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CONTINUIDADES, RUPTURAS E INTERPRETACIONES DE LA IDEA DE SEGURIDAD CIUDADANA EN BOGOTÁ 1992-2003 CAMILO ANDRÉS URBANO CASTRO MONOGRAFÍA PRESENTADA PARA OPTAR AL TÍTULO DE POLITÓLOGO DIRECTOR: ÁLVARO CAMACHO GUIZADO UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA BOGOTÁ D.C., DICIEMBRE DE 2005 II Para mi familia, mi fortaleza y mi guía. Sin su aliento, apoyo y cariño, este trabajo no hubiera sido realidad Agradecimientos: A Álvaro Camacho y Lariza Pizano. Gracias por tanta paciencia, por los múltiples consejos, charlas y auxilios. Pero más que nada por la amistad que ambos me han dado. También a mi hermana, Diana Urbano, por su infatigable ayuda y su constante guía. A Kevin Martínez por socorrerme con su amistad y con su colaboración en las entrevistas. Y a Iván Orozco por su tiempo, atención y comentarios. III ÍNDICE INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………………………………………. 1 PRIMERA PARTE CAPITULO 1. INTRODUCCIÓN A LA IDEA DE SEGURIDAD CIUDADANA………………………………………………….. 3 A. Los ejes centrales que sustentan la idea................................................................................. 3 B. Enfoques que caracterizan su práctica.................................................................................... 7 C. Los factores que la amenazan................................................................................................... 11 CAPITULO 2. EL CONTEXTO Y EL IMAGINARIO DETERMINANTE DE LA SEGURIDAD CIUDADANA EN BOGOTÁ.......................................................................................... 16 A. La Constitución de 1991: transformaciones en la administración de Bogotá y en el manejo de la seguridad............................................ 16 B. La Administración Gaviria: Nuevos giros en el manejo de la seguridad.............................................................................. 18 C. El imaginario de “la Bogotá de antes”...................................................................................... 23 SEGUNDA PARTE CAPITULO 3. FORMAR SEGURIDAD Y CONVIVENCIA EN LA “CIUDAD DE COMUNIDADES” (1992-1997)..................................................................................................................................................... 28 A. Jaime Castro: La seguridad en “la ciudad de comunidades” (1992-1994).................................................... 28 B. Mockus-Bromberg: Formar ciudad, forjar Seguridad y Cultura Ciudadana (1995-1997)...................................... 34 1. La Cultura Ciudadana y el divorcio entre ley, moral y cultura.................................. 35 2. Estrategias y acciones de Seguridad y Convivencia Ciudadana............................. 40 C. Consideraciones sobre las Administraciones Castro y Mockus-Bromberg......................... 46 CAPITULO 4. SEGURIDAD Y CULTURA CIUDADANA A “ESCALA HUMANA” (1998-2003)..................................................................................................................................................... 50 A. Peñalosa: Seguridad y Convivencia a “Escala Humana” (1998-2000).................................................... 50 1. La teoría de “las ventanas rotas”................................................................................ 53 2. Acciones sobre el espacio urbano, la convivencia y la seguridad ciudadana.................................................................... 57 B. Mockus: Bogotá para vivir (2001-2003)...................................................................................................... 64 D. Consideraciones sobre las Administraciones Peñalosa y Mockus....................................... 69 CONSIDERACIONES GENERALES.............................................................................................................. 74 ANEXOS.......................................................................................................................................................... 77 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................................................... 84 IV ÍNDICE DE GRÁFICAS Y CUADROS GRÁFICAS Gráfica 1 Comportamiento del Homicidio en Bogotá y Colombia, 1961-2003…………………………….. 25 Gráfica 2 Muertes en accidentes de Transito, 1991-2003……………………………………………................77 Gráfica 3 Comportamientos de delitos de Mayor Impacto, 1994-2002……………………………................ 78 Gráfica 4 Inversión del Distrito en la Policía Metropolitana de Bogotá, 1992-2003……………………….. 78 Gráfica 5 Percepción de inseguridad para Bogotá (1998 – 2004)…………………………………………….. 79 CUADROS Cuadro 1 Tres tipos de regulación: legal, moral y cultural…………………………………………………….. 36 Cuadro 2 Homicidio Común y Muertes en Accidentes de Tránsito en Bogotá D.C., 1991- 2003………... 79 Cuadro 3 Variedades de seguridad: principales temas y problemas………………………………………… 80 Cuadro 4 Principales Políticas, plan sectorial de Seguridad “Vivir sin Temor”……………………………. 81 Cuadro 5 Descripción, “políticas saludables” (1995-1997)…………………………………………………….. 82 Cuadro 6 Principales programas de seguridad, Plan de Desarrollo “Por la Bogotá que Queremos”…. 83 1 INTRODUCCIÓN La ciudad aparece como una densa red simbólica en permanente construcción y expansión. La ciudad, cada ciudad, se parece a sus creadores, y estos son hechos por la ciudad. Armando Silva1 En los últimos diez años Bogotá ha experimentado un cambio radical en la forma de concebir y entender el manejo de la ciudad por parte de sus ciudadanos y gobernantes. Las últimas administraciones distritales han construido y desarrollado una serie de perspectivas que se han configurado como modelo para América Latina en la forma de entender y dar solución a los problemas y necesidades de la población, en especial en el manejo de la seguridad. Se podría afirmar que una de las causas de ello ha sido la realización de dos visiones de ciudad, dos propuestas llevadas a cabo por los alcaldes Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Cada uno, desde su punto de vista, ha tratado de hacerlas realidad de tal manera que han transformado el quehacer del distrito bogotano así como la forma de entender y repensar las necesidades, los problemas y el desarrollo de la capital. En este sentido, la presente investigación busca analizar la idea de la Seguridad Ciudadana a partir de las posturas y perspectivas sobre la ciudad y los elementos conceptuales que presentaron las gestiones de las administraciones de Bogotá, especialmente las de Mockus y Peñalosa, durante el periodo de 1992 a 2003. Por tanto, el objetivo central de la monografía es el de describir y analizar cómo estas visiones particulares materializaron y conjuraron la construcción y la continuidad de una o varias ideas de Seguridad Ciudadana a la luz del desarrollo de las políticas y programas propuestos e implementados para la ciudad. Además, también se pretende mostrar cómo, tanto una u otra perspectiva de cada administración se complementó, diferenció o transformó a lo largo del periodo ya mencionado. Igualmente, este estudio pretende servir de herramienta para ayudar a definir o redefinir la formulación e implementación de las políticas de seguridad en distintos contextos y territorios del país. Así mismo, también se busca generar un aporte teórico al examen de las políticas de la capital al destacar elementos que sobresalen de los esquemas convencionales del tratamiento de las problemáticas y los factores de inseguridad. 1 Armando Silva, Imaginarios Urbanos. Bogotá y Sao Paulo: Cultura y comunicaciónurbana en América latina (Bogotá: Tercer mundo editores, 1992), p.19. 2 Para dar respuesta a estos objetivos, se recolectó e interpretó documentos personales, oficiales, institucionales y teóricos referentes a la formulación, implementación y resultados de las políticas de seguridad del distrito capital, así como de la nación, enmarcados o referentes al periodo de estudio. Además, se consultó las opiniones de algunos expertos como la del ex alcalde Jaime Castro, el Subsecretario de Seguridad y Convivencia de las administraciones de Mockus y Peñalosa, Hugo Acero, y Lariza Pizano, especialista en temas urbanos. La monografía se divide en dos partes. En la primera se expone e introduce la idea de seguridad ciudadana, resaltando sus dimensiones y ejes conceptuales más importantes dentro del marco y el contexto de algunos de los trabajos más relevantes de América latina. Así mismo, en esta parte, se realiza una contextualización de los hechos políticos más sobresalientes y de la reproducción de un discurso y de un imaginario que describía a Bogotá, el cual marcó e incidió en el diseño e implementación de las políticas de seguridad ciudadana de la ciudad. La segunda parte se concentra en el análisis y en el desenvolvimiento de la idea de seguridad ciudadana en los periodos de las administraciones de Jaime Castro (1992-1994), Mockus- Bromberg∗ (1995-1997), Peñalosa y Mockus (2001-2003). El primer periodo de estudio comprende los años de 1992 a 1997, en el cual se compara y destaca una ruptura y una redefinición en el manejo de la seguridad de la administración Mockus-Bromberg frente a la de Jaime Castro. El segundo comprende los años de 1998 a 2003, correspondientes a la alcaldía de Enrique Peñalosa y al segundo gobierno de Antanas Mockus. En éste se compara y se muestra la redefinición de algunos elementos, como el papel del espacio público, así como la continuidad y consolidación de otros aspectos propuestos por las previas administraciones. Finalmente, la monografía recoge y subraya las ideas más importantes que se han expuesto a lo largo del texto en un último apartado. ∗ Esta alcaldía toma este nombre debido a que Antanas Mockus, alcalde electo en 1993, renunció a su mandato faltando ocho meses para terminar su periodo. Por este motivo, Paul Bromberg, entonces director del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, fue nombrado como su sucesor. Por ello esta administración se denomina como Mockus-Bromberg para dar cuenta de la gestión de ambos alcaldes en un mismo periodo. 3 PRIMERA PARTE CAPÍTULO 1 INTRODUCCIÓN A LA IDEA DE SEGURIDAD CIUDADANA La noción de seguridad ciudadana es un concepto relativamente nuevo que se ha sido fruto de la creciente democratización de los países latinoamericanos en los últimos veinte años y de la búsqueda de nuevos enfoques que permitan enfrentar el aumento de la violencia y el delito. El hecho es que la idea misma se ha configurado en una noción que involucra medidas que van desde fortalecer la gobernabilidad de los Estados en los temas de seguridad, pasando por la necesidad de proteger y mejorar el desarrollo y la calidad de vida de los individuos, hasta enfrentar las nuevas problemáticas que se originan en lo procesos de privatización de la seguridad y la transnacionalización de los factores que generan la inseguridad. El presente capítulo pretende describir la idea de seguridad ciudadana desglosándola en los aspectos y dimensiones centrales y constitutivos. Con ello, en primer lugar, se busca comprender el rango que abarca el sentido de la idea y las formas en las que se desenvuelve el concepto. En segundo lugar, se pretende mostrar un marco de referencia en el que se desarrolla ésta noción, el cual nos servirá para circunscribir el análisis de los modelos de seguridad de Bogotá. A. Los ejes centrales que sustentan la idea Una de las características de la idea de seguridad ciudadana es su amplia variedad de sentidos. Eso se debe a que cada autor que la ha abordado en los últimos años ha dado especial énfasis a diversas dimensiones o niveles del concepto. Lo cierto es que lo que la ha distinguido en sí es su especial intangibilidad y el hecho de manifestar el carácter subjetivo de quien la estudia o le da contenido.1 A pesar de ello, es posible identificar dos ejes en torno a los cuales las distintas definiciones e investigaciones se han concentrado. El primero de ellos es el más evidente y el más sobreentendido por los distintos autores y es el que refiere a salvaguardar al individuo en su carácter de ciudadano. Esencialmente la seguridad ciudadana ha asumido la protección del ciudadano en 1 Irma Arriagada y Lorena Godoy, “Prevenir o Reprimir: falso dilema de la Seguridad Ciudadana”, Revista de la CEPAL 70, (2000) p. 108. Y Luis Gerardo Gabaldón, “Seguridad Ciudadana y Control del delito en América Latina”. Análisis de propuestas, el Observatorio de Nueva Sociedad (Caracas: Nueva Sociedad, 2004) p. 2. 4 todos sus niveles y ámbitos, asimilando en sí misma y en su desenvolvimiento las dimensiones básicas que han definido a la idea de ciudadanía. El sociólogo británico Thomas H. Marshall identificó tres dimensiones básicas sobre la última idea, éstas nos servirán para comprender la forma en que la seguridad ciudadana las ha asimilado. La primera de ellas hace referencia a la ciudadanía civil, la cual se ocupa del desarrollo de los derechos básicos para el ejercicio de la libertad individual, es decir, ésta busca desenvolver los derechos de propiedad, libertad de opinión, religión, y la posibilidad de establecer relaciones contractuales entre los mismos individuos.2 La seguridad ciudadana ha procurado llevar a cabo la finalidad de esta dimensión que consiste en garantizarle al ciudadano igualdad, justicia y equidad de sus derechos y libertades. Además, en años recientes algunos teóricos han incluido en ella la necesidad de proteger la integridad psíquica y moral de los sujetos.3 La segunda dimensión refiere a la de los derechos políticos que posee el individuo de participar, bien sea como miembro de un cuerpo político o bien sea como elector.4 Algunos autores han señalado sobre ésta que la seguridad ciudadana debe realizarse vinculando y empoderando al ciudadano en el manejo de estos asuntos para así llevarla a cabo de forma más efectiva.5 Finalmente, muchos autores se han preocupado porque la seguridad ciudadana se concentre en proteger y desarrollar la dimensión social de la ciudadanía, la cual tiene que ver con el derecho que tiene todo sujeto de disfrutar de unos niveles mínimos de bienestar y de seguridad material, de manera tal que le sea posible llevar una vida digna de acuerdo a los patrones alcanzados en cada sociedad.6 Sobre la relación entre la noción de seguridad con la de ciudadanía hay que dejar claro un aspecto. La última idea se ha constituido en un eje tácito en el estudio la seguridad ciudadana, tanto en el desarrollo de las políticas públicas como en el desarrollo de la teoría. La gran mayoría de las estudios se han concentrado en dar énfasis a otros aspectos, como el de enunciar y profundizar 2 Miguel García. ¿Ciudadanía Avergonzada?, Democracia local y construcción de ciudadanía en Bogotá. (Bogotá: Universidad nacional de Colombia, I.E.P.R.I. y Universidad de los Andes, C.E.S.O., 2003) p. 17. Y Francisco Colom González, Ciudadanía: reconstrucción y recuperación de un concepto político clásico. (Bogotá: Consejo Nacional de Acreditación, 2002), p. 18-20. 3 Gabaldón, Op. Cit 4 García, Op. Cit. 5 Comisión Andina de Juristas, Seguridad Ciudadana, cambios necesarios (Lima: Comisión Andina de Juristas, 1999); Eduardo Estévez, “Public and Citizen Security in South America: trends, controversies and proposals”. John Bailey,Public Security in the Americas: new challenges in the north-south dialog (working paper) (Washington: Georgetown University, 2004) 6 García, Op. Cit. 5 sobre los factores que amenazan a la seguridad, así como sobre las estrategias que buscan mejorar el desempeño de ella, como veremos más adelante. Sin embargo, los estudios se centran también sobre otro eje en torno al cual la seguridad ciudadana debe desenvolver su sentido y procurar mantener su desarrollo. Este eje es el de proteger y fomentar la realización de las instituciones democráticas, formales y no formales, estatales y no estatales, especialmente de todas aquéllas que se encargan del bienestar social del ciudadano. Por ello, se llega afirmar que la seguridad ciudadana debe centrarse en fortalecer la gobernabilidad de los Estados e involucrar a la sociedad civil en los temas de seguridad mediante el aseguramiento de las instituciones democráticas.7 Es por eso que la mayoría de autores resaltan el fortalecimiento de estas instituciones y el mejoramiento de la gestión de las mismas puesto que sólo así, según ellos, se llegaría a un desarrollo eficiente y eficaz de la seguridad. Así mismo, los estudios se han concentrado sobre las instituciones estatales, especialmente las encargadas del manejo de la seguridad, subrayando el que éstas se desenvuelvan bajo los principios del Estado Social de Derecho, ya que, según ellos, en esta forma de Estado se establece una protección social, legal y democrática del ejercicio de los derechos y las libertades de los individuos.8 Ciertamente ambos ejes son mutuamente constitutivos y dependientes entre sí, por ello otros autores han señalado que la misma seguridad ciudadana remite a realizar la idea que subyace a estos: la libertad. Hay que tener en cuenta que la libertad se encarna en el sujeto mediante el desenvolvimiento de su papel de ciudadano y al ser ella misma el sustento del funcionamiento de las instituciones democráticas que se preocupan por preservar y mantener el desarrollo del individuo. Es decir, la seguridad ciudadana pretende desarrollar la libertad, al proteger y salvaguardar a la ciudadanía y a las instituciones democráticas en las que las personas participan o se encargan de acogerlos en su funcionamiento. Al hacerlo, la seguridad ciudadana se traduciría en un estado de interacción social caracterizado por el desarrollo de lazos de confianza y de identificación tanto entre los mismos ciudadanos como de estos últimos hacia el Estado. El hecho está en que la seguridad ciudadana se realice manteniendo un balance entre los ejes que hemos señalado, pues es en ellos en donde la libertad se realiza. Sí este balance se rompe 7 Comisión Andina de Juristas, Op. Cit. 8 José Maria Rico y Laura Chinchilla, Seguridad Ciudadana en América Latina (México: Siglo veintiuno editores, 2002); Fernando Carrión, “Inseguridad Ciudadana en la región Andina”, en Seguridad Ciudadana: experiencias y desafíos, (Ed.) Lucía Dammert (Viña del Mar: Comunidad Europea, Programa URB-AL, Ilustre Municipalidad de Valparaíso, 2004); Comisión Andina de Juristas, Op. Cit; Estévez, Op. Cit. 6 el sentido del concepto cambiaría, ya que la noción buscaría el desenvolvimiento de uno de estos ejes, modificando por completo su significado. Esto quiere decir que al no haber una protección tanto para los ciudadanos como para las instituciones democráticas se abre la posibilidad de que la seguridad sea desenvuelta por cuenta propia de los mismos sujetos, o en un extremo contrario, en el que ésta se concentre sólo en la protección de las instituciones estatales, por encima de salvaguardar y respetar las libertades individuales, llegando al extremo de que se practique una violencia institucional contra los ciudadanos por parte del mismo Estado.9 En conclusión, la seguridad ciudadana se preocupa por proteger el desarrollo del individuo en su calidad de ciudadano dentro de las instituciones democráticas que se constituyen en un espacio del desenvolvimiento del sujeto y en un marco del desarrollo de la misma noción de seguridad. Así mismo el Estado, como representación de una voluntad colectiva configurada de forma democrática, no puede suplantar la exigencia de proteger la reproducción de la vida colectiva de los ciudadanos.10 Por ello la realización de la seguridad ciudadana es un deber y una responsabilidad que el mismo Estado debe hacer real. Por último, es preciso señalar que la polisemia de las concepciones de seguridad ciudadana está dada de acuerdo al especial desarrollo que cada una de ellas le ha concedido a alguno de los ejes que ya explicamos, involucrando en ellos aspectos y dimensiones más específicos dados por los distintos autores que la abordan. De igual modo, esta misma presenta una sinonimia con otros términos o conceptos (Ver anexo 2, cuadro 2) – como las de seguridad democrática, nacional, humana, habitacional, entre otras. Estas nociones pueden profundizar o abordar alguno de los ejes que ya hemos mencionado y distinguir su sentido haciendo énfasis en determinados elementos que pretendan ser protegidos o salvaguardados, así como de aquellos factores que sean definidos como problemas o amenazas. (Ver anexo 2, cuadro 2). Sin embargo, los rasgos distintivos de cada una de estas nociones varían y están dados en mayor parte por el enfoque y el tipo de factores que son definidos como “amenazas”, como veremos a continuación para el caso específico de la seguridad ciudadana. 9 Este desbalance se profundizará y será más claro en el siguiente apartado al referirse a las críticas de la realización convencional de la Seguridad Ciudadana. 10 Álvaro. Camacho, “Seguridad: ¿para la gente o para el Estado?”, Análisis político, IEPRI, Enero-Abril (1994): p. 70-81. 7 B. Enfoques que caracterizan su práctica Toda noción de seguridad refiere a algo que requiere o necesita de protección, por ello hemos identificado que la idea de seguridad ciudadana ha girado en torno a los ejes de proteger al ciudadano y las instituciones democráticas. No obstante, antes de analizar el por qué la violencia y la delincuencia son algunos de los factores que la afectan debemos entender los enfoques o aproximaciones que caracterizan el sentido de la misma. Este paso previo nos servirá para entender cómo a partir de estas aproximaciones se ha definido a la violencia como idea antagónica a la seguridad. Los enfoques que han caracterizado la práctica de la seguridad ciudadana han sido tres.11 El primero de ellos es la aproximación convencional. En él se enfrenta a la violencia y a la delincuencia con el uso de la fuerza y la represión puesto que desde este enfoque a ellas se les consideran como amenazas a las bases de la convivencia de la sociedad y del Estado en tanto que afectan la propiedad privada, rompen las reglas del mercado y deslegitiman la acción estatal.12 Éste enfoque se puede ejemplificar mediante el modelo policía-justicia-prisión, debido a que ésta es la dinámica que se utiliza para enfrentar los problemas de delincuencia y violencia.13 Además, son estos organismos los considerados como depositarios y responsables de garantizar la protección de la población.14 Sobre esta aproximación pesa la referencia a la Doctrina de la Seguridad Nacional y el manejo que se le dio en América latina. La Doctrina fue producto de la segunda posguerra mundial y del manejo de la geopolítica estadounidense durante la Guerra Fría. A raíz de ello, y gracias a la incidencia de Estados Unidos en los gobiernos de América Latina, la Doctrina floreció durante la década de los años sesenta y llegó a desarrollarse hasta finales de los ochenta.15 La Doctrina se distinguió por manejar una concepción de la seguridad de carácter militarista, centrada en la defensa de la idea indivisible de Estado-nacióny en la derrota del comunismo como amenaza al orden político estatal. Así mismo, en ella se confería a las instancias militares una superioridad funcional, organizacional y ética frente a todas las demás instituciones estatales y civiles al convertirlos en guardianes naturales del Estado y en defensores del orden en la sociedad. 11 Arriagada y Godoy, Op. Cit. 12 Carrión, Op. Cit., p. 227. 13 Ibíd, p. 118 14 Carrión, Op. Cit 15 Comisión Andina de Juristas, Op. Cit., p. 25-31. 8 Esto conllevó que las Fuerzas Armadas se apropiaran del manejo de los gobiernos y de los asuntos políticos mediante un comportamiento corporativo al percibir a los poderes civiles como inestables y débiles frente al manejo del Estado y sus amenazas, lo cual hizo que en la gran mayoría de los países que asimilaron la Doctrina se estableciera gobiernos dictatoriales o se le confiriera un aumento en el rango y los poderes a las fuerzas militares y policiales.16 El rasgo más distintivo de la Doctrina fue el ejercicio de una violencia y un terror institucional contra los ciudadanos por parte de los organismos militares y policiales, que se tradujo en ejecuciones sumarias, persecuciones, torturas, desapariciones forzadas, secuestros y asesinatos masivos. Aquí, los derechos y libertades de los individuos, como el de la vida y la libertad, pasaron a un segundo plano, y a cambio, el manejo primario de la seguridad fue el de proteger a las instituciones estatales.17 La asimilación de la Doctrina de Seguridad Nacional por parte de las fuerzas militares y policiales dejó grandes cicatrices en la vida política de los Estados latinoamericanos y marcó el manejo de la seguridad en esta región ya que en el pasado se privilegió el uso de la fuerza institucional estatal para tratar todo tipo de amenaza al orden social y del Estado. Debemos tener en claro que la referencia a la Doctrina de Seguridad Nacional nos ayuda a entender cuales son lo posibles desmanes de un excesivo uso de la fuerza y del mal uso que se le dio por parte de los de los organismos estatales. Sin embargo, con el establecimiento de gobiernos democráticos que han impuesto controles y disminuído los poderes de estos organismos, el manejo de la seguridad aún redunda en el desarrollo de políticas de control y de represión hacia la violencia y la delincuencia, configurando de esta manera la noción de una aproximación convencional de su desenvolvimiento. Por otra parte, volviendo a la exposición del enfoque convencional de la seguridad ciudadana, las críticas que se realizan a esa aproximación señalan que ésta usualmente no asume a la violencia como un fenómeno polimórfico y multicausal en el que confluyen amplios factores. De igual modo se critica el recurrente uso de la fuerza para reprimir y atacar a la violencia, sin buscar prevenir e influir en los factores que la propician y generan. También se le critica que las únicas medidas y reformas se realizan dentro de este enfoque están destinadas a fortalecer y mejorar los sistemas de control, como los organismos de seguridad, así como los sistemas judiciales y 16 Ibíd. Ver también Francisco Leal Buitrago, La Seguridad Nacional a la Deriva. Del Frente Nacional a la Posguerra Fría (Bogotá: Universidad de los Andes, 2002) Capítulo I. 17 Ibíd. 9 penitenciarios; medidas que no ayudan a disminuir la criminalidad. Además, se les suma la incidencia de problemas colaterales como la corrupción y la ineficiencia en la prestación del servicio de seguridad por parte de los organismos de seguridad, la impunidad y el lento quehacer de las instituciones judiciales y de investigación, junto con la saturación de los sistemas penitenciarios. Todos estos aspectos llevan a un problema mayor, que en palabras de Fernando Carrión se resume en que el “Estado se ve desbordado en sus capacidades y pierde su condición de garante de la seguridad ciudadana, ante las limitaciones de las políticas represivas y de control, y ante el aumento de la delincuencia y la corrupción de los aparatos punitivos.”18 Esto último se le añade otro problema, la incapacidad del Estado de controlar la privatización de algunos segmentos del manejo de la seguridad. La privatización de la seguridad permite que ciertos grupos sociales, como militares y policías en retiro, promuevan empresas de seguridad privada vinculando a personal que pueden tener poca formación y control real.19 También se llega a realizar un conjunto de actividades económicas vinculadas a la seguridad, como la venta de armas y de sistemas de alarmas, la prestación de servicios de protección y defensa personal y demás actividades que pueden llegar a salirse de las regulaciones y de los manejos establecidos por la ley y la supervisión estatal. Según Carrión, “…este marginamiento del manejo y control estatal de la seguridad lleva a un copamiento del control de la violencia por parte de la sociedad civil, a través, por ejemplo, de la justicia por su propia mano”20 Ello crea las condiciones para que se generen fenómenos como las vendettas a cargo de grupos al margen de la ley, que se adscriben las funciones de seguridad y justicia. Según Carrión estos fenómenos provienen del cambio en la política de equilibrios entre la policía y la justicia, expresado en el debilitamiento del poder judicial y la imposición de políticas represivas sobre las preventivas. Llevando a que la seguridad se configura como un “patrimonio exclusivo” de los sectores sociales que pueden adquirirla, y no en una garantía propia para todo ciudadano y en una responsabilidad del Estado.21 Por eso, es preciso desarrollar otros enfoques que implementen soluciones de amplio espectro que combatan los problemas de inseguridad y mejoren la eficiencia e 18 Carrión, Op. Cit., p 228 19 Ibíd. 20 Ibíd. 21 Ibíd. 10 interacción de los organismos responsables del manejo de la misma, al igual que garanticen los derechos de los ciudadanos. Esto nos lleva a revisar el segundo enfoque que caracteriza el manejo de la seguridad ciudadana. La segunda aproximación se centra en el desarrollo de enfoques integrales. Éstos parten de reexaminar los manejos convencionales de la seguridad y las concepciones sobre los fenómenos de violencia y delincuencia.22 Así mismo entienden a la violencia como un fenómeno social y multidimensional que debe ser abordado desde estrategias focalizadas en aquellos factores de mayor riesgo e incidencia que propician hechos de violencia delictiva.23 Con ello se busca atender a la violencia como un hecho psicosocial, político y cultural frente a los cuales las medidas adoptadas no pueden ser aisladas y marginales sino integradas y complementarias. En este sentido, estos han adoptado el “enfoque epidemiológico” para enfrentar a la violencia, el cual no busca encontrar una única causa de la violencia sino que, mediante una descripción muy detallada de los factores que llevan a generar comportamientos y acciones violentas – ya sean estas de tipo social o individual – busca enfrentarlos, prevenirlos y restringirlos mediante acciones y estrategias de distinta índole.24 Finalmente, la tercera aproximación reúne a las anteriores conjugando sus ideas centrales. Este enfoque se concentra en desarrollar medidas transversales de los programas, políticas y acciones que tratan de manejar los problemas y fenómenos que propician y configuran un estado de inseguridad. Estos programas y políticas poseen criterios que atraviesan, orientan o vinculan distintos programas y medidas de distinta naturaleza, tratando de hacer más integrales las acciones que se emprenden en contra de los distintos factores que generan la inseguridad. Uno de estos apunta a la necesaria coordinación y simultanead de las medidas para reducir los delitos y aumentarsu sanción en los distintos niveles de los gobiernos locales y nacionales, en los organismos 22 Arriagada y Godoy, Op. Cit., p. 119. 23 Ibíd. y Rodrigo Guerrero y Alberto Concha-Eastman, An epidemiological approach for the prevention of urban violence: the case of Cali, en <http://www.jhpdc.unc.edu/Journal41/epid.pdf>, (16 de agosto de 2005), p. 1. 24 Guerrero y Concha-Eastman, Op. Cit. Las medidas asociadas a este enfoque son las siguientes: medidas integrales; medidas de control policial a corto plazo que actúan sobre fenómenos concretos; medidas de control destinadas a reformar los sistemas judicial, policial y penitenciario a partir de consensos políticos y sociales; medidas preventivas acompañadas de un monitoreo policial, tales como el control a la posesión de armas de fuego, y el abuso del consumo de drogas y alcohol; medidas preventivas primarias, que intentan cambiar actitudes, normas y conductas sociales en general; medidas preventivas secundarias, diseñadas para grupos de alto riesgo, tales como jóvenes hayan sido víctimas o testigos de la violencia en su niñez. (Ver: Arriagada y Godoy, Op. Cit. y Estévez, Op. Cit.) 11 gubernamentales o privados, al igual que en las instituciones policiales y judiciales, y hasta educacionales, para nombrar tan sólo algunos.25 Un segundo criterio es el de vincular a la ciudadanía de forma activa y protagónica en la definición y el desarrollo de estrategias para los problemas de inseguridad. Esto implica, por un lado, el mejorar y estrechar las relaciones entre la ciudadanía y los organismos de seguridad estatal, especialmente los policiales, generando lazos de confianza e identificación de unos a otros, lo cual puede ser esencial para el mejoramiento de la percepción de la seguridad y la legitimación de las instituciones estatales encargadas del manejo de la seguridad. Por otro lado, el vincular a la ciudadanía conlleva también el crear redes y mecanismos de comunicación entre los organismos de seguridad y la misma ciudadanía con el fin de mejorar la prevención y la denuncia de delitos e incluso lograr algún control sobre estos últimos.26 En suma, el último enfoque involucra el desarrollo tanto de medidas de control como de prevención, ya que la coordinación y la articulación de unas acciones con otras pueden llevar a un manejo más eficaz e integral de la seguridad. Teniendo en cuenta estas aproximaciones en los que se ha desenvuelto la seguridad ciudadana a continuación describiremos cuales son algunos de los factores que la amenazan y menoscaban. C. Los factores que amenazan a su práctica La gran mayoría de las nociones de seguridad ciudadana determinan a la violencia y los actos delictivos como los principales factores que atentan contra ella, ya que éstos pueden conducir a un estado de “inseguridad” o de “miedo al crimen” por parte del ciudadano, debido a que ellos afectan el desenvolvimiento cotidiano de las personas, sus bienes y su integridad personal.27 Por ello el tema central que ha ocupado a los estudios de la seguridad ciudadana ha sido el de estudiar a la violencia, los factores que la generan y las causas que llevan al aumento de las tasas de criminalidad.28 25 Arriagada y Godoy, Op. Cit. 26 Ibíd. 27 Rico y Chinchilla, Op. Cit.., p. 11. 28 Es preciso aclarar que violencia y delincuencia son dos fenómenos que sí bien están interrelacionados, son diferentes ya que no todos los delitos son violentos y hasta algunos no expresan alarma ni un estado de inseguridad pública. (Arriagada y Godoy, Op. Cit.) 12 Irma Arriagada y Lorena Godoy señalan dos teorías básicas en el contexto de las ciencias sociales que estudian a la violencia y la conducta delictiva.29 La primera es la teoría de la socialización. En ella se propone que la violencia abarca dimensiones organizativas, institucionales y culturales que pueden llevar a la selección de estrategias violentas por parte de ciertos actores sociales. La segunda aproximación recibe el nombre de teoría de la ruptura o de la anomia, pues en ella se privilegia como factores explicativos de la violencia las dimensiones estructurales y sociales. En esta última se afirma, además, que la violencia surgiría de la ruptura y desajuste del orden social, lo cual quiere decir que los cambios sociales acelerados que derivan de procesos como la industrialización y la urbanización disuelven los mecanismos tradicionales de control social, generando una brecha entre las aspiraciones y los medios social y culturalmente aceptados para hacer realidad a estas aspiraciones. De igual modo, Arriagada y Godoy señalan que ha habido un cierto consenso entre los autores frente a la definición de violencia, ya que ésta se ha entendido como el uso o la amenaza de aplicación de la fuerza física y psicológica con intención de hacer daño, así como una forma o medio por el cual se pueden tramitar los conflictos.30 Igualmente, los distintos autores que han abordado el estudio seguridad ciudadana y de la violencia han subrayado que esta última es un fenómeno polimórfico y multicausal. Esto es porque la violencia y los aspectos relacionados a ella, como la agresión y la frustración, obedecen a un complejo conjunto de elementos que alcanzan y relacionan dimensiones que comprenden aspectos económicos, sociales, políticos, pasando por los psicológicos, morales, hasta los étnicos y culturales.31 Así pues, las aproximaciones de estudio y las medidas que buscan contrarrestar el desenvolvimiento de la violencia, la consideran y caracterizan sus múltiples dimensiones. Estas dimensiones, para el caso de las medidas que contrarrestan a la violencia, redundan en enfoques integrales y medidas de acción transversal en los que se enfrentan varios y diversos factores relacionados, como ya señalamos previamente. Hay que subrayar que esta amplia perspectiva en la comprensión de la violencia y los fenómenos delictivos es un aspecto que caracteriza a la seguridad ciudadana frente a otras nociones debido a que las demás pueden dirigir su sentido hacia un sólo aspecto o dimensión de estos fenómenos. La complejidad de la violencia también se puede comprender en los diversos tipos y 29 Ibíd. 30 Ibíd, p. 108. 31 Camacho, Op. Cit.; Arriagada y Godoy, Op. Cit.; Rico y Chinchilla, Op. Cit., entre otros. 13 niveles en los que se le clasifica como fenómeno,32 así como por los factores considerados como de “de riesgo” que pueden llevar a un estado de inseguridad, ya sea al ser sujeto u objeto de la violencia.33 Por otra parte, la delincuencia es comprendida como el fruto de un contexto marcado por aceleradas transformaciones socioeconómicas en las que aparecen nuevas necesidades económicas que, dentro de un deterioro en la calidad de vida de grandes sectores de la población y la falta de repuesta a problemas de larga trayectoria – como las guerras civiles, la desigualdad de oportunidades y la baja calidad de vida y del ingreso – llevaría que ésta se constituya en un camino de autodefensa o en un quehacer más que lleve a la adquisición de riqueza.34 En este caso, la delincuencia puede desarrollarse desde el rango de los robos, hurtos, asaltos comunes hasta los niveles mismos de corrupción y estafa económica, así como de modalidades delitos transnacionales, como el terrorismo y el narcotráfico, entre otros. Finalmente la violencia y la delincuencia se han estudiado también desde el entorno y la clasificación de esferas en los que se han configurado sus rangos y sus modos de actuar. Esas esferas o niveles son el privado o familiar, el público, el local, el nacional y el transnacional. Igualmente estas también han configurado los niveles de acción en los que se desenvuelve la idea de seguridad ciudadana, ya que ella ha tratado de amoldarse a esos distintosniveles y espacios, abarcando tanto la esfera de lo público, la cual se asocia comúnmente al ámbito en donde se desarrollan los procesos de seguridad, y la esfera privada, asociada comúnmente a los procesos de convivencia.35 Sin embargo, la gran mayoría de autores centran a la seguridad ciudadana en la esfera local, especialmente la urbana. Esto se debe a que en los ámbitos locales y urbanos la violencia y la delincuencia han asumido nuevas formas y aumentado su impacto en los aspectos 32 La violencia puede ser clasificada según su naturaleza, (violencia sexual, psicológica, física); según la victima (violencia contra los niños, ancianos, mujeres); según el motivo (violencia política, racial, etc.); según el lugar en el que ocurre (violencia doméstica, en el trabajo, en las calles) y según los efectos que causa en quien la sufre (se clasifica de forma cruzada en personal o institucional y física o psicológica). Arriagada y Godoy, Op. Cit 33 Ibíd. Desde una aproximación epidemiológica estos “factores de riesgo” pueden clasificarse en tres: 1) Factores relacionados con la posición familiar y social de las personas: sexo, edad, educación socialización de la violencia, consumo de alcohol y drogas. 2) Factores sociales, económicos y culturales: desempleo, pobreza, hacinamiento, desigualdad social, cultura de la violencia. 3) Factores contextuales e institucionales: guerra, tráfico de estupefacientes, corrupción, disponibilidad de armas de fuego, festividades. Ver: Guerrero y Concha-Eastman, Op. Cit. 34 Ibíd., p. 108. 35 Mariana Escobar Arango, Evaluación estratégica sobre la política de convivencia y Seguridad Urbana y las limitaciones institucionales a nivel nacional y territorial para su implementación (Bogotá: Departamento Nacional de Planeación, FONADE, 2000) p. 6. 14 sociales y económicos al incrementarse sus magnitudes en estos espacios.36 Así pues, en primer lugar, porque las ciudades en América Latina han intensificado los procesos de migración y urbanización en los últimos veinte años, conllevando que la mayor parte la población se concentre en las urbes y que la mayor cantidad de delitos se condense en ellas.37 Así mismo, los centros urbanos se han configurado como complejos escenarios y focos de socialización, en los que convergen distintas dinámicas y problemáticas sociales. Como afirma Mariana Escobar, “Allí la interacción permanente de la pluralidad y la multiculturalidad constituye en un factor de tensión que, en su proceso de tramitación, puede o bien privilegiar recursos de consenso o bien de violencia, dependiendo de los niveles de consolidación y de fortaleza de lo público frente a lo privado.”38 Así mismo Escobar subraya otro aspecto. La literatura sociológica y antropológica señala que la idea de ciudad está relacionada con la de democracia, el proceso de civilización y el control de la violencia privada y estatal. Esto lleva, según Escobar, a que la idea de ciudadanía posea otra connotación: la de concebir y caracterizar a los ciudadanos como sujetos “citadinos” debido a que la ciudad se configura como espacio en el que personas confluyen, interactúan y desenvuelven sus derechos y sus responsabilidades sociales.39 Por otra parte, Álvaro Camacho y Álvaro Guzmán Barney subrayan que la violencia en los espacios urbanos, concretamente el colombiano, ha rebasado los marcos rurales en los cuales ésta tuvo sus expresiones más notorias para establecerse a lo largo del territorio nacional. Eso es debido a que las manifestaciones de violencia que pueden enmarcarse dentro del panorama político y social colombiano no distinguen entre lo urbano y lo rural.40 Sin embargo, Camacho y Guzmán señalan que en los últimos años se han desarrollado modalidades de la violencia que tienden a configurarse en las ciudades en múltiples escenarios de manifestación. Los escenarios de la violencia están constituidos por distintas combinatorias de los componentes de actos violentos, los cuales enmarcan contextos más generales en los que se 36 Carrión, Op. Cit. 37 Ibíd. Sin embargo Carrión aclara que: “El predominio de la población urbana, el incremento del número de ciudades y la generalización de la urbanización, no son causales o factores del incremento de la violencia (...) Lo que ocurre es que en las ciudades se concentra el mayor número de casos de violencia porque hay mas población, pero de allí extraer una correlación de que a mayor urbanización mayor violencia hay una distancia muy grande.” Ibíd., p. 225. 38 Escobar Arango, Op. Cit. 39 Ibíd. 40 Álvaro Camacho y Álvaro Guzmán Barney, Colombia, Ciudad y violencia (Bogotá: Ediciones Foro Nacional, 1990). 15 realizan los actos violentos. Desde el punto de visa sociológico, lo escenarios son vínculos que ligan la acción con la estructura social al mismo tiempo en que éstos son considerados como los espacios en los que se activan las prácticas violentas de los actores sociales. Según Camacho y Guzmán, los escenarios están constituidos por el campo de la economía, específicamente en las luchas de propiedad como formas de supervivencia o como modo de acumulación y riqueza; en la esfera de la política, en lo relativo a las luchas por el control de los aparatos del Estado y por las posiciones de dominación; y en el ámbito de la ética de la convivencia como expresión de las relaciones de intolerancia o de la búsqueda y lucha por el reconocimiento.41 Lo anterior quiere decir que la violencia urbana constituye a lo urbano como un espacio en el que puede darse y mezclar distintas configuraciones de los escenarios en los que se dan los actos violentos en los cuales aparecen las dimensiones referentes a la economía, materializadas en los atracos, robos, secuestros, extorsiones, defensa de la propiedad y el narcotráfico. También, en lo referente al campo de la política, las acciones paramilitares, los actos de masas que generan violencia y las limpiezas sociales sobre opositores políticos. En lo que respecta a la construcción social de las identidades a partir de modelos simbólicos y relacionales, como los ajustes de cuentas por violaciones de las relaciones personales, la violencia familiar y sexual, y las limpiezas urbanas sobre grupos o individuos socialmente estigmatizados (indigentes, trabajadoras sexuales, drogadictos, homosexuales, etc).42 Teniendo en cuenta el marco teórico que se ha expuesto a lo largo de este capitulo, a continuación se expondrá en la segunda parte los modos en que se configuraron y desenvolvieron los modelos de seguridad que se desarrollaron en Bogotá durante el periodo de 1992 a 2003. Pero antes, es preciso tener en claro el contexto y el imaginario que se construyo sobre la ciudad, los cuales fueron elementos determinantes sobre estos modelos. 41 Ibíd, p. 29. 42 Ibíd. 16 CAPITULO 2 EL CONTEXTO Y EL IMAGINARIO DETERMINANTE DE LA SEGURIDAD CIUDADANA EN BOGOTÁ Las perspectivas y concepciones de la seguridad ciudadana de las administraciones Distritales en Bogotá están determinadas por el contexto político de principios de la década de los años noventa y por la construcción y reproducción de un imaginario de la ciudad. La Constitución de 1991 determinó los cambios normativos, institucionales y políticos que transformaron a la administración pública a lo largo del país, especialmente en la ciudad. Del mismo modo, en virtud de la nueva Constitución, el gobierno de César Gaviria marcó un cambio y un punto de ruptura en el discurso de la seguridad al reformular su manejo por parte del Estado. Una ruptura que llevó a que las administraciones locales de las principales ciudades del país realizaran sus propias iniciativas en el desarrollo de la seguridad, aplicando y poniendo en marcha los principios formulados por la reforma constitucionalde 1991. Finalmente la noción o nociones de seguridad ciudadana que se construyeron en los gobiernos distritales se sustentaron sobre el desarrollo de un discurso y un imaginario de la ciudad que se nutrió del escenario violento de principios de los años noventa. Teniendo en cuenta estos tres aspectos, el presente apartado se concentra en mostrar los rasgos centrales de cada uno, así como el establecer un punto de partida sobre el cual las distintas alcaldías de Bogotá cambiaron e implementaron nuevas perspectivas, aprovechando los elementos que este contexto político les ofreció. A. La Constitución de 1991: transformaciones en la administración de Bogotá y en el manejo de la seguridad Al afirmarse al Estado colombiano como un Estado Social de Derecho en la nueva carta política, se configuró a la preservación de los derechos y libertades de los ciudadanos como la base del quehacer de las instituciones estatales. La Constitución de 1991 fue vital para abrir la óptica en el manejo de la seguridad, ya que, por un lado, se realizó una transformación institucional del aparato estatal cuyo objetivo central fue el de dar una respuesta real y concreta a la protección de los derechos democráticos y económicos, al igual que desarrollar las garantías a las libertades jurídicas para el ciudadano.1 Así mismo, la nueva Constitución se configuró como un pacto social que buscó 1 Los Títulos I y II de la Constitución de 1991 configuran el marco teórico, legal y político más elevado para el desarrollo de la seguridad ciudadana a lo largo del país, el cual está en concordancia con las tendencias mundiales y bajo los criterios de democracia y dignidad de la existencia humana. (Ver: Escobar Arango, Op. Cit., p. 10.) 17 integrar a distintos actores del conflicto armado en la construcción y reorientación del ordenamiento institucional del país.2 La reforma constitucional transformó el quehacer mismo de las instituciones a cargo de la seguridad del país, puesto que buscó que el manejo de la misma dejara de tener un control exclusivo de los estamentos militares y de los cuerpos policiales. La inclusión en las decisiones y estrategias de las autoridades civiles, como la designación de la cartera ministerial de defensa a cargo de un no militar, así como la reafirmación de las labores de la Policía Nacional como un cuerpo netamente civil, ratificando su fin de asegurar la convivencia pacífica y la protección del ejercicio de los derechos y libertades públicas de los habitantes, ejemplifican la necesidad de que en ese entonces, y aún ahora, la seguridad tuviera un carácter más cercano al ciudadano. Sin embargo, otra reformulación esencial de la nueva Constitución fue el que la seguridad involucrara y se ajustara a las problemáticas y necesidades propias de los municipios, regiones y ciudades del país. Así pues, el reto de la reforma constitucional fue el de consolidar el proceso de descentralización, generándole a los gobiernos locales las herramientas necesarias para que éstos pudieran realizar las estrategias y tomaran las medidas más acordes para dar solución a los problemáticas de bienestar e inseguridad, así como involucrar y empoderar a la ciudadanía en la participación en esos asuntos. Por lo tanto, la Constitución de 1991 redefinió las funciones de las instituciones administrativas locales, especialmente la de los alcaldes, tratando de que éstos fueran más autónomos así como eficientes en administrar los recursos y dar solución a las necesidades de sus comunidades. Para el caso del orden público, los alcaldes se constituyeron en las primeras autoridades del municipio y de policía. Con ello se les encomendó garantizar la seguridad de la ciudadanía y la protección de sus libertades y derechos, de acuerdo a la Constitución, la ley, al igual que en conformidad con los Códigos de Policía y los reglamentos que rigen sus territorios. En lo referente a Bogotá, la nueva carta política determinó a la ciudad como Distrito Capital, dándole una autonomía especial frente a los distintos ordenamientos administrativos y territoriales del país mediante los artículos 322, 323, 324 y 325. Estos le confirieron a la ciudad un régimen fiscal y 2 Por ello la administración Gaviria convocó a participar en la reforma constitucional a los grupos armados al margen de la ley que en ese entonces habían depuesto las armas. Grupos como el movimiento del 19 de Abril (M-19), el Ejército Popular de Liberación (E.P.L.) y el Quintín Lame, entre otros. Ver: Rafael Pardo, De primera Mano. Colombia 1986-1994: entre conflictos y esperanzas (Bogotá: CEREC, Grupo Editorial Norma, 1996) 18 administrativo especial, el cual facultó al alcalde y al Concejo desarrollar las transformaciones territoriales y de descentralización administrativa en la capital.3 Sin embargo, estos artículos definieron las líneas generales de las funciones, fines y composición básica de los organismos centrales del distrito, tales como la Alcaldía, el Concejo y las Juntas Administradoras Locales. Por eso, en 1993, con el decreto 1421 se promulgo el Estatuto orgánico de Bogotá. En él se determinaron las funciones específicas de las instituciones ya mencionadas y se reglamentó detalladamente el régimen administrativo y político especial que actualmente rige a la capital. Gracias a estas medidas las administraciones de la ciudad empezaron a cambiar la estructura del gobierno del Distrito Capital. Todo ello con el fin de mejorar la gestión de los organismos distritales, así como la calidad de vida de la ciudadanía. En este sentido, la nueva Constitución abrió los espacios y prescribió la necesidad de que las administraciones locales del país, especialmente las de las grandes ciudades como Bogotá empezaran a desarrollar políticas públicas más acordes a las necesidades de sus habitantes y a las realidades socioeconómicas que se vivían en ellas. Así mismo, estas políticas debían enfrentar y frenar los crecientes índices de violencia y delincuencia que se estaban presentando en los espacios urbanos dentro del marco y los preceptos que se había dispuesto en la nueva constitución.4 No obstante, antes de exponer el desarrollo de estas políticas, es preciso reseñar la transformación y la incidencia que tuvo el gobierno nacional, en especial la administración de César Gaviria (1990-1994), en el cambio de la seguridad. B. La Administración Gaviria: Nuevos giros en el manejo de la Seguridad Desde el Frente Nacional el principal gestor y ejecutor de las políticas de seguridad en el país fue el estamento militar. Gracias a la asimilación e interpretación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, éstos se habían concebido así mismos como la esfera más legitima en cuanto a superioridad funcional, organizacional y ética frente al resto de las instituciones estatales.5 Lo 3 De acuerdo a esto, la ciudad se subdividió en veinte localidades, las cuales son áreas o zonas administrativas que sirven de marco territorial para que el Distrito cumpla con sus funciones, preste los servicios y construya las obras a su cargo, gracias al establecimiento de un gobierno local a cargo – como el Alcalde local - y a una vinculación de la comunidad mediante su participación ciudadana – como es el caso de las Juntas Administradoras Locales (JAL). Ver: Jaime Castro, "La descentralización, pieza maestra de una nueva forma de gobierno y administración de la ciudad." en Descentralización y Modernización en Santafe de Bogotá, Antanas Mockus et. al. (Bogotá: Fedesarollo, Fundación Corona, 1997), p. 10. 4 Escobar Arango, Op. Cit. 5 Francisco Leal Buitrago, La Seguridad Nacional a la Deriva. Del Frente Nacional a la Posguerra Fría (Bogotá: Universidad de los Andes, 2002), p. 80. 19 anterior se vio ratificado por las autoridadesciviles, al considerar a las esferas militares como los protectores del Estado y los defensores del orden social. Ello llevó a una exclusividad en la iniciativa y acción del estamento castrense para contrarrestar las amenazas y la expansión de la violencia. Por tanto, las Fuerzas Militares manejaron de forma casi autónoma el orden público.6 Esta autonomía fue delegada por las autoridades civiles, en parte por el convencimiento general de que el mantenimiento del orden público debía ser dispuesto por las autoridades militares y en parte por la inexperiencia civil y la falta de políticas claras del poder ejecutivo en los asuntos de seguridad.7 Por ello, la idea de resguardar al individuo en su carácter de ciudadano no era distinguible y estaba inserta dentro de la seguridad nacional. La Doctrina, en consecuencia, logró que el manejo de la seguridad nacional se desarrollara preferentemente desde la perspectiva netamente castrense. Al finalizar la década de los años ochenta, la preponderancia y la tradicional intransigencia de los mandos militares en el manejo de la seguridad se empezó a resquebrajar. Los enfrentamientos con los grupos guerrilleros y la cruenta guerra que el narcotráfico le declaró al Estado se convirtieron en las amenazas principales para la seguridad estatal. Las erráticas e inconstantes acciones de los mandos castrenses hacia estas amenazas y el creciente aire de ilegitimidad que impregnó a esas instituciones, ya fuera por los rumores de corrupción o por la vinculación de las fuerzas armadas con los grupos paramilitares, minó la confianza y la autonomía hacia estos estamentos.8 De otra parte, la realización de los procesos de paz y la puesta en marcha de programas y políticas de seguridad a cargo de las autoridades civiles en la administración Barco y Gaviria demostró que el gobierno podía implementar medidas distintas a la confrontación armada para solucionar los problemas de orden público e inseguridad en el país A principio de la década de los años noventa, la administración Gaviria redefinió el manejo de las políticas de seguridad, lo cual manifestó una ruptura en el discurso de la seguridad nacional. Para empezar, se reorientó la dirección y la responsabilidad de estas políticas a nivel nacional. En adelante éstas tendrían un manejo más cercano por parte del presidente y una participación civil con el nombramiento de un ministro de defensa no militar. 6 Ibíd. 7 Ibíd., p. 49 8 Ver: Leal Buitrago, Op. Cit., p 65-73. 20 En mayo de 1991 el gobierno del presidente Cesar Gaviria formuló La Estrategia Nacional Contra la Violencia. En ella el gobierno reconocía que la violencia en el país era un producto de violencias diversas y de múltiples características.9 Es decir, el Estado y la sociedad confrontaban “...una espiral de violencias y contraviolencias donde intervienen factores políticos socioeconómicos, particularidades regionales e intereses encontrados o coincidentes que debilita el proceso democrático colombiano, atentan contra la seguridad y el bienestar de los ciudadanos – en especial de las capas más pobres de la población –, coloca en peligro los recursos naturales y energéticos del país y, sobre todo, corroen el sistema político jurídico propio el Estado de Derecho.”10 Por ello, la estrategia se orientó a desarrollar tres grandes propósitos, tratando de dar respuesta a los factores que generaban esta violencia polimórfica.11 El primero de ellos era el de recobrar y garantizar el monopolio de las armas por parte del Estado. El segundo era el de recuperar la capacidad de la justicia para sancionar el delito y la impunidad, y el tercero proponía ampliar el cubrimiento institucional del Estado en el territorio nacional.12 Aunque la Estrategia no destinó un especial énfasis en la seguridad ciudadana, sí se hizo en ella una referencia explícita a algunos temas concernientes a esta noción. Tales fueron los de considerar a la juventud como un sector que era objeto de procesos violentos así como sujeto activo o pasivo de las dinámicas que generan la violencia;13 también consideró el estimular prácticas de conciliación y arbitramento, junto con el fortalecimiento de las inspecciones de Policía con el fin de descongestionar la justicia. En el campo del control de la delincuencia, se formularon cuatro políticas principales: 1) fortalecimiento de los núcleos familiares mediante la acción del Instituto Colombiano de bienestar familiar; 2) replantear el manejo del sistema carcelario en miras a alcanzar una resocialización de los reclusos; 3) Estudiar mecanismos para reducir el porte de armas; 4) Prestar un 9 Presidencia de la República, Estrategia Nacional Contra la Violencia (El Tiempo, 1991) p. 8. 10 Ibíd. 11 Esta idea es acuñada por Álvaro Camacho Guizado, Op. Cit. 12 Para ello la estrategia formuló cinco políticas: la primera hizo referencia a una aplicabilidad regional y local de la estratega, dirigida a fortalecer las iniciativas de los gobernadores y alcaldes; la segunda buscó solucionar el problema de la impunidad de la justicia fortaleciéndola y modernizándola, al igual que agilizándola mediante un fomento de mecanismos alternativos de justicia institucionales y no judiciales en los que se dirimiera las querellas entre los ciudadanos. La tercera era la política de paz con los grupos guerrilleros, dirigida a poner fin al alzamiento armado. La cuarta refirió a la ejecución de planes que fortalecieran al Estado en su capacidad de afrontar los agentes de la violencia, tales como la guerrilla, el narcotráfico, la delincuencia organizada, el terrorismo y los fenómenos delincuenciales como el secuestro y la extorsión. Finalmente, la última política se dirigía a la protección y promoción de los Derechos Humanos. (Presidencia de la República, Op. Cit., p. 6.) 13 Ibíd., p. 17. Para contrarrestar éste problema la estrategia propuso estimular los espacios de diálogo, la recreación y la cultura; se propuso ampliar el código de menor; crear centros de recepción, de observación y de reeducación; reorganizar las comisarías de familia y capacitar a los organismos judiciales en el tratamiento de se asuntos de la juventud. (Ver: Camacho Guizado, Op. Cit., p. 74.) 21 mayor servicio a la comunidad mejorado la interacción de la Policía Nacional con la ciudadanía. En resumen, La Estrategia amplió el espectro de comprensión sobre la violencia, lo cual se tradujo en extender y expandir las estrategias y los campos de acción del Estado frente a los fenómenos violentos y delictivos. Todo ello con el fin de confrontar prioritariamente las amenazas a la estabilidad del Estado y de restablecer y consolidar el orden público, dejando en un segundo plano la seguridad para el ciudadano.14 En Junio de 1993 se puso en marcha la segunda fase de la Estrategia bajo el nombre de Seguridad para la Gente. En ella se reiteraban con los enunciados y propósitos de la primera, tratando de concentrarlos hacia la realización de una seguridad para el ciudadano, concibiéndola como una esfera de bienestar en la que priman la resolución pacífica de los conflictos y una amplia interacción entre las autoridades y la comunidad.15 Así mismo, en ésta se constituye a los grupos guerrilleros, al narcotráfico y a la delincuencia común, como las amenazas directas para el ciudadano y para las instituciones del Estado. También, consideró como alarmante el aumento de los indicadores de delincuencia y criminalidad en las zonas urbanas, al igual que las altas tasas de los delitos contra el patrimonio, los homicidios y secuestros, todos ellos configurando un sentimiento de vulnerabilidad en la población.16 En respuesta a ello, se formularon como políticas centrales el fortalecimiento de la justicia y la fuerza pública, haciendo uso de un enfoque preventivo de la delincuencia, de una planeaciónintegral de la seguridad por parte de las autoridades civiles y de un énfasis en involucrar a la ciudadanía con su participación.17 Sin embargo, la segunda fase de la Estrategia presenta una ambivalencia en su noción de seguridad ciudadana. En ella se reconoce a la criminalidad y a los delitos contra el patrimonio como los principales factores que aumentan los indicadores de violencia en las zonas urbanas y generan un sentimiento de inseguridad para el ciudadano y, al mismo tiempo, se constituye a los actores del conflicto armado, al igual que a narcotraficantes y terroristas como amenazas tanto para las personas como para el Estado. El problema está, según Álvaro Camacho, “… en que la primera noción define a la seguridad como la capacidad de solución pacífica de conflictos en un ámbito de bienestar, lo que implica involucrar a los ciudadanos en ella 14 Ver: Camacho Guizado, Op. Cit. 15 Presidencia de la República, Seguridad para la Gente: Segunda fase de la Estrategia Nacional contra la violencia. (Bogotá: Imprenta Nacional de Colombia, 1993), p 11. 16 Ibíd., p. 10. 17 Camacho Guizado, Op. Cit., p. 75. 22 mientras que la segunda la localiza en enemigos concretos cuya acción amenaza prioritariamente al Estado y a sus instituciones y sólo en segundo término al ciudadano común.”18 Esto quiere decir que en la Estrategia se ponen en juego dos nociones de seguridad: una dirigida a proteger al ciudadano y la otra destinada a salvaguardar las instituciones del Estado. El problema conceptual radica en que en la seguridad del Estado busca asimilar en ella a la del ciudadano, confundiendo a la sociedad, más que con el Estado, con el régimen político.19 Esto lleva a que el documento muestre una ambivalencia o confusión en la comprensión de las amenazas de una idea de seguridad como iguales o semejantes a las de la otra. Lo anterior también conduce a que la construcción de políticas no sea clara y se privilegie a aquéllas que vayan orientadas a dar prioridad a la protección de las instituciones estatales y se subsuma a éstas la defensa de los ciudadanos.20 El problema mayor es que esta ambivalencia se constituye en una dinámica recurrente dentro de la formulación y el desarrollo de las políticas públicas de seguridad nacionales como locales. Lo fue en los gobiernos del Frente Nacional, gracias a la asimilación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, donde tuvo su mayor acento, hasta en la actualidad en donde ha perdido su vigor, pero no su incidencia. No obstante, no hay que dejar de lado que la administración Gaviria realizó notables esfuerzos en cambiar las dinámicas y el desarrollo de la seguridad. En ésta se marcó una ruptura en el manejo, la comprensión y el discurso frente al tratamiento de la violencia al reconocerle su carácter polimórfico. Así mismo, esta administración, en concordancia con la Constitución de 1991, ajustó y transformó el orden institucional y las políticas de seguridad para dar una protección más cercana a las necesidades y al bienestar de los individuos al darles mayor participación a la ciudadanía y a los gobiernos locales en los temas de seguridad. Un proceso que se siguió desarrollando en administraciones siguientes, con el Plan de Justicia y Seguridad y la Estrategia nacional para la Convivencia Ciudadana, en los gobiernos de Ernesto Samper y Andrés Pastrana, respectivamente.21 Así mismo, a raíz del impulso que dio la administración Gaviria y las siguientes para desarrollar iniciativas y programas de seguridad por parte de los gobiernos locales se realizaron 18 Ibíd. 19 Ibíd. 20 Ibíd. 21 Ver: Escobar Arango, Op. Cit., p. 12-20. 23 las iniciativas de Cali, en 1992 con el programa Desarrollo Seguridad y Paz (DESEPAZ), y en Medellín a principio de los años noventa con el Plan Integral de Seguridad y Convivencia.22 Por último, sólo resta describir el imaginario sobre la ciudad, el cual constituye uno de los elementos centrales que determinaron el desarrollo de las distintas nociones de seguridad ciudadana por parte de las administraciones del distrito capital. C. El imaginario de “la Bogotá de antes” La noción de seguridad ciudadana que se construyó en las políticas públicas de Bogotá se sustentó sobre el desarrollo de un discurso y un imaginario de la ciudad que describía y daba cuenta de la manera de entender y concebir la realidad de la capital. Ello quiere decir que esta idea se configuraba sobre un imaginario colectivo que caracterizaba la forma en que, tanto los ciudadanos como las instituciones distritales, entendieron y percibieron a la ciudad en su conjunto y en su momento determinado. Esto estableció y permitió la construcción de una serie de modelos de seguridad que se desenvolvían en consecuencia a este escenario. En la primera mitad de la década de los años noventa Bogotá era concebida como pesimista de su realidad inmediata y futura; como caótica y desordenada en su estructura urbana e institucional; y como una urbe insegura, violenta e intolerante. Estas caracterizaciones dadas a la ciudad manifestaban un imaginario colectivo característico de la capital, en donde cada uno de los adjetivos y descripciones mencionados expresaban distintos idearios, tanto de sus habitantes como de sus instituciones distritales.23 Estos idearios fueron tejiendo y articulando un discurso sobre la ciudad, el cual se puede explorar a través de múltiples rasgos. Sin embargo, en lo referente a la seguridad, nos concentraremos sólo en tres importantes y constitutivos. En primer lugar, el impacto de ciertos hechos que determinaron la percepción de los bogotanos y la misma historia de la seguridad de la capital fueron rasgos determinantes de este 22 Un análisis más detallado de estos programas se puede ver en: Álvaro Guzmán Barney, “Violencia Urbana: Teorías y Políticas de Seguridad Ciudadana” en Armar la Paz es Desarmar la Guerra. Compiladores, (comp.) Álvaro Camacho Guizado y Francisco Leal Buitrago (Bogotá: Cerec–Fescol, 2000), 163-203. 23 Al respecto Armando Silva sostiene que: “...junto a las representaciones espaciales [de la ciudad] agregamos calificativos que las identifican por evocaciones y construcción de metáforas colectivas”. Este es un aspecto más de la construcción imaginaria de la ciudad que se constituye, según Silva, al menos por unas condiciones físicas y naturales construidas en los espacios urbanos; por unos usos sociales de estos; por unas formas de expresión; por un tipo especial de ciudadano en interacción con contextos, locales, nacionales, continentales o internacionales y una ciudad que hacen una mentalidad urbana que le es propia. (Ver: Armando Silva, Imaginarios Urbanos, Bogotá y Sao Paulo: Cultura y comunicación Urbana en América latina (Bogotá: Tercer Mundo editores, 1992), p. 18 - 23. 24 imaginario. La toma armada del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 por el grupo guerrillero M- 19 y la recuperación de éste a sangre y fuego por parte de los organismos policiales y militares de la ciudad. De igual modo, el asesinato del candidato presidencial Luís Carlos Galán y la utilización de “carros bomba” por parte de los carteles del narcotráfico a finales de la década de los ochenta y principios de los años noventa en distintas partes de la ciudad, fueron sólo algunos de los hitos más relevantes que marcaron la percepción y la memoria de los habitantes de Bogotá y a la ciudad misma como un escenario de la violencia y del conflicto armado.24 Junto a ello, un segundo rasgo determinante fue la ocurrencia de hechos violentos y delictivos que tuvieron lugar en ella durante en los años noventa. Una forma de recrear esta “imagen”, propio de los organismos del Estado y de los estudios de evaluación políticas de seguridad, ha sido por medio de la referenciay el uso de cifras y mediciones sobre fenómenos determinados como generadores de inseguridad o asociados con la realización de violencia. Uno de ellos, por ejemplo, son las tasas de homicidio. En los inicios de la década de los noventa estos estudios mostraban que el aumento de éstas en el país, especialmente las de Bogotá, crecieron de forma paralela a partir de los inicios de la década de los años ochenta. Pero, desde 1991, las tasas de la capital empezaron a superar el promedio nacional alcanzando en 1993 el punto más alto: 80 homicidios por cien mil habitantes. Uno de los más elevados de los últimos veinte años en la historia del país y de la ciudad.25 (Ver gráfica 1) Junto a estos índices, otros como los de atracos, hurtos, hurtos de automóviles y robo también empezaron a aumentar en la ciudad desde 1989, alcanzando sus niveles más altos en los años de 1991 y 1992.26 24 Armando Silva, Bogotá Imaginada (Bogotá: Universidad nacional de Colombia, 2003), p. 75, 76. 25 Gerard Martin y Miguel Ceballos, Bogotá: anatomía de una transformación. Políticas de Seguridad ciudadana 1995- 2003 (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2004). Las hipótesis que se han barajado sobre las causas que han incidido en estos aumentos han sido diversas. Una de ellas, en lo referente al crecimiento de la tasa de homicidio del periodo de 1991 a 1993, se le ha atribuido a los atentados y la violencia terrorista provocada por Pablo Escobar. (Ver: Martin y Ceballos, p. 110.) Por otra parte, Martín y Ceballos reseñan que parte de los incrementos de las otras tasas de inseguridad, tanto nacionales como locales, no se debieron sólo a la violencia política del país sino a una falta de aproximación y reconocimiento de ésta y de la delincuencia como fenómenos multidimensionales que necesitaban de acciones estatales multisectoriales. Igualmente, estos autores reseñan también que el aumento de estas tasas se dio por una debilidad de los procesos de modernización institucional estatales así como de los procesos de regulación social de los habitantes. 26 En 1989 la tasa de atracos aumentó de 80 a 115 en 1992; para hurtos, en 1989 la tasa era de 125 pasando a 180 en 1991 y disminuyendo a 150 en 1992; para 1989 la tasa robos era de 140 aumentando a 230 en 1992; finalmente la tasa de hurto de automóviles venia en aumento desde 1987, pasando de 45 a 70 en 1992. (Datos tomados de: Misión Siglo XXI, Estudio prospectivo de seguridad (Santa Fe de Bogotá: Cámara de Comercio de Bogotá, 1996), p. 58-63.) 25 Gráfica 1 Comportamiento del Homicidio en Bogotá y Colombia, 1961-2003 Tasa por 100.000 habitantes27 0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 61 63 65 67 69 71 73 75 77 79 81 83 85 87 89 91 93 95 97 99 01 03 Colombia (S/B) Bogotá Fuente: Instituto de Medicina legal y Ciencias Forenses Un aspecto a resaltar de estos estudios es el que éstos trataban de refutar la idea de que Bogotá era una de las urbes más violentas e inseguras del país y del mundo – mediante la comparación de índices que miden factores de inseguridad y violencia de otras ciudades, como Medellín y Cali y de Latinoamérica, como Guatemala y San Salvador – estos idearios configuran una caracterización constante y recurrente del modo de describir y diferenciar a la ciudad en este tipo trabajos. Esto quiere decir, que los estudios de seguridad buscaban “romper” con el imaginario de una Bogotá violenta e insegura con la referencia a otras ciudades que eran concebidas del mismo o peor modo. El hecho es que en muchos casos no llegaban a hacerlo sino que reproducían el discurso negativo que describe a Bogotá. Por otra parte, un último rasgo determinante de este imaginario de la capital fue la manera en que los bogotanos y las autoridades distritales se concebían a sí mismos y a la ciudad, especialmente los alcaldes y la misma Policía Metropolitana. En una encuesta de 1995, encargada por la Alcaldía Mayor, se muestra que el 73% de una muestra de 1225 personas entrevistadas consideraron que la situación en Bogotá iba por mal camino y sólo un 28% de ellos juzgaba que en los siguientes seis meses – enero-junio de 1996 – ésta iría a mejorar. Además, un 53% de los entrevistados no tenían una visión positiva de la ciudad, de los cuales el 24% se consideraba como 27 Gráfica tomada de: Alcaldía Mayor de Bogotá, Política pública de seguridad y convivencia, Bogota 1995-2002, Documento elaborado para el PNUD Foro Internacional de Gobernabilidad Local. (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2002), p. 11. 26 indiferente hacia los principales problemas de la ciudad y a la aceptación de mecanismos de regulación por parte de la administración Distrital.28 Otro aspecto a resaltar de esta encuesta es que el 70% de los entrevistados opinaba que las grandes urbes, como Bogotá, eran escenarios que se caracterizan como “fuentes de “vicio y depravación” y como lugares que podrían “corromper a las personas de bien”.29 Además, también se mostraba que el 50% de los encuestados y de las autoridades de policía sondeadas estuvieron de acuerdo con que las llamadas “personas de bien” hicieran “el ejercicio de la ley por sus propias manos” cuando las instituciones y los funcionarios responsables no adoptaran las medidas necesarias para ello.30 En pocas palabras, esta encuesta muestra y confirma dos ideas centrales. La primera era que la idea de que Bogotá no era concebida como una ciudad susceptible a cambios y más aún de tipo positivo y, además era considerada como un escenario que generaba más “perjuicios” que beneficios para sus habitantes. Como segundo, el ejercicio de la autoridad, la ley y el monopolio de la violencia propios y característicos del desarrollo de la seguridad por parte del Estado no eran asumidos ni asimilados por los mismos organismos estatales encargados de ello, lo cual nutría la idea de que los habitantes de la capital debían protegerse a sí mismos a cualquier costo, aún pasando o haciendo irrelevante el ejercicio y el acatamiento de la ley. En correspondencia con esto último, el ex alcalde Jaime Castro resume y refuerza los anteriores argumentos que describían a la ciudad y al igual que el desempeño de la administración Distrital: “La ciudad en el 92, 93 estaba colapsada, no había ninguna credibilidad y no había confianza ni en las autoridades ni en el distrito como entidad pública (...) no solo en el tema de seguridad, en el tema de salud, en el tema de educación, en el tema de inversión. La administración estaba desaparecida, desprestigiada… desgastada.”31 Sumado a ello, en un trabajo más reciente, Lariza Pizano, en el libro Bogotá y el cambio, señala en una de sus conclusiones que los alcaldes de finales de los años ochenta eran descritos 28 Alcaldía Mayor de Santa fe de Bogotá D.C. y Instituto Distrital de Cultura y Turismo, Seguridad y Violencia en santa fe de Bogotá (Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 1997). 29 Ibíd. 30 Ibíd. 31 Jaime Castro, entrevista realizada por el autor, Bogotá, Colombia, marzo 2 de 2005. 27 como “...ineficientes, populistas, poltiqueros e, incluso, corruptos.”32 Así mismo, el trabajo de Pizano permite señalar una ruptura en la forma en que la ciudadanía bogotana se percibía así misma, a las instituciones y a la ciudad en general en un “antes” y un “después”. La ruptura en sí deslinda dos formas de entender y concebir a Bogotá. La primera es la que se ha expuesto hasta el momento y se ha caracterizado por las descripciones con connotaciones negativas acerca de la ciudad. Ésta se podría denominar como “la Bogotá de antes”. La segunda se determina, según Pizano, a partir de dos dinámicas que se realizaron en la gestiones de las administraciones de Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, y en la manera en que éstas incidieron
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