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á sufrir de verdad, no me consuela saber que no estaré sola en eso. Afortunada- mente, tengo el barco nuevo y recién pagado el año pasado. Joaquín ...

á sufrir de verdad, no me consuela saber que no estaré sola en eso. Afortunada- mente, tengo el barco nuevo y recién pagado el año pasado. Joaquín tenía claro que la economía era la clave de todo lo que es- taba pasando, y lo habría tenido todavía más claro si hubiera podido escuchar algunas de las conversaciones que en ese momento se esta- ban cruzando. ¿Se puede saber qué has hecho, Luis? Llamar a declarar a unos sospechosos. ¿Y hacía falta el escarnio público? Nieves los ha sacado de allí donde estuvieran, su casa, el trabajo, y los ha esposado, como si fue- ran delincuentes. Te recuerdo, Ernesto, que probablemente uno de ellos le pegó un navajazo a alguien. Y yo te recuerdo que eres tan Marleta como yo. Olvídate de volver a utilizar ese tono conmigo. Por más alcalde que seas, yo soy el juez, y ser eso está muy por encima de ser Marleta o Borlín. La gambinarda os está volviendo locos a todos. Estamos hablando de que un chaval ha estado a punto de morir. Disculpa Luis, no pretendía…pero estamos hablando de nuestra supervivencia, si no puede ser en el mar, tendrá que ser en la tierra, y si la tierra ya está ocupada, no es culpa nuestra. Me pareces un mal aprendiz de Maquiavelo, desde luego él hu- biera hecho lo mismo que tú, pero al menos con elegancia. Ellos empezaron primero. No es cierto, los primeros fuimos los Marleta inventándonos y creyéndonos esa estúpida división de mar y tierra de la que se deriva el desiderátum de tener que ocupar la tierra. Me da vergüenza haberla escuchado sin haber hecho nada. Pero es cierta. No tiene nada de cierta, y además se acabó, Luis. A partir de ahora me voy a presentar de oficio en cada cambio de titularidad de un comercio, me da igual si es el del más modesto zapatero remen- dón. Y si encuentro el más leve, pero el más leve, indicio de acoso, alguien se va acordar de mí toda su vida. Pero tú eres de los nuestros Luis . Ernesto, yo soy de Pueblo Verde, y si he estado ausente, ya he vuelto. En confianza, Nieves, quizás eso de las esposas ha sido un poco excesivo, ¿No? Dolores, he cumplido las órdenes del juez, que además me han parecido muy bien. Probablemente uno de ellos sea el autor del na- vajazo. Pero la cosa ha tenido un poco de escarnio público, los has es- posado delante de todo el mundo, su familia, sus amigos, cualquiera que pasase por allí. La próxima vez se lo pensaran mejor antes de pelearse. Además no has distinguido entre Borlines y Marletas. No sabía que tenía que hacerlo. Tú eres una Borlín, una de los nuestros. Yo soy la jefa de policía. Pero antes que nada Borlín. Dolores, me gustaría que no siguieras por ahí. Antes que nada soy la jefa de policía de Pueblo Verde. Pero ya ves lo que están haciendo, quieren echarnos del pueblo. Sí, veo lo que están haciendo, pero también sé que fue un alcalde Borlín el primero que intentó saltarse las reglas de nuestra conviven- cia. Empezasteis vosotros. No es cierto, él tenía cierta información, trató de anticiparse a lo que venía. Sí, pues mira ahora lo que tenemos, un chaval a punto de morir. Nadie quiere eso. ¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Que nadie lo quiere? Defiendo a los míos. Se acabó, Dolores, se acabó. Mis hombres van a identificar sis- temáticamente a cualquier grupo de jóvenes que encuentre en el pue- blo, y el que lleve encima algo más que un cortaúñas va a conocer tan bien el calabozo de mi comisaría como si lo hubiera construido con sus propias manos. Pero tú eres de los nuestros Nieves. Dolores, yo soy de Pueblo Verde, y si he estado ausente, ya he vuelto. XIII La estrategia del juez acertó de pleno. Todos los jóvenes llegaron impresionados al juzgado. Y aquéllos que habían sido detenidos con sus padres cerca, recibieron sin excepción la misma orden: “Di todo lo que sepas”. Eran realmente jóvenes, entre dieciocho y veinticinco años, con algún menor incluido, que fue el único que se salvo de las esposas. Mano a mano, Luis y Nieves recompusieron el mapa de la cuaren- tena de jóvenes que intervinieron en la pelea. Pero hicieron algo más, tenían un nombre que casi con total seguridad era el del agresor, y los dos nombres de los cabecillas. Porque, en efecto, había dos cabe- cillas que no habían estado implicados en la refriega: lo observaron todo a una prudente distancia. Eran Alberto y Santiago y ya estaban a punto de ser también esposados. Naturalmente, José Luis, el agresor, en primera instancia había in- tentado pasar como uno más, había visto cómo le pegaban a su amigo, y pensó que tenía que intervenir, cuando se dio cuenta también le es- taban pegando a él….en fin lo mismo que todos. Colaboró como los demás a redondear el mapa de participantes, y señaló a Alberto como el líder Borlín que les dirigía. Cuando José Luis fue citado por segunda vez, no dudó en que ya lo habían identificado; pero afortunadamente sabía qué decir. Luis y Nieves se miraron, en Pueblo Verde siempre había habido buenos abogados. José Luis reconoció la agresión, pero señaló que el herido le estaba golpeando y que alguien le tenía bien cogido por el cuello, temió por su vida e hizo lo que pudo por salvarla. Si non e vero e ben trobato. El viejo adagio vino inmediatamente a la mente de Luis, defensa propia ante riesgo de muerte, estaba cantado que en aquellas pocas horas un abogado con las ideas claras había actuado. Luis pensó que él no iba a ser juez y parte, le competía instruir el su- mario, pero el asunto se iba para Santa María. Consideró que no había riesgo de fuga, le retiró la documentación a José Luis, le dijo que lo quería ver cada lunes en el juzgado, y dictó una fianza un tanto ele- vada. Fianza que los Borlines se apresuraron a depositar. Alberto y Santiago —veinticinco años cada uno— resultaron hue- sos algo más duros de roer. Con declaraciones muy parecidas, afir- maron que conocían a los que se habían peleado, sí, pero del colegio y de haber jugado al fútbol. Quizás sí que ejercían alguna influencia sobre ellos, pero sobre todo porque eran un poco más mayores. Luis tuvo que dar una vuelta de tuerca y recordarles que no se tra- taba de ninguna película, y que una sola mentira más, incluso una sola imprecisión más, y todos los abogados de Pueblo Verde juntos no iban a poder hacer por ellos absolutamente nada, y que estrenarían un apartamento y vida en Santa Águeda. Eso provocó el mismo res- pingo en las dos conversaciones. Santa Águeda era el conocido penal situado a quinientos kilómetros al norte de Santa María. A partir de ahí el relato fue muy parecido; sí, se trataba de un grupo organizado. Dada la situación en el pueblo, habían considerado que era mejor protegerse, por eso paseaban juntos. Su única intención era defensiva. Los dos señalaron actuar por lo mismo, creyeron que uno de los suyos estaba siendo atacado y salieron en su defensa. No sabían que nadie fuera armado, fueron los primeros sorprendidos. Los dos mostraban su absoluto arrepentimiento. Luis los devolvió a la sala de espera. Nieves, hay alguien más arriba, esto no tiene más remedio que ir en línea recta hasta Enrique y Dolores, quizás ya directamente desde estos dos, aunque todavía puede haber alguien de por medio. Estoy de acuerdo, pero no sé si sacaremos mucho más de éstos. No, no sacaremos más. Tirar por la línea de incitación a la vio- lencia no va, tampoco hay ninguna prueba de banda armada ni nada parecido. Solamente son los líderes de un grupo de jóvenes que se ha metido en una pelea, me temo que todo se va hacia el agresor mate- rial. O sea, que éstos dos a la calle. Repásame la ordenanza municipal de arriba abajo y tráeme algo que me permita condenarlos al menos a un par de meses de servicios a la comunidad. Con un poco de suerte, igual algo de mobiliario ur- bano se rompió. Pues yo diría que un banco y un par de papeleras quedaron to- cados, sí. Tanto Luis como Nieves habían cumplido sus promesas. Los ca- cheos a grupos de jóvenes eran tan frecuentes que incluso algunos cuando veían a la pareja de municipales se acercaban para solucionar el trámite lo más rápido posible: todos dieron resultado nulo. Por su parte Luis había paral

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