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la renovación de la discusión entre la sociología, la 
psicología y el psicoanálisis. Evidentemente, la conversacion no es nueva, pero se estructura 
sobre otras bases. Esencialmente porque ya no se da más dentro del proyecto que apuntó a 
establecer un vínculo entre el marxismo y el psicoanálisis freudiano (como fue el caso, por 
ejemplo, en la escuela de Frankfurt). De manera muy esquemática creo que esta renovación 
pasa por la voluntad de los sociólogos de incorporar la psicología en sus propias 
interpretaciones. Me limitaré a evocar dos grandes estrategias (ustedes pueden pensar en 
otras: el debate alrededor de las disposiciones, los trabajos de las ciencias cognitivas, etc). En 
primer lugar, las emociones se convierten en un objeto de análisis particular y legítimo en la 
sociología. Esta toma de conciencia de las emociones invita –obliga– a los sociólogos a 
nuevos esfuerzos de comunicación con los psicólogos. Para citar un solo ejemplo en esta 
dirección, se puede traer a colación los trabajos que efectúa hoy en Inglaterra el sociólogo 
australiano Anthony Elliot: lo que le interesa es comprender el rol que tienen las emociones 
en tanto que factores explicativos de una conducta, y ello le parece tanto más indispensable 
cuanto que vivímos en sociedades en las cuales no cesan de vendérsenos “experiencias”. Una 
vez más, insisto, la importancia que se acuerda a las emociones depende de las 
transformaciones societales. Es porque cada vez más las emociones son objeto de control o de 
seducción por parte de la mercadotecnia, y más allá de ella, una realidad masiva en la cultura 
contemporánea, que la sociología se interesa en ellas –y a las nuevas funciones que 
desempeña. En segundo lugar, la renovación de la discusión con la psicología se centra en 
torno a fenómenos de malestares interiores. En Francia, por ejemplo, se puede evocar en este 
sentido los estudios de sociología clínica realizados por Vincent de Gaulejac y su equipo 
desde hace varias décadas. En La neurósis de clase estudió cómo en función de trayectorias 
sociales de movilidad ascendente o descendente, ciertos individuos son presas de malestares 
psico-sociales particulares, que trató de aislar e identificar como una neurosis de clase. En 
ambos casos, incluso por razones opuestas, los actores son asaltados por sentimientos diversos 
como falta de seguridad en sí mismo o vergüenza, en último análisis por verdaderas 
patologías psíquicas que exigen, empero, para ser plenamente elucidades, un rodeo por la 
sociología. 
 
6./ Prolegómenos. 
No quisiera terminar la sesión de hoy sin antes introducir una serie de definiciones a fin 
de establecer, sobre una base común, la comunicación en los días que vienen. 
- El actor es aquel que es capaz de modificar su entorno. Esta definición, sin 
necesariamente exigirlo, deja en todo caso abierta la posibilidad de tomar en cuenta la 
existencia de actores que no son humanos porque, obviamente, existen dispositivos 
técnicos que transforman el entorno. 
- La noción de agente (o incluso de agency), aún cuando próxima a la anterior, 
subraya otra dimensión, a saber el movimiento recursivo por el cual las estructuras 
reproducen al agente y el agente, a su vez, transforma las estructuras. En la agencia en 
lo que se insiste es pues en la recursividad entre la acción y las estructuras (piensen, 
por ejemplo, en los trabajos de Pierre Bourdieu o Anthony Giddens). 
- Cuando se habla del sujeto se insiste en la representación normativa del 
individuo, es decir, se subraya el hecho que toda visión del sujeto está ligada a una 
tradición moral y a una tradición histórica. En efecto, las figuras siempre más o menos 
ideales del sujeto, son las grandes representaciones que del individuo posee una 
colectividad y, como lo he avanzado, estas figuras son diversas según las sociedades y, 
en la modernidad, son múltiples –y hasta antagónicas– dentro de una misma sociedad. 
- El individuo es una combinación entre un agente empírico y un modelo 
normativo del sujeto. Por un lado, es un agente empírico puesto que en toda 
colectividad existen entes singulares. Por otro lado, es un modelo normativo que, en 
nuestra tradición cultural, subraya su independencia, la separación entre el actor 
individual humano y su entorno social. 
- Por último, el individualismo supone una concepción normativa, por lo general 
de índole política, que hace del individuo el valor central de la sociedad. En este 
sentido preciso el individualismo no tiene nada que ver con el egoísmo. El 
individualismo es la voluntad de basar el pacto político alrededor de una nueva 
sacralidad que se apoya, en última instancia, sobre los derechos humanos. 
 
Preguntas 
Pregunta 1. A propósito de la obra de Pierre Bourdieu, su representación del agente, y 
la existencia de dos fases en su obra intelectual. 
Respuesta: Si he evocado los trabajos de Bourdieu es porque creo que es de entre todos 
los sociólogos el que más lejos, y de la manera la más consecuente, ha puesto en pie una 
cierta concepción del personaje social. Y esto me parece que es común a las dos grandes fases 
de su vida intelectual. En verdad, no creo que haya, bien vistas las cosas, “dos Bourdieus”. 
Tanto el primero (para comprendernos, el de La distinción) como el segundo (el autor de La 
miseria del mundo) defienden un modelo capaz de acentuar o bien el peso de las estructuras, o 
bien las capacidades de transformación de los agentes. En verdad, lo que es lo más importante 
en su obra, me parece, es la convicción que la sociología tiene que esforzarse por establecer 
un vínculo analítico (una “complicidad ontológica” escribe Bourdieu) entre los habitus de los 
agentes y las posiciones sociales. Y bien, en todas sus obras, Bourdieu constata casos de 
anomalía. Ya en uno de sus primeros estudios dedicados a la sociedad argelina a inicios de los 
años sesenta, subraya con fuerza, por ejemplo, el choque entre la modernización capitalista y 
la permanencia de tradiciones locales, lo que se traduce, a nivel de los agentes, por una serie 
de desajustes, de desfases más o menos acentuados, entre sus esperanzas subjetivas y sus 
oportunidades objetivas. Pero, y es el punto fundamental, esta figura social aparecía como una 
“anomalía” más o menos interpretable como una consecuencia “pasajera” de una sociedad en 
transición hacia la modernidad. 
Progresivamente, la perspectiva teórica de Bourdieu se precisa. Y en este proceso de 
esclarecimiento intelectual cómo no subrayar, por supuesto, la importancia del 
estructuralismo –por entonces dominante en Francia–, pero también, y tal vez sobre todo, el 
peso decisivo que tendrá en esta evolución el “encuentro” tan particular entre Bourdieu y una 
metodología. Pocas veces, creo, es posible observar en la obra de un autor importante como lo 
es Bourdieu el peso teórico y la fascinación por una “técnica” de investigación –a saber, el 
análisis factorial de correspondencias. La técnica le daba una representación visual de su 
propia representación del mundo social. La dispersión de puntos en los cuadrantes da una 
suerte de representación realista del espacio social; la distancia y la dispersión de puntos 
dando cuenta de la triología entre la toma de posición, las disposiciones y la posición. Incluso 
creo que puede decirse que Bourdieu terminó asociando muy estrechamente (para no decir 
confundiendo) la representación factorial con la realidad social. En La distinción como lo he 
señalado hace un momento, cada cual está ahi donde debe estar: las prácticas de consumo 
difieren en función de la posición social ocupada. 
Y bien, progresivamente, y sin jamás abandonar del todo este modelo, Bourdieu va 
tomando conciencia de un aumento de casos “anómalos”. Sin necesariamente poner en 
entredicho su modelo de base, estudio tras estudio, constata la multiplicación de figuras de 
desajuste –esto es, de agentes que no “están” más ahi donde
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