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LA CIENCIA COMO PROFESIÓN 81
sólo será un maestro y nada más, y a ningún joven ameri­
cano se le ocurrirá pedirle que le venda una «concepción 
del mundo» o algunas normas para su modo de vida. 
Formuladas así las cosas las vamos a rechazar con toda 
seguridad, pero la pregunta es si no se esconde un algo de 
verdad en esta manera de ver las cosas, que yo intencio­
nadamente he exagerado.
¡Compañeros y compañeras! Ustedes vienen a nosotros 
en nuestras clases reclamándonos cualidades de líderes, 
sin saber antes que el noventa y nueve por ciento al menos 
de los profesores no sólo no pretenden ser héroes futbo­
lísticos de la vida sino tampoco pretenden ser «líderes» en 
los asuntos del modo de vida; no lo pretenden ni deben 
pretenderlo. Piensen ustedes que el valor del hombre no 
depende de si posee cualidades de líder. Y, en todo caso, 
las cualidades que le hacen a uno un profesor o un inte­
lectual excelente no son las mismas que le convierten a 
uno en un líder en el terreno de la vida práctica o, concre­
tamente, de la política. Es pura casualidad que alguien 
tenga también esas cualidades y es muy arriesgado que 
quien esté en una cátedra se encuentre ante la exigencia 
de tener que recurrir a ellas. Más arriesgado es todavía 
dejar a cada profesor que se pueda comportar en el aula 
como un líder, pues los que más se consideran a sí mismos 
como tales, son frecuentemente los menos líderes y la 
situación en la cátedra no ofrece ninguna posibilidad para 
acreditar si lo son o no lo son. El profesor que se sienta 
llamado a ser consejero de la juventud y que disfrute de 
su confianza, que se muestre valiente en el trato personal 
de hombre a hombre; y si se siente llamado a intervenir en 
la lucha entre las distintas concepciones del mundo y las 
distintas opiniones, que lo haga fuera, en el mercado de la 
vida, en la prensa, en las asambleas, en las asociaciones o 
donde quiera. Pero es realmente un poco demasiado có­
modo mostrar su celo proselitista allí donde los presentes, 
que quizá piensen de otra manera, están condenados a 
callar.
Ustedes se preguntarán, por último: si esto es asi, ¿que
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aporta realmente entonces de positivo la ciencia para la 
«vida» práctica y personal? Y con esta pregunta nos en­
contramos de nuevo con el problema de la «profesión» 
científica. En primer lugar, lo que aporta son conocimien­
tos sobre la técnica que, mediante el cálculo, domina la 
vida, tanto las cosas externas como las acciones de los 
hombres; pero en este punto, dirán ustedes, sólo tenemos 
a la verdulera del muchacho americano. Yo también lo 
pienso así. En segundo lugar, aporta algo que la verdulera 
no ofrece, a pesar de todo: los métodos para pensar, sus 
instrumentos y su aprendizaje. Ustedes dirán, tal vez, que 
esto ya no son las verduras, pero que no son nada más que 
los medios para procurarse las verduras. Bueno, dejemos 
este tema hoy a un lado. Pero con estas aportaciones no 
hemos llegado, felizmente, al final, sino que estamos en 
situación de proporcionarles una tercera aportación: la 
claridad, suponiendo, naturalmente, que nosotros mismos 
la tengamos. En la medida en que éste sea el caso les 
podemos clarificar que, en relación al problema del valor 
de que se trate en cada caso, se puede adoptar en la 
práctica una posición u otra diferente; les ruego que, para 
simplificar, piensen, como ejemplo, en los fenómenos so­
ciales. Si se adopta tal postura, de acuerdo con la experien­
cia científica habrá que emplear tales medios para realizar­
la en la práctica. Esos medios quizá sean unos medios que, 
como tales, ustedes creen que tienen que rechazar. Enton­
ces habrá que elegir entre el fin y los medios inevitables 
para conseguirlo. ¿«Santifica» el fin estos medios o no? El 
profesor puede mostrarles a ustedes la necesidad de esta 
elección, más ya no puede hacer él, en la medida en que 
quiera seguir siendo profesor y no un demagogo. Él puede 
decirles también, por supuesto, que si ustedes quieren tal 
y tal fin tendrán que aceptar tales y tales resultados cola­
terales, que, según la experiencia, suelen producirse. Esta 
es la misma situación. De todos modos, éstos son proble­
mas que también se les presentan a los técnicos, que, en 
numerosos casos, tienen que decidir según el principio del 
mal menor o de lo relativamente mejor. Lo único que

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