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LA CIENCIA COMO PROFESIÓN 61 ejemplo, tienen necesariamente que hacer, se resignan conscientemente, a que el propio trabajo permanezca ine vitablemente muy incompleto, aunque se estén suminis trando en todo caso al especialista problemas útiles en los que éste no cae fácilmente desde su perspectiva especiali zada. El trabajador científico sólo puede hacer suyo, en realidad, ese sentimiento de plenitud de haber hecho algo que durará con una estricta especialización. En el presen te, un resultado importante y realmente definitivo es siem pre un resultado especializado, y quien no posea la capa cidad de ponerse, por así decir, anteojeras y de hacerse a la idea de que el destino de su alma depende de compro bar tal conjetura en un pasaje de un manuscrito, que permanezca alejado de la ciencia. Nunca llegará a experi mentar en sí mismo lo que puede denominarse la «viven cia» de la ciencia. Sin esta extraña embriaguez, ridicula para el que está fuera, sin esta pasión, sin este «milenios tuvieron que pasar antes de que tú entraras en la vida y otros milenios esperan en silencio» para ver si esa conje tura se resuelve contigo, uno no tiene vocación para la ciencia y que haga otra cosa, pues nada vale para el hombre en cuanto hombre lo que no pueda hacer con pasión. Pero la realidad es que por mucha pasión que haya y por muy auténtica y profunda que sea, no se puede forzar el resultado. Evidentemente es una condición previa del elemento decisivo, la «inspiración». Es verdad que actual mente está muy extendida entre círculos de jóvenes la idea de que la ciencia se ha convertido en un cálculo que se produce en los laboratorios o en los archivos estatales con el frío entendimiento nada más y no con toda el «alma», tal como se producen las cosas «en una fábrica». Pero en este punto hay que señalar que no existe ninguna claridad la mayoría de las veces sobre lo que ocurre en una fábrica ni sobre lo que ocurre en un laboratorio. Tanto aquí como allí, al hombre tiene que, ocurrírsele algo —lo correcto, precisamente— para producir algo valioso. Pero esta ocurrencia no se puede forzar; no tiene nada que ver con un cálculo frío. Es verdad que éste también es una condi 6 2 MAX WEBER ción previa indispensable. Cualquier sociólogo, por ejem plo, no debe sentirse menos por hacer incluso siendo mayor, quizá durante meses, decenas de miles de opera ciones de cálculo en su cabeza. Si se quiere lograr algo, no se intentará impunemente cargar esto sobre los auxiliares, y lo que sale finalmente es, con frecuencia, muy poca cosa. Pero si no se le «ocurre» algo determinado sobre la direc ción de sus cálculos y si, durante los cálculos, no se le «ocurre» algo sobre el alcance de los resultados concretos que van apareciendo, ni siquiera se logra esa muy poca cosa. Sólo sobre el terreno de un trabajo muy duro surge normalmente la ocurrencia, aunque es cierto que no siem pre. La ocurrencia de un aficionado puede tener científi camente el mismo o mayor alcance que la del especialista. Muchos de nuestros mejores planteamientos y conoci mientos se los debemos precisamente a aficionados. El aficionado sólo se diferencia del especialista en el hecho de que le falta la firme seguridad del método de trabajo —como dijo Helmholtz sobre Robert Mayer— y en el de que no está en situación la mayoría de las veces de reali zar, valorar o controlar su ocurrencia. La ocurrencia no sustituye al trabajo. Y el trabajo, por su parte, no puede forzar o sustituir a la ocurrencia, como tampoco la susti tuye la pasión. Ambos, sobre todo ambos a la vez, la atraen, pero la ocurrencia viene cuando ella quiere, no cuando queremos nosotros. Es cierto, en realidad, que las mejores cosas no se le ocurren a uno cuando está buscan do y dándole vueltas a la cabeza sentado en su escritorio, sino que se le ocurren fumando un puro en el sofá, como dice Ihering, o dando un paseo por una calle que se empina lentamente, como dice de sí Helmholtz con preci sión científico-natural, o de otras maneras similares, pero, en todo caso, no cuando uno la está esperando. Por su puesto que a uno no le vendría una ocurrencia si no tuviera tras sí esa reflexión sentado en el escritorio y el haberse hecho algunas preguntas con pasión. Pero sea como sea, el trabajador científico tiene que contar con el azar, que tiene todo trabajo científico, de que venga la
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