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Atrapasueños: Uma História de Cores e Sonhos

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María Eugenia Pons
Atrapasueños 
Ilustrado por Alina Sarli
Texto © 2010 María Eugenia Pons. Imagen © 2010 Alina Sarli. Permitida la reproducción no comercial, para 
uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los 
autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: 
http://www.educared.org.ar/enfoco/imaginaria/biblioteca
Te voy a contar una vieja historia que alguna vez fue escrita en un 
papel tan suave y tan leve como pluma y que gracias a un viento arrebatado 
del norte, llegó a mi ventana una mañana de abril para que hoy te la cuente 
aquí.
Y la historia comienza así:
Cuentan que en el comienzo de los tiempos el mundo era marrón, era 
ocre, era castaño, era pardo, era tierra. Era. 
Era entonces una casa en el comienzo de los tiempos, toda marrón, de 
ventanitas ocre, puertas castañas y un tejado pardo. Una.
 
Una casa con un niño pequeño, de ojos pardos, cabellos castaños, 
manitas ocres y ropa marrón y una abuela de paciencia castaña, sueños 
pardos, amor ocre y rostro marrón. Dulzura.
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María Eugenia Pons - Atrapasueños
 Una noche, el niño pequeño se despertó llorando. La abuela de amor 
ocre lo abrazó, dibujó estrellas con las lágrimas en ambas mejillas, hasta que 
el niño se durmió, iluminado, feliz, sonriente. Apenas hubo recuperado el 
sueño, la abuela se calzó sus sandalias trenzadas de cuero para salir a buscar 
algo más por la tierra. Entera. 
La abuela, que conocía el secreto más secreto de la naturaleza, anduvo 
un buen rato buscando, buscando y buscando hasta que por fin encontró 
un sauce. Bien sabido es que hay especies de sauces que suelen llorar desde 
el principio de los tiempos aunque nunca nadie haya descubierto el porqué. 
¿Por qué será? 
La abuela acarició sus ramas y cortando una, le dio un beso, le secó 
una lágrima y volvió por el mismo camino rápidamente antes de que se 
despertara el niño. Con la rama armó un anillo, redondo, redondo como un 
sol o mejor aun como la luna llena. Y se fue dormir. Necesitaba descansar. 
Tal vez, los sueños...
Al día siguiente el niño pequeño, que aún llevaba las estrellas invisi-
bles, jugaba con piedritas morenas cuando un haz de luz se enredó en su 
pelo y tomándolo con sus manitos ocres, lo enredó en la rama de sauce que 
la abuela había colgado en la entrada de la casa. El haz de luz se volvió de 
un amarillo intenso. La abuela lo ató bien para que no se pierda y al llegar 
la noche tomó un clavito de madera y colgó el anillo con el haz de luz sobre 
la cama del niño. 
Parece que esa noche el pequeño durmió, durmió y durmió sin reparar 
que en toda la tierra algo muy raro estaba sucediendo. ¿Quién lo podría 
imaginar?
A la mañana siguiente, la abuela de rostro marrón descubrió que el 
cabello del niño tenía haces de luz, que un pájaro de plumas amarillas revo-
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María Eugenia Pons - Atrapasueños
loteaba las ventanas y toda la tierra amanecía cubierta de matas de flores 
alimonadas, doradas, girasoladas. El niño no podía salir de su asombro y 
alegría. Y la tierra también. Y la abuela. Todos.
La abuela saludaba al viento, bendecía al sauce, alimentaba al pájaro 
y reía como loca. El pájaro voló con el viento, para llegar hasta el sauce y 
cuando llegó la noche regresó a la casa con un extraño hilo del color anaran-
jado. El niño pidió a la abuela que lo atara al anterior, y así fue como con 
paciencia castaña, fue cosiendo el nuevo hilo desde afuera hacia adentro, 
que así es como se debe tejer. Ustedes preguntarán quién dice que deba 
hacerse así. Y eso es muy fácil: las arañas, que por el comienzo de los tiem-
pos cuando la tierra era parda, abundaban por todas partes porque es bien 
sabido que las arañas, oscuras o claras, son definitivamente marrones. ¿Por 
qué será?
Con la primera luz del día, la abuela y el niño pequeño se despertaron 
para desayunar y, para su sorpresa, descubrieron que la tierra se había ilumi-
nado de caminos de ladrillo, que crecían árboles de naranjas y mandarinas 
perfumadas. Y los dos se pusieron las sandalias de cuero para recorrer el 
camino, bebiendo un jugo delicioso y anaranjado. Delicioso. 
Para su suerte, el niño ahora jugaba con piedras pardas y piedras ana-
ranjadas e inventaba juegos que antes eran imposibles. Agitó con fuerza, 
mucha fuerza dos piedras para arrojarlas bien lejos al viento. El viento, bien 
sabido es que nunca deja las cosas en paz, revoleó ambas piedras contra el 
sauce. Cuando el niño fue a buscarlas no encontró sino al pájaro con una 
hebra de color rojizo en el pico. Como es de esperar, volvió corriendo a 
pedirle a la abuela que la tejiera de afuera hacia adentro en el anillo de sauce. 
Y esa noche, durmió el anillo, amarillo, anaranjado y rojizo, sobre la cabeza 
del niño. Soñar.
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María Eugenia Pons - Atrapasueños
Todo esto sucedió en los días siguientes: primero, nacieron fresas, 
manzanas y tomates en todo el territorio que llegaban a recorrer con su 
vista. Y más, los atardeceres se volvieron rojos, rosados, amarillentos y ana-
ranjados. En el segundo día: el pájaro atrapó una hebra azul de la tarde y la 
tierra al otro día se llenó de nomeolvides, de lagos azules y de ríos azarosos. 
El tercer día, el niño lanzó al viento un nomeolvides que quedó atrapado 
en una nube roja. Llovieron cintas violetas que la abuela tejió nuevamente 
de afuera hacia adentro y ya a la noche la tierra estaba tapizada de flores de 
jacarandá. Y todas y cada una de las noches, la abuela lo colgó de la pared 
sobre el sueño del niño. En colores.
Siempre el pájaro traía lazos, traía hebras, traía cintas. Y siempre 
la abuela tejía como araña multicolor. Hasta que un día el niño pequeño 
encontró una piedra verde, el mismísimo día en que el tejido de la abuela 
había llegado justo al centro. La abuela tomó la piedra y la ató al tejido. 
Corazonada.
Al día siguiente el pájaro estaba increíblemente marrón, se desprendió 
una pluma y la ató también al anillo. Nunca más se supo de él. Dicen que 
voló a otras tierras. ¡En vuelo!
Y dicen que así fue el comienzo de los tiempos. Que fueron de color 
marrón y que los buenos sueños fueron pintando. Que hizo falta del vuelo 
de un pájaro y de la paciencia de una abuela tejedora para cambiar las cosas. 
Que no hay que olvidar una piedrita de color verde en el centro, elegida por 
un niño pequeño, y, para terminar, una pluma suave y leve como un papel. 
Todo esto debe colocarse colgado en la pared vigilando el sueño de quien 
uno quiera durante las noches. No importa si son de luna llena. Lo que sí 
importa es el deseo de soñar. ¿Por qué será?

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