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ÍNDICE PORTADA SINOPSIS PORTADILLA PRÓLOGO «HASTA AHORA NO HE PODIDO PRONUNCIAR LAS PALABRAS TUMOR CEREBRAL» HELSINGBORG, MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO DE 2014 «¡QUERÍA VERLO TODO, EL MUNDO ENTERO!» «DE REPENTE, LAS ECUACIONES SALIERON» EN CASA DE MARIE EN DJURSHOLM, SEPTIEMBRE DE 2014 «YO SIEMPRE QUERÍA IR UN POCO MÁS ALLÁ» EN LA COCINA DE DJURSHOLM EN ENERO DE 2015 «NADIE ME RECONOCÍA» «CASI NADIE CREYÓ EN ROXETTE» DJURSHOLM, ENERO DE 2015 «CREÍ QUE ESTABA QUEMADA» ESTOCOLMO, DICIEMBRE DE 2014 WOLLONGONG EN AUSTRALIA, 23 DE FEBRERO DE 2015 «FUE UN MILAGRO QUE YO SOBREVIVIERA» LA TORRE DE SÍDNEY, 25 DE FEBRERO DE 2015 NOS VOLVIMOS INCREÍBLEMENTE FUERTES JUNTOS EL EDIFICIO DE LA ÓPERA DE SÍDNEY, 25 DE FEBRERO DE 2015 QANTAS ARENA DE SÍDNEY, 27 DE FEBRERO DE 2015 DJURSHOLM, MAYO DE 2015, TIEMPO PARA EL SILENCIO EPÍLOGO DISCOGRAFÍA CANCIONES QUE HAN SIDO ESPECIALMENTE IMPORTANTES EN LA VIDA DE MARIE LÁMINAS NOTAS CRÉDITOS Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulos Fragmentos de próximas publicaciones Clubs de lectura con los autores Concursos, sorteos y promociones Participa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libro y en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte http://goo.gl/1OP6I6 http://goo.gl/v0wG2A http://goo.gl/JYqUxR http://goo.gl/IoPlU0 http://goo.gl/s0nYNA http://goo.gl/HjpKFD http://goo.gl/FKoB61 http://goo.gl/2VT2zx https://www.instagram.com/planetadelibros/ SINOPSIS En esta valiente y sincera autobiografía, Marie Fredriksson relata la increíble historia de su vida, desde su infancia en el seno de una familia con muy pocos recursos, hasta su ascensión a los escenarios más emblemáticos del mundo como cantante de Roxette. Marie explica en el libro detalles tan íntimos como la muerte de su hermana mayor, con 20 años, en un dramático accidente de tráfico cuando ella solo tenía 7 años. De ahí, dice, nació su espíritu de lucha, de no rendirse nunca. Por supuesto, la cantante habla en este libro, y por primera vez, del terrible episodio que sufrió cuando en 2002 le detectaron un tumor cerebral, y de los múltiples y durísimos tratamientos de radioterapia que le dejaron muchísimas secuelas. Marie tuvo que volver a aprender a andar, a hablar, a leer… También explica cómo vivió aquellos primeros momentos tras detectarle el cáncer, cómo muchas personas de su entorno no se atrevían ni a acercarse a ella, ni sabían qué decirle, pues todo su entorno estaba en shock. Así como el rechazo que sintió cuando, como consecuencia de la medicación, empezó a hincharse y nadie la reconocía. También relata cómo volvió a los escenarios en 2007 en solitario, y en 2011 de nuevo con Roxette. De todas las desavenencias que tuvo con su manager, cuando se sentía excluida y su opinión no contaba. Y así hasta 2016, cuando llegaron a iniciar la gira mundial del 30 aniversario de la banda, que tuvieron que cancelar por motivos de salud. LISTEN TO MY HEART MARIE FREDRIKSSON HELENA VON ZWEIGBERGK LIBROS CÚPULA PRÓLOGO Hay algo muy especial en la mirada de Marie Fredriksson. Pienso en ello cuando ella y yo nos encontramos uno de los primeros días de otoño de 2013 para hablar de este libro. Me he desplazado hasta la casa de la familia Bolyos en Djursholm. Aquí vive Marie con Micke, su marido, Josefin y Oscar, los hijos de ambos, y Sessan, el gato. Marie irradia algo sabio y misterioso al mismo tiempo. Como si hubiera vivido cosas que no se pudieran expresar del todo. Experiencias vertiginosas. Largos viajes, tanto interiores como exteriores, hacia dentro, hacia la oscuridad, y hacia fuera, hacia la luz, kilómetros y kilómetros alrededor del mundo. Cuando Marie fija su mirada en la mía, comprendo de inmediato la seriedad que hay detrás de su deseo. Quiere que su relato sirva realmente para algo, tanto por su propio bien como por el de los demás. Una de las secuelas que le dejó su tumor cerebral es la pérdida parcial de su memoria. La va recuperando poco a poco, y ahora Marie quiere reconstruir su propia historia. Pero también existe otra razón importante. «Quiero que la gente sepa —dice Marie con determinación en la voz—. Quiero contar lo que supone pasar por lo que a mí me ha tocado pasar.» Nos sentamos en unos sofás color crema en su hermosa casa. Rosas blancas en un jarrón de cristal. Objetos antiguos y un gran piano de cola, negro y resplandeciente. Un cuadro de Einar Jolin del que cuesta apartar la mirada. Como muchas casas de esta zona, la de la familia Bolyos atestigua su deseo de vivir rodeada de belleza y buen gusto, así como una economía boyante para hacer realidad ese deseo. Naturalmente, yo quiero tratar de contar su historia. Durante el tiempo que nos hemos visto, desde el otoño de 2013 hasta el verano de 2015, han ocurrido muchas cosas en la vida de Marie. No se puede decir que haya sido un periodo particularmente tranquilo a su alrededor, aunque ella ha luchado por mantener la calma interior mientras tanto. Marie ha salido de gira, ha sido su primera gira en solitario desde que enfermó de cáncer en otoño del 2002. Ha lanzado su álbum Nu! (¡Ahora!), junto con Micke. Ha grabado nuevas canciones con Roxette, y el grupo se ha lanzado a una gira mundial con Rusia como punto de partida, para seguir luego por Australia y Europa. No hace falta pasar mucho tiempo con Marie para darse cuenta de que se está frente a una luchadora con una voluntad de hierro. A veces necesita ayuda para desplazarse de una habitación a otra y, sin embargo, va a viajar alrededor del mundo y se va a exponer al público de numerosos estadios. «Sí, pero ¿qué puedo hacer si no? —pregunta ella—. ¿Meterme en la cama y dejarme morir? Decidí muy pronto que no iba a hacer eso. Meterme en la cama y dejarme morir, eso nunca.» Y después añade: «Además, ¡qué puñetas!, mi voz no me ha fallado nunca». Durante un periodo de dos años nos hemos reunido en casa de Marie. Ella vive cerca de la bahía de Stora Värtan en Djursholm. Uno de los distritos residenciales más exclusivos de Estocolmo, con casas de varios millones de coronas detrás de muros bien vigilados. La casa es para Marie su hogar y su fortaleza. No sale nunca de aquí sola, casi ni al jardín. Tiene problemas con una pierna, una secuela del tratamiento del cáncer con radioterapia. Marie teme caerse y necesita apoyarse en alguien. La mayoría de las veces nos hemos sentado a la mesa de la cocina familiar, hemos tomado café y hemos comido muchísimos bollos. A veces, mientras he estado fuera del portón del muro que rodea la casa esperando a que me dejen pasar, alguno de sus fanes ha dejado un ramo de flores en la manija. «Oh, los fanes —dice Marie cuando entro con las flores y la tarjeta que las acompaña—. ¡Los fanes son tan increíbles!» Sus seguidores son cariñosos e incansables. Cuando Marie dio sus conciertos en solitario durante el invierno de 2014, llegaron de todo el mundo para ocupar las salas de conciertos de toda Suecia. Llegaron desde Argentina y Dinamarca, desde Holanda y Alemania. Vinieron desde muy lejos para ver y escuchar a Marie. En la mesa de la cocina nos lo tomamos con calma y dejamos que las palabras y los recuerdos, que a veces están profundamente escondidos, vayan saliendo poco a poco a la luz. «¡Ah, mi lesión cerebral!», exclama Marie a menudo cuando intenta decir algo y la conversación se detiene. Normalmente se traba con los nombres. O con los lugares. Pero a veces es muy rápida. Una vez, cuando le formulé mi opinión sobre qué gran estrella había sido, la réplica llegó rápida como un rayo: «¡Soy!». O cuando le comento que tienen que haber sido una familia muy sólida para superar todas las dificultades, y ella entonces me contesta con la misma rapidez: «Somos una familia sólida». En otra ocasión, cuando ella me habla de los recuerdos dolorosos en los momentos más críticos de su enfermedad, yo le digo: «Lo entiendo». Entonces ella salta enseguida: «No, no puedes entenderlo.Si uno no ha pasado por ello, no puede entenderlo». Y es posible que uno no pueda entenderlo del todo. Pero Marie habla de esos recuerdos de una manera que puedo hacerme una ligera idea de lo espantoso que debe de ser. Marie habla a menudo de sí misma como de una «típica Géminis». Para quien entienda de astrología, como Ulla-Britt, su hermana mayor, es una «doble Géminis», una persona con fuertes contrastes en su personalidad. Y es sorprendentemente cierto, da en el clavo: por un lado, una vertiente sensata y tranquila. Y por otro, una personalidad cuyas emociones emergen de forma repentina como las variaciones del tiempo meteorológico, luz y oscuridad. Sin duda, ella puede recalcar aún más lo oscuro: «No puedes ni imaginarte lo horroroso que es sentir una pena semejante, una tristeza tan terrible». Las lágrimas ruedan por sus mejillas. Pero luego se las seca haciendo un gesto rápido con la mano: «Pero voy mejorando. Estoy mejorando todo el tiempo. Y uno tiene que reír también. Hay que reír, eso no hay que olvidarlo nunca. Es muy importante». Marie procura dejar claro que este es su libro, su historia. Yo he hablado también con muchas otras personas de su entorno más cercano. Sin embargo, el objetivo nunca ha sido escribir una biografía que incluyera todos los datos de su vida, dispuestos en orden cronológico. Este es un libro de recuerdos emocionales. Lo que se incluye en él es aquello que ha jugado un papel importante en la vida de Marie y aquello que a ella le ha parecido relevante contar. Marie ha tenido muy claro desde el principio cómo quería que fuera este libro: «Tiene que ser honesto. Solo quiero decir las cosas como son. Nada de tonterías. Simplemente quiero contarlas sin rodeos, tal y como han sido». El testimonio de muchas de las personas con las que he hablado es unánime. Muchos destacan el gran corazón de Marie. «Un enorme corazón en un cuerpo pequeño —así la describe su amiga Efva Attling—. Una gran persona, pese a lo delgada que es.» «Yo siempre he pensado que ella es quien ha tenido la mayor fuerza dentro del grupo —dice Lotta Skoog, que es amiga de Marie desde hace mucho tiempo y pareja de Pelle Alsing, el batería de Roxette y músico también en el grupo de Marie—. Antes de que enfermara, Marie era siempre la que mantenía el ritmo más alto. Y, en realidad, teniendo en cuenta sus circunstancias desde que cayó enferma, puede que siga siendo todavía la que más energía tiene de todos. Que Marie tenga esa fuerza y esa energía para continuar como lo hace es absolutamente fantástico.» «Marie es seguramente la persona más generosa y valiente que he conocido», dice Marika Erlandsson, una de las amigas que la acompañó en los momentos más duros de la enfermedad y la compañera sentimental de Clarence Öfwerman, que ha sido el productor de Roxette y su pianista desde que se formó el grupo. Marika explica lo que realmente yo misma me he estado preguntando durante el tiempo que he pasado con Marie: «Marie no ha mostrado el más mínimo gesto de insatisfacción o amargura, ni siquiera en los momentos más difíciles. Nunca ha perdido la capacidad de alegrarse de los éxitos de los demás. En ese sentido, Marie, ciertamente, es única». «Además de ser una buena amiga, desde mediados de la década de 1980 ha sido un ejemplo para mí —dice Åsa Gessle—. Salíamos juntos y hacíamos giras juntos, incluso antes de que existiera Roxette. Per, Marie y Lasse Lindbom ya habían formado Exciting Cheeses, una banda de aficionados en la que tocaban en su tiempo libre; en aquella época, yo iba con un bolso, tratando de cobrar. Lo hemos pasado muy bien juntos. He visto de cerca cómo se ha ido abriendo paso Marie con una fuerza de voluntad y una tenacidad tremendas. Ella viene de un entorno humilde y al principio era muy tímida. Pero con su maravillosa voz y su fuerza de voluntad se convirtió en una artista a nivel mundial, una artista que conmueve a las personas de todo el mundo. Ella siempre ha confiado en su propia fuerza y ha conseguido algo absolutamente excepcional. Por eso, Marie siempre ha sido una fuente de inspiración para mí.» Y esa energía suya aparece también en otros ámbitos. El director Jonas Åkerlund, que está detrás de varios de los vídeos musicales de Roxette y también dirigió el documental Den ständiga resan (El viaje sin fin) dice lo siguiente sobre Marie: «Ella tenía una energía increíble, tanto en el trabajo como en su vida privada. Era una auténtica roquera, beber cerveza y seguir de bares después del trabajo. Nos lo hemos pasado muy bien juntos. Pero también es una persona muy creativa y lo da todo en su trabajo. He conocido a muchas superestrellas, pero tanto Per como ella destacan porque son más cercanos y modestos. Creo que eso tiene que ver con el hecho de que en el fondo los dos son gente de pueblo». Cuando se trata de definir musicalmente a Marie, los testimonios pueden ser de este tenor: «Tiene una fuerza arrolladora —afirma Thomas Johansson, presidente de la junta directiva de Live Nation, amigo y socio de Marie desde hace muchos años—. Realmente, tiene la capacidad de transmitir sentimientos. Eso es algo que forma parte de su manera de ser. Tiene una potencia en la voz increíble, a pesar de lo pequeña que es. Además, pertenece a ese grupo de cantantes capaces de transmitir la letra de sus canciones. Elton John, Bruce Springsteen, Rod Stewart, Van Morrison y, por supuesto, Marie son artistas que pueden hacerlo. Con su canción consiguen transmitir una historia de una manera creíble. No sé exactamente cómo lo hacen, tal vez sea simplemente que saben expresar las palabras de la manera adecuada. Si pudiera volver a empezar ahora, me dedicaría exclusivamente a buscar ese tipo de voces.» «Marie tiene el don de la oportunidad, una capacidad de improvisación fantástica y una voz única», dice Pelle Alsing. «Es la mejor cantante sueca —dice Clarence Öfwerman—. Ella y Monica Zetterlund. Se entrega sin reserva y lo da todo. No es de extrañar que todo el mundo la siga encantado. Marie tiene ese algo extra, que nadie más tiene.» Hay varias personas que hablan precisamente de eso, de su entrega. Marie puede manejar letras que en boca de otro podrían sonar cursis o irrelevantes, y hacer que sean totalmente creíbles. Marie logra que una canción como «Este va a ser el mejor día de mi vida» suene realmente a esperanza, letra por letra. Tal vez se deba a su coraje, a su manera de atreverse a mostrarse, a dar lo que le sale del corazón sin tratar de ser irónica ni hipócrita. «Es muy intuitiva y consigue que sus letras tengan vida —dice Kjell Andersson, que trabajaba en la compañía discográfica EMI cuando Marie se abrió paso—. Tiene credibilidad. Llega a quienes la escuchan. No sé lo que es. Mantiene los canales muy abiertos, de mí para ti. Hay una especie de ingenuidad, de fascinación, que conecta con el público directamente. Marie disfruta sin disimulo cuando canta y eso también le llega al público.» Son muchas las personas que me han ayudado a escribir este libro, que me han permitido mantener largas conversaciones para ayudar a Marie con el rompecabezas de su pasado. Quiero enviar a esas personas un afectuoso agradecimiento: Pähr Larsson (el mejor amigo de Marie), Marika Erlandsson, Clarence Öfwerman, Anders Herrlin, Per Gessle, Åsa Gessle, Marie Dimberg, Christoffer Lundquist, Lasse Lindbom, Niklas Strömstedt, Efva Attling, Pelle Alsing, Lotta Skoog, Åsa Elmgren, Stefan Dernbrant, Martin Sternhufvud, Ika Nord, Thomas Johansson, Kjell Andersson, Jonas Åkerlund, a la familia de Marie: Tina Pettersson, Gertie y Sven-Arne Fredriksson, Ulla-Britt Fredriksson, Tony Fredriksson, a los amigos de la infancia: Kerstin Junér, Bitte Henrysson y Boel Andersson y, por último, aunque no por ello menos importante, sino más bien todo lo contrario, al marido de Marie, Mikael Bolyos. Él ha acompañado a Marie durante la enfermedad y no solo ha sido un gran apoyo para ella, sino que es también un testigo importante que conserva recuerdos de gran valor. HELENA VON ZWEIGBERGK verano de 2015 «HASTA AHORANO HE PODIDO PRONUNCIAR LAS PALABRAS TUMOR CEREBRAL» EL RELATO DE MARIE SOBRE SU ENFERMEDAD Fue el 11 de septiembre de 2002 cuando se desató el infierno. Al día siguiente se suponía que tenía que viajar a Amberes. Per Gessle y yo íbamos a dar juntos una rueda de prensa. Roxette iba a salir de gira para algo llamado Night of the Proms, una serie de conciertos que se celebran anualmente en Bélgica, y la rueda de prensa iba a tratar sobre nuestra participación en ese evento. La idea era que yo tomaría un vuelo temprano al día siguiente. Per quería viajar ese mismo día por la tarde. Odia levantarse temprano y quería descansar por la mañana. Pero yo no quería volar el día del aniversario del ataque terrorista contra el World Trade Center de Nueva York, pensé que era más seguro esperar, aguantar el madrugón y tomar un vuelo temprano. Esa misma mañana, Micke me leyó en voz alta un artículo del periódico que tenía que ver precisamente con el aniversario del ataque terrorista. El artículo trataba de un joven sueco que trabajaba entonces en el edificio. Lo terrible era que desapareció entre los escombros. Sus familiares no habían podido averiguar lo que le había pasado. Recuerdo que Micke y yo seguimos hablando sobre el destino de ese hombre. Probablemente se habría despertado pensando que aquel sería un día como los demás. Hacía un año, a primera hora de la mañana, ese joven sueco no podía tener ni idea de lo que le esperaba más tarde ese mismo día. Juntos constatamos lo bueno que es no saber de antemano lo que te va a deparar el futuro; que el desconocimiento del destino es una especie de bendición. Nosotros tampoco sabíamos lo que nos esperaba en tan solo unas horas. No sabíamos que todo nuestro mundo se iba a quedar patas arriba. Después del café de la mañana, Micke y yo salimos a correr como hacíamos habitualmente. Micke quiso competir al final y yo lo adelanté. Sí, sí, yo era muy rápida entonces. Cuando llegamos a casa no me sentía bien del todo. Estaba cansada, tenía náuseas y pensé que debía descansar un rato. La verdad es que no tenía tiempo, porque debía preparar la maleta para el viaje. Pero me tuve que acostar un rato. De repente, no podía ver por un ojo. Las náuseas fueron aumentando y entré en el cuarto de baño para vomitar. Dentro del cuarto de baño, me derrumbé y me asusté muchísimo. Después, todo se volvió negro. Sufrí un ataque de epilepsia que me provocó espasmos en todo el cuerpo e hizo que me golpeara la cabeza contra el suelo de piedra, con tanta fuerza que me provoqué una fractura de cráneo. Eso, lógicamente, no lo entendí entonces. Sin embargo, sí que recuerdo oír la voz de Micke, que me llegaba desde muy lejos: «¡Marie! ¿Qué te pasa?». Después todo se volvió otra vez negro. La siguiente imagen que recuerdo es en la ambulancia. Noté chiribitas en los ojos y oí el sonido de la sirena. Y luego todo negro de nuevo. Cuando recuperé la consciencia, vi a Micke y a Berit, su madre, sentados al lado de mi cama. «¿Qué hago aquí? —pregunté—. ¿Qué ha pasado?» Un médico entró en la habitación y me preguntó amablemente y con delicadeza si había pensado salir de gira. «Sí, claro», respondí yo. Y entonces el médico me dijo con voz tranquila y afectuosa que lamentablemente tendría que cancelar esa gira. Poco a poco empecé a darme cuenta de que estaba en un hospital y que me había caído. Pero no podía ni imaginarme que pudiera tratarse de un tumor cerebral. Era raro que se me hubiera nublado la vista y eso me preocupaba. Pero, por lo demás, creía que había sufrido un accidente. El médico volvió después de un rato con las radiografías y entonces me explicó que se veía un tumor en la cabeza. ¿Te imaginas el shock que supuso para mí? Mi primera pregunta fue si me iba a morir. El médico dijo que no, que ese tumor no acabaría con mi vida, porque se podría operar y quitar con un tratamiento de radioterapia. Eso fue todo lo que pude entender. Que tenía un tumor. Que era posible extirparlo. Que no me iba a morir. El médico continuó hablando, pero no oí lo que dijo, o no quise entenderlo. Porque lo que dio a entender era que el tumor se iba a reproducir, y entonces tal vez no fuera posible extirparlo. Micke lo entendió. Pero yo no. Micke se enteró de lo grave de la situación a través de terceras personas. En realidad, ninguno de los dos queríamos que nos dieran pronósticos fatalistas sobre lo pequeñas que eran mis posibilidades de sobrevivir. Queríamos pelear y mantener nuestras esperanzas mientras fuera posible. Otro médico, un conocido nuestro, especialista en otorrinolaringología, se hizo cargo de la lesión que me había provocado en el cráneo al golpearme la cabeza. Dado que nos conocíamos, debieron pensar que lo mejor es que fuera él quien nos dijese cuál era mi situación real. Y él informó a Micke de que me quedaba un año de vida. Al ver que Micke se ponía blanco como la pared y casi se desmaya, el médico añadió rápidamente que también podría vivir dos años más. O, tal vez, incluso tres. Eso era lo más reconfortante que podía decir. En el mejor de los casos, me quedaban tres años más de vida. Micke tuvo que empezar a pensar en cómo iba a preparar a los niños para contarles que su madre iba a morir. Josefin tenía entonces nueve años y Oscar cinco. Micke pasó entonces un auténtico infierno. Él lo ha descrito como un monstruo que se acercaba, sin que fuera posible hacer nada. Solo esperar su ataque con las manos atadas a la espalda. Esperar aterrado a que yo me consumiera lentamente delante de sus ojos, sin que él pudiera ayudarme o hacer algo al respecto, esa es una de las peores experiencias por las que ha pasado. Sentirse tan impotente. Micke no pudo hacer otra cosa más que ocultarme la gravedad de mi enfermedad, porque yo tenía muchas esperanzas y estaba convencida de que me iba a poner bien. Eso era lo que había dicho el doctor. Pronto volvería todo a la normalidad. Pobre Micke. ¿Cómo iba a ser capaz de hacer saltar por los aires mis esperanzas? ¿Cómo iba a decirme que lo más probable era que muriera? Él describe el hecho de no poder ser honesto conmigo como la aparición de una cuña en nuestra relación. Siempre habíamos podido hablar abiertamente de todo. Siempre. Ninguno de los dos dejaba fuera al otro, de esa manera nunca hubo ocasión para que surgieran conflictos entre nosotros. Nunca había aparecido nada que no pudiéramos resolver. De repente, nos encontrábamos en una grave situación de la que Micke no podía hablar conmigo, que además era un caso de vida o muerte. Pensó que era mejor que yo viviera confiada. Quería animarme, aunque él soportara una verdad muy diferente. Una verdad de la que no podíamos hablar. Yo no sospechaba nada y me había propuesto superarlo como fuera. Pero ¿qué pensaba para mis adentros? Sinceramente, pensé que todo se iba a ir al carajo. Esos pensamientos me venían a la cabeza al principio, tras conocer el diagnóstico, por las noches cuando me iba a dormir. Yo tampoco quería hablar de ello con Micke ni con los niños. Ellos preguntaban a veces si me iba a morir. Entonces yo les contestaba que no, que no tenía tiempo para eso. Pero en el fondo, en mitad de la noche, pensaba que tal vez podía ocurrir. Yo solo quería hablar de que todo iba a salir bien. De cara al exterior hacía como si no pasara nada. De esa manera, se puede decir que tanto Micke como yo nos quedamos aislados en esa situación. Como consecuencia de la caída, tuve una fractura en la cabeza y problemas con el sentido del equilibrio, por eso volví del hospital a casa en una silla de ruedas. A Oscar le pareció el juguete más divertido del mundo. ¡Qué vueltas daba! Otras veces corría a mi alrededor gritando de alegría: «¡Yupi!». Más tarde, cuando perdí el pelo y estaba triste, él aparecía de repente disfrazado de Batman y entonces me hacía reír. Por suerte, disfrutamos momentos como aquellos. Nos enviaron muchas flores a casa. Fue muy bonito. Recibí, por ejemplo, un ramo impresionante de Anni-Frid Lyngstad1 que me hizo mucha ilusión. Micke a veces pensaba que era horribleque hubiera tantas flores, que simbolizaban el dolor y la tragedia de una manera asfixiante, que nuestra casa parecía un cementerio. Pero, por supuesto, también pensaba que la gente era muy amable al demostrarnos que pensaba en nosotros. Fue peor con los medios de comunicación. La noche después de que ingresara en el hospital en una ambulancia, el periódico Expressen llamó y despertó a mis hermanos, que viven en Skåne, en el sur de Suecia, y querían que hicieran algún comentario. Nosotros no habíamos tenido tiempo aún de hablar con ellos y contarles lo sucedido. Lógicamente, para ellos fue un choque y se asustaron mucho. La prensa siguió aterrorizándolos después. ¿Sabían algo más? ¿Habían oído alguna novedad? No sé cómo los periódicos se enteraron tan rápido, sabían que había llegado a las urgencias del hospital en ambulancia. No sé si vigilaban nuestra dirección o si se enteraron a través de la central de emergencias de que se había pedido una ambulancia desde aquí. O puede ser que alguien del hospital les diera la información. La primera noche que pasamos en el hospital hubo periodistas llamando al interfono del portón de nuestra casa de Djursholm hasta las tres de la madrugada. Nos lo ha contado Inger, nuestra niñera. Por supuesto, tanto ella como los niños se asustaron muchísimo. Finalmente, tuvimos que contratar a tres vigilantes de Securitas, que se turnaban para que la prensa nos dejara en paz. Además, nos vimos obligados a dejar a oscuras toda la casa para evitar los intentos de los fotógrafos de conseguir imágenes de la familia en estado de shock. Los periodistas seguían a Inger cuando llevaba y recogía a los niños en la escuela y en la guardería. En una ocasión, Micke quiso salir de casa en el coche, pero no pudo. Tuvo que bajarse y preguntarles si realmente tenían que estar allí bloqueando la salida. Entonces un periodista le contestó que su periódico le había ordenado que estuviera allí. En realidad, él no quería y parecía que se avergonzaba. No sabemos cuántos de ellos se avergonzaban, pero fuimos realmente acosados por la prensa. Marie Dimberg, mi mánager y la de Roxette, se puso en contacto con mis hermanos para decirles que no tenían que contestar a ninguna pregunta, que colgaran el teléfono sin más cuando los llamaran de los medios de comunicación. Mis hermanos son personas amables, que no están acostumbradas a tratar mal a los demás, por lo que se sentían obligados a ayudar a los periodistas en la medida de sus posibilidades. El teléfono de Marie Dimberg no dejaba de sonar. Tan pronto como recibía alguna información de alguno de nosotros sobre mi estado de salud, los periódicos llamaban inmediatamente. Era evidente que alguien filtraba datos desde el hospital. La prensa recibía esa información más o menos al mismo tiempo que nosotros. Y después perseguían a Marie Dimberg para que ella confirmara las novedades que habían conseguido. Una o varias personas del hospital Karolinska intentaron ganar dinero con esa información y la prensa pensó que debía confirmarla. Marie Dimberg habló también con el servicio de prensa y con el departamento de seguridad del hospital para tratar de poner fin a las filtraciones. Así pues, la prensa consiguió muy pronto la noticia de que yo tenía un tumor cerebral. Los periodistas persiguieron a todas las personas de nuestro entorno para que se la confirmaran. Por eso nos vimos obligados a contarlo. Marie Dimberg envió un breve comunicado de prensa y eligió mandarlo el domingo por la tarde para que coincidiera con las elecciones. De esa manera, los periódicos no podrían llevar el lunes la noticia en sus portadas, pensó Marie. Pero, aun así, hubo un periódico que le dedicó la mitad de su portada. Me extirparon el tumor, y al año siguiente me sometí a una operación con el llamado «bisturí gamma». Te fijan una corona de metal en la cabeza, con un eje U y un eje C. Es importante que la radiación se haga en el lugar exacto del cerebro. Se requiere una precisión milimétrica. Por eso la corona se atornilló al cráneo. Todo se hizo mientras yo estaba despierta. Me pusieron una crema con anestesia, de las que usan los dentistas. Aun así, sentí cómo corría la sangre al mismo tiempo que las lágrimas. Ese fue el peor momento de todos los tratamientos a los que me he sometido. ¡Fue tan desagradable! ¡Como una corona de espinas! Micke pensó que iba a vomitar cuando lo vio. En medio de todo, hubo también algunas situaciones completamente absurdas. Cuando estaba en la cama con la corona fija en la cabeza después de la operación con el bisturí gamma, entró en la habitación un médico al que no habíamos visto antes. Quería contarme que en su tiempo libre tocaba la guitarra en un grupo. Nosotros estábamos allí esperando los resultados de la terrible operación. No podía quitarme la corona hasta que los resultados estuvieran claros. Y mientras tanto un médico esperaba que yo me interesara por el grupo del que formaba parte en su tiempo libre. Creo que ni siquiera era neurólogo. ¿Cómo razonan algunas personas? Cuando eres una persona pública y estás ingresada en un hospital hay mucha gente que quiere entrar a verte y ponerse en contacto contigo. Una enfermera nos habló de su marido, era tan falso y tan mezquino que ella quería separarse de él. Pero necesitaba ciento cincuenta mil coronas para poder comprarse un piso. A Micke y a mí nos dio la impresión de que andaba buscando dinero. También nos vimos inmersos en semejantes despropósitos. Fue un tiempo horrible de espera. Un mes tras otro, sumidos en la desesperación de cuál iba a ser el desarrollo de mi enfermedad. Había tardes en que los niños se sentaban a ver la tele, y Micke y yo cenábamos en la cocina el uno enfrente del otro en silencio. Nuestras lágrimas caían en el plato de la sopa. En cuanto entraba alguno de los niños teníamos que secarnos las lágrimas y tratar de recobrar los ánimos. Nos volvimos diferentes como padres. Era inevitable. Realmente, intentábamos no estar siempre sumidos en la tristeza y en la preocupación, pero «eso» estaba allí todo el tiempo. Nos atormentaba. No teníamos la misma capacidad que antes para prestar atención a los niños. Yo estaba como hundida, conmocionada por lo que me había ocurrido, y Micke estaba constantemente preocupado. Naturalmente, eso les ha afectado. Fue entonces cuando compramos nuestro gato, Sessan, para que los niños tuvieran otra cosa en la que pensar. Micke y yo, cuando estábamos tan tristes, también queríamos permitirnos algún capricho. Huir de la realidad. A menudo bebíamos demasiado vino por la tarde y vivíamos como si cada día pudiera ser el último. Por una parte, la preocupación hacía difícil estar pendientes de los niños como de costumbre, pero al mismo tiempo nuestra preocupación se centraba sobre todo en ellos. Yo solo pensaba en los niños, los niños. «¡Imagina si muero ahora!» «Una madre no puede morir.» «¡Tengo que cuidar a los niños! ¡Y a Micke!» Sufrí un gran estrés en mi interior. «¿Voy a morirme ahora? ¿Voy a morirme ahora?» Pero luego vino el poder divino —«¡no puedo morir ahora!»—. Tengo una fe muy fuerte, desde pequeña, la vivo de manera privada, es mía y está dentro de mí. Cuando era niña cantaba en el coro de la iglesia y eso significó mucho para mí. Sentí mucha serenidad y consuelo allí. La fuerza que me daba la fe me ayudó a superar muchos momentos difíciles. Vivíamos en un limbo. Intentábamos vivir como de costumbre, a pesar de que eso muchas veces fallaba por su propia imposibilidad. Nos esforzamos por mantener vivos algunos hábitos que teníamos con los niños, aunque pasábamos la mayor parte del tiempo en el hospital. Los viernes, por ejemplo, solíamos jugar a la búsqueda del tesoro. El tesoro era la bolsa de golosinas de la semana, que ellos tenían que encontrar. Esa tradición familiar se había convertido en algo tan grande que podíamos pasarnos medio viernes planeando cómo lo íbamos a hacer. Cuando caí enferma tuvimos que organizarla en los pasillos del hospital Karolinska. Solo lo hicimos una vez, luego lo dejamos.Estaba muy claro que algo había cambiado. Sencillamente, parecía forzado tratar de fingir que todo era como de costumbre. No puedo hablar de las limitaciones que he sentido como madre debido a mi tumor cerebral sin empezar a llorar. Antes de caer enferma, yo era una persona fuerte que estaba al tanto de todo. No poder ser madre de la manera que una desea es quizá lo peor de la enfermedad. Algunas personas a quienes les ha tocado pasar cosas difíciles dicen que no sabían la suerte que tenían hasta que les ocurrió. Pero nosotros sí que lo sabíamos. Nos lo decíamos a menudo el uno al otro: «Qué suerte tenemos. Amor, éxito, salud». Todavía pienso en ello cuando miro las fotos del anuario escolar de los niños, se las hicieron justo antes de que yo cayera enferma. Éramos una familia increíblemente feliz. Lo teníamos todo. Que te ocurra una cosa así, que todo se te hunda, es algo que uno no puede entender si no ha pasado por ello. Pensé que era bueno que los niños fueran tan pequeños y no pudieran entenderlo del todo. Bueno, sí, Josefin seguro que lo entendió, pero Oscar no sabía muy bien qué había ocurrido. Pasaron mucho tiempo con Inger, nuestra niñera, durante los momentos más críticos. Yo me pasaba la mayor parte del tiempo entrando y saliendo de diferentes ingresos hospitalarios. Micke rezaba para que los niños pudieran hacerse un poco más mayores antes de que yo muriera. Me lo ha contado ahora, al cabo del tiempo. Él rezaba para que ellos pudieran tener una imagen más clara de su madre, para que tuvieran la posibilidad de recordarme bien. Que Oscar al menos tuviera tiempo de cumplir nueve años. Pero, al mismo tiempo, él mismo sabía que era mucho pedir. La radioterapia hizo que perdiera el pelo. Durante las Navidades siguientes se me fueron cayendo cada vez más mechones. Micke tenía miedo de que esa fuera la última Navidad que pudiéramos celebrar juntos. Y habría podido ser así. He tenido una suerte increíble. En enero, medio año después de que recibiera el diagnóstico de que tenía un tumor cerebral, Roxette fue galardonado con la Medalla de las Artes que recibimos de manos del rey. Micke dijo hace poco que, probablemente, pensaron que iba a morir y por eso se dieron tanta prisa. Seguro que tiene razón. De todos modos, yo me sentí halagada y contenta por ese galardón. Al mismo tiempo fue muy duro. Eso requería que apareciera en público. No me había mostrado públicamente desde que caí enferma, y estaba casi calva. Marie Dimberg y yo salimos a buscar un sombrero para mí, y encontramos uno con dibujos como de piel de leopardo. La noche antes de la ceremonia de entrega de la medalla, un reportero de Expressen, Niclas Rislund, llamó a la puerta de Marie Dimberg. Era tarde y Marie ya se había acostado. Niclas Rislund le dijo que le habían informado de que mi tumor se había extendido. Que tenía metástasis y que se había extendido por el pecho y el resto del cuerpo. Marie le contestó que no comentaba rumores acerca de mi salud y que quería irse a la cama a dormir. Pero él se mantuvo en sus trece y quería que Marie me llamara para confirmar que la información que él tenía era correcta. Marie Dimberg le pidió que tuviera un poco de consideración y me dejara en paz. Él dijo que lo iba a publicar de todos modos, por lo que era mejor que Marie hiciera lo que le pedía. Al final, Marie Dimberg se enfadó de verdad. Se enzarzaron a gritos en una discusión. Niclas Rislund seguía afirmando que ella era la representante de una persona pública y que como tal tenía ciertas obligaciones. Marie le gritó que ella no tenía ninguna obligación de informarle a él ni a Expressen de la evolución de mi enfermedad. La discusión terminó cuando Marie le dio con la puerta en las narices. Marie nos llamó a la mañana siguiente para preguntarnos si habíamos leído el periódico Expressen. No lo habíamos leído. «Pues no lo hagáis —nos dijo—. Evitadlo si podéis.» Pero ¿cómo íbamos a poder evitarlo? Las portadas de Expressen repartidas por todos los quioscos de la ciudad decían que el cáncer se me había extendido por todo el cuerpo. Todo el artículo estaba impregnado de la idea de que no me quedaba mucho tiempo de vida. Realmente no era cierto que tuviera cáncer de mama ni metástasis en el cuerpo, y Marie Dimberg hizo público un comunicado de prensa en el que desmentía la noticia. El redactor jefe de entonces, Otto Sjöberg, remitió a fuentes fiables del hospital Karolinska. Nosotros, como familia, nos lo tomamos muy mal. Y eso ocurrió el mismo día que iba a recibir la medalla. No sé si las personas no implicadas pueden entender lo que se siente al leer algo así sobre uno mismo. Que te condenen a morir delante de todo el mundo basándose en informaciones falsas. Que no te puedas sentir tranquila y segura en un hospital. Saber que hay personas que se cuelan por allí e intentan ganar dinero a costa de nuestra desgracia. Que nuestro dolor personal se convierta en el bizcocho del desayuno de todo el mundo para que puedan refocilarse con él. Estaba tan nerviosa cuando me entregaron la medalla, que en la foto salgo sosteniéndola boca abajo. Sentía como si todos me miraran fijamente y quisieran ver lo enferma que parecía. Mirar de hito en hito a la mujer sobre la que habían leído que estaba moribunda con una metástasis extendida por todo el cuerpo. Aquel se convirtió en un día horrible. Tener que hacer frente a las mentiras de Expressen en medio de todo aquello era lo último que nos faltaba. El procurador general de Justicia denunció por iniciativa propia al hospital Karolinska. El médico que me había operado nos llamó sorprendido y nos contó que habían llegado al hospital cinco policías y que habían registrado su consulta. Fue muy desagradable para él, pero naturalmente estaba tan interesado como nosotros en que se averiguara dónde se producían esas filtraciones. La vulneración del secreto profesional es un delito grave que puede ser castigado hasta con tres años de cárcel. Fueron muchas las personas que se sintieron indignadas por el trato que nos dieron Otto Sjöberg y Expressen. El programa de televisión Media Magasinet (Revista de medios) mostró nuestro caso como uno de los peores acosos de los medios de comunicación en la historia moderna. Nos sentimos tan ofendidos y tan humillados que investigamos las posibilidades de denunciar a ese periódico. Además, queríamos demostrar a los niños que no se podían contar mentiras sobre nosotros, así sin más. Decidimos ponernos en contacto con Leif Silbersky, un conocido abogado con experiencia en casos relacionados con los medios de comunicación. Ahora, visto con perspectiva, es fácil pensar que él nos lo debía haber desaconsejado desde el principio. Lamentablemente, desde el punto de vista jurídico no basta con decir que alguien se ha comportado de una manera moralmente repugnante y ha demostrado falta de sensibilidad ante el sufrimiento de otras personas. Nosotros pensamos que un periodista no podía mentir y decir que una persona tenía el diagnóstico mortal cuando realmente no lo tenía, sencillamente. Creíamos que eso bastaría para presentar una demanda. Pero resulta que las cosas no eran exactamente así. A pesar de todo, Silbersky intentó encontrar algún artículo útil para ayudarnos. Encontró un caso ya juzgado en el que se había tomado una fotografía de un grupo que mantenía relaciones sexuales y habían colocado allí la cara de personas conocidas. Ese caso, que sentaba un precedente, se basaba en que se habían lanzado sombras de dudas sobre esas personas. Esa era nuestra posibilidad de demandar al periódico. Leif Silbersky era un personaje curioso. Una de las primeras cosas que hizo cuando nos pusimos en contacto con él fue contarnos que su hija estaba a punto de cumplir cuarenta años. Era una gran seguidora de Roxette. Por eso le había pedido a uno de los periódicos de la tarde que le confeccionara una portada con un titular en el que dijera que ella era el tercer miembro de Roxette. Y entonces nos preguntó si Per y yo estaríamos dispuestos a firmársela. Una iniciativagraciosa de nuestro abogado, que iba a ayudarnos en el peor momento de nuestra vida. Como si todo fuera un juego. Así pues, según Leif Silbersky, la única posibilidad que teníamos de que prosperara nuestra demanda contra Expressen sería afirmar que las mentiras del periódico habían lanzado sombras de duda sobre mi persona. Él quería que Micke dijera en el juicio que cuando vio la portada de Expressen pensó que yo le había mentido. Tendría que hacer el papel de marido ofendido, que sospechó que su mujer no le había contado lo enferma que estaba. Eso haría también que se hubieran lanzado sombras de duda sobre mí en mis relaciones profesionales. Cuando Marie Dimberg, Micke y yo estábamos allí reunidos en el bufete del abogado, Micke dijo que él no podía decir eso. Que él pensaba que era absurdo mentir de esa manera. Nuestra relación no es de ese tipo. Y le parecía absurdo que tuviéramos que mentir para denunciar a un periódico precisamente por publicar mentiras. A pesar de que nos habíamos gastado varios cientos de miles de coronas para presentar una demanda contra Expressen, la retiramos. Nos iba a llevar como mínimo cinco años y nos veríamos obligados a darle vueltas a todo una y otra vez. Todo el escándalo de Expressen fue para nosotros una historia costosa y desagradable. Aún hoy seguimos pensando que Otto Sjöberg, por entonces redactor jefe del periódico Expressen, es la persona que más daño ha infligido a nuestra familia, y nunca ha intentado tampoco pedirnos disculpas por ello. Éramos una familia afectada por una enfermedad grave, conmocionada y abatida, y realmente sentíamos que no teníamos por qué ser utilizados para vender más periódicos. Durante ese tiempo no estaba claro si iba a sobrevivir. Yo no quería pensar en ello y Micke trató de manejarlo lo mejor que pudo. Pero ningún maldito cáncer se había extendido por mi cuerpo. El microscópico hilo de esperanza que teníamos era lo único que nos permitía seguir funcionando. Quizá también por eso las mentiras de Expressen se volvieron tan insoportables. Sus mentiras me presentaban más enferma aún de lo que estaba y con ello se apagó por completo la esperanza de los que se preocupaban por nosotros. Me hizo mucho daño. Intenté ser creativa también durante la enfermedad. Poco después de la primera operación, Micke y yo hicimos el álbum The Change. El disco fue el desarrollo de un trabajo que habíamos comenzado antes de que yo cayera enferma. Ya habíamos grabado juntos una versión de una canción que se titula «The Good Life». Se trataba de disfrutar de la luz y de las cosas buenas de la vida en medio de nuestra tragedia. Lennart Östlund, el técnico de sonido con el que trabajábamos, era un tío muy majo. Evitábamos pensar siempre en la enfermedad, aunque a veces Micke tenía que llamar al médico y comprobar los tonos casi al mismo tiempo. El trabajo con el disco era una zona protegida. Sigo pensando que es uno de los mejores trabajos que hemos hecho juntos. Naturalmente, las letras trataban de la alegría de estar vivo. En la oscuridad más absoluta hicimos un disco luminoso. Esta es una de las letras más tristes del disco, pero describe precisamente cómo me sentía entonces: Suddenly the change was here Cold as ice and full of fear There was nothing I could do I saw slow motion pictures of me and you. Far away I heard you cry My table roses slowly died Suddenly the change was here I took your hands, you dried my tears The night turned into black and blue Still we wondered why me and you After all we’re still here I held your hand, I felt no fear Memories will fade away Sun will shine on a new clear day New red roses in my hand Maybe some day we will understand Maybe one day we will understand De repente el cambio estaba aquí Frío como el hielo y lleno de miedo No había nada que pudiera hacer Vi imágenes a cámara lenta de ti y de mí. Muy lejos, te oí llorar Las rosas de mi mesa murieron lentamente De repente, el cambio estaba aquí Tomé tus manos, me secaste las lágrimas La noche se volvió negra y azul Todavía nos preguntamos por qué tú y yo Después de todo todavía estamos aquí Tomé tu mano, no sentí miedo Los recuerdos se desvanecerán El sol brillará en un nuevo día claro Nuevas rosas rojas en mi mano Tal vez algún día lo entendamos Tal vez algún día lo entendamos Aún sigo pensando que la letra refleja fielmente el momento que vivíamos. Desesperación, amor, desconcierto y, al mismo tiempo, un intenso anhelo de hallar algún tipo de esperanza y de ser capaces de aprovechar cada rayo de luz que asomaba. Por muy mal que estuviera, siempre intenté mantener viva mi parte creativa. Cuidar de mí se convirtió para Micke en una ocupación a tiempo completo. Me llevaba y me traía del hospital y me ayudaba a recordar lo que me habían dicho sobre los medicamentos y los tratamientos. La noticia de que estaba enferma se extendió por todo el mundo. Mis fanes me enviaron una lista de nombres y me contaron que habían puesto en marcha una cadena de oración por mí. Rezaban para que me pusiera bien. He enmarcado esa carta y la conservo como uno de mis bienes más queridos. Significó muchísimo para mí. Muchas personas se pusieron también en contacto con nosotros para proponernos tratamientos alternativos. «Deposita veinte mil dólares en esta cuenta y trágate después esta arena.» Sugerencias más o menos de ese tipo. Un médico egipcio de una universidad china fue uno de los que se pusieron en contacto con nosotros. Micke habló con el oncólogo Stefan Einhorn para preguntarle qué pensaba él de ese médico. Stefan Einhorn le contó entonces que ese médico había dado conferencias en el Instituto Karolinska, pero que era un estafador. También recuerdo que el doctor Stefan Einhorn nos contó, para consolarnos, que su padre había padecido cáncer. Un médico le dijo que le quedaba un año de vida. Pero ese médico murió antes que su padre. El propósito de Stefan Einhorn era consolarnos: nadie sabe cuánto tiempo le queda de vida. Sin embargo, no sentimos que eso fuera ningún consuelo. Lo que queríamos escuchar en nuestra situación era que uno se podía tomar una pastilla y curarse. Eso era lo único que queríamos que nos dijeran. Pero él intentó hacernos mirar la vida con otros ojos. Todo con la mejor intención. Nos pusimos en contacto con la clínica Vidarkliniken, el hospital de los seguidores de la antroposofía. Tienen clínicas en las que tratan el cáncer. Pero los tipos de cuidados que ofrecían parecían realmente más orientados a pacientes terminales. Los pacientes se dedicaban al arte contemplativo. El médico que me recibió allí era una persona terrible. Empezó por leerme la cartilla. Vino a decirme, más o menos, que si tenía cáncer la culpa era mía. Puesto que el tumor crecía en mi cuerpo, yo tenía la responsabilidad de que estuviera allí. Yo misma lo había causado. Me derrumbé totalmente. Yo solo podía enfrentarme entonces a personas amables, y aquel médico era más bien estricto y condenatorio. Afirmó que yo me había dañado el sistema inmunitario, entre otras cosas, por beber alcohol. Nunca lo olvidaré, nunca me había sentido tan humillada como entonces, ante su insoportable monólogo. En cualquier caso, me recetó un extracto de hierbas naturales que solo se podía adquirir en Järna, un pueblo. Un taxi iba regularmente a buscar el extracto. Eran tres horas de viaje y las hierbas nos salían por varios miles de coronas cada vez. Uno no es nada exigente en la situación en que yo me encontraba entonces, sino que haces lo que te dicen. Micke removió cielo y tierra, realmente hizo todo lo que pudo. Su escritorio estaba lleno de notas que nadie podía tocar. Se puso en contacto con un oncólogo de Estados Unidos y comenzó a enviarle mis radiografías. Nos dio una cita para visitarlo. El hospital estaba en Houston, en Texas. Pero yo entonces me negué. No me sentía con fuerzas. Sencillamente, era demasiado. Yo solo deseaba estar tranquila. No quería ir de un lado para otro. Le preguntamos a Stefan Einhorn qué opinaba él sobre el asunto. Nos dijo que podíamos hacerdos cosas: o buscar tratamientos alternativos, como Micke hacía entonces, o no hacer nada. Ambas opciones eran igualmente buenas. El tratamiento del cáncer en Suecia tiene unos niveles de calidad tan altos, nos dijo, que podíamos quedarnos en casa con total seguridad. Entonces tomamos una decisión: íbamos a confiar en los tratamientos oncológicos que ofrece la sanidad sueca. Fue muy bueno hacerlo así. A partir de entonces todos nos sentimos más tranquilos. Micke trató de prepararme para la muerte. Le resultaba muy difícil saber, por ejemplo, cómo quería yo que fuera mi entierro sin romper el escudo de negación tras el que me protegía del exterior. Se puso en contacto con la clínica Erstagården, a la cual acudimos para participar en una terapia que nos preparaba para afrontar la muerte de un familiar. Estuvimos allí y hablamos, pero yo no era capaz de asimilar que realmente estábamos hablando de mí. Micke llamó también al párroco de Östra Ljungby, que era quien me había confirmado, nos había casado y había bautizado a nuestros hijos. Una persona muy buena y comprensiva. Vino aquí, a nuestra casa. Durante ese encuentro no dejé de llorar, no comprendía —o no quería comprender— el tema del que todos querían hablar conmigo. Micke tuvo que emplear diferentes argucias para conseguir que yo le dijera cómo quería que fuera. Me contaba, por ejemplo, cómo quería que fuera su entierro, para preguntarme después cómo quería yo que fuera el mío. ¡Es horrible recordar aquellos momentos! Han pasado más de trece años desde entontes y ¿sabes que hasta ahora no he podido pronunciar las palabras tumor cerebral? Durante mucho tiempo he sido incapaz de decirlas en voz alta. La conmoción permaneció durante años. Y el dolor. Fue muy difícil para mí asimilar que estaba tan enferma, aunque lo fui admitiendo poco a poco. Prefería no hablar de ello con nadie. Era como si no existiera si yo no lo reconocía. La intuición de que podía morir era algo que únicamente era capaz de admitir durante unos pocos instantes, ante mí misma, por la noche. Pero ante los demás quería hacer como si no pasara nada que tuviera que ver con mi enfermedad o con la muerte. Era como un gran elefante en una habitación. Yo intentaba aparentar que todo era normal, aunque cualquiera podía darse cuenta de que no era así. El hecho de que ahora pueda hablar de ello es muy importante. El dolor rompió las compuertas. Antes estaba estancado dentro. Ahora, afortunadamente, Micke y yo podemos hablar abiertamente de la enfermedad. Pero ha llevado su tiempo antes de que pudiéramos hacerlo de verdad. Tardé mucho tiempo en reconocer que estaba enferma. Por eso, para mí, ahora, es tan importante contarlo en este libro. Para que otros sepan cómo ha sido. Quizá pueda dar esperanza o servir de consuelo a otras personas. HELSINGBORG, MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO DE 2014 DE VUELTA A LOS ORÍGENES Es tarde y estoy sentada en el restaurante del hotel Marina Plaza de Helsingborg esperando a que lleguen Marie y Micke para celebrar el estreno de su primera gira en solitario desde que Marie cayó enferma. Vamos a tomar un refrigerio nocturno con canapés de gambas y vino blanco frío. Somos muchos los amigos que estamos esperando, entre otros, Thomas Johansson y Staffan Holm de la empresa de eventos musicales Live Nation; Kjell Andersson, que era uno de los directivos de EMI cuando Marie saltó a la fama en la década de los ochenta; Marie Dimberg, y los amigos de Marie, Pähr Larsson y Christian Bergh. La espera es ilusionante y la gente charla animada. Todo el mundo quiere felicitarla y abrazarla. ¡Lo ha conseguido, después de tanta preocupación y de tantas dudas como habían precedido al estreno de la gira! Sobre todo por parte de Marie. Sola en un escenario. Con el pie que le da problemas y sus dificultades para mantener el equilibrio. ¿Sería capaz de hacerlo? Sí. La respuesta del público que asistió al estreno fue cálida y agradecida. «We love you, Marie!», gritaban los fanes que habían llegado desde el extranjero. «We love you!» Ellos están en otra zona del restaurante y esperan poder ver siquiera un atisbo de su querida ídolo. Han llegado desde Dinamarca, Holanda, Argentina, España y desde otros muchos países. Previamente, durante la tarde, les pregunté a algunos de ellos por qué habían viajado desde tan lejos para ver el estreno de Marie y oírla cantar en un idioma que no entienden. Todos me han dado más o menos la misma respuesta. «Ella nos conmueve.» A pesar de que ninguno de ellos habla sueco, dicen que creen saber lo que Marie está cantando. Se trata de sentimientos. «Nadie sabe transmitirlos como ella», afirman. Los admiradores extranjeros de Marie se saben la mayoría de sus clásicos de memoria: «Tro» («Fe»), «Ännu doftar kärlek» («Aún huele a amor»), «Om du såg mig nu» («Si me vieras ahora»), «Sjunde vågen» («La séptima ola»), «Efter stormen» («Después de la tormenta») y «Sparvöga» («Ojo de gorrión»). Pero me dicen que también les gusta su nuevo álbum Nu! (¡Ahora!), que incluye canciones que Marie ha presentado esta noche tales como «Kom vila hos mig» («Ven, descansa a mi lado») y el tema que ella misma ha compuesto, «Sommarens sista vals» («El último vals del verano»). Ahora están sentados con algo de beber delante y echan una ojeada de vez en cuando hacia el lugar por donde ellos creen que va a aparecer Marie. No ha sido algo exento de dificultades que Marie se lanzara a esta gira. Sencillamente, como ella dice, se puso el mundo por montera, para demostrar a los demás y a sí misma que era capaz de volver a los escenarios. Tenía que hacerlo por su propio bien, por amor a sus viejas canciones, por la alegría de cantar las nuevas, para encontrarse con su público sueco, que tiende a quedar a la sombra del de Roxette. Micke era escéptico al principio. Pensaba que Marie debía ahorrar sus fuerzas para la gran gira mundial de Roxette que iba a comenzar a finales de octubre. Pero cuando se dio cuenta de lo importante que era para Marie, le prestó enseguida todo su apoyo y tocó el piano durante la gira. El resto de la banda está formada por personas con las que Marie se siente absolutamente segura. Pelle Alsing de Roxette en la batería, el guitarrista Christoffer Lundquist, que también acompaña a Roxette y que, además, es el productor del disco Nu! (¡Ahora!), junto con Micke y Jocke Pettersson, su sobrino, que también toca la guitarra, y luego, Surjo Benigh, un nuevo conocido, al bajo. Marie no se cansa de repetir lo mucho que le gustan los músicos que la acompañan. Lo mucho que la alientan y la animan, creen en ella y la consuelan cuando lo necesita. Un reto para esta gira ha sido tener que aprenderse las viejas letras. Con su lesión neurológica es extremadamente difícil. Su hijo Oscar ha demostrado una paciencia infinita ayudándole a repasarlas. Estrofa a estrofa, verso a verso, Marie ha repetido las palabras una y otra vez. Solo una de sus canciones permanecía en su memoria desde el principio: «Ännu doftar kärlek» («Aún huele a amor»), que recuerda inmediatamente. «Me acompañará hasta el día del Juicio Final —dice Marie—. Flores y amor, ¡esas cosas no se olvidan!» Por el murmullo y los aplausos de sus seguidores extranjeros se sabe que Marie, finalmente, se está acercando. Han pasado dos horas desde que terminó el concierto, viene un poco cansada, con ojeras, pero con una sonrisa grande, amplia y feliz. Camina despacio, apoyada en el brazo de Micke. ¿Aliviada, contenta? «Sí, puedes creerme —nos dice—. Ha sido absolutamente fantástico. ¡Qué público!» El motivo de que se haya demorado tanto en acudir a la fiesta de su estreno ha sido la brutal ensalada de besos y abrazos que ha tenido lugar después del concierto. Familiares y amigos se habían dado cita entre el público y después se produjo la alegría del reencuentro detrás del escenario. Marie no viene con demasiada frecuencia a su vieja tierra. Viaja alguna vez a Östra Ljungby, el pueblo de su infancia, para visitar a su hermano mayor, Sven-Arne, y a Gertie, su esposa. Ellos viven justo al ladode la casa donde creció Marie. También va de vez en cuando a Rydebäck, donde vive su hermana Tina con su familia. Marie se sienta y aparecen los canapés de gambas en la mesa. Brindamos por el exitoso estreno. Ahora comienza una gira de dos meses de una punta a otra del país. Marie refunfuña un poco por cosas que podía haber hecho de manera diferente, un poco mejor. Aliviada y contenta, sí, pero satisfecha al cien por cien, no. Suele ser así en las giras. Los artistas les dan muchas vueltas a los fallos, por pequeños que sean. Marie parece irradiar calor por todo el cariño que ha recibido de las personas que forman parte de su pasado, que se han reunido a su alrededor en el camerino. Las personas que estuvieron más cerca de ella en la infancia. Marie nos cuenta su infancia de la misma manera que otras muchas cosas de su vida, con fuertes contrastes. Luz, calor, amor. Pero también sombras, miedo y tragedia. «¡QUERÍA VERLO TODO, EL MUNDO ENTERO!» MARIE CUENTA Crecí en Östra Ljungby en el noroeste de Skåne. Östra Ljungby es un pequeño pueblo que está al lado de la autopista entre Åstorp y Örkelljunga, a treinta kilómetros de Helsingborg. ¿Qué había allí? No mucho. Bueno, sí, recuerdo que había un señor muy bueno en el puesto de perritos calientes. Yo nunca tenía dinero, pero él solía darme una salchicha de todos modos. Dos tiendas de comestibles, una floristería, un estanco y tres cafeterías. La iglesia. El campo de deportes. El tiempo, a menudo ventoso y frío. El viento silbaba en los campos llanos. Así se puede resumir Östra Ljungby. Cuando veo ahora la casa de ladrillo en la que vivíamos me parece pequeña. Pero cuando llegué allí con cuatro años recuerdo que me pareció grande y lujosa. Uno de los primeros recuerdos de mi vida es de cuando nos instalamos allí. No lo olvidaré nunca. Aquello fue fantástico. Llegar a una casa que era nuestra. ¡Tener un cuarto de baño! La casa en la que vivíamos antes tenía un retrete sin agua fuera y en la casa solo había agua fría. Mi hermana Tina y yo saltamos de alegría en la cama de nuestros padres. Nos pareció todo nuevo y muy bonito. La casa, como ya he dicho, no era realmente tan grande. Mi hermana Tina, que tenía tres años más que yo, mi madre, mi padre y yo compartíamos dormitorio. Mis hermanas mayores, Anna-Lisa y Ulla-Britt, tenían que compartir otro, y mi hermano mayor Sven-Arne tenía un dormitorio para él solo. Tres dormitorios era todo lo que teníamos. Éramos una familia grande. Todos teníamos dos nombres. Así solía ser entonces allí. A mí me bautizaron como Gun-Marie y a Tina como Inga-Stina. Y luego estaban Sven-Arne, Ulla-Britt y Anna- Lisa. También tenía una amiga que se llamaba Eva-Karin. Tanto Tina como yo eliminamos uno de los nombres cuando nos hicimos mayores. Pero cuando era niña me llamaban Gun-Marie hasta en la escuela. Y también Gunsan, Majsan o Gun. Fue más tarde cuando decidí que me iba a llamar solo Marie. Sven-Arne nació en 1942; Anna-Lisa, en 1945, y Ulla-Britt, en 1947; los tres eran bastante más mayores que Tina y que yo, que nacimos en 1955 y en 1958. Cuando nací yo, Tina estaba acostumbrada a ser la benjamina de la familia. Así que al principio no le hizo mucha gracia tener una hermana pequeña. Pero eso se le pasó con el tiempo. Hemos crecido juntas y somos importantes la una para la otra. Los hermanos mayores dejaron la casa cuando yo estaba en primer ciclo de primaria, así que Tina y yo fuimos durante muchos años las únicas niñas que vivían en casa. Antes de mudarnos a Östra Ljungby vivíamos en Össjö, un pueblo más pequeño. Allí nací, el 30 de mayo de 1958. Gösta, mi padre, había tenido antes una granja. Intentó cuidar también, al mismo tiempo, la granja de su padre. El abuelo estaba viudo y achacoso. Pero llegaron varios años seguidos de inundaciones y malas cosechas. Para superar la mala situación, Gösta se vio obligado a pedir un préstamo al banco. Y para que le concedieran ese dinero dos de sus hermanos tuvieron que firmar como avalistas. Con el tiempo, la situación se volvió insostenible. Sus hermanos se vieron obligados a pagar el préstamo, lo cual dio lugar a desavenencias. El embargo y la posterior subasta de los bienes supusieron un duro golpe para nuestra familia. Sven-Arne recuerda el momento cuando fueron a llevarse las vacas y Ulla-Britt recuerda el sonido del mazo sobre la mesa cada vez que se vendía alguna cosa de la granja. Yo no recuerdo nada de eso. Nos vimos obligados a meternos en una pequeña casa de alquiler, con corrientes de aire y en la que solo había agua fría. Allí pasé los primeros años de mi vida. Solía hacer mucho frío en aquella casa. Cuando mi padre vio que yo estaba intentando cortar muñecas de papel, pero no podía porque tenía los dedos agarrotados de frío, decidió que teníamos que mudarnos. Así fue como acabamos en Östra Ljungby. Sven-Arne y Anna-Lisa ya se habían hecho mayores y podían empezar a trabajar y contribuir al mantenimiento de la casa. Recuperamos la esperanza en el futuro. Mi padre consiguió un trabajo de cartero rural y a veces me dejaba acompañarlo en el reparto. ¡A mí me encantaba! Mi padre y yo íbamos cantando juntos, y recuerdo que yo siempre viajaba de pie en el coche. Tenía tanta curiosidad que quería verlo todo, el mundo entero. Cuando no cantaba, hablaba sin parar. Me llamaban la pequeña parlanchina. Además, nunca podía parar quieta. Siempre estaba fuera, jugando, y me ponía morena como una galleta de jengibre nada más empezar la primavera. Solía tener un exceso de energía desbordante. —¿Qué hago? ¿Qué hago? —le preguntaba insistentemente a mi padre. Él siempre me contestaba lo mismo: —Da una vuelta alrededor de la casa corriendo. —Ya lo he hecho. ¿Y ahora? —Corre otra vuelta más. Mi padre era un excelente cantante. Cantaba como el tenor Jussi Björling. La música era su vida. Sabía tocar varios instrumentos. De haber nacido en otras circunstancias, seguro que se habría convertido en cantante de ópera. Pero no creo que cupiera siquiera en sus sueños imaginarse algo así. Todas las hermanas cantábamos también. A los únicos a los que no les gustaba cantar era a Inez, a mi madre y a mi hermano Sven-Arne. Él, sobre todo, por timidez. A veces le dábamos la lata a mi madre. Nos hacía gracia chincharla de esa manera. —Vamos, mamá, canta algo, para que podamos oírte. —Tralarí-tralará —decía ella—. Ya está, ya he cantado. Pero todas las hermanas cantábamos. La música era muy importante para toda la familia. Mi padre tenía siempre la necesidad de tocar y cantar. Nosotras le acompañábamos y él nos enseñó a bailar las variantes populares suecas de la polca y del chotis. Íbamos a menudo a la iglesia y cantábamos en el coro. Había un cantor que se llamaba Bengt- Göran Göransson que era un gran entendido. Nosotras cantábamos en su coro infantil. Cuando se casó mi hermana Ulla-Britt en 1970 con Jesper, su querido novio danés, Tina y yo ensayamos con Bengt- Göran Göransson la canción «La gloria de Dios en la naturaleza», de Beethoven. Se dijo que entre los asistentes nadie pudo contener las lágrimas, y no es de extrañar que fuera así. Yo era muy madrugadora; siempre era la primera de la familia en despertar. Entonces me ponía a cantar en la cama y despertaba a mi hermana Tina. Yo le decía que estaba cantando ópera. Arias en voz alta. Y Tina se ponía de los nervios. —Cállate, quiero dormir —gritaba. Pero no podía evitarlo. Siempre quería cantar. Así sigo todavía. Micke y los niños ya se han acostumbrado a ello. Fue duro para mis padres conseguir que nos alcanzara el dinero. A veces comíamos «sopas de leche». Me cuesta pronunciar esas palabras, me dan arcadas solo oírlas. No te imaginas cuánto las odiaba. Son sopas de pan duro con leche caliente, espolvoreadas con un poco de azúcar y canela. Solo comíamos fruta en Navidad, no podíamos permitirnos otra cosa. Y si había plátanos alguna vez, solo tocábamos a medio cada uno. Si quedaba un borde de queso no se tiraba, entonces se sacaba el rallador y luego mojábamos el bocadillo en el queso rallado. No actuábamosasí solo por la falta de dinero. Eran otros tiempos, en los que todos eran más ahorradores. No se derrochaba como se hace ahora. Mi padre y mi madre cosían ropa de niños en casa para una empresa de confección. Luego nos apretujábamos en el coche y nos dirigíamos a Helsingborg para entregar las prendas. Recuerdo que yo sacaba de quicio a mi padre porque no era capaz de permanecer quieta sentada, sino que daba patadas al asiento delantero. Mi padre iba fumando todo el tiempo en el coche, y Tina y yo nos mareábamos. Pero, al mismo tiempo, eran unos viajes muy divertidos. A veces cruzábamos a Helsingør para comprar comida más barata. Entonces nos solían comprar un helado de cucurucho a cada una, con nata y mermelada, que sabía a gloria. Como la ropa de niños no daba suficiente dinero, mi madre comenzó a trabajar por turnos en Björnekulla, la fábrica de mermeladas. A Tina y a mí aquello nos pareció un poco vergonzoso. La mayoría de nuestros amigos tenían a sus madres en casa. Mi madre trabajaba por la tarde una de cada dos semanas y entonces solo podía ocuparse de nosotros por la mañana. Una de cada dos semanas teníamos que arreglárnoslas solos. A veces no había pan, a veces no había dinero. Yo tenía seis años cuando mi madre empezó a trabajar en la fábrica. Recuerdo que me escondía debajo de la mesa y tenía un miedo terrible. Quería esconderme porque me parecía oír ruidos todo el tiempo. Eso me estresaba. Era horrible estar escondida allí y tener miedo. No me sentía segura, solo esperaba a que mi padre volviera a casa después del reparto del correo. Una vez que llegaba a casa, él se ponía a dormir. Siempre me ha costado mucho estar sola y creo que esto tiene sus raíces en la infancia, cuando me vi obligada a arreglármelas por mí misma. Esas cosas dejan huella. Hoy en día puedo apreciar estar sola a veces. Me basta con saber que alguien volverá a casa por la noche. Pero si Micke desapareciera de mi vida, me costaría mucho arreglármelas. Crecí en una familia grande y para nosotros la soledad era algo inconcebible. Tener gente alrededor era lo natural. Una de cada dos semanas mi madre estaba en casa y nos preparaba el desayuno. Sabía hacer unos bollos muy ricos. Es importante recordar también las cosas positivas. El día que mi padre recibía su sueldo era otra de ellas, entonces siempre había algo extra. ¡Cómo me gustaban esos días! No pasábamos hambre. Pero teníamos que heredar la ropa y soñábamos con comprarnos ropa nueva. Alguna vez compramos a través de Ellos, la cadena de venta por catálogo; era muy emocionante. A mi madre le daban también conservas en la fábrica de mermeladas, frascos con algún error en la etiqueta o cosas así. Nosotros nos los comíamos igualmente. En Navidad comprábamos medio cerdo. Así que todos los domingos comíamos un buen trozo de carne en la comida. Y de postre tomábamos änglamat, migas de bollos, con nata y mermelada. Una fiesta semejante era algo maravilloso. El 11 de diciembre de 1965, cuando yo tenía siete años, ocurrió la tragedia que cambió la vida de mi familia para siempre. Entonces teníamos clase los sábados. Yo tenía una bicicleta pequeña para ir a la escuela. El suelo estaba resbaladizo y había barro. Aguanieve. Pero así eran las cosas entonces, o ibas a la escuela en bici o ibas andando, y la escuela a la que yo acudía estaba bastante lejos. Cuando llegué al patio, se acercó a mí un chico mayor. —Oye, ¡dicen que tu hermana ha muerto! Me dio un vuelco el corazón. —No digas eso, ¡es mentira! —Sí, eso dicen. Volví a casa con la bicicleta. Resbalé, me levanté, pedaleé, resbalé de nuevo. El suelo estaba muy escurridizo y yo estaba muy asustada y con el alma en un hilo. Ese es uno de los recuerdos más fuertes que tengo, que me caigo de la bici todo el tiempo. Cuando llegué a casa vi a mi hermano mayor Sven-Arne. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos de llorar. —¿Sabes lo que ha pasado? —me preguntó. Entré en la cocina. Todos estaban llorando. Ulla-Britt acababa de llegar en el tren. Nos reunimos en la cocina. —¿Ha muerto Anna-Lisa? —pregunté. —Sí —contestó mi madre—. Y nunca más volverá. Anna-Lisa se dirigía a Klippan para comprarse un vestido. Se iba a prometer con Ingemar, su novio, el día de Nochevieja y quería estar muy guapa. La acompañaba Siw, su mejor amiga, para aconsejarla. Anna-Lisa conducía el coche y Siw iba a su lado. En la carretera helada, a Anna-Lisa se le fue el coche y se estrelló contra una camioneta de la leche. Murió en el acto. Siw sobrevivió al accidente, pero resultó herida de gravedad. El hombre que conducía la camioneta conocía a Anna-Lisa, y se quedó conmocionado y totalmente destrozado. Fue una tragedia terrible. Östra Ljungby es un pueblo pequeño y todos hablaban del accidente. La víspera del accidente, mi padre había arreglado el coche de Anna-Lisa para que ella pudiera conducirlo. Por eso, él se culpó a sí mismo del accidente y quedó terriblemente conmocionado. Estaba totalmente desquiciado. Imagínate a una niña de siete años oyendo a su propio padre maldecir y llorar. Gritaba por las noches. Daba unos gritos que te despertaban en mitad de la noche. Fue un tiempo horrible. Yo era muy pequeña y no entendía todo lo que pasaba. Recuerdo el entierro. Era muy importante cómo iba uno vestido. Pensaron que Tina y yo éramos demasiado pequeñas para ir de negro, así que nos pusieron unas chaquetas de color azul oscuro. Hay una fotografía en la que estamos Tina y yo con las chaquetas y con flores en las manos. El día del entierro nevaba sobre la pequeña iglesia de Östra Ljungby. Mi padre llevaba sombrero de copa y las mujeres velos que les cubrían las caras. De pequeña me parecía que los velos eran horrorosos. «¿Por qué lleváis eso?», pregunté llorando. Recuerdo también que teníamos que mirar hacia abajo, a la fosa, cuando bajaban el ataúd. Recuerdo que durante el café que siguió al entierro, el párroco, una persona maravillosa, que se llamaba Carl Greek, se sentó con los niños para que habláramos de otras cosas y riéramos un poco. Lo necesitábamos, estábamos aterrados por todo lo ocurrido. Después todo parecía irreal. Fue un invierno jodidamente frío, eso lo recuerdo bien. Estaba allí, con mis amigos, en las afueras del pueblo, y todo era raro y terrible. Silencioso, frío y desolado. Nuestro hogar se vino abajo cuando murió Anna-Lisa. Mis padres envejecieron diez años de golpe. Casi se podía ver cómo se les volvía el pelo gris. Sobre todo a mi padre, que se hundió totalmente. El dolor de mi padre lo invadía todo. Mi madre tuvo que callar el suyo. No la vi llorar más después del entierro. Mis hermanos mayores me han contado que se culpaba por haber reñido a Anna-Lisa la víspera del día del accidente. Tina y yo estábamos en la bañera y Anna-Lisa estuvo jugando y haciendo bromas con nosotras, de manera que el cuarto de baño acabó lleno de agua. Mi madre se enfadó por eso, y luego repetía una y otra vez: «¿Por qué no las dejé jugar? Un poco de agua..., ¿qué importancia tenía?». Ella también solía decir cosas como «deja que los niños hagan lo que quieran, no sabemos si podrán hacerlo mañana». A ella tampoco le gustaba dejar las cosas para mañana. Nunca se sabe cuándo puede ser demasiado tarde. Gösta, mi padre, ya tenía problemas con la bebida antes del accidente, pero, después de él, comenzó a beber aún más. No era capaz de ver ni una sola fotografía de Anna-Lisa sin derrumbarse. Mi madre retiró todas las fotos para ayudarlo. Lo mejor era no recordársela. Yo quería ver sus fotos y recordarla, pero no pude. No podíamos hablar de ella en absoluto. Nada de fotos, prohibido hablar de ella. Teníamos que hacer como si ella no hubiera existido. Pero éramos niños y ¡queríamos hablar! Mi querida hermana mayor había muerto y no podíamos hablar más de ella. Absurdo totalmente. Solo varios años después del accidente pudimos hablar abiertamente de la muerte de Anna-Lisa dentro de la familia. Ahora me encanta ver fotos de Anna-Lisa. Alcancé a conocerla muy poco de pequeña. Recuerdo cuando Ulla-Britt y Anna-Lisa salían a bailar los sábadospor la tarde. Cómo se maquillaban y se arreglaban. Era fascinante. Se ponían faldas de tul que dejaban ver las piernas. Me gustaría tener más recuerdos de los que tengo. Mi padre lloraba, bebía y fumaba en el sótano. Recuerdo que yo bajaba a veces y le preguntaba: «Papá, ¿qué estás haciendo?». Entonces él trataba de secarse las lágrimas lo mejor que podía. Luego, mi padre y yo nos sentábamos a hablar un rato. La mayoría de las veces sobre canciones y música. Él siempre tenía a mano el violín. Mi padre estaba destrozado y nosotros teníamos que hacer todo lo posible para intentar animarlo. Si Tina y yo cantábamos a dos voces, entonces se ponía contento. Ese era su consuelo. La música también nos ayudó a Tina y a mí. Ambas asistíamos a la escuela dominical y allí podíamos cantar. Recuerdo que fue un descanso cantar en el coro en las Navidades después del accidente. Era un alivio poder ir allí. Gertie, la esposa de Sven-Arne, mi hermano mayor, era también una persona con la que podía hablar de la muerte de Anna-Lisa. Gertie y yo nos queríamos mucho. Ella entró muy pronto a formar parte de la familia. Yo tenía pocos años cuando Sven-Arne y ella se casaron. Me ha contado que lo primero que le dije cuando la conocí fue: «¿Por qué tienes una boca tan pequeña?». Un ejemplo más de que realmente yo no era muy tímida entonces. Al contrario, era muy directa. Tina suele decir que en nuestra familia aprendimos a abrazarnos tras la muerte de Anna-Lisa. Que, a pesar de todo, creció entre nosotros una especie de alianza, aunque no pudiéramos o no supiéramos ponerle palabras. Cosas por las que antes discutíamos perdieron importancia. Cuidar de nosotros se convirtió en la principal tarea de mi madre y por eso ella ocultó su propio dolor. A veces pienso que fue eso lo que hizo que enfermara de párkinson cuando solo tenía cuarenta y ocho años. Tina y yo también nos encerramos en nosotras mismas para poder sobrellevarlo. Nos perdíamos en nuestro mundo de sueños e imaginación. Viví mucho en mi mundo de fantasías cuando era pequeña. Me evadía en mi mundo de cuentos de hadas. En él, yo era famosa y Ulla-Britt tenía que hacer de presentadora con el extremo de una comba a modo de micrófono: —¿Cómo te llamas? —Gun-Marie Fredriksson. —¿Dónde vives? —En Östra Ljungby, apartado de correos 57. Nadie podía hacerme daño en mi mundo de fantasía. Todo estaba permitido y todo era bueno en ese mundo. Amaba ese mundo. Tina y yo nos construimos nuestros propios mundos y jugábamos a todo lo imaginable. Mirábamos la tele y veíamos un mundo enorme del que no había gran cosa en Östra Ljungby. Nos aliviaba saber que había otro mundo más grande. Cuando tenía diez años encontré a mi primera amiga de verdad. Se llamaba Kerstin y solíamos jugar juntas «al correo». Para ello, tomábamos prestadas cosas de mi padre. Jugábamos también a hacer espiritismo con un vaso en una especie de tablero de guija. Entonces solía participar también Tina. Dibujábamos una plantilla con todos los números y las letras. Luego, calentábamos un vaso con ayuda de una vela. Después poníamos los dedos índice y corazón sobre el vaso al mismo tiempo que formulábamos una pregunta. La pregunta podía ser sobre un chico o también sobre cosas más ocultas que nos cuestionábamos. El vaso se movía solo hacia las diferentes letras o números. O, sencillamente, nosotras queríamos creer que era así. ¿Puedes creer que nos poníamos nerviosas? Una vez el vaso cayó al suelo. Nos asustamos tanto que al final acabamos gritando como locas. Kerstin tenía la risa más maravillosa del mundo, aún la recuerdo. Cuando ella se reía, yo también me ponía contenta. Todavía hay veces que echo de menos su risa. Mi padre era en realidad una buena persona. Pero tuvo una vida muy dura. Enemistado con sus propios hermanos después del embargo, los problemas económicos eran constantes. Éramos tantos que mi padre y mi madre tuvieron que trabajar mucho; mis padres se dejaron la vida trabajando. El dinero que nunca alcanzaba, el dolor por la muerte de Anna-Lisa. De pequeña sentía vergüenza cuando él se emborrachaba y se volvía pesado y alborotador. Mi madre también se avergonzaba. Después ella siempre decía: «Ya ha pasado, ya no se habla más de ello. Ya está todo arreglado». Luego, hacía como si no hubiera pasado nada. Era una vergüenza. En un pueblo tan pequeño todos sabíamos todo de todos. Era un maldito chismorreo constante. Los unos hablaban mal de los otros continuamente. Nunca se sabía cómo le iba a caer a mi padre la bebida. A veces, se convertía en un alegre músico. Pero, a veces, se enfadaba e iba refunfuñando. Y, entonces, solía ser mi madre quien tenía la culpa. Lógicamente, a un niño no le gusta oír que su padre le diga a su madre que no vale para nada. A veces, antes de quedarnos dormidas, Tina y yo oíamos que él estaba borracho y entonces lo único que queríamos era que volviera a amanecer cuanto antes. En verano, Tina y yo jugábamos a bádminton fuera de casa y, a veces, nos quedábamos jugando hasta que era tan de noche que casi no podíamos ver ya la pelota. No queríamos entrar en casa cuando mi padre estaba borracho, daba voces y golpeaba las puertas. Yo quería a mi padre. Pero cuando se emborrachaba decía muchas barbaridades. Volcaba la rabia que llevaba en su interior contra mi madre. Fue terrible, nosotras mientras tanto permanecíamos sentadas llorando. ¡Él realmente no era así! ¡De verdad! ¡Mi «padre bueno» sabía hacer bromas y tocar música! Inez, mi madre, sucumbía. A veces le decía: «Cállate». Pero no recuerdo que ninguna vez lo dijera en tono severo. Ella esperaba a que se le pasara. Lo dejaba pasar. Él daba portazos y al final se bajaba al sótano y tocaba el violín. Esto ocurría los fines de semana. Durante el resto de la semana estaba sobrio. Mi madre era una mujer fantástica, no comprendo cómo pudo soportar aquello. Su principal preocupación era que el dinero le llegara para comprarnos comida. La bebida de mi padre también costaba dinero, y esa creo que era su mayor preocupación con respecto al problema de mi padre con el alcohol. A veces me pregunto hasta qué punto nos ha influido el hecho de fingir que no pasaba nada, que todo estaba bien otra vez. Nosotras nos hemos convertido en ese tipo de personas que piensan que es su obligación hacer que todo el mundo se sienta bien. «Venga, ahora cantamos un poco, y ya todo estará bien otra vez.» Tina piensa que yo quizá debería haberme enfadado más alguna vez. Cuando conocí a Micke, él observó que yo contaba cosas de mi infancia distanciándome mucho de ellas. Que hablaba, por ejemplo, de la muerte de Anna-Lisa sin manifestar el menor sentimiento. Él me animó a que me atreviera a acercarme a mi niñez sin mantener una distancia emocional tan grande. Le estoy agradecida por ello. Eso ha hecho que me sienta más completa como persona. Ya no estoy tan inquieta, como si una angustia o una sombra me persiguiera. Realmente, que todos se sientan bien a mi alrededor es algo que se me quedó grabado desde la infancia. Nadie puede pelearse o estar triste. Teníamos una gata que se llamaba Missan. No tendría yo muchos años, cuando una noche al ir a acostarme tuve que intervenir en una pelea que tenía con otro gato. Yo quise arreglarlo y que hicieran las paces de nuevo. Y fui yo quien acabó llena de arañazos. Hoy en día se habla más sobre aquello por lo que antes se intentaba pasar de puntillas. Y yo he aprendido que todo es más fácil de sobrellevar cuando uno comparte sus experiencias con otros. Uno se siente menos solo. Pero no siempre es fácil. Hay cierta resistencia. Cuando hablo de mi infancia en el libro, lo hago con cierta vacilación. No me da vergüenza hablar de una manera absolutamente sincera de cómo era la situación en mi familia. Eso ya lo he superado. Pobreza, alcoholismo, ¿por qué tiene uno que avergonzarse de haberlo sufrido? Sin embargo, no quiero que parezca que todo fueron desdichas. Nosotros, los niños, nos las arreglamos, porque podíamos reír y cantar y tocar, y porque nos teníamos los unos a los otros. También
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