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LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN 1 0 7
el desarrollo de la economía monetaria lo fue especialmen­
te el cobro por los servicios administrativos o judiciales. 
Hoy esas recompensas son los cargos de todo tipo en los 
partidos, en los periódicos, en las cooperativas, en las 
cajas del seguro de enfermedad, en los municipios y en el 
Estado, que son repartidos por los dirigentes de los parti­
dos como pago de servicios leales. Todas las luchas entre 
partidos no son solamente luchas por objetivos programá­
ticos, sino sobre todo por influir en el reparto de cargos 
entre sus seguidores. Todas las luchas entre las reivindica­
ciones centralistas o particularistas en Alemania giran so­
bre todo alrededor de qué poderes han de tener en sus 
manos la distribución de los cargos, si los de Berlín o los 
de Munich, los de Karlsruhe o los de Dresde. Los partidos 
políticos sienten más profundamente una reducción de su 
participación en los cargos que las acciones contra sus 
objetivos programáticos. En Francia, un cambio político 
de prefectos siempre ha producido más ruido y ha sido 
considerado como una transformación mayor que una 
modificación en el programa de gobierno, que tenía una 
significación casi puramente fraseológica. Algunos parti­
dos, por ejemplo los de América, desde la desaparición de 
la vieja controversia sobre la interpretación de la Consti­
tución son puros partidos cazadores de cargos, que van 
cambiando su programa según sus posibilidades de captar 
votos. En España, hasta estos últimos años, los dos gran­
des partidos se alternaban en un turno establecido conven­
cionalmente, bajo la fórmula de «elecciones» fabricadas 
desde arriba, para proveer con cargos a sus respectivos 
seguidores. En las colonias españolas, tanto en las llama­
das «elecciones» como en las llamadas «revoluciones», se 
trata siempre del pesebre del Estado, en el que los vence­
dores desean ser alimentados. En Suiza, los partidos se 
reparten pacíficamente los cargos de manera proporcio­
nal, y algunos de nuestros proyectos constitucionales «re­
volucionarios», por ejemplo el primer proyecto elaborado 
para Badén, quería extender este sistema a los cargos 
ministeriales, tratando así al Estado y sus cargos como
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una institución de distribución de prebendas. El partido 
Zentrum, sobre todo, estaba tan entusiasmado con el sis­
tema que hizo en Badén una distribución proporcional de 
los cargos según las confesiones, es decir, sin tomar en 
consideración los méritos (de los partidos), sin referencia 
siquiera a algún punto programático. Con el incremento 
del número de cargos a consecuencia de la burocratiza- 
ción general y de la apetencia general de ellos como una 
forma específica de una pensión segura, esta tendencia 
aumenta en todos los partidos y éstos se convierten para 
sus seguidores cada vez más en un medio para ese fin de 
ser asistidos de esa manera.
Opuesta a esta situación está, sin embargo, la conver­
sión del funcionariado moderno en un conjunto de traba­
jadores intelectuales, altamente cualificados y especializa­
dos mediante una preparación de años, con un honor 
estamental muy desarrollado en beneficio de la integridad, 
sin el cual se cernería sobre nosotros como un destino el 
peligro de una terrible corrupción y de una brutal incom­
petencia e incluso estaría amenazado el rendimiento téc­
nico del aparato estatal, cuya significación para la econo­
mía ha estado aumentando continuamente y continuará 
haciéndolo, especialmente con el aumento de la socializa­
ción. La administración de aficionados en manos de los 
políticos de botín que en Estados Unidos hacía que cam­
biaran cientos de miles de funcionarios —hasta el reparti­
dor de correos— según resultaran las elecciones presiden­
ciales y que no conocía el funcionario profesional vitali­
cio, se ha debilitado hace tiempo gracias a la Civil Service 
Reform. Necesidades puramente técnicas e ineludibles ge­
neran esta evolución. En Europa, el funcionariado espe­
cializado según la división del trabajo ha ido surgiendo 
paulatinamente desde hace quinientos años. El comienzo 
lo marcaron las ciudades y signorias italianas. Entre las 
monarquías ese comienzo lo marcaron los Estados de los 
conquistadores normandos. El paso decisivo se dio en las 
finanzas de los príncipes. En las reformas administrativas 
del emperador Max puede verse con qué dificultad logra­

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