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Ana María Del Gesso Cabrera 
 
Ana María Del Gesso Cabrera 
BUAP, Puebla 
 
 
EL YO Y EL OTRO. EL TÚNEL DE ERNESTO SÁBATO 
 
Y de ahí que el hombre no se realice más que en el amor, 
porque encuentra en él, bajo una forma fulgurante, la 
imagen de su condición sin porvenir. 
(Albert Camus) 
 
Opinó Ernesto Sábato de la sociedad en que vivía: 
 
[…] el desarrollo técnico y científico de la humanidad han acentuado el drama interior del 
hombre. Nunca como hoy se sintió tanta soledad. Paradoja doble, porque el hombre está 
amontonado por millones en las grandes ciudades. Porque cuando más grandes son, tanto 
más solo parece que se encuentra ese habitante desconocido […] las ciudades son como 
yuxtaposiciones de millones de soledades. 
(Sábato 1974: 19) 
 
Y así es, el hombre concreto, el individuo de la calle fue quedándose cada vez más 
solo: al conquistar el mundo, se perdió a sí mismo y en la medida que atrapó el mundo de las 
cosas, el hombre fue cosificándose. 
Esta crisis que todo lo atraviesa permite el surgimiento de una producción literaria que 
da lugar a la novela de la crisis (que no es lo mismo que afirmar que la novela está en crisis). 
Este escritor, doctor en física, decide alejarse del mundo de la ciencia para incursionar 
hasta hoy, a sus 96 años, en ese terreno compensatorio que es la ficción donde encontró el 
espacio adecuado para poder mostrar, testimoniar y descubrir la crisis de valores. 
En 1948 publica la novela El Túnel adscripta al pensamiento del Existencialismo, esa 
ideología que cubrió un buen tramo de la segunda mitad del siglo XX y que perneó variados 
estancos de la sociedad de aquel tiempo. 
La novela está montada sobre un eje central: el yo y el otro. Este punto es de profundo 
interés tanto para el pensamiento existencialista como para los estudios semióticos de nuestros 
días que otorgan un lugar importantísimo al tema de las pasiones y del cuerpo. 
Justamente al darle un énfasis distintivo a la narratividad, esta disciplina reconoce que 
ese acto es de configuración del sentido de acciones y de pasiones. Es decir, este giro teórico 
es un aspecto innovador al enfrentar el estudio de las pasiones y al señalar que tiene su peso 
importante en la construcción del relato y que permite la entrada a la dimensión de los afectos. 
Esto cambiará el enfoque de la teoría de la significación, a tal punto que se modifica el 
antiguo modelo semiótico construido sobre lo cognitivo y referencial para dar cabida al 
reconocimiento merecido del papel esencial de la corporeidad. 
La pasión es el punto de vista de quien es impresionado y transformado con respecto a 
una acción. Esta unión entre actos y pasiones es indisoluble. La semiótica reconoce cuatro 
componentes para expresar la pasionalidad: 
 
-El modal (poder, saber, querer y deber), 
-El temporal, el aspectual (proceso observable del desarrollo de la pasión) y 
-El estésico (que tiene que ver con lo sensorial, con los cambios corporales). 
 
El cuerpo vivo, entendido como una sensibilidad orientada intencionadamente, 
interesa a la semiótica como condición de la semiosis. El cuerpo emerge así como una 
Actas XVI Congreso AIH. Ana María DEL GESSO CABRERA. El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato
El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato 
 
presencia que toma posición en el mundo. Este acto ocupa el primer lugar de la articulación 
de una dimensión sensible y de una dimensión inteligible. Según Greimas y Fontanille, la 
emoción es la manifestación corporal de la pasión, y los estudios modernos de la semiótica 
del cuerpo incorporan el componente de “lo encarnado” como un elemento organizador del 
sentido, como un elemento interpuesto para dar orden entre las emociones y las pasiones y 
además, lo consideran como un principio de sustentación, como una sintaxis. El cuerpo, 
entonces, se constituye en un tema sustancial. El interés no recaerá sólo en lo corporal, sino 
en las pasiones, en la gramática pasional, en las emociones que complementaría a la semiótica 
de las acciones; es decir, que de la semiótica de las modalidades, pasamos a la de las pasiones 
y a la del cuerpo. Será visto desde lo sensible y no desde lo social. Hay una estetización, una 
doctrina de lo sensible, la estética del cuerpo como práctica sensible, como centro coordinador 
de las sensaciones, de la experiencia estética. 
La corporeidad es vista como un todo; el sujeto tiene la sensación de su propio cuerpo. 
Se toma conciencia de la presencia del cuerpo propio y del cuerpo de “el otro”. El cuerpo será 
el asiento de la semiosis y es figuritivizado a través del lenguaje; en él no sólo podemos 
hablar de la significación de lo observable, sino de los rasgos del cuerpo con el pasado; no 
sólo de lo que le ha sucedido sino de la interacción con otros cuerpos, como superficie de 
inscripción, con improntas, con marcas; como un lugar donde quedan impresas cicatrices, 
como un espacio de “marcaje”, de memoria. 
Todos estos aspectos señalados, resultado de combinatorias y reciclajes, puestos al 
servicio del análisis de un “corpus” determinado nos permiten hacer las siguientes precisiones 
respecto a “El Túnel”, novela de 1948, del escritor argentino Ernesto Sábato. 
El papel del “otro” es elemento central, es el constitutivo del “yo” como totalidad, 
posición indispensable para que el ser humano se construya como un todo, ya que esa 
realización no puede venir sino del exterior, de la mirada del “otro”; en cuanto y en tanto cada 
uno es el complemento necesario de ese “otro”. 
Es el caso del protagonista de este relato, el solitario pintor Juan Pablo Castel quien ve 
en María Iribarne ese “otro” constitutivo de su ser y a quien él mismo aniquiló en una actitud 
avasallante de inseguridad y dominación. Desde el primer momento del encuentro entre 
ambos comienza la obsesiva persecución por controlar a ese “otro”, de quien se espera 
absolutamente todo, de quien se pide todo y a quien se exige todo. María –según el propio 
Castel– le falla, por lo tanto es menester eliminarla. 
Sobre este punto, que podemos rastrear fácilmente en toda posición existencialista y 
en el relato de “El Túnel”, Mijaíl Bajtín se refiere a dos aspectos de la persona humana. El 
primero, espacial, es el cuerpo. Mi cuerpo no se vuelve un todo sino cuando está visto desde 
afuera, o en un espejo (mientras que veo, sin el menor problema, el cuerpo de los demás como 
un todo acabado) El segundo, es temporal y se refiere al “alma”. Sólo mi nacimiento y mi 
muerte me constituyen como un todo, pero, por definición, mi conciencia no puede conocerlo 
desde el interior. 
El cuerpo bello y joven de María es el objeto de deseo de Castel, es lo que buscaba y 
encuentra, lo que ama y lo que le da, por tanto, vida, pero ese cuerpo es atravesado, dañado 
cruelmente negándole la existencia. La piel de ese cuerpo amado es la mediadora entre el 
mundo exterior agobiante y su mundo interior, sus estados de ánimo; es la frontera que todo 
lo percibe, a todo es sensible, todo lo traduce en sensaciones corporales de una mujer que 
siente de una única e irrepetible manera. Es la aprehensión y recepción de la significación de 
la experiencia sensible, no sólo de las facultades cognoscitivas sino de las pasiones, de la 
subjetividad pasional como generadora de sentido. 
Actas XVI Congreso AIH. Ana María DEL GESSO CABRERA. El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato
Ana María Del Gesso Cabrera 
 
Parret es claro cuando afirma: “el sujeto (es) ante todo un ser de pasiones, de 
motivaciones opacas o difícilmente confesables, un ser de cuerpo, diría o, un ser de fiesta y 
duelo” (1995: 6). 
Este sujeto se definirá por la búsqueda de su identidad: es la diferencia del “hacer al 
ser”, del actuar al padecer; y esto es lo que los personajes, de este relato, buscan: su propia 
construcción. 
El “otro” es a la vez hacedor del ser y fundamentalmente asimétrico respecto a él: la 
pluralidad de los hombres encuentra su sentido no en una multiplicación cuantitativa delos 
“egos”, sino en cuanto cada uno es el complemento necesario del otro (Todorov 1984:91). 
Mi cuerpo y el cuerpo del otro, en el contexto cerrado y concreto de la vida de un 
hombre para el cual la relación “yo y el otro” es absolutamente irreversible, se da una vez y 
para siempre. 
Estas ideas y muchas más están implícitas en el pensamiento del pintor Juan Pablo, 
quien en el intenso soliloquio que es la novela, manifiesta la necesidad del “otro” para crearse 
a sí mismo. Es la única salida a la situación de terrible soledad, incomprensión e 
incomunicación en que vive y que lo lleva a aceptar “que el mundo es horrible” (Sábato 1985: 
12). 
El protagonista vive atormentado en un mundo sombrío que no entiende y que no lo 
entiende; es un hombre angustiado y pesimista, sus permanentes recursos analíticos, sus 
largas reflexiones, lo comprueban; sus sueños, sus fantasmas, lo atestiguan. Duda de todo y de 
todos, no cree en nadie ni en nada. Su mundo interior es rico en disquisiciones racionales, en 
cuestionamientos y en respuestas que arma afanosamente y deshecha con rapidez. Muchas 
veces, sus conclusiones nos dejan absolutamente perplejos. 
Este es el hombre que encuentra a María en una exposición de sus obras pictóricas y 
que se aferra desesperadamente a ella. Ella –ese “otro”– era la única persona que podía 
comprenderlo y en el preciso momento en que se dio la conjunción primera, el primer 
acercamiento al otro, cambiará la vida del pintor. María, bella y enigmática joven, 
representará lo diferente, lo único, la verdad, el amor, la comunicación. El acceder a ella lo 
llena de zozobras, de timidez, de angustias. Se tortura al buscarla, se tortura al encontrarla, al 
disfrutarla y al perderla. Necesita de ese otro, necesita del cuerpo del otro como una forma de 
fincar su relación, como una manera de anclar a María a su vida y de quitar su propia 
existencia del exilio voluntario en que vive. 
Castel transita constantemente de la depresión a la euforia. El encuentro con la mujer 
que amará trastorna su mundo que “había sido, hacía unos instantes, un caos de objetos y 
seres inútiles”, y que ahora “volvía a rehacer y a obedecer a un orden”. Sin embargo, a pesar 
de ser ella el único ser que lo comprendió y se compenetró con él y su obra, decide asesinarla 
porque siente que ella lo abandona. 
El crimen de Juan Pablo, planeado hasta el más mínimo detalle, es una reacción 
patológica ante el terror a la soledad, ante el temor de sentirse nuevamente condenado al 
desamparo. Sólo había un ser con quien podía conectarse, ese ser era María, ella era ese 
“otro” del que no podía –ni quería– prescindir porque ella pensaba como él, lo entendía y lo 
amaba. También él la amaba desesperadamente, con furia, con violencia, necesitaba su 
cuerpo, oír su voz, ver sus ojos, sentir sus manos. Esa mujer era la única salida que atisbaba 
en su mundo sombrío, era la única oportunidad de abandonar el túnel “en que había 
transcurrido […] (su) infancia, (su) juventud, toda (su) vida” (Sábato 1985: 131). 
Matar a su amante fue un ejercicio de libertad, tal vez el más importante de su vida. La 
pertinaz obsesión por ese “otro” lo lleva a construir una pareja idealizada, ajena a la realidad: 
“Existió una persona que podía entenderme, pero fue, precisamente la persona que maté” 
(Sábato 1985: 15). Con estas palabras empieza el relato en donde el propio protagonista, 
Actas XVI Congreso AIH. Ana María DEL GESSO CABRERA. El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato
El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato 
 
desde el encierro donde son “albergados los diferentes” en esta sociedad, cuenta, en un relato 
lleno de analepsis, que nos conducen a lo ya vivido, al mundo interior, profundo y oscuro de 
Castel, cómo encontró a su enamorada, cómo la amó y cómo planeó su desaparición. 
La mujer que él inventa es vista como “una frágil criatura en medio de un mundo 
cruel, lleno de fealdad y miseria […] era un ser semejante a mí” (Sábato 1985: 57). Ella se 
siente atrapada por un amor asfixiante, busca salvarse. Él se siente defraudado y al no poder 
alcanzar el objeto-deseo construido, lo destruye y se destruye a su vez, cayendo en una 
profunda desesperanza: “Sentí como si el último barco que podía rescatarme de mi isla 
desierta pasara a lo lejos sin advertir mis señales de desamparo. Mi cuerpo se derrumbó 
lentamente, como si le hubiera llegado la hora de la vejez” (Sábato 1985: 133). 
Consciente de la pérdida de ese “otro” al que necesitaba, Castel corta el único lazo que 
lo uniría al mundo y se queda en su túnel donde “[…] los muros de este infierno serán, así, 
cada día más herméticos” (Sábato 1985: 137) Y, entonces, nada tendrá sentido. “¿Toda 
nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?” (Sábato 
1985: 43). 
El narrador en su búsqueda en el yo, en su propia existencia y en su propia conciencia, 
se instala en regiones profundas del inconsciente y del subconsciente. Ese buceo en zonas de 
tinieblas, produce efectos fantasmales, de sueños y pesadillas. Es un mundo nocturno no 
regido por la razón, ni por la coherencia, ni por la claridad, es un mundo ominoso, que se 
muestra desde los estados del alma del personaje, absurdo (de la doble conciencia del deseo 
de durar y del destino de muerte). 
El “yo” está planteado en su relación con los demás seres, con las demás conciencias. 
Es el descubrimiento del otro, de la comunicación con el otro, con la alteridad, como manera 
de realización de ser-en y para-el-otro. 
El amor-sexo adquiere un carácter sagrado, una dimensión metafísica. El amor como 
desgarrado intento de comunicación se concretiza en el amor del cuerpo del otro, en la 
apropiación del cuerpo del otro. 
Castel, en definitiva, es un individuo desubicado –rayando en lo enfermizo– que no 
soporta el mundo hostil y frívolo en que sobrevive. Su extraordinaria hipersensibilidad –no 
nos olvidemos que es un artista– lo hace padecer, hasta llegar a extremos insospechados, su 
frustrada pasión, su encuentro con “el otro”. 
Para cerrar estos comentarios, nada mejor que la opinión del propio Ernesto Sábato: 
 
[…] los seres humanos no pueden presentar nunca las angustias metafísicas al estado de 
puras ideas, sino que lo hacen encarnándolas, oscureciéndolas con sus sentimientos y 
pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos 
imprevisibles, aun para el mismo escritor que sirve de intermediario entre ese singular 
mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue el drama. Las ideas 
metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma 
en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad determinada, la desesperación 
metafísica se transforma en celos, y la novela que estaba destinada a ilustrar aquel 
problema termina siendo el relato de una pasión y un crimen. 
(Sábato 1974: 173) 
 
 
Bibliografía 
 
-BAJTÍN, Mijail (1979): Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI. 
-FABBRI, Paolo (1998): El giro semiótico. Barcelona: Gedisa. 
-GREIMAS, Algirdas / FONTANILLE, Jacques (1994): Semiótica de las pasiones. De los 
estados de las cosas a los estados de ánimo. México: Siglo XXI. 
Actas XVI Congreso AIH. Ana María DEL GESSO CABRERA. El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato
Ana María Del Gesso Cabrera 
 
-FONTANILLE, Jacques / ZILBERBERG, C. (1998): Tensión y significación. Lieja: 
Mardaga. 
-FONTANILLE, Jacques (1999): Semistique et literature. Paris: Puf. 
-FONTANILLE, Jacques (2001): Semiótica del discurso. Lima: Universidad de Lima y FCE. 
-MERLEAU-PONTY, M. (1994): El ojo y el espíritu. Barcelona: Paidós. 
-PARRET, Herman (1995): Las pasiones. Ensayo sobre la puesta en discurso de la 
subjetividad. Buenos Aires: Edicial. 
-PARRET, Herman (1995): De la semiótica a la estética. Enunciación, sensación, pasiones. 
Buenos Aires: Edicial. 
-SÁBATO, Ernesto (1974): Páginas vivas. Buenos Aires: Kapelusz. 
-SÁBATO, Ernesto (1985): El túnel. México:Planeta. 
-TODOROV, T. (1984): Crítica de la crítica. Venezuela: Monte Ávila Ed. 
 
 
Actas XVI Congreso AIH. Ana María DEL GESSO CABRERA. El yo y el otro. El túnel de Ernesto Sábato

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