Logo Studenta

ro. Ahora estaba a salvo. —Vamos —le dijo al perro—, súbete tú también a la alfombra. Pero el perro había descubierto el olor de lo que sin duda er...

ro. Ahora estaba a salvo. —Vamos —le dijo al perro—, súbete tú también a la alfombra. Pero el perro había descubierto el olor de lo que sin duda era una rata en la esquina de la mazmorra. Perseguía el olor resoplando ansiosamente. Con cada resoplido, Abdullah sintió que la alfombra se agitaba debajo de él. Esa era la respuesta. —Vamos —dijo—. Si te dejo aquí, te encontrarán cuando vengan con la comida o a interrogarme, y asumirán que me he convertido en perro. Y mi suerte será la tuya. Me has traído la alfombra y me has revelado su secreto, no puedo permitir que te claven en una estaca de veinte metros. El perro tenía su hocico metido en la esquina. No prestaba atención. Pese a los gruesos muros de la mazmorra, Abdullah escuchó el inequívoco marchar de pasos y el repiquetear de unas llaves. Venía alguien. Desistió de persuadir al perro y se tumbó en la alfombra. —Aquí, chico —dijo—. Ven y chúpame la cara. Eso lo entendió perfectamente el perro. Abandonó la esquina, saltó sobre el pecho de Abdullah y le obedeció. —Alfombra —musitó Abdullah por debajo de la ocupada lengua—, al Bazar, pero no aterrices, quédate sobre el puesto de Jamal. La alfombra se elevó y salió disparada lateralmente. Por suerte, porque unas llaves estaban abriendo la mazmorra. Abdullah no supo con seguridad cómo había dejado la mazmorra la alfombra, ya que el perro no paraba de lamerle la cara y no tenía más remedio que cerrar los ojos. Sintió que atravesaba una sombra húmeda y fría (quizá cuando se desvanecieron cruzando el muro) y después sintió la brillante luz del sol. El perro, desconcertado, levantó la vista hacia el sol. Abdullah entreabrió los ojos y, a través de sus cadenas, vio un alto muro en frente que fue cayendo bajo ellos conforme la alfombra ascendía suavemente. Después llegó la sucesión de torres y tejados que, aunque Abdullah sólo había visto la noche anterior, le eran bastante familiares. Y luego la alfombra comenzó a descender, planeando hasta el extremo exterior del Bazar, pues el palacio del sultán estaba a sólo cinco minutos del puesto de Abdullah. La tienda de Jamal se hizo visible, y junto a ella, los restos del puesto de Abdullah. Las alfombras estaban desparramadas por toda la calle. Obviamente los soldados habían ido allí a buscar a Flor-en-la-noche. Entre una enorme olla de calamares hirviendo y una parrilla de carbón con brochetas de carne humeantes, estaba Jamal, dormitando con la cabeza sobre sus brazos. Levantó la vista y su único ojo observó la llegada de la alfombra, que se quedó flotando en el aire frente a él. —Abajo, chico —dijo Abdullah—. Jamal, llama a tu perro. Evidentemente, Jamal estaba muy asustado. No es nada divertido tener la tienda junto a la puerta de alguien a quien el sultán quiere empalar en una estaca. Parecía haber perdido el habla. Puesto que el perro tampoco le hacía caso, Abdullah se incorporó con dificultad, sudando y haciendo ruido con las cadenas para sentarse. Con esto consiguió echar al perro, que saltó con destreza al mostrador de la tienda en donde Jamal lo tomó absorto entre sus brazos. —¿Qué quieres que haga? —preguntó, mirando las cadenas—. ¿Voy por un herrero? A Abdullah le emocionó esta prueba de amistad de Jamal. Pero sentarse le había dado una visión general de la calle entre los puestos. Podía ver plantas de pies corriendo hacia allí y ropas que volaban a toda velocidad. Parecía que uno de los vigilantes de las tiendas se había puesto en camino para traer a la guardia, y algo en la figura del que corría le recordó fuertemente a Assif. —No —dijo—. No hay tiempo. —Traqueteó hasta sacar con dificultad su pierna izquierda por el filo de la alfombra—. Mejor haz esto por mí. Pon tu mano en el bordado que hay sobre mi bota izquierda. Obediente, Jamal alargó su musculoso brazo y tocó el bordado con mucha cautela. —¿Es un conjuro? —preguntó nerviosamente. —No —dijo Abdullah—. Es un monedero secreto. Mete la mano y saca el dinero. Jamal estaba desconcertado pero sus dedos buscaron a tientas, encontraron el camino al monedero y sacaron una considerable cantidad de oro. —Hay una fortuna aquí —dijo—. ¿Es para comprar tu libertad? —No —dijo Abdullah—. Es tuyo. Te perseguirán a ti y a tu perro por ayudarme. Coge el oro y el perro y sal de aquí. Deja Zanzib. Vete al norte, a los lugares bárbaros, y escóndete allí. —¡Al norte! —dijo Jamal—. ¿Pero qué voy a hacer yo en el norte? —Compra aquello que necesites y establece un restaurante rashpuhtí — dijo Abdullah—. Ahí tienes suficiente oro para hacerlo, y además eres un excelente cocinero. Podrás hacer una fortuna. —¿De veras? —dijo Jamal, mirando alternativamente a Abdullah y al puñado de monedas—. ¿De veras crees que podría? Abdullah, que había mantenido un ojo cauteloso fijo en la calle, vio cómo el espacio se llenaba ahora no de guardias sino de mercenarios norteños que corrían a su alcance. —Sólo si te marchas ya —dijo. Jamal captó el traqueteo de los soldados corriendo. Se asomó para mirar y asegurarse. Luego silbó a su perro y se fue, tan silenciosa y rápidamente que Abdullah sintió admiración por él. Jamal había tenido tiempo incluso de quitar la carne de la parrilla, no fuese a salir ardiendo… Todo lo que encontrarían los soldados sería un caldero de calamares a medio cocer. Abdullah susurró a la alfombra: —¡Al desierto, a toda prisa! A la voz de ya, la alfombra salió de costado con su habitual rapidez. Abdullah pensó que, de no ser por el peso de sus cadenas (que hacía que la alfombra se hundiera en su centro, como una hamaca), seguramente se habría caído. Y era necesaria la velocidad. Detrás de él, los soldados gritaban. Sonaron algunos disparos. Al instante, dos balas y una flecha cortaron el cielo azul junto a la alfombra y luego cayeron sin alcanzarla. La alfombra salió disparada, a través de los tejados, por encima de los muros y junto a las torres y después pasó rozando palmeras y huertos. Finalmente se lanzó a un vacío, caliente y gris, de brillantes blancos y amarillos bajo el inmenso tazón del cielo, y las cadenas de Abdullah empezaron, incómodamente, a calentarse. La ráfaga de aire cesó. Abdullah levantó la cabeza y vio Zanzib como un grupo de torres, sorprendentemente pequeño, en el horizonte. La alfombra flotaba ahora despacio y pasó junto a una persona que conducía un camello. Y este giró su cara cubierta de velos para mirarla. Empezó a descender hacia la arena. En ese punto, el hombre dio la vuelta en su camello y lo hizo trotar también tras la alfombra. Abdullah casi podía imaginarlo pensando alegremente que esta era su oportunidad de echarle las garras a una alfombra mágica, genuina y en funcionamiento, y con su dueño encadenado y sin posibilidad de resistirse. —¡Arriba, arriba! —Prácticamente le chilló a la alfombra—. ¡Vuela hacia el norte! La alfombra remontó de nuevo en el aire. Respiraba irritación y desgana por cada uno de sus hilos. Recorrió un enorme medio círculo y se meció suavemente, a paso lento, en dirección al norte. El hombre del camello acortó distancia recorriendo en línea recta los extremos del medio círculo y comenzó a galopar. Puesto que la alfombra flotaba a sólo dos metros y medio, era un objetivo fácil para alguien que galopase en un camello. Abdullah pensó que era el momento adecuado para una charla rápida. —¡Cuidado! —le gritó al jinete—. ¡Me han encadenado y me han expulsado de Zanzib por miedo a que propague la peste que tengo! —El jinete no estaba tan loco. Detuvo al camello y siguió con un paso más cauteloso mientras se las arreglaba para sacar del equipaje el poste de su tienda. Estaba claro que pretendía arrojar a Abdullah fuera de la alfombra con eso. Rápidamente, Abdullah volvió su atención hacia la alfombra. —¡Oh, la más excelente de todas las alfombras! —dijo—. ¡Oh, la de colores más brillantes y la más delicadamente tejida, tu adorable lienzo está tan s


User badge image

Preguntas Generales

Esta pregunta también está en el material:

2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

Respuestas

User badge image

Ed IA de Studenta Verified user icon

¡Hola! Parece que has copiado un fragmento de un texto, pero no has formulado una pregunta. Por favor, si necesitas ayuda con algo específico, házmelo saber para poder asistirte adecuadamente. ¡Estoy aquí para ayudarte en lo que necesites!

0
Dislike0

✏️ Responder

FlechasNegritoItálicoSubrayadaTachadoCitaCódigoLista numeradaLista con viñetasSuscritoSobreDisminuir la sangríaAumentar la sangríaColor de fuenteColor de fondoAlineaciónLimpiarInsertar el linkImagenFórmula

Para escribir su respuesta aquí, Ingresar o Crear una cuenta

User badge image

Más contenidos de este tema