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Lejos de Paraíso, en un remoto planeta del sistema Omicrón, llamado Arsinne, llovía con fuerza sobre la pequeña ciudad de Flinnia. Un hombre de med...

Lejos de Paraíso, en un remoto planeta del sistema Omicrón, llamado Arsinne, llovía con fuerza sobre la pequeña ciudad de Flinnia. Un hombre de mediana edad, aspecto duro y cara de pocos amigos miraba al cielo preguntándose si la avalancha de adversidades que estaba padeciendo cesaría en algún momento. Su nombre era Hans Haagen, pero nadie en Flinnia sabía mucho más acerca de él. Su aspecto era bastante corriente y no revelaba nada sobre su lugar de procedencia: pelo negro y corto, piel pálida, ojos azules, de constitución esbelta pero fuerte, alto aunque no demasiado y con una mandíbula prominente que destacaba entre sus rasgos angulosos. Hans estaba allí por una buena razón: buscaba a alguien en Arsinne. Si su información era correcta, su presa debía de estar cerca, en aquella misma ciudad. Llevaba más de seis años siguiéndole la pista y nunca había estado tan próximo a su objetivo. Había tenido que sufrir en varias ocasiones la humillación de practicar detenciones equivocadas; también había caído a menudo en la desesperación al descubrir que su hombre le había despistado y se encontraba fuera de su alcance. El sujeto al que estaba persiguiendo parecía tener una increíble variedad de recursos y una habilidad sin igual para desplazarse de un lugar a otro y para cambiar de identidad con sorprendente rapidez. Ni siquiera estaba completamente seguro de que estuviera buscando a una sola persona o a toda una organización criminal. La lluvia arreciaba y Hans decidió refugiarse en una pequeña taberna que divisó a unos metros delante de él, que hacía esquina con una de las principales avenidas de Flinnia. Paseando por las calles de la pequeña ciudad portuaria, uno casi podía imaginar que formaba parte de un holo del siglo xxi. A algunos les parecería que aquello daba encanto a la ciudad y al planeta, pero Hans Haagen no podía soportar las incomodidades y las carencias de aquel alarmante atraso tecnológico y sociocultural. Una vez dentro del bar, se sentó en una de las pocas mesas que quedaban libres y pidió una fuerte bebida local que enseguida le hizo entrar en calor. A los pocos minutos, un hombre con un sombrero y una gabardina totalmente empapados se dirigió a él: —Disculpe… —¿Sí? —¿Me permite sentarme a la mesa con usted? El único sitio que queda libre está junto a la puerta y me temo que podría coger frío en la espalda… —Sí, claro. Siéntese —dijo Hans, que observaba todo a su alrededor con atención. —Muchas gracias —contestó afablemente el hombre—. Me llamo Robbe —añadió a la vez que le tendía la mano. —Y yo, Hans —contestó Haagen estrechándole la mano. Robbe era todo un hombretón, alto y muy grueso, de pelo castaño sucio y alborotado y con una tupida barba del mismo color y aspecto. Tenía su prominente nariz enrojecida por el frío y la humedad. Era el prototipo perfecto de un habitante de Arsinne. Hans no dejaba de sorprenderse del carácter tan abierto y cordial que tenía la gente en aquel planeta. Su modo de actuar sería considerado bastante grosero en su mundo de origen, pero allí tenían otras costumbres. Todavía no lograba entender para qué había venido a aquel planeta Jean Trewski, el criminal a quien perseguía. Arsinne era un planeta primitivo, sin ningún interés y lleno de paletos incapaces de pronunciar correctamente el inglés. Aquel Robbe tenía un acento aún más cerrado de lo normal. —¿Hans? —Robbe le miró, perplejo—. ¿Es usted de Yuville? —No. En realidad vengo de otro planeta. —¡Vaya! ¿Y a qué se dedica? Si no le molesta que se lo pregunte… —Lo cierto es que no es de su incumbencia —replicó Haagen, algo irritado por la insistencia de Robbe. —De acuerdo, de acuerdo… Ya sabemos que muchos extranjeros prefieren mantener para sí sus secretos. —No creo que vengan muchos extranjeros por aquí… —murmuró Hans en un tono casi inaudible. —Vale, no se preocupe —dijo Robbe haciendo con las manos un gesto conciliador—. Cambiemos de tema. ¿Ve ese cuadro que cuelga en aquella pared, al fondo? Hans se volvió para observar aquello a lo que se refería su interlocutor. Éste, en un movimiento absolutamente natural e imperceptible para él, aprovechó el momento para dejar caer una minúscula píldora en su bebida, que se disolvió casi de inmediato. —Sí. Parece una imagen de la ciudad. —Así es. Pero no se trata de una simple fotografía. Mi abuelo la dibujó de memoria, utilizando un software de dibujo muy sencillo y basándose tan sólo en los recuerdos de sus numerosos paseos por los montes al oeste de la ciudad. —¿En serio? A Hans le

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El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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