuestos y concepciones fundamentales de las visiones dominantes, a saber: la racionalidad optimizadora basada en la separación entre medios y �nes; la concepción de una relación sujeto-objeto respecto a la naturaleza, que estará mediada por el trabajo; el establecimiento del interés económico como guía de comportamiento en unas sociedades articuladas en torno al funcionamiento (regulado o no) del mercado; y, consiguientemente, la imposición del crecimiento como objetivo último y del proceso de acumulación de capital como principio universal de evolución social, “encubriendo púdicamente las destrucciones y servidumbres que de ella se derivaban” (Naredo, 2003: 14). Por tanto, progresivamente el concepto de economía va a ir perdiendo toda la noción amplia del origen griego oikosnomia (la gestión del oikos, de “lo doméstico”), pasando a la delimitación clásica en torno al análisis de la producción, distribución, acumulación y circulación del producto (y el acrecentamiento de la riqueza, en estrecha relación con la extensión de la empresa capitalista y de la propiedad burguesa); hasta llegar a la noción neoclásica actual, según la cual la economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano como relación entre los �nes dados y los medios escasos que tienen aplicaciones alternativas (Robbins, 1932), centrando la atención en los procesos del mercado como principal mecanismo para la asignación y distribución de tales recursos escasos, y para proporcionar estabilidad y crecimiento (entendiendo el resto de instituciones sociales, políticas y económicas como dadas) (Landreth y Colander, 2006). Esta visión dominante actual se basa a su vez en un paradigma positivista cuyos supuestos epistemológicos básicos serían: la existencia de un mundo real exterior, objetivo que es independiente de los individuos que lo observan; la consideración de que el conocimiento de ese mundo puede conseguirse de un modo empírico mediante métodos y procedimientos adecuados, libres de juicios de valor; y la a�rmación de que el conocimiento obtenido es, por tanto, objetivo, medible y capaz de cuanti�car los fenómenos observables que son susceptibles de análisis matemáticos y de control experimental. Estos pilares y principios básicos no habrían cambiado sustancialmente desde los inicios de la escuela marginalista en 1870 (Landreth y Colander, 2006), de ahí que, pese a la fragmentación y diversidad de enfoques existentes en la actualidad11, sí sea posible hablar de un “paradigma neoclásico” o de una “ortodoxia económica”. Y, por ende, también es posible hablar de una “heterodoxia económica”, entendiendo que esta puede de�nirse tanto en términos negativos (delimitando su contenido por oposición a la visión dominante) como en términos positivos (tratando de detallar la especi�cidad de las diversas corrientes que la componen) (Guerrero, 2002; Molero, 2016). Desde una óptica “en negativo”, las miradas heterodoxas plantean que la de�nición neoclásica de la economía es una falacia, en el sentido de que difumina los propios contornos del objeto de la disciplina, convirtiéndola en una mera técnica o caja de herramientas encerrada en un estrecho marco conceptual, asociado únicamente a lo que ocurre en el espacio mercantil- monetario, y a partir del principio liberal del laissez faire. Asimismo, se plantea que el conjunto de premisas de las que parten los modelos ortodoxos se basa, por un lado, en sujetos descorporalizados, despersonalizados y despolitizados que no permiten adentrarse en el comportamiento real de los seres humanos; y, por otro, los fenómenos sociales se categorizan en variables dependientes e independientes entre las que se establecen relaciones estadísticas de causalidad, a partir de su control o manipulación; es decir, que lo social pasa a ser visto como otro dominio de las causas y efectos que se dan entre objetos externos al sujeto investigador. Estas premisas permiten expresar los fenómenos económicos en forma de leyes o generalizaciones universales, lo cual pone de mani�esto el interés dominador de la realidad con el �n de conocer los mecanismos que organizan la sociedad y poder controlar, desde la lógica, el funcionamiento de esta. Un interés que, en última instancia, radicaría en legitimar el statu quo: “Decir que una teoría o una hipótesis fue aceptada en base a métodos objetivos no nos permite decir que es verdadera, sino, más bien, que re�eja el consenso, críticamente logrado, de la comunidad cientí�ca” (Longino, 1990: 79). May (1996: 78) va más allá cuando a�rma que “la hegemonía de la economía ortodoxa es más bien el resultado de la utilidad de la economía en la racionalización de una cierta distribución de la riqueza en la sociedad”, al igual que Amin (2001: 146), que la cali�ca como una “paraciencia” al servicio de los intereses dominantes: [la economía neoclásica] es un instrumento al servicio del capital dominante, la pantalla tras la cual este puede ocultar sus verdaderos objetivos [...] La economía pura puede movilizar a su servicio matemáticos a�cionados como la parapsicología lo hace con los psicólogos. Ya que no es importante que lo que demuestra sea justo —lo importante es que justi�que la tesis que desea imponer—, entonces qué importa que la demostración sea irreprochable o no (ibíd.) En este libro consideramos que este tipo de delimitación entre ortodoxia y heterodoxia, en términos de oposición, establece una clara línea de separación entre el núcleo y el margen de la disciplina económica (Nelson, 1996)12, lo cual, como apuntan Jo y Todorova (2015), frecuentemente sugiere que la economía heterodoxa es inferior a la convencional. Asimismo, estas demarcaciones en términos “negativos” imponen ciertas limitaciones a la hora de detallar el objeto de la heterodoxia en su amplia diversidad, ya que esta no supone simplemente una oposición a la corriente principal, o una forma de segregar del conjunto de la disciplina a las y los economistas, sino que tiene un contenido propio. Y, por último, carece de una comprensión de las distintas corrientes críticas en su contexto histórico, ya que estas han cambiado a lo largo de los años y “su desarrollo futuro está abierto en la medida en que continuemos el proceso de construcción de una teoría y sus instituciones” (ibíd.: 220). A este respecto, hay autoras y autores que reivindican otros términos “en positivo”, tratando de de�nir a la heterodoxia por su contenido propio (Molero, 2016). Aquí encontramos términos como “economía política”, “economía heterodoxa”, “economía crítica”, “economía (política) radical” o “economía posclásica”, aunque con connotaciones distintas que abordaremos brevemente a continuación. En primer lugar, en relación con la denominación “economía política”, esta procede de la economía clásica13, aunque en la actualidad se utiliza también como sinónimo de heterodoxia. Así lo plantea, por ejemplo, Coq (2005), quien considera pertinente diferenciar la “economía política” de la “ciencia económica” desde un punto de vista pragmático: En un caso (ciencia económica), se estudian los mecanismos de producción e intercambio,en un mundo de variables esencialmente monetarias (costes y precios, básicamente), de�nidas por la misma teoría encargada de modelizar la realidad. En el otro (economía política), más que nada se estudian las dinámicas de crecimiento y acumulación de capital a largo plazo, entendiendo estos procesos como dinámicas multidimensionales en las que intervienen una gran cantidad de factores (humanos, culturales, de dotación de recursos, de posición en la división internacional del trabajo, políticos, etc.). Por tanto, la forma de de�nir el campo de estudio es distinta. Pero más diferentes son todavía los métodos. En un caso, se emplean casi exclusivamente métodos cuantitativos y muy especialmente métodos econométricos. En el otro, el análisis tiene un componente cualitativo importante, por mucho que realmente se encuentre fuertemente sustentado en cifras (ibíd.: 22). No obstante, esta no es la expresión más utilizada en la literatura, sino que es más común encontrar la denominación “economía heterodoxa” — fundamentalmente en el mundo anglosajón— (Lawson, 2003, 2006; Dequech, 2008; Lee, 2008, 2009, 2012a; Lee y Lavoie, 2012; Jo, 2011; Dobusch y Kapeller, 2012; Jo y Lee, 2015; Jo y Todorova, 2015) o la expresión “economía crítica”, más utilizada en el contexto español (existiendo una asociación y una revista con dicho nombre). Respecto a esta última, según Molero (2016) y Ruiz-Villaverde (2016), alberga a todas las corrientes críticas, tanto con el funcionamiento del capitalismo como con el análisis ortodoxo del mismo, y partiendo de un punto de vista desde ciertos grupos, clases o sectores sociales que no están representados en la literatura económica —es decir, corrientes heterodoxas en “sentido fuerte” (Guerrero, 2002)—. Su �n último es construir una visión alternativa a la corriente económica dominante, basándose en preceptos que contradicen radicalmente los principales postulados de esta. Ello la diferencia de la “crítica de la economía”, la cual, según estos mismos autores, estaría conformada por todas las críticas (realizadas en la mayoría de los casos desde otras ciencias sociales) a la instauración de la economía como un ámbito de estudio separado del resto de la sociedad, aunque ello no suponga la construcción de un modelo alternativo en sí mismo (Molero, 2016; Ruiz- Villaverde, 2016). Otra acepción utilizada, fundamentalmente en los ámbitos marxistas, es la de “economía radical”. Este término se vincula principalmente con el enfoque de las y los economistas estadounidenses asociados en la URPE y a su revista Review of Radical Political Economics, pero, como señala Guerrero (2002), también es frecuente encontrarlo en un sentido más amplio, como sinónimo de economía crítica (con base en los criterios que mencionábamos anteriormente). Según este autor, la economía radical aparece ligada a la teoría del valor trabajo, y concretamente a la �gura de Marx, diferenciando varios enfoques: el denominado “enfoque del excedente” o de la “reproducción”, el “enfoque marxista”, y la “teoría laboral del valor” (ibíd.). Otra de las denominaciones que podíamos encontrar, fundamentalmente en la literatura poskeynesiana, es la referida a la “economía posclásica” (Henry, 1982; Lavoie, 1992a, 1992b), la cual, según estos autores, aglutinaría exclusivamente a los enfoques poskeynesianos, neoricardianos, marxistas radicales e institucionalistas. Lavoie (1992b: 231) planteaba que esta selección de enfoques se debía a que “mantienen las mismas creencias metafísicas previas a los elementos que constituyen el núcleo duro de sus teorías respectivas”; asimismo, señala este autor, tienen en común el realismo y el organicismo frente al instrumentalismo e individualismo característicos del programa neoclásico; y desde un punto de vista más técnico, les une la racionalidad del procedimiento y la producción frente a la racionalidad sustantiva y el intercambio neoclásicos. Sawyer (1989), por su parte, se refería a esta misma combinación de escuelas de pensamiento como “economía política radical”, denominación también utilizada por Barceló (2001), aunque, en su caso, ampliada también a otras escuelas de pensamiento. De hecho, para Barceló (ibíd.: 111), esta denominación “no denota un conjunto bien per�lado de autores e ideas, con lindes precisas, sino que recubre un territorio extenso ocupado por tribus que se oponen a las doctrinas convencionales. Un amplio campo en el que coexisten (con variados grados de buena vecindad o de animadversión) distintas escuelas y subescuelas” entre las cuales, además de las cuatro anteriores, incluye también a la economía feminista y la economía ecológica. Estamos de acuerdo con Barceló al señalar los rasgos comunes a todas estas corrientes: por un lado, el igualitarismo como principio ideológico básico y matizado por una serie de derechos humanos que han ido emergiendo a través de la evolución de las civilizaciones; y, por otro, los siguientes principios teóricos: el realismo en oposición al formalismo y al instrumentalismo; el sistemismo en oposición al individualismo metodológico y epistemológico, entendiendo a las sociedades como objetos complejos en los que las redes de relaciones desempeñan papeles decisivos y van modi�cando los propios constituyentes mientras describen trayectorias históricas de�nidas; el papel medular de la producción y, aún más, de la reproducción social (el cimiento ontológico no son las preferencias individuales, sino la primacía concedida a las condiciones de la producción y la reproducción de las sociedades); y la racionalidad limitada, puesto que se ahonda en los límites y las servidumbres del comportamiento racional, denunciando que la racionalidad que se supone en los modelos neoclásicos tiene poco que ver con el comportamiento efectivo de los seres humanos, con sus estrategias dinámicas, las vacilaciones entre metapreferencias, las pautas adaptadas a las circunstancias, en suma, con las variadas combinaciones de información parcial, incertidumbre, rutinas y cálculo. Obviamente, según Barceló (2001), los asuntos realzados por este conjunto de corrientes —poskeynesianas, neoricardianas, marxistas radicales, institucionalistas, feministas y ecológicas— varían según el ángulo de visión, el nivel de abstracción y la escala temporal de referencia de cada una de ellas. Y será, en función de los hechos concretos que se quieran explicar (por ejemplo, la generación y reparto del excedente, las variables distributivas, las estructuras de poder económico en la empresa y en cada sector, la dinámica económica, las interconexiones con otros ámbitos de la realidad social como los ecosistemas, la reproducción humana, la psicología, la politología, la cultura o la ideología), lo que lleve a que se utilicen distintos modelos teóricos y marcos interpretativos. En los textos de García-Quero y Ruiz-Villaverde (2016) y Agenjo-Calderón et al. (2017) puede verse una introducción a estas corrientes heterodoxas, las cuales parten de otra base epistemológica y metodológica, y entienden que el �n del conocimiento no debería ser la descripción explicativa-controladora de la realidad, sino una comprensión-interpretación de esta y/o un conocimiento que conduzca a la transformación social. No obstante, pese al desarrollo y profundización de las distintas corrientes de la economía crítica, lo cierto es que, progresivamente, el “núcleo duro” de la profesión se ha ido desplazando a un universo ortodoxo cada vez más desconectado, no ya de la economía llamada “real”, sino incluso de la propia economía abstracta o teórica, a partir de una autocon�anza plena en sus aproximaciones econométricas a la realidad. Y ello ha tenido como resultado que la economía neoclásica se haya convertido en una poderosa fuerza transformadora, ya que no solo describe una realidad externa abstracta, sino que también hace que suceda difundiendo sus consejos y herramientas, los cuales se incrustan en los procesos económicos de la vida real, y pasan a formar parte del equipo que los actores económicos y la ciudadanía
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