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Resulta previsible que cualquier libro sobre autismo (ahora trastornos de espectro autista−TEA) contenga una o varias definiciones del padecimiento...

Resulta previsible que cualquier libro sobre autismo (ahora trastornos de espectro autista−TEA) contenga una o varias definiciones del padecimiento; frecuentemente se detalla también una reseña histórica de las definiciones que se han elaborado sobre esta entidad nosológica, comenzando por los estudios clásicos de Leo Kanner y Hans Asperger quienes formalmente describieron −casi en paralelo, aunque ninguno sabía acerca del trabajo del otro−, las características del autismo, basados en la observación que cada uno hizo de diversos casos clínicos en su consulta. Curiosamente tanto Kanner como Asperger eran austríacos de nacimiento; el primero vivió en Estados Unidos de América desde 1924 y allí publicó su artículo sobre autismo, mientras que Asperger lo hizo en Europa. Además de coincidir en la nacionalidad, la temporalidad en la descripción del trastorno, las características diagnósticas mencionadas y la profesión, ambos se interesaron en observar a las familias de sus pacientes que padecían autismo y concluyeron que éstas compartían ciertos rasgos de conducta con sus familiares afectados. En esta colaboración no se abordan aspectos históricos de las descripciones de los TEA, pues se considera que han sido ampliamente documentados en numerosos artículos y libros; se hará sólo una breve descripción de los criterios diagnósticos mencionados en la más reciente versión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5). DSM-IV-TR vs. DSM-5 En la versión anterior de dicho manual (DSM-IV-TR) se hacía referencia a cinco entidades nosológicas englobadas dentro de la categoría de Trastornos generalizados del desarrollo: Trastorno autista, Trastorno de Rett, Trastorno desintegrativo infantil, Trastorno de Asperger y Trastorno generalizado del desarrollo no especificado (TGDNE). Este último constituía un criterio de exclusión; un paciente adquiría la etiqueta diagnóstica en el caso de exhibir algunas características evidentemente autísticas, sin cumplir los criterios diagnósticos específicos de cualquiera de los otros trastornos incluidos en la categoría. Esta clasificación imponía frecuentes retos a los profesionales del área, cuando de dar seguimiento al caso se trataba. Resultaba complicado explicarle a un padre de familia que su hijo diagnosticado inicialmente con trastorno autista, evolucionaba lo suficiente para ser considerado un niño con trastorno generalizado del desarrollo (TGD) no especificado, luego de cierto tiempo de atención terapéutica u ocasionalmente, aun sin ésta. Lo mismo ocurría con cambios de diagnóstico entre TGD y Asperger o viceversa. La razón de dichos cambios radica en el desarrollo neurológico y conductual inherente a la evolución de todo ser humano. Incluso los padres de pacientes severamente comprometidos saben que con el paso de los años, sus hijos desarrollan algunas habilidades y conductas adecuadas y que las utilizan en los contextos apropiados. Hall y Graff reportan que algunos adolescentes con autismo muestran mayor comprensión sobre sus propias dificultades y buscan aprobación de otros adultos y sus pares mostrando conductas más adecuadas en la interacción social. Por lo tanto, una de las más importantes motivaciones subyacentes a la modificación radical de la antigua categoría de trastornos generalizados del desarrollo (DSM-IV-TR), transformándola en la actual de trastornos del espectro autista (DSM-5), fue precisamente proporcionar confiabilidad al diagnóstico inicial, pues muchos profesionales especializados en el síndrome saben que su nivel de funcionamiento se puede modificar con el paso del tiempo, ya sea para mejorar, o bien para empeorar, en ciertos aspectos conductuales y cognitivos. Personalmente, esta autora ha visto llegar a consulta niños que mostraban no sólo las características necesarias para ser diagnosticados con trastorno autista, sino que manifestaban todas las características del trastorno que incluía el DSM-IV-TR; sin embargo con el paso del tiempo (un par de años), estos niños han mejorado su conducta y desarrollo cognoscitivo lo suficiente para estar integrados en aulas regulares, con adecuaciones curriculares, generalmente no significativas. Los padres de los niños, además de manifestar satisfacción, también expresan sus dudas acerca del diagnóstico inicial: ¿el diagnóstico fue erróneo?, ¿cómo es posible que si antes se comportaba como alguien con autismo ahora parece casi un niño normal?, ¿o acaso la terapia que le dimos al niño es “milagrosa” y por eso “se curó”? Desde luego esto supone un problema de orden práctico y ético para el profesional que realizó el diagnóstico inicial. Las primeras evaluaciones arrojaron sin duda un diagnóstico determinado y posteriormente el niño no muestra muchas de las conductas que marcaron inicialmente el camino: ¿cómo explicarlo a los familiares y maestros de

Esta pregunta también está en el material:

IMPACTO_DE_UNA_INTERVENCION_PEDAGOGICO_M (1)
254 pag.

Pedagogia Vicente Riva PalacioVicente Riva Palacio

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