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A Política como Profissão

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LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN 1 0 3
mentó se lo pedían especialmente. No era distinta la situa­
ción de una parte de las fuerzas auxiliares que el príncipe 
se atrajo en su lucha por crear su propia empresa política, 
de la que sólo él pudiera disponer. Tenían este carácter los 
Räte von Haus aus (consejos áulicos) y, más lejos en el 
tiempo, una parte considerable de los consejeros integran­
tes de la «Curia» y de los otros cuerpos consultivos del 
príncipe. Pero el príncipe no tenía suficiente con estas 
fuerzas auxiliares de ocasión o que funcionaban como una 
segunda profesión. Él tenía que procurar hacerse un equi­
po de auxiliares dedicados por completo y exclusivamente 
a su servicio, es decir, que tuvieran en ese servicio su 
profesión principal. De la procedencia de ese equipo de­
pendió en una parte esencial la estructura de las formas 
políticas dinásticas nacientes, y no sólo ellas, sino todo el 
proceso de formación de la correspondiente cultura. A esa 
misma necesidad se vieron abocadas aquellas asociaciones 
políticas que, eliminando totalmente el poder del príncipe 
o limitándolo considerablemente, se constituyeron como 
comunidades políticamente (así llamadas) «libres»; «li­
bres» no en el sentido de no tener una autoridad violenta, 
sino en el sentido de no tener el poder del príncipe —legí­
timo en virtud de la tradición, y consagrado la mayoría de 
las veces por la religión— como única fuente de la autori­
dad. Estas comunidades tienen históricamente su cuna en 
Occidente, y su germen fue la ciudad como asociación 
política, que surgió por vez primera en el círculo cultural 
mediterráneo. ¿Qué rasgos tenían en todos estos casos los 
políticos «profesionales con la política como profesión 
principal»?
Hay dos formas de hacer de la política una profesión. 
O se vive «para» la política o se vive «de» la política. La 
contraposición no es en absoluto excluyente. Por lo gene­
ral se hacen, más bien, las dos cosas, al menos desde el 
punto de vista ideal, pero también desde el punto de vista 
material la mayor parte de las veces. Quien vive «para» la 
política, hace «de ello su vida» en su sentido íntimo: o goza 
de la desnuda posesión del poder que ejerce, o alimenta
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su equilibrio interior y su autoestima con la conciencia de 
darle un sentido a su vida mediante el servicio a una 
«causa». En este sentido íntimo, todo hombre serio que 
viva para una causa vive ciertamente también de esa cau­
sa. La diferencia se refiere, por tanto, a un aspecto mucho 
más tosco de la situación, al aspecto económico. Vive 
«de» la política como profesión quien aspira a hacer de 
ello una fuente de ingresos permanente; vive «para» la 
política aquel en quien no ocurre eso. Para que alguien 
pueda vivir «para» la política en ese sentido económico, 
tienen que darse —en un sistema de propiedad privada— 
algunos presupuestos muy triviales, si ustedes quieren: ese 
alguien ha de ser —en condiciones normales— económica­
mente independiente de los ingresos que la política le 
pueda aportar. Esto quiere decir sencillamente que debe 
tener un patrimonio propio o estar en una posición priva­
da que le proporcione ingresos suficientes. Así está la 
cosa, al menos en situaciones normales. Claro que el sé­
quito de un jefe guerrero se preocupa tan poco como el 
séquito del héroe revolucionario de la calle por las condi­
ciones de una economía normal; ambos viven del botín, 
del robo, de las confiscaciones, de las contribuciones o de 
la imposición de medios de pago obligatorios sin valor 
alguno, procedimientos todos iguales en su naturaleza. 
Pero éstos son fenómenos necesariamente extraotdina- 
rios; en la economía cotidiana sólo un patrimonio propio 
cumple ese servicio. Pero con ello no es suficiente: ese 
alguien ha de estar, además, «disponible» desde el punto 
de vista económico, es decir, que sus ingresos no depen­
dan de que él ponga personalmente y de manera perma­
nente su fuerza de trabajo y sus ideas —de manera total o 
en gran parte— para el logro de aquéllos. Disponible en 
este sentido es en términos más absolutos el rentista, es 
decir, aquel que obtiene unos ingresos sin trabajar en 
absoluto, sean procedentes de las rentas de la tierra 
—como el señor territorial del pasado o los terratenientes 
y los Standesherren (nobles) del presente— (en la Antigüe­
dad y en la Edad Media ingresos procedentes también de

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