Logo Studenta

Agenjo, A Economia politica feminista

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

FUHEM ECOSOCIAL
Espacio de reflexión, encuentro y debate que analiza las tendencias y los
cambios profundos que configuran nuestro tiempo desde una perspectiva
crítica y transdisciplinar.
https://www.fuhem.es/ECOSOCIAL/
Astrid Agenjo Calderón
Economía política feminista
SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA Y ECONOMÍA MUNDIAL
COLECCIÓN ECONOMÍA INCLUSIVA
DISEÑO DE CUBIERTA: PABLO NANCLARES
© ASTRID AGENJO CALDERÓN, 2021
© FUHEM ECOSOCIAL
AVDA. DE PORTUGAL, 79 POSTERIOR
28001 MADRID
TEL. 91 575 21 09
WWW.FUHEM.ES
© LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2021
FUENCARRAL, 70
28004 MADRID
TEL. 91 532 20 77
WWW.CATARATA.ORG
ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA.
SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA Y ECONOMÍA MUNDIAL
ISBNE: 978-84-1352-203-6
ISBN: 978-84-1352-165-7
DEPÓSITO LEGAL: M-2.712-2021
THEMA: KCP/JBSF11
IMPRESO EN ARTES GRÁFICAS COYVE
ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN
ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.
https://www.catarata.org/
A Carmen, Luis y Luje, por sostener mi vida.
AGRADECIMIENTOS
Este libro es una adaptación de parte de mi tesis doctoral defendida en
junio de 2019 en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Esta no habría
sido posible sin la con�anza, el cuidado y el apoyo incondicional de mi
madre Carmen, mi padre Luis y mi hermano Luje, así como del resto de mi
familia. Y, por supuesto, gracias a los consejos, al respeto y la con�anza de
mis directoras de tesis y maestras Lina Gálvez y Paula Rodríguez, así como
del resto de mis compañeras y compañeros del grupo de investigación
EcoEcoFem y del Observatorio GEP&DO de la Universidad Pablo de
Olavide. Este agradecimiento es extensible a la FUHEM y en especial a
Santiago Álvarez-Cantalapiedra y Ángel Martínez González-Tablas, quienes
han con�ado en mi obra y han posibilitado que esta publicación vea la luz.
Y por supuesto a muchas de las compañeras y maestras de la red de
economistas feministas que me han apoyado en este camino desde el inicio.
Muy especialmente a Cristina Carrasco y a Amaia Pérez Orozco, quienes
han supuesto una continua fuente de inspiración que ha sido clave en mi
trayectoria.
El agradecimiento más personal va dirigido a todas y cada una de lxs
amigxs con quienes he compartido vivencias, afectos, arte y cuidados en la
Casa de las Niñas de Sevilla; al colectivo Setas Feministas; y a todas las
amigas y amigos de Garbayuela y de tantos lugares que han caminado a mi
lado desde niña. Gracias por vuestra complicidad, cariño y profundo
respeto. Esta publicación y yo misma seríamos muy distintas si la vida no
me hubiera regalado el poder recorrerla junto a vosotrxs.
PRÓLOGO
Prologar este libro no solo es una gran responsabilidad y satisfacción para
mí, es sobre todo un orgullo. No puedo ocultar mi emoción mientras escribo
estas palabras, porque conozco la inteligencia, la preparación, la
rigurosidad, el trabajo, la entrega, la determinación, la ilusión, la capacidad
de superación y el compromiso que hay detrás de estas páginas, las cuales,
ya les adelanto, no les defraudarán. Lo sé muy bien porque hace años que
llevo viendo crecer todo lo que contienen. Tengo la suerte de prologar este
magní�co libro de Astrid Agenjo Calderón porque fui, junto con Paula
Rodríguez Modroño, la directora de la tesis doctoral sobre la que está
construido. Astrid ha sido una de mis “niñas”, como en Andalucía llamamos
—sin ninguna voluntad de infantilizar a las mujeres, pues “niños” llamamos
también a los hombres— al grupo de personas que nos acompaña en nuestro
día a día. Y el GEP&DO, al que tanto Astrid como Paula, otras compañeras y
yo pertenecemos, es eso: un laboratorio de ideas, un lugar de trabajo y un
espacio para compartir experiencias, sueños y penas, pero sobre todo un
grupo humano formado principalmente por mujeres que quieren cambiar el
mundo y hacerlo con cariño y en compañía, alejadas del paradigma
neoliberal individualista que se nos impone en todas partes.
A la defensa de tesis de Astrid en el verano de 2019 fui acompañada de
mi hija Lina, que entonces tenía ocho años y que se sentó en la última �la
del aula y se entretuvo con pinturas, libros y aparatos tecnológicos. Aunque
la llevé para facilitar la conciliación, también lo hice para esceni�car la
centralidad de los cuidados en nuestras vidas y en la economía, y, sobre
todo, porque yo estaba embarazada de ella cuando Astrid me propuso dirigir
su tesis doctoral. Lina ha estado presente, además, en muchas de las
tutorías, crisis, alegrías y luchas de todos estos años, como en la
manifestación del 15M, con solo tres meses, y, posteriormente, en la mayor
parte de los 8M. La tesis de Astrid tenía el tamaño, la ilusión y el potencial
de una niña de ocho años y había requerido el mismo trabajo y el mismo
cuidado, ni más ni menos. Recuerdo que nos reímos mucho con esta
metáfora durante la celebración posterior a la defensa, midiendo la altura de
Lina y calculando cuántas células y cuánta vida pueden crecer al mismo
tiempo que nuestras ideas, argumentos, propuestas y luchas.
Si comienzo este prólogo con esta anécdota no es porque quiera quitarle
protagonismo al libro de Astrid, sino porque creo que el hecho de que su
tesis se cociera a fuego lento y tan entrelazada con la vida y con el momento
histórico en el que ella la escribió puede verse y olerse, afortunadamente,
en las páginas que siguen. Pues si algo tiene de especial este libro es que
está lleno de propuestas para la transformación social, sin abandonar en
ningún momento un rigor teórico y metodológico que no se improvisan y que
demuestran la excepcional madurez intelectual de su autora, a pesar de su
juventud. Tampoco traiciona nunca esta obra la humanidad de quien escribe
con preparación y genialidad, pero también con humildad.
Si el 15M acompañó las primeras investigaciones de Astrid, su
conversión en libro ha estado acompañada por otra crisis global, la de la
COVID-19. Y esta coincidencia en el tiempo no es baladí, porque, como muy
bien señala la propia Astrid, esta crisis no surge de la nada, sino que pone
sobre la mesa todas las fallas de un sistema depredador con nuestra
naturaleza, desigual, injusto y adulterado, que está vaciando de contenido
nuestras democracias. Lo que ha ocurrido con la COVID-19 refuerza una a
una todas las tesis, tan trabajadas y bien defendidas, que incluye Astrid en
este libro. La actual pandemia es la punta del iceberg de un sistema que no
funciona para la mayor parte de las personas ni para nuestro
medioambiente. Un sistema devorador de recursos que cada vez esconden
más su materialidad en el mundo digital. Un sistema que acelera un cambio
climático que está derritiendo la capa de permafrost de los polos y liberando
virus de los que no conocemos absolutamente nada y que posiblemente
generen nuevas pandemias en el futuro.
El con�icto capital-vida que Astrid tan bien desarrolla se ha revelado a la
vista de todas y todos en esos riders que pedaleaban por calles desiertas
para llevar hamburguesas a los hogares durante el con�namiento; en esas
mujeres que, por dos duros, se jugaban su salud y la de todos los suyos,
limpiando para eliminar el rastro de un virus que estaba matando a miles de
personas y colapsando nuestros sistemas sanitario y económico y nuestras
instituciones; en esas personas mayores que han muerto solas y
desatendidas en residencias que se gestionan con lógicas �nancieras.
Porque seguimos funcionando con ideas económicas zombis, a pesar de
las alternativas que, por otra parte, cada vez se escuchan más en instancias
de toma de decisiones más elevadas. Economistas como Mariana Mazzucato
o Kate Raworth están asesorando a instituciones europeas, intentando
modi�car el relato para poder cambiar las instituciones y las herramientas
de evaluación política, e insistiendo en que necesitamos otras formas de
medir el éxito económico, ya sea individual o empresarial, desde una
perspectiva que, en elnivel macro, vaya más allá del PIB y de la sacrosanta
idea de crecimiento económico. Pero cuando se trata de cuadrar las cuentas
y de establecer las reglas de juego, nada cambia.
Por eso son tan necesarias obras como la de Astrid, que presentan una
perspectiva alternativa del análisis económico y de nuestra economía. Si la
primera parte del libro se centra en las propuestas teóricas de la economía
política feminista y el enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida, la
segunda aterriza en la economía mundial de nuestro tiempo, los ejes de
acumulación, la translimitación ecológica, las revoluciones tecnológicas, la
globalización y la �nanciarización, y las crisis subyacentes al modelo
capitalista en su versión neoliberal, con especial atención a la de los
cuidados. Esta segunda parte del libro, que solo se entiende tras la
propuesta teórica rigurosa de la primera parte, es una aportación original y
tremendamente valiosa a nuestra comprensión del mundo en el que vivimos
y una fuente de herramientas para transformarlo. Esto es especialmente
importante para el alumnado de las facultades de Economía, que
normalmente aprende una economía al servicio de un sistema y que debe
comenzar a mirar los problemas económicos desde otra óptica. Ojalá muchos
de ellos apuren sus páginas.
Terminaré diciendo que, durante la lectura del libro, he sentido un poco
de envidia sana y me he escuchado decirme a mí misma, como a veces me
ocurre con ciertas novelas y ensayos: “¡Ojalá lo hubiera escrito yo!”. Sin
embargo, estoy más que feliz de que lo haya hecho una discípula mía.
Espero que a quienes estéis familiarizados con los debates del feminismo y
de la economía feminista os ocurra lo mismo, que os guste tanto que deseéis
haberlo escrito. Y a quienes no lo estéis, que encontréis en este libro una
guía perfecta para ahondar en la que, sin duda, es la propuesta de
transformación social más poderosa que ahora mismo se sirve: la economía
política feminista. Enhorabuena, Astrid, conseguiste lo que querías y tanto
has perseguido con admirable trabajo y determinación.
LINA GÁLVEZ MUÑOZ
Sevilla, octubre de 2020
NOTAS SOBRE LA AUTORA
Me dijeron:
—O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
GLORIA FUERTES, 1995
Este poema de Gloria Fuertes simboliza claramente las puertas que el
feminismo ha abierto a mi forma de entender la economía como forma de
pensamiento, de relación y de acción política. Ha sido un tránsito plagado
de dudas, contradicciones e inseguridades, pero también de inmensas
alegrías al descubrir que otras formas de pensar y estar en este planeta son
posibles, y de satisfacción al corroborar que no estoy en absoluto sola en
este camino.
Considero que este libro plasma de alguna manera mi propio recorrido
personal en el descubrimiento de la economía feminista —que ahora
apellido como economía política feminista—. Y haciendo un ejercicio de
coherencia epistemológica, considero fundamental situarlo, con objeto de
manifestar desde dónde parto a la hora de interpretar y tratar de comprender
el mundo que me rodea. En general, considero que mi punto de vista se ha
conformado en torno a tres pilares fundamentales: la heterodoxia económica,
la teoría feminista y la acción política en el seno del movimiento feminista
autónomo y de la casa feminista y comunitaria en la que habito. Pilares que
se han ido cimentando a lo largo de esta última década —y sobre los que
queda aún mucho por (de)construir—, con varios momentos signi�cativos
que me gustaría destacar aquí.
Siempre he sido una persona inquieta y con predisposición a la sospecha
y al debate, pero podríamos decir que las dudas respecto a mi
posicionamiento económico y feminista comenzaron cuando me licencié en
Economía. Ello ocurrió el mismo año en el que estalló la Gran Recesión, la
cual me sentía incapaz de comprender utilizando las herramientas
neoclásicas que me habían enseñado. Y esta frustrante situación hizo que
me interesara por otros enfoques heterodoxos, y que buscara aproximarme al
entendimiento de las problemáticas reales —y globales— que estaban
irrumpiendo con fuerza en los debates cotidianos. De esta forma, en una
búsqueda prácticamente intuitiva, accedí al Máster en Economía
Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid, cuya
orientación estructuralista/marxista conformaría la base de mi visión
económica. La primera vez que leí algo referente a la economía feminista
fue, de hecho, preparando una tarea para dicho máster, y a partir de ese
momento decidí dedicar mi Trabajo Final de Máster a la profundización en
esta corriente (que sería publicado más adelante: Agenjo-Calderón, 2011).
El asesoramiento del profesorado y de mis compañeros y compañeras de
máster fue clave. Pero sin duda, un punto de in�exión central fue conocer a
Amaia Pérez Orozco (alumna egresada de dicho posgrado), cuyos consejos
me han acompañado a lo largo de esta década, convirtiéndose en una de mis
principales referentes teóricas y políticas. En este “despertar” a la
economía política feminista hubo otros momentos clave: la realización en el
verano de 2009 de un curso de especialización sobre género y desarrollo en
la UCM que me aproximó a las problemáticas feministas globales; la
participación en las Jornadas Feministas Estatales de Granada de 2009, en
las que más de 3.500 mujeres procedentes de los feminismos autónomos
pudimos re�exionar colectivamente sobre neoliberalismo, globalización y
acción feminista, así como sobre otros temas emergentes que supusieron un
claro revulsivo en mi propio posicionamiento feminista; y el siguiente
momento, ya en la primavera de 2010, sería la asistencia por primera vez a
las Jornadas de economía crítica en Zaragoza, donde pude compartir mis
inquietudes en el seno de la economía feminista con estudiantes y
profesorado de per�l heterodoxo.
Sobre esta base, al terminar el máster decidí dedicarme de lleno al
estudio de la economía feminista y me trasladé a Sevilla para realizar el
doctorado bajo la dirección de Lina Gálvez y Paula Rodríguez, quienes
con�aron en mí desde el principio y me han apoyado personal y
profesionalmente en mi trayectoria como docente y como miembro de un
grupo de investigación pionero en esta materia: EcoEcoFem. Esta primera
incursión académica coincidió con el estallido del movimiento 15M en
2011, en el cual me impliqué intensamente junto con otras compañeras de la
denominada Comisión de Feminismos en Sevilla, que luego pasaría a ser el
colectivo autónomo Setas Feministas. En dicho colectivo he militado
durante los seis años de su existencia y buena parte del desarrollo de esta
investigación, lo cual me ha servido para aterrizar el cuestionamiento en
abstracto de la ortodoxia neoclásica en su correlato político neoliberal y de
lucha antiausteridad. Esta ebullición coincidió también con el inicio de mi
convivencia con otras mujeres en la Casa de las Niñas de Sevilla, una casa
feminista, comunitaria y asamblearia donde hemos creado una red tupida de
afectos desde la que sostenemos nuestras vulnerabilidades, precariedades e
inquietudes artísticas diversas, y donde he podido trasladar mis
divagaciones teóricas al terreno de lo personal/político y afectivo, creciendo
enormemente y aprendiendo que otras formas de habitar el mundo son
posibles.
En esta década, además, he tenido el privilegio de fundar junto con otras
compañeras el Observatorio GEP&DO sobre Género, Economía, Política y
Desarrollo, y compartir re�exiones feministas con un gran número de
asociaciones, colectivos, ONG, empresas, entidades públicas y sindicatos en
todo el territorio español, a partir de la impartición de charlas y talleres que
me han permitido crecer y aprender de la diversidad de experiencias y
saberes de las personas que he ido conociendo.
En general, toda esta teoría y práctica feminista interrelacionada me ha
servido tambiénpara ir cuestionando mi propia cotidianeidad, tratando de
asumir responsabilidades como mujer privilegiada en el occidente
capitalista, pero también politizando la precarización de la vida en esta
parte periférica del sur de Europa, y aprendiendo a poner en valor mis
propias prácticas de resistencia cotidiana —individual y colectiva—. Me
sitúo, por tanto, como una mujer blanca, joven, procedente de una familia
nuclear de clase media, que ha tenido la suerte de criarse en Garbayuela, un
pequeño pueblo de la Siberia Extremeña, rodeada de naturaleza y
tradiciones, y sostenida por lazos familiares y comunitarios ampliamente
consolidados. De hecho, mi identidad está muy arraigada a mi pueblo, a sus
costumbres y también a sus múltiples contradicciones. Tuve que salir de allí
muy joven para poder estudiar y desde entonces he tenido que recorrer
muchos kilómetros para formarme y trabajar, pero no he tenido que saltar
vallas con concertinas ni echarme al mar en una barcaza, no he tenido que
preocuparme por conseguir “papeles” para poder acceder a un empleo o a
ciertos derechos sociales, sanidad, educación o justicia. En la actualidad
trabajo de forma remunerada en la universidad pública y comparto una casa
alquilada en el centro de Sevilla. Nunca me han desahuciado, ni me han
exiliado por mis ideas, mi religión, mi orientación sexual o mi raza. En este
momento las personas que conforman mis circuitos de intimidad y yo misma
gozamos de buena salud y capacidad para el autocuidado y el cuidado
mutuo. Y ello me hace disponer de tiempo propio y de calidad para poder
leer, estudiar y re�exionar, y también para la militancia, el arte, los
quehaceres y los quereres feministas.
Y es en este proceso de “autocrítica alegre” en el que me encuentro al
escribir este libro. Todo ello en un momento de enorme complejidad durante
la crisis global por la COVID-19, contexto que sigue alentando mis ganas de
colectivizar, debatir ideas y ampliar la mirada para poder comprender la
complejidad e incertidumbre global que nos rodea, y cómo ello se plasma
cotidianamente en nuestros cuerpos, nuestras relaciones y en nuestras
condiciones de trabajo y de vida. Este libro pretende ser un pasito más en
este intento de comprensión. Y también en el camino colectivo de dibujar
otros horizontes emancipatorios posibles, el cual empieza, en última
instancia, por una misma.
INTRODUCCIÓN*1
1. UN MUNDO EN CRISIS
La crisis de la COVID-19 ha estallado en el marco de una encrucijada
global preexistente, que no solo se venía traduciendo en importantes
desafíos ecológicos, socioeconómicos y geopolíticos globales, sino también
en de�ciencias institucionales y democráticas fundamentales. Si bien esta
pandemia ha supuesto un nuevo y doloroso punto de in�exión, puesto que
nos sitúa frente a la emergencia de una catástrofe social sin precedentes en
la historia reciente, que ha causado una gran cantidad de pérdidas humanas,
materiales, económicas y ambientales, y que ha supuesto una interrupción
en el funcionamiento de las sociedades tal y como las conocíamos.
Esta crisis no ha surgido de la nada, sino que es la concreción o
actualización de condiciones de riesgo preexistentes, resultado de procesos
sociales, económicos, políticos, ecológicos de mayor recorrido y amplitud
que es necesario desvelar. A este respecto, el presente libro no analiza la
actual coyuntura de pandemia, sino que trata de ofrecer una herramienta
teórica bajo el paraguas de la economía política feminista y el enfoque
sistémico de la sostenibilidad de la vida, que puede ser de utilidad para
abordar las de�ciencias estructurales del sistema socioeconómico que han
salido a la luz con virulencia en la actual crisis, así como las consecuencias
de esta desde un punto de vista diferenciado. Como plantean desde el
Observatorio Social del Coronavirus:
[…] Para encontrar las razones profundas (de esta crisis) hay que observar a través de los eventos
para tratar de comprender qué hay debajo del pico del iceberg que nos muestra la crisis sanitaria.
Esto implica un esfuerzo por mirar los acontecimientos como auténticos analizadores sociales, es
decir, dar visibilidad a objetos y sujetos que tienden a verse excluidos de los marcos consensuales
de percepción, reconocer diferentes formas de uso del tiempo y del espacio, así como prestar
atención a nuevas y viejas formas de desigualdad que esta crisis deja en descubierto (Merlinsky,
2020: 1).
Por ello, uno de los objetivos de este libro es ir a la raíz de procesos
preexistentes de explotación, expropiación y dominación que venían
ocurriendo en el marco de un sistema socioeconómico que estaba —y que
continúa— poniendo en jaque las condiciones para la existencia social.
Esto es, tratar de desvelar desde una mirada feminista “los talleres ocultos”
del capital (Fraser, 2020) o las condiciones de posibilidad subyacentes de la
economía capitalista que ponen constantemente en peligro la “vida vivible”
(Butler, 2009). En términos de Fraser, tales talleres ocultos —que aquí
denominaremos como dimensiones del “con�icto capital-vida”— harían
referencia a “los procesos de reproducción social asimétricos en cuanto al
género, a la dinámica racializada de la expropiación, a las formas de
dominio político estructuradas por las diferencias de clase y a las
ambiciones imperiales, así como a la depredación ecológica sistemática”
(ibíd.: 11). Procesos que no son sino “externalidades acumuladas por el
funcionamiento parasitario del capital respecto a las infraestructuras
sociales y subjetivas […], que ofrecen una visión ampliada de las
contradicciones del sistema” (ibíd.: 10-11).
Entre las contradicciones más evidentes de este sistema económico es la
crisis ecológica producida por la devastación capitalista de los bienes y
servicios proporcionados por la naturaleza. En esta obra se abordarán en
profundidad las causas y consecuencias del colapso ecológico. Pero lo que
nos interesa destacar ahora es que, tal y como muestran las evidencias, el
cambio climático, el agotamiento de los recursos, la pérdida de
biodiversidad, la erosión del suelo, la deforestación, o la producción masiva
de contaminantes, sustancias radiactivas y productos químicos peligrosos
suponen un excelente caldo de cultivo para el aumento de epidemias, que,
en un contexto de hiperglobalización donde mercancías y personas se
desplazan continuamente, pueden convertirse fácilmente en pandemias
globales (Morand, 2020).
Estas pandemias no afectarán a todas las personas por igual: en
prácticamente todo el planeta, son las personas pobres de clase trabajadora
quienes sufren las amenazas de la falta de agua o alimentos, quienes viven
cerca de las industrias y de vertidos de productos contaminantes, de los
vertederos, de zonas con trá�co intenso, y todo tipo de situaciones
ambientales de riesgo. Las salidas planteadas para la recuperación de la
crisis de la COVID-19 deberán tener en cuenta este tipo de desigualdades
ambientales si lo que se persigue es avanzar hacia una transición ecológica
que permita proteger la salud y el bienestar de todas las personas,
construyendo un futuro saludable, limpio y justo. No se trataría solo de
apostar por una transición “verde” de la economía mundial —basada en la
buena voluntad individual, algunos impuestos e innovación técnica—, sino
que, entre otras medidas urgentes, será clave avanzar de forma inmediata,
masiva y sostenida en la descarbonización de la economía, la e�ciencia
energética, la protección de la biodiversidad, la economía circular, tratando
de generar empleos socialmente necesarios y de calidad, y formas de
consumo sostenible en los espacios rural y urbano. Todo lo cual tendría
también una incidencia central en la amortiguación de las desigualdades
mencionadas.
Por otro lado, esta pandemia está sacando a la luz las consecuencias de
una contradicción clave del sistema económico y que es frecuentemente
olvidada por los análisis de la economía política: la crisis de reproducción
social y de cuidados preexistente. Paraabordarla nos situaremos en el
contexto de la Unión Europea y del Estado español desde el cual se escribe
este libro, acudiendo necesariamente al análisis de las políticas
neoliberales de las últimas décadas y su impacto sobre mercados, Estados,
hogares y redes sociales y comunitarias. En primer lugar, es necesario
señalar las medidas de�acionarias y la “�exibilización” de los mercados de
trabajo impuestas desde el inicio de la integración europea, las cuales han
ido obstaculizando la consecución de la autonomía vía trabajo asalariado,
erosionando a su vez el poder de la mano de obra, aumentando el desempleo
y el subempleo. Esta erosión de la fuerza de trabajo ha agravado la
disminución de ingresos en el Estado (vía �scal) y fundamentalmente en los
hogares (por la reducción de salarios), dando paso a un incremento de la
informalización y del endeudamiento como estrategias de supervivencia en
el seno de los hogares.
En segundo lugar, y en relación al rol del Estado, con la nueva forma de
“Estado neoliberal” (muy distinto al Estado benefactor del periodo del
fordismo), sus funciones se han orientado en un sentido muy determinado:
erosionando progresivamente las instituciones que promovieron la equidad
en el pasado, como la negociación colectiva o la �scalidad progresiva;
desregulando el mercado laboral y promoviendo la pérdida de poder
adquisitivo de los salarios; desregulando la protección social y ambiental y
los derechos de la ciudadanía; amputando capacidades a las instituciones
públicas para manejar la economía; y reregulando los negocios de las
grandes corporaciones, garantizando el margen de maniobra de grandes
capitales transnacionales.
La última etapa “poscrisis” (en relación con la Gran Recesión iniciada en
2008) habría supuesto una vuelta de tuerca a estas políticas neoliberales: en
concreto, la nueva gobernanza económica europea puesta en marcha se
fundamentó sobre la intensi�cación de la austeridad como única opción
político-económica, defendiéndose la existencia de un vínculo automático
entre la recuperación mercantil y la posterior consecución de los medios
necesarios para el bienestar de la población. Si bien tras este discurso se
escondían nuevas medidas de�acionarias y recortes sociales que han
provocado un incremento de la desigualdad y la pobreza, construyendo un
imaginario de escasez que ha fomentado los mecanismos de exclusión y que
ha canalizado el malestar social en su eslabón más débil (las personas
migrantes, extranjeras o simplemente las “otras”). Es decir, la austeridad ha
introducido un nuevo componente moralizador que responsabiliza y
culpabiliza a la ciudadanía de la situación de endeudamiento (Gálvez, 2013;
Lombardo y León, 2015), eximiendo así a las élites políticas y económicas
responsables del expolio.
En semejante contexto de austeridad, se ha producido un aumento de la
precariedad y una creciente explotación de las formas marginales de trabajo
feminizado (remunerado y no remunerado), puesto que han sido los hogares,
y en ellos las mujeres, los que han asumido de forma privatizada las
responsabilidades sobre el bien-estar de la población. Es decir, las mujeres,
con los recursos privadamente disponibles, han sido el contrapunto
funcional para que las políticas estabilizadoras de la UE fueran viables,
absorbiendo los costes del ajuste y los recortes del gasto público mediante
su trabajo no remunerado, resolviendo la reproducción cotidiana de la vida
con la sobreexplotación de su tiempo y su trabajo, con mayor incidencia en
los hogares de menores rentas. No obstante, en este contexto también hay
quienes han interpretado las estrategias de supervivencia feminizadas desde
una óptica “posfeminista neoliberal”, a partir de “representaciones
femeninas más positivas y sugerentes, discursos que alaban la heroicidad
cotidiana de las mujeres, encubren una nueva y ambivalente mística de la
feminidad en la cual la celebración del empoderamiento de las mujeres
convive con una evidente reinvención y revitalización de las desigualdades
de género” (Martínez-Jiménez, 2017: 652).
Han sido muchas las especialistas que han analizado la especial
incidencia que las políticas de austeridad en Europa han tenido sobre las
mujeres y la igualdad de género (Antonopoulos, 2009; Harcourt, 2009;
Elson, 2010, 2014; Gálvez y Torres, 2010; Agenjo-Calderón, 2011; Ezquerra,
2011, 2012, 2013, 2014; Michalitsch, 2011; Pearson y Sweetman, 2011;
Gálvez, 2013, 2014, 2016; Gálvez y Rodríguez, 2011, 2012, 2013, 2015a,
2015b; Addabbo, Rodríguez y Gálvez, 2013; Bettio et al., 2013; Karamessini
y Rubery, 2014; Lombardo y León, 2014; Rubery, 2014, 2015; Villa y Smith,
2014; Kantola y Lombardo, 2017, entre otras), las cuales suponen a su vez
un input fundamental para analizar los efectos de la crisis actual. Ya que la
crisis de la COVID-19 ha vuelto a poner sobre la mesa que son las mujeres
quienes están a la cabeza de la organización social del cuidado debido a su
doble rol como cuidadoras primarias en los hogares (por la división sexual
del trabajo imperante) y como principales empleadas en los sectores
asociados al cuidado (debido a la segregación ocupacional existente), lo
cual implica una intensi�cación de su tiempo de trabajo y, a su vez, una
mayor exposición al virus, entre otros elementos. Existe una gran cantidad
de investigaciones feministas en marcha que están tratando precisamente de
desvelar estos impactos diferenciados en mujeres y hombres, cruzando a su
vez el análisis con otros ejes de jerarquización social como son la clase, la
raza, la nacionalidad, el origen rural/urbano o la discapacidad, entre
muchos otros (Alon et al., 2020; Bahn, Cohen y Van der Meulen Rodgers,
2020; Branicki, 2020; D’Ignazio y Klein, 2020; Hupkau y Petrongolo, 2020;
Mezzadri, 2020; Power, 2020).
Si bien, como señalábamos, en el presente libro no profundizaremos en
estos análisis, sino que lo que nos interesa destacar es que es en este
contexto de crisis ecológica, de reproducción social y “de representación,
inseguridad y sostenibilidad” (Runyan y Peterson, 2014: 3) en el que
emerge la pandemia global. Y por tanto, es clave recalcar que el parasitismo
del capital respecto al uso de los ecosistemas, del trabajo de cuidados no
remunerado de muchas mujeres en los hogares o del trabajo altamente
precarizado de sujetos racializados venía ocurriendo mucho antes del
estallido de la COVID-19. No obstante, es evidente que dicha crisis supone
una penosa vuelta de tuerca adicional, la cual potenciará viejas fracturas
sociales y generará otras nuevas, pero también puede ser leída como una
oportunidad para generar nuevas y necesarias gramáticas de lucha
feminista, ecologista y antirracista (Fraser, 2020).
2. LOS FEMINISMOS ANTE LA ENCRUCIJADA GLOBAL: 
UNA CUARTA OLA EN FORMACIÓN
Para afrontar los escenarios de incertidumbre e inestabilidad que emergerán
tras esta pandemia, así como los “nuevos paisajes de explotación,
expropiación y dominación” (ibíd.: 11), necesitaremos un planteamiento
renovado que pueda aclarar las nuevas con�guraciones de la crisis sistémica
y civilizatoria, así como las nuevas fracturas sociales que surgirán y también
las nuevas formas de lucha y alianzas posibles. Y aquí el movimiento
feminista tendrá un papel crucial, igual que lo ha tenido de cara al
recrudecimiento neoliberal ocurrido tras la Gran Recesión.
Tal y como plantea Brown (2017), el neoliberalismo que se había
rearticulado y fortalecido tras la Gran Recesión ha actuado en esta década
como una suerte de “racionalidad rectora”, caracterizada por una
“economización” más intensa de cada dimensión de la vida, lo cual no se
re�ere a la mercantilización (o monetarización) de todas y cada una de las
esferas y prácticas cotidianas, sino a la diseminación del modelo de
mercado y la con�guración de los seres humanos “como actores del mercado,
siempre, solamente y en todos los lados, como Homo economicus” (ibíd.:
36). Esto es, se ha producido una economización de la conducta humana y la
multiplicación de la empresarialidad desde el interior delcuerpo social
(ibíd.), lo cual justi�ca con criterios de mercado la acumulación de riqueza
en cada vez menos manos y la precarización del resto, esto es, la
polarización social y la desigualdad.
Además, tras la Gran Recesión, este neoliberalismo ha adoptado una
nueva forma desacomplejada y sin trabas (Pisarello, 2011, 2014) bajo
formaciones simbólico-culturales cada vez más reaccionarias, a partir de
una concepción reduccionista de la libertad y del orden, de la comunidad y
de la pertenencia, la cual se ha ido acoplando al sentido común de la
sociedad. Todo ello se ha venido traduciendo en formas diversi�cadas de
explotación, discriminación y dominación a través del discurso del “sálvese
quien pueda”, así como en un implacable retroceso social y una inquietante
oleada neofascista de miedo y odio: el neoliberalismo “ya no seduce (o
intenta seducir), ahora se impone” (Pérez-Orozco, 2017: 71). Es decir, desde
su origen, el neoliberalismo se ha impuesto mediante el uso doble de la
seducción y la violencia; así, si en las décadas pasadas habría predominado
la estrategia seductora (mediante la consolidación del nexo capacidad de
consumo-calidad de vida, unido al reconocimiento parcial de derechos
individuales), tras la crisis el peso se estaría deslizando fuertemente hacia
el ejercicio de la violencia y el control (ibíd.). Son esas manifestaciones las
que llevan a algunos autores y autoras a hablar del “carácter fascista del
neoliberalismo” (Villalobos, 2018) a la hora de describir los discursos
“liberacionistas” (ibíd.) que lo siguen entendiendo como un régimen
descentrado, libertario, capaz de dar mayor autonomía a los individuos y a
sus deseos, a partir de un individualismo posesivo como dogma
irrenunciable. Desde estos discursos se de�ende que cualquier restricción
impuesta a la libre iniciativa tendría efectos negativos en el plano político y
económico; o que el bien común no puede ser un criterio limitante de la
libre iniciativa, sino el resultado fortuito de la búsqueda individual de
ganancias y riquezas.
Ello ha producido también una “desdemocratización global, un
implacable retroceso social y una inquietante regresión antidemocrática”
(Fernández, 2018: 9), debido a la progresiva subordinación de la política al
poder económico bajo automatismos como la deuda y el ajuste estructural —
como en el caso de la Unión Europea—. Los métodos para lograr este
vaciamiento democrático son variados, como el control de la opinión pública
por parte de los medios de comunicación masivos (dominados por
sociedades de capital) que tienden más a reforzar los prejuicios de cada
cual que a generar una verdadera cultura de debate democrático; o la amplia
determinación de la política por el �nanciamiento de las elecciones
(Hinkelammert, 2018). Y es en dicho contexto en el cual emerge una oleada
de fuerzas reaccionarias que pueden poner en peligro conquistas sociales y
políticas que deberían ser irreversibles. Como plantea Recio (2018), esta
ofensiva no es un simple retorno del fascismo clásico, pero tiene con él
muchos elementos en común: la demagogia de presentarse como una fuerza
antisistema y practicar las políticas más radicales del establishment; el
fomento del miedo a la invasión, al “bárbaro” que viene de fuera, al
deterioro de los servicios públicos y una clara hostilidad antiintelectual. A
ello habría que añadir un reforzamiento de los mecanismos de control más
directo y explícito de los cuerpos, de la sexualidad y de la vida de las
mujeres, unido también a un desprestigio de la propia lucha feminista
caricaturizándola como una “ideología de género” o, por el contrario,
apropiándosela y rellenando los discursos igualitarios de signi�cantes
vacíos para legitimar estos nuevos escenarios de neoliberalización.
No obstante, frente a esta oleada reaccionaria, el movimiento feminista se
está rearticulado con nuevas herramientas y conexiones planetarias2. Es
decir, nos encontramos en un nuevo momento histórico del feminismo —que
algunas autoras denominan una cuarta ola3—, aunque con una identidad
en construcción y todavía no de�nida. De hecho, en el contexto europeo
podemos observar, al menos, tres grandes tendencias:
Por un lado, encontraríamos dicho feminismo neoliberal despolitizado y
despolitizante (Martínez y Burgueño, 2019), un “feminismo corporativo
liberal” en términos de Fraser (2019), que estaría poniendo el énfasis en la
meritocracia y en los derechos individualizados aislados para legitimarse,
pero que generalmente suele reducirse a una recreación de los privilegios
de un sector minoritario de mujeres de clases acomodadas que se limitan a
romper los techos de cristal en el ámbito laboral y político, abandonando la
crítica y la militancia colectiva.
Por otro lado, encontraríamos un feminismo de tradición moderna (y
radical), en el sentido de que entiende que la sexualidad y la reproducción
son el corazón de la subordinación de las mujeres (Cobo, 2020) y que
continúa basándose en una noción fuerte del sujeto feminista (“las
mujeres”). Se trataría asimismo de un feminismo cali�cado por muchas
autoras como “punitivista” (Segato, 2018; Skulj, 2020), en el sentido de que
convierte la respuesta penal en una poderosa herramienta para proteger los
derechos de ese sujeto fuerte y, en concreto, de visibilización y pedagogía
contra la violencia de género en general y la trata sexual en particular. De
ahí que abandere batallas especí�cas como la abolición de la prostitución o
en contra de las leyes de identidad de género.
Por último, la tercera vertiente feminista a la que nos vamos a referir
(entendiendo que existe una enorme pluralidad y multitud de matices en las
tres vertientes señaladas) es aquella que podríamos considerar como más
popular, comunitaria e interseccional, y que precisamente estaría tratando
de desestabilizar la noción “hegemónica, lisa y universalizante” (Skulj,
2020: 1) del sujeto del feminismo. Esto es, un “feminismo del 99%” —tal y
como reza el mani�esto elaborado por Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y
Nancy Fraser (2019)— que estaría sirviendo de altavoz y fomentando las
alianzas de mujeres con una situación vital, demandas y necesidades
adicionales a las establecidas por la cultura y el discurso dominantes,
prestando especial atención a las “otras” comúnmente silenciadas: las
mujeres migradas, las racializadas, las trans, las marginadas, las excluidas,
las precarias, etc. Se trata de un feminismo que entiende que hay múltiples
condicionantes estructurales que se imponen a la mayoría de las mujeres
fuera de su voluntad y heredadas del pasado, que reproducen relaciones de
explotación y presión también entre mujeres (Martínez y Burgueño, 2019).
Un feminismo que estaría invitando a “cuestionar esa mirada desclasada y
cándida respecto de las relaciones de las mujeres —con diferentes
expresiones de género(s) y de sexualidad— con el poder punitivo estatal”
(Skulj, 2020: 1), al tiempo que recupera el interés por las cuestiones
redistributivas y por las preocupaciones medioambientales en un contexto
de encrucijada capitalista global, buscando con�uencias con otros
movimientos sociales anticapitalistas. Como plantea Fraser (2019: 1):
Eso le da un aura completamente diferente frente al feminismo corporativo liberal que ha estado
centrado en permitir a algunas mujeres escalar a posiciones altas mientras subcontratan su trabajo
doméstico y de cuidados a mujeres migrantes o racializadas mal pagadas. Ahora este feminismo
incorpora también a estas trabajadoras en su centro y en su primera línea, así que es muy diferente,
se opera desde asuntos diferentes y apela a más sectores de la población. Su composición en
términos de clase es diferente, no hablamos solo de mujeres privilegiadas, sino de cualquier
persona afectada por la austeridad, preocupada por la educación pública o por la sanidad de
calidad […]. No hay un sujeto universal abstracto del feminismo, hay todos estos tipos de mujeres
ocupando diferentes posiciones, en lugares diferentes con intereses y necesidades diferentes. Y un
movimientopara el 99% debería representarlas a todas […]. Centrarse solo en las mujeres blancas
cis heterosexuales de clase media [es] volver a un sujeto restringido […]. No queremos volver al
pasado.
En el presente libro consideramos que este feminismo del 99% estaría
fortaleciendo una perspectiva sistémica que permite clari�car las
virtualidades y las carencias del actual modelo capitalista de organización
económica y social, rompiendo la tendencia a la individualización de las
consecuencias que ello tiene sobre la vida de las mujeres, descubriendo así
nuevas formas de solidaridad social y reactivando la promesa emancipatoria
de los feminismos.
Tomando como ejemplo el Estado español, consideramos que este vendría
representado, por ejemplo, por el movimiento de las Kellys (presentado en
2016 con objeto de digni�car el trabajo de las camareras de piso); las
organizaciones feministas de empleadas de hogar como Territorio Doméstico
(que se conformó en Madrid en 2006 como un espacio de encuentro, cuidado
y lucha de mujeres, la mayoría migrantes, por el reconocimiento de los
derechos en el empleo del hogar y la valoración del trabajo de cuidados); los
colectivos feministas proderechos para las trabajadoras sexuales, como el
Colectivo de Prostitutas de Sevilla (nacido en 2017 con el �n de luchar por
el reconocimiento de la naturaleza laboral del trabajo sexual y la aplicación
del Estatuto de los Trabajadores y otras normas que garantizan los derechos
de las prostitutas que deciden serlo); Feministas por los derechos de las
personas trans; los colectivos de mujeres rurales feministas como el Foro
Feminista Rural Rocío Eslava en Málaga, Mujeres Feministas del Oriente
de Asturias, o el colectivo feminista comarcal La Siberia Empoderada, en
Badajoz (cuyo reto es dar visibilidad a las mujeres de los pueblos en el
marco de la denominada “España vaciada”); los movimientos de
trabajadoras del campo como las Jornaleras de Huelva en Lucha (cuyo
objetivo es una lucha conjunta que derribe fronteras y las barreras de odio
que intentan imponer hacia quienes llegan desde otros países); los múltiples
colectivos feministas agroecológicos por las soberanías alimentarias; el
movimiento feminista romaní (cuyo objetivo es la liberación de los
prejuicios y estereotipos sobre la etnia y cultura gitanas); el movimiento
feminista de las mujeres con discapacidad.
No exento de contradicciones y con�ictos, consideramos que este
feminismo del 99% se expresaría ya en las Jornadas Feministas Estatales
de Granada de 2009, en las que los derechos de las trabajadoras sexuales, la
despatologización trans, el colonialismo, las políticas migratorias, el
medioambiente y los cuidados ocuparon el centro de ponencias, debates y
reivindicaciones. Desde entonces, esta parte del movimiento feminista
español habría tratado de forjar un feminismo no identitario y basado en las
alianzas; un feminismo no punitivo, plural, autónomo y radical, que también
se expresaría en muchas de las comisiones feministas del 15M en 2011, y
que estaría visibilizándose también en las huelgas del 8 de marzo
convocadas desde 2017. Por ejemplo, tal y como rezaba el mani�esto del 8M
en Madrid en 2019:
Con la fuerza colectiva hemos ido abriendo espacios y consiguiendo algunos cambios, pero no todos
ni para todas. Nuestras vidas siguen marcadas por las desigualdades, por las violencias machistas,
por la precariedad, por procesos de exclusión derivados de nuestros empleos, la expulsión de
nuestras viviendas, el racismo, por la no corresponsabilidad ni de los hombres ni del Estado en los
trabajos de cuidados […]. Sabemos que las posibilidades para participar en la huelga son distintas
para cada una de nosotras, pues estamos atravesadas por desigualdades y precariedades que nos
sitúan en lugares muy diversos frente al trabajo asalariado, los cuidados, el consumo, el ejercicio de
nuestros derechos, la participación ciudadana según nuestra procedencia, la clase, la “raza”, la
situación migratoria, la edad, la orientación sexual, la identidad de género y las distintas
habilidades. Por eso la huelga feminista es una propuesta abierta en la que todas podemos
encontrar una forma de participar.
Como señalábamos, consideramos que un aspecto diferenciador de este
feminismo del 99% respecto a otros con los que convive sería el renovado
interés por la crítica sistémica y global, articulándose frente a las lógicas
subyacentes de dominio, explotación y expolio, y las contradicciones
intrínsecas al buen funcionamiento de los circuitos globales de
acumulación, las cuales destruyen los ecosistemas y constriñen el
establecimiento de las condiciones de posibilidad de una vida digna,
fomentando el redimensionamiento reaccionario de la desigualdad de
género. Entendemos, por tanto, que dicho feminismo se articula sobre lo que
aquí denominaremos como el “con�icto capital-vida” (Picchio, 2001; Pérez-
Orozco, 2006, 2014; Carrasco, 2011), a partir del cual se trata de reconectar
las luchas contra el sometimiento personalizado por el heteropatriarcado
racista, con las críticas a un sistema económico capitalista que, bajo las
promesas de (neo)liberación, ha sustituido un modo de dominio por otro
(Fraser, 2019). En este sentido, se habla de un 99% atravesado por
condiciones de exclusión (género, raza, etnia, origen, orientación sexual e
identidad de género), pero con objetivos materiales de carácter universal
como la redistribución de renta y poder o la lucha contra la división sexual
del trabajo (Alabao et al., 2018), y donde ha de negociarse continuamente
sobre las cuestiones del poder y la diferencia.
Asimismo, y siguiendo con el ejemplo del Estado español, consideramos
que el mayor interés de estos feminismos por las cuestiones redistributivas
también ha coadyuvado a la expansión y visibilidad de la economía
feminista (EF) como corriente de pensamiento y acción más allá de los
entornos académicos. A nuestro parecer, ello se ha debido tanto al alto
componente crítico de esta corriente —en torno al enfoque de la
sostenibilidad de la vida, los efectos desiguales de la crisis o los ajustes
neoliberales— como a las propuestas políticas que se han planteado en el
marco de la lucha antiausteridad o ante la crisis ecológica. De este modo,
consideramos que ello ha devenido en una democratización y politización de
la EF a partir de unos discursos y prácticas que hacen estallar las fronteras
de lo estrictamente académico, siendo también enunciada por sujetos
habitualmente excluidos tanto de la economía como de la política, y
plasmada en prácticas que trascienden lo habitualmente entendido como
“económico”4.
Por tanto, es en el contexto de dicho feminismo del 99% y de su crítica
sistémica en el que se enmarca esta obra, y el que justi�ca también nuestras
razones para la recuperación de la expresión “economía política feminista”
—procedente del feminismo marxista y radical de la segunda ola del
feminismo5—, utilizándola para de�nir una subcorriente particular en el
seno de la EF.
Según señala Fraser (2009), estas feministas radicales y socialistas se
negaban a identi�car en exclusiva la injusticia con la mala distribución
entre clases sociales, y abrieron el restrictivo imaginario economicista al
politizar “lo personal” y la vida cotidiana, incluyendo asuntos como las
tareas domésticas, la reproducción, la sexualidad o la violencia contra las
mujeres. Asimismo, fraguaron una mirada interseccional, expandiendo los
ejes que podían albergar injusticias (no solo la clase, también la raza, la
sexualidad, la nacionalidad, etc.). En suma, ampliaron el concepto de
injusticia para abarcar tanto las desigualdades económicas como las
jerarquías de estatus y asimetrías de poder político, gestando la idea de que
la subordinación de las mujeres era sistémica y se basaba en las estructuras
profundas de la sociedad (ibíd.). A este respecto, se entendía que para
superar esta subordinación no era su�ciente con promover la plena
incorporación a la sociedad capitalista como asalariadas, sino que hacía
falta una transformaciónsistémica de dicha sociedad capitalista y de los
valores que la estructuran.
A partir de estas consideraciones, el objetivo al recuperar la expresión
“economía política feminista” es visibilizar un componente político
explícito de cuestionamiento no solo de la disciplina económica, sino
también del funcionamiento del sistema económico capitalista y sus
conexiones con el “sistema de dominación múltiple” (Valdés, 2009) desde
un punto de vista feminista, ecologista y antirracista.
3. LA NECESIDAD DE UNA ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA
Partiendo de estas cuestiones iniciales, el primer objetivo que nos
marcamos en este libro es explorar en profundidad las características de la
economía política feminista (EPF) como una subcorriente en el seno de la
economía feminista (EF)6, tratando de aportar una signi�cación propia en la
que enmarcar lo que denominaremos como “enfoque sistémico de la
sostenibilidad de la vida”. El segundo objetivo es aplicar este esquema
teórico al estudio de varias tendencias estructurales de la economía
mundial, tratando de comprender el escenario de complejidad e
incertidumbre por el que esta atravesaba ya antes del estallido de la crisis
sanitaria y económica de 2020.
Ambos objetivos de�nen la estructura de la obra. Así, en la primera parte,
y partiendo de una sistematización de la literatura especializada,
caracterizaremos la EPF por una metodología “rupturista” (Pérez-Orozco,
2006), por una vocación pluralista (Molero, 2016; De la Villa y Molero,
2017), y por un posicionamiento heterodoxo “en sentido fuerte”
(Guerrero, 2002). Es decir, una EPF crítica con la ciencia económica
neoclásica dominante, tratando de trascender la visión sesgada, dicotómica
y jerarquizada de la economía a la que esta ha dado lugar, y situando la vida
y las relaciones de poder en el centro de atención teórico y político; una
EPF que, a su vez, es crítica con las corrientes heterodoxas androcéntricas,
y que pone también en tela de juicio los propios sesgos antropocéntricos y
eurocéntricos de ciertas miradas económicas feministas, en un ejercicio de
(auto)crítica y de reconocimiento de la parcialidad de la propia visión. Y,
por último, una EPF crítica con el sistema económico que la economía
convencional apuntala, el cual es capitalista, heteropatriarcal y racista. En
concreto, se aportarán una rede�nición de la actividad económica centrada
en la “sostenibilidad de la vida” y una representación ampliada del
funcionamiento del sistema económico capitalista (SEC), a partir de
relaciones a nivel macro, meso y micro. Y partiendo de esta
representación multinivel, se buscará desvelar el “con�icto capital-vida”
que estructura el SEC, el cual hace referencia a su “contradicción
sociorreproductiva” (Fraser, 2020: 74), esto es, al con�icto estructural
existente entre los procesos de valorización y acumulación de capital, y los
procesos de reproducción social y de sostenimiento de la mayoría de las
vidas en condiciones de justicia y equidad.
Una vez de�nido este con�icto en abstracto, trataremos de identi�car
algunas de sus diferentes manifestaciones en el seno de la economía
mundial antes del estallido de la crisis de la COVID-19. Para ello será
fundamental abordar el debate sobre la caracterización de la fase actual del
SEC, y aportar un esquema de estudio de las relaciones económicas que se
producen en el espacio mundial. Concretamente se interrelacionará la
representación multinivel de los procesos de sostenibilidad de la vida con
una serie de vínculos, actores (o espacios de reestructuración) y
unidades territoriales concretas (Álvarez-Cantalapiedra et al., 2017),
atendiendo a dos dimensiones generalmente invisibilizadas por los análisis
antropocéntricos y androcéntricos de la economía política
internacional/global/mundial: la dimensión física del planeta y los
ecosistemas, y el ámbito en el que tienen lugar la reproducción y
mantenimiento de la vida.
A partir de este esquema, la segunda parte del libro tendrá como objetivo
avanzar en una lectura feminista de un conjunto de tendencias profundas de
la economía mundial previas a la crisis de la COVID-19, desde una
sistematización de la literatura especializada. Para la identi�cación de estas
tendencias partiremos de la propuesta enunciada por Martínez González-
Tablas (2007a, 2007b, 2008) en torno a las “fuerzas estructurantes” de la
economía de nuestro tiempo, aunque con algunos matices e incorporaciones.
Estudiaremos las siguientes: 1) la exigencia imperativa del colapso
ecológico; 2) el paso de la quinta a la sexta revolución tecnológica; 3) el
proceso de globalización económica realmente existente; 4) la expansión y
crisis de la �nanciarización de la economía; 5) la emergencia de la economía
global del cuidado; y 6) la globalización política y la reestructuración del
sistema internacional. Consideramos que de la combinación de estas fuerzas
surgen el mundo que nos rodea y las principales contradicciones que lo
atraviesan. En este sentido, el análisis no pretende quedarse solo en el
impacto de género de estas dinámicas; esto es, entendemos que es una
condición necesaria examinar las consecuencias de las reformas
macroeconómicas o de las dinámicas de los distintos mercados globales
sobre las relaciones de género, el empoderamiento y los derechos de las
mujeres, así como estudiar el feedback entre las decisiones y los resultados
macroeconómicos y las diferentes políticas económicas y sociales basadas
en el género (y cómo ambas vertientes se in�uyen entre sí). Pero
consideramos que es necesario además mantener una actitud de sospecha
respecto a las lógicas subyacentes y las contradicciones intrínsecas al buen
funcionamiento de los circuitos globales de acumulación, las cuales no se
reducen simplemente a la explotación de la fuerza de trabajo, sino que
de�nen la propia concepción del tiempo, el espacio o el signi�cado mismo
de la (buena) vida. A este respecto, prestaremos especial atención a ciertas
lógicas de dominio, explotación y expolio que, en el marco de estas
tendencias globales, constriñen el establecimiento de las condiciones de
posibilidad de una vida digna y fomentan el redimensionamiento
reaccionario de la desigualdad de género. Por último, el libro �nalizará con
un conjunto de re�exiones sobre las subjetividades cómplices y las
resistencias posibles, a la luz de distintas propuestas feministas y
ecologistas que vienen planteando posibles horizontes emancipatorios en el
marco de dicho con�icto.
4. LA MIRADA SOBRE LA SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA
La justi�cación para tratar de profundizar de forma especí�ca en un
enfoque sistémico de la sostenibilidad de la vida radica en una serie
motivos centrales que exponemos a continuación:
En primer lugar, consideramos que esta re�exión teórica es un ejemplo
concreto de la convergencia en la ruptura metodológica que, como veremos,
ha tenido lugar en el seno de la propia EF en los últimos años, aunque con
un componente político más explícito de cuestionamiento del sistema
capitalista, heteropatriarcal y racista.
En segundo lugar, este enfoque parte de un punto de vista inclusivo y
plural que permite abrir diálogos con otras corrientes heterodoxas, no solo
en relación con la rede�nición de la economía, sino también respecto a la
representación ampliada del sistema económico capitalista y el con�icto
estructural capital-vida que lo atraviesa. A este respecto, se retoma la
propuesta coral presentada por Álvarez-Cantalapiedra, Barceló, Carpintero,
Carrasco, Martínez González-Tablas, Recio y Roca (2012), la cual busca
proponer una serie de puntos comunes entre corrientes para la construcción
de una “economía inclusiva” o un “paradigma sistémico de la economía”
(ibíd.: 280-281); esto es, un marco interpretativo general “que permita a
todas las perspectivas especí�cas partir de él y crear vías de diálogo entre
sí, evitando a�rmaciones excluyentes y negacionistas de todo lo que no son
las posiciones derivadas de las propias perspectivas” (ibíd.: 280);
adicionalmente, apuntan a la necesidad de:
Adentrarseen análisis parciales que profundicen en lo concreto, que resulte abarcable. Es
imprescindible atreverse a hacerlo para no quedar atrapados en a�rmaciones y razonamientos
genéricos y poco operativos.
Resituar los resultados de los análisis parciales en el marco general, reinterpretándolos a partir
de su ubicación en él y promoviendo su conocimiento y asimilación abierta por las otras
perspectivas (ibíd.: 286).
El objetivo de este libro es precisamente adentrarnos en el análisis
parcial que plantean las propuestas feministas en torno a la sostenibilidad
de la vida (SV), estableciendo el género como categoría teórica central y un
posicionamiento político explícito de confrontación con la organización
capitalista heteropatriarcal y racista. Estamos de acuerdo en que es
imprescindible atreverse a hacer este tipo de ejercicios “para no quedar
atrapados en a�rmaciones y razonamientos genéricos y poco operativos”
(ibíd.: 286). No obstante, somos conscientes de que, ante este reto de
enorme calado, esta obra es solo una incipiente aproximación.
En tercer lugar, el interés en hacer énfasis en el enfoque de la SV radica
también en que es una propuesta que se viene desarrollando
especí�camente en el contexto hispanohablante de las últimas dos décadas.
Obviamente esta se alimenta de la literatura —fundamentalmente
anglosajona— en el seno de la EF a lo largo de su historia, pero nos interesa
ahondar en las particularidades que se proponen también desde otros
lugares de enunciación. El hecho de ponerlo de relieve obedece tanto a las
posibilidades de re�exión profunda que ofrece el idioma común como al
hecho de trascender de algún modo el sesgo “gringocéntrico” (Quintín,
2007: 3) de la EF, el cual ha tenido importantes implicaciones de cara a la
escasa incidencia de los análisis producidos en contextos no anglosajones.
Como apunta Esquivel (2012a: 14):
[La EF es] un campo de conocimiento que “dialoga” en inglés, y en el que las agendas de
investigación y políticas suelen estar muy determinadas por la procedencia de quienes participan
en él (tanto de países centrales como de países menos desarrollados angloparlantes, lo que implica
una menor presencia de africanas francoparlantes y de latinoamericanas hispano y lusoparlantes)
[…] [aunque] nos reconocemos tributarias de los conceptos desarrollados en países centrales (tanto
en economía como en economía feminista), no queremos reproducir la división del trabajo
intelectual que ubica la producción teórica en los países centrales y el “estudio de caso” en la
periferia (ibíd.: 25).
También León (2009: 14) sintetiza estas ideas con las siguientes palabras:
“La producción teórica se concentra en el Norte y es consumida en el Sur,
donde se busca instrumentalizarla y aplicarla”. Aunque también es evidente
que en los últimos años en el seno de la EF se está produciendo, no solo una
mayor apertura a referencias de otros contextos geográ�cos (asiáticos,
africanos o latinoamericanos), sino que, como veremos, también se están
cuestionando los propios sesgos eurocéntricos de la EF —véase, por
ejemplo, Quiroga (2014); Aguinaga et al. (2017)— o los propios sesgos
urbanocéntricos que se producen tanto en el Norte como en el Sur Global
(Faria, 2009).
A este respecto, y, en cuarto lugar, el hecho de poner de relieve el
enfoque de la SV camina también con este propósito de seguir ampliando los
horizontes geográ�cos de la EF y visibilizando a otras autoras. Dicho
enfoque está particularmente asentado en el contexto español (lo cual no
quiere decir que todas las autoras españolas se identi�quen con ello), pero
lo cierto es que se ha observado un incremento de las investigaciones al
respecto en la última década7. También se percibe su consolidación en los
discursos y acciones del movimiento feminista español (véase, por ejemplo,
el mani�esto de la primera huelga del 8 de marzo en 2018), de las entidades
de la economía social y solidaria (REAS, 2014), el tercer sector8, o incluso
el programa de ciertos partidos políticos, auge que consideramos ha
coincidido también con la necesidad de enfoques que explicaran las
consecuencias de la crisis de forma más integral y humana, y plantearan una
forma diferente de organizar el sistema económico.
Al respecto de la crisis de la última década, el hecho de resaltar el punto
de in�exión que esta ha supuesto de cara a favorecer ciertos discursos más
rupturistas y críticos, consideramos enlaza con las tesis de Nancy Fraser
(2015) en cuanto a la necesidad de recuperar el interés feminista por las
cuestiones de redistribución económica en un contexto de encrucijada
global9. Con ello no pretendemos anclar la re�exión en el debate
reconocimiento/redistribución, o redirigirlo sobre cuál debería ser la
prioridad de cara a la emancipación colectiva; sino evaluar el nuevo
proyecto político-económico desde una perspectiva sistémica que permita
clari�car las virtualidades y las carencias de este modelo de organización
social. Y ello se vincula con nuestra quinta motivación, ya que esta última
cuestión es la que nos conduce a explorar las posibilidades de un enfoque
que cuestione el funcionamiento del capitalismo en su conjunto y las
dinámicas de la economía mundial en particular, en un contexto de
incertidumbre en el cual parecen haber cambiado tanto las respuestas como
las preguntas (Sousa Santos, 2006; Dubois, 2014). Insistimos en que es
crucial aprovechar este momento de crisis sistémica y civilizatoria para
caminar hacia un proyecto feminista crítico-transformador en clave de
justicia y equidad, que reclame una comprensión del feminismo como
“teoría crítica del poder y no una teoría neoliberal de la preferencia
individual” (De Miguel, 2015), repensando la complejidad de los itinerarios
de las transiciones hacia lo previsible, lo necesario y lo deseable.
Ello es decisivo en el marco de un nuevo hito histórico del feminismo
que, como decíamos anteriormente, vendría gestándose precisamente al
amparo de la sociedad global del siglo XXI, y que puede suponer un
momento clave para romper la tendencia a la individualización de las
consecuencias de la economía globalizada, para descubrir nuevas formas de
solidaridad social y para reactivar la promesa emancipatoria de los
feminismos en general y de la EF en particular. En suma, apostamos por una
EPF “resurgente” (Fraser, 2015) que recupere la radicalidad inherente a
toda lucha por la igualdad y abogue por un cambio sistémico de la sociedad
en su conjunto. Y aquí las miradas feministas en torno a la SV tienen una
potencialidad excepcional, tanto por lo que creemos es su reinterpretación
de las problemáticas globales en el marco del con�icto capital-vida como
por las propuestas en torno a los nuevos escenarios posibles.
PARTE I
CAPÍTULO 1
HACIA UNA ECONOMÍA POLÍTICA FEMINISTA
1. PUNTO DE PARTIDA: DIFERENCIAS ENTRE ORTODOXIA 
Y HETERODOXIA ECONÓMICA
La pretendida génesis de la tradición económica como práctica social,
política y re�exiva occidental tiene su origen en la Grecia clásica (siglos V
y IV a. C.). De hecho, el término que ha llegado a nuestros días proviene de
esta época: etimológicamente procede del griego oikonomia, palabra
compuesta procedente del sustantivo oikos y del verbo nemo, que hacía
referencia a la buena administración de la hacienda, de lo doméstico, que
era donde se producía, no solo lo necesario para la supervivencia cotidiana,
sino incluso el adiestramiento militar y los excedentes con que se pagaba la
participación en la vida pública (Durán, 2000)10. En los siglos posteriores,
las ideas económicas estarían fuertemente in�uenciadas por los teólogos,
�lósofos y juristas escolásticos (fundamentalmente desde los siglos XI al
XV), quienes se aproximaban a los asuntos económicos con un enfoque
normativo (Casey, 2015) y también profundamente patriarcal. Si bien, según
Naredo (2003), el “surgimiento” o emergencia de la economía como ciencia
tendría lugar en el momento histórico de desplazamiento ideológico general
a la modernidad, y a partir de las posteriores transformaciones producidascon la Revolución Industrial y la transición al capitalismo liberal como
nuevo orden socioeconómico emergente. Ello dio lugar a que el
comportamiento económico pasara a ser considerado como una materia de
interés en sí misma, y apareciera la economía como una disciplina
autónoma, separada de la moral y de la política, asociada a la creación de
esa materia (Schumpeter, 1954).
Los aspectos especí�cos de la emergencia de la economía como ciencia y
el cambio de valores que ello conllevó fueron la separación de lo económico
y lo político, apareciendo lo económico como dominio particular y autónomo
en el proyecto cientí�co; una mayor valoración de la riqueza mobiliaria
(compuesta de dinero y bienes) sobre la inmobiliaria (especialmente
tierras); y la prelación de las relaciones económicas sobre las relaciones
sociales (Dumont, 1982; Molero, 2010). Y será sobre la base de estos
principios sobre la cual se asentarán los presupuestos y concepciones
fundamentales de las visiones dominantes, a saber: la racionalidad
optimizadora basada en la separación entre medios y �nes; la concepción de
una relación sujeto-objeto respecto a la naturaleza, que estará mediada por
el trabajo; el establecimiento del interés económico como guía de
comportamiento en unas sociedades articuladas en torno al funcionamiento
(regulado o no) del mercado; y, consiguientemente, la imposición del
crecimiento como objetivo último y del proceso de acumulación de capital
como principio universal de evolución social, “encubriendo púdicamente las
destrucciones y servidumbres que de ella se derivaban” (Naredo, 2003: 14).
Por tanto, progresivamente el concepto de economía va a ir perdiendo
toda la noción amplia del origen griego oikosnomia (la gestión del oikos,
de “lo doméstico”), pasando a la delimitación clásica en torno al análisis de
la producción, distribución, acumulación y circulación del producto (y el
acrecentamiento de la riqueza, en estrecha relación con la extensión de la
empresa capitalista y de la propiedad burguesa); hasta llegar a la noción
neoclásica actual, según la cual la economía es la ciencia que estudia el
comportamiento humano como relación entre los �nes dados y los medios
escasos que tienen aplicaciones alternativas (Robbins, 1932), centrando la
atención en los procesos del mercado como principal mecanismo para la
asignación y distribución de tales recursos escasos, y para proporcionar
estabilidad y crecimiento (entendiendo el resto de instituciones sociales,
políticas y económicas como dadas) (Landreth y Colander, 2006).
Esta visión dominante actual se basa a su vez en un paradigma positivista
cuyos supuestos epistemológicos básicos serían: la existencia de un mundo
real exterior, objetivo que es independiente de los individuos que lo
observan; la consideración de que el conocimiento de ese mundo puede
conseguirse de un modo empírico mediante métodos y procedimientos
adecuados, libres de juicios de valor; y la a�rmación de que el conocimiento
obtenido es, por tanto, objetivo, medible y capaz de cuanti�car los
fenómenos observables que son susceptibles de análisis matemáticos y de
control experimental.
Estos pilares y principios básicos no habrían cambiado sustancialmente
desde los inicios de la escuela marginalista en 1870 (Landreth y Colander,
2006), de ahí que, pese a la fragmentación y diversidad de enfoques
existentes en la actualidad11, sí sea posible hablar de un “paradigma
neoclásico” o de una “ortodoxia económica”. Y, por ende, también es posible
hablar de una “heterodoxia económica”, entendiendo que esta puede
de�nirse tanto en términos negativos (delimitando su contenido por
oposición a la visión dominante) como en términos positivos (tratando de
detallar la especi�cidad de las diversas corrientes que la componen)
(Guerrero, 2002; Molero, 2016).
Desde una óptica “en negativo”, las miradas heterodoxas plantean que la
de�nición neoclásica de la economía es una falacia, en el sentido de que
difumina los propios contornos del objeto de la disciplina, convirtiéndola en
una mera técnica o caja de herramientas encerrada en un estrecho marco
conceptual, asociado únicamente a lo que ocurre en el espacio mercantil-
monetario, y a partir del principio liberal del laissez faire. Asimismo, se
plantea que el conjunto de premisas de las que parten los modelos ortodoxos
se basa, por un lado, en sujetos descorporalizados, despersonalizados y
despolitizados que no permiten adentrarse en el comportamiento real de los
seres humanos; y, por otro, los fenómenos sociales se categorizan en
variables dependientes e independientes entre las que se establecen
relaciones estadísticas de causalidad, a partir de su control o manipulación;
es decir, que lo social pasa a ser visto como otro dominio de las causas y
efectos que se dan entre objetos externos al sujeto investigador. Estas
premisas permiten expresar los fenómenos económicos en forma de leyes o
generalizaciones universales, lo cual pone de mani�esto el interés
dominador de la realidad con el �n de conocer los mecanismos que
organizan la sociedad y poder controlar, desde la lógica, el funcionamiento
de esta. Un interés que, en última instancia, radicaría en legitimar el statu
quo: “Decir que una teoría o una hipótesis fue aceptada en base a métodos
objetivos no nos permite decir que es verdadera, sino, más bien, que re�eja
el consenso, críticamente logrado, de la comunidad cientí�ca” (Longino,
1990: 79). May (1996: 78) va más allá cuando a�rma que “la hegemonía de
la economía ortodoxa es más bien el resultado de la utilidad de la economía
en la racionalización de una cierta distribución de la riqueza en la
sociedad”, al igual que Amin (2001: 146), que la cali�ca como una
“paraciencia” al servicio de los intereses dominantes:
[la economía neoclásica] es un instrumento al servicio del capital dominante, la pantalla tras la cual
este puede ocultar sus verdaderos objetivos [...] La economía pura puede movilizar a su servicio
matemáticos a�cionados como la parapsicología lo hace con los psicólogos. Ya que no es importante
que lo que demuestra sea justo —lo importante es que justi�que la tesis que desea imponer—,
entonces qué importa que la demostración sea irreprochable o no (ibíd.)
En este libro consideramos que este tipo de delimitación entre ortodoxia
y heterodoxia, en términos de oposición, establece una clara línea de
separación entre el núcleo y el margen de la disciplina económica (Nelson,
1996)12, lo cual, como apuntan Jo y Todorova (2015), frecuentemente sugiere
que la economía heterodoxa es inferior a la convencional. Asimismo, estas
demarcaciones en términos “negativos” imponen ciertas limitaciones a la
hora de detallar el objeto de la heterodoxia en su amplia diversidad, ya que
esta no supone simplemente una oposición a la corriente principal, o una
forma de segregar del conjunto de la disciplina a las y los economistas, sino
que tiene un contenido propio. Y, por último, carece de una comprensión de
las distintas corrientes críticas en su contexto histórico, ya que estas han
cambiado a lo largo de los años y “su desarrollo futuro está abierto en la
medida en que continuemos el proceso de construcción de una teoría y sus
instituciones” (ibíd.: 220).
A este respecto, hay autoras y autores que reivindican otros términos “en
positivo”, tratando de de�nir a la heterodoxia por su contenido propio
(Molero, 2016). Aquí encontramos términos como “economía política”,
“economía heterodoxa”, “economía crítica”, “economía (política) radical” o
“economía posclásica”, aunque con connotaciones distintas que
abordaremos brevemente a continuación.
En primer lugar, en relación con la denominación “economía política”,
esta procede de la economía clásica13, aunque en la actualidad se utiliza
también como sinónimo de heterodoxia. Así lo plantea, por ejemplo, Coq
(2005), quien considera pertinente diferenciar la “economía política” de la
“ciencia económica” desde un punto de vista pragmático:
En un caso (ciencia económica), se estudian los mecanismos de producción e intercambio,en un
mundo de variables esencialmente monetarias (costes y precios, básicamente), de�nidas por la
misma teoría encargada de modelizar la realidad. En el otro (economía política), más que nada se
estudian las dinámicas de crecimiento y acumulación de capital a largo plazo, entendiendo estos
procesos como dinámicas multidimensionales en las que intervienen una gran cantidad de factores
(humanos, culturales, de dotación de recursos, de posición en la división internacional del trabajo,
políticos, etc.). Por tanto, la forma de de�nir el campo de estudio es distinta. Pero más diferentes
son todavía los métodos. En un caso, se emplean casi exclusivamente métodos cuantitativos y muy
especialmente métodos econométricos. En el otro, el análisis tiene un componente cualitativo
importante, por mucho que realmente se encuentre fuertemente sustentado en cifras (ibíd.: 22).
No obstante, esta no es la expresión más utilizada en la literatura, sino
que es más común encontrar la denominación “economía heterodoxa” —
fundamentalmente en el mundo anglosajón— (Lawson, 2003, 2006;
Dequech, 2008; Lee, 2008, 2009, 2012a; Lee y Lavoie, 2012; Jo, 2011;
Dobusch y Kapeller, 2012; Jo y Lee, 2015; Jo y Todorova, 2015) o la
expresión “economía crítica”, más utilizada en el contexto español
(existiendo una asociación y una revista con dicho nombre). Respecto a esta
última, según Molero (2016) y Ruiz-Villaverde (2016), alberga a todas las
corrientes críticas, tanto con el funcionamiento del capitalismo como con el
análisis ortodoxo del mismo, y partiendo de un punto de vista desde ciertos
grupos, clases o sectores sociales que no están representados en la literatura
económica —es decir, corrientes heterodoxas en “sentido fuerte” (Guerrero,
2002)—. Su �n último es construir una visión alternativa a la corriente
económica dominante, basándose en preceptos que contradicen
radicalmente los principales postulados de esta. Ello la diferencia de la
“crítica de la economía”, la cual, según estos mismos autores, estaría
conformada por todas las críticas (realizadas en la mayoría de los casos
desde otras ciencias sociales) a la instauración de la economía como un
ámbito de estudio separado del resto de la sociedad, aunque ello no suponga
la construcción de un modelo alternativo en sí mismo (Molero, 2016; Ruiz-
Villaverde, 2016).
Otra acepción utilizada, fundamentalmente en los ámbitos marxistas, es
la de “economía radical”. Este término se vincula principalmente con el
enfoque de las y los economistas estadounidenses asociados en la URPE y a
su revista Review of Radical Political Economics, pero, como señala
Guerrero (2002), también es frecuente encontrarlo en un sentido más
amplio, como sinónimo de economía crítica (con base en los criterios que
mencionábamos anteriormente). Según este autor, la economía radical
aparece ligada a la teoría del valor trabajo, y concretamente a la �gura de
Marx, diferenciando varios enfoques: el denominado “enfoque del
excedente” o de la “reproducción”, el “enfoque marxista”, y la “teoría
laboral del valor” (ibíd.).
Otra de las denominaciones que podíamos encontrar, fundamentalmente
en la literatura poskeynesiana, es la referida a la “economía posclásica”
(Henry, 1982; Lavoie, 1992a, 1992b), la cual, según estos autores,
aglutinaría exclusivamente a los enfoques poskeynesianos, neoricardianos,
marxistas radicales e institucionalistas. Lavoie (1992b: 231) planteaba que
esta selección de enfoques se debía a que “mantienen las mismas creencias
metafísicas previas a los elementos que constituyen el núcleo duro de sus
teorías respectivas”; asimismo, señala este autor, tienen en común el
realismo y el organicismo frente al instrumentalismo e individualismo
característicos del programa neoclásico; y desde un punto de vista más
técnico, les une la racionalidad del procedimiento y la producción frente a
la racionalidad sustantiva y el intercambio neoclásicos. Sawyer (1989), por
su parte, se refería a esta misma combinación de escuelas de pensamiento
como “economía política radical”, denominación también utilizada por
Barceló (2001), aunque, en su caso, ampliada también a otras escuelas de
pensamiento. De hecho, para Barceló (ibíd.: 111), esta denominación “no
denota un conjunto bien per�lado de autores e ideas, con lindes precisas,
sino que recubre un territorio extenso ocupado por tribus que se oponen a
las doctrinas convencionales. Un amplio campo en el que coexisten (con
variados grados de buena vecindad o de animadversión) distintas escuelas y
subescuelas” entre las cuales, además de las cuatro anteriores, incluye
también a la economía feminista y la economía ecológica.
Estamos de acuerdo con Barceló al señalar los rasgos comunes a todas
estas corrientes: por un lado, el igualitarismo como principio ideológico
básico y matizado por una serie de derechos humanos que han ido
emergiendo a través de la evolución de las civilizaciones; y, por otro, los
siguientes principios teóricos: el realismo en oposición al formalismo y al
instrumentalismo; el sistemismo en oposición al individualismo
metodológico y epistemológico, entendiendo a las sociedades como objetos
complejos en los que las redes de relaciones desempeñan papeles decisivos
y van modi�cando los propios constituyentes mientras describen
trayectorias históricas de�nidas; el papel medular de la producción y,
aún más, de la reproducción social (el cimiento ontológico no son las
preferencias individuales, sino la primacía concedida a las condiciones de
la producción y la reproducción de las sociedades); y la racionalidad
limitada, puesto que se ahonda en los límites y las servidumbres del
comportamiento racional, denunciando que la racionalidad que se supone en
los modelos neoclásicos tiene poco que ver con el comportamiento efectivo
de los seres humanos, con sus estrategias dinámicas, las vacilaciones entre
metapreferencias, las pautas adaptadas a las circunstancias, en suma, con
las variadas combinaciones de información parcial, incertidumbre, rutinas y
cálculo.
Obviamente, según Barceló (2001), los asuntos realzados por este
conjunto de corrientes —poskeynesianas, neoricardianas, marxistas
radicales, institucionalistas, feministas y ecológicas— varían según el
ángulo de visión, el nivel de abstracción y la escala temporal de referencia
de cada una de ellas. Y será, en función de los hechos concretos que se
quieran explicar (por ejemplo, la generación y reparto del excedente, las
variables distributivas, las estructuras de poder económico en la empresa y
en cada sector, la dinámica económica, las interconexiones con otros
ámbitos de la realidad social como los ecosistemas, la reproducción humana,
la psicología, la politología, la cultura o la ideología), lo que lleve a que se
utilicen distintos modelos teóricos y marcos interpretativos. En los textos de
García-Quero y Ruiz-Villaverde (2016) y Agenjo-Calderón et al. (2017)
puede verse una introducción a estas corrientes heterodoxas, las cuales
parten de otra base epistemológica y metodológica, y entienden que el �n
del conocimiento no debería ser la descripción explicativa-controladora de
la realidad, sino una comprensión-interpretación de esta y/o un
conocimiento que conduzca a la transformación social.
No obstante, pese al desarrollo y profundización de las distintas
corrientes de la economía crítica, lo cierto es que, progresivamente, el
“núcleo duro” de la profesión se ha ido desplazando a un universo ortodoxo
cada vez más desconectado, no ya de la economía llamada “real”, sino
incluso de la propia economía abstracta o teórica, a partir de una
autocon�anza plena en sus aproximaciones econométricas a la realidad. Y
ello ha tenido como resultado que la economía neoclásica se haya convertido
en una poderosa fuerza transformadora, ya que no solo describe una realidad
externa abstracta, sino que también hace que suceda difundiendo sus
consejos y herramientas, los cuales se incrustan en los procesos económicos
de la vida real, y pasan a formar parte del equipo que los actores
económicos y la ciudadanía

Continuar navegando